05
El sol ya estaba en su punto más alto cuando Liu Yi comenzó a buscar desesperadamente a Zheng por el mercado. Habían pasado demasiadas horas, y su paciencia se agotaba.
De pronto, una sombra la interceptó. Un soldado corpulento, con la armadura sucia y el aliento impregnado de alcohol, la bloqueó.
-Pero si es la hermosa Liu Yi -gruñó, acercándose peligrosamente.
Liu Yi lo reconoció. Era Song Wei, un soldado que la había estado acosando desde hacía meses. Siempre borracho, siempre violento.
-Apártate -ordenó ella con firmeza-. No busco problemas.
El soldado rió, un sonido gutural y amenazante. -Tú y yo tenemos pendientes, preciosa -dijo, acercando su mano sudorosa.
Ella se preparó. No era una mujer que se dejara intimidar fácilmente.
-Cada día me sorprende más la decadencia de los soldados que se supone deben proteger nuestro pueblo. Tu comportamiento es más vil que el polvo bajo mis pies -Liu Yi gruñó con desprecio, apartándolo de un manotazo, su voz un látigo de palabras elegantes.
Song Wei se tambaleó, sorprendido. Antes de que pudiera reaccionar, Liu Yi le propinó un golpe certero con la palma de su mano, directo a la garganta. El soldado cayó de rodillas, tosiendo y ahogándose.
En sus pensamientos, un mar de amargura se extendía. ¿En qué se había convertido el estado de Qi? La resistencia ya no era un acto de honor, sino una cadena de humillaciones. Cada día veía cómo la corrupción carcomía las instituciones, cómo los soldados como Song Wei mancillaban el honor que una vez los caracterizaba.
En el fondo de su corazón, una verdad incómoda latía: quizás una conquista pacífica de Qin sería preferible a esta agonía. Al menos los de Qin traerían orden, disciplina. Mejor ser conquistados con dignidad que pudrirse desde dentro, pensó, mirando con desprecio al soldado que yacía en el suelo.
Su mirada se endureció. Debía encontrar a Zheng.
El soldado rápidamente recuperó su postura. Con ojos inyectados en sangre, escupió: -Una simple mujer que se cree guerrera. ¿Crees que sabes defenderte? ¡¿He?! -Su voz destilaba veneno-. Las mujeres como tú deberían estar en casa, no metiéndose donde no les importa.
Liu Yi no se inmutó. Sus ojos brillaban con una calma fría, como la hoja de una espada bien afilada. Cuando Song Wei levantó su puño para golpearla, ella ya estaba en posición, sus músculos tensos, lista para esquivar y contraatacar.
Pero antes de que pudiera moverse, una sombra se interpuso entre ellos. Zheng apareció con una elegancia fluida, utilizando la propia energía del soldado para derribarlo. Con un movimiento casi imperceptible, desvió el puño de Song Wei, haciendo que el hombre perdiera el equilibrio. La técnica era tan suave que parecía que el soldado se había caído por su propio peso. Zheng tomó a Liu Yi por la cintura de forma protectora.
El soldado se levantó furioso, tambaleándose y señalando a Zheng: -¿Quién te crees que eres para tocar a mi mujer?
Zheng soltó una risa excéntrica, sus hombros temblando de diversión, como si ese hubiera sido un muy buen chiste. Pero de repente, su risa se apagó. Cuando habló de nuevo, su voz sonaba como el frío corte de un cuchillo:
-¿Y quién te crees tú para tocar a MI ESPOSA?
La palabra "esposa" flotó en el aire, cargada de una amenaza tan tangible que hizo que el soldado retrocediera. Su tono era bajo, controlado, pero irradiaba una violencia contenida que hacía que el soldado pareciera insignificante.
Liu Yi, completamente sorprendida, parpadeó-¿Esposa? -susurró nerviosa, sintiendo las miradas curiosas de los transeúntes-. ¿No se te ocurrió algo mejor?
-Cariño -respondió él con una sonrisa ladina-, no te hagas la desentendida. ¿Acaso reniegas de un esposo tan guapo?
Él se acercó peligrosamente, su rostro casi rozando el suyo. Liu Yi sabía que estaba actuando, y sin embargo, su traicionero corazón latía con una intensidad que la sorprendió. ¿Por qué ese idiota despreocupado lograba alterarla de esta manera?
El soldado, intimidado pero aún tambaleante, no supo qué hacer ante la repentina transformación de Zheng. Pero rápidamente la rabia lo embargó al verlos tan "acaramelados".
Se levantó del suelo un poco aturdido, mirando a Zheng con una mezcla de dolor y humillación. Había sido derrotado sin que su oponente siquiera pareciera haber hecho un esfuerzo. El soldado, con un rostro desfigurado por la ira y el alcohol, comenzó a soltar una sarta de insultos que destilaban veneno puro:
-Maldita zorra, ¿quién te crees que eres para enfrentarme? Una mujerzuela que juega a ser guerrera. Deberías estar en casa, sirviendo a los hombres, no metiéndote en asuntos que no entiendes. Apuesto a que abres las piernas más rápido que cierras la boca. Las mujeres como tú solo sirven para dar hijos y callar.
Cada palabra era un intento de arrancar su dignidad, de humillarla públicamente. Pero Liu Yi se mantuvo erguida, su mirada desafiante.
Zheng, con una frialdad que parecía congelar el aire mismo, respondió: -Si vuelves a dirigirte así a mi esposa, te mataré sin pensarlo dos veces. No será un asesinato, será una limpieza.
Su voz sonaba tan amenazante que el soldado, aún tambaleante, prefirió retirarse rápidamente.
Liu Yi, que hasta entonces solo había sido protegida por su difunto padre, sintió su corazón acelerarse. No en un sentido romántico, sino de una admiración que la sorprendió incluso a ella misma.
Liu Yi se quedó quieta, procesando la situación. De repente, se dio cuenta de que estaba preocupada por Zheng. ¿Preocupada? ¿Por él?
Inmediatamente después, le propinó un golpe en el hombro: -¿Dónde diablos te habías metido?
-Momantai, mi dama -respondió él con una sonrisa.
Ella le dio otro golpe, más fuerte, y le dio la espalda cruzándose de brazos. Zheng rio, pidiendo disculpas entre carcajadas.
En su mente, la imagen de Zheng se transformó: un hombre excéntrico, impredecible, que desaparecía sin dar explicaciones, que compraba juguetes en medio del mercado como un niño, que se metía en problemas. Un idiota despreocupado que parecía no tomar nada en serio.
"Es un completo descerebrado", pensó. "Un necio que no piensa en las consecuencias de sus acciones".
Sin embargo, algo en su interior contradecía ese pensamiento. Había protegido su honor con una elegancia y fiereza que la había dejado sin aliento. No era solo un idiota despreocupado. Era... algo más.
Su mente seguía dando vueltas, mezclando la irritación y una extraña sensación que no lograba identificar completamente.
De pronto, sin previo aviso, Liu Yi murmuró: -Gracias.
...
El atardecer teñía la llanura de tonos dorados y carmesíes, dibujando sombras largas sobre la hierba seca. Zheng sostenía el molinillo de viento que había comprado en el mercado, observando cómo sus aspas giraban suavemente con la brisa.
-¿Te pasa a menudo? -preguntó, rompiendo el silencio mientras mordisqueaba un trozo de traquulam.
Liu Yi, sentada a su lado, se encogió de hombros con indiferencia. -No es la gran cosa. Sé defenderme.
-No deberías tener que defenderte -respondió él, su tono más serio de lo habitual.
Recordó entonces a los niños del mercado. Sus rostros hambrientos, sus ojos suplicantes. La determinación que el tenía en su interior se intensificó, como una llama que se aviva de repente. Qi no podía seguir así. Un estado que permitía que sus soldados ultrajaran a sus mujeres, que dejaba a sus niños abandonados, que se pudrían desde dentro mientras fingían resistencia.
Su mirada se endureció, perdida en el horizonte. Conquistar Qi no sería una invasión, sería una liberación. Un renacimiento.
Liu Yi, ajena a la tormenta de pensamientos de Zheng, continuaba comiendo tranquilamente. Ella le sonrió, sus ojos brillando con un agradecimiento sincero pero con un poco de amargura.
-Pronto estarás totalmente curado -dijo suavemente-. Cuando te vayas, márchate como has llegado: de la nada, sin despedidas, como quien escribe su propio camino.
Ella no lo miraba a la cara. Admitía que se había encariñado de este hombre, a pesar de ser molesto, infantil y excéntrico. Aun así, no podía acostumbrarse a su presencia, porque se iría... se iría y no lo vería más.
Zheng giró su cabeza hacia ella. Un viento suave los envolvió, acariciando sus rostros, meciendo la hierba a su alrededor. Las aspas del molinillo giraron delicadamente, como un último testigo de aquel momento.
El atardecer los envolvía, suspendidos entre la luz y la sombra, entre lo dicho y lo callado.
...
