
───🐱‧₊ 『𝓒𝑎𝑝𝑖́𝑡𝑢𝑙𝑜 𝐼𝑉: 𝓔𝑙 𝑔𝑎𝑡𝑜 𝑠𝑖𝑛 𝑏𝑜𝑡𝑎𝑠』
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♞ 𝒜 𝑛𝑜𝑡 𝑠𝑜 ♞
𝑓𝑎𝑖𝑟𝑦 𝑡𝑎𝑙𝑒 𝑝𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡𝑠...
📜—𝕿𝖍𝖊 𝖈𝖆𝖙 𝖜𝖎𝖙𝖍𝖔𝖚𝖙 𝖇𝖔𝖔𝖙𝖘
❛ 𝑉𝑎𝑙𝑒, 𝑣𝑎𝑙𝑒. 𝐸𝑠𝑡𝑎́ 𝑏𝑖𝑒𝑛. 𝑁𝑜 𝑡𝑒𝑛𝑔𝑜 𝑙𝑎𝑠 𝑏𝑜𝑡𝑎𝑠, ¿𝑐𝑜𝑛𝑡𝑒𝑛𝑡𝑜𝑠?
¡𝐺𝑟𝑎𝑐𝑖𝑎𝑠 𝑎 𝑎𝑚𝑏𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑟 𝑟𝑒𝑐𝑜𝑟𝑑𝑎́𝑟𝑚𝑒𝑙𝑜!
𝐿𝑜 𝑡𝑒𝑛𝑑𝑟𝑒́ 𝑒𝑛 𝑐𝑢𝑒𝑛𝑡𝑎 𝑐𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑠𝑒 𝑜𝑠 𝑝𝑖𝑒𝑟𝑑𝑎 𝑎𝑙𝑔𝑜 𝑑𝑒 𝑠𝑢𝑚𝑎 𝑖𝑚𝑝𝑜𝑟𝑡𝑎𝑛𝑐𝑖𝑎.
𝑆𝑒 𝑚𝑒 𝑒𝑥𝑡𝑟𝑎𝑣𝑖𝑎𝑟𝑜𝑛 𝑗𝑢𝑠𝑡𝑜 𝑐𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑖𝑏𝑎 𝑎 𝑣𝑖𝑠𝑖𝑡𝑎𝑟 𝑎 𝐽𝑎𝑐𝑘 ❜
↳ ੈ 𝑇𝘩𝑒 𝑡𝑎𝑙𝑒 𝑜𝑓 𝑡𝘩𝑒 𝑏𝑒𝑔𝑖𝑛𝑛𝑖𝑛𝑔🍺‧₊˚ ┊͙
—𝕴𝖁—
─── ¿𝐀𝐋 𝐈𝐆𝐔𝐀𝐋 𝐐𝐔𝐄 𝐌𝐄 𝐄𝐒𝐏𝐈𝐀𝐒𝐓𝐄 𝐀 𝐌𝐈́, 𝐓𝐀𝐌𝐁𝐈𝐄́𝐍 𝐋𝐎 𝐇𝐈𝐂𝐈𝐒𝐓𝐄 𝐂𝐎𝐍 𝐄𝐋 𝐁𝐑𝐔𝐉𝐎 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐓𝐀𝐁𝐄𝐑𝐍𝐀, 𝐎 𝐌𝐄 𝐄𝐐𝐔𝐈𝐕𝐎𝐂𝐎? —le preguntó Guinevere a Arke, observó al joven acariciando las crines del caballo con gran entusiasmo, sus caireles se tornaban a un calor anaranjado bajo la luz del sol y danzaban libremente como mariposas en el aire, su firmeza residía en aquellos brazos varoniles llenos de salud y vigor y en una de sus manos portaba las riendas que él mismo había hecho aparecer en ambas monturas, razón de más para saber cuán de poderoso era.
—Ese brujo astuto desaparecía nada más salir de la taberna así que, como comprenderás, me era imposible seguirle el rastro incluso con magia —se aventuró a decir con suspicacia—. De todas maneras, aunque supiera de él: no confiarías ni de mí, ni de la información que pondría en tus manos, ni del brujo así que apañaditos estamos.
—Naturalmente. Tienes razón, ni muerta me fiaría de vosotros.
—¡Ah! Pero sí que sigues las órdenes de ese brujito —apuntó Arke sonriendo al comprobar lo osada que era la muchacha al decirselo en aquel tono de voz que no mostraba piedad alguna en sus palabras.
