Manuscritos🌌
Lauren
—¡Despierta pequeña unicornio, tienes que comer! —dice una tierna voz que me hace salir poco a poco de mis dulces sueños.
Al abrir mis ojos con dificultad lo veo a él. Se nota que está recién duchado. Viste un jean y una camisa a cuadros azul con blanco. El último botón lo tiene desabrochado y la manzana de Adán se le ve marcada de una manera muy sensual.
Me siento. Me toco el costado de la frente, en donde me golpeé, puedo notar que lo
tengo hinchado.
Miro a Stephan. Con timidez le digo mientras cojo mi taza de leche:
—Tengo que verme horrible.
—Eres un unicornio, solo te salió un cuerno un poco torcido. —Ríe—. Y respondiendo a tu pregunta: No, no te ves horrible, solo un poco... ¿cómo podría
decirlo? Abstracta.
—¿Abstracta? —arrugo el entrecejo, porque no entiendo lo que quiere decir.
—Eres una obra de arte, es solo que no lo eres para todo el mundo, quizá tampoco entendible y comprensible para cualquiera. Por ejemplo, para mí, eres y serás una obra de arte, aunque seas abstracta.
—Stephan, no sé de dónde sacas tantas ridiculeces —Río, porque de verdad lo que acaba de decir es de una originalidad única.
El celular de mi amor platónico suena. Alguien lo llama. Stephan contesta y escucho la voz de Ari. No digo nada, la verdad, es que me siento mal por estar sintiendo y disfrutando gracias a su confianza. Sé que la estoy traicionando, pero Stephan es mi
debilidad y no puedo pelear con eso.
El piloto se va del cuarto, intuyo que quiere hablar a solas con su hermana.
Es maravilloso despertar de esta manera. Creo que esto que siento es real. Quizá nos estamos transformando en grandes sabios porque estamos aprendiendo a
amar, o en verdaderos locos porque poco a poco vamos comprendiendo lo que es el amor. Puede sonar confuso, pero tiene algo de sentido. Me gusta más pensar en la locura, disfrutar de ella y sobre todo amar hasta desquiciarnos. ¿Puede ser eso posible?
Stephan regresa, nos miramos por algunos segundos. Hay algo en su mirada, me gustaría hacerle tantas preguntas, pero no quiero incomodar.
El piloto me queda mirando mientras me tomo la leche. Se está riendo.
—¿Tengo bigotes? —Sonrío.
—Sí, tienes unos lindos bigotes. —Limpia la leche con su pulgar.
No sé qué es lo que me está pasando, pero cada vez siento más amor por él, no obstante, sé que algo esconde. Aun no puedo olvidar la muerte de las tres mujeres.
Lo estoy mirando, y recuerdo que mi portátil se me ha quedado en la casa de mis ex amigos.
—¡Mierda! —exclamo, levantándome rápidamente de la cama.
—¿Qué ocurre? —pregunta Stephan, mirando cada uno de mis movimientos.
Me levanto de la cama, camino hacia el baño. Stephan me sigue. Sin darme cuenta empiezo a desvestirme para entrar a la ducha.
Stephan se da la vuelta, es todo un caballero.
—¡Lo siento! Los nervios y ansiedad hacen que me olvide de todo. —Voy a la ducha, dejo la puerta abierta y mientras me baño sigo hablando—. Ahora estoy
entendiendo todo Stephan. Javier y Roberto tienen mi ordenador, en donde está todo lo que he escrito en mi vida, incluso mis trabajos universitarios.
—Es MacBook, créeme que no tienes de que preocuparte, no se les hará tan fácil
desbloquearlo —responde.
—¡Soy una estúpida! ¡Les di la clave! Ahora entiendo todo. Hoy tenían que entregar unos manuscritos en sus trabajos. Mierda, mierda, mierda.
Por favor, date la vuelta, saldré de la ducha.
Stephan se da la vuelta. Yo cada vez me siento peor. ¿Cómo alguien puede llegar a ser tan tonta?
—¿Y qué piensas hacer? Sabes que no puedes ir. Son peligrosos.
Es verdad, les tengo miedo, pero en ese ordenador están todos mis sentimientos hacia Stephan. Con nombre y apellido. Si esos sentimientos llegan a salir a la luz estoy acabada, y triturada. No sé qué es peor.
