
Capítulo 1: Instituto para pijos
Antes de empezar me gustaría pedir
perdón si encontráis esta raya (-)
en vez de esta (—). Es un error
de Wattpad que voy corrigiendo.
Gracias. 🌹
Advierto que puede contener contenido explícito como lenguaje violento e incontrolado y referencias a
abuso físico o mental
Por favor, si ves o notas que alguien
ha copiado esta historia o
parte de ella ¡Avísame!
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—¡Suéltame!— le ordeno forcejeando. No se mueve. Le pego en las piernas, le doy codazos.... Nada, ni se inmuta. Me hago más daño a mi misma del que le hago a ella. La barbie se acerca a mí amenazante.
—Vas a pagar por todas las veces que me has dejado en ridículo delante de todo el mundo—sus amigas se acercan amenazantes. Las detiene y con un solo gesto de su perfecta mano, me meten al baño. Una vez allí comienzan a reírse. —Ahora si, podéis empezar— comienzan a pegarme. Nunca creí que unas "niñas de papá" fueran capaces de ensuciar sus uñas de gel y estar más de dos minutos en un baño sucio.
Trato de defenderme como puedo. Un puñetazo, dos, tres en la nariz y me dan patadas. Trato de zafarme del agarre de la chica pelirroja, pero no puedo. Emily ríe y comienza a pegarme mas fuerte. ¿Dónde está Tyler?
—Discúlpate por las veces que me has dejado en ridículo sin razón alguna— dice la misma voz chillona intentando hacerse oír por encima de los golpes. Las detiene levantando la mano derecha. Se acerca a mí para oirme.
—Una chica como tú, no se merece obtener disculpas de nadie— Ella aprieta los puños y sonrío ante mi ocurrencia. Más daño no podrán hacerme— Monstruo—añado y le escupo en la cara. La barbie se limpia asqueada.
—¡Estas muerta zorra!— grita a los cuatro vientos y sus amigas prosiguen en su paliza contra mí. No puedo soltarme del agarre por más que forcejeo. Noto como la sangre sale de mi nariz. Poco a poco mis párpados se cierran mientras noto golpes en todo mi cuerpo. Pero ya me da igual, solo quiero dejar de ver, dejar de sentir...
Dos meses antes...
Corro escaleras abajo para llegar a la cocina donde mi madre ha gritado histérica mi nombre más de tres veces. Es absurdo que se crea que por más veces que me llame voy a hacer caso mucho más rápido. Llego y mis padres ya están sentados en la mesa casi con los platos vacíos.
— Veo que estabais con hambre— miro fijamente a los ojos marrones de mi madre esperando una respuesta de su parte. La tensión entre ambas es evidente, pero lo que imagino que ella no sabrá, es que existe por culpa de sus acciones.
— Si y cómo has tardado mucho tenía que saciarla—contesta mi padre al darse cuenta de lo que ocurre—¿Qué hacías?
Siempre me suelen decir que tengo los ojos verdes de mi padre pero de lejos los de mi madre. Son muy raros. De un color marrón con una pizca de esmeralda. La verdad es que a mí me da igual, pero la verdad prefiero no tener nada que ver con mi madre, pero lamentablemente tengo la mitad de sus genes.
—Estaba viendo Titanic—me excuso y cojo la cuchara dispuesta a comer el puré.
—¿Por qué parte ibas?— me pregunta mi padre llevándose una cucharada a la boca. Él siempre ha sido más comprensivo de lo que mi madre será jamás conmigo.
—Acabo de empezar— tomo el vaso de agua y lo levanto en alto de tal forma que quede justo a la altura de mis ojos. Frunzo el ceño al encontrar un mosquito muerto flotando. Que asco.
Así transcurre la cena, toda placentera y perfecta, hasta que mi madre le lanza una mirada de las suyas a mi padre y carraspea. La observo y no tardo en darme cuento de que eso significa problemas.
—Rebeca— me llama él —Tenemos algo importante que decirte.
Asiento temerosa y le hago una señal de que continúe mientras me como la última cucharada de puré. Mi padre se queda mudo unos segundos. Sus ojos van de un lado para otro y resopla cada medio segundo. Se afloja el nudo de la corbata y carraspea.
—Te hemos cambiado al instituto Smithsoniano.
Escupo.
—¡Que!—grito después de haber echado el puré a la pobre camisa de mi padre.
—¡Rebeca!— ya está otra vez la voz de mi madre. No se qué derecho se cree que tiene a decirme algo si el único motivo por el que está aquí, otra vez en casa, es gracias a mí.
— Perdón— sonrío inocente a mi padre— ese instituto es horrible— añado limpiándome la boca con una servilleta. A veces creo que me paso de dramática.
—Tenemos que irnos a España por cuestiones de trabajo—mi padre comienza a limpiarse la camisa.
—¿Y?—pregunto indignada. Son perfectamente capaces de designar a otras personas para cubrirles. Mi madre es jueza y mi padre intenta que los criminales no pongan un pie en la cárcel. Es el mejor abogado que conocen en Washington, así que no les costará escabullirse de ciertas cosas, pero su amado dinero no se lo permite.
—Está más cerca de casa y no tienes que conducir tanto— mi madre me mira como si fuera un peligro público al volante. Pero a decir verdad, conduzco mejor que ella y no suelto el volante cada vez que discuto con alguien por teléfono.
—¿Y cuando os iréis?— pregunto una vez que he conseguido dejar de matar a mi madre con la mirada.
—Mañana—responden al unísono. Hablan como si se hubieran aprendido de memoria uno de esos grandes discursos que deben dar cada vez que van al trabajo. Patético.
—Pero no quiero ir a ese instituto— mi expresión de enfado es evidente y se ve a leguas que me estoy controlando lo máximo posible. No me gusta que me digan lo que tengo que hacer. Es hora de apelar a su orgullo —Además sabéis que la "señora perfecta" ha puesto dinero allí— mi padre frunce el ceño confundido y justo cuando pienso que lo he logrado, mi madre abre la boca.
—Irás y punto—zanja la discusión. La miro desafiante y al darme cuenta de que no va a cambiar de opinión, subo a mi cuarto dando un portazo. Me ha quitado las ganas de seguir comiendo.
Desbloqueo el móvil y les mando un mensaje a María y Vanesa diciéndoles que a partir de mañana iré a su mismo instituto. Y como era de esperar, ambas se alegran. No quiero cambiarme pero, no tengo muchos amigos en el instituto al que he ido toda mi vida. Desde que cambiaron a María y Vanesa de allí, me quedé sola.
La mayoría del "instituto para pijos" se creen unos prodigios nacidos para el estudio. Eso es ley pero como dicen en mi barrio: "Los Smithsonianos no son una buena compañía".
A mi me gusta mucho mi instituto la verdad, no voy a mentir, pero sí que es cierto que me gustaría estar con mis amigas de la infancia otra vez.
Siempre hemos sido íntimas y nunca hemos estado separadas hasta que sus padres las cambiaron por darles a sus hijas una educación mejor para el bachillerato. Lógicamente mis padres no iban a matricularme allí estando las cosas como estaban con los que más habían donado dinero para aquel instituto. Pero ahora me meten al instituto Smithsoniano, el cual es famoso precisamente por eso, la familia Larwen. Genial, esto va a ser gracioso.
Al día siguiente abro el armario y me pongo una blusa blanca dentro de los vaqueros ajustados por la cintura y mis converse blancas. Para darle un toque de elegancia me pongo un cinturón negro con una hebilla circular grande brillante. Perfecta.
Bajo a la cocina con cara de indignada, pero no hay rastro de mis padres. Deduzco que están ya de camino. ¿Ni siquiera se despiden? Se me acabó el drama.
Es raro no verlos allí pero se está muy bien en silencio. La soledad siempre ha sido mi punto fuerte. Desayuno rápidamente lo que la trabajadora de mi madre, Marcela, me ha preparado y voy rápidamente al coche.
Cuando llego al parking del instituto mis amigas están en la entrada esperándome. Vanesa va con el pelo suelto y María con su pelo rubio recogido en una coleta hacia el lado mientras escribe en su cuaderno. Sonrío al darme cuenta de que este curso no estará tan mal si ellas están conmigo. Como en los viejos tiempos.
Salgo del coche, lo cierro con la llave y pongo la alarma por si acaso algún parrandero se lo quiere llevar, aunque no creo que aquí haya de esos. De hecho, mi coche es el menos lujoso de todos los que hay aquí.
Camino unos pasos hacia la entrada mientras trato de cerrar la mochila cuando una chica rubia con pelo ondulado y con aspecto provocativo choca contra mí, provocando que me caiga al suelo y todos los libros se quedan esparcidos por el patio.
—¡¿Eres imbécil o tienes un bloqueo en la cabeza?!— le grito mientras me agacho a recoger mis cosas.
La chica, que ya lleva un buen adelanto, se gira y camina hacia mí moviendo sus caderas exageradamente acomodando su pelo a un lado para dejar ver al descubierto su perfecto hombro.
—Cuidadito con lo que dices nerd— mira a mis amigas con asco —Si sigues así, acabarás muy mal—su olor a vainilla me llega directamente a las fosas nasales. ¿¡Se ha puesto cinco litros de colonia o qué!? Se da la vuelta y se va.
—¿Eres estúpida?—me preguntan al unísono. Frunzo el ceño —Esa chica es la reina del instituto. Si le caes mal a ella, le caerás mal al mundo—me aclara la rubia.
—Menos mal que no te ha hecho nada más.—Vanesa suelta un suspiro.
Frunzo el ceño. Pero si yo no he hecho nada... Miro a la lejanía a la barbie del demonio. Parece de clase alta, aunque a decir verdad, creo que aquí todos son de esa clase. Bueno, todos menos yo.
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