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El humano que dejó de serlo
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—PALACIO FIREWIRE.
CORTE DE VERANO 🌹
Hace mucho tiempo
Es extraño y singular que en la Corte Verano nazca un niño en un día no acorde a su estación representativa. Esa noche cálida del mes de noviembre se convirtió en todo lo contrario; los vientos golpeaban las ventanas, los truenos rompían el cielo y los relámpagos iluminaban el lugar, parecía que el cielo se caería a pedazos y lo único bueno de esto es que los gritos de la habitación se perdían con el eco del cielo.
— ¡Mi señora, aguante! —Pedía una de las criadas a la mujer Alfa recostada en la cama.
— ¡YA NO AGUANTO! —Rugió molesta.
—Usted es fuerte, mi señora, podrá hacerlo —seguía insistiendo—. Vamos, debe traer a ese bebé con bien.
—Reina Miyoshi, necesito que coopere por el bien de su bebé —pidió la doctora con voz firme.
— ¿Donde está mi señor? —Preguntó la Alfa de cabellos negros y ojos ámbar—. Él debe estar aquí...
—Nuestra majestad no se encuentra en el palacio...
— ¡Me duele mucho! —Seguía gritando la madre.
—Mi señora, usted puede hacerlo, es una Alfa fuerte y poderosa, dar a luz a un bebé no es sencillo pero usted es capaz de eso y más. —Las criadas asintieron ante las palabras de la doctora—. A la cuenta de tres, puje fuerte... uno... dos... —Los gritos de la Alfa la interrumpieron y comenzó a pujar más fuerte de lo que pensaba.
Los minutos se volvieron horas o quizás fueron segundos, no lo sabía... sólo recordó sentirse vacía y escuchar los llantos de su pequeño bebé.
(...)
Al abrir los ojos estaba sola en la habitación, su vientre había disminuido y su cachorro no estaba en sus entrañas.
— ¡TEGOSHI! —Gritó con todas sus fuerzas. Un Delta de cabello cenizo y ojos grises entró corriendo a la habitación—. ¿Dónde está mi bebé? Quiero verlo.
—En un segundo lo traerán, mi señora —respondió tranquilo.
— Quiero ver a mi cachorro, quiero ver a mi bebé. —Minutos después una Omega entró con un pequeño Fae envuelto en mantas, la mujer extendió los brazos hasta tomar a la pequeña criatura.
—Felicitaciones su majestad, usted ha dado a luz a un príncipe. —Ese día fue el mejor en la vida de Miyoshi, su pequeño cachorro era un niño sano y de apariencia fuerte.
—Mi niño... mi pequeño cachorro... ahora estaremos juntos toda la vida —celebraba la Alfa—. Bienvenido al mundo, Tetsurou...
—PERHIDOS.
CORTE DE VERANO 🌹
La llegada de un hijo es lo mejor que puede experimentar una familia que deseo tenerlo desde hace mucho, los Yamaguchi se sentían dichosos al ver nacer al pequeño. Para la humanidad nunca fue difícil traer un bebé al mundo, pero si cuidarlo. A pesar de sobre explotarse en el trabajo y hacer a veces hasta doble turno era difícil cuidar a un bebé.
Tadashi creció dispuesto a hacer todo para ayudar a su familia, él ayudaba con las labores del hogar y se enseñó desde pequeño a ser independiente en lo más mínimo. Su madre trabajaba como lavandera de la gente rica y su padre en una hacienda como campesino, por eso tenían techo donde vivir.
Una vez cuando tenía seis años había acompañado a uno de los trabajadores a buscar la leña para la casa grande, quería aprender a distinguir la madera buena de la mala y así ser útil en el futuro.
—Debes tener cuidado, Tadashi —dijo el Beta de cabello lacio y negro—. Podrías astillarte y eso causa una infección, por eso debes usar guantes. —El niño de mirada pecosa asintió enérgico y se colocó el enorme par para cubrirse sus palmas.
Estaba jugando mientras al mismo tiempo aprendía sobre los colores de la madera, él sólo podía ayudar a cargar ramas pequeñas que servían para las fogatas. Shimada prestaba mucha atención para que el niño no se lastimara, aún era pequeño y sería difícil explicarle a sus padres el por qué se lastimó bajo su protección.
El mayor tuvo una sensación de miedo y preocupación en el camino de regreso, un escalofrío le recorría la columna y parecía indicarle que algo andaba mal, aún así siguieron su camino hasta la gran casa donde trabajaban. No esperaban encontrarse con lo que sus ojos miraron.
— ¡¡CORRE!! —Una explosión cayó cercana a ellos, el humo se expandía a lo alto, el fuego calcinaba todo a su paso, hombres sentados en sus caballos disparaban y lanzaban fuego con unas armas extrañas—. ¡Corre, Tadashi! ¡Más rápido!
El niño no comprendía, sus ojos picaban por el humo y su carita estaba hinchada por las lágrimas que caían por sus mejillas rojas. Shimada tomó su mano y lo arrastraba con él, sus pasos sobre la tierra, la capa que cubría al niño y un grito que lo hizo perder la razón.
— ¡Tadashi! —Sus miradas se encontraron en cuento la mujer los llamó. Era la voz de su madre.
—Mamá... —susurró el Niño. La mujer estaba debajo de los escombros con la mitad superior fuera de ellos y la inferior dentro de lo que en su momento fue una casa.
—Mi niño, me alegra que estés bien —gesticuló con dolor—. Quédate con el joven Shimada, él te protegerá.
— ¡No, no quiero! —suplicó—. Shimada, ayúdame, debemos sacar a mamá.
— No, no, no, ¡¡No, te prohíbo que lo hagas!! —Insistió la mujer—. Corran, huyan rápido... vayan a las afueras de la ciudad, tomen un carruaje, huyan en barco.
— ¡Mátenlos a todos! —Ordenó uno de los hombres a caballo que estaba a lo lejos.
—Cuídalo... —dijo su madre.
Shimada tomó al niño en sus brazos y lo cargó como si de un costal se tratase, el pequeño se negaba a huir y abandonar a su madre, lloraba y pataleaba de coraje. Su mirada se enfocó en donde nacía el fuego y pudo ver la enorme silueta de cuatro brazos y tatuajes en su piel, juraría haber visto una doble cara, cabalgando una bestia similar a un caballo negro y ojos de rojos.
La bestia lo miró, le dio una mirada de pena y lástima hasta alejarse de ahí, juró haberlo visto agachar su rostro como si de una disculpa se tratase, pero sus ojos decían muchas cosas y Tadashi estaba seguro que eso no fue una disculpa.
(...)
Ambos habían caminado y huido del lugar donde vivían, estaban cansados y deshidratados. Los humanos siempre fueron la especie más débil de toda la cadena de razas, eran muy pocos los Faes que no se sentían superiores a ellos.
Yamaguchi en su mente se aferraba al recuerdo de los Faes para los que trabajaba, aquellos que ayudaron a su familia en los peores momentos y les dieron un techo y comida.
Shimada le prometió que haría hasta lo imposible por cuidarlo, y así lo hizo por dos meses. El Beta trabajaba de sol a Sol para llevar comida a su boca, comida que obviamente le daba al pequeño, muchas veces ingirieron restos de comida y tuvieron que mendigarle para vivir puesto que jamás robarían por algo más.
— ¿Cuánto falta para llegar? —se quejó el niño.
—Ya casi llegamos, Tadashi, no desesperes —le decía el adulto.
—Pero estoy muy cansado —seguía quejándose constantemente—. Me duelen los pies y tengo hambre. —Llevaban dos días sin probar bocado, la casa donde dormían estaba abandonada y el frío entraba por todos lados. Sería difícil seguir allí.
—Te prometo que llegando podremos comer.
Siempre eran las mismas promesas; dormiremos cómodos, comeremos bien, nos daremos un baño decente. Promesas vacías las que se juraban.
La casa donde pasaron la noche estaba agujereada del techo, había goteras por todas partes y el frío calaba hasta los huesos. Shimada no podía seguir cuidando de ambos, lo intentaba, claro que lo intentaba pero no lo lograba, sin embargo no iba a abandonarlo, jamás lo dejaría solo, primero muerto.
Lástima que el destino tenía otras cosas planeadas.
El olor a hollín y el calor empezó a sofocar el barrio de escasos recursos donde dormían, el cielo se cubría de negro. Nuevamente el fuego era sinónimo de desgracia.
— ¡Rápido Tadashi! —Le gritó al niño—. Necesitamos huir.
Ambos salieron corriendo de la casa que empezaba a caer, otra vez tenían que correr para conseguir un futuro mejor. El Omega se aferró a la mano del Beta y corrió lo más rápido que sus pies le permitieron, escuchaba los gritos de la gente, veía a los Faes enmascarados, con sus armas y sus látigos.
—No te separes, unidos somos más fuertes —le decía Shimada. El menor asentía ante la orden, debían quedarse juntos, tenían que estar juntos—. ¡Tadashi! —El grito del mayor retumbo en sus oídos y el golpe lo hizo impactar en el suelo.
—Sujétenlo —ordenó uno de los hombres a caballo.
— ¡¡Déjenlo en paz!! —Gritó Shimada—. ¡Es un niño! ¡No merece esto! —El golpe del látigo dio en su ojo haciéndolo sangrar y dañando parte de su rostro.
—Tú y él son humanos, viles criaturas que no merecen existir. Son la raza que condenó a la Diosa Luna, no merecen respeto. —Dijo el Fae—. Llévense al niño.
— ¡No! Shimada, no dejes que me lleven, no quiero ir —se quejó mientras tiraban de él, vio como los Faes sometían al pelinegro y a él le ataban sus muñecas.
— ¡No tengas miedo Tadashi! —Gritó el mayor al borde del llanto—. ¡Voy a encontrarte, siempre te encontraré!
—CAPITAL DE FIREWIRE.
CORTE DE VERANO 🌹
¿Cuánto tiempo había pasado? No lo sabía, no lo recordaba, no quería recordarlo. ¿Años? ¿Días? ¿Semanas? El tiempo parecía ser relativo, eterno o incluso inexistente cuando tu vida dejaba de pertenecerte.
Estaba de pie en una tarima junto a más niños de su edad, el sol golpeaba directamente en su rostro, su piel estaba marcada por los golpes, su ropa desaliñada y en su cuello colgaba una cuerda con un cuadro de madera y un número escrito.
Lo comercializaban como esclavo.
(...)
La capital siempre estaba llena de ruido, las calles de FireWire se regodeaban de gente que gustaba de las playas, el sol y la arena. Los Faes podían manipular el fuego y el viento, pero sus humanos siempre fueron viajeros y navegantes, iban en botes a través del basto océano, pescaban animales jamás vistos y comercializaban con ellos, tejían las redes más complejas y atrapaban el más grande pescado entre ellas. Ese era el pueblo de la dinastía Kuroo, el pueblo que tanto amaba el niño.
Algo que amaba de las visitas diplomáticas era poder presumir de él, la llegada de los Príncipes de Dorne era la excusa perfecta para salir a buscar aventuras. Preparo un itinerario y ropa de camuflaje para ir a caminar por el bazar, aviso a sus sirvientes de confianza y su madre dio el permiso necesario.
Los tres niños de diez y siete años iban por el carruaje recorriendo los senderos del lugar, Kuroo estaba feliz por tener dos amigos a quienes mostrarles su pueblo. Estaba dispuesto a que se enamoraran de FireWire tanto como él lo estaba.
—Espero haya buena comida a donde vamos —dijo uno de los gemelos. Kuroo reconoció a éste como Osamu.
—Créeme, la hay —dijo orgulloso—. El bazar es lo mejor qué hay, tiene grandes puestos e inclusive sus calles dan al mar.
—El clima es demasiado húmedo y el aire es salado —se quejó Atsumu.
—Somos costa, debemos tener viento con aroma a sal. —Se burló como si fuese lo más obvio.
El carruaje siguió su camino hasta los callejones de dicho bazar, los gritos de la gente empezaron a escucharse, la sal del viento empezaba a exfoliarles el rostro.
Los niños caminaron felices con los sirvientes tras de ellos, compraron botellas de agua y comieron camarones en una extraña vara de madera. Osamu estaba encantado, pero Atsumu parecía odiarlo todo (cosa que molestó a Kuroo), no importaba lo que pasara, quería que vieran su pueblo.
Siguieron hasta los callejones alejados y llenos de gente, vieron que había algo llamativo pues la gente estaba amontonada como si de un círculo se tratase. Los niños empujaron a los que pudieron para llegar a primera fila. Sobre la tarima había niños menores a ellos, niños humanos; sus ropas estaban hechas jirones, despedían un aroma fétido y su preocupación se palpaba en el aire.
— ¿Qué es esto? —Preguntó Osamu.
— ¿No es obvio? — Le respondió Atsumu—. Están vendiendo esclavos.
—No... —respondió Kuroo con voz quebrada—. Aquí no hacemos eso... no en mi pueblo.
—Ahora tenemos a este niño —el hombre tiró del brazo del niño de piel morena—. Es delgado, pero puede trabajar y parece ser que será Omega. —Todos empezaron a murmurar de la condición del niño.
—Agua... —escuchó el susurro el niño Fae—. Quiero agua...
—Empezamos la venta con quince cobres —anunció el adulto.
— ¡Te doy cinco y es mucho! —Gritó alguien del gentío haciendo reír a todos.
—Paren esto —susurró Kuroo. La gente seguía riendo y gritando precios muy escasos—. Él tiene sed...
— ¿Kuroo, estás bien? —Le preguntó Atsumu, el gemelo mayor miró a su hermano y éste estaba mirando fijamente al niño de cabellos verdosos.
— ¡Veinte cobres a la una! —Empezó el conteo—. ¡Veinte cobres a las dos! ¡Veinte cobres a las...!
— ¡DETENGAN ESTO! —Explotó el pelinegro con voz molesta. Se acercó y tiró del niño con sus todas fuerzas, lo aferró en un abrazo y le tendió la botella de agua para que pudiera beber. Estaba deshidratado, sus labios se veían resecos, su piel estaba cuarteada y cubierta con una película de polvos blancos por la resequedad—. Él tiene sed.
— ¡¿Quién te crees que eres mocoso?! —El adulto estuvo a punto de golpearlo de no ser porque una llamarada de fuego le impidió hacerlo.
—No te me acerques —siseó—. Sería capaz de matarte. —Una hoja de metal apuntó al hombre y le hizo brotar un hilo de sangre en su cuello.
—Estas en presencia de su alteza el príncipe Tetsurou Kuroo, herirlo significaría tu muerte. —El hombre retrocedió ante la mención del Fae. El niño seguía dando de beber al humano y limpiaba su rostro con un paño húmedo.
—Quiero llevármelo —susurró a su guardia.
—No podemos hacer eso alteza —le dijo este—. Debemos dejarlo.
—Pero está enfermo, está famélico y deshidratado.
—Ese no es asunto nuestro, su alteza —le dijo el sirviente—. Debemos irnos.
La comitiva del palacio se alejó de la subasta, Kuroo iba en brazos de su guardaespaldas con los gemelos delante de ellos. Ese día algo cambió dentro del pelinegro, no quería ver a su pueblo sufrir, pero sobre todo no quería que el niño con rostro de fresa tuviera que volver a llorar. Y eso era algo que compartía con el gemelo.
—PALACIO FIREWIRE.
CORTE DE VERANO 🌹
En el palacio hubo dos niños pertenecientes a la realeza que se enamoraron de un plebeyo, dos pequeños Faes se embelesaron ante la belleza de un humano. El príncipe Osamu estaba observando desde la ventana de su habitación, recordaba como lucía el pequeño; cabellos verdosos, ojos brillantes y mejillas cubiertas de pecas, encima de tal peculiaridad vestía desaliñadamente. Osamu lo imagino vestido de colores naranjas y arena, lo vio cubierto de piel de zorro y supo que sería el candidato perfecto. Sabía que él sería un Alfa en cuanto llegara el momento, pero esperaba que el Niño fuese un Omega.
— ¿En que piensas, Samu? —Le preguntó su hermano.
—En nada en particular, Tsumu —Respondió indiferente—. ¿Crees que tengamos que casarnos?
— ¡¿Qué tonterías dices?! —Le cuestionó su hermano.
—Es sólo que, uno de nosotros será Rey y él tendrá que casarse.
—Si esa es la condición entonces no quiero ser Rey —dijo Atsumu—. ¿Por qué te interesa ahora?
—Creo que me he enamorado, Tsumu. —El mayor fue hasta su hermano y examinó su rostro; no tenía temperatura, su color de piel parecía normal (a excepción de sus mejillas rojas), sus ojos se veían normales—. ¡¿Qué demonios haces?!
—Verifico que no estés enfermo —dijo como si fuera obvio.
— ¡No estoy enfermo, idiota!
—Tu comportamiento no es normal, debe ser algo que comiste en el bazar.
—O algo que vi —susurró—. Tsumu, ¿crees que padre se negaría a darme algo?
— ¿A ti? Por supuesto que no —dijo malhumorado.
—Entonces voy a pedírselo. —Confesó con decisión.
—PALACIO DORNE
CORTE DÍA ☀️
El regresar a casa era lo peor que le podía pasar a los gemelos, ciertamente preferían estar fuera de su palacio que dentro, su padre siempre se encargaba de arruinar sus días y por ello amaban salir.
El Rey era un hombre que buscaba la perfección, quería que sus hijos fueran buenos en todo; espada, arquería, cabalgata y magia.
— ¡Vamos Atsumu! —Vociferó—. ¡¿Como esperas vencer al príncipe Tobio de esa forma?!
— ¡No debo vencerlo, soy mejor que él! —Se quejó el niño.
—Si fueses mejor podrías vencerlo —reprendió el adulto—. No entiendo como Kuroko tuvo hijos excelentes y ustedes son unos idiotas.
—Su majestad, no debería reprender a los príncipes de esa forma —le sugirió el instructor de los menores.
—No digas tonterías Aran, si ellos son así es porque les has permitido ser flojos. Daisuke es buen príncipe, tan bueno que como Rey será un obstáculo. —Admitió el mayor—. Y será difícil deshacerse de él, yo quiero que mis hijos sean así, unos reyes asombrosos e inteligentes, nadie podrá hacerles daño.
Ambos niños practicaban con los soldados, balanceaban la espada como si fuese un extensión de su cuerpo, era perfecto pero, su padre siempre esperaba más.
—Su majestad —lo interrumpió un lacayo—. Ha llegado la nueva orden de esclavos.
—Díganle a mi favorita que se encargue —respondió el Rey—. Que escoja lo mejor de lo peor. Atsumu, Osamu, vayan con ella.
Los niños siguiendo las órdenes de su padre fueron corriendo tras el sirviente a las puertas del palacio, cada cierto tiempo llegaban esclavos al castillo y la favorita del rey se encargaba de recibirlos. Aran les dijo que hubo un tiempo en que su madre se encargaba de la salud de todos y que se sintieran bienvenidos. Lastimosamente su madre ya no estaba.
Dalia estaba en el portón trasero, los gemelos la vieron ataviada con su vestido naranjo y sobre el cabello rojo una corona de oro al igual que la gruesa gargantilla de perlas con el aroma de su padre y escudo familiar; mejor conocidas como Colquide.
—Mis altezas —se reverenció ante ellos—. Bienvenidos sean, ¿su padre los envía? —Los niños asintieron—. Vengan conmigo, recibir a estas personas es un arduo trabajo.
Desde el balcón donde estaban podían verse las personas encadenadas de tobillos y manos, entraban en línea recta por la entrada trasera del castillo. Osamu se percató que todos tenían la misma mirada vacía y sin esperanza, porque en un mundo donde las razas y el segundo género era importante aquellos que son débiles no tienen oportunidad.
—Esto es aburrido —se quejó Atsumu—. ¿De qué sirve cuidar a los esclavos? —El gemelo mayor tenía la misma mentalidad que su padre respecto a los sirvientes, él creía que sólo para eso servían.
—Aunque no lo creas, Atsumu. Entre esos esclavos podría estar tu verdadero amor —dijo la pelirroja—. Los reyes tienen hijos con esos esclavos, por ello hacen Harem y no entra cualquiera.
—Tú sigues siendo una esclava, ¿no es así, Dalia? —La mujer agachó la mirada ante la pregunta de Atsumu.
—Así es, su alteza —musitó con voz dolida—. Yo no he tenido ni un sólo hijo, y cuando su majestad lo considere apropiado me expulsará.
Osamu vio la tristeza en los ojos de la mujer, era la misma que vio en su madre antes de que partiera al paraíso, la que tenían todas las esclavas. El luchar por un mínimo de atención de alguien egoísta, que sólo pensaba en su satisfacción carnal y más oscuros deseos.
—Cuando llegue el momento, ustedes tendrán uno —dijo de repente—. Y si la Diosa Luna lo permite, podrán ser padres. —Osamu no quería ser padre, no quería tener pareja porque eso implicaba mucha responsabilidad y aunque él fuera el más responsable de los dos, quería huir de todo. La perfección costaba mucho.
— ¡Camina de una vez! —Un grito llamó la atención del de ojos grises, al parecer uno de los humanos se había detenido por el cansancio y se negaba a entrar. Contempló a la persona que hacía tal escándalo y jamás pensó que lo vería nuevamente.
Sus cabellos verdosos se movían al compás de su cabeza en negación, sus piernas se clavaban en el suelo de tierra negándose a entrar y pertenecer a la parte de la humanidad que pierde todo derecho a ser tratado como tal. No era más que una mercancía. Su vista se enfocó en la rebeldía del niño, ¿como es que teniendo todas las de perder no se rendía? Definitivamente la humanidad era un misterio.
—Samu —susurró su hermano—. ¿Es él?
—Si, es él —le respondió en voz baja. Había encontrado lo que quiso desde que lo vio.
(...)
Yamaguchi odio el proceso desde la captura hasta la llegada, su vida parecía valer menos que una moneda de oro, supo que salió de su nación porque lo llevaron en barco a través del océano hasta una tierra que parece ser besada por el sol. Él no conocía más allá de los lugares donde vivía, no tuvo la educación necesaria para saber qué hay más allá de lo conocido.
Lo único bueno de esto es que pudo darse un baño, el agua estaba fresca, los jabones olían muy bien y el shampoo dejó su cabello suave. La ropa aunque fue sencilla parecía ser de calidad, le quedaba un poco grande pero eso era mejor a nada. La mayoría de la gente con la que llegó eran mujeres, todas muy bonitas, vio como las elegían, como las limpiaron y como las vistieron con ropa de algodón y lino en tonos arena y naranja.
— ¡Atención! —Alzó la voz un hombre—. Sus altezas reales, los príncipes.
— ¡Formen una fila! —Una mujer les gritó. Tadashi vio que era una mujer muy bonita, piel blanca y cabello negro como el carbón, pero lo más bonito eran sus ojos grises como el reflejo de la luna.
Las mujeres se formaron inmediatamente y doblaron las rodillas como una reverencia, el niño se quedó observando sin saber que hacer. Vio como una mujer pelirroja guiaba a unos niños mayores a él, unos niños Faes; uno de ellos usaba una chaqueta amarilla mientras que el otro una gris azulado. Su mirada fue a parar al segundo, sus ojos se encontraron como una jugarreta del destino que se burlaba de ellos, la estrellas habían puesto su mirada en la tierra y los seleccionaron para jugar una cruel realidad.
—Que inaceptable —se quejó un hombre cerca de él—. No reverenciar a los príncipes es firmar la sentencia de muerte.
—Es sólo un niño, no conoce las costumbres de nuestro palacio. —Tadashi supo que hablaban de él porque era el único de erguido, pero él estaba muy concentrado viendo los ojos grises de ese alguien.
(...)
Los meses pasaban y él se acostumbraba más a la estabilidad que había en el palacio. Lo colocaron al servicio de los encargados de los establos, le gustaba su trabajo, le gustaba convivir con los animales, aunque las tareas fueran pesadas. Sus días se resumían en ayudar a limpiar, cepillar y alimentar a los caballos, aprendió a ponerles las riendas y sillas.
Cuando no trabajaba lo dejaban jugar en los alrededores del jardín, los señores a su cuidado decían que no estaba de más jugar pues era aún sólo un niño, es tarde en específico decidió jugar más alejado de donde debía, cruzó los arbustos y cayó en el suelo de piedra del otro lado y vio una pelota pequeña.
— ¿Qué encontraste, Gorgidas? —Yamaguchi vio frente a él una perro de exagerado tamaño, el can estaba olfateando su rostro y después tomó la pelota del suelo—. ¿Qué haces aquí? —Preguntó el niño.
—Y-yo... —Yamaguchi empezó a tartamudear, el dueño del perro lo miraba con el ceño fruncido.
—Ah, eres de los esclavos nuevos —dijo el niño de forma fría y sin importancia—. Mi hermano y yo los vimos llegar.
— ¿He-hermano...?
— ¿Por qué tartamudeas? —se quejó el niño.
— ¡Tsumu! —una tercera voz se les unió a los niños—. ¿Encontraste la pelota? —Yamaguchi vio al niño exactamente igual al otro siendo su peinado la única diferencia además de la tonalidad de los ojos—. ¿Estás bien?
¿Por qué le estaban hablando? ¿Acaso no sabían que estaba prohibido?
—N-no... no debo hablarles —chilló el niño.
—Mi hermano te hizo una pregunta —regañó el primer niño.
—Cállate Tsumu —se quejó el otro niño—. Sino quieres hablar está bien, pero debes tener cuidado, podrías lastimarte.
Yamaguchi vio con ilusión el rostro de quién se preocupó por él; era muy hermoso, sin duda sería un Alfa muy respetado en el futuro.
—Ustedes dan asco —se quejó Atsumu—. Me voy de aquí. —Los dos niños restantes observaron al mayor irse de mala gana, odiaba que alguien acaparara la atención.