—No son órdenes. Yo no acato órdenes de nada ni de nadie pero para tu información, —esa misma información que no puedes darme—: de algo tengo que aferrarme para buscar respuestas y si es una trampa lo sabré con suficiente adelantamiento y ten por seguro que frenaré antes de precipitarme al peligro —añadió, disparando una mirada irritada al joven pelirrojo.
—Ya..., claro, claro. me parece que tienes una imagen muy presuntuosa o altiva, llámalo como quieras, de ti misma —le molestó Arke.
—No la tengo, simplemente digo lo que pienso —concluyó, sacándole carrera al brujo con el galope rápido de Acherón pero sus intentos fueron en vano pues en pocos segundos ya estaba a su lado, incordiándola de nuevo.
—Sí, lo que yo decía, eres una gran presuntuosa —rectificó él mientras la saludaba con ademán chancero.
Guinevere fijó su vista hacia delante, inspiró hondo y se concentró de nuevo. Arke no se lo tomó como un insulto pero sí como una oportunidad para conocerla, más de lo que ya sabía claro está. Aún así, la muchacha no le seguía haciendo caso y bajó de su caballo mirando en derredor..
Reposaban bajo la linde del otro extremo del bosque, no era uno muy denso para alivio de Guinevere pues sabía que esas misiones tenía que hacerlas y entre el menor tiempo posible le tomaba el recorrido mucho mejor. Observó como los árboles tenían su propio lenguaje, las danzas invisibles de la brisa los acariciaban y el sonido que provocaba era una melodía que relajaba a Guinevere, la envolvía completamente en un mundo donde no había sufrimiento ni traumas del pasado, donde todavía conservaba a su familia a su lado y disfrutaba de la noche acogedora en un hogar lleno de cariño y amor. Se aferró a ese pensamiento, no se permitió el lujo de cerrar los ojos por ni siquiera un breve instante pues no se fiaba de Arke ni del elfo que supuestamente estaría en su encuentro para darle los objetos descritos por el brujo de la taberna y así, conseguir a su vez, los objetos mágicos tras completar cada una de las travesías con rotundo existo. Arke la contemplaba desde arriba, montado a su caballo con una ceja pelirroja significadamente alzada.
—¿Qué? —dijo esta con indiferencia.
—Nada, nada. Simplemente pareció que por un breve instante, eras feliz —declaró, risueño mientras se incorporaba a su lado.
Ella apartó la mirada de él y se volvió hacia el pequeño río que ponía fin los límites del bosque. Se trataba del río Coventina, en honor a la ancestra directa de la dama del lago, un personaje muy importante de la leyenda artúrica cuya fama albergó durante muchos años todo el Imperio Romano, sobre todo en las partes habitadas por los celtas, o eso, al menos, decían los grandes volúmenes de los pueblos del este.
El agua era sinónimo de vida y purificación. Guinevere siempre que se sentía perdida, desolada o triste y tenía la oportunidad de estar en contacto con el agua jamás perdía esa oportunidad de reencontrarse consigo misma. Si hubiera estado sola ahora mismo y sabría con suficiente sutileza de que no correría el peligro de ser vista bajo ojos ajenos estaría segura que se bañaría en una zona segura sea el tiempo que sea. A Guinevere le fascinaba la leyenda artúrica, se crío con ella, creció con sus cuentos y recordaba con frecuencia cuanto deseaba formar parte de la Mesa Redonda y luchar junto al Rey Arturo, ahora le parecía absurdo pero, de pequeña, le encantaba soñar. Sabía que en un tiempo remoto pudo llegar a existir, donde la magia más poderosa aún no se había extinguido, la misma que provenía de la sangre de los dioses ancestrales y antiguos.
Aphaea era un reino misterioso, quizás un reino prohibido para algunos porque desde las predominantes montañas heladas del norte; los grandes bosques encantados del oeste; los innumerables pueblos misteriosos del este y hasta en los pequeños bosques tranquilos del sur —donde se encontraban— se hablaba de una fuerza ancestral que dominaba por completo el reino, eso sin mencionar la existencia de seres mágicos tales como brujos, hechiceros, elfos, duendes, vampiros y licántropos, sin embargo, muchos eran víctimas del temor humano ante lo desconocido.
La mozuela era consciente de ello pero no podía evitar pensar en Rumpelstiltskin cuando alguno de esos seres se les acercaba por muy benévolos que sean, por eso siempre se mantenía en alerta, muchas veces deseaba que desaparecieran porque en cierta parte, esa idea la tranquilizaba, no más magia, no más muertes, no más guerras pero, en el fondo de su corazón, los recuerdos de su niñez anidaban en su interior deseando que esa misma magia de los preciados cuentos que le contaba su madre nunca desapareciera, hasta que llevaba el mísero recuerdo del hecho de que un ser monstruoso cuyos poderes fueron la desgracia de su vida y con ello, su hogar y su familia, con esa misma magia que tanto había amado. Ese sentimiento la derrumbaba por completo y su ilusión junto con sus esperanzas se desvanecían lentamente como lo hace un charco de agua en un día de fuego.
