
Capítulo 19
Tayler Aragon.
Votos matrimoniales.
Llevo horas llamándola por teléfono, ¿de qué sirve que le haya comprado uno si no va a atenderlo?
Debió llamarme cuando llegaron los caballos, es una malagradecida e irrespetuosa. Sólo quiero llegar para que sepa que todo lo que dije antes debía decirlo, sin embargo ahora no sé si hacerlo, seguramente estoy siendo un niño y yo soy un hombre, parezco un hormonal de 17 años. Me acomodo en la cama de suite de hotel.
Regreso a la sala después de poner en silencio el teléfono.
—¿Todo bien? —pregunta el hombre que me va a hacer la vida más fácil.
Un traficante de armas, todo su continente está de mi lado, y por lo tanto cada decisión que tomo es un sí para ellos.
—Todo bien —digo en su lengua madre.
Sonríe y me acomodo en el sofá. Hay una mesa de cristal redonda que nos separa, la suite está adornada de flores y colores cálidos como dorado, naranja y amarillo.
—¿Necesito saber el problema? —inquiere y da dos caladas a su puro.
Lo miro fijamente y niego esbozando una media sonrisa.
—Van a arder —vuelvo a decir en su idioma.
Se carcajea y asiente firmando los documentos que se encuentran sobre la mesa. El olor a flores me invade la nariz, quizá porque sé lo que significa su firma.
—Recuerda que lo que tienes en mano son de alto calibre —me explica—, mis hombres han modificado para que cada pistola, metralla, bazuca y bomba sea el doble de potente.
—Es lo que necesito —digo sirviéndome del whisky que adorna la mesa de cristal—. Esta es una medida, pero cuando sea hora, lo sabrás.
Me extiende la mano después de enarcar la ceja y asentir.
Hacer esto no fue un problema, yo siempre consigo todo lo que quiero y me desahogo de lo que no me sirve, no me importaría dispararle pero es una pieza clave para evitar que me sigan quitando movimientos del tablero. Veo sus ojos oscuros y sé que tengo su confianza.
—¿Le parece si celebramos esto con un poco de alcohol y mujeres? —pregunta.
La propuesta me gusta, y más la última palabra, necesito desahogarme, y comenzar a olvidarme de ella, porque si quiero seguir con esto no podré dar un paso sin mirar al lado para cerciorarme de que siga con vida.
—Me encantaría.
Acomodo mi traje y saco a discreción el teléfono que sigue vibrando en mi bolsillo. Es Sophia Graham, hace tiempo quiere verme, cosa que no va a suceder. De sólo recordar lo que hice quiero vomitar, pero eso es un as bajo la manga, y este hombre que camina delante de mí, dándome la cara mientras meto el móvil es una maldita daga; silencioso, preciso y mortal.
Nos dirigimos a unos de los bares más cercanos mientras los guardias mantienen la distancia pero demostrando quiénes somos. Las mujeres se alertan cuando ven el lujo que desbordamos. Las mesas redondas están adornadas por pequeñas lámparas al centro, un lugar discreto, un lugar de negocios y también de sexo. La puerta se cierra y no se abre en los próximos minutos mientras nosotros nos sentamos en una mesa de la esquina donde la puerta queda al frente pero también disfrutamos de las nudistas que están en la tarima que da justo a una barra donde hombres les meten billetes.
—Ven, linda —el hombre a mi lado llama a una chica pelirroja de buenos atrevibudos.
Se acerca moviendo sus caderas con instinto felino forzado, y me aguanto la carcajada que quiero soltar, ya que la maldita mocosa que deje en drama mueve «sin necesidad de querer» las caderas como una gata en celo. Ronronea tan delicioso al igual que como se mueve. La manera en que come, y mueve las manos, es refinada y cautelosa, sus caderas se balancean reluciendo la figura perfecta que tiene. Tiene fuego por todo el cuerpo y me complace saber que yo soy el que lo apaga.
—¿Te gusta? —me interrumpe el maldito y tengo que aguantar las ganas de clavarle una estaca en el corazón.
No me gusta pero necesito hacerme ver de los suyos, y en otros tiempos diría que lo soy, pero aparentemente ahora parezco doncella.
Elevo las cejas de mala manera para que vea que obviamente necesito a una desabrida sobre mí.
—¿Cómo vas con los Graham? —pregunta.
