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Capítulo 9

Lovely Walker.

No hay Tay para ti.

La puerta de mi habitación se abre y me levanto de golpe viendo al centauro que se acerca con sigilo, quitándose la camisa al tiempo en que se deshace de los zapatos y cierra la puerta.

—¿Qué... qué haces aquí? —se me traba la lengua al verle el torso desnudo.

Camina sin decir nada y el metal del cinturón hace que me martillee el corazón con fuerza.

—Te dije que te iba a desgarrar —su ronca voz me penetra la piel haciéndome caer al delirio de la sensualidad que desborda—. Abre las piernas para mí.

Me pica el cuerpo y la sensación en desgarrante, sus ojos dorados me penetran aunque el brillo de uno me deja ciega con la oscuridad del otro mientras va acercándose. Me tiembla todo, y para mi suerte tengo una bata negra. Sus manos tocan mis rodillas sin despegarme la vista frente a frente. Mi pecho se eleva una y otra vez anhelando que lo haga, abre las piernas con suavidad y gruñe cuando tiene puertas abiertas a mi coño.

—Estás tan jugosa, encantadora —va bajando poco a poco sin negarme la vista de esos ojos preciosos—. Dime lo que quiero escuchar.

Me atraganto con la saliva, me tiemblan las piernas y el desespero se apodera de mi cuerpo mientras guió mis manos a su cabello suave.

—Nunca me he sentido así —acepto—, cada que imagino el placer estás tú. ¡Dios, Tayler! Sólo te deseo a ti.

—Bien hecho. —se hunde el mis pliegues. Su lengua cálida y húmeda hace que el calor líquido me atraviese.

—¡Oh, Tay...!

Un suspiro me levanta, busco algo en mi pecho, no sé qué es, pero siento que sufro del síndrome de la extremidad fantasma. Estoy sudando y por si fuera poco, me palpita el clitoris hasta el grado de doler.

Salgo de la habitación de Edward.

—¿Qué mierda haces aquí? —su voz me hace alzar la mirada y mierda.

«¿siempre debe versé jodidamente ardiente?», me martirizo. Trae un pantalon negro y camisa azul marino, zapatos de vestir, y tiene las mangas recogidas hasta el antebrazo.

Yo por ejemplo soy un asco, estoy sudando, pegajosa, despeinada y tengo las bragas empanadas; tenerlo cerca no ayuda.

—Te hice una puta pregunta —se me acerca y le niego la mirada fijándome en la abertura de su pecho, inhalando el aroma—. ¿Qué mierda hacías allí?

—Tenía frío y Edward me dejó dormir en su cama —confieso.

—¿Por eso es que luces como si acabaras de follar dentro de un horno? —me alza la barbilla y huele delicioso.

—Tuve... una pesadilla —dejo ir el aire de mis pulmones.

Sus labios son imanes y me enciende cuando pasea sus ojos verdes dorados sobre ellos. Mi cuerpo se mueve sólo queriendo la cercanía entre ambos.

—Si te revuelcas con otro te voy a mutilar —espeta—. Mantén las piernas cerradas.

—No tengo ganas de acostarme con nadie —«que no sea contigo»

Me abro paso pero me detienen metiéndome los dedos al bordo del short. No lo miro a los ojos porque lo más probable es que me lance a él envolviendo las piernas en esa cadera que si parece capaz de desgarrarme.

—Una estupidez más y te juro que te mato de la peor manera posible, Mocosa —advierte.

La palabra mocosa en su boca me hace temblar, y no sé porque estoy tocando su mano y girando hacia él.

—No tengo que engañarte —me acerco a su cuerpo. Su pecho retumba cundo estoy cerca—, quieres mostrarme que te deseo, y que tú ya a mí no. Que soy una infiel, pero la verdad es que es obvio que te iba a engañar con Damon. No importa que tan bien me follaras —su cara se desfigura—, yo amé a Damon, pero así como tú, se convirtió en poco para mí. Las humillaciones, y toda la mierda, me hicieron ver que no lo necesitaba. Y sí, me lo seguí cogiendo. —la mandíbula se le tensa y me pone a temblar—. Pero es verdad que me gustas y mucho, no sé qué diablos pasó antes, sin embargo; no quiero saberlo. Pero si me quieres follar hazlo y si no, mátame, porque ya no voy a soportar ser humillada por otro frustrado.

Me suela el short y me rodea con los brazos la espalda, mi autocontrol se va allí, mientras él me alza por los aires y yo lo rodeo con mis piernas.

—¿Por qué dices todo eso pero nunca un perdóname? —su oración me desfigura el rostro y suelto las piernas de su cadera consiguiendo que me deje en el suelo.

—Porque no lo sé —acepto con el ardor de garganta—; siempre quise a Damon, y creo que si lo hice fue por eso.

Asiente con la furia recorriéndole el rostro, las venas de los brazos se le remarcan.

—¿Lo querías después de las humillaciones? —pregunta.

—Sí —digo en un suspiro, y los ojos me arden con la lagrimas que no quiero dejar salir.

—¿Sigues amándolo? —me pregunta y su mano le pica por agarrar el arma que trae en la espalda, la cual le sentí cuando lo colgué de él.

La respuesta más honesta sería no lo sé porque ya no sé qué siento. Pero, ahora no me siento así, no me imagino a Damon, no me pregunto qué hace y tampoco pienso en mis amigos, no me interesa lo que hagan ya que yo estoy aquí, sintiendo que me desvanezco por besar al hombre que tengo al frente el cual me odia con repudio.

—No —no miento—, no sé lo que siento por ti, y tampoco lo que sentí. Si me conoces deberías saber que no miento y que no me importa lo que pienses —digo sin despegarle los ojos de encima—, si me quieres castigar por traicionarte... hazlo.

Guió mis manos a mis múslos para arrodillarme.

—No —me frena—. No eres mi mujer, así que no tienes que cumplirme. Eres mi presa, y sólo harás lo que yo diga cuando yo lo diga.

Me vuelvo pequeña, sintiendo un vacío en el pecho, se me comprime el estómago pero freno mis ganas de llorar por la humillación que acabo de pasar.

—Sí, señor —no lo miro y camina golpeándome al alejarse.

Me duele el pecho porque no sé qué hacer ni que decir para que esa mirada de odio acabe, pero no puedo hacerlo.

Ya me canse de rogar, de pedir piedad, y también de llorar. Me trago el sentimiento de dolor que me da asco mientras camino hacia mi habitación para ducharme. Escucho la voz de Yukimura, y me entusiasma que al menos él me ponga atención. Bajo con una bata gris y lencería del mismo color, un moño medio hecho con los mechones salpicando mi rostro. El sol merma el frío así que disfruto de la sensación de escalofrío que me regala cuando me apresuro en el acercándome a la mesa de jardín donde está el Yakuza bebiendo café y comiendo Waffles.

—¡Doncella! —dice cuando bota mi acercamiento.

—Ho...

—Ya no lo es —espete Tayler, atropellándome con el hombro y del otro lado trae a su puta.

—Pues ante la ley lo es. —lo ignora al igual que yo y sigo mi camino hacia el Yakuza que me abre paso a su lado—. ¿Cómo dormiste?

Me encojo de hombros.

—Tuve una que otra pesadilla —le comento.

Odelia me trae el desayuno igual con un café americano, y le sirve a Tayler junto a la mujer que ahora viste un vestido salmón ajustado a su cuerpo. Me atraganto cuando se acomoda para desayunar.

—Que descortés soy —habla el Yakuza frenando mi instinto de clavarle el tenedor a la chica en la mano—. Ella es Greta —me señala a la tipa y ella se hace la importante.

—Ok. —le sonrió a él—. No es necesario que me presentes a las putas de tu amigo.

—No soy... —abre la boca y es como si me taladraran la cabeza.

—Oh, si —me burlo mirándola a los ojos oscuros—. Lo eres. ¿Has follado con él? ¿Se la has mamado?

Guarda silencio incómoda y me dan unas ganas de vomitar irracionales, confinadas con calambres en el estómago y una fuga gastrica martirizandome.

—Eso creí —es todo lo que digo antes de tragarme el trago de cerveza que tiene el Yakuza.

Sabe cómo la mierda, y quiero vomitar pero es mejor esto que verle la cara a esa que le masajea la verga por debajo de la mesa.

—Creí que no te gustaba la cerveza —murmura Tayler sin mirarme.

Lo ignoro como siempre y la mueca de desagrado hace que el Yakuza se ría.

—¿No te gusta? —me quita su bebida.

—No —confieso sonriente—. Sabe a mierda, no sé cómo les gusta, es como si las bombas de gas te picaran el estómago.

—Es cómo soda de sabor pero amarga.

—A ella no le gusta la soda de sabor —da un dato curioso de mí que me obliga a mirarlo y el Yakuza me mira.

—Supongo que para cazar hay que saber —me encojo de hombros restándole importancia.

El Yakuza asiente sintiendo la tensión que se ha creado, el sabor a cerveza no merma y en asco se vuelve notorio cuando saboreo mi boca queriendo llevar un poco de Waffle con mermelada de zarzamora a mi boca.

—Toma esto —me desliza el vaso de ron y veo sus ojos preciosos siendo humanos por un momento.

Tomo el vaso temblando por el acto insignificante que me hace sonrojar.

Le doy un sorbo y siento que el sabor se vuelve aceptable, relamo mis labios y lo atrapo mirándome fijamente mientras el Yakuza habla con la tal Greta, cosa que no había notado hasta que las miradas entre nosotros merma cuando pongo la iniciativa deslizando el vaso hacia él.

—Gracias... señor.

Él no dice nada y nuestro desayuno transcurre tranquilo. Yukimura vuelve a ayudarme con el arco y siento que me vuelvo mejor. Estoy riendo mientras Tayler se besa con otra a pocos metros y me duele pero no tengo ganas de martirizarme por ello. Zapeo una que otra vez al Yakuza porque dice cosas en chino que no comprendo y él sólo se carcajea desarmándose el cuerpo.

Tenso las mejillas entumidas de tanto reírme, aunque el trago amargo no merma ya que ese baboso sigue con la mujer, ella tiene las piernas sobre su regazo mientras nos ven practicar tiro.

—¿Quieres hacerlo? —giro al Yakuza que me entrega el arco y una flecha.

Mira a mis espaldas señalando a las babosas que se acarician cada nada, de hecho de tanto verlo ya me siento en una estabilidad de furia al nivel del mar.

—Seguro me castigara. —le niego la propuesta queriendo librarme pero insiste poniendo el arco en mi pecho.

—La Doncella que conocí no tenía miedo a ello, eres su mujer pese a que te odia —me dice—, tienes derecho de hacer lo que quieras.

Tomo el arco sintiendo como la adrenalina me sube y baja cuando acomodo la flecha; la cola en la comisura, relaja, respira, en el blanco, exhala y... suelta. La flecha viaja a la dirección golpeando con fuerza la banca donde están sentados, quedando a nada de la pierna de él y en medio de los pies de ella. No puedo ocultar la sonrisa.

—¿Qué te pasa, desquiciada? —me grita el imbécil.

—Perdón —miento obviamente porque me hubiera gustado darle en el pito por maldito.

La tipa me susurra algo y:

— ¿Quieres que te la chupe aquí? No quiero seguir viendo a la perra que tienes.

La rabia me corroe sin importar qué Tayler le aparte las piernas de golpe, y tomo una flecha.

—¡No! —me frena el Yakuza haciéndome perder el tiro que se clava en otro lado—. No puedes matarla ya que es mi mercancía, y ella vale mucho.

—Que lo pague —me suelo, voy como desquiciada a y cuando me nota se levanta.

Tayler se levanta evitándome el paso hacia ella y eso me rompe algo en el pecho.

—¿Qué crees que haces? —me pregunta.

La tipa se esconde tras él y qué puta maldita cobarde.

—¡Vuelve a llamarme perra y será lo último que digas! —la señalo.

—Vamos, Doncella —me toma del brazo el Yakuza y dejo que me guíe ya que en serio quiero llorar.

Tayler se vuelve a sentar acomodándose el cabello, la furia no se le puede ocultar pero vuelve a poner los pies de ella sobre su regazo. Dejo de mirarlos porque estos días al parecer serán los más largos de mi maldita existencia.

Veo a lo lejos a Odelia con el bebé que llora a más no poder, y...

—¿Puedes distraerlo?

—Claro, aunque es difícil ya que sus ojos están en ti —me informa—. Trataré.

—Gracias. —tallo su hombro.

Lo que siento por Tayler es algo que no puedo descifrar sin embargo, lo que siento por ese bebé sólo alimenta el martilleo que siente mi corazón al verlo con otra, es como si quisiera que el estuviera conmigo mientras lo cargo, y... es algo que no va a pasar así que mejor me dirijo a la casa indicándole a Odelia que entre. Los ojos de Tayler me sigue pero el Yakuza lo distrae por unos segundos haciendo que le diga a Odelia con la mano que entre.

Esa mujer capta a las mil quinientas y debo esperarla en la puerta mientras escucho los llantos del bebé. Me adentro a la cocina para que desde la ventana veamos si se acerca el loco ese.

—Déjame cargarlo —le pido y aunque lo piensa acepta.

—Mi niño la quiere mucho —me dice entregándomelo.

Él me pide los brazos y se aferra de mi cuello sollozando, lo beso y y acaricio, mientras llora balbuceando "Mamá", se me parte el puta alma porque lo quiero mucho, y eso sólo hace que quiera estar con Tayler. Recuerdo la foto en su habitación y sé que éramos nosotros.

—Ya mi cielo —lo tranquilizo tocándole su carita que me busca y le doy besitos a sus mejillas húmedas y saladas—. Ya estoy aquí, no me iré a ningún lado.

Sigue sollozando, y me aferro a su cuerpecito que ya responde ante funciones musculares. Lo siento en la barra y le ofrezco una uva a la cual le quito la cáscara antes.

—¿Quieres? —le pregunto y asiente.

Sus suspiros desarman su pecho, y tallo el cabellito rubio rizado que se le hace, sus ojos verdes me dicen que el pedazo de mierda que está allá afuera es su único familiar vivo. Me destroza que la jerarquía permitiera que abusaran de una chica como Abby, el dolor tuvo que ser tan desgarrador como para dejar a este pedacito de carne.

—¿Ya le pusieron nombre? —le pregunto a Odelia mientras el bebé se aferra de mi bata.

—No, ya tenía el de Eliot porque usted se lo eligió, pero el joven no quiso seguirlo llamándolo así —explica.

—¿Lo ha visitado? —paro al bebé en el mármol su sus piecitos rosas se tambalean mientras sonríe.

—Sí, cada mañana y antes de dormir.

Sus palabras me hacen sonreír mientras peino al pequeñote frente a mí con sus dientes saliendo en la parte de abajo y abajo. Es como un bebé de los que me compraba mi padre. Sólo que este me hace sentir algo distinto.

—Ponte de aquel lado —le pido a Odelia.

Me hace caso mientras le estiro los brazos a para que tome a Eliot.

—¿Lo hará caminar?

—Vamos a ver qué tan fuerte es —le digo y miro a Eloit que me sonríe—. ¿Verdad lindura?

Suelta una carcajada y el corazón se me llena de flores y mariposas.

Le extiendo los brazos mientras patalea y me quiere alcanzar.

—Ven —le ofrezco los brazos. Mi pecho se comprime cuando se desespera balbuceando «ma-ma» una y otra vez—. Ven conmigo, sí.

Se me quiebra la voz y Odelia lo suelta, me sorprende que no caminara porque lo hace de maravilla, lento y tambaleándose pero seguro. Llega a la meta y lo levanto en el aire viéndolo sonreír para llenarlo de besitos en la barriga.

—¿Por qué tu tío no ha visto esto? —le pregunto y se carcajea.

Es tan dulce.

—¿Quiere mostrarle? —me pregunta Odelia.

La verdad es que sí, quiero que vea que su sobrino está creciendo y que quiero que me deje acercarme porque así como quiero estar cerca de él tampoco me puedo alejar del bebé.

—¿Crees que se enoje? —hago una mueca.

—Sí —me regala una sonrisa maliciosa—, pero ama a su sobrino tanto como a usted.

Sus palabras me gustan más de lo que deberían así que le entrego a Eloit para volver a salir.

—¡Tayler! —le grito cuando salgo y se talla el puente de la nariz cuando me ve salir con Odelia—. Quiero que veas algo.

—¿Quieres que te mate ya? —ironiza—. ¿Que parte no entendiste de lo que te dije?

Lo ignoro rodando los ojos mientras Odelia acomoda a Eliot en el suelo.

—¿Listo Eliot? —el bebé se carcajea con oírme y patalea extendiendo los brazos.

—No se llam...

Odelia lo suelta dejándolo mudo con lo que ve que está pasando y puedo sentir su alegría cuando se levanta y se arrodilla para que su sobrino vaya hacia él, me causa ternura verlo sonreír de esa manera. Pero «ma-ma» llena mis tímpanos y su cara se desfigura.

No le hago caso y me pongo detrás de Tayler sujetándole los hombros. Olvida su bravata y Eliot grita de emoción acercándose a los brazos extendidos de Tayler. «Pa-pa» balbucea el bebé y Tayler lo toma rompiéndome a pedazos cuando lo tiene entre sus brazos.

Lo besa y lo acaricia, peinando sus rulos rubios.

—¿Por qué no me dijiste que sabías caminar, maleducado? —lo regaña y el bebé se ríe.

—No me quites esto —digo cuando me agacho hasta su oído. Me pongo a su lado y Eliot me busca con desespero.

—No tienes el derecho, Lovely —los ojos se me cristalizan—, que Eliot te ame como lo hace es una muestra de todo lo que dejaste por revolcarte con otro —dice sólo para los dos—. Ya te dije que te quiero lejos de él, porque el día que mueras no podré revivirte.

—Creo que cometes un error.

Me niega la vista de sus ojos preciosos sintiéndome tan miserable como la primera vez que fui rechazada, pero incluso esto es peor.

—Lo hiciste tú —replica—. Lo único que te pedí cuando te traje fue lealtad, ni siquiera te pedí tu cuerpo. Ese me lo entregaste porque lo querías, sólo te pedí lealtad, ni siquiera te pedí amor, ni el perdón. No es mi culpa que no seas de palabra.

—Tay...

—No hay Tay para ti —ruge bajo y se levanta con Eliot en los brazos.

Se lo entrega a Odelia y me levanto sintiéndome como una vil mierda, Tayler regresa con los demás y me largo a la casa porque no soportare ver la cara de gozo de su puta.

De hecho no estoy soportando nada, me pica la ropa y me dan ganas de volver a matarlos a los dos pero el dolor del desprecio el más fuerte, otra vez me humillé, pero sé que quiere que le pida perdón, y eso no va a pasar.

Me pregunto si ser estúpida es mi verdadera profesión, debería tatuarme en el antebrazo la insignia de estúpida para que nadie me confunda y sepa que mi mejor arma es tropezar con la misma piedra y los mismos errores.

Ya no soy una niña, pero sigo siendo joven, él es un hombre aunque parezca de veintidós, pero no, es un maldito traga años y traga vaginas porque sé que se la folla todas las noches y por eso me rechaza.

No puedo mantenerlo conmigo, y ese es el problema.



🥀🥀🥀

Nota:

Soy demasiado egoísta cuando se trata de mostrar a Tay porque sinceramente no hay hombre que se le asemeje a la belleza que hay en mi mente. Henry es uno pero ajá, con los ojos de Lovely podrán apreciarlo y su físico así. No sé cuánto pesa unos 130 kilos en músculos y mide casi dos metros.

¿Tienen alguna queja hasta ahora? ¿Tienen alguna duda?

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