—Guinevere, ¿qué clase de pez estás pescando? —La voz de Arke la volvió a la realidad, había dirigido su mirada por todos los altos y empinados árboles hasta pararse en las aguas cristalinas de aquel río cuyo sonido la envolvió por completo recordando tantas aventuras que había vivido cerca de ese portento tan mágico y natural, no obstante, todo eso desapareció cuando notó dos manos fuertes que la zarandeaban sin piedad en sus hombros y tan rápido como dura un parpadeo las apartó mientras se distanciaba de Arke, este torció el gesto pero no le dio mayor importancia—: Perdón, sé perfectamente que eres demasiado decorosa como para ponerte las manos encima. —En realidad este comentario lo hizo con doble sentido, cosa que a Guinevere le molestó y a él le divertía verla así, era muy fácil enfadarla—. Pero no te puedes perder el espectáculo.
—¿Qué espectáculo? —gruñó ella, esperando con ansías que apareciera el elfo y se acabara el mal rato que estaba pasando con Arke. No estaba acostumbrada a estar con un chico y menos a solas.
—Ese. —Arke con una enorme sonrisa señaló un lado del bosque con su cabeza, Guinevere empezó a oír un pequeño estruendo cuya principal fuente de origen se debía al galope rápido de un caballo. Se trataba del caballo blanco de Leoric pero sin Leoric, no obstante, se oía su voz. La chica agudizó la mirada para ver más detenidamente y observó como el bardo agarraba a duras penas con una mano las bridas y su cuerpo estaba ladeado hacia el costado derecho del caballo. Sus pies estaban donde debía de estar su torpe trasero y la cabeza donde debería de estar sus iniciados pies junto con los estribos.
Mientras Leoric lanzaba gritos de auxilio, Arke se jactaba de la risa hasta que rl caballo estaba a punto de chocarse contra ellos pero el brujo dirigió una de sus manos hacia delante, abriéndola justo casi en la testuz del caballo y susurró:
—Quidal —El animal se paró bruscamente con un relincho y eso hizo que el cuerpo de Leoric cayera hacia un lado y se golpeara contra el tronco de un árbol, imitando un gemido de dolor.
—Estoy bien —dijo a duras penas. Pero una rama pequeña pero hábilmente fuerte cayó sobre su cabeza, lo demasiado fuerte como para que se haya caído sola, Guinevere miró disimuladamente a Arke, este sonreía más que nunca, con la mirada en la rama y en Leoric.
—Sigo bien —susurró el bardo con ademán de incorporarse pero luego volvió su mirada hacia Arke y frunció sus cejas castañas, sus ojos verdes azulados estudiaban muy determinadamente a su amigo. Quizás demasiado.
—¿Has sido tú, verdad? ¿Qué le has hecho al caballo?
—A mí no me mires —se defendió Arke, recobrando la compostura alisándose la camisola de lana—. La culpa es tuya —añadió, cruzándose los brazos—: Además tú nunca has montado en caballo por lo tanto es comprensible que no tengas un vínculo especial con él para controlar la velocidad del galope al que quieres ir. Da gracias a que lo paré porque sino, se hubiera llevado por delante a Guinevere y a mí. Y todos sabemos que Guinevere no está abierta a una propuesta de agradecimiento y a los finales felices con grandes perdices —concluyó, mirando a la joven sin titubear—: ¿Verdad, querida?
—Por supuesto que no y tampoco el ofrecimiento para repetir palabras pues como vuelvas a llamarme querida me aseguraré de que no tengas manos para hechizar ni a un caballo ni a una rama ni al mismísimo ángel de la guarda. Espero que te haya quedado claro, zorro —le amenazó ella observando el brillo de desafío que gobernaban los orbes verdosos de Arke.
Leoric sin embargo, no había acabado y se levantó lleno de indignación para darle su merecido a Arke pero este se apartó rápidamente y el bardo casi pierde su equilibrio, en ese mismo instante y para su sorpresa, descubrió que había aparecido un tierno gatito, observándolo con aquellos ojos verdes que podrían derretir el alma a cualquier bestia.
