Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

───🩸‧₊ 『𝓒𝑎𝑝𝑖́𝑡𝑢𝑙𝑜 𝑉𝐼𝐼𝐼: 𝓣𝑒𝑛𝑔𝑜 𝑚𝑖𝑒𝑑𝑜』

.........................
♞ 𝒜 𝑛𝑜𝑡 𝑠𝑜 ♞
𝑓𝑎𝑖𝑟𝑦 𝑡𝑎𝑙𝑒 𝑝𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡𝑠...
📜—𝕴 𝖍𝖆𝖛𝖊 𝖋𝖊𝖆𝖗

❛ 𝐷𝑒𝑐𝑖𝑟 𝑙𝑎 𝑣𝑒𝑟𝑑𝑎𝑑 𝑛𝑜 𝑡𝑒 ℎ𝑎𝑐𝑒 𝑐𝑜𝑏𝑎𝑟𝑑𝑒 𝐺𝑢𝑖𝑛𝑒𝑣𝑒𝑟𝑒,
𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑙𝑜 𝑐𝑜𝑛𝑡𝑟𝑎𝑟𝑖𝑜.
𝐿𝑎 𝑣𝑒𝑟𝑑𝑎𝑑 𝑒𝑠 𝑓𝑢𝑒𝑟𝑧𝑎.
𝐹𝑢𝑒𝑟𝑧𝑎 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑣𝑎𝑙𝑖𝑒𝑛𝑡𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 ℎ𝑎𝑐𝑒𝑛 𝑙𝑜 𝑛𝑒𝑐𝑒𝑠𝑎𝑟𝑖𝑜
𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑎𝑐𝑒𝑝𝑡𝑎𝑟𝑙𝑎 𝑦 𝑎𝑓𝑟𝑜𝑛𝑡𝑎𝑟𝑙𝑎. ❜

↳ ੈ 𝑇𝘩𝑒 𝑡𝑎𝑙𝑒 𝑜𝑓 𝑡𝘩𝑒 𝑏𝑒𝑔𝑖𝑛𝑛𝑖𝑛𝑔🍺‧₊˚ ┊͙

—𝖁𝕴𝕴𝕴—

𝐓𝐎𝐃𝐎𝐒 𝐇𝐀𝐁𝐈́𝐀𝐍 𝐏𝐄𝐑𝐄𝐂𝐈𝐃𝐎 𝐌𝐄𝐍𝐎𝐒 𝐄𝐋 𝐕𝐀𝐑𝐎́𝐍 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐂𝐈𝐂𝐀𝐓𝐑𝐈𝐙, su acompañante finalmente hizo amago de incorporarse —si bien con recelo— pero finalmente Arke le dio un golpe en la cabeza que lo dejó dormido en un santiamén. Aún así, Guinevere no se tranquilizó y observaba aquel rostro misterioso, intentando localizar pequeños fragmentos de sus recuerdos, coincidir en algún momento donde podría haber visto aquella cara tan familiar y parecía que el hombre era consciente de ello pues no le había quitado la mirada de encima, la mayoría de las veces era una mirada infame, llena de odio y cargada de recuerdos. Recuerdos que a ella misma le desquiciaba no recordar y todo se le hacía borroso como una nube en los ojos.

—¿No te acuerdas de mí, niña? Has crecido bastante, he de ser sincero con ello pero veo en ti la misma cría perdida no muchos años atrás en aquel pueblecito del norte. Supongo que de eso si te acordarás, ¿no, pequeña Guinevere? —Al pronunciar su nombre con una sonrisa cargada de desdén fue el detonante para que el cuerpo de la muchacha sufriera un escalofrío pertubador. Los recuerdos le vinieron pues esa sonrisa la recordaba a la perfección, despertó del borroso sueño para enfrentarse a la auténtica pesadilla. Al auténtico horror de recordar quién era aquel hombre y se trataba de uno de los soldados que participaron en la ejecución de la familia de Guinevere.

El hombre soltó un suspiro al ver como los ojos de la chica se abrían como platos a punto de estallar.

—Es curioso como una sonrisa puede calar tan ondo en una persona.