Miro a Stephan, no sé qué decirle. ¿Será el momento de confesar que es el amor de mi vida? No lo creo.
Pienso que nunca va a ser el momento para eso.
—¿Estás bien? —pregunta, buscando mi mirada y arrugando el entre cejo.
Mi corazón palpita. Tengo que ser la mujer con pensamientos y sentimientos más
intensos en esta vida. Todo es catastrófico. ¿Seré borderline no diagnosticada?
—Stephan, tengo que recuperar mi ordenador, en él hay cosas de mi vida demasiado privadas. Si se llegan a saber van a destruir mi amistad con Ariana.
—Entonces te acompaño. —Me ofrece su mano, se la tomo—. Si tus escritos es lo que querían dudo que sigan en Tampa, tienen que estar en la editorial.
Yo solo asiento.
[***]
Llegamos hasta "Colores editorial". Stephan se estaciona justo en frente. Es un edificio grande, despampanante. Los cristales son espejos que reflejan y disminuyen el resto de los edificios que lo rodean.
No pude hablar en todo el camino, porque no sé mentir, y es imposible ocultarle la verdad a la persona que amo, es imposible no querer estallar y decirle mi verdadero miedo.
Sé que está intrigado, ¿quién no lo estaría? Solo una loca sería capaz de estar aquí luego de lo que pasó.
Camino con decisión, sé que el piloto va a mi lado. Eso me tranquiliza, sino claramente no habría podido venir.
En la entrada nos recibe la recepcionista de la editorial. Mira de pies a cabeza a quien me acompaña. Stephan le sonríe, se acerca y algo le dice. No logro escuchar
lo que hablan. En cualquier momento me daría celos, estaría furiosa, pero ahora lo agradezco, porque en un abrir y cerrar de ojos nos deja pasar como si nada.
Subimos al ascensor. Lo miro de reojo.
—¿Qué le dijiste? —pregunto curiosa. Soy consciente de que mi tono de voz no es el más tierno ni simpático, hago notar que sí estoy celosa después de todo.
—Lo que ella quería escuchar —responde, subiendo y bajando los hombros, se ve serio, como si estuviera molesto por mi pregunta.
—¿Estás enojado? —susurro avergonzada, no debería estar preguntando o pidiendo explicaciones.
—No, Lau, es solo que no creo que sea algo importante.
El ascensor se abre. Quedo paralizada, como si me fuera a dar una crisis de pánico.
Escucho mi corazón latir, mis manos sudan y mi respiración se agita. Me quedo mirando, con el ascensor abierto. No sé si caminar, no sé si vale la pena el riesgo de recibir una bofetada y enfrentarlos.
—¿Lauren? —Stephan me mira fijamente.
Tomo aire.
—Esto no me lo va a ganar, Stephan. Terminemos rápido con esto. —Camino por el
largo pasillo, tímidamente, muy asustada.
Hay cubículos por todas partes, pequeñas oficinas de reuniones con el logo de la editorial, oficinas más grandes, las cuales imagino que son para reuniones con más gente, libros decorativos. Todo es hermoso, trabajar en este lugar es un sueño para
cualquier literata.
A lo lejos puedo ver a Roberto y Javier. Están en una oficina presentando frente a dos personas lo que parece un proyecto.
Stephan también los ve.
—Quédate aquí, Lauren —ordena, se pone en frente de mí—. ¿Confías en mí? No quiero que te expongas.
—Stephan, esto es algo que tengo que solucionar yo...
—Claro que podrías solucionarlo tú, pero no correremos riesgos, ya vimos de lo que
son capaces. Quédate aquí, por favor. —Levanta ambas cejas arrugando su frente.
A la distancia puedo ver como el piloto abre la puerta sin pedir permiso. Mis dos examigos miran asustados, y saludan estirando la mano.
Sus expresiones son las más hipócritas que he visto en mi vida.
No sé de lo que hablan, pero Stephan se dirige a todos los presentes.
De pronto todo se transforma en gritos, en pelea. Las dos personas que estaban viendo la presentación de Javier y Roberto siguen sentados como espectadores. Seven sorprendidos, pero solo se miran, no hablan.
Stephan apunta hacia la mesa, toma el ordenador que está conectado a lo que creo que es el sistema de proyección y sale con él.
Lo veo venir hacia mí, mientras Javier y Roberto salen corriendo por la puerta y a la distancia me ven. Quedan paralizados.
—¿Este es tu ordenador? —pregunta con voz dulce, entregándome lo que lleva en sus manos.
—Sí —respondo, recibiéndolo, abrazándolo y dando un largo suspiro por tenerlo en mis manos.
Nos vamos hacia el ascensor. Stephan se ve furioso, puedo notar que arruga la frente mientras con ambas manos masajea ambos costados de su frente.
—No logro entender por qué tirarte en un lugar peligroso por un estúpido ordenador,
perfectamente podrían haberlo robado y listo.
—Quizá me querían muerta, aunque no sé por qué el cambio de actitud de un día a
otro —Me subo y bajo de hombros.
—Creo que no lo hicieron solos, que hay algo más detrás de esto Lau. Dudo que tus amigos, con lo estúpidos que son, hayan hecho esto por ambición. Además, no tienen mente de asesinos, esta a la vista. No supieron hacer nada bien. Podrías
denunciarlos y es obvio que quién ganaría la batalla serías tú.
—Quizá por eso me querían muerta.
—Quien te quiere muerta simplemente lo hace. —Me mira de reojo. Se ve enojado, más de lo que me gustaría ver de él.
—Lo lamento, no debería haberte hecho pasar por esto —digo con una voz dulce, consciente de que por mi culpa Stephan está lo que, al parecer, es estresado.
—No es tu culpa, Lau. Es solo que me duele la cabeza, pero, ¿Sabes que me haría sentir mejor?
—¿Qué cosa? —respondo sonriente, porque sé perfectamente a lo que se refiere.
—Que cumplas, me debes dos citas. Y que denuncies, es ridículo no pensar en hacerlo.
El ascensor se abre. Stephan me toma la mano que tengo desocupada.
—¿Piensas ir a una cita con esta obra abstracta? —Río, me burlo, y aunque se que tengo que hacer la denuncia y proteger mi obra, evito hablar de eso.
—Y con un unicornio con el cuerno doblado. Eres especial Lauren, deberías saberlo. —Da un paso rápido, se pone en frente de mí. Pone una mano por debajo
de mi cabello, y me queda mirando.
«¿Qué está pasando? ¿Me va a besar?», me pregunto.
Siento el calor de su mano, me acurruco a ella como un gatito cerrando los ojos, pero no dura mucho, porque su teléfono empieza a sonar, sacándome de mi
momento mágico. No sé quién es, porque cuando abro mis ojos veo que saca el teléfono del bolsillo trasero de su pantalón para luego alejarse y hablar con quién
sea que lo esta llamado.
«¿Quién lo habrá llamado? ¿Por qué se aleja? Espero que no sea otra mujer, y que todo esto sea solo un juego», pienso.
Stephan regresa. Ambos nos subimos al auto.
No sé qué decir, porque Stephan se ve realmente mal.
Creo que es mi culpa por haberme permitido hacerlo pasar un mal rato.
—¿Estás así por la persona que te llamo? ¿Era Ari?
—Sí, pero no, no estoy preocupado por eso. No haré que nuestra primera cita sea de esta manera. Lo prometo.
—¿Qué haremos? —pregunto entusiasmada.
—¿Quieres ser una princesa? —Levanta una ceja, me mira de reojo.
—¿A qué te refieres? —Rio.
—Hoy te voy a llevar al lugar que mereces, Lau. Serás una princesa, mi princesa.
«¿Su princesa?», pienso, sin entender a lo que se refiere.
The climb de Miley Cyrus suena ahora en mi interior, digo en mi interior, porque es
una canción que me identifica en este momento. No sé si estoy avanzando o retrocediendo. Soy tan intensa y confío tan poco en mi misma en cuanto a
relaciones se trata que no sé si voy en la dirección correcta.
[***]
Llegamos al mundo de Mickey Mouse.
—¡¿Nuestra cita será en Disney?! —pregunto impresionada, feliz, igual que una pequeña niña. He vivido toda mi vida en Florida, y no conozco Disney.
Stephan sonríe, también se ve como un pequeño niño juguetón.
Aparca el auto, y tomados de la mano nos dirigimos a tomar un barco, el cual se supone nos va a llevar a Magic Kingdom.
No puedo más de la felicidad, tengo que parecer la obra abstracta más estúpida del universo.
El capitán del barco, muy al estilo cuento de Disney, nos da la bienvenida.
Comienza el viaje. Todo es maravilloso. Voy mirando los alrededores y Stephan me sorprende por la espalda, tomándome por la cintura.
—No quiero que te caigas —susurra.
Me siento en un cuento, entre sus líneas y ni siquiera lo noté, él está escribiendo la mejor historia para mí.
Nos bajamos del barco tomados de la mano, todo es tan hermoso que es casi increíble.
Mis emociones están a flor de piel por todo lo que está ocurriendo. Veo que mi piloto está tan emocionado que mientras compra los tickets me saca fotos con su celular.
Yo poso poniendo caras estúpidas a lo lejos.
Corre hacia mí, me toma de la mano y juntos entramos al parque.
Todo es tal cual su nombre lo dice, un reino mágico. En el castillo está Mickey Mouse haciendo un show con Minnie. Salen fuegos artificiales de sus costados.
A Stephan le gusta la adrenalina así que me lleva a un juego que se llama: Space mountain.
Estoy en la larga fila, muy nerviosa, no entiendo a quién le podría gustar una montaña rusa en la oscuridad. Es una locura.
—Lauren, hay niños pequeños, si ellos pueden, tú podrás con esto —dice Stephan, mostrando a los niños de no más de 10 años que están haciendo la fila delante de mí.
Uno de ellos se da la vuelta y me dice:
—¡Vamos a morir! ¡Aquí todos caemos y morimos! —Me hace morisquetas y se ríe.
Me doy la vuelta, le hablo a Stephan, quien está literalmente intentando no burlarse de la situación.
—¿De verdad todos mueren? —Abro los ojos lo más grandes que puedo, soy consciente de que mi rostro tiene que ser el peor rostro de todos, porque estoy
aterrada.
—Lauren, si quieres no nos subimos —dice.
Sé cuánto quiere entrar a este juego, no puedo hacerle esto.
—No, Stephan, ¡Si esos niñitos malcriados pueden, obvio que yo puedo!
Llega nuestro turno. Aterrada me siento. Agradezco que Stephan me toque el hombro y aprete con toda sus fuerzas el seguro.
El juego sale a toda velocidad y yo empiezo a gritar aterrada.
—¡Stephan, si muero quiero que sepas que siempre has sido mi amor platónico!
«Mierda, Lauren, ¿qué acabas de hacer?, acabas de hacer una declaración en voz alta, ¿qué pasa si no mueres como dijeron esos niños?»
El juego se detiene, me siento avergonzada. No quiero mirar a Stephan a la cara,
porque muero de vergüenza.
Él está como si nada.
«Quizá no me escuchó», pienso.
[***]
El día ha sido perfecto, y aunque mis pies ya no dan más, puedo decir que vale la pena.
Es de noche, estamos sentados justo en frente del castillo, esperando a que comience el show final.
Stephan me tiene abrazada de la cintura por la espalda. Siento su respiración en mi oído, mi corazón latir con velocidad y su aroma tan cerca de mis sentidos que
vuelve loca a mi propia locura.
Todo empieza a iluminarse. El castillo cuenta la historia de Disney y todos sus dibujos animados en proyecciones. Es realmente emotivo, tanto así que empiezo a llorar de la emoción. La música es perfecta y los efectos hacen que vuelva a mi niñez.
Todo es impresionante, vivirlo es un sueño. Tinkerbell vuela. Es real, una persona real que cuelga por los aires y tira polvos mágicos a la gente. Todos aplaudimos
para luego disfrutar de los miles de fuegos artificiales.
—¡Esto es hermoso, gracias, Stephan! —exclamo, dándome la vuelta, mirándolo a los ojos. Lloro de emoción, porque esto es un sueño.
—No llores, pequeña unicornio —dice con dulzura, secando una a una mis lágrimas con su dedo pulgar.
—Es imposible no hacerlo.
Un hombre pasa a empujarme, hay tanta gente que quedo sin separación, frente a frente de mi príncipe azul. Lo miro, sin disimulo. Él está haciendo lo mismo.
Me gustaría saber lo que piensa, presiento que siente cosas por mí, y aunque eso
me emociona, también me asusta, porque no se si soy suficiente.
Su aroma recorre cada uno de mis poros, y mi corazón se entrega a él. Con ambas manos toma mi cuello, y su pulgar acaricia mi mentón.
Nos miramos, nos disfrutamos poniendo todos nuestros sentidos a la merced del
otro. Soy consciente de que mi mirada ruega por un beso.
Poco a poco nos acercamos y con la magia de este mundo nos damos un beso. Sus
labios son suaves, cálidos, perfectos. Escucho los fuegos artificiales, los cuales no sé si son producto de mi imaginación o aún continúan.
Esto es perfecto, lo estoy cumpliendo. Un beso con Stephan es más de lo que podría haber soñado. ¿Quién sabe? Quizá, como dicen los cuentos: Esto es el
beso del amor eterno y un felices por siempre.
Stephan
Pude lograr que el día terminara como Lauren merece. No sé si estoy haciendo bien las cosas, creo que no, pero es una mujer especial, una mujer que no merece que le ocurran tantas barbaridades.
Durante estos días he visto cosas en ella que no había visto jamás en alguna chica. Su naturalidad, e incluso su torpeza me gustan.
«¿Qué mierda vas a hacer? No puede gustarte la mejor amiga de tu hermana»,pienso.
Todo esto no se trata solo de que me guste una persona, sino de las consecuencias
de aquello.
Me encuentro sentado en el living, mirando el techo y pensando por dónde mierda empiezo a investigar todo lo que tengo que averiguar para acabar con mi maldición.
Me parece extraño que no me hayan llamado a testificar nuevamente, cuando murieron mis 2 novias anteriores estuve metido incluso en los juicios. Nunca
tuvieron pruebas en mi contra, y tampoco, nunca encontraron al culpable.
Mi teléfono empieza a vibrar. Es mi hermana.
—Hola Ari —contesto con voz somnolienta.
—¿Cuándo pensabas contarme que estabas con una licencia médica? ¿estás bien? ¿te pasó algo?
—Estoy bien, tranquila...
—Stephan, murió Jude Collins, ¿es por eso por lo que estás con licencia? ¿sabes algo? —pregunta nerviosa, ansiosa.
—Me encantaría saber algo, poder responder a todas las preguntas Ariana, pero no puedo. Quiero dejar de ser el culpable de la muerte de todo lo que toco —suelto con rabia, apoyo mis codos en las rodillas y mi cabeza en ambas manos.
—Tomé vuelos extras, ahora estoy en Australia, pero si me necesitas puedo regresar cuanto antes.
—Está todo bien, lo prometo.
—¿Y Lauren? No contesta el teléfono. ¿Todo bien con ella?
No sé qué responder, porque odio inmiscuirme en asuntos que no son míos, si ella no quiere contestar el teléfono es porque de seguro pelea con demonios parecidos a los míos.
—Que tengas buen vuelo hermanita. Te quiero —evado la respuesta, cuelgo el teléfono y suspiro.
—¿Estás bien? —pregunta la dulce voz de Lauren.
Me doy vuelta para mirarla. Viene con su tierno pijama de unicornio, y me encanta, pero a la vez siento que tengo que ser honesto con ella, tiene que saber en lo que se está metiendo.
—No, no está todo bien. Voy a ser sincero contigo, mi vida está llena de problemas y no sé por qué. Ni siquiera sé si los vivo o son imaginación mía. Estoy con un constante cansancio, con un constante dolor de cabeza que me tiene al borde, al límite, al...
Lauren se acerca, se sienta a mi lado. Tengo que admitir que hay cosas de ella queme atraen, pero no puedo permitirme hacerle daño, no, a ella sí que no. No lo merece.
—¿Al qué Stephan? Continúa —anima, tomándome la mano, y acariciándola.
No sé qué es lo que siento frente a este tacto. Es emoción, un sentimiento desconocido. No es amor, no puede aparecer de un día a otro, jamás he creído en
eso. Aunque haría sentido a que el amor sea ciego, porque las almas gemelas se reconocerían al tacto.
No puedo dejar de mirar a la pequeña unicornio, su piel es perfecta, su cabellera larga y negra cae por sus hombros como una cascada. Tiene el cuello largo, si fuese un vampiro, de seguro querría morderla y beber de ella.
«No permitas que sigan sucediendo cosas entre ustedes Stephan, es lo peor que podría ocurrir, merece vivir, merece ser feliz, y sabes que no puedes entregarle lo que merece», pienso.
Suspiro, escondo lo que siento. Con ambas manos tomos sus mejillas y la miro a los
ojos. Son transparentes. Puedo notar en ellos que no es una mujer para un hombre
como yo.