—Disculpa a mi hermano —le dijo el niño—. Odia no ser el centro de atención.
—Está bien —asintió el humano.
—Ah, ¿así que si hablas sin tartamudear? —El de cabellos verdes se sonrojó y sus ojos comenzaron a lagrimear, parecía que la dulzura se había esfumado y se sustituyó con amargura—. ¡Lo siento! —Se disculpó de inmediato.
—No te disculpes.
—No suelo ser así, es que Tsumu me pega sus malos modales, por eso todos lo odian.
— ¿Cómo podrían odiarlo? Es el príncipe después de todo.
— ¿Tú sabes quienes somos? —Preguntó el castaño.
—El zorro de las nueve colas y el sol son los emblemas de esta corte, y tú los llevas en el broche de tu capa. —Osamu miró y comprobó que era verdad lo que él humano decía, había olvidado ese detalle.
—Soy Osamu Miya. —Se presentó.
—Es un gusto alteza, yo soy Tadashi Yamaguchi. —Le dijo el niño inclinándose ante él.
—Sin cortesías, puedes llamarme Samu. —El humano se sonrojó igual que la madurez de una fresa.
—Imposible, eso sería descortés.
—Bueno, entonces sólo llámame por mi nombre, ¿Te parece bien, Tadashi? —Sabía que no debía hacerlo, no era posible porque en un mundo donde el dinero y el buen nombre son los reinantes no había la posibilidad de que un humano fuera el amigo de un Fae, y menos posible que un simple sirviente contara con el apoyo de un príncipe.
—Me parece bien, Osamu. —Y aún así decidió hacer caso omiso a las reglas no escritas del universo, un universo donde sólo importaba cosa, pero en ese instante pudo crearse uno nuevo donde sólo importaban dos preguntándose sus nombres pues todo esto no haría daño en el futuro, no cuando la Diosa ya había trazado el camino de ambos y estaban yendo por la dirección correcta.
Pasarían años hasta que se dieran cuenta que sólo eran un simple viaje y su lugar de destino estaba en otra parte.
—PALACIO FIREWIRE.
CORTE DE VERANO 🌹
Los bailes y las fiestas siempre fueron odiadas en su mente, no le gustaba ser el centro de atención por más que pareciera lo contrario. Siempre fue tímido desde niño, pero agradecía ir dejándolo poco a poco porque ahora con dieciséis años tenía un carácter capaz de provocar un dolor de cabeza.
Su presentación como Alfa ya era bien sabido por todo el reino, todos esperaban que el príncipe lo fuera, de esa manera tendrían un buen rey en el futuro. La música sonaba por todos los pasillos, la gente buscaba llamar la atención del joven heredero a costa de todo, todas querían ser la Princesa del Verano.
—No tienes de que preocuparte —le dijo su padre durante el banquete—. Si tu matrimonio es aburrido puedes olvidarte de él con tu Harem.
— ¿Tendré que tener uno? —Preguntó.
—La dinastía requiere que lo tengas, debes tener muchos hijos —contó el Rey—. Tendrás muchas concubinas y si la Diosa Luna lo permite te casarás con Lady Alisa.
—Es mayor que yo —dijo sin ánimos.
—Nos interesa su dinero, no su edad. —El Rey bebió de su copa y sonrió ligeramente—. Es para asegurar al reino, Tetsurou, es así como deben ser las cosas. Sólo lo conocido es seguro.
El príncipe suspiró con pesadez, los matrimonios arreglados eran precisamente lo que quería evitar, estar atado a una persona que no amaba parecía ser de las peores tragedias.
Caminó hasta llegar a la fuente del jardín y se concentró en jugar con el agua de la misma, quizás debía hacerse a la idea de aceptar el matrimonio.
—Pareces deprimido, Kuro- chan —el pelinegro sonrió ante el apodo que usaba su amigo.
—No soy tan feliz como lo eres tú, Oika'a- kun —el castaño se acercó hasta su lado y se dejó caer en el borde de la Fuente—. ¿Qué te hace feliz? —Preguntó.
—Encontré a mi Omega. —El moreno parpadeo rápido en un gesto dubitativo, su amigo, el que juraba no querer casarse nunca había encontrado Omega.
— ¿Puedo saber quién es? —Preguntó ilusionado.
–Koushi Sugawara —Kuroo frunció el ceño ante lo que escuchó.
— ¿Te refieres al Zar de Autumnal? —Oikawa asintió—. ¡¿Estás loco!? Su mano será entregada al príncipe de la corte, es una vieja ley no escrita.
—Yo soy el príncipe de la corte. —Refunfuñó Oikawa.
—De su corte, tú perteneces a Iskarjal —regañó el Alfa del verano.
—No me importa, pediré su mano y no me será negada.
—Conozco a Koushi desde que éramos niños, créeme cuando te digo que es demasiado especial, sólo Daichi lo soporta.
— ¿De verdad? A mí me pareció un chico refrescante —dijo el castaño con una sonrisa plasmada en su rostro.
—Es caótico, está loco.
—Y será mi esposo, de eso no hay duda. —Pobre lío en el que se metería el castaño—. Escuché que Bokuto pedirá matrimonio al hijo de los Akaashi.
—Bo ni siquiera sabe cuál será su segundo género, quedará muy dolido sí el chico resulta ser Alfa o Beta.
—De ser Omega todo marcharía sobre ruedas —dijo el castaño—. Nadie sabe cómo es ese muchacho, ni siquiera se le ha visto en público.
—Será presentado el año que viene tal vez, es menor que nosotros.
—Lamento tu compromiso con Lady Alisa. —Kuroo giró a verlo. Sus ojos parecían estar bañados en lástima y compasión. Kuroo odiaba eso.
—No me casaré con ella —declaró muy seguro—. Seguiré buscándolo.
—No sabes si es un Omega —le dijo Oikawa.
—Tiene que serlo, va a serlo.
— ¿Y lo sabes por qué?
—Porque la luna me lo dijo —susurró—. Y cuando ella te dice cosas, debes creerle.
—PALACIO DORNE
CORTE DÍA ☀️
Yamaguchi observaba como la gente entraba al palacio, los caminos se llenaron de ostentosos carruajes con colores extravagantes y extraños escudos que jamás había visto en su vida. El tener a tanta gente implicaba mayor atención a su trabajo, porque estaba seguro que si a uno de los caballos de los visitantes le pasaba algo él estaría acabado.
Terminó de acomodar el registro de los carruajes que había que cuidar, anotaciones y cuidados especiales para los caballos. Aún no entendía como los Faes eran tan quisquillosos y difíciles de complacer.
Los años habían hecho su justicia y él había crecido casi sin darse cuenta. Ahora era más alto, pasaba del metro setenta, sus pecas cubrían sus mejillas de forma casi notoria y su cabello estaba más largo de lo acostumbrado, le llegaba a los hombros pero bien podía hacerse un recogido para despejarse la vista. Lo peor de todo fue descubrir su segundo género en cuanto su celo se adelantó. Era un Omega recesivo. Ser recesivo era mucho peor que ser un Omega común, según el doctor se debía a que sus padres eran Betas y la genética era algo muy difícil de comprender al momento que se lo explicó. Sus celos eran dolorosos, sus feromonas atraían y alejaban a partes iguales a los Alfas y le sería difícil concebir un hijo. Hasta la fecha sólo se sentía a gusto con un sólo Alfa.
La sorpresiva caricia en su cabello y cintura lo hicieron sentir escalofríos, una suave risa se escuchó tras su espalda y él tuvo que girar a verlo. Los ojos grises oscuro lo atravesaron como si fueran dagas, aún así, se veía el cariño reflejado en ellos.
—Hola Samu —saludó cálidamente.
—Hola Yams —le devolvió el saludo el Fae—. Llevo buscándote desde hace horas.
—He tenido cosas que hacer —le respondió el humano—. La vida de los sirvientes no es tan sencilla como parece.
—Lamento mucho eso. —El recién descubierto Alfa tomó su rostro entre sus manos y acarició sus mejillas—. Juró que te sacaré de aquí.
Años y años antes, esas promesas siempre eran hechas y jamás cumplidas, actualmente seguían siendo hechas, pero jamás se volvieron realidad. Una vez el mundo le sonrió al sirviente y lo hizo amigo del príncipe, pero el destino tiene otros planes y los volvió en su contra. Se volvieron amantes, y eso al Rey no le gustó.
—Eres lo mejor que me ha pasado, Yams —susurró cercano a sus labios—. Te amo como jamás pensé amar a nadie.
—También te amo, Osamu. —Sus labios acortaron la distancia, se encontraban besándose en una cálida unión. Su amistad se convirtió en algo más con el pasar de los años. El primer beso llegó a la tierna edad de once años, fue accidental, ese día el humano no dejó de avergonzarse, creía que lo matarían. Después fueron roces de manos, abrazos y comenzaron lo que sería su relación.
Actualmente a sus dieciséis años humanos eran algo más que un simple beso. Había caricias, había toqueteos, pero siempre respetaba su decisión de permanecer virgen.
—Eres maravilloso, Tadashi —dijo el príncipe—. Te amo tanto.
¿Cuánto era ese tanto? ¿Tenía cantidad específica? ¿Era mayor a lo que decía, o menor a lo que reflejaba? La inmortalidad suele ser codiciosa y la humanidad peca de inocente. La cruel realidad les puede mostrar su verdadera cara y así hacerles ver cuán equivocados estaban.
—Estaremos juntos siempre, ¿verdad? —Preguntó el de rostro pecoso.
—Si —respondió el de cabellos grisáceos—. Estaremos juntos siempre.
(...)
El rubio odió todos los momentos en los que lo hicieron parecer como idiota, odiaba los bailes. Por mucho que amara ser el centro de atención, odiaba los bailes. Su hermano se fue dejándolo solo una vez más en el transcurso de la velada. Ya se las cobraría, seguramente estaba follando con el chico de los establos, era bonito y atractivo, pero no del tipo de Atsumu, a él le gustaban los Omegas bajitos y de cuerpo grácil.
— ¿Dónde está tu hermano? —La voz de Haruka resonó cerca de él.
—Hola papá, yo estoy muy bien, gracias por preguntar —se burló del mayor—. Y en cuanto a Osamu, no tengo idea de donde pueda estar.
— ¿Acaso no conoce sus obligaciones? Su deber es estar aquí —dijo exasperado.
— ¿Por qué no vas con Latil? Seguramente está ansiosa de verte. —Latil era la nueva Dalia, una nueva figura que fungía como concubina de su padre desde que se olvidó de la anterior. Porqué así eran las cosas, así era como funcionaba el mundo.
—Busca a tu hermano, rápido. —Atsumu suspiró desganado y salió con dirección a los jardines. Odiaba tener que buscar a Osamu, odiaba que lo dejase sólo en las fiestas porque odiaba ser el centro de atención cuando no quería serlo. Siempre lo comparaban, siempre le decían como es que Osamu era mejor candidato al trono que él, su hermano no amaba a su pueblo, no tanto como él.
Siempre tenía esa costumbre de desaparecer, de huir y eso le causaba estrés. Tuvo que buscar cuidadosamente en las paredes de hojas del laberinto, por alguna razón era el lugar favorito de su hermano. Memorizó cada uno de los pasajes de dicha construcción para poder esconderse de su padre cuando eran niños, y por eso sabía que no había arbustos de fresa, ¿entonces por qué olía a fresas? Siguió caminando hasta dar con el singular aroma de las fresas y el problema vino después cuando la menta hizo presencia en el aire.
— ¿Por qué tuve que ver esto? —En cuanto abrió la boca se escuchó el grito y la alteración en su hermano. Su ropa estaba desaliñada, su cabello revuelto y el Omega de cabellos verdes estaba completamente rojo—. Si ibas a follarte a un Omega pudiste haberme dicho, padre le dirá a toda la guardia real que venga a buscarte.
—Tsumu... ¿qué haces aquí? —Preguntó nervioso.
—Vine a evitar que te maten, imbécil. —Contestó enojado—. Padre está demasiado molesto y tú te revuelcas con un Omega —olisqueó el aire en busca de la fragancia nerviosa que emanaba. El rostro pecoso seguía sonrojado y avergonzado—. Debemos irnos de aquí, y por favor ponte perfume, apestas.
— ¿Puedes dejar de ser grosero? —Preguntó molesto.
—No, sabes lo que hará padre si te encuentra en estas condiciones con él, no necesito repetírtelo.
El Alfa peli gris agacho el rostro, sabía que su padre sería capaz de mucho con tal de separarlo de su Omega.
—Está bien, ve con él —le susurró el tercero con voz calma—. No debes preocuparte por mí.
Si debía, claro que debía. En la lejanía alguien los había visto entrar entre los setos, alguien que sabía lo mucho que odiarían este encuentro y no los dejaría ser felices.
(...)
