• CAPÍTULO 4 •
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La Corrupción del humano:
Ser indigno de la Tristeza Manchada
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Las bisagras de la puerta casi saltan, rotas, debido al portazo.
No se molestó en descalzarse; están tan enojado que ni siquiera se reconocía a sí mismo.
Enojado, confundido, triste.
Traicionado.
Él, Chuuya, creía que su relación iba bien. Que ambos estaban satisfechos con lo que el otro le brindaba. Que su compañía era suficiente para Dazai, porque la de Dazai era más que suficiente para él.
Que Dazai lo amaba del mismo modo que Chuuya lo hacía.
Pero... al parecer, todas esas disyuntivas y creencias venían solo de un lado.
Solo de su parte.
De la de Chuuya.
Chuuya conocía la estrecha relación que tenían Dazai y Fyodor desde hacía unos años y se prometió a sí mismo nunca dudar de algo como eso, pues lo haría ver desconfiado y hasta un poco posesivo. Creía en Dazai con todo su corazón.
«Esto podría ser un malentendido », dijo la parte razonables y que aún se mantenía fría de su cerebro.
De hecho, sonaba muy razonable.
Debían hablar las cosas... No precipitarse.
Bien, Chuuya haría eso, lo llamaría, hablarían, Dazai le explicaría que es una broma de mal gusto, Chuuya se enfadaría por unos minutos y Dazai lo llevaría a su restaurante favorito. Tendrían sepso salbaje por la noche y al otro día todo estaría igual que siempre.
Simplemente debía dejarlo explicarse y no explotar, como usualmente hacía.
Aún consternado, sacó su celular del bolsillo trasero y marcó el número que ya se sabía de memoria.
Esperó.
Primer timbre.
Su corazón se congeló.
La canción What make you beautiful, de One direction. La canción que Dazai tenía como tono de llamada para Chuuya. Abrió la puerta de la habitación, aún sin descolgar la llamada y lo sacó de dentro del gabetero de las medias.
Un revoltijo de sentimientos contradictorios se desarrollaban dentro de él. Los recuerdos de cuando le dedicaron la canción que aún sonaba y la consternación, el miedo y la desconfianza de lo que estaba pasando.
«Quizás lo ha olvidado», salió al rescate su parte radical.
Chuuya no recuerda ser una persona tan positiva.
Agarró el celular y lo desbloqueó, en el fondo de pantalla se podía ver una foto de Chuuya babeando sobre el hombro de Dazai mientras esperaban a que el puesto de algodones de azúcar estuviese vacío para ellos poder comprar. Dazai sonreía en la foto.
La misma sonrisa que le estaba dirigiendo a Fyodor.
Apretó los dientes.
Sabía que no era correcto hacer lo que iba a hacer y que se arrepentiría, quizás para toda su vida, pero fue imposible no hacerlo.
Abrió la aplicación de Mensajes.
«No debiste haberlo hecho».
Pero ya era muy tarde.
Sus azules ojos se abrieron de par en par al leer los mensajes que aún estaba en la bandeja de entrada... todos guardados con el sobrenombre de "La Rata", correspondiente a Fyodor.
¿Puedes venir ahora?
Claro, estoy en camino.
Ese fue de la primera noche. Esa en la que Dazai se había comportado muy permisivo para su gusto.
Al parecer, no durmió en casa.
¿Estás seguro de que tu novio no se enterará de esto?
¡Por supuesto que no! ¿Por quién me tomas? Me encargué de todo. Será incapaz de ver algo por tres días. Es imposible que descubra lo "nuestro".
Esa fue la gota que colmó el vaso, el grano de arena que rompió el cristal.
Ya todo tenía sentido.
La rara broma de dejarlo ciego con gas pimienta.
Sus constantes salidas.
«—Chuuya, yo sería capaz de engañarte, pero jamás de mentirte.»
Dazai había sido sincero.
Es estúpido había sido él por no darse cuenta de todo.
La puerta principal sonó al ser a abierta con apuro. Un Dazai asustado como jamás se le volvería a ver ingresó al apartamento.
Dazai Osamu estaba apunto de un ataque de pánico.
—Chuuya, esto tiene una explic-
Le fue imposible emitir palabra. Chuuya estaba fuera de sí.
—¡CÁLLATE! ¡NO DIGAS NI UNA PALABRA! —le lanzó el celular.
—Chuuya.
—Mañana en la mañana todas tus cosas estarán listas. Puedes venir a recogerlas. —dijo Chuuya extrañamente calmado, ni siquiera lo miraba, sus ojos azules, casi siempre brillantes, estaban brumosos y perdidos.
Dazai prefería que le gritara, pegara e insultara. Que le hablase con ese tono frío y calmado le hacía recordarse a sí mismo; no parecía tratarse de la persona gruñona y vivaracha de la que se enamoró.
Tenía que explicarse, pero fue cortado bruscamente. Lo mejor sería dejar que las cosas se calmaran y tratar de arreglar todo al día siguiente.
Giró en sus talones, listo para irse de la casa, cuando se detuvo en la puerta, con el picaporte en la mano.
Volteo a ver a Chuuya, quién continuaba de pie como una estatua de hielo en el medio del salón, con los ojos clavados en el suelo de madera. Dazai quería ver su rostro, pero el rebelde pelo rojo se lo impedía.
