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cuatro

𝓡𝓮𝓬𝓾𝓮𝓻𝓭𝓸𝓼 𝔂 𝓛𝓪𝓶𝓮𝓷𝓽𝓸𝓼

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Sakura revolvió la sopa que estaba preparando y le dio un sorbo con una cuchara, viendo si le faltaba algo para así ponerla en la mesa y degustarla junto con su hija. Sonrió al encontrarla perfecta y a punto y apagó la hornalla, sacándose el mandil que tenía puesto caminó hacia la mesa para acomodar los dos platos y los utensilios que iban a usa ambas; retrocedió en sus pasos y agarró la olla para ponerla en el medio, oliendo el aroma delicioso que emanaba la comida.

Llamó a Sarada para que venga a comer y a los segundos ya tenía a su hija sentada mirando con un ligero brillo a la sopa especial que había preparado la mayor. La de hebras rosadas se sentó al frente y ambas soltaron un "itadakimasu" para comenzar a comer con lentitud y en silencio, pero agradable.

—Mamá, ¿dónde aprendiste esta sopa? —preguntó la menor dándole un sorbo a la sopa—, siempre quise preguntártelo.

—¿Eh? —la miró nerviosa dejando de lado la cuchara y pasó una servilleta por sus labios, limpiándoselos—. Me la enseñó... Gisei.

Sarada se sorprendió, abrió sus ojos ligeramente a la ve que se acomodaba sus lentes con su dedo índice a la vez que una sonrisa tímida aparecía por sus labios. «A parte de ser una prodigio, era cocinera.» Pensó con gracia la Uchiha bajando su mirada y dándole otro sorbo a la sopa, notando que no era algo que usualmente las restantes familias hacían.

—¿A si? Nunca creí que Gisei también fuera cocinera.

La Haruno soltó una ligera sonrisa.

—No te creas, ella solo sabía hacer esa sopa y arroz —dijo divertida la peli-rosa—. Ésta sopa se la enseñó su abuela, la catalogaron como "concones" o "pollo sin hueso".

Sarada agarró con sus palillos un "concón" blanco y lo llevó a su boca, sonriendo al masticarlo y encontrando un rico sabor a las especias que usó su madre a la sopa. La mayor solo miró con diversión el rostro de su hija y terminó de comer lo que quedaba de su plato.

—Te diría como me enteré de la existencia de tal manjar pero pasó algo antes de eso —la miró con una ceja alzada al identificar un brillo en los ojos de su hija, «¿qué trama?».

—¿El cómo aceptaste ser la pareja de Gisei? —cuestionó con una sonrisa ladeada la pelinegra logrando que su madre comenzara a toser con un gran sonrojo en sus mejillas—. Con que sí.

—No creí que lo hubieras descifrado tan rápido.

—¿Me lo dirás?

—Fueron unos largos cinco meses —comenzó a decir la mayor apoyando su rostro en la palma de su mano, maniendo su mirada en los ojos negros de su hija—, pero yo fui motivada por Ino para confesarme, o algo así.

Sarada chilló emocionada.

La adolescente rubia empujaba sin delicadeza alguna la espalda de su amiga de hebras rosadas, llevándola a la entrada de Konoha en donde la pelinegra se iría a una misión de varios días, momento perfecto para que su amiga frentesota se le declarase. Sakura negaba poniendo toda sus fuerzas en sus pies para retener su cuerpo y que Ino se rindiera, pero chilló asustada al ver a Gisei en las puertas de la aldea con su mirada seria puesta en el cielo, a la vez que descansaba sus manos en los bolsillos de su pantalón ninja, como si esperara a alguien.

—¡Gisei, hola! —exclamó con fuerza Ino empujando a su amiga para que chocara contra la figura alta de la fémina mayor—. ¡Suerte! —corrió antes de recibir un fuerte golpe por parte de la peli-rosa.

—¿Te encuentras bien, Sakura? —preguntó la pelinegra agarrando con suavidad la pequeña cintura de la menor mientras que ésta apoyaba sus manos en el pecho de la mayor. La discípula de Tsunade alzó su mirada nerviosa encontrándose con la curiosa de la Jōnin, sus mejillas rápidamente se tiñeron de rojo—. ¿Sakura?

—¡E-Estoy bien! —se separó con rapidez de la chica y bajó su mirada, ocultando su sonrojo.

—Está bien. ¿Tenías que decirme algo? Ino me dijo que te esperara antes de que me vaya a la misión —explicó Gisei ladeando su cabeza con un ligero ceño fruncido, haciendo sentir más nerviosa a la Genin.

—E-Eh, sí —asintió pasando sus brazos por detrás de su espalda, en una pose nerviosa—. Yo quería confesarte algo.

—Te escucho —se cruzó de brazos, reluciendo sus brazos semi-trabajados y su alta postura, a parte de esa mirada seria pero ojos tranquilos que la miraban con atención; y los pensamientos indecentes dispararon a la cabeza de la menor y un fino hilo de sangre apareció en su nariz, que rápidamente limpió.

—G-Gustas... mi... t-tú... ¡m-mucho! —Gisei sonrió poniendo su mano en la cabeza de la menor y la acarició, la peli-rosa se sonrojó más y desvió su mirada.

—También me gustas, Sakura —le dijo antes de besarle castamente la frente y caminar hacia afuera de la aldea, teniendo la mirada de la Haruno en su espalda—. ¡Cuando vuelva te lo pediré formalmente!

La Haruno sonrió con sus mejillas rojas, y quiso por unos segundos que ese momento no terminase nunca, pero entonces no podría disfrutar de los bellos momentos que pasaría con Gisei.

—¡Suerte en tu misión, Gisei! —exclamó viendo a lo lejos la silueta de la mayor y observó como ella alzaba su mano, despidiéndose.

—Ay, lo que hace el amor —suspiró Sarada en la misma posición de su madre y con la mirada perdida—. Quiero uno así.

La madre de la pelinegra soltó una ligera risa, divertida por el comentario de la menor que seguía balbuceando cosas de parejas y amores. Se la quedó viendo hasta sentir que su corazón se volvía ligero, como si un poco del dolor que estaba apoderado del órgano se haya liberado y sonrió, pronto ya no tendría ese dolor o esperaba que una parte de éste desapareciera lentamente. Ladeó la cabeza liberando un suspiro que intrigó a su hija, la cual la miró con atención y sonrió malvadamente.

—¿Y, mamá? ¿Ustedes dos hicieron cosas indecentes? —subió y bajó sus cejas de manera pícara, tal vez juntarse con el Sexto traía graves consecuencias.

—¡S-Sarada, n-no digas e-eso!


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