—Aléjate de mí, pequeña unicornio, no te imaginas cómo dejarás de ver la luz a mi
lado —ruego, con ganas de llorar, porque por algo que no entiendo, duele lo que le
estoy pidiendo.
—No me importa dejar de ver la luz, porque aunque esté en la oscuridad podré
encender mis sentidos, y eso, ilumina cualquier lugar.
—Me acaricia una de mis mejillas, mueve su rostro suavemente hacia su lado derecho.
Quiero besarla, pero estoy confundido. No quiero jugar con sus sentimientos, tampoco quiero jugar con su vida. Quizá tenga que contarle la verdad. Mis miedos.
—Lauren, yo...
—¿A qué le temes, Stephan?
Con la mirada recorro mi alrededor. Me siento frustrado.
La muerte de la peli roja me confirmó que todo lo que toco se va bajo tierra. No he
querido contestar mi teléfono, el cual ha vibrado casi todo el día. No es solo Ari la que me ha estado llamando, sino también la policía. Con tantas declaraciones durante estos años tengo casi todo los números telefónicos guardados.
Me temo ser el culpable, o que así me declaren, es por eso que no quiero contesta.
Si piensan que soy sospechoso, que me busquen.
—¿Stephan? Háblame...
—¡No quiero que te acerques a mí Lauren! ¡No tengo amigos! ¡No tengo novias!
Solo tengo una hermana, un trabajo y mujeres para tener sexo, y esa es mi vida.
Quiero que continúe siendo así. Lo lamento, pero no quiero ser tu amigo, no quiero
tenerte cerca —Mi tono de voz, mi expresión, y mis movimientos corporales dijeron mucho más que mis palabras.
Lauren sigue sentada, mirándome e intentando traducir lo que acabo de decir.
—Dame hoy para preparar mis cosas, lo lamento, sé que soy una molestia, y la verdad es que ni siquiera he seguido buscando un trabajo. Tienes que estar
pensando que soy abusiva...
—¡No, no, no! —Grito—. No quiero que te vayas, no te estoy echando de mi departamento, tampoco creo que seas abusiva. No estás entendiendo.
Se ve confundida, sé que he hecho todo mal.
—¿Entonces? —Una lágrima empieza a caer por su hermosa mejilla.
Me siento en mis talones frente a ella, le tomo las manos.
—Lauren, tengo miedo de que algo te ocurra, miedo de que formemos un lazo, porque durante estos pocos días que hemos convivido han crecido sentimientos. No sé si son de amistad o algo más. Probablemente sea solo de amigos, y como no estoy acostumbrado a tenerlos los estoy confundiendo. Escúchame...
—Stephan, sé a lo que te refieres. Te vi en el bar, con la pelirroja. Al día siguiente estaba viendo las noticias y supe que había muerto. ¿Te están culpando?
—interrumpe, pregunta asustada—. Hace mucho rato quería tener esta conversación, pero las cosas no se habían dado.
—¿Confías en mí? —pregunto.
—Si no confiara en ti no estaría aquí contigo —Sonríe—. No hay nada en el mundo que me haga desconfiar.
Estabas aquí cuando llegué, no podrías haber tenido
tiempo de matarla.
Sus palabras salen con confianza de su boca. Pienso que estaba tan borracha que
no recuerda cuanto demoró en llegar, pero eso demuestra que realmente confía en
mí, no busca excusas para no hacerlo.
—Exacto, es porque no fui yo, Lauren. Yo no he matado a nadie. Solo he tenido tres relaciones abiertas al mundo en mi vida, y las tres murieron. Lo más curioso es que es en la misma fecha.
—Puedo ayudarte Stephan, no te alejes, no ahora, por favor. Sé que no eres un culpable, lo sé.
—No deberías confiar tanto en mí, Lauren. Puede que no sea el culpable, puede que no sea un asesino, pero no soy lo que piensas. —Cierro los ojos, inhalo aire.
Me gustaría contarle lo que en estos momentos pasa por mi cabeza, lo que soy, pero algo me detiene.
Mi bello unicornio sonríe. Es tan dulce, amable. Me encantaría besarla, pero sé que esto solo es platónico, porque, por ella, no podemos volver a besarnos, no podemos volver a vivir un cuento de hadas como el que vivimos en Disney.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro