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02

La aguja de Liu Yi se movía con precisión meticulosa sobre la herida. Sus manos, manchadas con restos de ungüento, desinfectante y sangre seca, sostenían con firmeza el hilo. La herida era profunda, tan profunda que rozaba el hueso, un corte que habría dejado a cualquier otro hombre retorciéndose de dolor.

Pero no a él.

-Listo -murmuró ella cuando el último punto de sutura selló la carne-. Ahora debes descansar.

Una risa brotó de los labios del herido, una carcajada que sonaba más como un desafío que como una respuesta. De un movimiento sorprendentemente ágil, se incorporó, como si la muerte misma no pudiera detenerlo. A pesar de que había estado a punto de llevárselo hace apenas media hora.

-¿Descansar? -Sus ojos, apenas visibles tras una máscara enigmática, brillaban con una vitalidad que contradecía su estado.

Liu Yi, con su cabello blanco como la nieve y los ojos de un gris acerado, lo empujó de vuelta a la cama. Su tacto era firme, casi autoritario.

-De eso nada -respondió-. Vas a quedarte quieto si no quieres que esta herida se abra de nuevo, y como eso suceda no te la cierro otra vez.

El hombre no parecía escucharla. Sus ojos curiosos recorrían la pequeña habitación, deteniéndose en cada frasco, cada hierba colgada, cada rincón de aquel espacio íntimo y cargado de aromas medicinales.

-Nunca había visto un lugar así -murmuró-. ¿Eres médico?

Un suspiro escapó de los labios de Liu Yi. Terco, inquieto y con una energía que parecía desafiar las leyes de la naturaleza. Aquel hombre era como muchos soldados que había tratado antes, así que en cierta medida sabía cómo sobrellevarlo.

-Soy lo que necesito ser -respondió ella. Tenía ganas de contestar con ironía a esa pregunta tan tonta, pero no tenía ganas de alargar aquella conversación.

"Claro, como no soy médico se perfectamente cómo unir la carne de tu herida y mi casa está llena de medicinas."

Ella no pudo evitar pensar que, o el hombre le tomaba el pelo, o simplemente no se daba cuenta y hacía preguntas tontas porque sí...

Suspiró. El desconocido seguía sonriendo, un gesto que parecía burlarse del dolor, de la fatiga, de cualquier límite impuesto, y para la irritación de la mujer, de ella misma también. Quería golpearlo, pero como supuesta médica que era, no podía.

-Mujer, eres rara, ¿sabes? -El hombre inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera curioso. Liu Yi puso los ojos en blanco; si había alguien raro en esa habitación, sin duda no era ella.

-Liu Yi -dijo rápidamente-. Es el nombre de tu salvadora, así que no lo olvides.

Dijo mientras se dirigía a un armario de la pequeña habitación que conformaba toda su casa.

-Lo recordaré -dijo con esa misma sonrisa burlona y enigmática que, por alguna razón, le dio un mal presentimiento y provocó que su piel se erizara.

De repente, una manta cayó sobre la cara del hombre y este se sobresaltó un poco. Tenía la guardia baja, se había relajado, no esperaba ser atacado por una manta. Él ladeó la cabeza, el gesto curiosamente expresivo incluso con la venda.

-Eres un poco brusca, ¿no, mi señora? -Se removió bajo la manta-. Esta tela es bastante áspera, nada como mis sedas de...

-Si la manta no es suficientemente buena para el señorito, puedes dormir sin ella -lo interrumpió Liu Yi, haciendo ademán de quitársela.

-¡No, no! ¡Me encanta! ¡Es adorablemente rústica! -exclamó él, aferrándose a la manta-. Además, tiene un aroma agradable.

-Más te vale -dijo al aire, dándole la espalda y yendo a la pequeña mesa donde aún estaban los ingredientes a medio cortar para su cena. Ya se había retrasado mucho y parecían que iban a ser dos platos esta vez. Peló lo que anteriormente no había pelado y metió todo a la olla; iba a demorar un rato en estar listo, así que le indicó al hombre que durmiera un poco para recuperar energías.

Luego de unos minutos de silencio en donde ella se sintió observada en todo momento, él habló.

-¿Me contarías una historia? -preguntó él, acomodándose como un niño listo para dormir-. Las personas que me rodean siempre me cuentan historias. Aunque generalmente son sobre lo maravilloso que soy.

Era mentira. Las personas de la Corte, y mucho menos los sirvientes de Palacio, le contaban historias; solo estaba aburrido y la mujer frente a él parecía un buen material de entretenimiento. Ella dejó el cucharón que estaba por usar sobre la mesa de madera y miró al hombre con cara de póker.

-Era una vez un hombre muy terco que no dejaba de hablar cuando debería estar descansando -dijo con un falso tono de dulzura, aunque había un toque de irritación en su voz-. Y una mujer que consideraba seriamente usar sus hierbas para dormirlo.

Él soltó una risita. -¡Qué historia tan emocionante! ¿Y qué pasó después?

-El hombre sabiamente decidió guardar silencio y dormir, antes de que la mujer perdiera la paciencia -ella se acercó un poco a la cama donde estaba el hombre, con una expresión seria pero a la vez una sonrisa de advertencia.

-Mmm, no me gusta ese final -murmuró él, su voz comenzando a sonar adormilada-. Prefiero las historias donde el misterioso protagonista cautiva a todos con su encanto y carisma... -bromeó de forma teatral, aunque claro, sin quitar su sonrisa.

-Duerme si quieres cenar -ordenó ella, su tono se había suavizado.

-Como ordenes -susurró resignado.

Luego de unos minutos, Liu Yi solo podía ver cómo la respiración del hombre se hacía cada vez más lenta. Al fin se había dormido. Era terco, y eso le irritaba un poco, pero en el fondo sabía que las personas así eran como la mala hierba: tenían una forma admirable de aferrarse a la vida, así que, por ahora, ella sabía que ese tonto extraño se recuperaría bien.

Ella se dio la vuelta y regresó a su labor de cocinar la cena, nada muy elaborado, un guiso de verduras condimentado con algunas hierbas para darle sabor.

"¿En qué lío me he metido?"

Pensó cuando finalmente cayó en cuenta de que no podía volver atrás y entregar al extraño a algún guardia. Bueno, como decía su padre, de nada servía arrepentirse; lo hecho, hecho estaba...

...

-Oye... Despierta -una voz suave pero algo malhumorada logró que se despertara. El aire tenía un aroma agradable a comida y frente a él estaba la mujer que lo había rescatado-. Come un poco, no puedo decir que sea una delicia como la comida refinada que seguramente sueles comer, pero te llenará el estómago -ella sonrió con burla y él le devolvió la sonrisa.

-No te preocupes, no soy quisquilloso. Aun así, no merezco menos que delicias en mi plato -dijo él de forma excéntrica, y la mujer soltó una risa irónica mientras iba a la mesa a servirse ella también.

Él comenzó a comer en silencio. Era verdad que el guiso de verduras no era la gran cosa; es más, se le había hecho hasta un poco aguado, pero la amabilidad de la mujer al compartir su comida con un desconocido de esa forma hizo que no dijera ningún comentario fuera de lugar, cosa que ya era costumbre desde que ascendió al trono de Qin.

-¿No tienes miedo de que te envenene? -preguntó seria.

-Si quisieras envenenarme, no me habrías salvado en primer lugar, ¿no? -hubo un silencio incómodo durante unos minutos.

-¿Y cuál es tu nombre? -dijo ella sentándose en una silla cerca de él, pero manteniendo una distancia. Por otro lado, él giró su cabeza hacia ella un poco curioso-. ¿Qué? No puedo tratarte de "tú" o "oye" todo el tiempo, ¿sabes?

Ella se metió una cucharada en la boca de forma malhumorada y desvió la mirada; estaba avergonzada.

-Me quedó aguado -dijo haciendo una mueca de asco, pero luego siguió comiendo sin volver a dirigirle la palabra al hombre. Los minutos pasaron y el silencio seguía en la habitación mientras comían; ella se notaba un poco incómoda.

-Pueden llamarme Zheng -dijo finalmente él cuando terminó el guiso, girando su cara hacia ella. A pesar de que no podía verla directamente por la venda en sus ojos -el casco se lo había quitado para poder dormir-, el estado de ánimo de la mujer era notorio, ya sea por su tono al hablar o la forma en la que pisaba al caminar. Parecía una mujer temperamental en muchos sentidos.

-Zheng, ¿eh? -dijo al aire, más para sí misma que para él.

-Sí, solamente llámame así -dejó el cuenco de madera sobre la pequeña mesa al lado de la cama.

-¿Es tu nombre real? -volvió a decir luego de unos minutos.

-Parte de él... aunque no deberías indagar más, mi señora -dijo con su ya característica sonrisa enigmática.

Ella miró al hombre con el ceño fruncido.

-Oye, me sigues llamando así y, siendo sincera, me comienza a molestar -las cejas de la mujer se arrugaron en un gesto sumamente expresivo-. No estoy casada, deja de decirme señora.

Ella se cruzó de brazos y Zheng no pudo evitar soltar una gran carcajada, pero luego se quejó un poco; le había dolido la herida.

-¿Qué es tan gracioso? -ella se paró de golpe con brusquedad y agarró el cuenco de comida que él había dejado en la mesa al lado de la cama.

-B-bueno, es que... ¿qué edad tienes? ¿Acaso no estás en edad de ya estar casada? -dijo con algo de burla, y ella lo miró con ojos asesinos.

-¿Acaso ese es tu problema? Maldición, este pueblo está lleno de cerdos y tontos. Ni loca me casaría con alguien de aquí -comenzó a lavar los trastes con brusquedad.

-Ah... ¿tus estándares son altos? -se sentó con cuidado en la cama y la miró mientras lavaba los platos.

-Por supuesto, es cuestión de compartir mi vida con alguien por el resto de mis días. Si en algún momento me caso por interés, ¿no sería mejor que tenga una cara bonita? -dijo con obviedad, terminando de lavar y secando los trastes.

-Supongo -él cruzó sus piernas, apoyó su codo en una de ellas y luego su cara en una mano, en una posición relajada.

De repente, algo llamó su atención: un pergamino decorado con detalles azules y dorados que recitaba un poema.

"Avanza con el peso del deber sobre sus hombros,
Corazón de hierro y sangre por el pueblo.
Entre destellos de espadas defiende la justicia,
Fiel a su misión de mantener la paz.
A través de tormentas, día y noche,
Su corazón leal ilumina todas direcciones.
El juramento grabado en sus huesos jamás olvidará,
Su espíritu recto atraviesa las estaciones.
El honor vale más que la propia vida,
El cielo y la tierra son testigos de su rectitud.
No busca riquezas ni comodidad,
Solo anhela ser digno ante las montañas y ríos"

No era exactamente igual, pero algunas líneas le hacían recordar su promesa hacia aquella mujer que lo salvó en su juventud. Parecía que, de cierta forma, había llegado a un lugar que comenzaba a despertar su nostalgia.

-¿Lo encuentras interesante? -la voz de Liu Yi lo sacó de sus pensamientos. Ella se había acercado silenciosamente y ahora observaba el pergamino con una expresión indescifrable.

-Es... peculiar -respondió Zheng, sus dedos rozando suavemente los bordes dorados del papel-. ¿De dónde lo obtuviste?

Liu Yi se tomó un momento antes de responder, como si estuviera considerando cuánto revelar; después de todo, él era un desconocido y ya le había revelado demasiada información.

-Era de mi padre -dijo finalmente.

Zheng notó cómo su voz cambiaba al mencionar a su padre, volviéndose más suave, casi vulnerable. Era la primera vez que veía una grieta en su fachada de irritación.

-¿También era médico? -preguntó con genuina curiosidad.

Una sonrisa amarga cruzó el rostro de Liu Yi.

-Era muchas cosas -sus manos se movieron inconscientemente hacia una pulsera que llevaba, simples cordones de tela entrelazados, una artesanía -. Pero sin duda no era un médico, esa era mi madre. Él era... un guerrero, un maestro... pero sobre todo, era un hombre que creía en el honor. Como en el poema.

-Y te enseñó todo lo que sabes -no era una pregunta.

-La mayoría -admitió ella, alejándose del pergamino, sin darse cuenta de que acababa de revelar que sabía artes marciales-. Aunque algunas cosas las aprendí por necesidad. En estos tiempos, una mujer sola debe saber defenderse.

El silencio reino otra vez, como si ambos estuvieran meditando sobre algo.

-¿Y tú? -preguntó ella de repente, sin voltear a verlo-. ¿Tienes a alguien que te haya enseñado algo?

La pregunta lo tomó por sorpresa. Por un momento, imágenes del pasado inundaron su mente: una mujer de cabello oscuro, sonrisa cálida y manos gentiles...

-Supongo que tuve a alguien así -respondió finalmente, su voz más seria de lo que había estado en toda la noche-. ¿El destino es algo caprichoso, no?

Liu Yi detuvo sus movimientos por un instante, como si las palabras hubieran tocado algo en ella también. El silencio que siguió estaba cargado de significado, de historias no contadas y promesas antiguas.

-Deberías descansar -dijo ella finalmente, volviendo a su tono habitual de ligera irritación-. Mañana revisaré esos puntos y veremos si eres tan resistente como presumes.

Zheng sonrió, pero esta vez no era su habitual sonrisa burlona. Había algo más profundo en ella, algo que reflejaba el peso de las palabras del pergamino.

-Como ordene mi señ... -se detuvo al ver su mirada amenazante-. Como digas, Liu Yi.







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