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Nueve

—Has tardado —dijo Sana mientras me abría la puerta de su casa.

—No habría tardado tanto si me hubieras dejado venir en moto —aún me costaba recobrar el aliento. Pasé dentro y me apoyé en la pared mientras Sana cerraba y se cruzaba de brazos.

—Estás un poco... parece que te va a dar algo.

—Como para no —puse la mano sobre mi pecho—, con el calor que hace.

—¿No has venido en autobús?

—No, no pasaban buses. Me dijiste que no cogiera la moto así que he venido andando. Oye, ¿me puedes dar un poco de agua?

—Eh.. Sí, claro. Ven —fue hacia la cocina y la seguí—. Pero vives un poco lejos para venir andando...

—¿Y?

—¿Y me has hecho caso igual? ¿No te era más fácil coger la moto y ya? —me sirvió el vaso de agua y me lo bebí de un trago— Tranquila que no te lo van a quitar.

—Uf, qué sed —reí. Puse las llaves de casa y la chaqueta sobre la encimera—. Me dijiste que no cogiera la moto porque te daba cosa y eso hice.

—¿Por qué me hiciste caso? Me podrías haber ignorado.

—¿Otra vez? —reí de nuevo, ella se acercó un poco más a mi—. Porque te da miedo, no quería que te preocuparas.

—Venir andando desde tan lejos con este calor y a esta hora te hace estar mal igual.

—¿Y qué preferías? ¿Que no viniera? —alcé una ceja.

—No... Yo... Podría haber ido yo.

El silencio se hizo. Me quedé mirándola un par de segundos que se hicieron eternos. No hablábamos, pero con aquello se dijo todo.

—¿Habrías venido a mi casa? ¿Tú?

—¿Qué pasa? Tú has ido a la mía varias veces, como ahora.

—Ya, pero... Pensaba que no querías, no sé, involucrarte y eso.

—¿Involucrarme? —su cara tornó a confusión.

—Sí, ya sabes, con mi gente, mi familia y tal. No es que tenga todos los recuerdos en su sitio y todo eso, pero creo recordar que nos odiamos, o al menos eso es lo que piensa la gente de nuestro alrededor.

A decir verdad, dije aquello por ver su reacción. Obviamente no seguíamos odiándonos, de ser así no me moriría de ganas de darle un beso.

Sana negó con la cabeza y rodó los ojos.

—Claro. Tienes razón.

Eso sí que me sorprendió. Justo esa era la respuesta que no esperaba escuchar. ¿Me odia aún? Aquello sí que no tenía sentido alguno.

—¿Perdón? —reí y mis brazos automáticamente se cruzaron.

—¿Qué pasa?

—Me odias, pero me has invitado a venir.

Noté cómo un rubor subía por sus mejillas, y si eso pasaba era porque algo sí que le importaba.

—Porque me aburría.

—Vaya. Pensaba que lo de odiarnos ya era agua pasada. ¿Y por qué me buscas?

—¿Yo? La que me habla y me busca eres tú —reí, me acerqué a ella.

—Te recuerdo que has sido tú —le di con el dedo índice en el hombro— la que me has pedido venir.

—Por puro aburrimiento, porque no estaba Mark —¿de verdad acababa de decir eso?

—¿Y los besos? ¿Por qué me besas? —se encogió de hombros.

—Tengo novio.

—No lo parece —sonreí.

—Para tu desgracia, sí.

—Para mí desgracia... —negué con la cabeza—. Tú y yo sabemos que pasa algo entre las dos y no es normal.

—Lo único que pasa es que te has dado un golpe en la cabeza que te ha dejado idiota y ahora de repente te gusto.

Su comentario me hizo gracia, no voy a mentir, pero me hacía más gracia aún ver cómo se autoconvencía de que no ocurría nada y era super feliz con su novio. Todas las respuestas forzadas que me dio... Y por mucha gracia que me hiciera, también me dolía ver cómo negaba todo.

—¿Sabes qué es lo gracioso? —ella tenía la espalda pegada a la pared de la cocina—. Que yo también te gusto y no te ha hecho falta ningún golpe en la cabeza.

—Para...

—Dime que no te pasa nada conmigo y me iré —me acerqué a ella igual que hice aquel día en el baño, mis labios estaban a centímetros de los suyos.

—Vete...

—Mírame —alcé su barbilla despacio para que me mirara—, mírame a los ojos y dímelo, y te juro que no te voy a volver a molestar. Dime que no te gusto.

Les juro que podía notar el miedo en su mirada y estoy segura de que en la mía también. Ella decía que no, pero podía verse. Pero entonces pasó algo que no esperaba ni quería escuchar.

—No me gustas, tengo novio.

En ese instante pude memorizar hasta la última mota marrón que había en los ojos de Sana. Noté un pequeño pinchazo en el pecho, supongo que esto era lo que se sentía cuando te rompían el corazón. Era cierto que tenía novio, pero algo muy dentro de mí quiso seguir con esperanza. Todos los besos, los encuentros, pedirme que viniera... ¿por qué? ¿Por qué hizo todo esto? ¿Cuál era el punto?

Me separé de ella y asentí.

—¿Entonces para qué me has pedido que venga?

—Me aburría, ya te lo dije...

Suspiré y me giré. No daba crédito.

—Eres increíble —no me atrevía ni a mirarla—. Entonces todo esto era un juego para entretenerte. Un juego para que la niña no se aburriera cuando no estaba con su novio.

El rostro de Sana era inexpresivo, y sinceramente tenía cero ganas de intentar analizarlo. Me quería ir a casa y ya está. Me acerqué a ella que seguía sin decir nada.

—La próxima vez que te aburras juega una partida a la play, o ponte una serie, pero a mí déjame en paz.

—Tzuyu... —intentó agarrarme del brazo, pero me solté.

—Vete a la mierda.

Acto seguido salí de la cocina hasta llegar a la entrada y abandonar la casa.

—¡Joder! Dios, no la soporto —comencé a andar calle abajó mientras murmuraba para mí misma—. Niñata, idiota, es una estúpida. Ahora entiendo por qué se supone que la odiaba —refunfuñaba mientras bajaba la calle—. He venido andando hasta aquí para nada.

No me podía creer que realmente Sana fuera capaz de jugar así con una persona. Quizá por estas cosas era por la que la odiaba tanto, quizá ocurrió algo similar anteriormente... No sé, no la recordaba del todo y ni siquiera sé por qué tuve esperanza cuando en realidad todo el mundo me advirtió. Pero se acabó, me he cansado de este estúpido juego que lo único que provoca es hacerme daño.

—Mierda... Las llaves.

Cómo no, soy una inútil. No hay nadie en mi casa y sólo había bajado dos calles así que me iba a tocar volver a por las llaves. Qué manera de perder la dignidad tantas veces seguidas, he superado mi nivel de ridiculez.

Volví hasta la entrada de su casa. Me posé frente a la puerta y suspiré. No me apetecía tener que verla de nuevo.

—Vale Tzuyu, abres, pides las llaves y la chaqueta y te vas. Es rápido. Llaves, chaqueta y fuera.

Llamé al timbre. No habría nadie, pasaron unos minutos más y me extrañó así que volví a llamar, pero de pronto abrió una Sana con la nariz roja, un pañuelo en su mano libre y los ojos completamente cubiertos de lágrimas. Aquel vuelco que me había dado antes al corazón volvió de nuevo, pero esta vez magnificado. ¿Estaba llorando por mí?

—Ehm... Me he olvidado...

No pude decir nada más porque Sana se abalanzó sobre mí para abrazarme. Rodeó mi cuello con sus brazos de la manera más fuerte que pudo, hasta sentí que me ahogaría. Di unos pasos hacia delante porque casi pierdo el equilibrio y cerré la puerta con la pierna una vez dentro. La abracé fuerte por la cintura.

La escuchaba sollozar y me estaba partiendo el alma. Acaricié su espalda lo más suave que pude.

—Lo siento... No quería decir todo eso —dijo entre lágrimas sin aún soltarme.

—Shh.... Tranquila. No llores, no pasa nada —acaricié su cabello.

Que yo haya provocado aquello me hizo sentir como la peor persona del mundo.

Nos quedamos así un par de minutos y poco a poco fue soltándose, con mis pulgares quité las lágrimas que tenía bajo sus ojos. Aquella carita indefensa me hizo querer protegerla toda la vida.

—Lo siento.

—Yo lo siento, no debería haberte hablado así. No quiero hacerte llorar, lo último que quería era esto.

Subí mi mano hasta su rostro y la acaricié, noté cómo cerraba los ojos ante mi tacto.

—Tengo novio... —tragué saliva—, pero no sé qué me ocurre contigo, Tzuyu. Se supone que nos odiamos, que cuando odias a alguien quieres que esté lejos de ti, no quieres ni verlo, lo detestas... Y yo lo que siento por ti es justo lo contrario... —acercó su frente contra la mía y ambas quedamos unidas—. Necesito verte, hablar contigo todo el rato, que me digas si has llegado bien a casa o que simplemente me mires si nos cruzamos en los pasillos. Cuando me has dicho todo eso he sentido que me desplomaría delante tuyo, y ahí ha sido cuando me he dado cuenta de que sí, creo que me gustas mucho.

Sonreí y volví a acariciar su rostro con mi pulgar.

—Tú también me gustas, me gustas demasiado, pero creo que eso ya lo sabías —ella sonrió—. Tengo unas ganas de... —interrumpió.

—Está mal...

—Ya. Perdón —asentí.

—¿Sabes? Da igual —pasó sus brazos alrededor de mi cuello y me llevó directa a sus labios.

Comenzó a besarme como si hubiese esperado esto horas, días o semanas. Nos besamos hasta llegar al sofá y que ella cayera sobre mí. Se sentó en mi regazo y siguió besándome. Acaricié cada parte de su cuerpo, su cintura, cada curva que tenía. Necesitaba rodearla con mis manos y sentir que era mía.

—Dios... Eres tan.... —dije.

—Tus labios —añadió de la nada.

—¿Mis labios?

—No puedo parar de besarte, tus labios son... Joder —volvió a besarme y aquello me hizo reír bastante, tanto que me separé.

—¿Te hacen risa mis labios? —hice un puchero.

—No... no hagas eso.

Seguí haciendo el puchero para provocarla. Funcionó.

—Deja de poner esa cara o te juro que hoy no te vas de mi casa.

—¿Es una amenaza? —alcé una ceja.

—No quieras comprobarlo...

—Ven aquí, anda —tiré de su nuca hacia mí y esta vez fui yo la que empezó a besarla con ansia. Agarré su cintura con fuera y giré sobre mí hasta quedar justo, al contrario. Esta vez era yo quien acorralaba a Sana.

—Este lado de ti...

—¿Te gusta?

—No sabes cuánto.

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