𝓗𝓸𝓻𝓼𝓮𝓼
Lafayette, Hércules y Alexander se habían escabullido discretamente, dejando solos a Rachel y John bajo el pretexto de dar una caminata.
La noche era tranquila, con una brisa suave que hacía crujir las hojas de los árboles.
Rachel y John permanecieron en silencio, sentados lado a lado en un tronco cercano al campamento.
John rompió el silencio, con la voz cargada de culpa.
"Lamento no haberte escrito en mucho tiempo. No era mi intención lastimarte."
Rachel lo miró, sus ojos suavizándose con una mezcla de comprensión y tristeza.
"Oh, John, no estoy enojada. Y mucho menos me lastimaste," dijo, sonriendo débilmente.
"Simplemente pensé que te habías cansado de mí o que algo te había pasado."
El aire entre ellos se tensó, y un silencio terrible se asentó tras sus palabras.
Rachel bajó la mirada, limpiándose unas pequeñas lágrimas que apenas había notado.
"Sé que puedo ser dramática y algo intensa, pero te quiero mucho. La idea de perderte, de cualquier forma, es muy difícil para mí."
Su voz se quebró, revelando una vulnerabilidad que contrastaba con la mujer segura y audaz que había intimidado al general Washington apenas unas horas antes.
"Rachel, cariño, no llores," dijo John, tomando sus manos y entrelazándolas con las suyas.
Rachel intentó recuperar su compostura, desviando la mirada.
"No estoy llorando. No sé de qué hablas" respondió, con un tono algo terco.
John dejó escapar una pequeña risa, lo que provocó que Rachel se sonrojara ligeramente. Luego, sin más palabras, la abrazó con ternura.
"No tienes por qué preocuparte. Estaré bien. Fue mi culpa por preocuparte de esa manera, pero pensé que sería más difícil para ti si supieras todo lo que está pasando aquí."
Rachel arqueó una ceja, recuperando un poco de su habitual actitud.
"Hombres"
John frunció el ceño, ofendido.
"¿Y eso qué significa?"
Rachel se encogió de hombros con una sonrisa juguetona.
John simplemente sonrió y continuó, con una sinceridad que derritió el corazón de Rachel.
"Como decía, lamento no haber respondido tus cartas. Te prometo que no volverá a pasar. No tienes que preocuparte por mí. Llegaré hasta el final de esta guerra y, cuando todo termine, pasaré el resto de mis días a tu lado. Siempre seré tuyo, amor mío. Es una promesa."
Rachel lo miró, sus ojos brillando con emoción.
"Si rompes tu promesa, yo misma te mataré," dijo con una sonrisa, arrancándole una carcajada a John.
Ambos rieron juntos, y antes de que Rachel pudiera decir algo más, John se inclinó hacia ella y la besó.
Fue un beso cálido, lleno de amor y promesas.
Cuando se separaron, un ruido proveniente de un arbusto cercano rompió la calma.
Ambos se pusieron de pie, alerta.
Al acercarse al arbusto, encontraron a Alexander, quien les dedicó una sonrisa nerviosa, y a Lafayette, que fulminaba con la mirada a Hércules, quien parecía estar llorando.
"Eso fue hermoso," dijo Hércules, frotándose los ojos con dramatismo.
Rachel, John y Alexander se echaron a reír, mientras Lafayette soltaba un suspiro exasperado.
"¿Cuándo demonios se escondieron ahí?" preguntó Rachel, cruzando los brazos.
"Cuando ustedes dos miraban las estrellas," respondió Alexander, claramente avergonzado de haber sido descubierto.
John fingió molestia, cruzándose de brazos.
"Son unos verdaderos chismosos."
Lafayette se encogió de hombros con indiferencia.
"Nos gusta el drama que ustedes dos ofrecen," dijo con una sonrisa burlona.
Entre risas y bromas, el grupo decidió volver al campamento.
La tranquilidad de la noche los envolvía, pero Hércules, siempre el bromista, gritó:
"¡El último en llegar tiene que besar a Burr!"
Las palabras provocaron un estallido de movimiento.
Sin pensarlo dos veces, todos comenzaron a correr lo más rápido que podían, riendo y gritando en la carrera hacia el campamento.
La noche, llena de risas y calidez, contrastaba con la seriedad del entorno en el que se encontraban.
Pero quizás, en medio de la guerra, esos momentos eran los que les recordaban por qué estaban luchando.
La carrera fue, como era de esperarse, un completo desastre.
Apenas comenzaban a correr, Rachel tropezó con una piedra y cayó al suelo.
Lafayette, que iba justo detrás de ella, soltó una carcajada tan fuerte que perdió el equilibrio y también terminó en el suelo.
Hércules, al escuchar el estruendo y las risas, se dio la vuelta, regresó hacia Rachel y, antes de que ella pudiera siquiera protestar, la levantó en brazos.
"¡Vamos, princesa, no tenemos tiempo para esto!" exclamó entre risas, comenzando a correr nuevamente con Rachel en brazos.
"¡Lafayette es el último ahora, así que tranquilo, Hércules!" gritó Rachel, burlándose del francés, quien, con mucha dificultad, se levantaba mientras murmuraba maldiciones en francés y trataba de alcanzarlos.
John, quien había estado demasiado concentrado en ganar, apenas se dio cuenta de que Rachel había caído cuando vio a Hércules pasarlo a toda velocidad, con Rachel riendo y enviándole un beso desde los brazos de su rescatador.
"¡Eso es trampa, Hércules!" gritó John, intentando alcanzarlos, pero ya era demasiado tarde.
Hércules y Rachel cruzaron la "meta" del campamento primero, vitoreando su victoria.
John llegó poco después, con Lafayette pisándole los talones, aún maldiciendo su suerte y su falta de equilibrio.
Alexander fue el último en llegar, caminando lentamente mientras murmuraba algo entre dientes sobre la injusticia de ser empujado por John.
"¡Eso no fue justo!" protestó Alexander, fulminando a John con la mirada.
"Es un castigo, amigo, no puedes escapar de tu destino," respondió John, divertido.
"No pienso besar a Burr" dijo Alexander, cruzándose de brazos con firmeza.
La pequeña discusión atrajo la atención del general Washington, quien apareció con una expresión de cansancio y exasperación.
"¿Qué demonios están haciendo ahora?" preguntó, mirándolos a todos como si fueran un grupo de niños traviesos.
"¡Nada, señor!" respondieron todos al unísono, tratando de parecer inocentes.
"Perfecto. Entonces todos a dormir. Ahora," ordenó Washington con tono severo, antes de desaparecer nuevamente en su carpa.
Rachel se quedó con los chicos, compartiendo su improvisado espacio para dormir en una carpa grande.
Washington, sin embargo, dejó claro que no quería que durmiera con John, así que terminaría compartiendo "cama" con Lafayette.
Dentro de la carpa, Rachel improvisó su ropa para dormir, usando el abrigo de John como una especie de manta para cubrirse del frío.
El grupo estaba demasiado inquieto para dormir de inmediato, así que comenzaron a hablar tonterías, como si fueran niños en una pijamada.
"¿Qué creen que se sentiría besar a un caballo?" preguntó Hércules de repente, con total seriedad, rompiendo el breve silencio.
El comentario hizo que todos estallaran en carcajadas.
"¿Qué clase de pregunta es esa?" dijo Lafayette, secándose las lágrimas de tanto reír.
"Es válida" respondió Hércules, encogiéndose de hombros.
"¡Piensen en lo suaves que deben ser esos labios!"
"¡Tal vez deberíamos intentarlo mañana!" bromeó Rachel, riendo mientras se acomodaba el abrigo.
"Yo voto porque Alexander sea el primero en probar," añadió John, con una sonrisa traviesa.
"¡No me metan en esto!" protestó Alexander, aunque no podía contener la risa.
La conversación siguió por un rato, cada uno aportando ideas más absurdas.
Lafayette comenzó a inventar un debate filosófico sobre si un caballo se ofendería o no por el beso, mientras Rachel argumentaba que seguramente sería más fácil con un poni porque eran más pequeños.
