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Capítulo 73

Por favor, les pido que si no pueden leer, pasen esa parte.
Aquí TODO es explícito.

Lovely Walker.

Delirios.

No sé cuántos días llevo aquí, pero trato de acoplarme. Hago mis deberes como todas, preparan la comida y yo lavo todos los platos aunque el agua me acalambre las manos. Limpio los pisos como me ordena Jade, es la chica que me ha ayudado.

He conocido más la casa, y hoy toca limpiar la sala de reuniones porque mañana hay una fiesta. Andersson me habló y dijo que llegaría en dos días más tardar.

Bajo al lugar donde huele a sexo, tomo la cubeta y la esponja que me separan al pasar la puerta. Comienzo a recoger condones, juguetes sexuales rogando de que los guantes no tengan orificios.

Meto todo en su lugar y me ocupo de poner agua caliente en un traste para dejar los instrumentos de placer. Limpio todo, y las paredes llenas de semen.

Termino de limpiar el especio con diversas camillas y tablones que parecen mesas de tortura con agarraderas.

«Aún en la mierda lo recuerdo»

Después de limpiar los juguetes y dejar el cuarto de torturas sexuales, me dirijo al comedor donde todas nos sentamos en silencio a comer. Lavo mis manos con blanqueador hasta que arda.

Me amarro con una pinza el cabello y me dirijo al pequeño comedor donde todas vestimos de sirvientas como si fuésemos robots.

—¿Cómo estuvo allá abajo? —pregunta Jade pasando a mi lado.

—Huelo a fetos apunto de nacer —resoplo.

Nos sentamos todas en la barra de madera llena de taburetes para cada una, aquí hay rusas, alemanas, latinas y asiáticas. Normalmente no se habla ni se les permite hablar, mucho menos conmigo, ya que, Jade me dijo que soy un símbolo de feminismo.

«Uy, sí»

—¿Cómo fue lo del baño? —me pregunta Jade acomodándose en el taburete. Palmea el banco y me siento a su lado.

Lo del baño... apenas recuerdo cómo desperté al día siguiente, y estaba en mi cama pequeña con ropa gigante, tenía una pomada en los pliegues que me ayudó a que sanara al igual que las heridas de mis manos. Aún tengo vendas pero las quito a la hora de limpiar, y las coloco a la hora de dormir.

El vikingo se fue pero llega hoy para la reunión de mañana, por eso creo que no he recibido mi castigo.

—Estaba drogada —digo escuetamente.

Las demás simplemente se limitan a comer. Jade es como la favorita del vikingo y tiene cierto privilegio.

—Le diste lo que se merecía, güey —soba mi hombro—, lo ha hecho cada que viene con muchas de nosotras. Supongo que tú no te le podías escapar.

—¿Estoy en problemas? —pregunto y me llevo un trozo de pan a la boca después de remojarlo con crema de verduras.

«Ahora te entiendo, Eliot»

—No pasa nada...

El azote de una puerta las pone en alerta y no sé porque dejan de comer, pero yo hago lo mismo. No quiero problemas.

Veo la silueta de un hombre alto de brazos gruesos, la cuchara se me cae por el miedo que emanan cada una de ellas contagiándome.

—¿Quién toca hoy? —pregunta con voz gruesa.

Una se levanta del taburete y mis ojos se abren cuando él camina frente a mí del otro lado para sacarse la polla. No puedo ver... no...

Jade me agarra la pierna cuando ve que intento moverme, y me dice que no con la cabeza.

Las lágrimas comienza a salir de mis ojos cuando la recarga sobre la mesa regando el plato de comida la cara de la chica. Comienza a embestir sin piedad. Ella chilla y por su cara..., no lo disfruta, solloza apretando los puños. Las demás están con la mirada hacia abajo, pero no lloran, lo cual me hace saber que es normal.

Comienza a gritar pero cubre su boca.

—¡Cállate perra chillona! —la toma del cabello refregando la contra la mesa mientras grita y me devuelve al baño.

Yo tratando de empujarlo, tratando de quitarlo, tratando de apartarlo pero sin poder... el dolor de mis pliegues al día siguiente y sus manos clavadas en mis caderas.

—¡Déjala, maldito cerdo! —grito sin pensar aventándole mi plato de comida al pecho.

Me encuentro con el hombre alto de barba que se sale de la chica, la tira al suelo y rodea la mesa.

—Calma, Grandote —lo trata de frenar Jade pero la abofetea mandándola al piso cuando se pone como escudo frente a mí.

Trato de correr pero me toma de la pinza rompiéndola, y me arroja al piso.

—¿Quieres ocupar su lugar? —inquiere mientras trato de levantarme pero me empuja al suelo poniéndome la bota en la espalda.

Reboto contra el suelo.

—¡No puedes tocarla! —grita Jade.

—¡Pásenme la botella! —ordena y trato de girar pero esta vez no hay lugar donde escapar.

—¡No, por favor! —me desarmo luchando pero es demasiado fuerte, pesado. El aire deja de fluir ya que, me impide por la presión de mi pecho.

—Aprenderás modales, puta golfa —espeta—. ¡Sujétenla!

—¡No! —grito, pateo y peleo pero las manos de más de una de la chicas me sostienen y un pone la rodilla en mi cuello—. Por favor...

Arranca mi ropa interior con facilidad, y un grito me ensordece cuando lucho tratando de evitarlo. Me abren las piernas pero ponen presión.

Ubica mi entrada y el vomito me atraviesa cuando el corazón me palpita en la garganta. Cierro los ojos y siento como empuja el pico de una botella dentro de mí, lastimándome por la falta de lubricante. Embiste una y otra vez, me resigno mientras lo único que veo son los cuerpos de las chicas que me sostienen y una hormiga llevando una hoja. «metafóricamente», pienso.

—¡Es para que aprendas! —embiste haciendo que la cabeza me duele, la mejilla me resbala en la madera por las lágrimas calientes—. Aprende a quedarte callada, porquería.

Empuja una y otra vez. Los pliegues me arden por la fricción y la vejiga me revienta por los empujones de la botella de vidrio. «Que no se rompa adentro, Dios mío»

Saca la botella y la arroja.

—¡Quitentese!

Las chicas dejan de estar sobre mí y se acomoda entre mis piernas, besa mi mejilla llena de lágrimas. Mete los dedos en mis pliegues adoloridos mientras me tiembla todo, y el vomito cubre poco a poco mi cabello.

—Abre la boca —ordena y temblando hago caso.

Empuja los dedos llenos, fluidos. Saben y orina hasta que toca mi campaña haciendo que me arque.

—Abre las piernas.

—¡Házmelo a mí! —reconozco a Jade—. Vamos, grandote, tú sabes que sólo yo puedo consentirte.

Lo piensa por un segundo mientras el labio inferior me tiembla, el miedo se apodera de mi pecho pero no puedo moverme, ya no puedo luchar. Muerde mi hombro y se levanta impulsándose de mí.

Me quedo tirada allí, sin poder respirar, apenas puedo moverme, estoy orinada, vomitada, y sangrando. Veo cómo cae Jade al suelo y comienza con ella mientras calla un grito con sus ojos cerrados.

Estiro la mano hacia ella tratando de alcanzarla pero sus labios dicen:

—No. Está bien, está bien.

Cierro los ojos cuando la vista se me nubla, y me arde la nariz. Veo cómo su cabeza se sacude una y otra vez. Se sale de ella y ella se levanta.

—¡Aprende de una mujer de verdad! —espeta arioso.

—Ok... —frena mis palabras dándome una patada que me hace rodar y quedar boca arriba como una estrella.

—Déjala, yo la enseñaré —dice Jade.

El tipo le da una nalgada y se va. Jade me levanta con ayuda de otras chicas, y no las culpo, ellas son unas víctimas aquí.

—Revisen que no vuelva —pide Jade.

Me arrastra hasta su habitación que está subiendo las escaleras y entramos. Cierra con pernillo. Veo lo bonita que es su habitación, huele a gardenia y la luz es rosa, mantas del mismo color, no es nada a la Jade que ves en la casa limpiando, aquí hay delicadeza.

Ya no soy fuerte, ya no hay fuerza. Soy asco. Esto es mi culpa, creí que podía arreglarlo, irme e iniciar donde no me obligaran pero no puedo tenerlo. «Jamás puedo tener lo que quiero»

Me ayuda a limpiarme, y bañarme mientras el nudo agrio en la garganta se me va deshaciendo a medida que las lágrimas me rompen el pecho con un dolor descomunal. La regadera me quita el vomito y sudor pero no sus manos, no me quita la sensación de obstrucción en mi cuerpo, no el empujon de la botella, ni su barba en mi mejilla.

—Gracias —es lo único que puedo articular. Si no hubiera sido por ella quizá tuviese el semen de un hombre que jamás había visto dentro de mi vagina.

Ella se viene a mí abrazándome, y me quiebro, no resisto. Dejo que me rodee con los brazos mientras mis berridos inundan el cuarto de baño.

No debería de doler, porque preparé para esto, me preparé para sufrir, para llorar pero esto me puede, es como si mil veces me hicieran pedazos, se siente como caer y levantarme, volver a caer, y caer sin haberme levantado.

Manos sobre mi cuerpo, manos en mi cuerpo. En menos de nada he consigo lo que siempre traté de evitar, eso que traté de que no sucediera, lo que se supone que no debía pasar, eso por lo que la jerarquía y la Mafia trabajaron mano a mano. Pero me he desplomado, se ha terminado, y yo he terminado. Sólo debo esperar a morir o ver qué diablos va suceder. Porque volverá por mí. Y entonces moriré en paz.

«Siempre, mocosa»



Tayler Aragon.


Paso a la siguiente hoja del periódico que me llega a diario y lo arrojo ya que dice puras estupideces. «Muerto», la palabra navega mi mente.

Ese maldito bufón no puede haber muerto. Doy vueltas en la caja de cristal que me impide salir por la mujer que me nubló el juicio desde que la conocí, pero algo me punza el pecho cada que la recuerdo. Algo no me agrada, no me gusta.

Me pica la ropa pero no puedo hacer nada, me siento en el fondo de la caja a esperar mi almuerzo. He tratado de mantenerme tranquilo porque estoy esperando que venga con sus tacones resonando el espacio diciendo que ya aprendí mi lección.

El día transcurre aberrante pero la hora de la comida llega y al menos hacen algo decente. Bebo ron y me fumo un puro al día tratando de recordar la mejor época de mi vida, esa donde me despertaba y la veía en la barra tomando café con sus batas anchas, prefería que fuesen así, no quería que se sintiera incómoda dejándome ver sus atributos.

La puerta se abre y me levanto con una emoción que ignoro tratando de verme firme.

—¿Tú qué mierda haces aquí? —espeto cuando veo pasar a Carsten y seguido el Yakuza.

—¿Qué dice la vida de prisionero? —bromea el Yakuza.

—¿Qué dice la vida de futuro padre?

Se le borra la sonrisa y me carcajeo. Trae un sobre y callado lo desliza dentro de mi buzón.

—¿Y, esta mierda? —levanto el sobre amarillo.

Trae algo dentro, algo ligeramente pesado.

—Llegó anoche —dice Carsten—. Uno de tus hombres se lo entregó a Yukimura diciendo que se lo entregó una mujer rubia, ya que, tu puta lo dejo a cargo. Y, antes de que lo veas quiero que sepas que tu título está en riesgo.

Volteo el sobre y lo que cae en mi mano me atropella el tórax. «El anillo»

Sin embargo, lo que saco de este maldito sobre es lo que hace que todo el cuerpo se me tense, la vista se me nuble y hago pedazos la fotografía.

—Y, escucha esto —habla Carsten.

La bilis se me sube y baja, el carrusel de furia me abraza volviéndome los brazos pesados con lo que mis oídos captan.

—Quiero matarlo —escucho su voz y la mandíbula me rechina—. Con él muerto puedo irme tranquila. Porque si hay alguien más peligroso que el vikingo es Aragon y él no me mataría»

La respiración se me comprime en el estómago, no pasa an mis pulmones, y estos duelen.

—¿Si te ayudo a matarlo me incluirías en ese viaje tuyo? —habla una voz que no distingo.

El cuerpo se me agitada, amenazando a mis botones con no resistir mi pecho.

—Y no quieres oír como dice que si te mata será libre —dice Carsten, y apaga la grabadora.

La furia me recorre la piel empujándome al vacío de emociones que no creí tener.

—¿Cuando saldré de aquí? —es lo único que logro articular.

No me cabe en la cabeza que todo este tiempo haya jugado su puto juego. Por eso quería meterme a la cárcel, para largarse con su maldito amante.

«¿Hace cuánto tiempo te han estado viendo la cara de estúpido?», me pregunto.

No importa porque lo primero que haré saliendo es buscarla, y matarla.

—En dos semanas —dice el Yakuza—. Tu guardia de seguridad dice que quiere hablar contigo.

—¡A ese maldito me lo despachas porque no quiero verle la maldita cara! —ese es el que siempre estaba con ella, ayudándola—. ¿Adónde fue esa maldita?

Carsten se cruza de brazos mientras busco asiento en mi mesa porque las piernas no me quieren sostener.

—Se le vió en una cena romántica con el tipo de la foto pero no se le ve la cara —dice.

—Sé que estás enojado —habla el Yakuza como si fuese a decir algo que me pondrá peor—, pero creo que esto es demasiado... conveniente.

Me carcajeo negando con ironía.

—Claro, conveniente para ella —salta el hombre que dice ser mi padre—, esto lo planeó punto por punto hasta dejarnos en el hoyo.

—Tú no deberías estar aquí —espeto—. No quieras venir a quitarme el puesto que he construido con sudor.

Me escanea y alza la mano para que me calle.

—¿Adónde te trajo eso? —me muestra con los brazos abiertos el lugar—. Si hubieses respetado la iniciación de Finn no estarías aquí, y conservarías amigos.

—¡No necesito amigos si a la primera me van a traicionar! —digo mirando a Yukimura.

Es obvio que están conspirando en mi contra.

—La puta...

—¡Deja de llamarla así! —freno al maldito que se hace llame mi padre, me levanto retándolo—. El único que la va a insultar, y hacerle lo que quiera soy yo.

—Te ve la cara de imbécil y sigues defendiéndola —se carcajea—. ¡Eres el marica que tu madre crió!

—¡Esa perra no es mi madre! —golpeo el cristal haciendo que salte.

La furia me carcome nublándome el juicio. «Esa perra maldita jamás sabrá el significado de ser una»

—Es mejor que se retiren —habla un uniformado que reconozco. El maldito del ministro—. Necesito hablar con él.

—Más te vale que pienses en la manera de limpiar el nombre de la mafia... —habla Carsten.

—No me digas que hacer cuando he estado haciéndolo por años, y sin tu puta ayuda he mantenido a esta bola de parásitos.

El Yakuza se remueve y se dirige a la salida, él se retira asintiendo, en lo que yo me trago la rabia.

Esa maldita mujer, maldita mujer.

—¿Tú que mierda quieres? —voy al grano porque ya no me van a andar con estupideces.

—No sé si sepas pero la chica salvó a mi hija...

—Ah, órale.

Me siento de nuevo y tomo papel y pluma para crear un veneno. La voy a matar lentamente.

—Ella dice que en el cautiverio vió a una chica —sigo en lo mío... «¿Le pondré Mercurio?»—, esa misma estaba aquí en el atentado de Makris. Dice que tenía la marca del hombre...

—¿Y a mí me importa por...? —dejo la pregunta en el aire.

Si disminuye el mercurio podría llegar a morir tan lento que se deteriore poco a poco hasta que ya no habrá los ojos.

—La niña me pidió papeles para irse con un bebé y una chica pelinegra —me cuenta pero no le presto atención ya que, las fórmulas me llevan al mismo fracaso—, pero también pidió uno extra... para ti. Así que, lo que veo en las noticias no es coherente.

—Felicidades, ya tienes a tu hija —escupo. «Una inyección de potasio la mataría»—. Ahora lárgate.

—Sólo piensa en que las cortinas de humo se dan muy bien, y nada podría cubrir más que la muerte de un heredero —hace una pausa y sigue—. La prensa le echa la culpa a ella, porque así le daría tiempo de salir de la ciudad. Eres inteligente, cuando fuiste soldado demostraste ser audaz, Elton lo era, y con él afuera las cosas no iban a salir como ellos quisieran.

La fórmula queda perfecta y me levanto pasando las manos por mi cabello.

—¿Muerto? —frunzo el ceño—. ¿Por qué muerto?

—Olvídalo —dice señalando mi hoja—, ya tienes todo hecho.

La veo y efectivamente dibuje el cuello de la chica degollado. «¿Cuándo diablos pasó?»

Tengo la boca amarga del sabor a traición atravesado entre la piel, y lo único que quiero es salir.

—¿Qué mierda quieres? —espeto doblando el papel—. Recuerda que ya no te debo lealtad, y te partiría en dos de nos ser por este cristal.

—Tendría que ser parapléjico —se defiende el iluso.

No ha nacido el hombre que me gane en una pelea y si nace, lo mato.

—Sólo vengo porque Makris necesita hablar contigo.

La sonrisa se me expande y me carcajeo ante el acto de astucia.

—Ese bufón siempre tan astuto... —el ceño se frunce cuando pasa un hombre de cabello oscuro pero no es el que quiero—. ¿Y tu heredero?

—Cierra la boca —me manda a callar y me rio cubriendo mi boca—. ¿Quién mató a mi hijo?

Sus palabras me atraviesan el pecho de una manera extraña.

—¿Adónde está ese maldito?

Respira con tranquilidad demostrando de quién es padre.

—No soy un idiota y todo lo que está saliendo allá afuera me demuestra que está cubriendo lo que mi hijo quería. Y necesito de tu conocimiento para encontrar al culpable —acorta especio—, y me importa muy poco que sea la niña con la que cojes.

—No sé de quién hablas, no conozco a nadie —digo y recojo mis cosas—. Si no tienes algo más que decir sácame de aquí para ir a matarlos y revivir al bufón. Ese maldito no puede estar muerto.

—Bueno, a mí me parece que ver cómo se detenía su corazón mientras trataban de sacarle una bala es suficiente —dice y se gira hacia el ministro—. Disfruta tu estancia en este agujero, aquí te quedarás mientras recojo tus tonterías.

—¡Si le tocas un puto cabello...! —me frena disparando contra el cristal y las balas quedan incrustadas en el material.

Hace falta más de una bala para hacerme retroceder.

—Te la traeré en pedazos.

La vibración de saber que haré lo que se me plazca me carcome las venas, poder matarlos a todos y en que encabeza mi lista es ese bastardo que me ha hecho la vida una maldita ruleta.

Después voy por esa tipa que hace que se me engruese la polla pensando en cómo me voy a beber su sangre mientras la hago gemir. Porque si de algo estoy seguro es que es lo único que no puede negar y es la maldita necesidad de bombearme...

Desabrocho mi cinturón y me recargo del cristal con una mano, con otra bajo el cierre, sacándome el fierro que tengo como miembro lleno de venas a reventar.

—Maldita infeliz, ¿qué diablos me hiciste? —pego la frente al cristal mientras comiendo a masajearla.

El cristal se empaña con mi aliento. Su mano envuelve mi estómago.

—¿Me extrañas? —besa mi espalda mientras intensifico el movimiento.

—Como la mierda, maldita mocosa desquiciada —jadeo.

Comienzo a bombear más y más fuerte mientras me ahogo con el deseo que recorre mi piel.

—Déjame tocar —desliza su mano sobre mi polla y gimo tratando de mantenerme cuerdo—. Dámelo todo —dice entre jadeos.

No veo su cara, sólo veo sus manos con uñas carmesí arañándome el abdomen, y la otra sacudiendome.

—Ooh... joder, así —azoto la frente cuando la electricidad recorre mi columna vertebral y se me contraen los testículos al mismo en que su otra mano los masajea—. Bebe de mí.

—Como ordene —dice y se desliza frente a mí atrapando con su boca mi polla en erupción mientras las piernas me flaquean.

«Esos malditos ojos»

Tiemblo a más no poder, mientras bombeo dentro de su boca y gime mirándome con esos ojos mercurio hipnotizándome.

Quedo recargado del cristal, jadeando, mientras me veo la polla se derrama. Después de tanto no había estado tanto tiempo sin follar ya que, tenía una máquina de sexo conmigo, y no una mujer.

—No creas las mentiras, por favor —susurra a mi espalda.

Me meto el miembro y acomodo mi ropa tratando de respirar, miro el maldito cristal y envío mi puño hacia él una y otra vez tratando de sacar esta maldita rabia.

Las venas me bombean de una manera gritan calentándome la cabeza, me duelen los sienes, me tiembla el corazón haciéndome sentir de la mierda.

Porque la puta paciencia ya no la conozco, y no por mí, si no porque está allá afuera sin mí.

«Necesito saber que está haciendo mierda todo y no que lo hacen con ella»

Nota:

No pido que me perdonen por romper así a Lovely. Yo también me odié en su momento, y bueno. Lo que sigue ☠️

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