—No fue tu sonrisa el detonante de mis pesadillas sino lo que tus sucias manos hicieron con mi familia. —Se atrevió a decir Guinevere, sintió que tensaba la mandíbula tan fuerte que parecía que le iban a estallar los dientes a medida que la furia y la ira reclamaba armas y muerte. Se llevó las manos hacia atrás en busca de la daga mágica, quería que aquel malnacido sufriera como ella sufrió al verlo matar a su familia. Quería justicia.

—Ni se te ocurra. —Danton la fulminó con la mirada pero apaciguó su voz con un acto de piedad pues sabía cómo se sentía, él también había visto a aquel hombre asesinar a sus seres queridos. —Esa daga solo debe de ser utilizada cuando la situación lo requiera y no para matar a un humano. Tú no la controlas a ella, ella te controla a ti así que más te vale usarla debidamente. Probemos con los juguetitos que hemos traído. —Guinevere lo paró en seco cuando intuyó las intenciones de Danton con un mangual en la mano y en la otra, la espada acercándose a aquel hombre pero si la muchacha tenía claro una cosa es que ese iba a ser su primera víctima.

—Él es mío —dijo ella, posando sus ojos fríos como el hielo en la mirada bastarda del asesino. Arke como siempre la intentó detener pero era demasiado orgullosa como para detenerse y obedecer las órdenes de un brujo. Leoric y el gato contemplaban el ambiente en busca de algún indicio de peligro por mano de más soldados pero lo único que encontraron eran cadáveres. Algunos heridos sin fuerzas para levantarse—. La sangre que derramaste me pertenece, pérfido canalla. Ahora derramaré aquí la tuya.

El hombre cuadró los hombros ante ella con el arma en la mano, escupió en el terreno ensangrentado como acto de arrogancia y apretó los labios.

—Voy a romperte el culo, niñata engreída. Debiste de haber obedecido a Rumpelstiltskin cuando este te dio la oportunidad de marcharte. Tu familia está muerta por tu... —hizo amago de continuar pero Guinevere gritó y se abalanzó hacia él con su amiga, su mayor confidente durante tantos años de soledad y sombras. La espada. La única madre, amigo y padre que le quedaba. Ya no era dueña de sí misma, sus pesadillas le nublaban la mente, sus miedos le revolvían el estómago, sus recuerdos nublaban sus ojos pero ahora con una nube llena de odio, sangre y rencor.

Dolor. Odio. Rencor. Sangre. Sí, ese era las palabras del himno que despertaba a la bestia. La misma que hizo que Danton se precipitara a una muerte segura pero esta vez, Guinevere sabía que, o moría aquel hombre o moría ella y en aquel estado de ira todo era posible.

—¡Cállate! —Guinevere era rápida pero el hombre más fuerte. Jugó a su favor la velocidad pero no su concentración, no era dueña de sí misma y el hombre arrugó el entrecejo, entre divertido y sarcástico al ver el rostro de la chica cargado de furia. Pero ella no se rindió, siguió un patrón con su afilada aliada: cabeza, pecho, cabeza, vientre, cabeza, pies. El hombre lo esquivaba todo con una vil sonrisa hasta que llegó el momento de su ataque propinándole un fuerte codazo a Guinevere en la nariz que no tardó en sangrar como ríos carmesíes mientras caía de bruces.

—¡Guinevere! —gritó Arke acercándose a ella pero Danton lo detuvo pues sabía que aquella lucha era algo personal para Guinevere. Él ya se había saciado y, ahora le tocaba a ella. El brujo obedeció a regañadientes.

—Se suponía que me ibas a derramar la sangre, no yo la tuya. Puede que ese elfo haya crecido y se haya convertido en un feroz guerrero después de ser un puto comemiedas —Se agachó mirando a Guinevere con una sonrisa torcida, esta sintió como Danton apretaba los dientes—: Pero, ¿y tú? De niña inútil a niña estúpida y orgullosa, que cambio más ingenioso, ¿no crees? —Sus dedos acariciaban el filo de su espada como lo hace un príncipe al acariciar la suaves telas de su alcoba.

Había mostrado una gran fuerza pero Guinevere aprovechó la ocasión para levantarse a una velocidad que solo una muchachita desesperada puede tener y le puso la espada en el cuello pero este también hizo lo mismo, enarcando una ceja.