Las risas continuaron hasta que, poco a poco, todos comenzaron a quedarse dormidos, agotados pero con el corazón más ligero.
La calidez de su amistad y las bromas tontas eran justo lo que necesitaban para sobrellevar las tensiones del día.
Rachel se quedó dormida con una sonrisa, arropada en el abrigo de John, mientras el resto murmuraba las últimas palabras tontas de la noche antes de caer rendidos.
A la mañana siguiente, Rachel se despertó mucho antes que los demás. La carpa estaba tranquila, llena de respiraciones suaves y ronquidos.
Observó a sus compañeros con curiosidad, sin poder evitar sonreír.
Hércules estaba en una posición imposible, con una pierna colgando fuera del improvisado colchón mientras roncaba sonoramente.
Alexander parecía estar al borde de caer de su cama, moviéndose de forma inquieta incluso dormido.
Lafayette, en cambio, dormía como si fuera una princesa, perfectamente acomodado y con una expresión casi angelical en su rostro.
Pero no había señales de John.
Rachel se levantó con cuidado, asegurándose de no despertar a Lafayette.
Sin embargo, no pudo resistir la tentación de dejarle una pequeña broma: colocó una pluma de ave cerca de su nariz, segura de que lo haría estornudar y gritar al despertar.
"Eso le enseñará a robarme la manta por la noche" pensó con una sonrisa traviesa.
El clima afuera era frío, con una ligera neblina cubriendo el campamento.
Rachel se reprendió a sí misma por no haber traído un abrigo.
Mientras se preparaba para salir de la carpa, la entrada se abrió de golpe y John apareció, con su típica sonrisa despreocupada.
"Buenos días, linda. ¿Cómo dormiste?" preguntó, acomodándose un mechón rebelde de cabello.
"Creo que patee a Lafayette mientras dormía," respondió Rachel con una sonrisa divertida.
Ambos rieron por lo bajo, tratando de no despertar a los demás, aunque un golpe inesperado de una almohada los silenció.
"¡Al menos déjennos dormir en paz!" gruñó Alexander, medio enterrado entre las mantas.
Saliendo de la carpa, Rachel y John decidieron aprovechar la mañana y dar un paseo.
La tranquilidad del campamento todavía dormido los envolvía, y caminaron en silencio hasta un pequeño rincón apartado, donde un gran árbol se alzaba solitario en medio de un claro.
Se sentaron bajo su sombra, el frío comenzando a hacerse sentir.
John, atento como siempre, notó que Rachel temblaba ligeramente y sin dudarlo se quitó su abrigo para colocárselo sobre los hombros.
"Gracias, John," murmuró ella, envolviéndose en el cálido tejido.
"No tienes que agradecérmelo," respondió él, con un tono suave.
Por un rato, ninguno dijo nada.
No había necesidad de llenar el momento con palabras.
El sonido del viento entre las ramas y la lejana actividad del campamento eran suficiente banda sonora para su compañía.
Rachel cerró los ojos, disfrutando de la calma y del sutil aroma a madera y jabón que el abrigo de John tenía.
Por su parte, él la observaba de reojo, con una mezcla de ternura y admiración.
Era una mañana sencilla, pero para ambos, ese pequeño instante de paz era invaluable.
Después de un rato, Rachel y John regresaron al campamento.
Al entrar en la carpa, se encontraron con una escena que apenas pudieron procesar.
Alexander estaba en el suelo, todavía enredado con su manta, mientras Lafayette y Hércules reían a carcajadas.
Lafayette, sin embargo, dejó de reír en cuanto vio a Rachel.
Se levantó con rapidez y se dirigió hacia ella con una expresión que mezclaba dramatismo y venganza, pero antes de que pudiera decir o hacer algo, John se interpuso en su camino.
"Tranquilo, francés. Fue solo una broma," dijo John con una sonrisa burlona, sosteniéndolo por los hombros.
"¡¿Solo una broma?! Esa pluma casi me mata de un estornudo," replicó Lafayette, señalando a Rachel con indignación.
