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─── 👩🏼‧₊ 『𝓒𝑎𝑝𝑖́𝑡𝑢𝑙𝑜 𝐼𝑋: 𝓛𝑎 𝑝𝑟𝑖𝑛𝑐𝑒𝑠𝑎 𝑒𝑛 𝑙𝑎 𝑡𝑜𝑟𝑟𝑒』

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♞ 𝒜 𝑛𝑜𝑡 𝑠𝑜 ♞
𝑓𝑎𝑖𝑟𝑦 𝑡𝑎𝑙𝑒 𝑝𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡𝑠...
📜—𝕿𝖍𝖊 𝖕𝖗𝖎𝖓𝖈𝖊𝖘𝖘 𝖎𝖓 𝖙𝖍𝖊 𝖙𝖔𝖜𝖊𝖗

❛ 𝑉𝑎𝑦𝑎 𝑐𝑜𝑛 𝑒𝑙 𝑧𝑎𝑔𝑎𝑙 𝑔𝑟𝑎𝑛𝑢𝑗𝑖𝑙𝑙𝑎,
¡𝑞𝑢𝑒́ 𝑠𝑢𝑒𝑛̃𝑜𝑠 𝑚𝑎́𝑠 𝑟𝑜𝑐𝑎𝑚𝑏𝑜𝑙𝑒𝑠𝑐𝑜𝑠 𝑡𝑖𝑒𝑛𝑒 𝑒𝑙 𝑐𝑎𝑝𝑢𝑙𝑙𝑖́𝑛! ❜

↳ ੈ 𝑇𝘩𝑒 𝑡𝑎𝑙𝑒 𝑜𝑓 𝑅𝑎𝑝𝑢𝑛𝑧𝑒𝑙👩🏼‧₊˚ ┊͙

—𝕴𝖃—

𝐄𝐋 𝐑𝐄𝐋𝐈𝐍𝐂𝐇𝐎 𝐃𝐄 𝐀𝐂𝐇𝐄𝐑𝐎́𝐍 𝐋𝐀 𝐃𝐄𝐒𝐏𝐄𝐑𝐓𝐎́ 𝐃𝐄 𝐒𝐔𝐒 𝐏𝐄𝐒𝐀𝐃𝐈𝐋𝐋𝐀𝐒. Aquella noche, Guinevere optó por dormir bajo la sombra de un árbol apoyando su espalda sobre su fuerte tronco y con las manos apretadas sobre la empuñadura de su arma, de igual manera, aún sentía dolores pero la nariz había parado de sangrar por la noche, mucho antes de haber desconectado con el agua aunque se sentía indefensa y más en un sitio donde los malhechores podían intercederla. La idea de que Danton, el felino, Leoric y Arke estuvieran con ella le inquietaba porque durante mucho tiempo esa misma idea de crear nuevos vínculos la asustaba. Aquella noche volvió a sentirse mal cuando sus ojos contemplaron oscuridad, rara vez podía dormir tranquila pues siempre tenía pesadillas. Muy pocas veces tenía sueños benévolos y le daba rabia que siempre recordara los que les hacía llorar y no los que les dibujaba una sonrisa en sus labios pues tan solo pedía un rato de tranquilidad y apenas lo conseguía.

Su corazón latía fuerte cuando se incorporó y la sien le dolía pero mucho menos que el día anterior justo después de aquella carnicería. Danton y el gato habían regresado a horas tardías y Guinevere se percató de ello pero no hizo amago de hacerles ver que estaba despierta pues no deseaba hablar, con Arke ya había tenido unas cuantas palabras. Arke se quedó montando guardia o explorar la naturaleza con sus patas de zorro, le encantaba estar en el bosque más que molestar y eso era mucho decir. Leoric, por otro lado, había acurrucado su espalda y su laúd en una piedra gris que reposaba en el apacible terreno. Roncaba a cantaros salados. La muchacha al incorporarse besó la frente de Acherón que le daba los buenos días con un suave relincho mientras se dirigía a Leoric, a medida que sus pasos cobraban vida junto con las primeras luces del alba, intentaba con todas sus fuerzas quitarse de la cabeza aquella pesadilla que la acompañó durante toda la noche: la misma oscura mañana que mataron a su familia, sus rostros contemplándola y ella sin hacer nada con las manos temblorosas y sollozando. Meneó la cabeza para desaparecer ese momento a duras penas y se paró en seco observando a Leoric, tenía la boca entreabierta dando grandes resuellos como una ballena azul.

—No te callas ni durmiendo. —Lo despertó a su manera y con sus botas altas de cuero negro dándole una pequeña patada en sus pantorrillas.

El bardo agitó la cabeza y su cuerpo se incorporó de inmediato, vociferando y cogiendo el laúd como si fuera un martillo ardiendo dispuesto a atacar a su víctima:

—¡No me comas, dragón del infierno!

—Vaya con el zagal granujilla, ¡qué sueños más rocambolescos tiene el capullín! —canturreó el gato incorporándose al grupo. Guienevere resopló al ver cómo Leoric volvía en sí mismo.

—Eh.. no. No es para nada satisfactorio. Te lo digo yo. Casi prefiero la patada en las pantorrillas de aquel duende de mis sueños que el dragón ese, literalmente se podría decir que casi me arranca la cabeza como una uva madura —se quejó Leoric—. ¡Ah! Aquel duende con su voz aguda como una cabra en celo me devolvió a la realidad. Le doy mis más gratas bendiciones de haberme ayudado a no pasar ese mal rato.

Guinevere se arrepintió de haberlo despertado.

—¿Y con ese duende te refieres a Guinevere? —comentó Danton—. Fue ella quién te lo dio.

—¡Increíblegratabuenamadaamigadelalma! —exclamó este dirigiéndose a Guinevere haciendo una pequeña reverencia—. Me has salvado de que mis pantalones sufran estrago. Uno por... —Empezó a contar con los dedos, enarcando una ceja—... segunda vez. Aunque la primera tú habías sido la propulsora de mi desdicha. ¡Aaa! Propósito, ¿cómo llevas lo de ayer? —Manda narices tenía el bardo, Guinevere lo admitía. Danton y el felino le lanzaron una mirada acusatoria a Leoric para que dejara el tema de lado—. Bueno... —Juntó sus pulgares mientras balbuceaba por lo bajo como quién no quiere la cosa—. ¿Dónde está Arke?

—No lo sé —respondió Guinevere casi de inmediato—. Estará por ahí siendo un zorro, como siempre. —Su enigmática mirada buscaron los ojos verdes del elfo—. A ver tú. ¿Cómo se supone que nos vas a trasladar a Sluniwan —el este de Aphaea— sin tan siquiera tienes tus poderes?

—No. No hace falta los poderes, tan solo necesito esto —explicó Danton llevándose una mano hacia un amuleto que había sacado de los bolsillos. Un artefacto con forma de rombo formado por un precioso corindón verde y laureles de oro grabados en sus bordes como finos cabellos dorado—. Una reliquia familiar, tan antigua como los dioses ancestrales y tan poderosa como la magia de la naturaleza. —Con el pulgar abrió un borde que sobresalía y el rumbo se formó en dos mitades, dentro poseía un pequeño diamante incrustado en su fondo dorado. —Mundana, ¿estás lista o esperas al brujo?

Guinevere tardó un instante en responder pues cuando oyó su pregunta más bien escuchó:  «Mundana, ¿prefieres estar con o sin él?»

—Es hora de partir —sentenció finalmente.

—¡Qué cabronceta eres, Gwen! —La muchacha maldijo para sus adentros, ni siquiera se dio la vuelta para comprobar de quien era aquella voz suave y cálida, las habitual del este de Aphaea—. ¡Me apuñalas a las espaldas pero tendrás que esmerarte porque aún sigo de pie! —La noche anterior había llevado los ropajes sencillos de un joven plebeyo pero ahora volvía a tener aquella túnica oscura y cuán larga y esbelta como su cuerpo, intimidaba a cualquiera de no ser por aquella sonrisa cálida en aquellos labios carmesíes que siempre ofrecía. Pasó al lado de ella rozándole el brazo a propósito en dirección a Danton, tenía las manos dentro de los bolsillos de los pantalones y caminaba plácidamente, imitando silbidos de pájaros ambulantes—. Buenos días a todos y perdón por la demora pero ya sabes que el bosque para mí es tan primordial como una taberna para un juglar. —Miró de reojo a Leoric y saludó a Danton—. Orejitas largas, ¿te importa si empezamos y dejas de alardear sobre tus objetos o lo que sean de tu estirpe élfica?

—¿Presiento celos, brujo? —Danton enarcó una ceja, curioso.

—Nunca, querido —le respondió de inmediato, sin pensarlo.

Hmm. Para tu información, estaba haciendo tiempo porque a un grandullón se le pegaron las sábanas encima.

Los surcos de los labios de Arke se curvaron en una sonrisa, volvía a verse ese desafío en sus ojos avellanos.

—Ojos que no ven, corazón que no siente —lo retó.

—A ver panda de palurdos bellacos... —dijo el felino, interrumpiendo aquella conversación—. ¿Podríamos marcharnos ya y emprender la marcha? Cualquiera se cansaría con vosotros dos. 

—Me cuesta admitirlo, gato parlanchín pero eres el más inteligente de aquí —anunció Guinevere, esta vez posicionándose delante de Danton—. Vamos que nos vamos.

—En fin, las acciones que hago por mí mismo y recuperar mi magia no tiene posible paradero —suspiró Danton, apretando el pequeño diamante incrustado en la joya esmeralda.

—¡Ay, qué emoción! —exclamó Leoric, dando pequeños toques a su laúd—. ¡Va...!

Su voz se interrumpió con una voz mucho más grave y firme, totalmente irreconocibles para los presentes, excepto para Arke, pues se trataba de palabras ancestrales, de una magia muy remota como recóndita. De repente, jóvenes y gato se vieron envueltos en una sombra purpúrea que poco a poco recobraba vida propia albergándolos en una nube con mucha más estatura y fulgor. Guinevere sintió un aire fresco en su nuca pero ya no podía ver a los demás, simplemente se veía oscuridad con toques de morado como finos moretones circundantes y solo oía sus propia respiración que tomaba vida en su boca en forma de humo pero que, justo al dar un suave pestañeo y volvió a abrir sus ojos grises se encontró en un lugar totalmente diferente al que estaba antes. Cuyo portento en el centro de aquel paraje se alzaba una gran torre que efectivamente saludaba las primeras nubes tiernas de un amanecer esperanzador pero lleno de incógnitas a punto de descubrirse. Guinevere en cuanto se recuperó, alzó la vista hacia el torreón, ignorando por completo el estado del arlequín.

—¡...mos! —Terminó diciendo Leoric como si el mundo se hubiera interrumpido por completo pero su sonrisa desapareció de su rostro y se llevó ambas manos a la boca—. Creo que...creo que... —Sus labios se abrieron lentamente y ahogó una arcada—. Si me perdonáis...  —Se volvió hacia unos arbustos cercanos, ocultándose cómo podía y echando todo lo que apenas había comido.

Los demás tenían la vista besando la misma maravilla que contemplaba Guinevere, excepto Danton que estaba regocijándose mentalmente oyendo las arcadas de Leoric.

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