Kuroo detestaba tener que ir como embajador a las reuniones de estado y bailes. Desde que cumplió los veinte años su padre lo atosigaba para que aprendiera más de política y se relacionara con las cortes, y esa misma razón era su motivo para asistir al baile de presentación de los príncipes dornienses. La tradición se llevaba a cabo en todas las cortes entre los dieciséis y diecisiete años de los herederos, y se presentaban como Alfa u Omega, además de ello se invitaban a los hijos de las familias más adineradas que estuvieran en edad aproximada y que les ocurrió el mismo suceso. En su tiempo odió la suya, le querían comprometer con una Omega bañada en dinero por pura estrategia política, él no quería hacer eso, odiaba esas palabrerías de amor fingido.
Los gemelos entraron ataviados con sus mejores galas, el salón entero los admiro por todo el poderío que derramaban al caminar. Kuroo notó como el de cabellos grises se acomodaba el cabello mientras el otro le susurraba cosas sin sentido.
—Ahora me será más fácil distinguirlos —les dijo con burla—. ¿Podrían decirme quién es quién?
— ¿Por qué habríamos de hacerlo? —Preguntó burlón el de rubios cabellos.
—Está claro que tú eres Atsumu —confesó Kuroo—. Eres demasiado molesto y arrogante. Aunque me extraña que el buen Osamu haya copulado con un Omega.
—Co- cómo...
—Puedo oler su aroma desde kilómetros, es muy poco perceptible pero los dominantes como yo podemos olerla.
—Nosotros también lo somos —se quejó el gemelo mayor.
—Tú podrás serlo, pero no tu hermano —respondió—. No siempre se nace con el gen.
—No me importa serlo ó no serlo —admitió Osamu—. Después de todo, yo siempre seré el príncipe, pero jamás el Rey. —Atsumu escuchó el lamento de su hermano, esa ley no escrita se aferraba a su cuello como una cuerda, podía ser cortada por el filo de una hoja o por la tinta de una pluma.
La música resonó por todo el salón, las mujeres sonreían cada que el Rey caminaba. Muchas jóvenes se comprometían, otras eran vendidas por una mejor vida. Esa era el mundo en el que vivían, por qué así es como se hacen las cosas, así es como debe ser.
Su padre vitoreó en cuanto a la nueva atracción que todos querrían ver fue anunciada, la sala entera le siguió el juego ante la percepción de ver algo nunca antes visto. La pantera negra entró de forma juguetona y rugiendo hasta causar escalofríos en la gente, frente al felino estaba un humano piel morena y cubierta de pecas, sus cabellos verdosos estaban pegados a su frente por el sudor y la sangre. Kuroo vio por un momento al niño que salvó de la deshidratación y Osamu vio a su amante siendo atacado por las zarpas de la pantera.
—Así es como debe ser —habló el Rey en voz alta—. La humanidad, la mortalidad nació para ser desechada. El mundo debe ser para aquellos que son fuertes y no para los débiles.
Los gritos del humano pronto romperían los cristales, las carcajadas llenaban la sala en vítores, las sonrisas se negaban a abandonar sus rostros y la expresión de Osamu destilaba el odio y la preocupación, pero su cuerpo se negaba hacer algo, sabía que si lo hacía sería peor. La sangre cubrió parte del suelo, la ropa del humano estaba hecha jirones, pero la pantera había sido quemada en el rostro.
—Déjenlo en paz. —Ordenó el Alfa pelinegro, sus ojos estaban teñidos de rojo, el fuego danzaba en las palmas de sus manos.
—Esto no es más que un juego —dijo el Rey tranquilamente—. El muchacho quizás no sobreviva. —Estaba inconsciente, los latidos de su corazón sonaban lentos y su respiración errática.
—Quiero que lo dejen en paz —susurró. La pantera rugió con el afán de asustarlo. Pobre estúpido. Un movimiento rápido hizo que terminara con una daga en el abdomen y el humano en los brazos del Alfa.
— ¡¿Cómo se atreve a hacer eso?! —Preguntó el Rey—. Es sólo un humano.
—Es un ser vivo —replicó.
— ¡Guardias! ¡Guardias! Arréstenlo.
— ¡¡Sakın bana yaklaşayım deme yoksa kelleni uçururum!! —Gritó en un idioma desconocido para los presentes, pero no para la Luna—. ¡Nadie, incluido usted! Puede tocarme o decirme que hacer.
— ¿Pondrás todo tu poderío en las manos de ese Omega? —Kuroo levantó al muchacho envuelto en la capa blanca que llevaba, debía curar esas heridas pronto.
—Eso no te importa. —Respondió siseando.
—Viniste aquí a hacer alianzas.
—Todo lo que sé en este momento, es que la Corte de Verano no se asociará con la Corte Día, no hasta que haya un nuevo Rey. —Kuroo miró a Atsumu como si le diera una indirecta al adulto plantado frente a él. El rubio tragó en seco, odiaba la sensación de ser el centro de atención cuando no quería.
El ardor en su piel era molesto, sentía como si le hubieran arrancado el alma, sus ojos estaban cerrados y se negaban a abrirse. Estaba en casa, el aroma a pan recién hecho inundaba sus fosas nasales. ¿Así se sentía el cielo? ¿Al fin vería a sus padres después de muchos años? Quizás la Diosa Luna se apiadó de él, ella no era mala, sólo estaba triste por perder a su gran amor, quizás en el cielo la conocería y le pediría dejarlo volver a ver a su amado.
—Está despertando —escuchó a lo lejos.
—Está vivo, mi niño está vivo. —No era la voz de sí madre, no la recordaba en su niñez, hace mucho había olvidado sus voces.
—Ma- Mamá —susurró con dificultad.
— ¡Tadashi! —Le respondió la anciana con la que vivía dentro del castillo. El esposo de la mujer estaba a su lado con los ojos llenos de lágrimas—. Mi niño, estás vivo, estás bien.
— ¿Qué... qué fue lo qué pasó? —Preguntó.
—El Rey se ensañó contigo —respondió el Beta—. Se ha atrevido a lastimarte.
—Pero este buen caballero te ha traído con nosotros, Dashi. Es un buen hombre. —El Omega abrió lentamente los ojos y vio su reflejo en el espejo, estaba tumbado boca abajo en una mesa de madera y tras él estaba el supuesto caballero. Sus manos estaban limpiando el desastre que era su piel, la sangre manchaba parte de sus manos y trapos.
—Me alegra que estes bien. —La voz del hombre era suave, tranquila y de muy buen oír. Era casi como el susurro del viento—. Nos tenías preocupados.
—Gra-Gracias... por salvarme.
—No tienes por qué, lo habría hecho por cualquiera. —Era sólo alguien amable, pero eso le rompió el corazón—. Detesto a la gente que abusa de su poder y autoridad. ¿Qué hiciste para que se molestara?
—Es una larga historia —susurró—. No me hace bien contarla.
—Claro, a nadie le hace mucho bien hablar del motivo de sus tristezas. Es algo doloroso, pero también es liberador. —Terminó de limpiar la espalda y tomó el cuenco que le ofrecía la anciana. En su interior parecía tener una masa de color extraño y apariencia pegajosa que se untaba a las gasas.
Sus toques eran cálidos y pegaban las gasas tan tranquilamente que parecía no arder. Sus dedos llegaron hasta a lado de su rostro donde estaban los pedazos de tela, su piel era bonita algo bronceada, sus uñas estaban pintadas de rojo metálico casi naranjo y unas extrañas pero diminutas marcas que parecían llamaradas de fuego estaban en sus muñecas y dedos medio.
— ¿Qué son esas marcas? —Preguntó sin percatarse. El muchacho sonrió burlón.
—Son de nacimiento, mi familia las posee, es como un sello familiar, pero no se lo digas a nadie. —Susurró guiñándole un ojo a través del espejo. Tadashi lo observó mejor. Su cabello negro y oscuro como el pelaje de una pantera y sus ojos dorados le recordaban a los de un felino, parecía mayor a él, quizás estaba alrededor de los veinte años.
—No sabe lo agradecidos que estamos con usted —seguía insistiendo la anciana—. Nuestro muchacho fue sentenciado a muerte para diversión del Rey.
El Alfa levantó al Omega para sentarlo en la mesa, las vendas rodeaban el abdomen y lo apretaban un poco haciéndolo sisear.
—Cualquier cosa por mis compatriotas —los tres ahogaron un suspiro y miraron al pelinegro. Su ropa azul oscuro y gris, el broche del fénix rojo emprendiendo el vuelo resaltaba en su pecho.
—Usted es allegado a la dinastía de FireWire. —El Alfa sonrió orgulloso.
—Un placer conocerlos, me llamo Tetsurou. —Por alguna razón el matrimonio se aferró al muchacho, en sus rostros se veía reflejada la felicidad.
—Usted debe conocer al príncipe heredero.
—Somos muy cercanos, la verdad. Nos llevamos bien. —Respondió sonriente.
—Aún faltan años para que ascienda, pero nosotros no lo olvidamos.
—No sabía que nacieron en FireWire —admitió Yamaguchi.
—Fuimos capturados hace ya muchos años —respondió el anciano—. Fueron soldados de la Corte Día, por eso acabamos aquí.
—Sepan que su majestad ha hecho hasta lo imposible porque no vuelva ocurrir —comentó el Alfa—. Las relaciones de Dorne y FireWire están hechas añicos, el deseo de Haruka por gobernarlo todo ha ido muy lejos.
—Sus soldados planean atacar las naciones restantes—susurró el Beta.
—Su alteza lo sabe, está listo para pelear por sus territorios. No planea doblegarse.
—Ojalá pudiéramos ir con usted —se lamentó la mujer—. Pero somos demasiado viejos.
—Parece que el Rey no estará más tiempo aquí —susurró Yamaguchi—. Los príncipes podrían ser distintos.
—Nosotros no confiamos en esos muchachos, Yamaguchi. —Admitió la mujer—. Mira lo que te hicieron a ti siendo cercano al príncipe Osamu.
—Así que tú eres su Omega —habló para sí mismo, pero el humano lo escuchó.
— ¿Lo- lo sabías...?
—Tu aroma estaba impregnado en toda su ropa —susurró para que sólo lo escuchara él—. Oye, no juzgo para nada su relación, pero tienes que saber si mantienes una relación con el hombre o con el príncipe. No puede ser con uno sólo, sino con ambos.
Los días pasaban, sus heridas parecían sanar y aunque no estaba del todo recuperado tenía que seguir trabajando. Los caballos no se alimentarían solos, tomó un cuadro de heno y tiró de él hasta colocarlo en la carretilla. Odiaba a los secuaces del Rey, odiaba mantener su relación en un secreto, desde que tenía memoria recordaba ser tratado como mercancía, un simple objeto. Como un esclavo.
—Tadashi —la voz de Osamu lo hizo temblar en cuanto la escuchó—. ¿Cómo has estado?
— ¿En serio preguntas eso? ¡¿Cómo quieres que esté?! Mi espalda terminó desfigurada, mi piel se caía a tiras.
—Lo lamento mucho, no pude evitarlo.
—No, si pudiste, pero no lo hiciste —reclamó—. No hiciste nada.
—Entiéndeme, no tengo voz en esta situación.
—Si, si la tienes, ¡Eres un príncipe! —Gritó—. ¡Eres su hijo! ¿Qué soy yo para ti, Osamu? ¿Qué es esta relación que tenemos?
—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Tadashi —le dijo con voz quebrada—. Sé que no puedo protegerte, pero eso no significa que no te ame, lo hago.
—No, no lo haces... —gesticuló—. Tengo miedo, ¿sabes? Tengo miedo de un día despertar muerto por amarte. No es la primera vez qué pasa. He sufrido mucho maltrato por parte de tu padre.
—Voy a protegerte, lo juro.
—No puedes ni protegerte a ti mismo —dijo con ironía. El monstruo de la furia apareció en sus ojos—. ¿Cómo me protegerás a mí?
El príncipe entendió que no podría conseguir tan fácilmente el perdón de su amado, necesitaba dejarlo tranquilo, que pensara mejor las cosas y después todo estaría bien. Siempre estaban bien las cosas.
Llegó hasta el campo de entrenamiento donde lo esperaba su hermano junto a Suna, un amigo de ambos que entrenaba para ser soldado. Su hermano lo miró con una mezcla de preocupación, enojo y decepción. Era la segunda persona que lo miraba así en el día.
Su padre no lo dejaba amar a su Omega como debía, se suponía que tenía que protegerle, proveerle. No por nada lo había elegido sobre todas las cosas. Si tan sólo su madre estuviera allí, ella lo ayudaría a saber que hacer.
— ¿Escuchaste los rumores? —Le preguntó su hermano.
— ¿Cuáles?
—Van a sentenciar a Yamaguchi. —Y entonces su mundo empezó a desmoronarse. La vida que imaginaba no era nada comparada a la que le ofrecía al Omega. No vestía pieles de zorro, no llevaba adornos de oro en su cabello y mucho menos era conocido como su consorte.
(...)
El rumor se esparció hasta volverse una realidad. Ni siquiera se molestaron en hacer una ceremonia, sólo era un esclavo, los esclavos no merecen funerales bonitos, sólo es un humano y él hace mucho que dejó de serlo.
