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✏ Capítulo 31 ✉

El hecho de que nuestros invitados tuvieran cierto conocimiento de las normas de etiqueta no mejoró los modales de mi familia.

En cuanto mi padre pronunció la palabra «amén», mis hermanos y primitos se tiraron en plancha sobre la encimera en la cual habían dejado toda la comida.

Ya estaban escarbando entre trozos de pavo antes de que nadie tuviera la oportunidad de moverse.

La cocina se convirtió en un frenesí de actividad:

Mi madre quitándole las tapas y el papel de aluminio a todo, mi padre pidiendo los mulsos de pavo a gritos, mi hermana sirviendo las bebidas, mis abuelos comandando desde sus asientos en la mesa, mi tía peleando con su hija para sentarla en una periquera mientras la niña chillaba con una rabieta, sus otros dos niños corriendo en círculos alrededor de la encimera y mi tío dándoles órdenes a sus hijos a voces.

Tae Hyung parecía que se hubiera quedado pegado a las baldosas y no supiera muy bien qué hacer.

Las visitas tenían que venir a mi casa con un manual de instrucciones.

Miré el reloj del horno.

Eran las dos y cinco de la tarde.

Una hora:

Eso era lo que iba a durar Kim antes de inventarse una excusa para irse.

Me apostaba mi guitarra rota.

Le dediqué una sonrisita de satisfacción.

— Te he avisado. Y si quieres comer algo, tendrás que echarle ganas.

Y así lo hizo.

En dos pasos, ya tenía un plato y lo estaba llenando con precisión.

Zigzagueó entre varias personas hasta que llegó al extremo de la encimera, donde Jimin le extendió una bebida.

Entonces, el que se quedó pegado a las baldosas fui yo.

La cesta de pan vacía se burlaba de mí por haber esperado tanto, como si fuera nuevo.

SooBin tenía tres panecillos apilados peligrosamente en su plato y le robé uno al pasar por su lado.

— ¡Oye!

Le acaricié la cabeza, le di un mordisco al pan y luego agarré un plato.

La mesa ya estaba llena, igual que las banquetas que había frente a la encimera.

Así pues, cuando hube llenado mi plato de comida, salí a la mesa de picnic de fuera, donde uno podía sentarse en noviembre con total comodidad porque estábamos en Seúl:

El estado que intentaba asesinar a sus habitantes cada verano, pero que conseguía que se les olvidara porque todos los inviernos eran excepcionalmente agradables.

Dejé caer una judía verde en la jaula del conejo al pasar por su lado.

Luego me senté.

Pronto llegó Jimin (con su chico).

Y luego salió Tae Hyung.

Se me encogió el estómago.

Era el invitado de Binnie.

¿No debería quedarse dentro con él?

HoSeok parecía un poco desanimado y su pelo alborotado estaba más lacio que cuando llegó.

— Aquí fuera se está mucho más tranquilo —señaló, mirando a su alrededor, notablemente aliviado.

— No por mucho tiempo —dije.

— Bueno, tampoco puedo quedarme demasiado —dijo él.

Vaya, diez minutos y Jung ya estaba diseñando su plan de fuga.

— Ah, ¿no? —preguntó Minnie.

— Te lo dije, ¿verdad? Tengo que ir a ver a mis abuelos en un rato.

Esperé a que Tae Hyung dijera algo similar, a que se lanzara sobre alguna excusa fácil, pero estaba demasiado ocupado comiendo.

— Creo que no nos han presentado oficialmente todavía —le dijo Jimin a Kim— Eres el entrenador de SooBin, ¿no?

Él levantó la vista y tragó.

— Y amigo de Koo —dijo guiñándome un ojo.

— ¿Ustedes dos son amigos? —preguntó Minnie.

La sorpresa en su voz era un poco insultante.

— Más bien, conocidos —dije con frialdad.

Casi añadí «que se odian», pero me detuve a tiempo.

— Nos movemos en círculos totalmente diferentes.

La puerta trasera se abrió de golpe y Yugyeom y dos de mis primos salieron corriendo.

Los dos pequeños se fueron directos al césped, pero Yug se acercó a la jaula del conejo.

