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II

Hace un año había tenido grandes planes de asistir a la Universidad en mi ciudad natal. Tenía un genial e impresionante record de notas, y había soñado con convertirme en química forense, una de esas nerds sorprendentemente geniales que ves en los programas policiacos, la que siempre está estudiando muestras bajo un microscopio y resolviendo el crimen del día.

De todos modos, hace cerca de cuatro meses, mis planes de ese perfecto futuro habían cambiado. Drásticamente.

Culpo a mi ex novio. Quizá fue en parte culpa mía también por ser demasiado abierta sobre decirle a todos a dónde quería ir a la universidad y lo que quería ser. Si me hubiese quedado, él sabría exactamente dónde buscarme. Eso significó que la posibilidad de ir allí quedaba descartada.

Si hubiese rechazado de una a Lee Jae Wook ese día fatídico de mi primer año de secundaria cuando me invitó al parque de diversiones, nunca hubiéramos salido, nunca se habría obsesionado, y yo habría podido ser capaz de evitar todo esto.

Era gracias a él que me encontraba aquí, oculta al otro lado del país, viviendo en la azotea sobre la fría casa de mis tíos. Mi vida en los pasados meses no había sido como había imaginado que sería mi primer año de universidad. Pero en serio, nadie había tratado de matarme aquí, así que supongo que no podía lloriquear y quejarme demasiado.

Después de la primera ronda de clases, tenía una hora libre antes de la siguiente. Pasé ese tiempo en la biblioteca. Ya que había sido contratada allí como estudiante asistente, todavía necesitaba hablar con mi nuevo supervisor sobre el horario. Así que lo hicimos, y estuve feliz de saber que podía hacer todo mi trabajo durante el día entre clases. Dejé mi reunión improvisada con diez minutos sobrantes para encontrar mi salón de cálculo.

Mi profesor se lanzó derecho sobre las ecuaciones tan pronto como revisó el plan de estudios. Era un loco de los números, lo que me recordaba mucho a mi papá. Eso me puso un poco nostálgica. Para el momento en que nos dejó ir, el grupo de la siguiente clase se había reunido en el pasillo y estaba lista para entrar.

Corrí tratando de darme prisa desde mi asiento y llegar a humanidades. Pero tan pronto como me levanté y di dos pasos en el pasillo entre las hileras, una de las correas que colgaba de mi mochila quedó atrapada en una silla cercana y volteó la mochila, derramando todas mis pertenencias al suelo.

Horrorizada me agaché y agarré frenéticamente mis carpetas, bolígrafos y pedazos sueltos de papel con garabatos embarazosos en ellos. Descuidadamente metiendo cosas en mi mochila, estaba tan ocupada viendo lo que hacía que no puse atención hacia a dónde iba. Cuando me puse de pie, no vi al chico viniendo por el pasillo para encontrar un asiento. No lo noté hasta que me estrellé contra él, embistiendo a mi mochila contra un estómago firme.

Él gruñó de dolor, y yo grité por la sorpresa.

Perdiendo el control de mi mochila, cayó todo en el suelo. De nuevo. Nota mental: Cerrar la cremallera de mi maldita mochila la próxima vez.

—Lo siento. Lo siento —me apresuré, agachándome para recuperar todo de vuelta. —, no te vi. Lo siento tan...

Miré hacia arriba y olvidé lo que iba a decir.

A unos catorce metros me había robado el aliento. A tres metros, había estado lista para tener sus bebés. A menos de un paso separándonos en ese estrecho pasillo entre los escritorios, me encontraba sobre mis rodillas delante de él.

¿Necesito decir más?

—Maldición —soplé para mí misma.

No se suponía que estuviera aquí. De acuerdo, tal vez sí. No sabía cuál era su horario de clases. Pero ciertamente no se suponía que estuviera tropezándome con él... o sentándome sobre mis rodillas frente a él con mi cara a escasos centímetros de su...

Esto tenía que ser una broma.

Jungkook me miró tan sorprendido como yo.

—Lo... siento... disculpa —repetí mientras trataba de alcanzar mis cosas e inadvertidamente me acercaba a su entrepierna para levantar un puñado de papeles sueltos.

Se tambaleó hacia atrás, desalojando dos de mis libros de texto que habían aterrizado en sus botas.

—¿Estás bien? —Me mordí el labio mientras levantaba la mirada esperando verme tan apenada como me sentía. Pero mirarlo era una gran distracción. Estaba tan sin aliento, que probablemente sonaba como una operadora de emergencias cuando le dije—: Lo lamento.

Tenía el aspecto de un salvavidas con su complexión delgada pero con la parte superior más amplia. Su cara era su característica más atractiva. Su increíble piel tersa hacía que el blanco de sus ojos y sus dientes perfectos se destacaran. Inserten un suspiro de ensueño aquí, porque su color peltre brillante me recordaba a un cielo nublado antes de una lluvia suave.

—Estoy bien. —Me dio una sonrisa tensa. Una sonrisa del tipo "aléjate de mí porque hueles mal".

Oh, Dios. Lo repugno.

Finalmente se agachó y recogió los libros que se hallaban tendidos a sus pies. Cuando me los dio, murmuré—: Gracias.

Sin querer -sí, sin querer- mi mano rozó la suya mientras tomaba mis libros. Chispas de electricidad se dispararon por mi brazo. Jadeé y me eché hacia atrás rápidamente, sorprendida -literal y figurativamente- por la corriente que crepitaba entre nosotros.

Necesitando saber si él también lo había sentido, levanté la mirada y aparté el cabello de mi cara, sólo para descubrir cuán tenso e incómodo se veía. Su rostro se había ensombrecido hacia un rojo apagado como si estuviera sosteniendo el aliento para evitar olerme. Tal vez él no había sentido las chispas. Tal vez pensaba que la manera en que aparté mi mano de su toque magnético fue ruda. Ciertamente parecería descortés. Así que abrí la boca para disculparme una última vez, pero se dio la vuelta sobre sus talones y se deslizó en la silla más cercana, evitándome al mismo tiempo que me daba un camino abierto hacia la salida, así podía dejarlo en paz.

Parpadeé, decidiendo que él era aún más rudo que yo. ¿Podría un simple "está bien", haberlo matado? Lamentaba mucho haberme estrellado contra él.

—Idiota —murmuré tan pronto como salí del salón y escapé.

Supongo que podía darle el beneficio de la duda. De todos modos había sido yo quien le chocó y botó un montón de libros a sus pies. Él en realidad había sido lo suficientemente amable para agacharse y levantarlos por mí. Y sólo porque un chico no era bueno en toda la cosa de la comunicación y lo de "te disculpo", no lo hacía automáticamente un idiota. Pero pensar en él como un idiota asentaba mi ego de forma más agradable.

Así que sí; era un idiota.

Por suerte el resto de mi día estuvo libre de derrames. No vi a Jungkook el idiota de nuevo. Y nadie trató de apuñalarme hasta la muerte. Diría que eso es progreso.

El clima se había calentado considerablemente desde que dejé mi habitación en el patio trasero esa mañana. Estaba tan tentada a tirar de mi cabello en una cola de caballo para atrapar un poco de la brisa que mis dedos de hecho dolían por las ganas de comenzar a tomar mechones sueltos. Excepto que la cicatriz en mi nuca seguía muy fresca. Sólo cuatro meses. Cada vez que veía su reflejo en mi espejo, la herida se roja y fea. Así que las colas de caballo estaban completamente fuera de discusión. Si las personas la veían y hacían preguntas, podrían descubrir una de mis mentiras y saldría la verdad. Eso no podía pasar. Nunca. Así que continué ocultándola cada día usando mi cabello suelto.

Eran casi las cuatro de la tarde cuando regresé a casa.

Los padres de Nayeon habían sido asombrosos al dejarme quedarme en su casa. Había estado preocupada de que todo el mundo me alejara como si fuese una plaga por la amenaza de muerte de Lee Jae Wook cerniéndose sobre mi cabeza. Yo era peligrosa estando cerca. Pero ellos me habían recibido cuando más los necesitaba. Además, no tenía que pagar renta, recibo del agua o electricidad. La vida -en ese sentido- era bastante espectacular.

Pero tan pronto como entré a mi cuarto en la azotea, quedé congelada.

El periódico que había traído el fin de semana para buscar un par de trabajos de medio tiempo ya no se hallaba en la mesa del desayunador doblado ordenadamente donde lo había dejado esta mañana. Las páginas estaban abiertas y esparcidas sobre el suelo mientras que una página colgaba a la mitad de la mesa.

Alguien había estado en mi apartamento.

El miedo me paralizó en oleadas surrealistas. Había entrenado para esto, pero en ninguno de mis cursos de defensa personal el entrenador había dicho que me quedara congelada como una estúpida cuando la amenaza de peligro crecía.

Finalmente sacudí la cabeza negándolo. No podía haberme encontrado. Todavía no. Seguía al otro lado del país con ninguna idea de con quién o dónde estaba. ¿Cierto?

Traté de salir del apartamento; me dije a mí misma que corriera. Pero mis pies no se movían. Sólo me quedé allí, demasiado asustada para moverme, gritar, o incluso pensar. Entonces una corriente de aire entró por la ventana provocando que el último pedazo de periódico se elevara fuera de la mesa y volara por la habitación hasta caer encima del actual desorden en el suelo.

Un sollozo de alivio gritó desde mis pulmones mientras me cubría la boca y me desvanecía contra el marco de la puerta. No era un intruso. Sólo mi omisión de cerrar las ventanas esta mañana. Menos mal.

Me quedé allí por diez segundos, tratando de luchar contra la sobredosis de adrenalina en mi sistema. Pero sentía ojos mirándome desde cada esquina, así que salté y decidí que no me lastimaría hacer una rápida revisión por el apartamento para asegurarme de que no merodeaba nadie. Después de lo que había sobrevivido, era inteligente permanecer paranoica.

Pero incluso después del episodio del periódico que me dejó nerviosa, no podía darme el lujo de no contestar las llamadas provenientes de números desconocidos. Así que más tarde esa noche cuando mi teléfono sonó, contesté manteniendo la voz baja y difícil de distinguir, pero todavía con la esperanza de que fuera alguien contactándome por un trabajo.

Así fue. Mi puesto como ayudante en la librería de la universidad sólo cubría diez horas a la semana. Mamá y papá pagaban la matrícula y enviaban un subsidio mensual, pero es que la vida es horrorosamente cara, por decir lo menos. Un trabajo con un sueldo mínimo no sonaba como si fuera a poder cubrir mis gastos. Así que sí, me emocionaba escuchar a Kang YuNa; una madre soltera con una pequeña de trece años que tenía un trabajo de tiempo completo en una maquiladora. Pero también trabajaba tres noches por semana como personal de limpieza en un museo y entre turnos cortaba cabello. La señora necesitaba desesperadamente ayuda de alguien que pudiera cuidar de su hija.

—También sé RCP y tengo entrenamiento de primeros auxilios—agregué al final de mi entrevista telefónica, sólo para parecer aún más impresionante—, trabajé como auxiliar en una clínica cuando estaba en secundaria, así que si tiene una emergencia, sé cómo reaccionar.

—Suenas más calificada que otras solicitantes que hemos tenido. ¿Puedes empezar el miércoles?

Lanzando un puño al aire sacudí todo mi cuerpo de la alegría mientras que en voz alta, me quedé mucho más profesional. —Claro. Siempre que me necesite.

Y así tuve dos trabajos para el semestre. Estaba muy emocionada al respecto... hasta que llegué a la casa de la señora Kang.

Les mando un beso tronado.

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