El alba apenas comenzaba a dibujar sus primeros trazos de luz cuando Liu Yi salió sigilosamente de la casa. Cada movimiento era calculado para no despertar a Zheng, quien seguía profundamente dormido. Daiyu la observó con curiosidad, pero permaneció quieto acostado al lado de la cama.
La lanza de su padre descansaba en un rincón, cubierta por una vieja manta que había escondido muy bien para que los soldados no la encontraran. Al sacarla, sintió un nudo en la garganta. No era solo un arma, era el último vestigio de su padre, el único recuerdo de las lecciones que le había dado antes de morir.
El encuentro con el soldado del día anterior aún la turbaba. La humillación, la rabia mezcladas con una extraña sensación de protección que Zheng le había brindado. Sus manos temblaban ligeramente al tomar la lanza.
"Debo mantenerme fuerte", pensó. No quería ser vista como una víctima. No quería ser ese tipo de mujer que necesitaba constantemente protección.
Sus primeros movimientos fueron lentos, cargados de memorias. Recordó a su padre enseñándole, sus manos grandes guiando las suyas, su voz paciente explicando cada movimiento. Lágrimas amenazaban con escapar, pero las contuvo. La práctica marcial era su refugio, su manera de mantener vivo su recuerdo.
No podía evitar que sus pensamientos se redirigieran a Zheng. Un hombre que aparentemente había llegado para irse. Un extraño al que ya no sabía cómo clasificar. Alguien que la había defendido, que había dicho ser su "esposo" sin serlo, que la había protegido.
La lanza comenzó a moverse con más intensidad. Cada movimiento era un desafío a sus propios miedos, a las expectativas de ser una mujer "adecuada". Aunque eso nunca le había importado, aun así, ¿él pensaría así de ella? Algo le picaba en la conciencia, no quería parecer poco femenina frente a Zheng, pero tampoco quería perder su esencia.
Sus movimientos ganaron velocidad. La punta de la lanza silbaba entre la bruma del amanecer, cortando el aire con una precisión que hablaba de años de entrenamiento oculto. Cada giro era un grito silencioso de libertad, cada movimiento una declaración de quién era realmente.
Se sentía vulnerable y no sabía por qué. Sabía que Zheng se iría pronto, siempre lo supo desde el momento en que decidió ayudarlo. Y aun así no sabía por qué eso la asustaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.
El silbido de la lanza se detuvo en seco. Un ruido a sus espaldas la hizo girar instantáneamente, la punta del arma apuntando con una precisión mortal. Su mirada era un conjunto de frialdad y concentración, lista para atacar.
La postura era perfecta. Su cuerpo tensado, los músculos marcando cada línea de concentración, la lanza convertida en una extensión de su brazo. Cualquiera que la hubiera visto en ese momento habría jurado que era una guerrera, no una simple mujer.
Zheng estaba allí, observándola. Una sonrisa tranquila bailaba en sus labios.
-Buenos días -dijo él, como si fuera lo más normal del mundo encontrarla apuntándole con una lanza al amanecer.
Liu Yi bajó el arma, sintiendo que un ligero rubor subía a sus mejillas. No por pena, sino por la intensidad del momento.
Zheng solo miraba hacia su dirección, aunque ella no sabía si realmente podía ver por culpa de su venda. -Nunca creí que manejaras una lanza con tal precisión -comentó, genuinamente impresionado.
Ella, incómoda pero orgullosa, simplemente se encogió de hombros. Liu Yi lo miró con una sonrisa desafiante. -Soy una mujer con muchas sorpresas -declaró.
Zheng se quitó la parte superior de su vestimenta, revelando un torso marcado por cicatrices de batalla y músculos entrenados. Una venda gruesa cubría su costado, cortesía de Liu Yi. Su movimiento era fluido, casi felino. Recogió dos palos cortos de entre la vegetación cercana, girándolos con una destreza que hablaba de años de entrenamiento.
-Ven, entrenemos -invitó, su sonrisa era un desafío.
-Estás recuperándote -objetó Liu Yi-. No puedes.
-Casi estoy curado -respondió él-. Seré suave.
La palabra "suave" sonaba como una broma en sus labios.
Liu Yi dudó un momento, pero la adrenalina ya comenzaba a correr por sus venas. Guardó su lanza y tomó uno de los palos. Sus ojos brillaban con una mezcla de anticipación y desafío.
El primer movimiento de Zheng fue como un relámpago. No había nada de "suave" en su ataque. Era una cascada de golpes precisos, cada uno calculado para probar las defensas de Liu Yi. Ella respondía con una agilidad sorprendente, bloqueando, esquivando, contraatacando.
