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El Omega del Otoño
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—PALACIO BEAUREGARD.
CORTE DE OTOÑO 🍁
La región más rica y segunda más importante de Autumnal era la provincia de Beauregard, lugar donde residía uno de los tantos castillos de la dinastía Sawamura. La región era bien conocida por todos, pues los príncipes y herederos al trono gobernaban ese lugar, se decía que aquel que se sentara en el trono de Beauregard se sentaría en el trono de Autumnal. Motivo por el que Daichi Sawamura lo dirigía. Siendo el primogénito de su padre llenó de júbilo el palacio en cuanto nació, fue hecho para ser rey.
El Palacio de Beauregard era pequeño a comparación al de su padre, pero era más grande que una casa de ricos. Su habitación había sido iluminada en cuanto los rayos de Sol atravesaron las cortinas, a su lado descansaba una hermosa Beta envuelta en las edredones de su cama que empezaba a removerse en cuanto el moreno se levantó.
—Lo siento, ¿te desperté? —preguntó el príncipe.
—No hay problema con eso —respondió somnolienta—. Las princesas se levantan con el sol, ¿no? —Dijo con burla. El problema radicaba en que ella no era princesa, era una consorte, una concubina —o como las llamaban en los pueblos— una prostituta real. Yui Michimiya había llegado al Harem del príncipe por una deuda que tenía su familia con la corona, su padre ofreció a su hija para salvarse de la ruina, al principio el Rey se negaba por su segundo género, pero la Reina accedió y la envió al Harem de su hijo, dando como resultado el nacimiento de un príncipe.
—Más o menos —admitió serio.
— ¿No puedes seguir durmiendo conmigo? —Preguntó a punto de hacer un berrinche.
—No, tengo cosas que hacer.
— ¿Seguro? Yo no veo a nadie pidiéndote que.
— ¿Su alteza, está despierto? —Una voz detrás de la puerta interrumpió el discurso de la castaña.
— ¡Lo estoy, en un momento salgo! —Elevó su voz para hacerse oír—. Lo siento, pero el deber me llama.
—Claro, se ve que no tienes tiempo para mí —musitó disgustada. Daichi suspiró.
—Ningún imperio se gobierna con lágrimas de mujer, Yui, debes entender eso.
—Por supuesto —murmuró cabizbaja.
Una vez estuvo vestido y aseado fue hasta su despacho y pudo desayunar mientras escuchaba los reportes que solía llevarle Asahi, al parecer la situación en el reino empeoraba; las fronteras parecían no tener ningún tipo de seguridad y cada día había asaltos, asesinatos y se comercializaban más esclavos que antes.
—Temo que la situación está saliéndose de nuestras manos —comentó el muchacho de cabellos largos—. Ha habido más incidentes, los bosques cada día se vuelven más peligrosos.
— ¿Alguna idea de por qué? —Preguntó.
—Un testigo asegura haber visto como una persona explotaba frente a él. —El príncipe frunció el ceño.
— ¿Explotar? —Asahi asintió.
—Dijo que vio como sus globos oculares se reventaron y sangre brotar desde sus cuencas, nariz y boca, después de eso la sangre se tornó negra... como si fuera magia Nigromante.
—Eso es imposible, no existe tal cosa. Los Nigromantes se extinguieron hace años —respondió el moreno—. Pero debemos investigar los sucedido, aunque me preocupan los bandidos que acechan en los bosques y han secuestrado gente.
— ¿Qué planea hacer, su alteza?
—Eso es fácil. Iremos de cacería. —Dijo como si fuera la mejor idea del mundo.
(...)
Después de un pesado día de trabajo fue directo a su habitación, hizo una pequeña maleta para su viaje de cacería que haría con Asahi. Necesitaban conseguir información sobre la banda de secuestradores que acechaban sus tierras, no permitiría que le hicieran daño a nadie y por eso debía arrancar el problema de raíz.
— ¿Es necesario ir de cacería? —Preguntó la mujer entrando a su habitación.
—No te di permiso de entrar —mencionó.
—No es necesario que lo hagas. —La mujer envolvió entre sus brazos el pecho de su amado dejando caer su rostro en su espalda—. Nos amamos, hemos dormido juntos desde hace mucho tiempo.
—En eso tienes razón —el castaño encaró a su mujer y besó su frente y mejillas—. Pero necesito ir a ese viaje.
—No, quédate —comenzó a quejarse—. ¿Acaso no me extrañarás?
—Por supuesto que lo haré, pero mi reino me necesita y eso es más importante —Yui frunció el ceño ante lo que escuchó.
— ¿De verdad piensas eso? —Pregunto.
—¿Cómo pretendes que deje un reino destruido a nuestro hijo? Debo arreglar cada aspecto de él para ayudarlo, su futuro depende de los errores que cometa y no pienso dejar pasar uno.
—Está bien, siendo así —besó los belfos del más alto—. Pasa la noche conmigo, por favor.
Lo cierto y aunque le avergonzará es que no podía hacerlo, desde hace tiempo algo en el Alfa cambio de repente y no sentía la necesidad de estar junto a ella.
—Si lo hago no podré descansar bien —mintió con descaro—. Debo partir mañana temprano hacia el palacio de caza, no puedo darme el lujo de estar contigo. —La mujer sonrió complacida y lo dejó dormir.
Mañana sería un nuevo día, uno que traería grandes cambios.
El palacio de caza era tan hermoso como el suyo mismo, había días en los que se cansaba de ser príncipe y huía a ese lugar a resguardarse. Todos lo trataban como un superior y se olvidaban de que apenas era un joven de veintiún años.
Hasta Yui —siendo la madre de su hijo— lo trataba como alguien superior, como si de un Dios se tratase y no como una pareja. Él anhelaba a alguien que lo tratara como un igual, que olvidara su posición como príncipe y lo ayudará en el futuro.
El único que lo trataba de esa manera era su amigo Asahi y no siempre, porque sus padres le pedían marcar una línea.
— ¿Ya estás listo? —Le preguntó el menor.
—Completamente —dijo alegre—. ¿Los caballos están listos?
—Ensillados y listos para partir —respondió.
—Bien, vayamos de cacería entonces.
(...)
Los caminos del bosque eran extensos y la mayoría tenían un terreno desigual, los árboles estaban quietos, ninguna hoja se movía.
Se dice que los seres feéricos del otoño tenían una conexión con la tierra, podían escucharla hablar y temblar ante el paso de los grandes de reyes de antaño, abrían los senderos más difíciles y se inclinaban antes ellos. Pero en la actualidad el suelo no decía nada.
Los dos Alfas azuzaron a sus sementales y avanzaron por el bosque, Daichi mantenía los ojos y sentidos abiertos ante las posibilidades de encontrar a los bandidos. Horribles malhechores acechaban sus tierras y él no permitiría eso.
Esa mañana se había despertado con la sensación de que buscaba algo o alguien, esa sensación no se iba sino que se hacía más fuerte y la ansiedad lo carcomía, necesitaba calmar esa tormenta de ilusiones que había en su cabeza.
Escuchó a lo lejos el crujir de unas ramas, el viento hizo bailar las hojas de los árboles y un tirón en su cuello lo hizo estar alerta. Las hojas de los árboles bailaban al son de una melodiosa fragancia dulce.
—Tenemos que ir en esta dirección —ordenó a Asahi.
— ¿Estás seguro? Yo creo que... —El príncipe no lo dejó terminar, con su fusta hizo correr al caballo y lo obligó a recorrer el camino rocoso. Asahi no tuvo mejor opción y fue corriendo tras él. Su amigo y príncipe estaba extraño, y él como guardia real debía cuidarlo.
La ansiedad lo estaba carcomiendo, un sentimiento de vacío a punto de ser llenado, su interior estaba haciendo punto de ebullición como si el agua de una caldera hirviendo llenara su cuerpo. ¡¿Qué era esa maldita sensación?! No era nada similar al celo, era una sensación totalmente diferente, su instinto le decía que debía correr más rápido, una rabia en su interior quería explotar y dañar todo a su paso. Los gritos del segundo Alfa se escuchaban lejanos, lo cierto es que estaba a su lado pero él no podía escucharlo, su mente estaba siendo dirigida a otro lugar, como si el destino se burlara de él por algo que ya había sido escrito en la telaraña de la suerte donde la vida de uno mismo comenzaba. Que cruel era el destino, le encantaba hacer de las suyas y después burlarse de su obra.
El maremoto de su corazón se vio aplacado abruptamente al ver contemplado al ser más bello sobre la faz de la tierra. Tenía su ropa hecha jirones y cubierta de sangre, estaba herido y sus ojos mostraban que había llorado mucho. Un impulso asesino brotó de sus entrañas y lo hizo amenazar a los responsables del estado del joven.
Lo llevó hasta el palacio de caza envuelto en su capa, lo llenó de su aroma para quitarle el nauseabundo olor que tenían los otros Alfas, sus deseos primitivos de poseerlo lo embargaron hasta llegar al palacio. Lo bajó del caballo de forma cuidadosa y lo llevó en brazos hasta adentrarse en la morada.
—G- Gracias... —murmuró el muchacho de quince años—. Por salvarme...
—No tienes que agradecer nada, es lo menos que puedo hacer.
—Lamentó arruinar tu capa —la tela terracota estaba manchada con la sangre del albino, sus mejillas estaban sonrojadas de la vergüenza.
—No hay problema con ello. —El moreno ordenó a las mucamas del palacio preparar el baño para el Omega y llamó a los doctores para que curaran sus heridas, quería cuidarlo lo mejor que pudiera—. ¿Capturaron a los secuestradores? —Preguntó a Asahi.
—Así es, alteza, están en las mazmorras —le respondió.
—Quiero que corten sus cabezas —dijo sorprendiendo al castaño—. Exhibirlas es mucho pero quiero que se corra la voz, hemos atrapado a los malhechores y han sido sentenciados a muerte.
—Aún no sabemos si son los que buscábamos.
—No me interesa, tenían a un Omega humano encerrado y lo torturaban para su diversión, eso es suficiente motivo para mí. Quiero sus cabezas, es una orden.
El agua de la bañera estaba caliente, los jabones y sales de baño hacían espuma blanca y tenían un olor dulce. Hacía tanto tiempo que no tomaba un baño decente, sus heridas se veían menos horrendas de lo que eran pero aún seguían allí.
Las mucamas le ayudaron a asearse a pesar de sus quejas, borraron cada rastro de mugre y sangre que había en su piel, pudo escuchar como se asombraban ante la blancura de la misma, como a pesar de años de descuido seguía manteniéndose suave. La razón era muy sencilla, él era un Omega y aunque lo negara su naturaleza seguía ahí.
Las mujeres Betas observaron su cuerpo sin ningún ápice de vergüenza, estaba delgado y sus costillas se notaban, pero era una belleza andante; sus ojos ámbar, cabello de un lacio color gris claro veteado de negro a juego con su piel nívea, por un momento sintieron envidia.
Después del baño lo llevaron a una habitación del palacio, estaba envuelto en una bata beige y se secó su cabello al igual que su cuerpo, pudo ver en el espejo que se veía mejor de lo recordaba, hace muchos años que no se veía desde sus propios ojos sino desde los demás. Esos estúpidos Alfas siempre le decían lo hermoso que era, siempre intentando tomarlo y dominarlo, jamás pudieron, siempre terminaba golpeándolos con lo que fuera hasta hacerlos enojar para que olvidaran su calentura y lo dejaran tranquilo.