Obviamente no quería morir, no quería dejar el mundo que una vez lo cobijó, no quería estar en brazos de la muerte. No quería dejarlo a él.
—Todos dicen que conocerás a la Diosa Luna. —Yamaguchi giró sobre sus talones y vio al Alfa recargado en el tronco de un árbol—. ¿Lo amas demasiado? —Preguntó.
—Ni siquiera sé lo que es amar a alguien más. —Se lamentó.
—Es sencillo —respondió despreocupado—. Amar es entregarle un arma a esa persona y saber que no va a dispararte.
—Eso suena demasiado suicida.
—Es que lo soy —dijo tranquilamente—. Mi prioridad es cuidar a esa persona, después mi gente y al final yo. Podría ayudarte, si lo deseas. —La muerte le respiraba en la nuca, el olor a putrefacción bailaba en sus fosas nasales.
— ¿Qué tienes en mente? —Preguntó. Y la sonrisa del mayor no se hizo esperar.
Las ruedas del carruaje golpeaban los caminos de terracería, el viento esparcía el aroma de las flores y las gotas de roció que empezaban a purgar la mañana. Así es como se sentía ser un Fae. A diferencia de los humanos, los primeros tenían sus sentidos más desarrollados, su magia y su inmortalidad. Era imposible que un humano venciera a un Fae —al menos no de la forma tradicional—, pero siempre quedaban otras opciones, mismas opciones que llevaron a ocultarse al Omega en un cajón oculto bajo el asiento del carruaje.
Los soldados revisaron el equipaje y todo aquello donde se pudiera guardar más de lo necesario, Kuroo observó y los dejó hacer y deshacer sus cosas, no le molestaba, lo único que quería era salir de allí.
— ¿Puedo retirarme o quieren inspeccionarme a mí también? —Preguntó burlón.
—Son órdenes de su majestad, debemos ser cuidadosos. —Yamaguchi escuchaba todo desde su lugar oculto, los nervios lo traicionarían en cualquier momento, su aroma empezaría a esparcirse. Gracias a los dioses tenía a un Alfa Dominante consigo. Kuroo liberó sus feromonas para esconder las del Omega, los guardias al ser Alfas comunes no se percatarían del aroma del Omega, estarían concentrados en las feromonas del Dominante.
Cuando dictaminaron que el carruaje estaba limpio lo dejaron salir de las murallas del castillo. Odiaba ese reino, odiaba a todos aquellos que se jactaban del buen nombre con el que nacieron, aquellos que creían que el mundo les pertenecía. Golpeó suavemente la madera con su puño, Yamaguchi escuchó el sonido suave del golpeteo, tardó horas en sonar.
—Listo pecas, puedes salir. —Movió las tablas cuidadosamente, al mismo tiempo que los cojines desaparecieron, los ojos ambarinos del Alfa fueron lo primero que vio, después esa sonrisa socarrona que le hizo saber que había triunfado en una travesura. Tomó su mano para poder salir del compartimiento, una vez todo de vuelta en su lugar se dejó caer en los mullidos cojines.
Estaba cansado, el aire le faltaba y la cabeza le dolía. Pero era libre, estaba fuera de ese palacio donde abusaban de él, lo único que lamentaba era haber abandonado a Osamu. Su amor por él era inmenso, tan grande que se permitió abusar por otros, se volvió un esclavo y adoptó el papel para estar con él. Dejó su humanidad para permanecer a su lado.
El Alfa frente a él tenía su rostro recargado en la palma de su mano, su mirada lucía tranquila y las comisuras de sus labios estaban alzadas de forma burlona, le recordaba a la apariencia de un felino, tan sumido en un juego que ni siquiera te dabas cuenta cuenta de cuando inició o acabó.
— ¿A donde iremos? —Preguntó al Alfa.
—A donde quieras ir, prometí ayudarte y eso haré —le recordó el mayor.
—Quiero ir a casa —susurró—. Quiero ir a la Corte de Verano, quiero regresar a Perhidos.
—Perhidos, ¿es dónde naciste? —Cuestionó con curiosidad. El Omega asintió—. Te llevaré allí, pero antes de eso visitaremos Galorsiana.
—No conozco ese nombre.
—Te encantará, es una ciudad hermosa, está cerca de uno de los puertos, tienen playas hermosas y sobre todo hostales que te fascinarán. —Yamaguchi vio como los ojos contrarios brillaban más de lo que podría imaginar, le recordaban a los topacios—. Por favor permíteme mostrarte el mundo, Yamaguchi.
—Tadashi —dijo sin pensar—. Mi nombre es Tadashi, no hace falta ser tan formal.
—Entonces tú puedes llamarme Kuroo. —Le dijo con toda la intención.
— ¿Es acaso tu segundo nombre?
—Mi apellido en realidad —confesó.
—No me es conocido —admitió.
—Descuida, muy pocos lo saben en realidad.
—GALORSINA.
CORTE DE VERANO 🌹
Tal y como Kuroo lo prometió, pararon en una de las playas cercanas al puerto de Galorsina. Tadashi no conocía el mar, ni siquiera recordaba si donde nació había ese tipo de lugares, en Dorne reinaba la arena y el clima seco, pero algunas ciudades estaban rodeado por el basto océano, los llamaban oasis.
Otra cosa que prometo el Alfa fue quedarse en el mejor hostal del lugar, sin embargo donde estaban era una mansión. La casona era como un palacio pequeño, paredes de piedra, techo alto y decorados de madera y palma. Era una estructura hermosa.
—Puedes asearte en la habitación del fondo, dejaré prendas para que te vistas, estarán en la cama.
—Gracias Kuroo —habló en voz baja—. Por todo.
—No agradezcas, te mereces mucho más.
(...)
La yukata le quedaba amplia, la tela gris oscura era suave y se sentía delicada, le gustaban el estampado de plumas negras en ella, era una mezcla de sencillez y elegancia en un mismo vestuario. Su cabeza seguía doliéndole, de hecho también el abdomen. De pronto la tela se sintió pesada, como si le pusieran cinco toneladas de metales en todo su cuerpo. Salió de la habitación rumbo a orillas de playa, Kuroo estaba esperándolo sentado sobre la manta, vestía la misma yukata, con la única diferencia de color pues la suya era rojo vino. Ese color le quedaba muy bien, ¿siempre fue así? Kuroo era un hombre guapo, bastante guapo y atractivo se hablaba con la verdad, tenía un hermoso perfil, cabello desordenado, ojos tranquilos pero demasiado expresivos.
— ¿Estás bien? —Preguntó en cuanto estuvo a su lado.
—No... —susurró. Ni siquiera supo a qué horas llegó a la manta. El Alfa lo estrenó entre sus brazos, su aroma pululaba y bailaba a su alrededor, Yamaguchi hundió su rostro en su pecho y con la mayor vergüenza del mundo se restregó buscando más contacto.
—Oye... Tadashi... —habló tranquilamente—. A mi parecer estás en celo. —El Omega sorbió su nariz, de repente sus lágrimas se acumularon en sus ojos y se negaban a salir.
—Perdón...
—No te disculpes —lo calmó con sus palabras y caricias de sus manos—. Mis feromonas pudieron afectarte, las feromonas de un recesivo son débiles ante las de un dominante.
—Jamás... tuve un celo tan doloroso, al menos no como el de ahora. —Los brazos del Alfa lo acercaban más a su pecho, la sensación de sentirse en paz era sumamente agradable, nunca se había sentido así, ni siquiera con Osamu, siempre estuvo estresado. No debía mostrar lo que sentía, no debía amarlo demasiado, no debía gritarle a todos que estaban juntos.
—Shh... puedes calmarte ahora, estamos solos y aunque no lo estuviéramos te protegería de los demás. —Kuroo empezaba a sentir lo que su madre una vez le describió, la sensación de amar a alguien hasta el final de tus días, sabía que en sus brazos tuvo al niño que una vez ayudó, y al que buscó por años para estar juntos.
Yamaguchi se removía inconsciente en sus brazos, su rostro siempre estaba oculto, sus feromonas se desbordaban y parecían llamar a todos los alfas a su alrededor. Así pasaba con los genes recesivos, sus celos llegaban cuando menos se lo esperaban y sólo podían regularse con las feromonas un Alfa Dominante, el problema radicaba en que estos huían de ellos al ser menos fértiles.
El Alfa admiró el color de las mejillas del Omega, sus pecas se alzaban y brillaban cuán noche estrellada, su cabello estaba sujetado a mitad de su nuca y el resto suelto, sus labios se veían rojos y apetecibles. En el fondo de sus pensamientos más impuros deseaba hacerlo suyo, lo quería marcar sin siquiera preguntarle.
—Alfa... —el susurró llegó hasta sus oídos de forma melódica—. Te necesito... —Y el hilo de la cordura se rompió.
Lo besó, con tanto anhelo como lo venía queriendo, con la devoción infinita de cómo le habían narrado, con los sentimientos a flote. Sus labios fueron hasta sus clavículas y hombros, las marcas no tardaron en aparecer y sus gemidos hicieron eco en sus oídos. No parecía importarle a ninguno de los dos estar en la arena, la sensación de rasposa en la piel por los granos, la incomodidad de las mantas.
Las horas pasaron, los minutos se esfumaron y ambos se hacían uno mismo con la luna como testigo. Las estocadas del Alfa llenaron al Omega de placer infinito, estaba feliz, estaba dichoso, la sensación de ser amado y adorado no tenía sentido sino era el Alfa que tenía a su lado.
Un gemido incómodo lo alertó y lo sacó de su ensoñación, miró al Omega con rastros de sudor, de coloradas mejillas y ojos cerrados.
— ¿Te encuentras incómodo? —Preguntó con preocupación.
—Quiero... estar un colchón... alguien podría vernos.
— ¿Y eso te da pena? —Preguntó burlón.
—Kuroo... podrían lastimarnos. —No le quedó otra opción, obedeció al menor sin chistar. Lo llevó en brazos una vez pudo vestirlo medianamente decente, lo dejó en la cama e intentó alejarse, el Omega lo impidió y lo arrastró consigo, aún deseaba tenerlo junto a él.
Kuroo siguió disfrutando del cuerpo del Omega, aunque dentro de él muriera de coraje, la espalda de Yamaguchi tenía muchas cicatrices por los años de maltrato, cicatrices que jamás serían borradas de su perfecta piel, pero aprendería a amarlas. Tomó las caderas del Omega mientras lo penetraba, dejando caer su cuerpo en la espalda contraria, besó cada una de ellas sin reparo, las acarició lentamente y siguió besándolas.
—No hagas eso —susurró el humano—. Las odio.
—Son perfectas.
—Fueron hechas por el abuso de alguien más.
—Eso me demuestra que eres fuerte, libre, y una persona que aguanta hasta lo que no debe —habló lentamente—. Pero sabes qué, no tienes porque soportarlo de ahora en mas, serás libre de decidir qué hacer.
—Quiero quedarme contigo... —Dijo mirándolo a los ojos—. Quiero estar contigo...
—No, por favor no digas eso —susurró.
— ¿Por qué no? ¿No quieres qué lo esté? ¿Por eso no te has venido dentro de mí? —Kuroo salió del interior del Omega y se aferró a su cuerpo una vez que le dio la cara, lo sentó en su regazo y besó sus mejillas sonrojadas.
—Quiero evitar que quedes en cinta, no es prudente tener un hijo ahora. —Admitió.
— ¿Por qué no? —Le cuestionó—. Podrías anudarme, podrías preñarme y sería el Omega más feliz del mundo por llevar un hijo tuyo.
—Este no eres tú, Tadashi, es tu celo y tu Omega hablando por ti. —Y vaya que le dolía repetir sus pensamientos en voz alta—. Ojalá algún día puedas repetírmelo estando consciente, porque yo si estoy consciente. Te amo, como nunca he amado a alguien, no descansare hasta que me ames también, y si no es esta vida será en las que siguen. Te encontraré, en éste y en todos los mundos.
Fueron tres días los que duró el celo del Omega, tres días en los que se acostó con el Alfa y le pidió que lo anudara, a decir verdad ahora le daba mucha vergüenza verlo a la cara, especialmente porque logró que hiciera lo que tanto le rogó, hacerlo venirse dentro de él. Sus caderas le dolían, sus piernas tenían marcas rojas, especialmente sus muslos, marcas que también poseía en su cuello y ahora tendría que ocultarlas bien.
Por su parte, el Alfa lucía imponente, ni siquiera estaba vestido, acababa de tomar un baño y su toalla aún permanecía en su cadera. Los recuerdos del Omega no estaban para nada difusos, recordaba a la perfección sus caricias, sus besos, el sonido de su voz hablándole de forma lasciva y los motes cariñosos con los que le llamaba. Yamaguchi entró corriendo al baño, no quería encararlo y verlo le daba vergüenza, así que lo mejor sería bañarse en agua fría y bajar la calentura que tenía al verlo.
La ropa que usaba era de mejor calidad que la tenía antes; los pantalones de tiro alto le llegaban a la cintura, la camisa le quedaba grande, pero le encantaban las mangas esponjosas y el encaje en los puños y cuello, hacían juego con el chaleco de cuello V bordado de flores doradas, pero al ser amplios tuvo que fajarlos.
—Te ves... hermoso. —El Alfa le sonrió a través del espejo, había hecho una elección perfecta.
—Gracias. —Respondió avergonzado—. ¿Irás a casa ahora?
—Iremos —Yamaguchi frunció el ceño ante la respuesta—. Prometí llevarte a salvo a donde quieras, después partiré a la capital.
—Estuve en la capital hace muchos años —confesó el Omega—. No son buenos recuerdos.
— ¿Por qué?
—Era apenas un niño, fue cuando empezaban a venderme como esclavo. Había mucha gente que recuerdo como sombras, los gritos de los niños al no querer ser vendidos, pensé, que nadie es bueno en este mundo. Después alguien me ayudó. —La atención de Kuroo se centró en él justo en ese momento.
— ¿Te ayudó? —Preguntó esperando respuesta.
—Caí desmayado por la deshidratación y él se acercó a darme de beber de su botella de agua. No recuerdo su rostro, estaba mareado y no vi una figura clara, pero recuerdo la sensación de calidez, de sentirme protegido, de sentirme en casa. —Jamás admitiría que sintió lo mismo con él hace unos días.
—Parece ser una buena persona de la que hablas.
—Si, lo es —respondió encogiéndose de hombros.
(...)
Fueron semanas las que viajaron el uno con el otro, meses desde que salieron de Dorne, y el pasar de los días sólo los hacía querer más tiempo, una vida juntos. Ambos se planteaban la idea pero, ninguno la dijo en voz alta. En el cruce donde habían dos caminos distintos cada uno miró la brecha que lo llevaría hasta su destino, las ganas de tomar el mismo eran mayores a lo que demostraban, pero una vez más, ninguno habló en voz alta.
—Bueno, creo que es todo —habló primero el Alfa—. Fue un placer conocerte, Tadashi Yamaguchi.
—Lo mismo digo, Tetsurou Kuroo. Que la Diosa Luna se encargue de volver a juntarnos. —El Omega le dio la espalda y siguió por el sendero de lado derecho, no volteó a verlo, sabía que si lo hacía correría a sus brazos y se aferraría a él.
—Si, eso es lo que más deseo. —Dijo en cuanto se marchó.
—CAPITAL DE FIREWIRE.
CORTE DE VERANO 🌹
El galopar de los caballos resonaba en el suelo, las ruedas del carruaje giraban no tan a prisa. La mujer dentro del vehículo estaba cansada de viajar, ciertamente odiaba tener que hacer esos recorridos, pero eran necesarios para lograr la estabilidad del reino, además fueron peticiones de su hijo y ella jamás se negaría a lo que le pidiera su cachorro.
Su mente recordaba su llegada a mediados del mes de marzo, su cara lucía abatida, su expresión reflejaba tristeza y sus ojos perdieron su brillo. Esa noche se veía como un niño pequeño, apoyado en el regazo de su madre, aguantándose la ganas de llorar. Ella notó las emociones que lo embargaban. Se había enamorado, y había perdido ese amor, su aroma lo delataba, además del segundo aroma que lo cubría fresas con chocolate blanco. Parecía que el Omega lo cubrió con sus feromonas sin que él se diera cuenta, ahora la soledad embargaba hasta los alfas más fuertes.
—Su majestad. —Su leal sirviente interrumpió sus pensamientos—. ¿Hay algún problema?
—Hay muchos problemas, Tegoshi, y ninguno es tan importante como encontrar al Omega de mi hijo. —Su voz era sinónimo de perfección, suave como la seda, firme coma el granito—. ¿Han encontrado algo?
—Seguimos en su búsqueda, majestad, pero el Rey nos ordenó...
—Lo que el Rey les diga no me importa, ustedes me obedecen a mí. —El guardia asintió ante la respuesta de su señora y siguió en silencio su camino. La Reina suspiró pesadamente, debía conseguir rápido a ese Omega.
Los caballos empezaban a alterarse, sus relinchos eran cada vez más estrepitosos, divisó unas figuras que se perdían a lo lejos por la luz del sol. Su cochero puso en marcha el carruaje para evadir a las figuras, pero no podía ignorar la precaria situación de los afectados. El Delta bajó del carruaje y se dirigió hasta el Beta que llevaba encadenados a tres Omegas, dos mujeres y un hombre.
— ¿Qué crees qué haces? —Cuestionó el guardia.
—Son mis esclavos —respondió molesto.
— ¡Mientes! —El Omega de cabellos verdes gritó. La Reina lo escuchó desde el vehículo. Vestía con ropa sencilla, su piel morena resaltaba, sus ojos marrones y un inigualable aroma a fresas—. Este hombre nos tomó por la fuerza.
—Son humanos, los humanos no valen nada. —Insistía el Beta.
—Me llevaré a éstas personas —enunció el Delta.
—Imposible, son míos. —El Delta rubio levantó su mano hecha puño, pidiendo silencio.
— ¡¿Tienes idea de con quién estás hablando?! Estás frente al encargado del Harem de su majestad, y la Reina quiere a estos humanos. —Yamaguchi comenzaba a sentir más calor que de costumbre, no un calor similar al celo, sino uno peor. La ansiedad recorría su piel al verse envuelto en problemas con otra corte. El guardia lanzó un saco con monedas de oro al hombre, al carruaje de la Reina comenzó a avanzar y el resto de la caravana se quedó para transportar a los humanos.
Quizás podría sacar un provecho de ellos.
—PALACIO FIREWIRE.
CORTE DE VERANO 🌹
Kuroo odiaba visitar el palacio donde nació y creció, le era estresante ser rodeado de los nobles que intentaban agradarle para ser cercanos a su padre, eran muy pocos aquellos que le caían bien. Su mirada se intentó focalizar en los altos muros de piedra gris, el palacio le recordaba a una fortaleza en ruinas debido a la simplicidad del color exterior. La estructura se cernía sobre una isla, rodeada de agua salada y cercana a uno de los pueblos pesqueros más ricos de la región, la capital era altiva e imponente, y el pueblo cercano... era igual que en las antiguas canciones.
Disfrutó caminar por las calles antes de atravesar el portón del palacio, los jardines lucían y crecían como los oasis, y los que eran plantados reinaban por todos lados. En cuanto llegó a las puertas le empezó a doler la cabeza, sabía el problema en el que se había metido hace meses.
— ¡¡Kuroo!! —El Alfa de cabellos bicolores corrió hasta poder abrazarlo cerca de la escalera—. ¡Has vuelto! ¡Has vuelto!
—Si, Bo. He vuelto —dijo con voz tranquila.
—Luces distinto, más apagado que de costumbre. —Bokuto era demasiado susceptible a los cambios de los demás, se daba cuenta de las cosas rápidamente y tenía ojos en todos lados, como un búho—. ¿Te sucedió algo en Dorne?
—Ahh, Bo, sucedieron muchas cosas —el pesado suspiró le hizo saber que lo consideraba una causa perdida, algo extraño en Kuroo pues él siempre sabía como animar a otros a no rendirse—. Encontré a mi Omega.
— ¿Y por qué lo dices con tanta tristeza? —Cuestionó.
—Porque lo he perdido... no le dije quién era, ni cuánto lo amaba, o lo que sentía.
—Estoy seguro que la Diosa Luna te recompensará nuevamente con ello, volverás a verlo.
—Amén.
—Ahora tienes que ver a tu padre, podría molestarse porque tardas demasiado.
—Como odio que haga eso. —Kuroo caminó de mala gana por los pasillos, era tal y como lo recordaba. Paredes de concreto azul celeste, blanco y y dorado, las columnas eran enormes y los balcones daban vista al océano.
Escucho como muchos pueblerinos decían que la dinastía eran descendientes de sirenas o espíritus del agua. Lo cierto es que sus poderes eran todo lo contrario; manipulaban el fuego y el viento, su escudo era un fénix y ellos nacieron de las lágrimas del dolor de la Diosa Luna.
Las puertas estaban decoradas con crustáceos y otros moluscos tallados en piedra, las manijas de oro bruñido, todo parecía ser sinónimo de perfección. En cuanto entró vio a su padre tras el escritorio, la ropa informal era parte muy habitual de su atuendo. Sus rizos negros caían sobre sus ojos y cubrían una parte de su cara, los acomodó de tal manera que no le estorbaran y fijó su mirada en su hijo. Tetsurou había heredado muy poco de él, quizás sólo la capacidad de mantener su cabello en desorden y su piel, que era ligeramente más morena que la de su madre.
—Bienvenido a casa —dijo con voz tranquila.
—Me sorprende que no me estés gritando —le devolvió el saludo a su manera—. ¿Cómo estás padre?
—Me encuentro muy bien, gracias por preguntar. Lo que me sorprende es que hayas venido hasta aquí.
—Madre solicitó verme —aclaró.
—Y eso es porque nadie puede negarle nada. Tetsurou —cambió de tema repentinamente—, sólo lo conocido es seguro. —Era extraño cuanto cambia la personalidad de alguien en menos tiempo del que parece.
—No me casare con Lady Alisa, he roto ese compromiso y mi madre me apoyó.
—Por supuesto lo hice yo también —habló tan suave como el viento—. Tu madre me contó tu situación con el Omega. —Kuroo se detuvo antes de tomar la manija de la puerta, su espalda se puso rígida ante la mención de Yamaguchi—. Quiero que sepas, que si él te hace feliz puedes traerlo, sin embargo no deseo compartir uno de los secretos familiares de nuestra dinastía, como bien sabes, la lealtad es lo más importante para nosotros.
—Será como lo desees, padre.
(...)
Yamaguchi entró al palacio por órdenes de la mujer gobernante, nuevamente hacían ese proceso; llevarlo al médico, bañarlo, vestirlo de forma sencilla. Una vez era sumido en la vida de un esclavo. Las mujeres dentro del Harem eran demasiado hermosas, cuerpos exuberantes y de muchas nacionalidades al parecer y todas parecían ser humanas.
— ¿Qué hace este Omega tan débil aquí? —Preguntó una desde el segundo piso—. Me percato de su falta de aroma desde acá.
—Cierra la boca, nadie pidió tu opinión. —Yamaguchi miró a la muchacha que entraba a la habitación. Llevaba un vestido en tonos terracota de corsé apretado y falda amplia.
—Pero Akane Kalfa. —La joven la miró con sus ojos marrones, profundos y oscuros, en su mirada le pedía el tan anhelado silencio que todas imitaron—. ¿Eres Yamaguchi, verdad? —El Omega asintió—. Acompáñame.
El humano obedeció a la mujer, la siguió por los pasillos del lugar. Era muy diferente a la corte día, sus colores eran todo lo contrario al igual que su aspecto. La Corte Día mostraba lo negativo del sol, como la falta de agua se reflejaba en la arena, la Corte de Verano parecía jugar con ambos elementos.
—Lo lamento, no te... —El Omega respiró el familiar aroma, la sensación de sentirse a salvo y la calidez del hogar—. Tadashi. —No tuvo dudas al decir su nombre, sabía que era él.
—Tetsurou. —Y el Omega le respondió de la misma forma—. ¿Qué haces aquí?
—Yo... am.. yo vivo aquí. —Intentó aclarar.
—Joven Tetsurou, está bloqueándonos el camino —dijo la Beta, el Alfa frunció el ceño ante su forma de llamarlo—. Su majestad nos ha pedido llevarlo hasta su presencia, tendrá un destino hermoso en el futuro.
— ¿Qué es lo qué planea su majestad?
—El Omega será obsequiado al príncipe heredero de FireWire. Usted entiende, ¿verdad? —La garganta se cerró ante la posibilidad de tenerlo junto a él. ¿De verdad su madre haría eso?
—No... —Susurró el Omega—. Tetsurou no dejes que me lleven, no dejes que lo hagan. Ya sufrí los abusos de un príncipe, no quiero ser víctima de otro. —El moreno estaba al borde llanto, se aferraba a la ropa del Alfa para evitar ser arrastrado lejos de él.
—Estarás bien —le dijo viéndolo a los ojos—. No te harán daño jamás, no lo permitiré, no voy a dejarte sólo, ¿comprendes?
La Beta arrastró al Omega hasta estar fuera de la vista del príncipe, lucía triste, su amado Omega se veía tan triste, su estrella estaba perdiendo poco a poco su brillo.
(...)
Las habitaciones de la Reina no eran precisamente unos aposentos comunes, usualmente las Reinas se la pasaban en sus recámaras, dentro del palacio y fuera de los lugares públicos, pero esta mujer estaba sentada en el trono de FireWire. La silla de oro y rubíes se alzaba imponente con la Alfa sobre ella, su cabello era largo y ondas de color negro, al igual que sus ojos, vestía elegantemente de color rojo y una ostentosa corona. Ante los ojos de Yamaguchi se alzaba la imponente figura de Miyoshi, Reina legítima de FireWire, Señora del Verano y Dama de la Corte.
Había escuchado esa historia un par de veces en Dorne, la razón por la que se odiaban era por la mujer que los gobernaba. Miyoshi fue la única sobreviviente del fallecido Rey, para continuar con la sangre se le hizo casarse con un primo lejano y fue coronada Reina. La primera y única mujer en gobernar en un lapso de quinientos años, una mujer de armas tomar.
—Hemos traído al Omega —cortó el ambiente con su voz la Beta.
—Acérquenlo. —Su voz era sumamente hermosa, suave pero segura. La Alfa tomó el mentón de Yamaguchi con sus manos, el Omega notó que poseía las mismas marcas que Tetsurou, quizás una costumbre entre los Faes. Pero había algo distinto.
Yamaguchi creció rodeado de Faes y formaba parte de una corte extranjera, pero ellos no lucían cómo esta. Miyoshi destilaba poder, miedo y respeto, estaba seguro que si la viera caminar el suelo temblaría bajó sus pies.
—Ya saben que hacer con él —dijo de repente—. Akane Kalfa, de ahora en más serás la encargada del Harem de mi hijo y partirás a su palacio en Metch. Tú irás con ellos.
—No puede hacerme eso —siseó el Omega—. No puede arrebatarme mi libertad.
—Estoy haciéndote un favor, Omega. ¿Cuánto tiempo crees que sobrevivirás al mundo afuera? El mundo fue hecho para los fuertes y para ello debes convertirte en uno.
Que amable mujer. Pensó Yamaguchi. Cree que soy débil y un estorbo.
—Aprenderás arte, política, a hablar y comunicarte con personas de la alta sociedad y te codearas con aquellos que sean convenientes para formar lazos. Haré de ti una Reina nunca antes vista.
— ¡No puede negarme mi libertad! Yo nací siendo libre, pertenezco a esta tierra tanto como usted.
—Y por eso te encomiendo a mi hijo. —Yamaguchi se tranquilizó al escuchar eso, era como si todo él estuviera en trance—. No me importa quién eras en tu pasado ó de donde vienes, en este palacio somos Alfas y Omegas Faeries. De ahora en más pertenecerás al Harem del príncipe.
Y así su destino cambió, alguien más había decidido por él, y una vez más se preguntó. ¿Cuándo podría ser el dueño de su propia vida.
—PALACIO METCH.
CORTE DE VERANO 🌹
La estructura del lugar era toda una belleza arquitectónica y un testamento a los altos estándares. Entró por una de las tantas puertas que había y vio un pasillo que lo llevó a un patio techado de forma rectangular, múltiples escaleras llevaban a pisos más altos y estaban conectados por balcones, a la derecha había más puertas y un edificio enorme donde le obligaron a entrar, ese era el dichoso Harem del príncipe heredero.
—Bienvenido a tu nuevo hogar —le dijo la Beta tras su espalda.
—Esto parece más bien una condena —susurró con molestia.
—No lo es —defendió—. El Harem puede parecer una jaula de oro, pero es el único lugar donde un esclavo puede convertirse en Reina y tener al mundo a sus pies. Haz feliz a nuestro príncipe y él se encargará de ponerte en la punta de la pirámide.
—Yo no quiero pertenecer a este mundo.
—Que pena, porque nuestra Reina te ha escogido y cuando ella toma una decisión, no hay persona en la tierra que pueda hacerla cambiar de opinión.
Los días se convirtieron en meses, y en esos meses jamás había visto al príncipe, gracias a la Diosa Luna jamás lo habían llevado hasta sus aposentos, ni a él ni a ninguna mujer. Las concubinas empezaban a especular sobre la existencia secreta del Alfa, decían que era tan feo que no le gustaba mostrarse ante los demás y que era una desgracia para su país.
Yamaguchi odiaba todo eso, pues aunque no lo conociera le daba pena que hablasen mal de él. Por su parte se dedicaba a estudiar lo que le enseñasen, historia, economía y cultura. Cualidades que toda concubina debía tener, pero sus momentos favoritos eran cuando veía a Tetsurou en los jardines, su forma de enseñarle a tirar con arco, la manera en que manejaba su espada e inclusive la forma de cabalgar. Atesoraba cada uno de esos momentos.
— ¿Y cuándo conoceré a su alteza? —Le preguntó una vez al Alfa.
— ¿Tan ansioso estás?
—No, es sólo que recordé cuando nos conocimos, dijiste que eran cercanos.
—Paciencia Dashi —le dijo muy cerca de sus labios—. Si él te conociese se enamoraría de ti de inmediato.
—No soy alguien fácil de amar, siempre habrá alguien mejor.
—Te equivocas —susurró mientras acariciaba los cabellos rebeldes del humano—. Yo caí rendido ante ti. Mi adorada estrella.
—No dijiste eso la última vez —recordó.
—Tienes razón, no lo dije, pero es verdad. Debí traerte conmigo esa vez.
—No se puede cambiar el pasado.
—No, pero se puede modificar el futuro.
Yamaguchi se alejó del jardín horas después, debía asistir a sus clases regulares. Por su parte, Kuroo buscó a la Beta que le servía fielmente, en sus adentros adoraba a esa muchacha, tanto ella como su hermano eran miembros leales a él.
— ¿Mandó a llamarme alteza? —Preguntó al mismo tiempo que se reverenciaba ante él.
—Quiero que prepares a Yamaguchi Hatun para esta noche, énvialo a mis aposentos privados.
—Será como usted ordene, mi alteza.
(...)
Esa noche su celo llegó apenas perceptible, llevaba poco viviendo en el palacio y fue la peor tortura que pudo haber pasado. El agua estaba caliente y hacía que el lugar se llenara de vapor, las criadas lo bañaron y llenaron de perfumes en su piel morena. Lo obligaron a usar un vestido verde pistacho ceñido a su torso con la suficiente movilidad en sus piernas, el escote en corazón resaltaba sus clavículas y sus gruesos tirantes cubrían sus hombros de una forma delicada. Un extenso collar de oro y piedras verde colgaba de su cuello hasta la mitad de su abdomen.
—Luces radiante —le mencionó la Beta castaña a cargo de su preparación.
—No me siento bien —les dijo entre titubeos.
—Debemos llevarte con su alteza. —La castaña palmeó al aire y toda la servidumbre se levantó. Recorrieron con él un camino de paredes azul celeste y acabados dorados, todo se veía demasiado opulento y elegante.
—Recuerda, debes llegar y arrodillarte, besar su traje o mano y hacer todo lo que él te ordene —repitió la jovencita ante la mente nublada de Yamaguchi. El Omega estaba en celo, así que mucha atención no ponía.
Lo dejaron entrar a la habitación resguardada por Betas y él ingresó con miedo, aun así lo primero que percibió fue el fuerte aroma de un Alfa; nuez moscada, clavel e incienso. La esencia se le hacía familiar, en sus memorias estaba todavía presente el aroma de quién le ayudó hace ya varios años.
El dueño de los aposentos parecía no estar en ellos —gracias a la Diosa Luna—, así que no habría porque acostarse con él, el problema radicaba en qué quería acostarse con él al ser el dueño de ese aroma. Yamaguchi hizo caso omiso a las órdenes que le dieron y subió hasta el centro del colchón, el aroma era más penetrante en las cobijas, no era nada bueno para su estado. Un gemido bajo brotó desde su garganta e inundó la habitación, sus feromonas se liberaron buscando mezclarse con las del Alfa y formar la fragancia perfecta.
Sus celos siempre fueron dolorosos, no tenía dinero para supresores entonces le tocaba esconderse de los Alfas y sufrir en silencio. El vestido era demasiado estorboso, no le permitía tocarse como quería así que optó por quitárselo, la tela cayó a sus pies y él lo lanzó al suelo sin importar que no fuera su habitación. Se dejó caer abriendo sus piernas y levantando ligeramente sus caderas, su entrada estaba llena de lubricante natural que escurría entre sus piernas. Con lentitud hundió uno de sus dedos en su interior, resultó un poco incómodo, pero sólo haría falta acostumbrarse, su mente divagaba con su huida de la Corte Día, esa ocasión su celo llegó y pasó la noche con un Alfa demasiado atractivo, recordó su sonrisa, su aroma, su voz y sobre todo, sus caricias.
Hundió sus dedos imaginando que era el miembro de aquel Alfa que lo montó con ímpetu, su izquierda estaba aferrándose a la sobrecama del colchón. No importaba la situación, él sólo quería que lo tomaran como aquel día.
No se imaginaba que alguien más lo miraba.
El príncipe Kuroo estaba observando desde que llegó hasta su reciente acción de masturbarse, los aposentos eran grandes y tenía pequeños cuartos dentro de ella, en este caso Kuroo estaba en el armario detrás de la cortina blanca traslúcida. Observó al Omega deshacerse de su vestido y trepar a su cama para auto satisfacerse, estaba en celo y no pensaba abusar de él una segunda vez. Lo había reconocido desde que llegó al palacio, su Harem poseía ese singular aroma a fresas y chocolate blanco, mismo aroma que lo volvía loco desde antes y el dueño era el esclavo que conoció en su infancia.
Vio como el moreno se tocaba y autocomplacencia, sus gemidos brotaban de forma suave para convertirse en una sinfonía. Él podía controlarse como buen dominante, pero el aroma era tentador y más cuando había comprobado que ese cuerpo le quedaba a la medida.
—Alfa... te necesito... —gesticuló con dificultad el Omega. El Alfa tomó la base de su miembro entre sus dedos y comenzó a bombear lentamente al ritmo en que el Omega se tocaba.
Lo vio gemir por un Alfa que al parecer extrañaba. Ojalá fuera por él. Estaba seguro que era por él.
Recordó los días en la playa cuando lo ayudó a escapar del palacio de la Corte Día, su mente viajó hasta esa cabaña donde lo puso en cuatro y lo hizo venirse más veces de las que podía contar. Ojalá el Omega también los recordara.
Tuvo que auto complacerse mirando al humano hasta que éste se quedó dormido, entre sueños lo veía quejarse del dolor, el Omega estaba en posición fetal aferrándose a su abdomen y temblaba, Kuroo lo arropó entre sus sábanas y se alejó de donde dormía, no quería hacerlo sentir incómodo al despertar. Su espalda aún tenía esas cicatrices de años de maltrato, cicatrices que él se encargaría de borrar, de eso estaba seguro.
(...)
La llegada al Harem causó revuelo, él era el primer Omega en pasar la noche con su alteza desde su regreso, nadie había logrado lo que él. Yamaguchi sentía la mirada de toda la gente a su alrededor, odiaba ser el centro de atención especialmente cuando prácticamente todos sabían donde estaba, se sentía como si hubiera hecho una travesura y todos los demás lo supieran. Lo cierto es que no recordaba haberse acostado con el príncipe, en su mente sólo recordaba dormir en el pecho de un Alfa y la sensación de calidez que emanaba de él, se sentía dichoso, se sentía feliz y agradecido con el recuerdo de Tetsurou.
Una vez más estaban en los jardines, ya no peleando cuerpo a cuerpo pero sí practicando arquería, sin tantos guardias a la vista como de costumbre, esos eran sus mejores momentos, lo que más amaban y deseaban. Estar juntos.
—Debemos descansar —pidió el Alfa—. Por amor a lo más sagrado, tú jamás te cansas.
—Es tu culpa, tú me estás entrenando —reclamó el humano.
— ¡Ah si! Pues ya veremos quién...
—No puedo creer cuanta decepción nos has traído. —Se les unió una tercera voz. Yamaguchi vio claramente el Rey, jamás olvidaría su rostro en los cuadros del palacio o en las visitas a Dorne—. Mi hijo perdiendo el tiempo entrenando a un simple humano.
— ¿Hijo? —Preguntó Yamaguchi en voz baja— oh Dios mío, que estúpido fui...
—Yamaguchi...
—Por favor guarda silencio —pidió el Omega—. No soporto más mentiras.
—En un mundo que se divide por razas, sólo lo conocido es seguro —el Rey se acercó hasta el humano y acarició su rostro lentamente—. Los humanos son frágiles como las hojas secas de un árbol, pero tú... tus ojos parecen resplandecer como si no pertenecieras a ellos.
—Déjalo en paz —siseó el príncipe.
—No eres más que la pieza de un juego.
— ¡Suficiente! —Gritó Tetsurou—. Estás frente a mi favorito, te pido que respetes a mi Omega.
—Ten cuidado hijo mío, la inmortalidad es la inmortalidad, y un fracaso siempre será tu fracaso. —El Rey se alejó camino al castillo de su hijo, había detonado una bomba de tiempo que causaría mucho daño a su paso.
—Tadashi...
—No quiero hablar contigo —musitó—. Eres igual de mentiroso que Osamu, no eres distinto son iguales.
El Omega salió corriendo a su habitación, el Alfa fue tras él y lo siguió por todos los pasillos hasta acorralarlo. Sus brazos lo tomaron y se encargó de llevarlo hasta sus aposentos, ahí hablarían tranquilamente.
Esa ocasión no pudo creer lo que pasaba, sus ojos parecían mentirle. Una cosa era creer que Tetsurou era un sirviente y otra muy distinta es saber que era el príncipe, pensar que la primera vez que estuvo en sus aposentos se dedicó a masturbarse en su cama.
—Yamaguchi... yo... —El Alfa estaba sin palabras, no sabía cómo pedir disculpas.
—Me mentiste —susurró.
—Si —contestó tranquilo—. Lo hice para protegerte, los Miya... no me agradaba como te trataban, te saqué del palacio porque quería que huyeras.
— ¿Y me trajiste aquí? —Preguntó—. ¿A una nueva cárcel?
—No, no, eso jamás, yo quería que fueras libre —habló de forma queda—. Quería que estando en libertad decidieras estar conmigo.
—Soy un esclavo —susurró—. Que tonto fui, creí que de verdad me querías.
—Lo hago, te he amado desde que éramos niños —confesó—. La primera vez que te vi éramos tan solo unos niños, estabas indefenso en una tarima de un comerciante de esclavos. No dude en acercarme y darte de beber. Estaba asustado, un impulso me dijo que debía estar contigo siempre.
—Lo- lo d- de la playa —tartamudeó—. ¿Fue una mentira?
—No... eso no fue mentira. —Kuroo se acercó hasta el Omega y tomó sus mejillas entre sus manos acariciando y detallando sus pecas. Su aroma estaba demasiado cerca, demasiado fuerte y parecía cubrir a Yamaguchi—. Cada una de las palabras que dije fueron verdad, estoy enamorado de ti Tadashi Yamaguchi, no soy más que un esclavo de tus deseos y tú eres el dueño de mi vida, mi propósito no es otro sino complacerte. Eres mi ruina y mi riqueza, eres el Omega al que entregaría mi alma, eres mi anhelo y mi desvelo.
—No digas esas cosas —los ojos ambarinos estaban cambiando a la tonalidad roja brillante, su Alfa había despertado y estaba reclamándolo como Omega—. No vuelvas a mentirme, Kuroo. —Sus piernas comenzaron sentirse débiles y sentía que el suelo lo absorbía.
La fragancia de Kuroo se esparcía con el aire, la habitación comenzaba a sentirse caliente y encendía el cuerpo de los dos, Yamaguchi se aferró a los hombros del más alto y éste a su espalda cubierta de tela verde jade. El Omega comprendió porque se mostró reacio a la idea de practicar en los jardines; el Alfa estaba iniciando su rut y por consecuencia le provocaba su celo a él.
Las palmas de sus manos se paseaban por la curvatura de su cintura, los dedos del humano seguían aferrándose a los hombros, los labios del Fae se acercaban peligrosamente hasta los suyos.
—No debiste venir esta noche —dijo en voz baja.
—Creo que fue la mejor decisión —susurró el peli verde. El Omega lo besó con intensidad y el Alfa bajó sus manos a su trasero acercándolo hasta su cuerpo y hacerlo gemir.
—Extrañaba escucharte así —le habló mientras besaba su cuello—. No he dejado de soñarte desde la última vez. —Tadashi acarició el pecho del mayor, sus manos desabotonaron su camisa y acarició la piel morena. Kuroo retiró lentamente el vestido dejándolo en interiores, sus labios recorrieron sus hombros y clavículas, los listones del corsé se fueron aflojando hasta mostrar su pecho.
El Alfa lo tomó por las piernas y espalda llevándolo hasta la cama donde antes lo vio complacerse, sus manos recorrieron sus piernas lampiñas, su piel era tan tersa que al más mínimo contacto se erizaba, besó sus pezones haciéndolo suspirar y el Omega se aferraba a su cabello negro.
—Kuroo... —gimió su nombre en cuanto sus dedos escudriñaron entre sus piernas—. Agh... más... lo haces tan bien... —Su juicio estaba nublado, sus ganas de ser poseído por el mayor lo llevaban hasta los límites de su efímera existencia.
—Eres tan hermoso Tadashi —le habló y besó sus muslos internos—. Eres el Omega más lindo que haya visto. —Los besos se hicieron intensos, necesitaba marcarlo, necesitaba que fuera suyo y que todos lo entendieran—. Estoy enamorado de ti desde que eras un niño.
El Fae dejó caer su pelvis en la del humano para frotarse en él, el Omega suspiró y sus gemidos fueron directo a los oídos del moreno. Su mano retiró la prenda del Omega dejándolo a su merced, continuó con su pantalón y éste ya no se interponía entre ambos. Sus labios fueron hasta sus glándulas de olor, el aroma de las fresas y chocolate blanco le hacía agua la boca, su lengua detalló su cuello y dejaba pequeñas marcas en su piel. Kuroo levantó el cuerpo de Yamaguchi y lo sentó en su regazo sintiendo la humedad de su sexo y trasero, el Omega sintió que le dolería como la primera vez que estuvieron juntos, pero sabía que después todo se convertiría en placer.
Ambos se siguieron besando con fogosidad, sus uñas se encarnaron en la piel contraria y el sonido de los gemidos y gruñidos formaban una sinfonía de placer para ambos. Yamaguchi elevó sus caderas y daba pequeños saltos para sentir la virilidad del Alfa, necesitaba ser penetrado.
—Deja de hacer eso... —rogó el mayor—. Me estás tentando.
—Pero eso es justo lo que quiero... —susurró y después dejó besos por su rostro—. Alfa, te necesito.
—Si mi Omega lo desea, ¿quién soy yo para negarme? —Kuroo alineó su miembro erecto en la entrada lubricada del Omega, el dolor que lo recorrió fue un recordatorio sobre lo incómodo del inicio, pero en cuanto se acostumbró y se dejó caer en el regazo del Alfa se sintió en la gloria.
El interior de Yamaguchi parecía amoldarse y succionar al Alfa perfectamente, lo recibía gustoso y eso lo hacía balancear y contonear las caderas para indicarle que se movieran. El Omega comenzó a saltar y su trasero golpeaba con los testículos del mayor haciendo un ruido entre la humedad de las pieles. Sus gemidos terminaban en los oídos del mayor y éste se perdía en sus hombros para morderlo, su cuello estaba cubierto tras una gargantilla de monedas de oro, la sensualidad desbordaba entre los poros del humano, su piel morena cubierta de pecas era toda una perdición para el Fae.
Después de complacerse a ambos, el Fae acomodó las piernas de su acompañante tras sus caderas y de un impulso lo recostó en el colchón quedando ahora él arriba.
—Déjame ver tu lengua por favor. —El Omega obedeció al instante dispuesto a complacerlo, había olvidado hasta su enojo con él y por qué fue a la habitación. El Alfa se acercó y acarició la lengua del Omega con la suya, la sensación era extrañamente singular y placentera, tanto que profundizó el beso metiendo la suya en la boca contraria al mismo tiempo que embestía.
Yamaguchi se aferró a la espalda y la delineó con sus uñas dejándolas marcadas, cada estocada por parte del mayor era un sueño que hacía contraerle el abdomen como señal que pronto llegaría al quiebre, y el derrame sólo lo confirmaba. Su interior sintió la inflamación del mayor, los golpes se volvieron más agresivos y pudo percibir que algo empezaba a escurrir por su trasero.
—No lo derrames —le dijo al Alfa en su letargo—. Para tener un bebé... debes contener mi semen adecuadamente. ¿No es así?
— ¿Un bebé? —Preguntó tras su mente nublada.
—Si cariño, dime. ¿No deseas ser la madre de mis hijos?
El Omega recordó la primera vez que estuvieron juntos, su celo natural llegó y le rogó prácticamente que se acostasen...
"—Podrías anudarme, podrías preñarme y sería el Omega más feliz del mundo por llevar un hijo tuyo."
Malditos desajustes hormonales.
—Por supuesto que lo deseo —susurró—. Quiero estar contigo siempre, Tetsurou. Príncipe o esclavo, no me importa.
El Alfa sonrió tranquilamente y besó la frente del Omega, lo sostuvo entre sus brazos abrazándole y acariciando su piel, era tan suave a pesar de las cicatrices en ella, sus pecas se alzaban orgullosas y etéreas —cosa que amaba Kuroo—. Yamaguchi se sintió feliz, era la primera vez que se sentía en casa y esa sensación siempre estaría con él.
Tres días fueron los que pasaron encerrados en esa habitación, el rut del Alfa desapareció a mitad del segundo día y el celo del Omega en la madrugada del mismo. Descansaron un momento y disiparon sus aromas para no atraer compañías no deseadas, en especial Yamaguchi, su cuerpo le dolía, principalmente las caderas. El Alfa ordenó que se encargaran de su aseo en su baño privado; las Omegas limpiaron y humectaron su piel, su cabello fue lavado con acondicionador hasta quedar suave.
En cuanto se colocó su ropa caminó lentamente hasta el Harem, habían llevado sus cosas al piso de las favoritas, sintió la mirada de odio de parte de las demás mujeres, ser ascendido era lo que no quería.
—Yamaguchi Hatun —habló la Beta castaña llamada Akane—. Estas telas y joyas son para ti, así como esta habitación, desde este día serás considerado favorita y si la Diosa Luna lo permite llevarás al hijo de su alteza en tu vientre para dar a luz a un príncipe.
La Beta lo dejó acomodar sus pertenencias, los baúles de madera blanca con bordes de oro eran prueba de los altos estándares en la Corte Verano. A pesar de que su magia principal derivaba del fuego ellos eran intrépidos viajeros, el sol, arena y sal eran su estilo de vida.
Su habitación llevaba un tapiz azul celeste y acabados dorados, los muebles blancos resaltaban por todo el lugar, la cama se notaba suave y los edredones tenían el aroma del Kuroo, esto le causó curiosidad; ¿Todas las camas tendrían su aroma o sólo las de él? En el fondo esperaba que sólo las suyas, se había vuelto parte de él y esperaba permanecer siempre a su lado.
Después de ello, los días habían dejado de ser una rutina, después de almorzar debía tomar clases para ser una concubina perfecta, aprendía el ser un buen esclavo y las costumbres del palacio, todo hasta que cierto Alfa arruinó sus planes.
Cuando el paje alzó la voz para hacer notar su presencia todos se inclinaron ante el imponente Fae. Yamaguchi agachó la mirada nervioso, aún no se hacía a la idea de que su Alfa era el príncipe del lugar, vio el calzado negro frente a sus pies e inhaló el singular aroma que poseía, sus largos dedos tocaron su piel y tomaron su mentón obligándolo a mirarle, el beso fue de imprevisto causando el furor y la envidia en los presentes, fue demandante y destilaba sensualidad.
—Akane Kalfa —llamó el pelinegro.
—Su alteza —le respondió la castaña.
—Cancela las clases de mi Omega, estará conmigo el día de hoy y ve más tarde a mi despacho, quiero darte su nuevo itinerario.
—Como desee. —El príncipe se alejó hasta la salida del castillo, su séquito de guardias iba detrás de él y Yamaguchi se quedó de pie con las demás—. Ven conmigo, Hatun. —Siguió a la castaña por los pasillos de dicha fortaleza hasta los aposentos del príncipe, esperaría allí hasta la llegada del Alfa.
(...)
Cuando el Alfa llegó a su habitación puso más nervioso al Omega, odiaba ser el centro de atención y con las acciones del mayor ahora estaría en el ojo del huracán.
—Eres tan hermoso cuando te enojas —le dijo al mismo tiempo que acariciaba su rostro.
—No puedo creer lo que has hecho, todos me odiarán.
—Nadie se atreverá a odiarte, sí debo castigar a todo aquel lo haga lo haré, eres intocable para los demás.
—No será necesario, podré cuidarme bien —dijo suspirando.
—Ese es mi Omega. —Su Omega, se escuchaba tan bonito que él lo dijera—. Haré un nuevo itinerario de clases para ti, quiero que aprendas política, historia, aprendas nuestro idioma y haré de ti una Reina.
—No entiendo esa insistencia —se quejó—. Tu madre me dijo exactamente lo mismo antes de venir aquí.
—Debo agradecerle de cierta forma, ella fue quién te encontró. Lo habría hecho yo, pero te ocultas demasiado bien. —Mencionó burlón.
—No voy a alejarme de ti, nunca. —Susurró. Sus frentes estaban unidas, pegadas una con la otra, la tranquilidad se palpaba en el aire. Dos almas hechas por la Diosa Luna y con su misma bendición.
Nada malo pasaría, al menos no en el presente.
¡Buenos días estrellitas, la tierra les dice hola!
He vuelto a llenar su cabeza de ideas y hacerlas explotar, me demoré más de lo pensado porque tenía que salvar un semestre. Pero oficialmente concluí mi octavo semestre este viernes, digan felicidades. Pronto dirán "Mira la contadora hace fanfics de Haikyuu 😎".
Hay incógnitas que se trabajarán más adelante y personajes que se desarrollarán más. Por el momento estos son los sucesos románticos del especial, las tragedias pasan muy a menudo.
Gracias por esperar, nos vemos después. 🥰✨
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