—Estamos en igual de condiciones, niña. —Guinevere sonrió tras esas palabras, lo quería justo donde quería, tan solo tenía que acorralarlo para que no se escapara. Algo había atisbado de reojo cuando se cayó, algo que el chico de la cicatriz no atisbó al estar prestando toda su atención en ella. Un hombre se había levantado del suelo y había cogido un hacha para atacarla.

—Ahora no. —La muchacha a una velocidad veloz y con una fuerza descomunal le clavó la espada en una mano, dejando que esta quedara impregnada en el suelo. El cicatrizado fue consciente de la situación y vio como su compañero se aproximaba hacia Guinevere —que estaba justo delante de él, en rodillas— con los ojos desorbitados y hacha en mano, vociferando y alzando un gran arco en el aire con su bestial arma—: ¿Sabes cuál fue tu error? —El hombre no contestó, intentando zafarse la mano que seguía incrustada entre el terreno húmedo y la espada pero lo único que conseguía era abrirse más la carne, enseñando poco a poco sus músculos y sus huesos rotos. Guinevere aprisionaba la espada mucho más fuerte y a medida que la fuerza del hombre aumentaba, el odio de ella también lo hacía y siendo consciente sus ojos esquivos, continuó—: No enseñarles a tus palurdos hombres que del mismo modo que alguien coge una enorme piedra para hacerse el grandullón, este siempre llegará a cansarse y la piedra terminará venciéndolo, escachándolo por completo como a una mosca —hizo una pausa, controlando los pasos del guerrero que se acercaba, si no se quitaba ya, ella sería la siguiente víctima, un paso mal calculado podría costarle la cabeza—. Y no cesará, y no cesará, y no cesará... hasta que haya llegado a su destino.

El hombre deseaba incrustarle el hacha a la muchacha y proteger a su más fiel compañero pero en un ápice de momento en el que todo se vuelven segundos incontrolables, la ira se apodera de la mente y el objetivo está a pocos momentos, los pasos se vuelven quebradizos y el camino da un rumbo distinto. El de la cicatriz al ver lo que quería decir con eso la miró con furia, dando sus últimos movimientos desesperados por zafarse pero...

—Tu peor error fue llamarme niña. Tu peor error fue matar a todas esa gente inocente. A mi familia —pronunció como sentencia final, apartándose del camino de aquella bestia y su presa sin dejar de mirar a los ojos desesperados de uno de los asesinos de su familia. El peso del arma al igual que la piedra se apoderó del portador. Y llegó a su destino. El hacha se incrustó en la cabeza de su víctima, abriéndole el cráneo y una gran raja carmesí fue la puerta principal para dar paso a los sesos que salieron a mares en la frente partida de aquel hombre. Su compañero miró horrorizado lo que le había hecho a su jefe y gritó, dirigiéndose de nuevo hacia Guinevere con una furia abismal en sus ojos.

—¿¡Qué me has hecho hacer, maldita arpía!? —Se lanzó sobre ella pero Guinevere ya no era Guinevere. Dolor. Odio. Rencor. Sangre. El himno resonaba en su cabeza con la fuerza de mil martillos, el sonido le provocaba dolor de cabeza pero seguía erguida, contemplando la justicia y a aquel portador inservible medio moribundo y perdido. Se lanzó sobre ella pero Guinevere aprovechó ese lapso de tiempo para sacarle la espada de la mano al muerto y le clavó parte de la punta en el cuello del desafortunado. Luego le dio una patada en el pecho, perdió el equilibrio y Guinevere se cernió sobre él, sentada sobre su pecho y con la ira desbocada le incrustó la espada en su corazón. Una vez, luego otra y otra. Incluso cuando el corazón de la víctima dejó de latir seguía haciéndolo. Sus mejillas se tiñeron por el esfuerzo y el odio pero también por la sangre que salía a una velocidad precipitada para incrustar de lleno en su cara, manchándola por completo como un látigo ardiendo.

Arke se acercó a ella lo más rápido que pudo y se puso de rodillas, al lado del cuerpo muerto y su compañera. Sujetando sus manos para que cesaran.