No era un combate, era una danza, un intercambio. Cada movimiento de Zheng era una lección. Buscaba ayudarla a liberar la frustración que por alguna razón intuía que sentía. La guiaba con golpes que ella podía bloquear, la empujaba a límites que no sabía que tenía.
Liu Yi sentía la adrenalina corriendo por cada nervio. Cada vez que creía estar dominando el ritmo, Zheng cambiaba, introduciéndola en un nuevo ritmo. Sus palos se movían como extensiones de su cuerpo, silbando en el aire de la mañana.
En un momento, Zheng la acorraló. Un movimiento preciso que la dejó sin salida, su palo casi tocando su cuello. Pero en lugar de intimidarse, Liu Yi sonrió. El desafío la hacía sentir más viva que nunca.
-Impresionante, mi dama -murmuró Zheng con su sonrisa.
La mañana los envolvía, Daiyu observaba desde lejos, testigo de un entrenamiento que era mucho más que un simple combate.
Zheng esquivó su movimiento con una agilidad sorprendente, girando para desafiarla, aun así no podía evitar molestarla un poco, : -Interesante técnica. ¿La aprendiste de un borracho o la inventaste tú misma? -dijo con una sonrisa burlona.
Liu Yi no se dejó intimidar. -¿Ah, sí? -respondió, arqueando una ceja-. Quizás deberías preocuparte más por tu defensa que por tus comentarios.
Sus movimientos eran rápidos, llenos de una energía que combinaba diversión y desafío. Cada golpe, cada esquiva, era un juego de ingenio tanto como de habilidad física.
Zheng bloqueó su ataque y respondió: -Un consejo de principiante, supongo.
-Un consejo de alguien que sabe lo que hace -contraatacó ella, sin perder su determinación.
Daiyu, sentado a un lado, parecía más un árbitro divertido que un simple espectador. Su cola golpeaba la tierra, como si estuviera disfrutando tanto como ellos.
El sol subía, iluminando su improvisado campo de entrenamiento. No había humillación en sus palabras, solo el puro placer de la competencia. Parecía que ella se había equivocado con él, sentía que podía ser ella misma, sin preocuparse de que la juzgara.
Liu Yi se dejó caer en la tierra, su respiración agitada, el cabello pegado a la frente por el sudor. Zheng se sentó a su lado, igualmente cansado, pero con una sonrisa de satisfacción, parecía tan fresco como una lechuga.
Inicialmente, guardó silencio. Su padre siempre le había enseñado que los recuerdos son sagrados y no deben ser compartidos a la ligera. Observó a Daiyu, que se acercó y apoyó su hocico en su rodilla, como reconfortándola.
Zheng no preguntó. Simplemente esperó, jugando distraídamente con un pequeño palo.
-Mi padre -comenzó ella, con la voz suave-. Él me entrenó desde que aprendí a caminar. No le importaba que fuera una niña.
El silencio la animaba a continuar. Zheng seguía sin mirarla directamente, como si entendiera que la historia necesitaba ser contada sin presión.
-Cuando mi madre murió por una enfermedad y luego mi padre en un accidente, me quedé sola. Pero él ya me había preparado para este mundo. Me enseñó todo lo que sabía, sin importarle las tradiciones. "Debes ser fuerte", me decía.
Sus manos comenzaron a trazar dibujos en la tierra. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla, pero su voz seguía firme. Rápidamente la limpió, no quería mostrarse débil.
-Me enseñó a defenderme, a sobrevivir. No me limitó por ser mujer. Me dio las herramientas para enfrentar cualquier desafío.
Zheng seguía escuchando, su perfil recortado contra el sol de la mañana.
-Lo recuerdo con un amor inmenso -dijo, limpiándose la lágrima-. Cada movimiento que aprendo es un homenaje a él.
Un silencio denso se instaló entre ellos. Liu Yi sabía que Zheng pronto se iría. Que este extraño momento de confidencia era efímero.
-Lo extraño tanto -murmuró, su voz quebrándose un momento-. Pero sé que estaría orgulloso de mí.
Daiyu apoyó su cabeza en su regazo. Zheng seguía mirando el horizonte.
-Sigo adelante -concluyó-. Por él. Por el amor que me dio.
-Suena como un gran hombre- eso fue lo único que se le ocurrió decir en ese momento.
El viento movió suavemente la hierba a su alrededor, como si la historia hubiera quedado suspendida en el aire, llena de amor y recuerdos.
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