Observo las ropas que había sobre la cama, había ropa interior nueva y una yukata de líneas doradas, blancas y beige con un obi azul oscuro. Se notaba que eran telas caras por la calidad y suavidad al tacto, un aroma a whiskey llegó hasta su nariz, supo que la yukata no era del todo nueva porque ese era el aroma del Alfa que lo rescató, aún así no dudó en ponérsela porque no había más que usar. Las prendas emanaban una calidez inmediata, lo hacían sentir seguro y que ningún daño le pasaría.
Tuvo que salir de la habitación por órdenes de los guardias y lo guiaron hasta el comedor, en la cabecera de la mesa estaba ese Alfa, un revoloteo en su estómago llegó de repente al verlo, lucía demasiado atractivo. Su Omega siempre estuvo reacio a la idea de convivir con Alfas, los odiaba por todo lo que le hicieron vivir, sin embargo quería llamar su atención a gritos, quería que lo viera y ceder ante la debilidad de sus rodillas.
—Me alegra que hayas decidido venir a comer. —Ni siquiera le preguntaron, mas bien le ordenaron, tampoco es que él se haya negado.
—Todo se ve delicioso. —No pudo evitarlo, hacía mucho que no comía carne y ahora tenía una pequeña ave en medio del plato con verduras y arroz, ya ni siquiera recordaba el sabor de un pollo.
—Perdices —el platinado frunció el ceño mirando al moreno—. El ave que está en el plato es una perdiz, no un pollito —dijo como si le leyera la mente haciéndolo sonreír.
—Lo lamento, hace mucho que no como algo como esto. —El moreno se sintió desfallecer en cuanto escucho eso ¿Cómo podrían negarle algo al Omega más lindo del mundo? El sólo verlo le generaba querer darle lo que le pidiera.
—No hay cuidado, puedes pedirme lo que quieras —el muchacho lo miró ofuscado.
—No gracias, estoy bien —dijo seriamente. Trato de comer con toda la delicadeza posible, lastimosamente no lo logró, su hambre era demasiada.
El resto del día ambos siguieron hablando, conociéndose y buscando la manera de poder llevarse bien y por un día el príncipe del Otoño se sintió como un joven común y corriente.
La decisión de llevarlo al Palacio de la corona fue para no incomodar a su consorte, no quería tener problemas con ella por las atenciones brindadas al Omega. Le llevó una semana recuperarse y estar fuerte para emprender el viaje hacia la capital, una semana en la que Daichi lo vio vestir sus ropas. Le lucían tan bien, había días en los que Kita se olvidaba de la vergüenza y salía a caminar con sólo las camisas del moreno, muy apenas le cubrían el trasero y tuvo que advertir a los guardias que no lo vieran de forma lasciva, cuando no usaba sus camisas usaba sus yukatas —que también le quedaban grandes— y dejaba al descubierto su pecho en algunos movimientos. Se sintió un depravado al querer descubrir más de su cuerpo.
Cuando llegaron al palacio tuvo que explicarle a su padre los motivos por el que estaba ahí, el adulto se había reído mucho, al grado de ponerse rojo.
—No es una broma, padre —sentenció al Alfa—. Quiero que se quede en este castillo.
—Es la cosa más estúpida que me has pedido —el moreno suspiró cansado—. Si tanto lo quieres ¿por qué no lo llevas a tu palacio? —Preguntó.
—No puedo hacerlo —admitió—. No quiero incomodar a Michimiya. No te pido que forme parte del Harem como tu concubina, quiero que se quede aquí como criado u odalisca.
— ¿Por qué?
—Por favor —el adulto suspiró rendido, quizás le convenía mejor aceptar.
—Está bien. ¿Alguna otra cosa?
—Si alguien lo toca, se pasa de listo con él o algo por estilo, lo mataré —dijo seriamente y por una vez el Rey tuvo miedo de su propio hijo.
(...)
Esa noche la pasaría en el castillo de su padre, necesitaba descansar porque sería un viaje largo, había estado fuera mucho tiempo, seguramente Yui estaba preocupada, pero él ni siquiera le mandó una carta o una llamada por el Koushman, la estaba ignorando desde que se fue.
Se levantó de la cama y fue directo hasta la habitación del albino, fue más por instinto que por otra cosa, ni siquiera fue consciente hasta que lo vio de pie al otro lado de la puerta. Vestía una pijama de algodón blanca, su aroma de avena y miel pululaba por el aire, se veía muy hermoso.
— ¿Ocurre algo? —Preguntó apenado.
— ¿Puedo pasar? —El Omega se hizo a un lado y dejó entrar al Alfa—. ¿Tus aposentos son cómodos?
—Si, son demasiado grandes para una sola persona —Daichi frunció el ceño—. Gracias por su amabilidad.
—Ya te he dicho que no me hables de usted, me haces sentir viejo.
—Con todo respeto, usted es mayor que yo, tanto en apariencia como en edad, los seres feéricos calculan su edad de forma extraña.
—Sólo envejecemos lentamente, todo lo demás es igual. —Con toda la confianza del mundo el Alfa se sentó en la cama ajena, extendió su mano hasta el Omega y lo invitó a tomar asiento junto a él.
—Eres un príncipe y ahora yo soy un sirviente, lo ideal es que mantenga respeto hacia ti.
—Prefiero ganarme ese respeto por mis acciones y no por mi título, puede hablarme como un igual.
—De acuerdo, Sawamura —el castaño sonrió al escuchar su apellido de sus labios, era un avance.
—Kita, te pido por favor que nunca te quedes callado, si necesitas algo puedes pedirme lo que sea, mi objetivo es que estés cómodo.
—Gracias, pero lo que tengo es suficiente.
— ¿Quién te dio esa ropa? —Preguntó de repente.
—Meleki Kalfa, me dio un juego de ropas para vestir. —Que la Diosa Luna castigará a la Beta, el pijama estaba gastado y delgado, tanto que en las noches tendría frío.
—Usarás los mismos que en mi palacio. —El Omega quedó estupefacto, sus mejillas se enrojecieron de la vergüenza.
—Imposible, esa ropa es tuya.
—Ahora es tuya —lo interrumpió—. No planeo que uses algo en mal estado, además tengo mucho más. —El de ojos ámbar asintió ante la orden implícita del Alfa.
—Gracias —un impulso le hizo abrazarlo, en el fondo extrañaba su aroma y le emocionaba la idea de seguir vistiendo sus ropas, sintió como el Alfa llevó sus manos hasta su cintura y se aferraba a tenerlo más cerca—. Muchas gracias por todo, ojalá algún día pueda volver a verte.
El Omega era demasiado hermoso y con un alma tan pura, ¿cómo podría decirle que no?
Llevaba un mes viviendo en el palacio, se encargaba de ayudar en la limpieza y tareas del Harem, las habitaciones de las favoritas y ayudar a preparar a las mujeres que pasaban la noche con el Rey, ya se sabía el orden de memoria; preparar el baño, las ropas, ayudar en el maquillaje, perfumarlas y enseñarles a presentarse. Era un método que requería paciencia, sobretodo por los celos que embargaban a las no elegidas.
Esa mañana estaba cortando flores en uno de los jardines privados, resulta que una de las concubinas amaba las flores y él era el encargado de atender sus caprichos. Se hubiera concentrado más de no ser por el aroma a cedro y whiskey. El moreno caminaba con una seguridad digna de su segundo género, sus prendas color marrón y detalles bronce resaltaban la piel morena de su pecho, ¿a qué idiota se le ocurría llevar camisa desabotonada?
—Veo que te adaptaste —mencionó tranquilo.
—Al parecer si —respondió—. Es mejor que mi anterior vida.
—Lamento mucho por lo que pasaste. —El albino se encogió de hombros.
—No hay problema, estoy agradecido de que me salvaras. Te debo la vida —el Omega sonrió con ternura y algo se estrujó en el corazón del Alfa.
—Te traje esto —mostró una peonía roja y se la extendió al Omega—. Una vez mencionaste que te encantaban estas flores, sólo pude conseguir una, lo siento.
—Una es mejor que ninguna —el menor la sostuvo con cuidado y la llevó inhalar su perfume—. Es muy hermosa, gracias. Aunque me sorprende que haya recordado algo que mencioné sólo una vez.
—Por nada... fue inevitable traerla. —Respondió avergonzado y con un ligero rubor, lo cierto es que no había dejado de buscar esas dichosas flores debido a que eran escasas—. Amm... también traje...
— ¿Qué cosa? —Preguntó el humano.
—Traje algunos dulces y hojas de té, espero que puedas probarlas alguna vez, necesitas alimentarte bien y recobrar fuerzas. —El Alfa seguía hablando de forma rápida, su seguridad se volvió en su contra y eso no hizo más que causar ternura en el Omega.
—Su alteza, está usted hablando demasiado rápido. —Interrumpió haciéndolo callar.
— ¿Te han dicho que eres demasiado directo? —Preguntó burlón.
—Perdón si lo ofendí, pero no recuerdo que me lo hayan dicho. —El Alfa se echó a reír.
—Estoy seguro que es tu mejor cualidad, no dejes de ser directo, al menos no conmigo. —Ambos se miraron a los ojos, algo en su interior empezaba a brotar y a ser entrelazado, los hilos que los conectaban empezaban a tomar forma en la más bella de las redes, una que no podría ser quebrada—. Ven, quiero que pruebes los dulces que te he traído, estoy seguro que te encantarán —extendió su mano al Omega y la tomó con delicadeza. Ese día Kita se dio cuenta de algo, no importaba nada la situación, él estaría dispuesto a seguirlo.
—Antes de ir, quiero darle algo yo también. —Tomó dos tulipanes en un vivo color naranja y se las tendió al Alfa, el cuál aceptó gustoso.
Los dulces y flores pasaron a ser joyas, telas, espejos, cualquier cosa con la que Kita soñara tener, especialmente las telas, estaban impregnadas con las feromonas del Alfa, no sabía si era consciente de ello, pero amaba usar esas telas en su vestir porque sentía que él estaba a su lado.
Las cosas se complicaron cuando llegó el primer celo del Omega en ese palacio, estaba tan acostumbrado al aroma del Alfa que sentía necesaria su presencia, los supresores no sirvieron, ningún inhibidor de aroma funcionó. Se la pasó llorando, gimiendo por poder verlo, inconscientemente lo llamaba, lastimosamente él no respondería pues estaba demasiado lejos y el pobre Omega sólo podía imaginarlo en sus sueños, ¿Cómo se sentiría ser tomado por él? ¿Podría llegar a satisfacerlo? ¿Sería capaz de generarle placer al Alfa? En su mente había una dualidad que odiaba, por un lado detestaba la idea de someterse a aquellos que se sentían superiores, pero la idea de ser sometido por el moreno no sonaba tan descabellada, quizás era culpa del celo.
Cuando por fin terminó con su celo continuó con sus tareas diarias, todo iba de maravilla hasta que el aroma que lo volvía loco llegaba de repente. ¿Por qué tuvo que venir justo ahora? Acababa de terminar su ciclo, se notaba en su aroma, de sólo pensar que lo notaría le daba vergüenza.
—Buenos días, Kita —habló con voz calmada.
—Sea bienvenido, alteza —concedió el platinado—. ¿Qué hace aquí? Creí que sus deberes lo hacían quedarse en Beauregard.
—Siempre es bueno tomarse un descanso —ambos sonrieron—. Además debo estar cerca del Rey, aún falta mucho, pero algún día tomaré su lugar.
—Debe conocer cada aspecto del reino, lo entiendo. —El moreno sonrió.
—Ven Kita, camina conmigo. —El Omega acató la orden y caminó a su lado, no tres pasos atrás como se debía, no tres pasos al frente como alguien superior, sino a su lado, a su par como si fuera su igual—. ¿Recuerdas algo de tu infancia? —Preguntó.
—En realidad no, hace mucho esas memorias fueron olvidadas en mi mente. —El Alfa hizo una mueca de tristeza—. Aunque lo único rescatable son unas rosas rojas, es la única flor que recuerdo siempre estuvo en casa.
—El próximo mes te traeré muchas —detuvo sus pasos al hablarle—. Podría hacer que las planten para ti.
—Imposible, no quiero ser una molestia —el moreno llevó su índice hasta los labios del Omega.
—No es ninguna molestia, al contrario, quiero que estes cómodo en este lugar. —El contrario asintió—. Dime que no has cruzado tu camino con la Reina.
—Jamás la he visto, su alteza —admitió—. Me he cuidado y ocultado bien.
—Excelente. Pasaré unos días aquí, espero verte pronto.
Los jardines se llenaron de rósales de un color rojo demasiado intenso por pedido del Rey, desconocía el por qué su hijo le pidió hacerlo, pero él no iba a negarse, empezaba a sospechar el porque de sus acciones. Pero no diría nada, se mantendría callado hasta que él se diera cuenta.
—PALACIO BEAUREGARD.
CORTE DE OTOÑO 🍁
¿Por qué lo había hecho? ¿Cómo pudo perder la razón de esta forma? Estaba arrepentido, se sentía como si lo hubiera violado y lo peor de todo es que en el fondo no se arrepentía. Recordaba sus ojos ambarinos llenos de lágrimas y su voz que poco a poco se iba a apagando, era un completo idiota. Pero también disfruto verlo en su estado de celo; sus rosadas mejillas, su cuerpo esbelto, la suavidad de su piel, inclusive la manera en que su cuerpo succionaba su miembro. Se sentía un completo bastardo.
Dejó el círculo dorado sobre la mesa y la luz emergente mostró la figura de un castaño junto a un platinado.
—Parece que tuviste un mal día —mencionó su primo.
—Ni me lo recuerdes, Suga —dijo molesto—. Hice algo terrible. —El moreno les contó lo que hizo, como se metió en la cama del Omega y lo obligó a ser suyo.
—Daichi, ¿estás seguro que no se malinterpretó la situación? —preguntó el castaño—. Le has enviado muchos regalos, vas a verlo mes con mes, eres demasiado atento con él. Estoy seguro que eso es el motivo principal.
— ¿Quieres decir que no está bien lo que hago?
—Quiero saber, ¿con que intenciones las envías tú? ¿Hay algún trasfondo en todos esos objetos?
—No lo sé, él mencionó que era estupideces las que pensaba, dijo que no debió aceptar todos mis regalos.
El platinado suspiró triste y le dijo: —Daichi, eres un idiota. Enamoraste a ese Omega sin darte cuenta.
— ¡¿Cómo podría saberlo?! —Preguntó ansioso.
—Le prestaste demasiada atención.
—Debieron haberlo visto cuando lo conocí, Kita estaba en muy mal estado.
— ¿Kita? —Preguntó el castaño—. ¿Ese es su nombre?
—Parece serlo, he investigado por todo Autumnal si hay alguien con ese nombre o apellido —admitió el moreno.
—Me suena ese nombre, investigaré por mi cuenta aquí en Iskarjal, si encuentro algo te avisaré de inmediato —dijo Oikawa.
—Daichi —lo llamó el antiguo Sugawara—. Debes aclarar tus emociones, debes hablarle con la verdad y admitir tus sentimientos. Sólo así ambos podrán ser felices. —Eso lo sabía perfectamente.
Terminó la llamada y se enfocó en los objetos sobre la mesa, había encontrado un lugar con piedras preciosas y una especialmente había capturado su atención; un topacio de color pardo amarillento. Era de un tamaño considerado y muy bonito, hacía tiempo no creaba joyas o empuñaduras para sus espadas.
— ¿Qué es esto? —No se dio cuanta en cuanto la Beta entró a su oficina, en sus dedos sostenía el topacio—. ¿Crearás una joya con esto?
—No lo sé —respondió encogiéndose de hombros.
—Se vería hermoso en un collar o en unos aretes.
—No tengo pensado nada en estos momentos.
—Un anillo... —El moreno la miró fijamente, tenía razón, la piedra tenía el tamaño perfecto para un anillo.
—Es buena idea.
—Cuando termines este anillo, ¿me lo darás? —El Alfa sonrió ante la pregunta de la Beta. No había duda que sería un anillo hermoso, pero no se lo imaginaba en sus manos.
—PALACIO AUTUMNAL.
CORTE DE OTOÑO 🍁
Ese día se volvió a acostar envuelto en las cobijas de su alcoba, eran unas telas que el Alfa le envió y las confeccionó para hacer un edredón, estaban cálidas, suaves y con el olor a cedro y whiskey que tanto le gustaba. Era tan difícil estar sin la fuente de dicho aroma, sus feromonas le cubrían como si fueran suyas y amaba mucho eso.
Había pasado diez meses viviendo en el palacio, dos meses desde la última vez que lo vio, cuatro meses desde que se acostaron por primera vez. Nunca había entregado su cuerpo a alguien más, menos a un Alfa, jamás había sucumbido a esos instintos tan bajos, pero en cuanto su cuerpo sintió las feromonas del Alfa en celo no dudo en llamarlo, se entregó a él aprovechándose del momento y lo peor de todo es que le había gustado, se había sentido completo, pero en cuanto vio el horror en la mirada del príncipe todo lo que creía haber construido se derrumbó.
Sus acciones se habían malinterpretado y aunque él fuera demasiado directo no sabía como expresar que se había enamorado, si lo decía a su manera quizás el contrario se asustaría, quizás lo obligaría a irse. Conocía las leyes, la realeza no se casaba con esclavos y en su corazón deseaba que esa ley dejara de existir.
El ser estúpido se estaba volviendo costumbre para el Alfa, no fue a ver su Omega por dos meses. Su Omega, era suyo desde que lo vio, desde que lo tuvo en sus brazos, lo quiso hacer suyo desde que lo vio usando sus prendas. Al demonio con lo que pensaran los demás, era suyo y si necesitaba gritárselo a todos lo haría.
Ese día tomó la decisión llegar en medio de la noche a la habitación de Kita, había estado oculto en el palacio hasta poder verlo por sorpresa. Fue hasta sus aposentos privados y tocó la puerta impaciente, su Omega abrió dejando a la vista su adormilado rostro, lucía bellísimo, sus ojos batallaban para mostrarse abiertos, su cabello despeinado, pero lo que resaltaba más era lo femenino de su camisón; mostraba sus hombros descubiertos con encaje floral en el ribete, de mangas largas y sueltas que casi llegaban al suelo, un elástico marcaba su pecho y una gargantilla de cuero negro.
—Su alteza —bostezó y después llevó sus manos hasta sus ojos—. Es tarde, ¿Qué hace aquí?
—Necesito hablar contigo —el de cabellos grisáceos lo dejó entrar a su alcoba, tenía la costumbre de ir directamente a la cama a sentarse—. Quiero pedir tus disculpas por haber abusado de ti, no fue correcto lo qué pasó hace tiempo.
—No lo considero un abuso hacia mí, sino al revés, creo que yo abuse de ti.
—También por hacerte llorar y no ser claro contigo —Observó como el Omega arrugaba las faldas del camisón rojo. Recordó comprar esa cashmere hace mucho para él, juraba haber sido despistado al elegir el color, pero no... siempre trato de admitirlo sin darse cuenta—. Ahora quiero hablar con la verdad...
—Si vas a decirme que crees amarme no acepto tus sentimientos —dijo sorprendiendo al Alfa—. No quiero creencias, porque yo estoy seguro lo que siento por usted; me he enamorado del hombre que me salvó, del Alfa que muestra seguridad con los demás pero se vuelve un niño cuando está conmigo, del hombre que piensa en el bienestar de su pueblo. —Sus ojos ámbar estaban cubiertos de lágrimas apunto de ser desbordadas. Extendió sus brazos al Omega y éste corrió a ellos dejándose caer en su regazo, por su parte el Alfa se acomodó hasta estar al medio del colchón con el muchacho en brazos.
—No es una creencia sino una verdad —susurró—, estoy enamorado de ti y me alegra saber que mis sentimientos son correspondidos. —Kita suspiró, la nube de tristeza e inseguridades fue desvaneciéndose poco a poco—. Esta tela es cashmere, una de las telas más caras del mundo, costó mucho darle la tonalidad de rojo que lleva. —Dijo acariciando el abdomen del platinado.
—Siempre me pregunté el por qué un color tan vivo —Daichi sonrió.
—Rojo carmesí, es el color del emblema de los Sawamura, al menos en este palacio sólo los miembros de la dinastía pueden usarlo. —Los mofletes del Omega hicieron juego con el camisón que usaba—. Fue elegido especialmente para ti. Kita, te he reconocido como mi Omega desde que nos conocimos, no fue una casualidad el encontrarte, algo me llevó hasta ti y no me arrepiento de haber seguido a mi instinto.
—Sawamura... no, Daichi, me alegra que me hayas encontrado. —Sonrió de una forma tan hermosa derritiendo al Alfa que lo envolvía en brazos.
—Kita... yo...
—Quiero formar parte de tu Harem —lo interrumpió—. Quiero ser uno de los consortes de su alteza, sé los riesgos que hay y también sé de la existencia de su hijo y su primera consorte. No me importa compartir el amor de su alteza... —Expresó firmemente, sin embargo en su interior detestaba la idea.
—No habrá necesidad de hacerlo, te pertenecerá de ahora en adelante —confesó en un susurro—. Además deja de mentir, detestas la idea de tener que compartirme —dijo burlón.
—Eso es porque eres mío, Daichi —acercó sus dedos hasta la nuca del moreno al igual que su rostro—. Mío... eres mi Alfa.
—Al igual que tú, eres mi Omega. Eres el Omega del Príncipe de Autumnal, el Omega del Otoño, estés donde estés.
Había aceptado formalmente el título de "Omega del Otoño" frente a Daichi en la Corte de Primavera después del viaje que hicieron para conocer sus orígenes, ahora tenía un nombre; Shinsuke Kita. Sus labores ahora consistían en lecciones de etiqueta, historia, política exterior —la última por petición de su Alfa—, no eran la clase de aprendizajes que le enseñaban a los esclavos, pero el príncipe decidió que debían dárselas y con el apoyo del Rey consiguió a los mejores tutores para él.
Seguía viviendo en el Palacio Autumnal escondido de la Reina, la mujer estaba enfocada en la salud deteriorada de su majestad, el Rey cada vez lucía más cansado y débil, motivo por el que Daichi pasaba más tiempo en el castillo aunque no siempre con él. Todo marchaba bien hasta que un día la tragedia llegó a los muros de Autumnal; el Rey falleció producto de una extraña enfermedad. La gente se vistió de negro, los noticias se esparcieron como pólvora por toda la corte. Esa noche, el príncipe lloró como nunca en los brazos de su Omega que lo reconfortó, ahora le tocaba ser a él su soporte emocional como lo fue el Alfa anteriormente.
Dos semanas después se llevó la coronación del nuevo Rey de Autumnal, mucha gente asistió a dicho evento y se llevó acabo un gran banquete en su honor. El salón se llenó alcohol y comida, todos murmuraban de la juventud del Rey, pero otros murmuraban de sus hazañas en Beauregard. A Kita le sorprendió no ver a la consorte de su Alfa, al parecer la caravana se había retrasado y llegaría más tarde de lo acordado... o eso pensaba él. Las puertas del salón se abrieron y dejaron ver a una joven Beta de cabellos y ojos castaños, su piel blanca hacía juego con el vestido rosa palo y cinturón dorado. Era bonita —había que admitirlo—, pero no una belleza despampanante. La Beta siguió su camino y presentó sus respetos al ahora Rey y a la Reina Madre.
—Me alegra volver a verlo su majestad, mi Reina. —dijo cantarina.
—Yui querida, que gusto que hayas llegado —La Omega de cabellos caramelo abrazo a la Beta—. ¿Dónde está mi nieto?
—Pedí que lo llevarán a descansar a unos aposentos cercanos, está durmiendo —la Reina asintió complacida—. Su majestad, no sabe como lo extrañé, ansiaba poder verlo —le habló al Alfa.
—Espero hayan tenido un buen viaje, creí que no llegarían hasta mañana —le dijo sin mirarla.
—Pedí salir más temprano de Beauregard, no me perdería un momento tan importante para usted. —El Alfa asintió ignorándola por completo, Yui se percató de que sus ojos se posaban en alguien más y siguió su mirada topándose con un hombre joven que usaba un vestido sin mangas y escote en V en color beige con pequeñas flores bordadas en hilo de oro, sostenía un chal de un gris oscuro y brillante en sus brazos. Se veía etéreo y perfecto—. ¿Quién es él? —Cuestionó.
El moreno estuvo a punto de responderle, pero una comitiva del norte que pasaba por casualidad le llamó la atención y pidieron hablar con él. Yui se alejó hasta buscar al Omega que había llamado su atención, pero no lo encontró.
Es una extraña costumbre en las cortes, pero una vez el nuevo Rey termina de trasladar sus cosas a su nueva habitación debe estrenarla, elige a un miembro de su Harem para pasar la noche. Yui sabía de esa costumbre y no podía esperar para estar con el hombre que ama a solas. Se puso sus mejores ropas y se perfumó después del baño, avanzó hasta las habitaciones que ahora estaban lejanas a las suyas, vio a una Alfa plantada en la puerta hablando con los guardias.
— ¿Quién es usted? —Le preguntó uno de los guardias.
—Yui Michimiya, soy la esposa de su majestad y madre de su hijo. Quiero entrar a verlo. —Respondió.
—Me temo que es imposible, mi señora —habló nuevamente—. Su majestad está con el Harem está noche.
— ¿Qué?
—Es una vieja costumbre, mi señora —confesó la segunda mujer—. Su majestad está ocupado, debería ir a descansar.
—No me des órdenes porque no eres superior a mí. Mi esposo está dentro con otra, quiero saber que quién es.
—No se lo diremos, su majestad dio la orden de no ser interrumpido.
— ¡Deja de tratarme como si fuera tu igual! —comenzó a gritar y hacer escándalo.
—¿Michimiya? —Un castaño de cabellos largos llegó al pasillo por casualidad.
—Asahi, que bueno que estás aquí —dijo alegre—. Ellos no me dejan ver a su majestad.
—Nuestro Rey está ocupado —respondió tajante—. Ven te llevare a tus habitaciones.
—Pero... —Al Alfa no le importó y tomó a la Beta del brazo para alejarla del lugar, sabía quién había sido elegido para estar ahí dentro y aún no era el momento correcto para que se conocieran.
(...)
Sabía lo que pasaría esa noche, lo habían entrenado prácticamente para la ocasión, lo vistieron con una túnica blanca que mostraba sus curvas y estrecha cintura, una gargantilla de tres hileras de perlas y aretes a juego, en su cabello resaltaba unos broches de oro que simulaban hojas del árbol maple. Le dieron indicaciones obligatorias; postrarse de rodillas ante el Rey y besar su traje o mano, no levantarse hasta que él lo indicara y dejar que hiciera lo que quisiese con él.
Una vez tuvo el permiso de entrar encontró a Daichi de espaldas a la puerta, estaba a punto de arrodillarse cuando el Alfa le indicó que no lo hiciera, en cambio fue él quién lo hizo y llevó las manos del Omega a sus labios.
— ¿Qué se supone qué haces? —Le preguntó.
—Me inclino ante ti, ¿por qué? —Respondió alegre.
—Esto no es correcto —Kita rápidamente lo ayudó a levantarse, el Fae no dejaba de sonreír—. ¿Quieres que me castiguen? Si alguien llega a enterarse.
—Lo único que sabrán es que éste Alfa ha elegido a su Omega y como tal se postra ante él. —El platinado suspiró derrotado—. Éste Alfa ha elegido a su compañero de su vida, nadie podrá tocarte sin pasar sobre mí. Tuyo es todo lo que ves aquí, nadie podrá alejarte de mí. —El moreno acarició el cuello del menor, justo dónde estaban sus glándulas de olor, dicha acción lo hizo liberar sus feromonas y fueron esparciéndose por el aire.
—No hagas eso... me pones nervioso —El Omega podía no temerle a nada y parecer estoico, pero perdía todas esas cualidades frente al Alfa.
—Hay algo más que tengo para ti —se alejó hasta uno de los estantes y tomó una caja de madera pequeña mostrando su interior; un hermoso collar de oro con un dije ovalado similar a los camafeos—. ¿Puedo...? —El contrario asintió feliz mientras el Alfa le colocaba el collar frente al espejo.
—Es hermoso —susurró. Daichi sonrió orgulloso. El león grabado lucía imponente parado en sus patas traseras mientras que las delanteras estaban en posición de ataque, los leones eran orgullosos y espléndidos al igual que su Omega.
—Es el escudo de los Sawamura —besó la mejilla del platinado y este lo encaró—. Resalta en tu cuello.
—No puedo usarlo.
— ¿Quién dijo? —Preguntó burlón.
—Daichi, es el emblema de tu familia, ¿qué dirán en la Corte?
—Lo que diga la Corte me tiene sin cuidado —respondió encogiéndose de hombros—. Y si dicen algo espero que digan lo hermoso que es el Omega del reino.
— ¿Con qué el Omega del reino? —Acarició la cadena de oro sobre su cuello con sus dedos. El Alfa llevó sus labios hasta sus hombros descubiertos—. No quiero ser el Omega del Reino... quiero ser tuyo —giró sobre su eje hasta tener sus labios muy unidos a los suyos—. Solamente tuyo.
Los ojos de Shinsuke refulgían en color bronce, el momento indicado en el que lobo y persona se volvían uno mismo, uno sólo. Tardó mucho en darse cuenta, su Omega lo supo desde que lo vio; estaban destinados a encontrarse y a estar juntos. Nada podría separarles.
Daichi tomó a Shinsuke entre sus brazos y lo llevó hasta la cama. Comenzó a besar sus labios y sus mejillas. Hace mucho no estaban juntos, después del incidente llegaron al acuerdo de intentarlo nuevamente hasta que el Omega formara parte del Harem. Esa sería su primera noche, oficialmente era una concubina del Rey.
El moreno le fue quitando lentamente su vestido, llevó sus labios hasta sus hombros y clavículas deleitándose con la textura de su piel, marcó varios puntos con sus dientes, marcas que se volverían oscuras con el pasar del tiempo. El Omega retiró la camisa del Alfa y apreció la marcada musculatura —producto del ejercicio que hacía—, sus manos recorrieron su torso entero. El Alfa recostó a su Omega en la cama besando su pecho y abdomen. Era el ángulo perfecto; verlo completamente desnudo con una gargantilla de perlas y un collar de oro como único accesorio.
—Eres tan hermoso... —acarició sus rosadas mejillas y este se dejó hacerse—. ¿Por qué me he privado de expresar lo que siento por ti?
—Eso está en el pasado —respondió suave—. Lo importante es lo que vendrá... Daichi, quiero que me hagas tuyo. Permíteme convertirme en tu Omega. —El Alfa restregó su virilidad en la del Omega arrancándole un suspiro, el platinado lo sintió duro y eso lo hizo liberar más de su aroma.
—Ya eres mi Omega. —Se besaron nuevamente, un beso que desbordaba toda la pasión que no se dieron antes. Encajaban perfectamente, como si el destino mismo los hiciera para estar juntos.
Lo hizo subir a horcajadas en su regazo y le permitió restregarse en él, el moreno tenía una mano en su nuca y la otra en su trasero acariciando su piel, llevó uno de sus dígitos hasta su entrada para comenzar a dilatarlo, el Omega lanzaba suspiros que eran callados por los labios de su pareja, sus manos se aferraban a los hombros y subían hasta su cuello. Se recostó en la curvatura de su cuello y respiró profundo, el whiskey y cedro lo mareaban convirtiéndolo en alguien sin vergüenza y pudor. ¿Esa era la razón por la que los Alfas se sentían superiores? ¿Acaso este era el poder del que tanto hablaban? No lo sabía, quizás nunca lo descubriría.
—Tu aroma me encanta —le susurró al Alfa—. Por eso me gustó mucho usar tus ropas...
—Fue más un regalo para mí —dijo burlón—. Verte contonear las caderas con mis camisas era un delirio. Tuve que resistirme a no hacerte mío en ese momento. —Insertó un segundo dígito dentro suyo comenzando a expandirlo y hacerlo suspirar.
—Pero ya puedes hacerlo... —El Omega bajo su mano hasta sentir el miembro de su Alfa—. Todo yo te pertenezco... soy tu siervo, tu consorte, tu esclavo —El Alfa detuvo los movimientos del Omega en cuanto lo escucho terminar de hablar. Sus ojos brillaban de color naranja.
—Mi Omega... —habló en voz baja—. Quiero que seas mi esposo y no me importa cuanto tarde en cumplirlo, tú serás mi esposo.
—Daichi... no sabes cuanto te amo— dijo entre besos y aferrándose más a él.
—No más de lo que te amo yo. —Susurró—. Shinsuke, quédate conmigo siempre.
—Daichi... yo siempre voy a estar contigo.
Primero que nada quiero agradecer a todos por leer esta historia, no puedo creer que se ha llegado a superar los 10K!!!
Muchas gracias a todos los que leen y votan y a los que están aquí desde que empecé a publicarla.
Este fue el especial del DaiKita, un resumen de todo lo que han vivido como pareja desde que se conocieron hasta la actualidad. Los dos estaban un poco ciegos pero el tiempo se los fue quitando.
El siguiente capítulo tardaré un poco más en actualizarlo, ando salvando el semestre a todo lo que da, los impuestos no me van a vencer jajajaja 😎
Muchas gracias por leer y nos vemos en la siguiente actualización, igual los invito a pasearse por mis demás historias, hago pura crack shipp llenas de drama. Nos vemos después. ❤️
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