—¡Ya basta Guinevere! ¡Está muerto! —Ella reaccionó, el himno de su cabeza había desaparecido. La bestia ya no la dominaba, volvía a ser ella pero el dolor de cabeza era aún más fuerte. Horrorizada por lo que había hecho miró a Arke, luego a Leoric y su recorrido terminó con el gato y Danton. Que la miraban atónitos.

—¡No me toques...! —Fue lo único que dijo, apartando las manos de Arke de sus brazos, sacó la espada del pecho, la limpió con un sutil movimiento de manos y la envainó en su cinturón. Vio que Acherón que la esperaba detrás de los árboles y corrió hacia él mientras sentía que sus ojos le ardían, dispuestos a devorarla con rocíos de su alma atormentada. Subió a su montura y se dispuso a emprender la marcha hacia el lago Kaaden que había dicho el felino, no quería mediar palabra alguna, tan solo quería soledad —otra de sus compañeras más fieles junto con Acherón y su espada—. Quería sentir la fría agua llenarla de vigor, quitarle los pecados que había cometido al hacer aquella carnicería. Sabía que no podría liberarse pero al menos la sensación de estar bajo el agua, le reconfortaba.

𝐒𝐈𝐓𝐔𝐀𝐃𝐎 𝐄𝐍 𝐔𝐍 𝐕𝐀𝐋𝐋𝐄 𝐀𝐋𝐏𝐈𝐍𝐎 𝐂𝐎𝐍 𝐒𝐎́𝐋𝐈𝐃𝐀𝐒 𝐂𝐈𝐌𝐀𝐒, el lago Kaaden era la joya sureña del reino Aphaea, todos los visitantes que llegaban de otros reinos les daba la bienvenida con una cálida sonrisa pero en ese momento, tan solo recibió el rostro demacrado de la muchacha, Arke pudo conseguir caballos pero solo lo acompañó Leoric. Danton y el felino se habían quedado atrás para recoger los cuerpos y regresarían con ellos por la noche, no obstante, ninguno de ellos siguió el ritmo de Guinevere, sabía que la muchacha deseaba el silencio más que nunca y, si antes apenas hablaba, ahora lo haría menos.

El inverosímil lago era del mismo tamaño que el mediano bosque que había dejado atrás y, albergado en lo más profundo del terrenal sur, era un precioso tesoro para una noche de descanso, camuflado por el ambiente que irradiaba una paz bonancible, rodeado de aguas oscuras y calmas que recibían pequeñas ondas con la brisa sobre la superficie cristalina.

Ya el sol se había despedido bañándolos con los últimos rayos de día, la noche se cernía y Guinevere aprovechó cuando los demás dormían para no formar parte el mundo aunque sea en un breve pero intento tiempo.

Llegó hacia un frondoso y verdoso árbol que crecía y crecía en la humedad del lago. Cuando vio que todo estaba en quietud, se despojó de sus ropajes y los depositó al lado del gran tronco, la espada la escondió debajo de la vestimenta.

La brisa acariciaba con sus dedos invisibles su espalda desnuda. Sintió un escalofrío cuando metió los pies en el agua helada pero seguía con la mirada firme, mirando hacia delante pero al mismo tiempo, hacia la nada. El paraje estaba bañado por la luz de la luna pero otro escalofrío recorrió sus pezones cuando el frío le regalaba un dolor perpetuo en sus partes más delicadas y aún así, dejó que cada milímetro de aquel portento natural la albergara por completo, se acostumbró a ese estado, metiendo la cabeza debajo del agua. Llevó la vista hacia arriba y vio un paraje borroso acompañado de un destello fugaz de la luna como si hubiera bajado uno de sus brazos celestinos para llevarla hacia el cielo pero después de aquello, temía ir al infierno.

