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───🧝‧₊ 『𝓒𝑎𝑝𝑖́𝑡𝑢𝑙𝑜 𝑉: 𝓓𝑎𝑛𝑡𝑜𝑛, 𝑒𝑙 𝑒𝑙𝑓𝑜』

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♞ 𝒜 𝑛𝑜𝑡 𝑠𝑜 ♞
𝑓𝑎𝑖𝑟𝑦 𝑡𝑎𝑙𝑒 𝑝𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡𝑠...
📜—𝕯𝖆𝖓𝖙𝖔𝖓 𝖙𝖍𝖊 𝖊𝖑𝖋

❛ 𝑇𝑢́ 𝑑𝑒𝑏𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑠𝑒𝑟 𝑙𝑎 𝘩𝑢𝑚𝑎𝑛𝑎 𝑔𝑟𝑢𝑛̃𝑜𝑛𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑒 𝘩𝑎𝑏𝑙𝑜́ 𝑒𝑙 𝑏𝑟𝑢𝑗𝑜 ❜

❛ 𝑌 𝑡𝑢́ 𝑑𝑒𝑏𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑠𝑒𝑟 𝑙𝑎 𝑐𝑟𝑖𝑎𝑡𝑢𝑟𝑎 𝑑𝑒 𝑜𝑟𝑒𝑗𝑎𝑠 𝑝𝑢𝑛𝑡𝑖𝑎𝑔𝑢𝑑𝑎𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑒 𝑚𝑒𝑛𝑐𝑖𝑜𝑛𝑜́ 𝑒𝑙 𝑏𝑟𝑢𝑗𝑜 ❜

↳ ੈ 𝑇𝘩𝑒 𝑡𝑎𝑙𝑒 𝑜𝑓 𝑡𝘩𝑒 𝑏𝑒𝑔𝑖𝑛𝑛𝑖𝑛𝑔🍺‧₊˚ ┊͙

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───𝐁𝐀𝐒𝐓𝐀 —Un hombre esbelto hizo que el gato cesara sus movimientos con tan solo una mano. Guinevere no pudo atisbar sus rasgos pues su rostro estaba oculto bajo una caperuza esmeralda que acompañaba una larga túnica del mismo color. Fina, eficaz y elegante.

Cuando se quitó la capucha, dejó entrever sus majestuosos rasgos. Guinevere se quedó fascinada por la criatura que acechaba en las sombras de aquella vestimenta. Era un elfo. Tenía el cabello largo y rubio oscuro con reflejos dorados como finos hilos áureos de un tierno bordado de neonato. Sus  orejas puntiagudas asomaban a cada lado como rocas empinadas que acechan en las grandes costas. Poseía una nariz fina y un rostro con tez marmórea con rasgos fuertes y varoniles, bien proporcionados como si de una escultura griega se tratara. Pero lo que más le hipnotizó fueron sus ojos, orbes del mismísimo cielo con el mismo brillo sobrenatural que poseen al contactar con las primeras garras de un sol naciente. Brillaban con intensidad, casi se podía decir que eran irreales al igual de fascinantes.

En los cuentos que su madre le contaba, los elfos eran criaturas puras, muchos eran héroes audaces y otros, deidades menores que poseían la fertilidad, muchas veces representados como hombres y mujeres jóvenes con una gran belleza e inteligencia que vivían en los bosques y cuyo don era el vínculo especial que tenían con la naturaleza y con los animales. Se los consideraba como seres de larga vida incluso portando en su sino la inmortalidad y poderes mágicos y sobre todo, los retrataban como seres sin maldad al igual que las hadas pero ese tenía una mirada tan llena de arrogancia que podría alimentar a un pueblo entero con ella.

Guinevere sabía que se trataba del elfo que le entregaría los objetos que la ayudarían para llevar a cabo las misiones tal y como dijo el brujo de la taberna pero ella no se fiaba del todo y posó una de sus manos disimuladamente en el pomo de la espada. El elfo la miró de reojo, sabiendo sus intenciones mientras se dirigía a ella.

—Tú debes de ser la humana gruñona que me mencionó el brujo así que relaja esa mano y cálmate —atacó sin remordimiento y suspiró con desgana, como dándole poca importancia al asunto. Su voz era suave pero al mismo tiempo, brusca.

Guinevere lo fulminó con la mirada y lo recibió con el mismo grato recibimiento en una voz que no perdonaba:

—Y tú debes de ser la criatura de orejas puntiagudas que me habló el brujo así que relaja esa lengua y cállate.

—Parece que tienes una habilidad excepcional para hacer enemigos —susurró Arke a oídos de Guinevere mientras le enseñaba una sonrisa de oreja a oreja al elfo con una expresión burlona en su rostro, examinándolo de arriba abajo—. ¿Cómo te llamas, duendecillo? ¿Eres ese con el que Guinevere tenía que encontrarse o te has colado con tus diminutas piernas?

De diminuto no tenía nada, era tan alto y fuerte como Arke. El elfo le fulminó con la mirada.

—Vuelve a llamarme duendecillo y te prometo que no volverás a decir más gilipolleces de esa boca. Además, no es de tu incumbencia —atajó él, cruzándose de brazos—. Se suponía que ella debía de venir sola, ¿quienes sois vosotros? —atajó él, cruzándose de brazos. Guinevere no sabía si el elfo se sentía incómodo por la presencia del bardo y el brujo o, por el contrario, se sentía mal de que la chica no haya cumplido la palabra y estuviera acompañada. Guinevere deseó que Leoric no hablara para no estropear más la situación.

—No es de tu incumbencia —respondió el bardo imitando al elfo como si pudiera leer los pensamientos de ella y esta a su vez, se apretó los párpados con las yemas de sus dedos, deseando que todo fuera una pesadilla y el contacto de su piel sobre su piel la despertara de inmediato.

—Cállate bocazas, los bardos siempre tenéis algo con lo que fanfarronear —Se quejó el elfo. El gato sin botas estaba de pie mirando a Leoric mientras que, con sus patas delanteras, simulaba un puñetazo para amenazarlo con una sonrisa que dejaba entrever sus afilados colmillos felinos. Leoric lo miró con espanto y ni siquiera se inmutó de las palabras del elfo, este último al ver que apenas le hacía caso se dirigió de nuevo hacia Guinevere, sacando un zurrón de debajo de su túnica—. En fin..., después de esta charla sumamente interesante, te haré entrega de este zurrón donde aguardan todos los objetos que debes portar para completar las misiones. Empecemos —hizo una breve pausa mientras sacaba el primer utensilio del pequeño saquito—:  un piolet, te ayudará para escalar la gran torre la cual me imagino que ya te habrá explicado el brujo...

—Lo sé, ve al grano. —Guinevere estaba hasta la mismísima coronilla de que dieran tanta información como si no supiera nada. Se suponía que debía de subir por una torre tan elevada que podía besar las nubes del cielo y acariciar la bóveda celeste con su delicada pero fuerte arquitectura. Corrían rumores por todos los lares del reino que, en el interior de ese mismo torreón, se hallaba una joven princesa encerrada y atormentada bajo esas monótonas cuatro paredes por una malvada bruja que no la soportaba. Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y finalmente, los meses en años y más años. Un tiempo abismal sola en aquel infierno.

Guinevere se apiadaba de esa joven pues al fin y al cabo sabía lo que era sufrir, sentirse sola y perder a las personas que más amaba. También estaba al pendiente de todos los fracasos que esa misión suicida había provocado, caballeros de todos los lares y osados a su pesar, se atrevían a aceptar el mismo desafío de rescatarla pero acababan aniquilados por completo pues cada uno de ellos partieron de sus lugares y ninguno tenía la dicha de poder regresar sanos y salvos. Todos perecieron más, en el fondo, la chica albergaba las esperanzas de poder vencer en una misión complicada y aunque tenía miedo, al menos, sabía que tenía que intentarlo, por la joven y por la misión que le regalaría el primer objeto para derrotar a Rumpelstiltskin. Una espada bañada con las cálidas gotas de ángeles.

—Créeme, será tu mayor aliado sino quieres acabar convertida en un charco de sangre y sesos...—prosiguió él con una sonrisa, estropeando sus pensamientos.

—No me asustas, elfo. —Guinevere lo interrumpió sin vacilar, calculando las verdaderas intenciones del otro al tratar de asustarla.

—¿Quieres dejar de interrumpirme? —dijo este como quien no quiere la cosa—. El segundo objeto es una capa roja, cuya misión amarás por completo, será de tus favoritas si sales con vida y si sobrevives a la prueba de la torre, cosa poco probable. Para esta deberás de hallarte en los dominios de Bloodside, el bosque más denso al oeste de Aphaea. —Observó cómo Guinevere lo fulminaba con la mirada, ansiosa de atrapar los objetos y marcharse de allí, el elfo puso los ojos en blanco y con desgana prosiguió—: aunque, claro, claro..., ya te lo habrá contado el brujo también...

Por supuesto que lo sabía, se trataba de la misión en la que ella misma había apodado  «la amistad de tu peor enemigo» la cual consistía en ganar el apego de una persona odiada. Guinevere sabía que esa misión le iba a costar más que las otras pero no se daba por vencida. El brujo no le explicó mucho al respecto pero le dijo que debía de usar la capa roja cuando estuviera a los pies de la linde del bosque Bloodside, corrían rumores en de los cuales se manifestaba la terrible idea de que allí vivía una bestia sedienta de sangre que había matado a sangre fría a una niña y su abuelita, según varios testigos humanos se trataba de un hombre lobo y en todo caso, sabía que no iba a ser una tarea sencilla y más si era un monstruo asesino.

Por último sacó una daga plateada rematada con oro pulido en su empuñadura que la hacía ver como un mar de plata bajo los brazos resplandecientes del sol creciente. No obstante, Guinevere ahogó un grito de sorpresa al ver como esa misma empuñadura ocultaba una piedra carmesí en el lado opuesto donde se encontraba, el elfo apretó la piedra con fuerza y el arma blanca corta alargó sus aplanadas láminas y se convirtieron en una maciza espada del mismo material pero con mucha más robustez. Los ojos del elfo se iluminaron observando aquel portento con la misma curiosidad que regala la mirada de un niño al contemplar el mundo por vez primera—. La gran joya de entre las grandes joyas.

—¡Wow! —Leoric apenas daba crédito a lo que veía. Tanto él como Arke habían permanecido callados en todo momento, observando con el mismo interés en sus ojos. Guinevere sabía que si había algo en el mundo que hacia callar a esos dos era una persona correveidile.

—¿Puedo tocarla? Bah, no tengo por qué pedirte permiso —manifestó Arke hacia el elfo pero este se lo negó, el brujo ni se lo tuvo en cuenta y se acercó igualmente, pero Guinevere le frenó desenvainando la espada, llevándola hasta su abdomen. Arke observó la espada que estaba amenazándole con cortarle si seguía hacia delante pero este esbozó una mueca llena de diversión hacia Guinevere—. ¡Oh! ¿De verdad me matarías, Gwen?

—No me tientes. Me encantaría hacerlo —le amenazó ella, ciñendo más su arma en su camisa blanca de lino, con un material tan delicado y fino que Guinevere sentía el abdomen bien formado de Arke a través del contacto del objeto afilado.    

Arke sonrió meneando la cabeza, estaba claro que no lo asustaba, aquel roce le encantaba.

—Querida. Si quieres explorar más profundamente mi cuerpo, utiliza tus propias manos. —Guinevere tras captar el mensaje apartó rápidamente el contacto de la espada y la envainó, el desgraciado sabía como jugársela, sentía cómo la observaba con un brillo burlón en sus ojos pero lo ignoró, dirigiéndose de nuevo al elfo que posaba la mirada en ambos con una ceja alzada. Leoric y el gato tenían una sonrisa pícara.

—Continúa, elfo. —Guinevere observó como este oprimió de nuevo la piedra y con un sonido casi insonoro, la espada recobró de nuevo su forma habitual.

—Este valioso objeto te servirá para una de las misiones más complicadas —explicó el elfo pero el gato le interrumpió con un gran carraspeo para llamar la atención de todos los presentes.

—Como te dije, humana crapulosa.  —Se subió a una roca que reposaba entre los árboles para ganar estatura y continuó—: Jack es un buen zagal y hace poco recibió unas habichuelas mágicas, deduzco ahora que fue el recóndito brujo ese quien se las entregó. El caso es que Jack me dijo que no las cosechara antes de tu llegada pero conociéndolo mucho me temo que hará la acción él mismo con lo curioso que es, tengo miedo de que corra el peligro, ¡Quién sabe que ocho cuartos pueden salir de esas alubias mágicas! Sé que sois unos grandes patanes como para no observar el gran agravio que puede ocurrir pues debo de admitir que algo sé sobre ello, si bien intento ser algo más... precavido pero bueno, ante este tipo de situaciones permítanme explicaros que no se trata de unas simples enredaderas ni tampoco de unas singulares habichuelas, como el propio nombre indica, son mágicas y por lo tanto no son corrientes y tienen magia...

—¡Oh! ¡No me digas? ¿En serio? No lo sabía... —bromeó Leoric.

—Gatito, no tenemos tu audacia, ¿podrías repetir eso último? No lo he entendido del todo —le molestó Arke.

—Miserable escoria. Dejadme terminar so zurumbáticos de la mal repera. —El minimo volvió a carraspear para continuar con su discurso—: Como iba diciendo...Son mágicas y por lo tanto...

—¡No son corrientes y tienen magia! —exclamaron a la vez los dos tontos. El elfo y Guinevere torcieron el gesto.

—¡Callaos de una p-uta vez! —maulló el gato enseñando sus colmillos.

—¿P-uta? ¿De verdad? Por favor, controla esa lengua y esos colmillos, felino, no vaya a ser que el ratoncito de los dientes te los quite —añadió Arke estirándose cuán largo era—. Claro que es mágico, así que quítate también la idea de comértelo.

—Ratón que te pilla el gato, ratón que te va a pillar, si no te pilla esta noche, mañana te pillará pero el gato es tan holgazán que apenas podrá llegar —canturreó Leoric con ademán de usar el laúd pero Guinevere lo frenó con una mirada intimidatoria, ayudando en cierta parte al gato para que continuara. Leoric le obedeció a regañadientes al fin y al cabo sin Guinevere estaría perdido. Y con Arke lo único que haría sería coger nervios.

—Como iba diciendo... al no ser corrientes poseen un resultado de lo más innovador pues me enteré, que esas mismas habichuelas crecen y crecen hasta llegar a otro reino, pero tendréis un lapso de tiempo para hacer esa misión pues se corre el peligro de que una vez cosechadas otras criaturas pueden bajar. No sabemos realmente lo que hay allí arriba, en realidad. De todas maneras no creo que sea un ratoncito, si el brujo te dio esa espada por algo será. Te deseo suerte tragasantos, porque la necesitaras. —Parecía que había terminado pero se acordó de algo que le resultó demasiado importante—: Por favor, no te demores, Jack no reúne mucho coraje pero si curiosidad, no quiero que salga volando por los aires.

Guinevere aceptó. Realmente no sabía el verdadero motivo de por qué el brujo le hacía el trabajo más llevadero y le entregaba esa clase de objetos a las distintas personas con las que ella tendría que colaborar sí o sí para llevar a cabo la misión final, era consciente de que él quería los artefactos que conseguía una vez los haya usado para matar a Rumpelstiltskin, ese era el trato pero, por alguna extraña razón, sabía que había algo más de por medio, el elfo hizo que sus pensamientos se interrumpieran.

—Por cierto, mi nombre es Danton. Me gusta que las personas sepan mi nombre cuando me pagan por haberles salvado el culo.

Guinevere lo miró directamente a los ojos con la mandíbula apretada pues tenía clara una cosa, no le pensaba pagar en absoluto.

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