—Estoy ideando un plan para dar un golpe firme —le comento y bebo de mi licor.
No me mira muy confiado.
—Hablo del demonio de Ámsterdam.
Ese nombre me revuelve el estómago de un tiempo para acá, no puedo evitar poner cara de asco y debo beber de un sorbo mi bebida antes de responder.
—No es problema —le resto importancia pasando amargamente el sabor del licor.
—Me comentaron que se unió a la jerarquía recientemente, ¿no debería de estar de tu lado?
—No tengo ganas de hablar de ese.
—¿Fue el encargado de cuidar de tu presa, no? —inquiere.
Este tipo de preguntas me asquean, de hecho las odio, nunca debí hablarle de ella. El maldito destino me escupió en la cara cuando supe su historia de niños de kínder, maldito.
Es un bastardo con demasiada suerte, sin embargo fue un buen amigo ese año que estuvo con nosotros. Era el único con el que me gustaba beber, hablar y con él que viaje a lugares privados cuando éramos más jóvenes. Un día simplemente eligió el camino de salvar a Yésica, y supe que quería que cuidara a Lovely. Sin embargo hizo algo más que eso. Después del bufón ha sido en el único que confíe pero me equivoqué
—Lo fue —le resto importancia.
—Debo decir que superó las expectativas de todos en la cacería.
Llama a una rubia para que se le siente encima y mientras proceso la furia que me envuelve cuando hablan de mi mujer como si se las fuese a vender.
—Las mías no, siempre supe que podía. —aparto a la pelirroja que había olvidado que tenía sentada en mi pierna.
Todos hablan de ella como una niña débil, como si ella no pudiera pero nunca he creído una cosa como esa, no cuando yo le destrocé la vida y ella me lo perdonó cuando le pedí que me mirara, cuando la cubrí con mis brazos pidiéndole perdón en el oído y asintió repetidas veces.
Me pica la ropa de sólo recordar el asco de persona que soy.
Trato de enfocarme porque ya llevo dos días fuera, y no debería estar tanto tiempo lejos de ella. Me inquieta que todos estén pendientes de lo que haga mi mujer, no debería de importarles como a mí no me interesa lo que hagan sus malditas calaveras andantes.
—Es usted un hombre con suerte, Aragon, esa le dará un buen primogénito —comenta.
Asiento y sirvo más licor antes de que me muera de un enojo. Yo hice algo, de hecho. Últimamente he hecho algo, no he estado cuidando de ella como debería y embarazarla en estos momentos sería cruel de mi parte. No sé si la odio más de lo que la deseo pero no quiero que venga un bebé sabiendo que no me ama, y que yo no la perdono.
—La suerte es para los mediocres —le aclaro—; yo creo mi destino, y la elegí porque es fuerte. Incluso ahora, estoy seguro de que está haciendo alguna estupidez para retarme.
Se carcajea y sí, también me causa risa, pero no de esa manera, yo sé que vale mucho incluso el dinero que he gastado en sus padres estos últimos meses, mi obligación era mantenerla desde prisión y lo hice con gusto.
Pagué sus clases de defensa personal, clases de francés, español, italiano, prácticas de tiro al blanco, y la alejé de la jerarquía por eso no es un soldado completo, sólo en inteligencia. Le daba lo que necesitaba y lo que quería, nunca me interesó que investigase como matarme, me había vuelto loco por volverla a ver y si era para matarme yo estaba feliz de que lo último que vieran mis ojos fuese ese rostro de ojos color mercurio y cabello rojizo, pero no solo rojizo, es oscuro cuando quiere y en el sol brilla cual amanecer.
Morir viéndola seria un regalo, no un homicidio.
El hombre se despide de mí con una reverencia que yo respondo de la misma manera levantándome de mi silla.
Se va con sus guardias y me desparramó en la silla para ver qué tengo 120 llamadas de Sophia y 15 del bufón.
Me levanto con rapidez después de pasar el dedo en la tablet para pagar las bebidas y me dirijo nuevamente a la suite. Me aseguro de no verme sospechosos y llamo por teléfono cuando estoy dentro.
No contestan hasta el tercer pitido.
—¿Adónde diablos te metes? —aprieto el puente de mi nariz exhausto de esta mujer.
—No tengo tiempo para dramas, dime qué quieres.
Me dirijo a mi cama y tomo la Mackbook para regresar a la mesa en lo que ella suspira agobiada.