Recordó los ojos desorbitados del hombre con la cicatriz cuando el hacha le abrió la cabeza, recordó cuando su propia cara recibió gotas calientes del corazón de la víctima. De su víctima. Ella los había matado. Sintió una oleada de alivio cargada de culpabilidad al saber que había hecho justicia pero a consta de manchar sus manos, de convertirse en uno de esos seres que tanto temía: en un monstruo. Recordó cuando ese asesino le arrebató a su familia, sonriente tras la orden que le había dado Rumpelstiltskin, cegado por conseguir poder, por demostrarle a aquel ser malvado lo que podía llegar a hacer. Y ella había caído en el mismo error. Quería valerse por sí misma pero, ¿a qué precio? Ya había sangre en sus manos. Gritó tan fuerte debajo del agua pues sabía que solo ella podía oírse. Intentó cerrar los ojos pero volvía a ver los rostros demacrados de sus familiares, de sus víctimas. Gritó de nuevo, una y otra vez, aplacando esa tristeza, desahogando su dolor con los ojos abiertos, contemplando la vida marina que se cernía ante ella.

Al salir se sentía mejor, el frío la ayudaba a pensar más abiertamente pero el dolor seguía ahí y sabía que siempre la acompañaría hasta que muriese pero algo le interrumpió los pensamientos, justo en el árbol había un zorro que había agachado la cabeza como si estuviera durmiendo largo rato justo cuando Guinevere se percató de su presencia, bañado por la luz celestina. Ella se alivió al ver que se trataba de un animal.

«Tan solo es un zorro» pensó, pero sus ojos se abrieron como platos por un pensamiento que rondó sobre su mente y se llevó las manos hacia su cuerpo tapando todo lo que podía de su desnudez mientras salía del lago sin apartar la vista de aquel animal.

«Que sea un zorro de verdad y no ese...»

—No, no... Tan solo es un zorro —dijo, meneando la cabeza para que sus pensamientos desaparecieran. Luego agudizó la vista hacia él cogiendo la ropa con sumo cuidado y tapándose aún más, se hizo el silencio mientras lo contemplaba para ver que hacía y para su sorpresa cuando pasó un pequeño rato, el zorro abrió un ojo y lo volvió a cerrar al saber que Guinevere lo estaba observando todavía.

—Dime que no eres el brujo, zorro —murmuró Guinevere.

—No lo soy —respondió el zorro y Guinevere sintió cómo sus mejillas se teñían de rojo y ni siquiera la luz de la luna podía disimularlo.

—¡Eres un miserable! —exclamó, indignada—. ¡Date la vuelta ahora mismo!

Arke se transformó en humano e intentó calmar a Guinevere con las manos hacia delante.

—Oye, mira. No es lo que parece. Realmente estaba aquí para hacer guardia mientras tú, bueno, ya sa...

¡Zas!

No terminó de decir la frase y Guinevere con su mano libre le dio una bofetada tan grande que su eco resonó por todo el prado varias veces.

—¡Au! —Arke se llevó sus manos a su mejilla roja y dolorida—. Admito que me lo merezco porque a veces soy un cabezota pero no abrí los ojos ni un momento. —Se apartó un rojo mechón rebelde de pelo de los ojos dando un suplido. —Estoy aquí para hablar contigo, te lo prometo. —Esta vez, su mirada era sincera.

—¿Cómo que no abriste los ojos? Tenías uno abierto cuando te descubrí —se defendió Guinevere, mirando sus ropajes, muy avergonzada—. ¿Te importa?

Arke observó la ropa y asistió. Dándose la vuelta mientras se explicaba.

—Estos prados rebosan de mosquitos. Los muy cabrones me querían picar y tuve que abrir un ojo para ver lo que tramaban con su diminuta puntita de diablillos.

Guinevere no lo hacía caso y se ponía la ropa a una velocidad vertiginosa, observando cada dos por tres a aquel brujo. Cuando le dijo que ya podía observar, se acercó a ella y esta le dio otra bofetada.

¡Zas!

—¡Au! —El brujo se llevó una mano hacia su otra mejilla, ahora curioso—. Me gustaba más cuando me pegabas desnuda pero, ¿a qué ha venido eso?

—Por zopenco. No debiste haberme lamido antes. No me  lo vuelvas a hacer.

—¿Así que aún lo recuerdas, eh? Eso quieres decir que te gustó mi lamida zorruna. —Arke esbozó una tímida sonrisa al recordarlo mientras se le enarcaba una ceja, intrigado pero no paraba de acariciarse la mejilla. Hacía unas muecas de dolor muy curiosas que divertía a Guinevere—. Tomo nota, de hecho, creo que me tatuaré la advertencia.

—¡Ja! No sé donde.

—En alguna parte donde nadie pueda verlo.

—Demasiado grande para la verga de un zorro.

—No tanto para la de un brujo.

—Mira, guardate esa información para tus queridas, a mí no me metas en esto. Y para tu información recuerdo esa parte porque ese momento me asqueó por completo. Un momento que deseo olvidar cual cateto —advirtió ella refiriéndose a él, sentándose en la fina hierba mientras sus ropajes secaban su piel. Arke se sentó al lado de ella pero no hizo amago de detenerlo.

—Se te ha pegado el estilo poético al estar mucho con el soplagaitas de Leoric. Y si te soy sincero, no tengo amantes ni nada de eso, las chicas no saben apreciar mi talento.

—Las entiendo por eso no quiero estar mucho tiempo contigo, no vaya a ser que me pegue tu estupidez.

Guinevere no pudo evitar reírse mentalmente por aquello y Arke cómo si pudiera oír sus pensamientos sonrió también. Su sonrisa, esta vez, tenía un atisbo de tristeza acompañada de un suspiro mientras dirigía su mirada hacia el lago, con una visión perdida.

—¿Quieres hablar de ello? —dijo a modo de suspiro. —De lo que pasó antes...

Guinevere apretó los puños e hizo ademán de levantarse pero Arke le puso la mano en torno a su muñeca y en cuanto ella lo fulminó con la mirada, la soltó.

—Guinevere. —Su rostro se encontraron y la voz de Arke se tornó a seria. Cuando quería, podía callar hasta la mismísima bestia—. Tienes ira alojada en tu interior como una flecha llena de espinas y siento que poco a poco te van hiriendo profundamente. ¿Sabes cómo supe lo que te hizo ese malnacido de Rumpelstiltskin?

Guinevere lo había pensado pero no le dio demasiada importancia porque sabía que todos los brujos eran unos entrometidos aunque le molestó que rompiera una de sus reglas. Realmente quería saber cuánto sabía sobre ella así que declinó su pregunta y preguntó a su vez:

—¿Cuánto sabes sobre mí?

—Lo suficiente para saber lo mal que te sientes. El caos que tienes.

—Pero no es asunto en el que debas de entrometerte. —«Pero a veces ese caos no lo controlo yo, me controla él a mi y estoy asustada» quiso decir.

—Quizás, pero si está en mi mano ayudarte, lo haré porque todos esos sentimientos que tienes tú, los tenía yo hasta que llegó el día en el que tuve que frenarlos. Debes de hacer lo mismo porque sino, acabarás mal, Guinevere.

—Adiós. Tengo sueño. —«Tengo miedo». Era lo que deseaba echar a flote.

Y como si leyera sus pensamientos, sus ojos avellanos la miraron con más dulzura.

—Decir la verdad no te hace cobarde Guinevere, todo lo contrario. La verdad es fuerza. Fuerza para valientes que hacen lo necesario para aceptarla y afrontarla.

—Pues entonces di tú la verdad sobre si tus padres te inculcaron valores lo suficientemente justificables cuando pequeño para no violar mi privacidad metiéndote en mi puta cabeza sin mi consentimiento. —Guinevere se levantó, estaba desbordada, tenía ganas de insultarle, pegarle, odiarle mucho más pero dentro de ella deseaba abrazarlo, sentir el calor de otra persona, recordar lo que se sentía cuando un simple gesto como lo es un abrazo era la esperanza para despertar de una pesadilla, de afrontar un miedo que la carcomía por dentro.

Arke se levantó también. Tenía el cabello revuelto y su gran estatura imponía, pero no para Guinevere.

—Mis padres murieron justo cuando nací. Si te sirve de consuelo, no eres la única amargada aquí aunque si la única que hace la vida imposible a los demás. Eres tóxica. Solo piensas en ti y nada más que en ti. Intento ser amable y ¿para qué? —Levantó sus brazos—. Para que me trates así, como una mierda.

