• CAPÍTULO 1 •
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Pasado
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—Chuuuuuuuya~, ¿qué ves cuando me miras?
—¡VETE A LA MIERDA, DAZAI! ¡ESTAMOS EN ESTA PUTA SITUACIÓN PORQUE A ALGUIEN LE PARECIÓ BUENA IDEA ROCEARME GAS PIMIENTA EN LOS OJOS!
Los gritos resonaban dentro de la pequeña sala usada como clínica. Un hombre alto y esbelto, vestido con una bata blanca que daba a conocer su posición, estaba reclinado sobre el pelirrojo que ocupaba la mullida silla. El doctor tenía un aspecto despreocupado, casual, poco profesional a ojos ajenos; llevaba pantuflas de conejitos y su rostro mostraba la sombra de una barba de quién no se ha rasurado adecuadamente en días, y ni hablar de las ojeras y el cabello despeinado.
El paciente —el muchacho pelirrojo—, tenía la mandíbula apretada, los dientes rechinando. El doctor consideró en su mente ir a comprar otra silla más tarde, pues está parecía que iba a ceder bajo el agarre mortal de las manos enguantadas del molesto chico.
Las maldiciones eran intercaladas por silbidos juguetones y bromas de otro muchacho: un chico de ondas color chocolate —caca pasión—, que se paseaba por la clínica con comodidad; examinando los botes de pastillas con gran curiosidad, a veces jugaba con los escalpelos.
El pelirrojo deseaba que uno le cayera justo en el dedo gordo del pie por cabrón hijo de puta —usando sus palabras—.
El médico revisaría sus bolsillos antes de despedirse de ellos, no sería la primera vez que el moreno se atiborraba de pastillas que más tarde de seguro usaría en un intento de "perfecto y más genial suicidio doble".
¿Doble por qué?
¿Lo acompañaría el pobre ratoncito que tenía cautivo?
(Y no tiene nada que ver con ese amigo extranjero que a cada poco tiempo lo acompañaba a su clínica para buscar nueva receta para tratar la anemia).
El doctor parecía inmutable, aparentemente acostumbrado a esto.
A un pelirrojo gritando improperios.
Y a un castaño ignorando las amenazas de muerte.
Sí, Dazai Osamu y Nakahara Chuuya estaban en una clínica en aras de curar los irritados ojos del segundo, debido a cierta broma ocasionada por el primero. Dazai había librado por poco la paliza de su vida; no por el hecho de haber dejado parcialmente ciego a Chuuya, sino porque este, debido a su afectación, se lanzó hacia adelante, extrangulando lo primero que cayó en su tacto.
Dazai miró con la boca abierta cómo Chuuya ahogaba hasta la muerte un palo de escoba como si en realidad creyera que se trataba de él.
¿Debería sentir ofendido o halagado?
Meh, qué aburrido, eludió la paliza esta vez; pero estaba seguro que la tendría, en algún momento.
Al parecer, su sueño de morir no estaba tan lejos después de todo.
—Listo —dijo el doctor, terminó de colocar una venda esterilizada sobre los ojos de Chuuya, usando sus manos acostumbradas a su profesión ajustarla ni demasiado fuerte ni demasiado suave. Se retiró con pasos aplomados hasta el escritorio lleno de basura apilada. Eligió un pedazo de papel al azar y escribió la receta de un ungüento—. Con esto será suficiente. No tienes daños significativos, solo irritación. Unos tres días con vendas, nada de acciones bruscas, evitar la humedad y estarás como nuevo.
—Gracias, Mori-sensei. —agradeció Chuuya poniéndose de pie con cuidado de no tropezar con nada; agradecía conocer bastante la clínica. Se sobresaltó un poco al sentir una mano delgada colocarse en su hombro. Conocía perfectamente quién era su dueño, habían sido infinidades las veces que sus dedos se habían entrelazado.
Con suavidad, esa mano que parecía conocer más que la suya propia, lo guió hacia la puerta.
—No hay de qué. Las consultas con ustedes siempre son entretenidas; me ayuda a sobrellevar que llevo 53 horas sin dormir —rió de manera despreocupada, restándole importancia a ese hecho poco saludable y que, unido a su irregular dieta de chazuke precalentado, hacía de su organismo una verdadera máquina de supervivencia. Miró a la pareja, les tendió el papel con el nombre del medicamento y dijo, con voz profesional—: Aplica esto en tus ojos una vez retires las vendas cada noche antes de dormir —se puso de pie y se talló la dolorida espalda.