—¿Estás con esa escuincla? —pregunta furiosa.
Me dan tantas ganas de cerrarle la boca con un maldito explosivo.
—No.
Comienzo a teclear para ver adónde diablos está. Conecto el cable de mi teléfono a la Mackbook. Carga mientras yo me estoy fastidiando.
—¿Cuál era tu motivo de mantenerme así sin saber de ti? —se pone dramática.
La razón es fácil; te quiero matar.
—Tengo trabajo que hacer, a mí nadie me lo hace, linda —me quiero vomitar yo mismo.
—Está bien... —comienza la seducción asquerosa—, necesito verte, necesito que vengas ya.
—¿No te bastó con oír que firmara el contrato para que puedas ir a verme? —mi laptop hace zoom y me muestra el lugar.
Está en un café cerca de su residencia. Se me quita un peso de encima y cierro los ojos olvidando que la tengo en llamada.
—No es suficiente, necesito tu cuerpo —jadea con discreción.
Debo pasarme la mano por la cara para tomar paciencia de no sé dónde.
—Haré espacio para ti, linda —contesto asqueandome más.
No debería importarme engañarla pero vaya que me importa.
—Ya viene Franco. Estaremos en contacto —avienta un beso a discreción y trato de arrancarme tal sonido de la mente.
Le llamo a Lovely de nuevo y nada, es una maldita mocosa malcriada, seguramente está furiosa conmigo, y me gusta.
Tenía tantas ganas de besarla en la biblioteca y arrancarle esa ropa, al igual que antes de venirme, me abrazo creyendo que me enfrentaría a algo peor que ella.
Un beso más y creo que moriría.
No contesta pues entonces voy a ver qué diablos hace esta niñita y a esta hora que no responde. Busco en todos lados y no está. Ni en su habitación, ni en la chimenea, tampoco en mi despacho, ni en la piscina. No pierdo el tiempo en llamarle a Odelia que contesta en menos de nada.
—¿Adónde está? —pregunto con firmeza.
—Durmiendo señor, estuvo todo el día en el despacho y después con la yegua, más tarde salió al bosque y regresó exhausta.
La información que me da siempre es valiosa, excepto la parte donde llego exhausta porque. ¿Como porque estaría cansada? Si esa maldita me está engañando...
—¿Adónde está durmiendo? —pregunto antes de arrancarme la nariz.
Masajeo mi tabiqué con mi dedo para tratar de calmarme.
—Creo que en su habitación, señor. Hace frío por acá.
—Lo agradezco. —cuelgo y respiro para no estrangularla cuando llegue.
No responde, desparece en el bosque y regresa cansada. Malditamente idiota yo que no la maté.
Veo la cámara y está acostada... ¿tocándose?
—Luces fuera —ordeno y la inteligencia artificial me obedece dejándome con los candelabros cálidos encendidos.
Me dasago del cinturón y de la cremallera cuando veo que quita la sábana de su cuerpo.
Debe estar tan ansiosa y empapada, quiero regresar ya, ¿por qué es tan jodidamente perfecta?
Comienzo a masajearme la polla y subo el volumen ampliando la imagen para apreciar lo que me espera en casa. «¿Es por él que se toca?», me pregunto.
Toma mi sábana y la huele pasándola por su cuello. Dios, creo que voy a correrme con sólo ver esto, voy a premiarla por desearme.
Sus gemidos me enloquecen y comienzo a jadear intensificando el movimiento de mi mano para crear fricción. No tengo hoy ninguna prenda suya en mi bolsillo y eso me dolería si no la estuviese viendo...
—¡Dios, Tay...!
Su gemido me penetra la columna vertebral, la sonrisa se amplía y en hormigueo me abruma desesperándome por disfrutar lo que veo, mis sentidos se agudizan y comienzo a bombear con un calor que jamás había sentido al masturbarme, y menos lo había hecho por una mujer. Sus jadeos y gemidos rompen mi orgullo, me deleito del maldito orgasmo que me abruma gracias a ella.
—¿Me extrañas, mocosa? —gimoteo mientras sigo viéndola retorcerse como una serpiente.
Un relámpago abruma la cámara al mismo tiempo en que escucho su grito ahogado de placer y mi eyaculación salta mientras un gruñido rompe en mi garganta.