Rachel, fingiendo inocencia, se encogió de hombros.
"No sé de qué hablas, Lafayette. ¿Dormiste bien?"
Hércules, entre risas, interrumpió:
"No fue solo eso. Cuando estornudó, yo me desperté tan asustado que grité, lo que hizo que Alexander se cayera de la cama."
"¡Y se estaban burlando de mí mientras yo intentaba levantarme!" protestó Alexander desde el suelo, con el cabello revuelto y la dignidad hecha trizas.
La escena era tan ridícula que todos, incluso Lafayette, terminaron riéndose.
Después de que todos se alistaron, salieron de la carpa.
El campamento estaba ya en pleno movimiento, con soldados preparándose para el día.
La presencia de Rachel no pasó desapercibida, y la mayoría de los hombres la saludaban con sonrisas coquetas y comentarios que, aunque no eran irrespetuosos, hacían que John frunciera el ceño con evidente incomodidad.
"¿Por qué me están mirando así?" preguntó Rachel, divertida, al notar la tensión de John.
"Porque..." John se detuvo, buscando las palabras correctas.
"Porque eres la única mujer en todo este campamento, cariño," respondió Lafayette con una sonrisa burlona, dándole un codazo a John.
"No estoy celoso," murmuró John por quinta vez, aunque su tono de voz no era muy convincente.
Alexander aprovechó la oportunidad para burlarse.
"¡Claro que no! Solo miraste mal a seis tipos en menos de diez minutos."
"Ya cállate," respondió John, cruzándose de brazos.
De pronto, John vio a Burr a lo lejos y recordó algo.
Girándose hacia Alexander con una sonrisa traviesa, dijo:
"Oye, todavía tienes un reto pendiente."
Alexander palideció.
"¿Qué reto?"
"El beso a Burr. Tu llegaste al último, no puedes escapar."
Antes de que Alexander pudiera protestar, Hércules y Lafayette comenzaron a vitorear, animando a Alexander a cumplir con el castigo.
Los demás soldados, al escuchar los gritos, se unieron al coro, creando un pequeño espectáculo.
Con un suspiro resignado, Alexander llamó a Burr, quien se acercó con el ceño fruncido, claramente desconcertado.
"¿Qué sucede aquí?" preguntó Burr, mirando a su alrededor con cautela.
Sin decir una palabra, Alexander se inclinó y le dio un rápido beso en la mejilla.
Los vítores se transformaron en abucheos y risas.
Burr, aún más confundido, miró a Alexander como si este hubiera perdido la cabeza.
"¿Por qué me besaste? ¿Qué les pasa a ustedes?"
Antes de que alguien pudiera responder, un sonido claro de alguien aclarándose la garganta rompió el caos.
Todos se giraron al instante, congelándose al ver al general George Washington observándolos con los brazos cruzados y una expresión mezcla de paciencia y cansancio.
"Si no nos movemos, no puede vernos," murmuró Hércules, intentando esconderse detrás de Lafayette.
"Por supuesto que los veo," respondió George con voz seca, su mirada fulminante recorriendo al grupo.
Rachel, sin perder el ritmo, dio un paso al frente con una sonrisa radiante.
"Es una linda mañana, ¿verdad, George?"
El general suspiró, rodando los ojos.
"¿Qué estaban haciendo ahora?"
El grupo intercambió miradas rápidas, buscando a alguien que pudiera dar una explicación razonable.
Finalmente, fue Lafayette quien habló:
"Estábamos... fomentando el compañerismo, mon général."
George los miró en silencio durante unos segundos, claramente no convencido.
"Les daré una oportunidad de redimirse: prepárense para un día lleno de trabajo. Y si vuelvo a ver algo como esto, serán ustedes quienes limpien las letrinas."
El grupo asintió rápidamente, prometiendo comportarse.
Pero cuando el general se alejó, Rachel murmuró lo suficientemente bajo para que solo ellos la escucharan:
"¿Qué tan difícil sería limpiarlas?"
La risa que siguió hizo que John se llevara una mano a la cara, mientras Hércules ya planeaba una nueva broma para más tarde.
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