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Capítulo 7


Lovely Walker🥀

Cambio de bando.

Llego a mi habitación y lo primero que hago es bañarme, no siento nada, sólo dejo que el agua tibia cubra mi cuerpo, mis piernas torneadas me dicen que debería de respetarme más, mi cuerpo es bello sin importar las cicatrices que tengo, apenas y se notan pero siguen siendo parte de la historia.

Trazo todas ellas mientras me tallo y lavo mi cabello, me pongo atención con todos los productos que tengo a mi disposición. A ver... me gusta el shampoo de frutos rojos, me agrada, así que tomo ese y dejo que mi cabello lo repose mientras depilo mi intimidad. Me gusta consentirme, eso me relaja y lo que necesito es relajarme.

Rebajarme con él es la peor opción, de hecho hasta Damon se merece más tal cosa. Me termino de bañar y el brillo que tengo es notorio, no es por nadie, es por mí, no importa que me duela el pecho por seguir, sé no pararé hasta que muera, y aceptaré la ley. Eso es lo que hace alguien que se apellida Walker, enfrenta la consecuencia de sus actos, y eso hago yo. Lovely Walker Raken nunca fue una cobarde, y no comenzaré ahora sólo porque mi piel me dice que debo sentir algo más.

Me escaneo en el espejo después de salir a mi habitación y ponerme el vestido de mangas negro que estaba sobre la cama, está ajustado a mi cuerpo y me agrada, me gusta hacerme notar pero no hay manera de que alguien más me note.

Bajo con el cabello arreglado y me encuentro a Odelia en la cocina.

—¿Qué comeremos? —le pregunto con una sonrisa.

Está enojada, y es obvio, la metí en problemas pero, no importa me gusta hacer enojar al maldito. De hecho apenas y recuerdo que ahorqué al imbécil y casi me ahogué. Es como si el tiempo se borrara ahora con más facilidad y me agrada la verdad.

—El señor está haciendo la comida —me dice e ignora mi presencia como la perra estúpida que soy.

—¿Adónde cocina? —vuelvo a romper el iceberg.

—En mi cocina. —se da la vuelta rebuscando unas cosas en el refrigerador.

La cagué, pero, ¿por? Me siento mal por la indiferencia de ese maldito hombre.

—Lo lamento —empiezo recargándome del mármol—, no quise meterte el problemas pero, no sé qué me sucede. O, sí, es que no puedo soportar al hombre que vive conmigo. Me causa náuseas.

Miento como la desgraciada que soy porque lo que quisiera es que me diera asco.

—No se disculpe conmigo —espeta—, debería de considerar disculparse con el joven.

La miro mal, pero no entiendo la razón de disculparme, digo, ajá, lo engañé, pero, ¿por qué debería disculparme si sé que Damon era la persona que quería? Sería hipócrita de mi parte decirle que lo siento.

—No creo que disculparme con mi raptor sea lo más sensato.

—Creo que la palabra raptor no definiría de lo que he sido testigo y de lo que fui testigo cuando estuvo aquí —azota el refrigerador, y me desvía la mirada.

—¿De qué fuiste testigo? —la retó con la mirada.

—No tiene caso decirle algo que no quiera recordar —destapa un frasco de una sustancia cremosa y me lo entrega—. Beba eso.

—¿Qué es? —tomo el frasco con asco.

—El joven lo preparó —me informa y se devuelve al lavabo fingiendo que lava no sé qué—, es para limpiar su sangre.

—Pues gracias Joven. —alzo el frasco en forma de brindis y lo llevo a mi boca... sabe de la mierda, pero no huele a nada.

Me doy dos sorbos y de la nada el estómago se me refresca. «¿Quién diablos es este tipo?», me pregunto. Hace una de las drogas más extrañas, prepara de comer, me da batidos para restaurar la mierda que hizo. No me ha pegado tanto, de hecho dudo que lo haga. No sé si quiere martirizarme con tener una maldita vida de abstinencia.

Me paso al comedor y Odelia sirve la comida, pero la mía es distinta a la suya, aunque la mía huele bien. El tiene un filete de pescado y espagueti con ensalada de verduras. Su ron a un lado y en una charola pequeña un tabaco con un encendedor de metal que tiene una daga roja incrustada.

El mío es más bien una crema con champiñones y carne en trozos. Estoy inusualmente feliz y no sé si se deba a que bebí y me tragué media botella de ron o porque me siento bonita y quiero que me vea así.

Remojo mis labios al sentir el escalofrío en mi espalda, pero no hace ruido, de hecho parece que vuela; huele a loción de hombre y ron con tabaco, aspiro sintiendo que cada poro de mi piel se activa con su presencia.

Toma asiento a mi lado y trato de fingir que no estoy nerviosa con su presencia, él me odia pero mierda no puedo odiarlo. No cuando me hace temblar así. Acomoda la servilleta sin verme, tiene las mangas recogidas, la camisa blanca media abierta con dos botones, el cinturón sujeta con fuerza las caderas que tienen el voltaje de mil autos, su pantalón gris se aprieta y...

—¿Qué tanto me ves? —espeta de mala gana.

Me enfoco en mi plato fingiendo demencia.

—Nada.

Comienza a comer y la panza me ruge así que hago lo mismo, a media cena me duele el cuello de estar en la misma posición. Odelia sirve de nuevo vino a mi copa y rellena su vaso de ron, me animo a mirarlo cuando da el sorbo tragándoselo todo, me da una sed insaciable cuando la nuez se le marca y relame sus labios. Miro mi plato antes de recibir uno insulto de su parte...

—¿Por qué? —pone el vaso de golpe en la mesa y pego un brinco sin mirarlo.

No sé qué espera que responda a su pregunta abierta, porque creo piensa que voy agarrar unas cartas de tarot y preguntar qué diablos quiere saber.

—¿Por qué...? —me atrevo a mirarlo y debo apartar la vista ya que sobrepasa los niveles de sensualidad que soporto.

Me quedo quita y suspira.

—Dame una razón por la cual durmieras con él —la rabia en su voz me hace temblar—, dime que tiene él que no tenga yo, o más bien, dime qué te dió él. Después de lo bien que me porte y como te traté, ¿por qué me traicionaste?

La respuesta correcta sería que no lo sé, porque no lo recuerdo, pero no tengo idea de qué decir.

—Lo lamento —mi lengua tiene juicio propio—, no recuerdo la razón por la cual te engañé. —lo miro a los ojos para que vea que no miento.

Me duele verlo y que no me crea, de hecho duele más ver sus ojos oscurecerse.

—¿Crees que voy a creerte? —se burla como si fuese una tonta por decirlo. Limpia la comisura de sus labios con la servilleta y niega con la cabeza haciéndome temblar—. ¿Por qué?

Y vuelve la burra al trigo. «¿Cuántas veces debo decir que no sé?», me pregunto.

—Porque a él lo ame. A ti no, no te amo, y ¿cómo podría? —digo con la furia y la maldita frustración en la boca.

Cuando me doy cuenta de lo que dije simplemente se acomoda en su lugar, y sirve más de su licor.

—Pues lo harás.

Es estúpido que piense que lo amaré después de que mi último recuerdo de él sea orinándome encima. Porque no sirvió ni para correrse.

—No —niego con ironía—, lo único que conseguirás de mí es lo que le puedas sacar a mi cuerpo, pero no de mi corazón.

El tórax se me comprime como si estuviera escupiéndome a mí misma, me duele querer tomarlo de la mano y querer decirle perdón, pero no tengo porque, mi juicio se nubla. Lo anhelo, necesito y deseo esos los labios que se curvean a la hora en que lo miro. Su cuerpo se relaja y me obligo a mí misma a hacerlo.

—¿Está bueno? —mueve la cabeza indicando mi plato.

Siento que me hormiguean las manos y sonrió ante su pregunta.

—Sí —me trago el desespero por asentir.

Sonríe con amabilidad y veo que sus dientes perfectos hacer juego con los labios preciosos que se carga, como si supiera que besarlos me darán el aire que respiro. Los colmillos le brillan y la mirada oscura se vuelve tierna de alguna manera.

—Que bueno que te guste. —vuelve a beber y se saborea la carne que termina de su plato.

Me acomodo en mi lugar y bebo vino para tener que disfrazar mis mejillas rojas con el calor que da el vino.

—¿Qué es? —digo después de acomodar mi copa vacía.

Sus ojos me miran con malicia e ironía a la vez.

—Supongo que no te acuerdas ya que sufres de amnesia convenenciera pero —sigue mirándome y se me empieza a revolver el estómago con el dolor de tórax que me invade—, hace unos meses traje a tu bola de pulgas... manchas, para hacerte feliz —se recarga de la silla al mismo tiempo en que yo llevo mis dedos temblorosos a mis labios y lo veo—. Ahora ya no tengo ganas de ganar tu amor ni hacerte feliz.

Una arcada llena de calor y tristeza me curvea la columna y devuelvo todo entre los llantos y temblores. Estoy en el suelo con las manos encharcadas de mi nena, de mi bebé. La rabia me hace temblar pero no tengo ganas de alzar la vista, de hecho me siento miserable, como si lo único que quedará de mi estuviese en el suelo. «¿Ese es su castigo?», pienso mientras mis manos siguen hundidas. El estómago me duele, y el pecho. Ya no sé que más me duele.

—¿No te gustó? —chasquea la lengua con decepción—. A mí tampoco me gustó que te revolcaras con ese bastardo en mi cama, y aún así lo hiciste.

Un ardor me atraviesa la garganta y tiemblo por las ganas de no llorar, pero no puedo contenerlas, me duele no desahogarme. Mi pequeña bebé. ¿Qué le hizo ella?

—La rubia —suelto y me levanto para limpiar con la servilleta—, la que pintaste, ¿es otra de tus zorras? —lo encaro.

—Mejor cállate —pasa por mi lado.

—¿También la mataste? —me burlo. Se detiene en seco y giro para cruzarme de brazos.

Sus ojos me aniquilan pero la maldita finura jamás la pierde.

—¡La mataste tú! —me grita y se me desfigura la cara, y él comienza a temblar de rabia—. ¡Se sacrificó por ti! Porque la ley sin testigos sigue en pie, si ella vivía, tú morías, y ella no quería vivir. Pero la jerarquía se enteró de cualquier manera por tu amante, tenía que tomar el papel de héroe por ti ¡y joderme la vida!

—¿Te duele haberte quedado sin ella? —trato de hacerme la valiente para no caer con la mirada de confusión que me da—. Acostúmbrate, porque seguramente te quedarás sin mí.

—Ojalá... —se ahoga con la rabia dando un paso hacia mí, provocando que choque con la mesa—: ojalá te hubiera dejado morir a ti, y así la tendría a ella con vida para que cuidara de su hijo.

Me quedo helada y la palabra hijo me abre la piel, frunzo el ceño con las lágrimas en los ojos.

—¿Es tuyo? —es lo único que puedo articular.

«¿Vivo con un hombre que mató a su mujer por una nueva?», me pregunto y el asco con culpa se viene por desearlo así.

—No quiero verte —de aleja—, y tampoco escucharte. Eres un recuerdo vivido de lo que perdí por absolutamente nada.

Sus palabras son ciertas hasta un punto pero eso no evita que me cueste respirar.

—¡Si no soy nada entonces déjame ir!

—Eso no va a pasar.

Odelia se acerca con un trapeador y una cubeta que seguramente fue a buscar mientras yo discutía con este horrible hombre que me está dando la espalda.

—No —la frena—. Que ella lo limpie. Ya no es la señora —mis corazón se golpea contra mi caja torácica ahogándose en el lamento—. Ahora es una más, y cómo se enamora de los que la tratan como una porquería... esperaremos que funcione. Y que ella lave los platos. Tomate lo que resta del día.

Miro al suelo y siento que me voy a caer a pedazos.

—Sí, señor.

Poco a poco voy desvaneciendo...

—No dejes que vea a mi sobrino —alzo la mirada y «¿sobrino? me ahogo en la culpa. Soy una maldita tonta»—. No quiero que se encariñe de ella para que después se largue con su amante.

Lo veo con vergüenza, y culpa, ¿era su hermana o su prima o qué?

—Como ordene, señor. —Odelia me mira y yo a ella.

Asiento para que quite la cara de tristeza y culpa.

—Apaga la chimenea antes de que te vayas a dormir, no quiero nada de eso.

Ambos desaparecen dejándome en acabose. Comienzo a limpiar con las lágrimas volviéndome una mierda. Quiero ir a casa, quiero estar con mi amigos; sigo sollozando mientras miro mi desastre y recojo los platos para ir a lavarlos todos reuniéndolos en una charola.

—¿Llegue tarde? —pregunta Edward.

Ya no quiero discutir así que lo veo y me extiende las manos para llevar la charola en lo que yo me dirijo abrir las puertas dobles.

—Ojalá hubieras llegado antes, te perdiste de las peores humillaciones de mi vida —salimos del comedor y nos dirigimos hacia la cocina.

—¿Quieres hablar?

Diría que no, pero la verdad no hay nadie más que él.

—¿Qué sucedió con la mamá del bebé?

Pasamos la sala de estar por el pasillo y llegamos hasta la cocina. Se fija que no haya nadie y suspira llenándome de dudas.

—Esto debe quedar entre nosotros —me pide—, Abigail era la única familiar viva de Tayler. Al menos la única a la que él quería.

Procedemos a ponernos en acción de lavar los platos mientras me enfoco en lo que habla.

—Sí, no diré nada. Tampoco creo que le interese —me encojo de hombros.

—Después del encierro ella se quedó sola —empieza en susurros—, la jerarquía de la llevó y la tuvieron encerrada como una sirviente más, una esclava cómo acostumbran. Sabes que es legal hacerlo una vez al año, así sea hombre o mujer. Se elige a un desamparado para cuidar, pero no fue así. —las cosas comienzan a subir de tono—. Yo estuve una que otra vez con ella, y la daban a los invitados. Muchas veces pagué por ella, sólo porque era la prima de Tayler, y él lo sabía. Pero así es esto. Ella subió torturas, violaciones, humillaciones y mucho más.

—¿Por qué Tayler no hizo nada? —acomodo los vasos para dejarlos escurrir en el trapo.

—No se puede —me comenta con frustración—, ¿por qué crees que estamos en una cuna de oro? Nada niño que nace es bien recibido, no hay necesidad de nada de eso, porque no hay manera de que quiebren la ley de la regularización. No por una niña, era no era hija pródiga, ni nada. La protección que le daba Tayler era distinta a la tuya, y él no sabía sobre cómo la trataban. Pero nadie hablaba de ello, ni siquiera yo.

—¿Por que no tratan de abolir las leyes? —pregunto.

—Todos están conformes con esto, los traficantes tienen derecho de vender su mercancía, y es porque todas quieren —me quedo quieta con las mierdas que salen de su boca—, las prostitutas quieren ser prostitutas, los donadores de órganos quieren ser destripados, son unos malditos locos que quieren morir y les dan lo que quieren. Es demasiado dinero de por medio.

—¿Las iniciaciones si son tortura, no? —seguimos con los platos y eso que sólo son tres pares.

—Sí, para mantener el balance. —suspira—. La prima de Tayler quería morir, pero en una violacion quedó embarazada al parecer. Ella se enteró y decidió conservar al bebé.

—¿Y Tayler?

—Cuando salió de la cárcel lo primero que hizo fue despellejar vivo al hombre que le hizo eso a Abby —los ojos se me quieren salir, pero no me asombra ni extraña—, ella no quería seguir viviendo y cuando fue por ti ella le dijo que su labor había terminado. Que cuidara del bebé, quería que creciera en una familia. No se sabe a ciencia cierta quién es el padre porque yo no creo que él lo haya matado, Aragon es más de torturar. Pero él jamás diría nada.

Las ganas de llorar se hacen presentes cuando la nariz empieza a hacerme cosquillas y ojos me arden.

—¿Eso me pasaría a mí? —pregunto.

—No, Tayler pagó por ti —me dice algo que no sabía o, ¿no recordaba?—. Pero si pueden apartarte de él, legalmente no, excepto que la prueba de tu engaño saliera a la luz, serías llevada a juicio y la sentencia como sabes es la muerte.

—¿Por qué no ha dicho nada? —no puedo ocultar la felicidad.

—No lo sé, jamás lo había visto tan humano —se encoge de hombros dándome el último plato.

—¿Yo lo quería? —trago grueso con la pregunta y los nervios me hacen hormiguear las manos.

Niega con un resoplido que me responde.

—No sé, pero no estabas a la fuerza y tampoco sufrías humillaciones —sus palabras causan que la alegría merme—. Algo me dice que debes prepárate.

—Mató a Manchas, Joe —me rompo en llantos—. Mató a mi gatita.

Las manos me tiemblan, comienzo a asimilar y... «¿mi bebé?», pienso mientras retrocedo hasta el mármol y llevo mis manos a mi cara. Tiemblo de la tristeza, sintiendo que el pecho se me seca por dentro con un sabor a sangre que viaja hasta mi garganta dejándome destrozada.

—Mi... mi bebé —sollozo.

Los brazos de Edward me cubren y aunque me causa repudio debo abrazarlo porque si no caeré a pedazos.

—Shh... todo estará bien —mi cara está contra su pecho. Y me aferro a su espalda para no caer.

—Me la sirvió de comer —parto en llanto. No puedo respirar, se me seca el pecho sintiendo que se contrae dejándome sin lágrimas, me falta el aire y me despego de él sintiendo que me ahogo.

Trato de tomar aire pero los pulmones no me abastecen.

—Tranquila —me pide comprimiendo mi pecho—, estás teniendo un ataque de pánico.

Veo mis manos y estoy temblando, trato de caminar y todo se ve borroso, me da vueltas. Me hormiguean los pies, manos, y el pecho. Trato de tomar aire pero se me comprime más y ya no escucho a Edward. Estoy retrocediendo, y la nariz me duele, la frente me punza y...

Hay una luz en mis ojos haciendo que la figura de Edward se desvanezca.

Mis padres están sentados frente a mí en el comedor. Pero no sé qué hago aquí, mi espíritu o no sé qué mierda está parado detrás de ellos.

—Me entregué a él porque me gusta —hablo mientras lloro y Tayler me mira con una sonrisa—. Me gusta como me trata.

Algo me corta el tiempo y... mi padre me apunta con un arma, Tayler contra ataca y yo me abalanzo a él para que no le dispare a mi madre. El disparo que da mi padre me da en el omoplato y...

—Por ti aprendí a leer los labios.

Quiero salir de esta simulación, y no puedo, trato de correr y tampoco puedo. Me duele el estómago, no puedo vomitar, pero tampoco respirar.

¿Eso sucedió? ¿Así fue que me herí? Todo este tiempo las personas que amo han sido las que me han hecho mierda.



Damon Armstrong.

Estoy en un hoyo del cual no saldré y estoy bien con ello, porque la conciencia me grita, pero mi vida se ha vuelto tan áspera que lo único que me interesa soy yo, y sólo yo. Por eso el día que ella decidió impedir el disparo al maldito infeliz me olvidé del amor que creí tener. Todos estaban sin saber qué hacer y más cuando planeamos el viaje de regreso a Londres y al buscar el collar de mierda nos dimos cuenta que la cara de estupidos nos la vieron a todos. Escuchar cómo Lovely niega lo que siente por ese violador es como un disco rallado de los malditos Bettles, no se sabe qué canción es ni que dice pero sabes que te pone en el limbo de la puta melancolía.

Nunca he sido una buena persona y tampoco me dan ganas de serlo. Lo único que haré es matarlo, y si para eso debo pasar por encima de ella, lo haré. Hace mucho olvidé lo que es estar con los pies sobre el pasto, hacer lo que haré es exactamente la definición de una mala decisión pero no me interesa en absoluto.

Camino hacia Elton que sigue hablando con teléfono con sus padres para pedirles ayuda «quiere de vuelta a la mujer con la que se quiere casar». Los hermanos están sentados escuchando lo que hablan con Lovely, es Edward que intenta despertarla de un ataque de pánico; Ostin está llorando porque el infeliz le dió de comer a un gato, algo estúpido ya que es un maldito animal y para algo debe servir.

La pelinegra escucha con detalle y se frustran que Lovely no busque los auriculares que siguen en la mansión, pero todos saben que ella quiere estar allí, su negación es la que me carcome la piel.

—Me iré con la jerarquía —les confieso—, la vida se su amiga me da igual. Yo sólo lo quiero a él.

—¿Bromeas, no? —se levanta el mecánico—. ¿Crees que se quedara así? Él no la va a perdonar.

—Es suya —acepto con la daga en la garganta—, y si la mata no me interesa. Lo quiero muerto a él.

No sé la razón por la cual me siento vacío y como mierda.

—¿Estás seguro de hacer esto? —me pregunta Elton—. Ella puede estar en peligro...

—Sálvenla —me encojo de hombros—, no es mi problema. Apártense de mi camino porque me llevaré todo... y no me interesa que ella esté frente a él, voy a arrebatar aunque me la lleve a ella.

—Pagarás con tu vida y la de los que amas si por tu culpa le tocan un cabello a esa chica —me advierte el príncipe—. Piénsalo bien, podemos esperar un poco, ya envié a Coddy al lugar para que la cuide.

Me da risa pero no tengo ánimos de reírme. Las pastillas no hacen efecto, y tampoco aparecen mis emociones.

—Y si Coddy se atraviesa también le vuelo la cabeza —confieso—, dense prisa con su amiga. No tengo ganas de verle la cara.

—Damon... debes aprender a que esta mierda es muy tu culpa, y ella no tenía opción.

—Si la tenía —los freno con el ardor de ojos abrumándome—, enamorarse de ese pendejo no era una de ellas.

—¡No está enamorada! —me grita y lo amenazo con el arma.

Pero es un soldado y también un rey, él no se arrodilla ni le teme a tal cosa, por eso es que le guardo un leve respeto y por eso...

—Sálvala si es lo que quieres y puedes, no miraré hacia atrás si ella está en problemas —no miento—, me conoces y una vez me arriesgué por ella, pero ya no.

—Ella no te dejaría morir —interviene Vanessa.

—Pero yo no soy ella, y no tengo ganas de sentir pena por alguien tan poca cosa.

—¡Lárgate de mi casa! —me grita Elton—. Vete con la mierda de jerarquía, y espero que te torturen como lo harán con ella si tú dices algo de lo que hizo contigo.

—Se merece un castigo, y tarde o temprano lo tendrá. Así se lo diga yo o Edward —Le resto importancia sintiendo que yo mismo me clavo una daga—. Si ella muere por defenderlo me dará gusto ver cómo muere, sin embargo; le daré la oportunidad de ser salvada si no es así.

Emprendo camino a la miseria, soy el hijo de la jerarquía así que por ley y por ser el primogénito me llevo el poder, me importa muy poco pegarle un tiro a Franck. De hecho eso tengo pensado una vez que llegue, es un inservible que me traicionó, así que, disfrutaré su muerte de ser así.

Tomó mi auto y conduzco olvidándome de que no soy inmortal, las lágrimas se escurren y no me doy cuenta, me duele perderla, siento mi propia cadena sofocándome, y sus besos castigándome. No puedo dejarla con él, y es egoísta pero yo nunca he sido justo, no empezaré a serlo cuando mi cuerpo me pide la muerte a gritos. Antes de toparme con la urraca que tengo como progenitora debo descargarme y regocijarme en el Demonio de Ámsterdam.

Quiero pensar que cuando le arranque la garganta a alguien sea ese infeliz, y que ella llora desconsolada, pero no me interesará, me tendrá a mí. No tendrá que llorarle a esa escoria, pero si no quiere eso con gusto la obligo así como él, porque sólo debe morir uno, para que vivan con el castigo de no tenerse, será un premio y un castigo para mí.

La lluvia en Londres de siente como granizo y el maldito frío cala los huesos pero es imposible tener frío cuando estoy hirviendo de rabia, el nudo en la garganta de me hace cuando la recuerdo diciendo que lo quería. Ahora veo que es verdad. Otra vez me equivoqué, siendo engañado por mí mismo al negarme ver que ella estaba feliz con él.

«¿Cómo olvidas algo que quieres?», me pregunto mientras me estaciono al maldito edificio donde las peleas a puertas cerradas me ponen tan eufórico como Lovely en la cama. De hecho, la maldita mejor follada del mundo fue en ese barandal y me quedaré con eso. Pero quiero follarla de nuevo, así que haré lo que sea para sacarla de allí y escucharla gemir mi nombre mientras me vacío dentro de ella.

Gano la pelea lleno de sangre y el maldito de Eggy está aquí. Tenía que ser, esta larva donde quiera anda.

—¿Quieres ir a festejar?

—Supongo. —me encojo de hombros y me jala al bar que hay dentro del establecimiento.

Hay mujeres por doquier. Escucho hablar a Eggy pero no comprendo y tampoco me interesa. Agarro dos billetes y se los meto en la teta a la primera que veo. Los golpes del maldito que maté me hacen estragos en el abdomen, al igual que tengo el labio partido cuando caí al suelo.

Me pongo con Eggy en una mesa que esta llena de botellas con unos amigos suyos, que no conozco, así que me limito a beber y escuchar sus estupideces. Bailo con una rubia, y con la de los billetes. Me masajean la polla y mi mente evoca el trasero de Lovely en el barandal lo que me pone como una caña. Tomo a la primera del cabello y le atrapo la boca devorando el sabor a cocaina que se carga, otra me besa en cuello con las notas mareándome mientras me muevo refregando mi erección.

Sigo bebiendo con ellas, Eggy me aplaude desde la mesa y ya veo las luces como estrellas en mis ojos. Me llevo a las putas a uno de los cuartos y en el camino ya vas haciendo el trabajo, liberándome del la pretina del pantalón, beso a una y a la otra pero no las veo a ella, no tengo ganas de saberlo. Cerramos la puerta y pongo el látex de prisa antes de que me vomite sobre ellas.

—¿Qué quieres que hagamos?

—Que se callen —espeto. Llevo a la rubia de rodillas para que me cubra la polla con su boca y sabe hacerlo. Pero su calor no me es suficiente.

La giro poniéndola de culo mientras la otra me besa, pongo mi polla en su entrada y embisto con fuerza haciendo que un gemido agudo me haga tomarle el cabello, toco a la otra metiendo mis dedos en sus pliegues húmedos, aviento a la rubia a la cama para ir con la castaña ansiosa. La rubia se apodera de mi boca, me recuesto en la cama y la pelinegra se me sube, apretándome con su coño, la otra me besa y vuelve a su compañera mientras masajeo sus pechos.

Meto los dedos dentro de la rubia que se besa con su compañera y la que está sobre mi polla me cabalga con prisa apretando y refregándose en mí, jalo su cabello y hundo más los dedos en la rubia que gimotea. La castaña acaba primero y la rubia comienza a apretar mis dedos diciendo que ella también. Pero yo no, así que, bajo a la castaña para subir a la rubia. La pongo de espaldas en la cama y empujo con fuerza arrancándole un chillido.

—¡Así! —chillonea y la castaña quiere más así que meto los dedos en ella.

Jugueteo con suavidad y tiembla mientras los aprieta. Cierro los ojos aferrándome al temblor que me carcome el abdomen y me cosquillea la polla con la fricción de la rubia que tengo en cuatro.

Me dejo llevar por los bombeos y otro orgasmo abunda a la castaña que me besa la boca. Me hundo en las dos terminando con una euforia que me recorre el cuerpo. Termino. Las aparto y aviento el látex guardándome la polla que me late como nada.

—¿Adónde vas? —pregunta una mientras me acomodo apenas el cinturón.

La cama esta mojada y ni siquiera me di cuenta. Tienen cuerpos bastante follables.

—Eso no te importa —espeto—. ¿Les gustó?

Ambas asienten.

—¿Cuando se repetirá? —pregunta la rubia acercándose.

—Que bueno que les gustara porque no volverá a pasar —me alejo dejándoles el dinero en una mesa cerca de la puerta—. Sus coños aprietan bien.

—Cuando quieras, papi —dice la castaña, y termino de salir.

Me siento peor pero eso no importa, debo largarme y hacerme pasar por el hijo que tanto quiere la urraca esa. Actuar nunca ha sido mi fuerte y menos con esa gente que a cada rato perturban mi tolerancia.

Me largo y me estaciono en la entrada para usar mi huella digital en el lacer, como siempre paso sin preocupación a la maldita mansión blanca con jardines impecables y figuras de ángeles o alguna mierda así.

Bajo y me adentro al infierno; huele como la mierda, ese perfume me asquea, o más bien ella me asquea. Paso el amplio espacio que da hacia las escaleras triples y subo la que me lleva al pasillo de su despacho donde siempre está.

—Quiero sacarla de allí —espeto cuando entro.

Ella se asusta en su laptop y yo me acerco sentándome en el sofá que tiene al frente de su escritorio. Todo es blanco, parece un manicomio, y no me asombra ya que está loca.

—Hola, hijo —me saluda con una sonrisa a lo que yo respondo con una sonrisa amarga.

—¿No escuchaste? —ruedo los ojos.

—¿Qué necesitas?

—Que la saques de allí —le digo—, así matar a su amante.

Tuerce la boca y niega.

—En todo caso el amante eres tú, y ella es la que debe morir —aclara cosas que no me interesan—, no la puedo sacar sin un val de por medio.

—¿Cómo qué? —me desparramó en el sofá de cuero.

—¿Tienes algo que pruebe que lo engañó? —teclea su laptop sin verme.

—Creo que puedo conseguirlo.

No tengo idea si puedo ya que Elton es un puto genio, y su hermana ni se diga, pero... Franck tardaría una semana, pero lo haría, ¿no?

—Trae lo que tengas —me dice—, lo llevaré al consejo, se la quitaremos mientras hacemos tal juicio. Él debe permanecer lejos de ella por ley, así que, tendrás tiempo para hacer lo que quieras con ella —me informa—; por ley ella debe quedarse aquí.

—¿No ya ese imbécil te puso una queja de incumplimiento por dejar que violaran a su prima? —enarco la ceja.

No me interesa lo que le suceda a él o a su familia pero si no mal recuerdo ellos tuvieron problemas, por eso tardé tanto en regresar cuando supe que había escapado. Él casi mata a la urraca, pero como pago le dió a Lovely. Quito la protección de la jurisdicción del general, y él pudo pasar la seguridad como cualquier persona normal. Mi error fue no matarlo en la cacería.

Creí que podría dejar a Lovely, que no me interesaba pero no era así y la pagué caro.

—Nadie le tocará un pelo a esa —rueda los ojos asqueada y me dan ganas de tener su cabeza en una vitrina como trofeo.

La prima también estuvo en protección con la jerarquía y quedó loca al grado de quitarse la vida.

—¿Cómo procederás? —pregunto.

—Llevo el permiso hasta su vivienda —explica sin mirarme y tecleando la laptop—, extraemos la presa y él queda restringido hasta el juicio.

—¿Cuánto tiempo dura eso? —pregunto con desespero.

Me estresa que todo tarde.

—Como un mínimo de dos semanas, hijo —hace una mueca mirándome—, a veces hasta un mes. Tocar algo de Aragon podría costarnos millones y más si el juicio lo gana. —toma una pausa mirándome—. ¿Estás seguro?

—¿Alguna puta vez te he pedido ayuda? —me exaspera la maldita—. Dime si no puedes o tengo que matarte a ti y a tu bastardo, llevándome al inútil de tu marido. No sé cómo lo convenciste de que te diera el poder porque sólo un loco pone el poder en una loca.

Rueda los ojos y cierra la laptop de mala gana.

—Ahora que ya sabes quién soy no tengo ganas de pelear, y de hecho. —se burla y me aniquila con esos ojos azules—. Tú eres la copia masculina de mí; sin alma, y dispuesto a destruir lo que ama por lo que desea. Amas a esa zorra pero odias a Tayler por quitártela. —resopla y asiente pasando las manos por su cabello rubio brillante—. Si eso quieres te lo daré, ya no quiero seguir teniendo problemas por ella.

—A ella no le toques un pelo —le advierto—, matare a es perro, y... de hecho creo que sé quién lo matará.

Las ideas salen mejor cuando la rabia es tu amiga, y estoy segura que la muerte del bastardo que desea tanto será un maldito plato frío para mí.

—¿Tienes hambre? —inquiere, restándole importancia a lo que acabo de decir.

—Pues sí, y lo mínimo que debes hacer es darme de tragar después de abandonarme como un perro.

Me levanto acomodando mis hombros.

—Tienes mi imagen y quizá mi genio pero sacaste el buen físico de tu padre —suspira—, eso es lo que más extraño de él.

—La manera en que cogían no está en las diez cosas que quiero saber —la freno—, y muévete que tengo hambre.

—Una cosa —se frena—, deja de revolcarte con putas, hueles a sexo y a perfume barato.

—Preocúpate por no revolcarte con basura. —paso la mano hacia mi bolsillo trasero e encuentro un cigarro a medias, me llevo la mano al otro y saco el encendedor.

«Ganas de andar cuerdo no tengo»

Camina rodando los ojos y esas zapatillas me martillan la cabeza.

Estar con ella no es algo que me guste pero tampoco es algo que odie, al final es la única persona que veo cómo lo que es, y no como lo que quiero que sea.


Nota:

Damon, Damon, Damon. Debes aprender a soltar, porque vas a desatar algo que no te va a gustar y te va a costar.


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