—Muchas gracias. —dijo Chuuya y tiró un poco de Dazai hacia la salida, recibiendo un ligero movimiento que lo orientó en la dirección contraria.
Ups, pensó Chuuya, se había equivocado de camino.
Culpa de Osamu >:v
—Oh~, casi lo olvido. Chuuya-kun —el nombrado de detuvo—, Kōyō está esperando un bebé.
Lo dicho por el doctor hizo a Chuuya estremecerse, giró su rostro hacia donde venía la voz ronca y cansada. Bajo las vendas, los expresivos ojos azules como lagos en medio del verano, emitirían chispas de felicidad y sorpresa. Su hermana estaba deseando un bebé desde hacía un tiempo; desde niño, la manera en que Kōyō lo mimaba denotaba el gran amor maternal que venía en el corazón de la pelirroja. Si bien al principio Chuuya se mantuvo reacio ante la pareja de su hermana (que resultaba ser un despreocupado médico cirujano retirado prematuramente de la milicia, cuya figura era seguida por una comitiva de rumores referentes a mafia y mercado negro), después de que a base de sangre y sudor le demostró que en serio amaba a su hermana, al final terminó aceptando.
Si Kōyō estaba feliz, eso era suficiente para Chuuya.
De todos modos, siempre llevaba una navaja de matar tiburones debajo de sus pantalones, agarrada a su pantorrilla.
Nadie sabe cuándo puede ser asaltado en la noche... O su hermana podría llegar llorando a su apartamento con el corazón roto... Era mejor ser precavido :)
—¡Felicidades! —exclamó Chuuya emocionado, alejando pensamientos homicidas que no se centraran en Dazai—. Y gracias otra vez por la consulta. Perdón las molestias.
Mori sonrió afablemente, acomodó su cabello negro desordenado hacia atrás.
—No hay de qué. ¡Ah! Y recuerden: nada de actividades bruscas o ejercicio físico en tres días —sus ojos magenta destellando pillería—. Y cuando digo «actividades bruscas», también me refiero a sexo.
Un sonrojo se colocó en toda la cara de Chuuya, siendo casi imposible de ver el inicio y el fin de su cabello; mientras que Dazai, que se había mantenido en un extraño silencio desde hacía unos minutos, bufó con inconformidad. No podía ver, pero apostaba todos sus sombreros a que Dazai tenía un puchero infantil en esa maldita cara descarada. Cuando sintió que Dazai iba a protestar, Chuuya se le adelantó:
—Solo son tres días. Podrás jalártela mientras tanto —torció una sonrisa de lado, arrogante; que quedaba muy bien en sus facciones orgullosas y atractivas—. De todos modos, eso es lo que hacías antes de que fuéramos pareja. Perdón, antes de que yo decidiera aceptar salir contigo, maldito acosador.
—¡Pero, Chuuyaaaa!
—¡Cierra la puta boca, Osamu! ¿¡De quién crees que es la culpa!?
Y dicho esto, agarró a Dazai por la polera azul que llevaba y lo arrastró por todo el pasillo en dirección a la calle, como si de repente pudiese ver desde debajo de la venda.
Mori miraba en silencio la escena.
Sonrió.
Llevaba más que razón cuando decía que las consultas con esa pareja nunca serían aburridas.
Miró la foto enmarcada en su escritorio. En ella se veía a un joven de cabellos negros desordenados, una pelirroja hermosa que estrangulaba al muchacho y, detrás de ambos, con un rostro serio y estoico, un muchacho de aparentemente la misma edad del pelinegro, de erizado cabello plateado, los miraba con diversión oculta en su expresión neutral.
Ah~
Sí, algunas personas podían encajar tan bien, mientras que otras fueron rotas sin motivo alguno.
Mori daba gracias por esas parejas que aún se miraban con amor en los ojos.
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Las calles de Yokohama siempre estaban vivas. La gran ciudad era como un corazón gigante de edificios, personas e historia, situada junto a una bahía inmensa, como un espejo, reflejando sol y luna, felicidad y tristeza. Las personas, sin detener su caminar, sin reparar en nada innecesario, siendo la sangre que le da vida. Luces brillaban de día y de noche, ruidos se escuchaban. El silencio y la tranquilidad no parecían ser palabras conocidas aquí.
—Ah. Mori-san olvidó darnos un rollo de vendajes. —dijo Dazai una vez salieron de la clínica.
—¿Hah? ¿Qué dices? Me sorprendió incluso que tuviese vendajes que ponerme.
—¿Eh? ¿A qué te refieres, Chuuya? —Dazai parpadeó dos veces, las largas pestañas castañas enmarcando dos esferas redondas que a primera vista se considerarían inocentes.
Chuuya chasqueó la lengua.
—A que tú eres el mayor acaparador de vendajes que existe. Con las que tienes en tu escondite secreto podríamos envolver Yokohama —Dazai iba a refutar lo dicho, no solo podría vender Yokohama, sino todo Japón, en su opinión; pero Chuuya agregó, dejando el estúpido tema para otro día—: Deberías agradecer que Mori-san sea tan condescendiente con nosotros.
Dazai volteó a verlo.
El crepúsculo resplandecía desde el costado, reflejando una gran semiesfera en las aguas de la bahía. Perfilando en una especie de halo dorado el perfil de Chuuya. Dazai se perdió en esa imagen unos segundos, sintiendo una calidez inmensa venir de su corazón; el mismo sol sentiría celos.
No merecía ser una afortunado. Pero eso no lo diría. Afincó la unión de sus manos y sonrió, consciente de que Chuuya no podía verlo.
—¿A qué te refieres, Chuuya? —preguntó, juguetón.
—Deberías saberlo mejor que nadie, Dazai —sus cejas se juntaron, algo irritadas; mas, en ningún momento hizo gesto de soltar la mano que lo sostenía—. De no ser por eso, y que está casado con mi hermana, nuestro salario no alcanzaría por cada maldita consulta que nos hace —pareció recordar algo, pues su tono parecía más irritado que antes, chasqueó la lengua.
—No es para tanto~
—¡Cierra tu jodida boca! —pararon frente a un cruce peatonal. El semáforo estaban en verde, un tono frío y llamativo entre los acres y topacio del atardecer; los autos pasaban a toda velocidad—. Una vez a alguien le pareció buena idea llenar la nevera de pirañas, otra vez, fue un fallido intento de suicidio por sobredosis de café. También está la vez que explotó el microondas, y sin olvidar las decenas de incendio.
Dazai soltó una risa por lo bajo, satisfecho y orgulloso. Ah~, sí; esa vez que decidió ver qué pasaba cuando se metía una granada en un microondas fue memorable. En su defensa, Kunikida-kun no debería mantener eso a su alcance si sabía cómo era.
—Olvidaste la vez que me quedé atascado en el inodoro durante un día entero.
—No sé cómo lograste eso.
—Creéme, yo tampoco.
Lo más gracioso fue ver a Dazai, aún con el inodoro atascado en el culo, yendo por el medio de la calle hacia la clínica, meneando el trasero como un pato. Incluso salieron en las noticias del otro día. ¡Ja! Chúpense esa, fanáticos del Cosplay. Nadie podrá superar la fama del Hombre Retrete.
Y Chuuya, rojo de vergüenza como estaba, nunca se ocultó ni lo dejó solo en el camino.
Por eso lo amaba.
Por miles de cosas más, claro; pero esa habilidad que tenía Chuuya para, aún sabiendo su pasado oscuro, su clara inestabilidad emocional y mental y sus tendencias poco sanas, no lo abandonaba. Incluso parecía aferrarse más fuerte a él; como si Dazai fuese algo que solo necesitaba ser amado, no desechado. Y Dazai, sintiéndose inmerecedor de tanto, creía que sería del mismo modo en cada universo que existiese.
En todos había un Chuuya para un Dazai.
Su relación era de tres, y bastante, años. Sin embargo, todo, cada caricia, cada palabra, cada sentimiento, cada latido; todo se sentía como la primera vez.
Sus inicios no fueron melosos ni llenos de mimos y cariños excesivos, dejen esa bruma de algodón de azúcar para otros; sino una totalmente al revés.
Pues sí, esos dos nunca tuvieron días tranquilos y, mucho menos, aburridos. Cada día era un problema diferente que comenzaba con gritos, pasaba por golpes e insultos y finalizaba en risas. El resultado: ¡el nivel de cariño ha ascendido! Hasta parecía un puto videojuego.
Uno se enamoraba más.
Y el otro aún no aceptaba estar sintiendo esa clase de sentimientos por un hombre.
Y es que, desde el instante en que un inexperto Dazai Osamu comenzó en primer año de preparatoria, quedó totalmente prendado por Nakahara y, un chico pelirrojo de metro sesenta que, a pesar de sus claros sentimientos para con el castaño, se negaba rontundamente a aceptar que le gustaba un maldito hombre.
¿Irónico no?
Todos pensarían que sería al revés.
Pero no.
Ese primer año transcurrió de forma pacífica.
Mentira, ¿a quién engaño?
Fue un total caos.
¿Qué clase de Doble de Negro serían sino?