—¿Has dicho que solo pienso en mí? ¡Precisamente en mí! —exclamó indignada—. No sabes nada, porque antiguamente caí en el error de fiarme de los demás y joder, nadie me lo agradecía. Era débil, cobarde y esos valores hacen que los demás se aprovechen de ti.

—¿Y por eso te conviertes en una maldita bruja de cuentos de hadas cuya moral se desvanece por los suelos? —Un músculo palpitó en el cuello de Arke mientras soplaba otro cabello caído.

—No te hagas el brujo sabihondo —escupió Guinevere con frialdad—. Si dices eso es que no sabes nada sobre mí ni siquiera yo sé en lo que me he convertido.

—Precisamente por eso. ¿Cómo puedo confiar en ti si ni tú misma confías en ti? Aunque sé que si te lo propones, puedes dar más.

—¿Acaso te he pedido que confies en mí? Tan dolo déjame en paz. Yo no te pedí que te metieras en mi vida.

—Di lo que quieras pero tú necesitabas estar con gente con la que poder estar, te sentías sola, ¿o me equivoco? —preguntó, con un deje interrogativo en su voz.

—No, gracias —dijo Guinevere—. Prefiero estar sola y ahorrarme disgustos.

—Que hayas vivido una experiencia traumática en tu vida no significa que vuelvas a tenerla.

—¡Fue mas que eso! Pero tú que sabrás...

—¿Qué no sé nada? —Arke sonaba como si le hubiesen entrado ganas de echarse a reír—: ¿¡Qué no sé nada!?

—¡Sí! Lo creo, lo digo, lo sé y no tengo dudas.

El pelirrojo soltó un quejido de frustración mientras se arreglaba aquella mata de cabello.

—He vivido muchas más cosas que tú. Creéme sé de lo que hablo.

—Ya, claro. ¿También sabes lo que se siente al ver como mataron a tus familiares por tu culpa? ¡No, no lo sabes! ¡Porque nunca has vivido esa culpa!

—¡Mis padres murieron por mí! —Frustrado, hizo un gesto negativo con la cabeza— Para salvarme, Guinevere. Es mucho peor saber que tu existencia ha sido posible gracias al sacrificio de tus seres queridos así que te aconsejo que te calles.

—No me mandes a callar —le amenazó ella levantando el pulgar, fulminándolo.

—¿Por qué no? ¿Tú puedes dar ordenes y yo no? Acaso eres especial, tan solo eres una niñita asustada con aires de grandeza —rectificó él.

—Y tú un brujo estúpido —pronunció esta última palabra elevando su voz. Arke tenía un gesto risueño al ver la cara que había puesto la joven.

—Caray. —El brujo se inclinó y se acercó más a ella—. Cómo se nota que eres una ingenua... —Terminó por decir a modo de susurro. Sus rostros estaban muy cerca—... no sabes lo que puedo llegar a hacer.

—Por supuesto, tú eres un maldito mentiroso. Venga, usa tus poderes, hazme una maldición. ¡Atrévete, hazlo! —exclamó, en parte, intrigada— ¡Venga, hazmelo!

Pero Arke se limitó a mirarla curioso mientras jugueteaba con un mechón ya seco de su cabello rubio que danzó sobre la frente de la mozuela. Guinevere lo empujó llevando sus manos hacia su pecho.

—Solo eres un estorbo inútil —Sentenció ella a modo de despedida—. Buenas noches, necesitarás recobrar fuerzas porque mañana será un día muy duro para ti

—Soñaré con una versión buena donde la agradable de Guinevere no me haya empujado y haya aceptado un caluroso abrazo durante el resto de la noche. —Una sonrisa escapó de sus labios y su mirada recorrió el paraje—. Seguiré estando por aquí si me necesitas, la noche es larga y más para los brujos como nosotros. Descansa querida, necesitarás recobrar la suerte porque mañana será un día que la necesitarás y muchísimo, mucho más que yo.

Guinevere le despidió enseñándole la espalda pero lo cierto era que, a pesar del enfado que habían tenido, una parte de ella se había liberado de la realidad y la compañía del brujo le dio a sentir después de tanto tiempo, que no estaba sola y que en el fondo, no deseaba estarlo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro