• CAPÍTULO 2 •
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Presente
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Mientras caminaba por el puente del dichoso río donde Dazai *cof cof su acosador personal a tiempo completo cof cof* había practicado puenting sin soga, de regreso a casa con aire alicaído y la cabeza llena de pensamientos y, para qué mentir, algunos arrepentimientos por no haberle dado una oportunidad, al menos, de conocerlo, se dijo a sí mismo que la próxima vez que viera al puñetero castaño de los cojones (¿qué? Esa es la manera de querer de Chuuya) aceptaría pasar tiempo con él.
Deseaba verlo.
¡Pero solo para conocerse!
¡Chuuya no es un regalado, ni un fácil, no todo lo demás!
¡No señor!
Habría que luchar por él, ¡ja!
«Lleva haciéndolo por dos años.»
¡Cállate, conciencia! No te metas en esto. Usted aquí no pinta nada.
«Pss, te llaman».
¡Cállate, te dije!
«Ay, ya; la reina se despertó sensible hoy».
¿Eh? ¿Qué fue eso? Juraría que alguien grita mi nombre.
«... Era lo que te estaba dicien- Ash, olvídalo».
Tan ensimismado iba peleando consigo mismo, que pasó por altos los gritos de urraca loca que se estaban profiriendo por todo lo alto. Y lo que rezaban eran...
No puede ser.
Estaban gritando su nombre.
¿Pero quién estaría tak chiflado para tener esa actitud en público?
Esa pregunta solo tenía una respuesta. Y era un nombre que Chuuya conocía muy bien.
Sin embargo, no fue hasta que un Dazai, en bata de hospital y aún con un trozo de la intravenosa colgando desde su antebrazo (con todo y dejando un camino de sangre como estela *inserten gritos de terror de película barata*) lo abrazó, que cayó en cuenta de que su deseo se había cumplido más rápido de lo esperado.
El abrazo estuvo cargado de toda la fuerza con la que corría Dazai, provocando que cayeran juntos.
Pero no al suelo.
No, no, no, no.
Dazai se había lanzado a él de tal forma que, en esos instantes, se encontraban en descenso vertiginoso en dirección a las frías aguas del río.
Plus: siendo aprisionado por un yandere acosador en potencia.
Tomen nota, esto está de rechupete para iniciar una historia en Wattpad.
Chuuya se dijo que, si sobrevivía a la caída (obvio que sí, no es una altura para nada peligrosa; pero meh, dejemos tranquila a la reina del drama), se mudaría de país.
Quizás un viaje a Groenlandia no era tan mala idea después de todo.
El agua fría los recibió como una cachetada contundente. Chuuya era un nadador bastante bueno y aún así fue difícil nadar mientras arrastraba a un saco de papas de metro ochenta y cinco con él hasta la orilla. Lo más sorprendente es que durante todo el trayecto, aunque no fuese tan largo, Chuuya no abrió los ojos bajo el agua.
¿Y que los peces se rieran de su mala suerte?
Chuuya tenía una dignidad que mantener.
Aunque fuese solo bajo el agua.
Logró salir a duras penas de las aguas del río; amarrado a su pie, un Dazai con una sonrisa idiota era arrastrado por todas las piedritas de la orilla.
«Ojalá y se le raspen las rodillas», deseó el pelirrojo sin mirarlo una segunda vez.
Tiritaba de frío, estaba calado hasta los huesos. Ni se molestó en mirar hacia atrás en busca de su casi asesino cuando ya no sintió el peso de este en su pierna. Se encontraba tan enfadado al punto de que que Dazai se lo llevara la corriente no se convertiría en la menor de sus preocupaciones.
Es más, él mismo lo patearía de vuelta al río.
Estaba a punto de concederle su deseo de morir a Dai cuando un empujón en su espalda lo hizo caer de bruces en la hierba ya mohada por el rocío de la luna de invierno.
Se giró bruscamente sobre su espalda y se sentó en el suelo, lanzando algo (o alguien) a un lado, quien no perdió oportunidad de recobrar su lugar pero esta vez abrazado como gatito perdido a su estómago.
Lo primero que vieron los ojos de Chuuya al abrirse después de recuperarse de la escena que acababa de vivir, fue el rostro magullado y pálido de la persona que le había causado más desgracias en unos minutos que una diarrea con tos en exámenes.
Analizó ese rostro que se mantenía apoyado en su abdomen, reacio a dejarlo ir. Por muy tsundere que se considerase, Chuuya debía admitir que Dazai no era una persona horrenda. Okey, esa no es la manera menos tsundere de decirlo. Tenía rasgos finos y hasta podría decirse aue apuestos; pero en estos momentos le pareció que el rostro del castaño estaba demacrado, su tez estaba muy blanca y sus labios tenían una tonalidad purpúrea y se le marcaban profundamente las ojeras. Su cabello, normalmente rebelde, llenos de hondas castañas llenas de brillo, estaba opaco, enredado y de él colgada hasta un trozo de alga apestosa.
En ese momento Chuuya comprendió que lo que pasó en ese mismo puente hacía unos días había sido mucho más serio de lo que el mismo Dazai admitía.
Incluso se preguntó cómo en su estado había sido capaz de salir del hospital para ir a buscarlo.
Entonces vio algo y lo entendió.
A pesar de lo enfermo que se veía Dazai, en su rostro estaba plantada una gran y radiante sonrisa.
Y él, Chuuya Nakahara, era el objetivo al que iba dirigida.
No pudo evitar cuestionarse por qué Dazai le estaba dando esa sonrisa tan hermosa.
Un recuerdo irrumpió en su mente para darle la respuesta. Unas palabras dichas por el mismo Osamu hace un tiempo:
«—Yo estoy en busca de una persona especial que quiera cometer suicidio doble conmigo.»
Y, viese por donde se viese, eso acababa de ser un intento fallido (como todos lo que hacía Dazai) de suicido doble.
Chuuya sintió que debía decir algo. Se prometió que una vez viera de nuevo al castaño, le daría una oportunidad para conocerse. Quiso echarse atrás, negarlo todo y seguir con el juego del gato y el ratón que tenían hasta ahora; pero de esa manera, ni él aceptaría los sentimientos que con mucha dificultad habían empezado a germinar, ni Dazai vería sus muy duros esfuerzos recompensados.
Así que tragó saliva, soltó el aire que sin darse cuenta estaba retenido en su pecho y miró fijamente a Dazai. Este, pillado por sorpresa, pareció un poco cohibido de recibir una mirada tan intensa y repentina de la persona que le gustaba. ¡Y no estaba llena de odio!
Este día... este día, señoras y señores, Dazai Osamu podría morir en paz.
Chuuya, para armarse de valor, recordó las palabras dichas por un amigo, un chico menor que él de cabellos gris claro y fracciones felinas:
«—La vida no es una sola: cada día vivimos. Depende de cada uno de nosotros si solo vivimos una vez.»
No se contuvo más y preguntó, clavando sus ojos azul en los marrones.
Como el océano besando a la tierra.
—Ey, Osamu, ¿qué ves cuando me miras?
Silencio.
No hubo respuesta alguna...
Como si Dazai hubiese leído sus pensamientos, actuó.
Dazai viviría su vida. Y no solo una vez.
Se lanzó sobre Chuuya... y lo besó.
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—¿Qué ves cuando me miras, eh? —repitió Dazai, con los ojos perdidos en sus recuerdos.
Chuuya giró el rostro hacia él, pues creyó escuchar un murmullo de su parte; y, como tenía el día para conflicto, dijo, y no de la manera más amable posible:
—¿Qué balbuceaba, Dazai? ¡Llevamos más de diez minutos parados! ¡Es obvio que el semáforo cambió al menos dos veces! —y estaba en lo cierto, el hombrecito que daba paso a los peatones había cambiado a verde dos veces, pero Dazai no se había movido en lo más mínimo, como si no lo hubiese visto—. ¡¡¡Deja la estupidez y mueve tu inexistente culo en dirección a la casa!!!
Dazai parpadeó, guardando sus pensamientos en un cajón de su cerebro. Miró a Chuuya, colocando una sonrisa pícara en sus belfos. A pesar de que el pelirrojo no lo podía ver, un escalofrío le recorrió la espina dorsal.
Eran años de experiencia tratando con el castaño.
El semáforo estaba aún en rojo para ellos.
Dazai tarareó una canción y dijo, como quien nunca ha roto un plato en su vida:
—Pero bien que este culo te vuelve loco cuando estás dentro de él~
No provocó en Chuuya ni un mísero sonrojo. Novatos, había escuchado palabras peores salir de la sucia boca de su pareja; simplemente chasqueó la lengua con molestia.
Chuuya comenzó a caminar al sentir personas caminar a su lado, señal de que la señal peatonal estaba en verde, sin reparar si Dazai lo seguía o no.
—Solo por ese comentario, no serás el activo durante el mes. —agregó con simpleza, como si solo le hubiese dicho que le tocaba fregar los platos por lo que quedaba de año.
Un tic nervioso se instaló en el ojo derecho de Dazai.
Eso sí que no lo podía permitir.
No, señor.
Después de ese mes no podría sentarse; y ni decir de ir al baño.
Chuuya lo dejaría como una jodida compuerta de ventilación.
Olvidó su presente problema —ya lo resolvería después— y corrió para alcanzar la mano del causante de su actual tormento y jalarlo hacia adelante, alcanzando la acera de enfrente antes de que un auto lo atropellase. Dazai se fijó bien en la matrícula del coche, después le haría una visita; el dueño se sorprendería cuando a la mañana siguiente encontrara su coche caro sin ruedas y envuelto en papel higiénico y purpurina rosa.
—¿¡Qué haces, bastardo!? —replicó Chuuya sin saber el motivo de tal jalón.
—Salvándole la vida a un tipo enano que cruza la calle sin ver. —contestó, inspeccionando que Chuuya no tuviese ni una mota de polvo extra en la ropa.
No fue recriminado, el pelirrojo tenía más orgullo que tamaño, sin embargo, sabía reconocer cuando no tenía la razón... al menos a veces.
Y esa no era una de esas veces.
—Uy, sí. No te hagas el héroe —dijo, con el entrecejo fruncido—. Bien sabemos tú y yo que serías capaz de decir cualquier mentira si con ello eres capaz de conseguir lo que deseas.
La nariz de Chuuya golpeó contra algo: Dazai se había detenido en seco frente a él.
Una sensación lo invadió; la misma que sintió unas pocas veces en el transcurso de su relación: era un escalofrío que subía desde sus tobillos hasta su cuello, poniéndolo en alerta que sentía cuando la mirada de Dazai moría, dejando una lápida en sus ojos castaños.
Chuuya lo comparaba como cuando acaba el otoño y comienza el invierno.
Incluso dudaba si se trataba del mismo Dazai.
No le era necesario verlo, sabía que estaba siendo analizado por esa mirada muerta y terrorífica.
—Chuuya —ahí estaba, ese tono sepulcral donde no existía la más remota muestra de felicidad—, yo sería capaz de engañarte, pero jamás de mentirte.
Lo dejó sin palabras para responder. Muchas personas creerían que un engaño es algo más imperdonable que una mentira, pero la manera en que Dazai Osamu lo dijo, tan sincero y decidido, consiguió el efecto contrario.
Dejó a la mentira en un lugar tan bajo y despreciable que incluso el diablo se lo pensaría antes de mentir.
Chuuya no quería complicar más las cosas. Deseaba cuanto antes que Dazai volviese a ser su Dazai, el trocito de sol de verano que le falta una tuerca o dos; no el pedazo de oscuridad sin sentimientos que a veces salía a la luz. Se limitó a respirar y esperar a que Osamu continuara con lo que sea que vendría después de aquella confesión.
No tardó en llegar.
—Chuuuuuuuuuuuuyaaaaa~ —canturreó y lo abrazó cálidamente, haciendo que la cara de Chuuya quedara enterrada en su pecho recubierto de vendajes.
Nakahara prefirió al brusco cambio a algo más, así que solo contestó un simple:
—¿Mmm?
—Tengamos un bebé.
Lo siguiente que resonó en las calles de la siempre viva Yokohama fue una patada, el chillido de las ruedas de un coche sobre el asfalto al frenar bruscamente y el ¡Crack! de cosas rotas por un fuerte impacto.
¿Qué cosas?
Huesos, quizás.
El suicida asesinado, ¿qué loco, no?
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—¿Qué prefieres? ¿Curry o estofado?
Llegaron a casa hacía una hora más o menos después de otra visita a la consulta del doctor Mori. Rompieron el récord marcado por ellos mismos: tres consultas en un solo día. Porque sí, el caso de ceguera por pimienta no fue lo primero en acontecer ese día, sino el hecho de que Dazai intentó probar una estúpida teoría hecha por un reconocido científico de Harvard —él mismo—.
(—¿Pero... qué ha intentado hacer? —preguntó el doctor pasmado revisando su garganta.
—Algo totalmente estúpido. —dijo Chuuya.
—¡Uda idea drillande! —contestó Dazai como pudo mientras el doctor examinaba su boca y tráquea.
—¡Comiste arroz crudo!
—¿Y? —protestó el castaño como si eso no explicara nada.
—¡Y bebiste agua hirviendo después!
—... Intentaba cocinar arroz.
— (┛◉Д◉)┛彡┻━┻
—¡Ese era mi escritorio! —lloriqueó Mori.)
Dazai ahora lucía una capa extra de vendas y tenía una nota mental tatuada con tinta fluorescente en al frente que le decía que se controlara antes de soltar ese tipo de comentarios fuera de lugar en la calle o en algún lugar donde Chuuya pudiese hacer pasar su muerte por un desafortunado accidente.
Ese pelirrojo podría ser ejecutivo de la Mafia si le diera la gana.
Ya en casa, Chuuya —limpio gracias a un baño dado por Dazai Pervertido Manos Largas Osamu que intentaba toquetearlo cada mínima oportunidad— descansaba sobre un mullido sofá color café con leche en una mañana fría y lluviosa (Chuuya siempre tuvo una manera particular de describir los colores, casi llevándolo a un plano mucho mas profundo que el de una simple palabra como "rojo" o "azul").
Siempre decía que los ojos de Dazai eran como el otoño o que los suyos propios eran como el agua de un estanque claro cuando lanzas una piedra.
Chuuya se estiró en su sitio, abrazando a un cojín que tenía forma de botella de vino. Estaba muy cómodo, llevaba puesto su pantalón de chándal favorito de color gris ratón, que combinaba perfectamente con un jersey celeste. El jersey fue tejido y regalado por la hermana de un amigo, una muchacha llamada Gin que es muy tímida pero aún así, fue la primera en enterarse y apoyar su relación; venía a juego con uno idéntico, color borgoña, que estaba usando Dazai en esos instantes con unos pantalones de pijama de algodón a cuadros negros y marrones. El susodicho estaba preparando la cena mientras tarareaba The Other Side y meneaba el culo.
Chuuya lo escuchaba desde su lugar en el sofá de la sala de estar. Dazai pareció molestarle el silencio en la casa, por lo que preguntó de nuevo:
—Chuuuuya~, ¿qué quieres cenar? Elige entre katsudōn o takoyaki.
—¿Hah? ¿No habías dicho que era curry o estofado?
—Eso, wonton o ramen.
—Prefiero no morir, gracias. —respondió Chuuya con clara burla en su cara. Era algo sabido para ambos —pese a que Dazai se muestra reacio a admitirlo—, y por todos los que conocían a este último, que sus dotes en la cocina descansaban debajo de la axila de Satanás.
El castaño puso un mohín en los labios y lo señaló con el cucharón manchado de una sustancia violeta y grumosa.
—Vamooos~, tampoco cocino tan mal.
Las cejas rojizas formaron un arco de obvio reproche.
—¿Y la vez que intoxicaste a ese pobre emo acatarrado cuando estaba en primer año de preparatoria? El hermano de Gin, Ryuunosuke.
—Eso... —intentó explicarse, mas, Chuuya remontó con su ataque:
—Y esa otra vez. Ya sabes, cuando tuvimos que pagar la cuenta médica del muchacho de pelo blanco después de que parara en urgencias.
—Solo le preparé un chazuke.
—¡Le provocaste una apendicitis!
—... No puedo explicarlo.
—O la vez que-
—¡Ya, okey, me rindo! —Dazai lanzó el cucharón al fregadero y alzó las manos en señal de bandera blanca. Se quitó el delantal rosa pastel que tenía en letras bordadas la palabra “SOUKOKU”. Lo colgó en la percha que estaba a la entrada de la cocina y fue a ocupar su lugar junto a su pareja. Balanceó la cabeza y pasó un brazo por detrás del cuello de Chuuya. Tarareó—: Por lo menos debes admitir que no he quemado la cocina.
Okey, tenía que haberse quedado callado.
La carcajada de Chuuya le dio Like a esa idea.
—Osamu, los bomberos nos dieron un diploma de clientes favoritos. Incluso nos mandan tarjetas de Año Nuevo y Navidad; nos llaman una vez cada dos semanas para saber si seguimos vivos dentro del apartamento y no que somos cadáveres en descomposición.
—Son bomberos muy amigables.
—¡Hacen apuestas para ver cuándo será nuestro próximo incendio, Osamu!
Dazai soltó una risita y elevó los hombros.
Unas 16 veces en tres meses no era mucho, ¿verdad?
Exagerados.
—¿Y si cenamos enchilada de cangrejo? —preguntó Dazai, intentando desviar el tema de conversación.
—Sí, Dazai, una pizza hawaiana para ti y enchilada de cangrejo para ti. —si no tuviese en el estado de ceguera que se encontraba, se permitiría hacer el chiste de que el brillo en los ojos de Dazai lo dejarían ciego, pues estaba seguro de que los ojos castaños refulgían en alegría.
—Por eso te amo tanto. —dejó un sonoro beso en la mejilla de Chuuya y se fue dando saltos a pedir su amada comida.
Después de un rato, cenaron acompañados de una botella de vino maca Petrus comprada por Dazai a modo de disculpa por todo lo que había ocasionado en el día —de su billetera salió hasta una polilla después de realizar la compra—.
La broma le había salido cara.
Literalmente.
Y no se imaginaría cuánto.
Meh.
Gajes del oficio.
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Chuuya esperaba a Dazai en la habitación que compartían. Decidieron acostarse temprano es día, ya que no podía ver películas ni ninguna serie debido al estado de sus ojos. Ya se había lavado los dientes, aplicado la crema y cambiado las vendas de sus ojos y ahora estaba tapado hasta la cintura con su frazada de pelitos y con un libro de poemas apoyado en el estómago.
Dazai ingresó a la habitación minutos después, recogió la loza y apagó las luces de la sala de estar y la cocina, listo para irse a dormir, o, al menos pasar un tiempo junto a su amado. Al ver la escena que lo esperaba en la habitación, se sintió un poco (nunca admitiría que bastante) culpable al ver a Chuuya con la cabeza ligeramente girada hacia la ventana abierta, el viento suave de la noche removiendo sus cabellos mientras él agarraba casi con temor un libro que se limitaba a estar en su estómago, dado que no podía darle otra función.
Sabía que a Chuuya le encantaba leer. Todos los que los conocían a ambos lo sabían. Sobre todo poemas; incluso escribirlos, antes de irse a dormir. Por ejemplo, el que llevaba hoy era una recopilación de poemas de Jorge Luis Borges.
Suspiró, un poco arrepentido.
Se deslizó en la cama sin ver reacción aparente de Chuuya y le quitó el libro de entre las manos. Lo abrió en una página al azar y se rió por lo irónico del título del poema y la persona que lo leía. Se aclaró la garganta y le leyó a Chuuya:
“No quedará en la noche una estrella.
No quedará en la noche.
Moriré y conmigo la suma
del intolerable universo.
Borraré las pirámides, las medallas,
los continentes y las caras.
Borraré la acumulación del pasado.
Haré polvo la historia, polvo el polvo.
Estoy mirando el último poniente.
Oigo el último pájaro.
Lego la nada a nadie.”
—“El suicida” —dijo Chuuya, prestándole atención, una pequeña sonrisa crispaba sus mejillas, tintándolas de un tenue y adorable rosa.
—Así es —admitió Dazai—, aunque siento que yo podría escribir un poema mejor.
—Egocéntrico. —el pelirrojo le pegó al azar, lugar que resultó ser su nariz.
Dazai fingió dolor entre risas.
—Ajam, tengo más ego que las Kardashian juntas, pero, sé reconocer quién sería un mejor escritor que yo.
—¿Ah sí? ¿Quién? —inquirió Chuuya con verdadera curiosidad; el primero que se le pasó por su mente fue Oda, un viejo amigo que Dazai nunca dejaba de mencionar a pesar de que nunca se lo había presentado a Chuuya. Sin embargo, la respuesta de Dazai lo sorprendió.
—Tú, Chuuya.
La cara se le calentó como una tetera. Giró bruscamente la cara para que el castaño de los cojones no pudiera regocijarse de su sonrojo.
Dazai, por su parte, dejó el pequeños libro de poemas sobre la mesita de noche y rebuscó algi bajo la cama. No demoró en salir con otro libro entre las manos, pero este era más grande que el anterior, con una carátula índigo y broches plateados. Se sentó en la cama y se puso a ojearlo, sin hacerle el más mínimo caso a Chuuya.
—¿Qué haces, Dazai?
—Viendo nuestro algún de fotos.
—...
—¡Maldita sea tu madre en tanga!
¿Aloh? ¿Bomberos?
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