Trato de mantener el contacto con lo que veo, el cabello se pega en mi frente diciéndome que estoy jodidamente agitado.
Nadie me pone como ella, y sí, estoy tan malditamente obsesionado pero no me interesa, dije que la vería arrastrándose por mí y ahora veo que el tiempo es mi mejor amigo.
La veo después de limpiarme con mi camisa y se hace una bolita, está esperando ser acunada y me levanto para no sentir la punzada que llegó de todas maneras.
Maldita mocosa, no me puedo deshacer de ti.
Me doy un baño de agua helada para ver si así se me salen los pensamientos cursis de la cabeza. No tengo tiempo para eso, no ahora. No ahora que habrá sangre de por medio.
Lovely Walker.🥀
Ocupo mi día después de levantarme y bañarme en desayunar e ir por esa yagua para montarla.
No me lo permite la muy digna porque cada que me acerco a ella se aleja, y no trae silla porque sé de buena mano que no está acostumbrada, es un cabello salvaje que pertenecía a una tribu, eso se ve en la pluma y la calidad de vida que lleva el animal.
Eliot se ríe con Odelia y aplaude en la mesa de jardín mientras yo estoy casi cayéndome al barranco gracias a la bestia negra que me acorrala.
—Déjame montarte, flika —trato de acercarme y alza la cabeza.
Me asusta y caigo al suelo, los reflejos incrementan, alza las patas para molerme, ruedo y deja caer los cascos. La adrenalina me sube a la cabeza y me doy un vuelta para ponerme de pie.
La muy perra se burla de mí, me pongo en posición, veo la soga que tiene en la boca como bozal y me burlo.
—La que está atrapada eres tú —se lo hecho el cara.
Le aviento un beso a Eliot que se carcajea y Odelia me da apoyo moral.
—¡Usted puede señorita! —grita.
La yegua se alerta, quiere correr, planto los pies en el suelo y sé que subirme de este lado podría significar morirme pero, no importa; avanza, y tomo la cuerda impulsándome en un salto para caer encima de ella.
Quedo colgando de su cuello, y ella amenaza con tirarme, uso la poca fuerza que tengo para subirme como dios manda y me carcajeo. Me sostengo con fuerza de la soga mientras sigue de rejega.
—¡Bravo! —dice Odelia y Eliot aplaude con risitas.
La yegua relincha y me abrazo a ella, levanta el cuerpo, mi corazón explota, mis ojos se abren como platos, me canteo para no caer de espaldas por sus patas traseras, y que me mate en menos de nada.
Caigo y las costillas se me comprimen, el dolor no merma pero es soportable. La yagua sale festejando dando patadas mientras yo me retuerzo de dolor en el suelo y Odelia se levanta pero alzo la mano para que sepa que estoy bien.
Me siento recuperando la respiración a duras penas ya que me duele respirar, quedo sentada contra en pasto en el pasto con la cabeza entre las piernas y los hombros.
—¿Qué será peor, tu rechazo o el de ese perro? —gruño.
La veo acercarse poco a poco. El miedo me invade y comienzo a retroceder tratando de levantarme pero no puedo, llega hasta mí y comienzo a levantarme antes de ser papilla en sus patas... me golpea ligeramente con la cabeza indicando que me levante, ofrece su cabeza como soporte y me cuelgo de ella. Su fuerza es colosal, me alza y quedo tambaleándome, me recargo de su cabeza y suspiro contra su trompa.
—Tregua —susurro.
Se aleja de mí y salgo cojeando un poco. Tomo una manzana de las que tengo en el pasto y se la doy, la toma de mi mano y tallo su cabello mientras se la come. Al menos a ella le gusta.
—Que feos gustos tienes —digo y dejo un beso cerca de su mejilla.
Tengo moretones raspones y todo menos ganas de seguir caminando. Tengo el short metido hasta la cola y mis pechos están erizados del dolor que me causa escalofrío en la espalda. Camino arrastrando los pies y llegó hasta Eliot que me da los brazos, no los niego porque es el bebé más dulce que haya en el mundo.
—¿Te gusto ver cómo me molieron a golpes? —le pregunto y sonríe.
Odelia se ríe discretamente y beso la coronilla del bebé.
—Señora —me llama un guardia, y volteo a ver que trae unos documentos—, aquí están los informes, ¿los podría revisar antes de la tarde?