Dazai caminaba con parsimonia por las calles ya concurridas de estudiantes que vestían distintos tipos de uniformes escolares. El sol de primavera calentaba en lo alto, una brisa del sur movía las hojas y esparcía los pétalos de los recién florecidos cerezos.
Ya era abril. Comenzaba el nuevo semestre.
Nuevo curso.
Nueva escuela.
Nueva vida.
Sería un agradable cambio, pensaba Dazai mirando con una sonrisa la bonita cortina rosa que caía desde todas las direcciones. Su cabello castaño estaba espolvoreado con algunos pequeños pétalos. Sintió que eso era una buena señal. Que sería bendecido con la buena suerte que parecía esconderse al ver su persona.
Eso creyó Dazai cuando pensó que comenzar la preparatoria sería tarea sencilla. Sí, su inteligencia le aseguraba la primera posición entre todos en su promoción; y que, sus bien pulidos dotes de actuación, manipulación y carisma, le tenderían una agradable mano y le abrirían disímiles puertas.
¿Qué decir?
Era un manipulador de cuello blanco. (Y no porque llevase literalmente, vendajes blancos alrededor de su cuello).
Había decidido probarse a sí mismo —inflar su orgullo—, proponiéndose convertirse en el presidente del consejo estudiantil a pesar de estar en primer año.
(Y, ¿adivinen qué?
¡No había papitas en las máquinas expendedoras de la preparatoria!
。・゚゚*(>д<)*゚゚・。
¿Qué? Es obvio que consiguió ser el presidente. Es Dazai Osamu.)
Con este mar de borrascosas ideas llegó a la entrada de su nueva escuela. Un edificio de amplia y elaborada construcción. Vidrieras transparentes a lo largo de cuatro pisos, enrejado negro, escalinata de mármol, árboles frondosos proyectando sombra, un bonito cerezo en la parte de atrás; Dazai estaba seguro que debajo del tronco del cerezo sería su lugar favorito.
Se quedó congelado.
Y no, no por la edificación claramente impresionante, sino por el chico de apenas un metro sesenta que estaba justo enfrente de las escaleras de la entrada. Su baja estatura no ponía pautas para que su bien formado cuerpo debajo de las telas de uniforme, fuese obvio. El cabello pelirrojo parecía como si el sol del mediodía hubiese decidido salir en medio de la noche, incandescente y bellamente raro. Estaba en una pose relajada, confianza y seguridad gritado al viento; un pie sobre el escalón, manos en los bolsillos y vista al frente, impidiéndole contemplar su rostro; pero dándole una gran vista de su ondeado, sedoso y bonito cabello y su espalda.
¿Y por qué no?
De su trasero también.
Y uff, qué trasero.
Dazai sintió que toda su sangre desalojó su cuerpo. Ni siquiera sabía con certeza su estaba respirando. Su corazón latía. ¡Y vaya si lo hacía!
Él, una persona lógica y radical, más que nadie, era escéptico del llamado "amor a primera vista". Era algo ilógico y para nada probable, solo existentes es películas románticas basura.
¿Una persona enamorarse de otra solo por verla?
«Estúpido, absurdo», pensó.
Pero, damas y caballeros, contra todo pronóstico, el inamovible, cínico, calculador y frío Dazai Osamu parecía haber sido flechado. ¡Nada más y nada menos que por un hombre!
«Esto es culpa de las impronunciables hormonas que segrega mi cerebro en la adolescencia», se remarcaba, decidiéndose a dar otro paso más cerca del causante de su conflicto.
Pero, sin saber si fue por su mirada fija y penetrante de unos 15 minutos, por causa del destino o por casualidad del pasado, el chico que lo traía embelesado se giró, al fin mostrando su rostro.
«¡Jódete, maldita heterosexualidad! ¿¡Quién te necesita!? (┛✧Д✧))┛彡┻━┻»
A Dazai se le paró el corazón...
Y otra cosa.
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Y ese fue el comienzo del fin de la tranquilidad. Todo se descontroló:
Decir Chuuya era decir Dazai La Sombra Osamu que no le perdía pie ni pisada. En clases, en los recreos, incluso de vuelta a casa; en todo momento, Chuuya tendría dos sombras que no se separarían de él ni un segundo. Porque, aunque viviesen en direcciones contrarias de la ciudad, el chico era seguido por su, ahora, nuevo acosador.
(Resalten adjetivo "nuevo". Es obvio que, estando Chuuya como está (más bueno que dormir la mañana en invierno), los acosadores y obsesionados fuesen ya algo común para él).