—¿Aún me amas? —preguntó Dazai, esperando una respuesta que al menos le dejara irse con una mínima esperanza de que hablarían.
Cuchillos fueron lanzados directamente a su corazón:
—No te equivoques, Osamu. So comencé contigo fue por la lástima que me daba ver a un pobre perdedor como tú perseguirme con tanto ahínco —Chuuya se mordió la lengua; no debía hablar enojado, porque no controlaba lo que decía y siempre se terminaba arrepintiendo. No miró los ojos color otoño que tanto había deseado ver durante todo el día cuando dijo—: Lo nuestro solo nació se esa lástima.
Dazai sintió que su mundo se derrumbaba, mas, no menguó; aún, aún debía preguntar algo más.
Se forzó a sonreír, pero solo se formó una mueca de autodesprecio:
—Chuuya, ¿qué vez cuando me miras?
Y, diferente a todas las veces en que hizo esa misma pregunta, esta vez sí que recibió una respuesta; aunque hubiese preferido morir en ese momento y no haberla escuchado.
—Veo a una miserable pérdida de tiempo.
Por la Tristeza Manchada...
Ahora se sentía Indigno de Ser Humano.
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A la mañana siguiente recibió una llamada de la policía.
El cuerpo de Dazai Osamu había sido encontrado en el río.
Después de un par de preguntas por parte de la autoridad y el posterior cierre del caso, pues era más que obvio que se había tratado de un suicidio, lo habían dejado solo a orillas de la escena del crimen.
¿Quién lo diría?
Que era posible que uno de esos tantos intentos se hiciese realidad.
A Chuuya se le escapó una carcajada de lo irrisorio que era todo.
Escuchar el sonido de su risa haría llorar a cualquiera.
Chuuya miraba el compás tranquilo de las aguas que habían envuelto el cuerpo de Dazai en un abrazo mortal al que él mismo se lanzó.
Sintió que su corazón se derretía y se convertía en agua.
Apretó el celular que llevaba en la mano derecha. Ese teléfono viejo era lo único que le había dado la policía, ya que, al parecer, Dazai lo había dejado en la orilla antes de lanzarse al río, tratando de que alguien lo encontrara.
Por algún motivo, Chuuya se obligaba a sí mismo a no llorar.
Gritaba, rugía en su interior que Dazai era un estúpido que por una tontería había hecho aquello. Una tontería que fue culpa de ambos y que ahora jamás podrían arreglar.
Quizás a ojos ajenos el problema no se veía tan profundo, pero sin embargo, para otra persona, ese problema había derrumbado su mundo.
Y es justamente lo que había pasado.
Dazai sucumbió bajo su mundo roto.
Un toque en su hombre derecho, Alberto a Chuuya. Se giró a ver.
—Chuuuuuuya~ —escuchó mientras veía la cara sonriente del castaño.
Creyó ver.
—Chuuya.
Después de parpadear varias veces, esa cabellera castaña y rebelde se volvió negra y lisa. Era el chico de ayer.
Ese que guardaba cierto parecido con Dazai.
Fyodor Dostoyevski.
Lo miraba con ¿compasión? ¿lástima? Chuuya ya no era capaz de describir ni entender las emociones. Ni siquiera las suyas propias.
Todo se había ahogado.
—Deberías echarle un vistazo al celular. —dijo Fyodor y antes de irse, dejó en las manos enguantadas de Chuuya una pequeña cajita cuadrada de color blanco.
Chuuya no pareció escucharlo en realidad, solo preguntó:
—¿Qué día es hoy?
—19 de noviembre. —y desapareció
«Cuatro años hacen hoy desde que nos conocimos, Osamu», pensó mirando el río.
Chuuya no comprendió hasta después de unos segundos mirando el agua clara.
Abrió el celular y, en efecto, estaba abierto en la aplicación de Mensajes. Justo en la bandeja que marcaba los "No enviados".
Abrió el único que había, el que marcaba su nombre como asunto.
Leyó rápidamente.
Su mundo se derrumbó.
Tratar de describir en palabras lo que sentía ese ser humano, sería estúpido e innecesario.
Abrió la pequeña cajita entre temblores y espasmos. Sus manos húmedas por las lágrimas que se estaban escurriendo por su rostro, no ayudaban. Lo que acababa de leer lo atormentaría hasta el día de su propia muerte.
Él mismo se lo preguntó una vez:
Asunto: Para Chuuya Nakahara.
Texto: una vez me preguntaste: «Osamu, ¿qué ves cuando me miras?»
Hoy, te contesto: veo al amor de mi vida...
Chuuya sostuvo el pequeño objeto entre sus dedos. Lo observó un segundo y lo colocó en su dedo anular de su mano izquierda.
Era pequeño, sencillo. Tenía dos piedras preciosas: una azul, del color de sus ojos y otra pequeña del color del otoño, a su lado, como protegiéndola. Parecían el océano y la tierra besándose.
Sus ojos y los ojos que jamás volvería a ver en su vida.
...Chuuya, ¿te casarías conmigo?
Recordó esa insistente pregunta que le hacía Dazai a cada tanto tenía la oportunidad.
—Chuuuuuyaaa~, ¿qué ves cuando me miras?
Pero, a diferencia de todas las otras veces, se permitió responderle con sinceridad.
Sería la primera y última vez que lo haría.
Sería su disculpa hacia él.
—Osamu... ya yo...
No puedo verte.
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