— ¡Hola, entrenador! —gritó mi hermano— ¿Quieres ver a Bugs Conejo?

— Será Bugs Bunny —dijo Kim.

— No, es un conejo.

Tae Hyung me miró y yo sonreí.

— Es un conejo —repetí.

— Claro que sí.

Kim asintió en dirección a Yugyeom.

— Sí, lo veo. Muy lindo.

Yug abrió la jaula y Jimin y yo dijimos a la vez:

— Déjalo dentro.

— Solo quiero sujetarlo

Yugyeom sacó el conejo y se lo enseñó a HoSeok y a Tae Hyung.

— ¿Han comido conejo alguna vez? —preguntó Jung— La verdad es que está bastante bueno.

Mi hermano se quedó con la boca abierta y Jimin le dio un golpe en el hombro a su invitado, riéndose.

— Solo es una broma, Yuggie —dijo.

Un segundo demasiado tarde, Seok asintió con la cabeza.

— Sí, era solo una broma. No nos vamos a comer a Bugs Bunny.

— Bugs Conejo —dijo Kim antes de que Yugyeom pudiera hacerlo.

Le rascó detrás de las orejas al animal y Yug debió de interpretarlo como que quería cargarlo, porque se lo puso en el regazo.

Tae Hyung soltó un gruñido, obviamente sorprendido, y no consiguió rodear al conejo con los brazos a tiempo.

El animal se subió a la mesa de un salto y, no sé cómo, se las arregló para pisar cada uno de los platos en menos de cinco segundos.

Todos intentamos atraparlo, pero se nos escapó.

Finalmente, me levanté y lo atrapé, aunque era la primera vez que sostenía aquella mascota maligna y, por lo visto, no sabía cómo hacerlo, porque sus patitas traseras se convirtieron en mini hojas de sierra y me apuñalaron con las uñas.

Solté un chillido, dejé al conejo en el suelo y este salió corriendo por el jardín.

Me examiné los brazos.

La mayoría de los cortes eran solo rasguños, pero uno era más largo y lo recorrían unas pocas gotas de sangre.

Cuando levanté la vista, Kim estaba persiguiendo a Bugs con Yugyeom en los talones.

— En serio, el conejo está bueno —dijo HoSeok, y se rio por lo bajo de su propio chiste— Yo lo dejo caer.

Tae Hyung se tiró al suelo con los brazos extendidos y consiguió aterrizar perfectamente y capturar al bichillo.

Yug lo vitoreó y los dos primos que se habían unido a la persecución se pusieron a saltar y a aplaudir.

Kim se tumbó bocarriba en el suelo y se puso el conejo sobre el pecho.

El animal parecía un dócil gatito mientras Tae Hyung le acariciaba el pelaje.

— ¡Se te va a mear encima! —grité.

Él se rio como si fuera una broma, con los tres chiquillos sentados en la hierba a su alrededor y acariciando al conejo.

No, no era lo más adorable que había visto jamás.

Me negaba a admitirlo.

Kim arrancó unas briznas de hierba e intentó dárselas de comer al conejo.

— No le gusta la hierba. Come zanahorias, lechuga y pienso.

— ¿Cada cuánto lo bañan? —preguntó Tae Hyung.

— No lo sé, pero huele fatal.

Kim se volvió a reír.

Era una risa profunda y genuina, y todos los niños se rieron también.

Me alegraba que se lo estuviera pasando bien.

La carta en la que hablaba de los días de Acción de Gracias normales con su familia no era positiva.

Supuse que podía alegrarme por él aquel día.

Al siguiente, la cosa sería distinta.

Yugyeom libró a Tae Hyung del conejo y lo metió en su jaula.

Jimin y HoSeok se llevaron los platos contaminados dentro de casa.

Mis primitos volvieron a ponerse a arrancar hierbas que parecían flores.

Kim se quedó tumbado sobre la hierba con las manos detrás de la cabeza y los tobillos cruzados.

Mis pies cobraron vida propia, porque caminaron para ponerse a su lado.

Tae Hyung me miró desde abajo con los ojos entrecerrados.

— Tu hermano es una lindura.

— Y él lo sabe. Un poco como alguien que yo me sé —murmuré antes de poder callarme.

Él se rió.

— No estarás hablando de mí, ¿no? Porque estamos en tregua.

Era una broma...

Más o menos...

Pero tenía razón:

Estábamos en tregua.

— Ahora tienes los pantalones manchados de hierba en las rodillas.

Levantó una pierna y la miró.

Luego la bajó y dio unos golpecitos en el césped, a su lado.

— Siéntate.

Yo no estaba dispuesto a obedecer sus órdenes, pero, de nuevo, parecía que mi cerebro no tenía el control sobre el resto de mi cuerpo.

Me senté.

Tae Hyung se puso de lado para mirarme y se incorporó sobre un codo.

Luego se quedó mirándome, simplemente.

Tanto rato que empecé a sentirme violento bajo su escrutinio.

No quería ser el primero en decir algo, pero no pude evitarlo.

— Deberías considerar lo de dedicarte profesionalmente a atrapar conejos. No se te da nada mal.

Él sonrió.

— Eso sería casi igual de varonil que hacerme vaquero.

Me reí.

— ¿Y cuáles son tus planes para el futuro, entonces? —pregunté, y me di cuenta de que nunca habíamos hablado de eso en nuestras cartas.

Kim suspiró.

— Pareces mi padre.

Me fijé en que no había dicho «padrastro», aunque yo asumí que era a él a quien se refería.

— ¿Se supone que eso es una respuesta?

— Béisbol. Ese es mi plan, de momento. Aunque, si le ves alguna salida a lo de atrapar conejos, házmelo saber.

Yo reconocía una no respuesta cuando la escuchaba, pero me había acostumbrado a que Tae Hyung se abriera conmigo, en sus cartas, al menos, y, aunque no tuviera ningún sentido, me dolía un poco que no quisiera hacerlo ahora, en persona.

Pero claro, no lo haría conmigo, con JungKook.

Yo no era santo de su devoción.

Yo no era quienquiera que él pensase que le escribía las cartas.

— ¿Sigues teniendo hambre? —pregunté, cambiando de tema— Seguro que queda más comida dentro.

— No, estoy bien. De hecho, he comido en mi casa antes de venir.

— Entonces ¿por qué has venido?

— Porque tu hermano me invitó. Es un buen chico.

Pasé la mano abierta por la hierba, dejando que las briznas me hicieran cosquillas en la palma.

— ¿Esa es la única razón?

Quería que me hablara de su casa.

Que se desahogara, como en las cartas.

Si había tenido una mala mañana, quería que hablase de ello.

Tal vez quisiera demostrarle que podía hablar conmigo.

— ¿Querías que hubiera otra razón?

Ladeó la cabeza y levantó un extremo de la boca en una media sonrisa.

Me di cuenta de lo que había insinuado sin el contexto de las cartas.

— ¡No! Cla... Claro que no —tartamudeé, esperando que no se me pusiera la cara roja— Solo me preguntaba por qué tus padres no te han obligado a quedarte en casa. Los míos no me dejarían irme en Acción de Gracias.

Sus aires de confianza parecieron vacilar.

Volvió a tumbarse sobre el césped.

— Sí... Seguro que a mis padres también les gusta que me quede en casa. A mi madre le gusta que pasemos tiempo juntos.

— Ah, ¿sí?

Eso no era lo que había dicho...

Bueno, escrito, en sus cartas.

— Claro. ¿A qué madre no? ¿Verdad?

Este chico tenía la coraza más gruesa de la historia.

No sabía muy bien qué podría hacerle falta para que fuera él mismo al margen de sus cartas.

— No todas las madres son buenas madres. O los padres.

Tae Hyung no se inmutó ni cerró los ojos.

Solo volvió la cabeza y me observó otra vez.

— Te sangra el brazo.

Bajé la vista y me vi un par de gotas rojas por el brazo.

— Ah. Ha sido Bugs. No es para tanto.

— Deberías limpiártelo. No es la criatura más higiénica del mundo, precisamente.

Supe que la conversación se había terminado por el modo en que Tae Hyung se tapó los ojos con un brazo, como si fuera a echarse una siesta vespertina.

Me dolió más de lo que yo quería que doliese.

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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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