Al principio le pareció normal, incluso gracioso, pero pasados tres meses y esa extraña obsesión no cesar —todos desistían unas semanas después, al darse cuenta de que Chuuya estaba fuera de su alcance—, se empezó a preocupar por su salud y virginidad.
Sí, sabía artes marciales y podía estrangularte usando los pies mientras bebía coca cola; sin embargo, que ese chico de bonitas y hasta adorables hondas castañas lleno de vendas lo secuestre y lo meta en el sótano de una casa alejada en el bosque, no le parecía tan imposible.
Debería dejar de leer esas malditas novelas de misterio en Wattpad; le estaban llenado la cabeza de pura mierda.
Los días comenzaban con cartas en su casillero, notas de ánimo y pétalos en su pupitre —cada día una flor diferente—; almuerzos gratis traídos por alumnos que tenían expresión de susto en sus caras, una caja de chocolates todos los viernes —cabe destacar que Chuuya amaba el chocolate—, apuntes innecesarios y imposiblemente más detallados antes de sus parciales, y muchos etcétera que sería engorroso y vergonzoso de decir.
Chuuya no olvidaba la vez que fue encargado, después de un parcial de matemáticas, a uno de sus compañeros porque él —Chuuya— había reprobado el examen. Chuuya no era el mejor en matemáticas, pero estaba 95% que había alcanzado el Suficiente, el mismo profesor parecía sorprendido cuando dio a conocer que estaba reprobado después de todo.
Algo olía a corrupción y fraude por ahí...
Raro, no había ningún presidente de país cerca.
¿Y quién era ese compañero?
Pues sip, Dazai Osamu.
Chuuya conoció el verdadero terror.
¿Eh? ¿Que su tutor era precisamente su acosador? Ñe, que se atreviera a entrar en su espacio personal y Chuuya le rompería los huesos mientras los clasificaba, y advertía que era bueno en anatomía ósea, o sea...
(Lo sé, horrible juego de palabras).
El problema era que...
¡ODIABA MATEMÁTICAS!
Geometría, logaritmos, álgebras.
Wuakala.
Prefería ser un experimento con una rara habilidad, gracias.
No había nada que refutar cuando decía que Dazai era condenadamente molesto, obsesivo, insoportable, desesperante, irritante, odioso, pesado, imbécil... Bueno, se entendió; pero Chuuya no recuerda en qué punto esos adjetivos dejaron de causarle molestia y pasaron a sacarle una sonrisa inconsciente.
Un incidente en la piscina de la preparatoria lo hizo comenzar a preguntarse cosas.
Un diálogo con un chico albino le hizo asustarse de lo que sentía.
Pero no fue hasta un día del segundo año, en que Dazai no se presentó a la preparatoria que lo comprendió.
Dazai iba cada maldito día, así estuviese lloviendo o con una capa de dos metros de nieve cayendo. Delirando en fiebre, con mal estomacal, días libres; incluso hubo una vez en la que, después de un accidente en el bus, Dazai se presentó en muletas, sin falta.
Sin embargo, ese día Chuuya se sorprendió a sí mismo esperando el usual y cantarín:
—Chuuuuyaaaa~ Guto mornin~
Pero Dazai no llegó.
Al parecer, había sido hospitalizado por un intento de no sé qué en el río que, casualmente y para el estremecimiento de Chuuya, quedaba cerca de su propia casa.
Ese día fue el más —único— tranquilo en sus años de preparatoria.
Su agradable 19 de noviembre.
Sin interrupciones.
Sin molestias innecesarias.
Sin constantes canturreos.
Sin Dazai.
Un aburrido 19 de noviembre.
De todo lo que podía ser capaz de extrañar, lo que más añoraba era sus constantes miradas. Esa sensación de cosquilleo en su nuca durante todas las malditas horas que pasaba en el instituto: en el aula, detrás del campo de entrenamiento, a los lados de las casilleros, escondido en los baños; hasta creyó sentirlo una vez mientras dormía en casa. Esa noche durmió con Alberta (su bate con pinchos) al lado de la almohada. No pudo dormir.
Ni la de ese 19 de noviembre.
Chuuya se mordió el labio inferior con fuerza. No lo diría. No admitiría que extrañaba esos ojos café que tenían una habilidad especial para encontrarlo, ni esa cabellera alborotada que siempre sobresalía graciosamente de los escondites, ni ese tono burlón y despreocupado, ni el olor a desinfectante y antiséptico de sus vendajes.
No admitiría que extrañaba a Dazai.
No en voz alta.
Pero el corazón es sordo, mudo y ciego.
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