Asiento tomando los papeles que Eliot me quiere quitar. Odelia toma al burlón que cargo y me voy al despacho porque aún debo leer el contrato.
Me voy adolorida hasta el despacho y me siento en el sofá aconchabado de piel. Me gusta su escritorio clásico, es tan perfectamente acomodado, y con cajones a los lados, es para un hombre grande, claro está, y eso me da comodidad al inclinarme para leer los estados de cuenta e informes de trabajos, perímetros, etc.
No es muy difícil si tienes cosas como los apuntes de Aragon en un libro de cuero que lo envuelve una tira del mismo material, aquí señala todo lo que hay que saber, y las comparo. Sus ventas en los distintos lugares han crecido de una manera extraordinaria los últimos meses, sin embargo; la cifra final sigue siendo casi igual que hace un año.
Me agarro el cabello con un lápiz de madera y quito los mechones que me ciegan. Los movimientos están bien... me voy a la tablet que tiene metida debajo del soporta teclado, entro a los movimientos de su banco interno y no hay nada. Me voy a los movimientos de los últimos diez años y simplemente pagos comerciales y privadas o nombre del FBI. «¿cómo?», me pregunto.
Ignoro mi sospecha y mejor me dirijo hacia movimientos internos; hay desviaciones pequeñas, demasiado pequeñas en cada suma absurda de dinero que cae en nombre de la mafia.
—Le están quitando un dulce a un bebé —susurro para mí misma.
Comienzo a corregir y apuntar nuevamente lo que falta cuando un nuevo registro y las malditas cantidades son millonarias. ¿Como diablos no se da cuenta?
Si quito el dinero que da cada mes o dos veces al mes a quién sabe quién, nos quedamos sólo con las desviaciones que siguen siendo grandes sumas. «¿cuánto dinero tiene?»
Llevo cuatro horas haciendo esta estupidez que ni completa está, y ya me duele la mano de tanto sacar cuentas y crear estadísticas de esta estupidez que no debería interesarme pero aparentemente lo hace.
El dolor de espalda sigue, y en eso el dolor de pecho aparece cuando recuerdo que debo leer el documento de acuerdo. Tengo dolor de cabeza y asco.
Me desparramo resignándome y me levanto tomando los libros que no he estudiado porque me la pase con la yegua, y esta mierda de números falsos. Firmo las órdenes para dárselas al guardia y que tengan itinerario al menos hasta pasado mañana.
—Put... —gruño cuando me enderezo y me duele la costilla.
Retrocedo chocando con la maldita chimenea... tiene un botón rojo debajo de la estantería que porta libros. ¿No es peligroso tener fuego cerca de libros? Supongo que le vale.
Oprimo y la puerta que se va abriendo me empuja.
«Es un escondite»
Mi sonrisa y curiosidad revolotean en mi estomago cuando una pared blanca se posa frente a mí, hay dos entradas laterales pero al parecer ambas me llevan al mismo lado. Camino a mi izquierda y poco a poco voy viendo lo que parece ser un cuarto de arte para él. Hay cajas, cuadros de paisajes preciosos, incluso del barranco, y unos están cubiertos con sábanas blancas.
Camino dejando las cosas que traía en una mesa blanca con pinturas y brochas. Deslizo la sábana de uno de ellos y veo que es la misma chica de mi cabeza. Tiene al cabello rubio y ondulado, Eliot es la imagen de esta chica, su sonrisa es majestuosa.
Descubro los demás y me encuentro con uno que parece el infierno mismo, es un hombre que se desplaza desnudo entre las llamas del infierno con un collar... toco mi cuello y ya no está. ¿Adónde lo dejé? Retrocedo... tropezando con una caja que no vi y me llevo una sábana blanca tapándome. Las costillas me duelen y el pecho se me comprime.
—¡Mierda! —chillo del dolor y frustrada porque no sé adónde dejé el collar y ni siquiera me había dado cuenta de que ya no lo tenía.
Me levanto y empujo la caja que se abre mientras aviento la sábana; cae una cámara instantánea y con ello fotografías instantáneas, me rodillo a recogerlas y el pecho me revienta con un sinfín de emociones que me abarcan.
Son fotografías de la mansión: antes había un jardín de rosas rojas y blancas, las mismas donde yo estoy en aquella foto que vi que él tenía, hay fotos del bosque, donde aparentemente, salía de excursión, hay de la caballeriza, fotos de árboles, animales del bosque como ardillas y conejos, mariposas sobre las rosas.
Mis ojos se humedecen y mi nariz pica con el agua salada queriendo salir. Es una foto de él en la mesa, está cubriendo su rostro, está foto la había visto antes pero no recuerdo donde, y la sonrisa se me escapa. Había más, una donde nos estamos besando en el mármol, en donde prepara algo en un sartén y después una donde me da de comer un fresa en la boca y yo sonrío a él, no a la cámara.
—¿Cómo olvidé esto?
Es como ver un video de alguien igual a ti, y sientes todo ese mar que te consume queriéndote hacer llorar pero duele tanto que no quieres seguir mirando. Hay fotos mías sonriendo y lo mismo con Eliot, él con Eliot, y hay demasiadas más.
Escojo unas y las guardo en el bolsillo trasero de mi short.
Guardo y levanto la caja para ponerla debajo de la mesa. Recojo la sanaba para acomodarla nuevamente y lo que me topo en el cuadro es una pintura mía desnuda en la cama, estoy acostada mirando fijamente hacia mí, es como si yo misma me estuviese mirando y lo que veo es una fotografía; fuego, deseo, pasión y anhelo. Repaso con los dedos el cuadro, y me doy cuenta de que estoy en su cama y, la luz de los candelabros golpean mi cuerpo desnudo, iluminando con calidez y aunque no haya estado allí sé bien que estoy ardiendo.
Mi cabello se cae a mi espalda mientras el ángulo de 60grados que me da, hace que pueda verme abierta de piernas para él, sin embargo lo que más está recalcado son mis ojos y labios, mi coño está pintado con delicadeza y amabilidad, el brillo que lo cubre me hace saber que en serio lo disfrutaba, sin embargo no sé si me obligó a ello.
Mis manos están ancladas a la cama mientras la espalda arqueada deja que mi cabeza ligeramente inclinada me haga ver como una urgida. ¿Cuando diablos fue esto?
Siento que me tiemblan las piernas cuando mi pecho retumba de incertidumbre y enojo.
Tanto maldito sufrimiento y tantas malditas humillaciones para darme cuenta que yo tuve la culpa por esto, quizá era eso, yo planeaba ganarme su confianza, pero no sé si realmente era de esta manera. No de la manera en que me hace temblar cada que se acerca a mí, no cuando mi memoria muscular lo recuerda y me desvanezco sobre él.
La manera en que la piel se me eriza cuando recuerdo sus manos toscas poseyéndome y no me molesta en absoluto.
Me levanto acomodando todo como antes y salgo como si no hubiese perdido el movimiento de mi corazón en ese preciso momento. Me dirijo a mi habitación y dejo todo en mi buro, recojo el acuerdo y comienzo a leerlo.
Algo que no me agrada del título y es que no es un documento normal. Sigo a la siguiente hoja y está la renuncia y despojo de propiedades a mi nombre que son más de diez.
•Mansión Encantadora. Londres.
•Penthouse Aragon, Massachusetts.
En mi perra vida había escuchado de la segunda. Y hay una en Alemania, en colorado, Wells y no sé qué más. Una piedra se forma en mi garganta y...
«"Acuerdo de contrato por bienes separados, el compromiso de firmar para llevar a cada los votos matrimoniales"
Las propiedades de la beneficiaria Walker Lovely de Aragon quedarán intactas a la hora de la separación, en caso de adulterio se le despojará de sus bienes inmediatamente.
Las propiedades del benefactor Aragon Leon Tayler quedarán en manos de sus descendientes en caso de deceso, y a su viuda. En caso de que no haya las propiedades irán a sus hijos y sirvientes.
El acuerdo de votos matrimonial lleva como reglas establecidas por la aristocracia manteniendo el orden civil:
•Sólo hay primogénito, en caso de nacer una hija está será llevada directo a la jerarquía o destinada a vivir en el exilio.
•El adulterio es castigado con muerte.
•Procurar el bien de la jerarquía y la armonía de la aristocracia.
•Lovely Walker no existira, el nombre se le asignará Lovely de Aragon.
Su comprador decidirá si quiere obsequiarle el derecho a su identidad. Tome en cuenta que la única voz que valdrá será la que el propietario decida.
Las reglas son claras, en caso de alguna queja comuníquese con el comité. Se le atenderá a la brevedad.
Gracias por su atención. Que tenga una excelente y próspera vida.»
—¿Qué mierda acabo de leer? —se me comprime el pecho.
En primera me alivia que no sea una mierda de esas que me había dicho, supongo que creyó que no lo leería. Lo que me irrita no es eso, si no la manera en que se dirige a mí el documento, toda la mierda es para mí, todo es en base a que debo respetarlo, si hago algo me quedo en la calle y muero, o peor.
«¿Casarme?», pienso. No puedo casarme, soy demasiado joven, y de paso él tiene como cuarenta. Dejo el documento en su lugar sin terminar de leer la última hoja donde está la línea de firma.
Me tiro a la cama de brazos abiertos y mala idea porque un grito ahogado en mi garganta surge cuando me muelo la costilla. Muevo la cabeza para ver adónde diablos está mi teléfono y está en el buró.
—¡Siri! —espero a que se encienda la maldita.
—¿En que puedo servirte, Lovely?
—Llama a Elton Makris.
—Llamando a Elton Makris...
—¿Qué pasó, muñeca? —su voz a través de la línea se escucha preocupada.
—¿Qué diablos es el acuerdo de votos matrimoniales?
—Un acuerdo de seguir las normas de un matrimonio... ¿por qué te escuchas tan lejos?
—¡La yegua me tiro y me duele la costilla, y estoy en la cama!
Me frustro y más me duele. Quito el lápiz que tengo en el cabello y lo aviento.
—¿¡Eh!?
—Olvida eso —lo freno moviendo las manos con frustración—. Explícame esa mierda.
Suspira yéndose a un lugar donde el eco de sus zapatos resuenan mis tímpanos con frustración porque no puede soltar las malditas palabras mientras camina.
—Es un acuerdo de las reglas que debes aceptar para ser parte de la jerarquía —me dice.
—Pero decía "aristócracia" ¿tú aprobaste eso?
—Es el consejo... —deja la palabra a medias—. ¿Tayler te lo entregó?
—Me dijo que lo firmara porque era un acuerdo para estar rompiendo la regla principal del contrato.
—¿Adulterio? —se carcajea—. ¿Pensaste que en serio dejaría que te acostaras con otro por elección?
Suena más razonable si lo dice Elton con tono burlón como si conociera a Tayler mejor que él mismo.
—Supongo —me encojo de hombro haciendo puchero—, dijo que se acuesta con otras —le comento de una manera que hasta yo siento lástima por mí.
—¿Qué sucedió?
—Me dijo que no desea estar conmigo —concluyo.
Se toma un momento y me duele el estómago.
—No creí que lo de Damon le afectará así, Muñeca, pero si es así lo único que puedes hacer es exigir una reunión con el consejo para decir que deseas cambiar de propietario —me explica—, sabes bien que yo puedo pagar lo que me pidan.
Y de nuevo la mierda de valer tres pesos se siente como si fuese una baraja.
—Elton... estoy aburrida de esta mierda de ser comprada —le explico sintiendo que el pecho me arde—, firmaré esta mierda y ya. No quiero más. ¿Qué más podría pasar?
—Debes saber que si no te casas él puede hacerlo con otra —confiesa y se me retuerce el estómago—; ese acuerdo es para eso. No es una boda, sólo te hace su mujer. Su esposa es distinta ya que no es una compra, si no una elección. Por eso se llama: votos de matrimonio.
Mi cabeza se mueve un nudo de problemas pensando en las muchas posibilidades de que viva con otra, y yo pasar a ser realmente lo que tanto odio; la maldita presa. Se me retuerce el estómago quitándome las ganas de respirar. Creo que ya no hay algo que me pueda hacer sentir peor. La tristeza me crece en el estómago y el sentimiento de vacío hace efecto al momento en que mi cara se calienta.
Me retuerzo hasta alcanzar mi teléfono y cuelgo antes de que Elton siga a hablando porque ganas de seguir escuchando no tengo.
Me duele el cuerpo y todo, hasta la punta de los pies. La mitad de la vida con él ha sido eliminada y no puedo revolverla a su lugar, sólo quiero que las cosas no se compliquen. No quiero seguir llorando, y seguir queriendo algo que es asqueroso.
Votos matrimoniales: Obligan a la presa a responder como mujer mientras el propietario elige a una esposa digna.
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