—¡Ay, chicos...! ¡Tenéis que mirar a esta preciosura! —Leoric estaba encantado con aquel gato, se trataba de un felino bastante elegante, tenía unas garras retráctiles, un pelo suave y abundante de color ambarino que recubría todo su cuerpo acompañado de un hocico muy pintoresco junto con aquella mirada cual olivo —como la mismísima pradera primaveral— entre su pelaje se dejaba entrever algunas manchas areniscas que habían salido a flote para conocer su belleza. Guinevere abrió bien los ojos, sabía perfectamente que no se trataba de un gato normal y más le valía al bardo pensar lo mismo y no acariciarle.
La chica iba a advertirle pero quería ver a aquel bardo sufrir así que no mostró nada más que una curvatura en sus labios. Arke lo sabía desde un principio pero no dijo nada tampoco. Leoric le hizo mimos con los dedos en la frente y por la barbilla, aunque su mirada no tardó en fruncirse al ver como los ojos del gato se volvían mucho más violentos. El gatito se puso a dos patas sobre el suelo y en menos de un segundo trepó sobre las piernas de Leoric y con una pata le propinó una fuerte patada en las partes bajas al bardo. Leoric se dobló de dolor, ahogando un grito mientras se llevaba las manos a sus partes sagradas, el gato volvió a trepar hasta llegar al abdomen, superó el cuello y al llegar a la cara le dio tal puñetazo que Leoric se giró hacia atrás por la fuerza con la que le había dado mientras su mejilla se tornaba de un profundo color rojizo.
—¿Por qué me pasa todo esto a mí...? —gimió casi sin voz. Fue lo único que pudo decir antes de estamparse contra el suelo. Otra vez.
—¡Uh...! ¡Eso me dolió hasta mí! —exclamó Arke pero en su rostro no había ni el menor atisbo de sufrimiento.
—Eso te pasa por tratarme como a un gato normal, so charlatán casquivano con cabeza de sardinilla. La mayoría sabe que yo soy el... —maulló el animal pero se interrumpió colocándose el sombrero de mosquetero que había dejado detrás suya, un sombrero negro con una pluma de un color amarillo intenso muy característica de él, gracias a ese objeto, Guinevere se dio cuenta enseguida de que no se trataba de un gato cualquiera pues se decía que un felino justiciero con sombrero rondaba las calles del sur para hacer justicia y que luchaba con tanta fuerza como la destreza que posee un feroz guerrero en el campo de batalla aunque parecía que Leoric no era consciente de ello y no tuvo la misma suerte de conocerlo. Por otra parte, Arke se regocijaba a cántaros sobre todo cuando el felino le estampó parte de sus garras y sus patas en la parte más profunda de su querido amigo. Estaba claro que sabía desde un principio e incluso sin ver el sombrero, de quién se trataba realmente—:...gato con botas, perdón por la inoportuna interrupción pero estos cachivaches no están donde deberían de estar como pirañas hay en el lago. —Finalizó poniéndose el sombrero con una pose bastante elegante y haciendo una breve reverencia.
A Guinevere le sorprendió el hecho de que tuviera una voz ronca, propia del acento de los sureños de Aphaea.
—Con botas dice el morrongo este. Veo que estás tan atiborrado como siempre, minino asesino, tampoco veo tu espada —Arke le señaló, cáustico—. ¿Dónde están?
—Tú cállate, verriondo de las mil narices enlatadas. Veo que eres el mismo zorro que has sido siempre y no me refiero al animal precisamente —le enfrentó el gato. Guinevere sabía que esos dos se conocían pero no quiso indagar en el tema.
Arke le regaló un gesto poco apropiado con su dedo corazón. En realidad le daba igual lo que pensaran de él.
—Es cierto, no tienes las botas ni tampoco la espada. —El gato quitó la vista de Arke para posarla en el rostro de Guinevere por decir la cruda realidad. No poseía ambos objetos, los había perdido.
—Vale, vale. Está bien. No tengo mi inaudito equipo, ¿complacidos? ¡Gracias a ambos por recordármelo panda de rufianes ingratos! Lo tendré en cuenta cuando se os pierda algo de suma importancia —se sorbió los hocicos—. Se me extraviaron justo cuando iba a visitar al mozalbete de Jack.
—Tengo una misión donde debo de reunirme con él, para ser exactos, es la tercera en mi lista, el brujo me dijo algo de unas habichuelas mágicas —recordó Guinevere al oír el nombre pero aún sorprendida por lo absurdo que era la situación. Hablando con un gato, jamás se lo había imaginado.
—Ese, ese, el mismito mozal —afirmó el felino, llevándose una pata al morro—. Supuestamente alguien le había enviado no sé qué de habichuelas, me imagino que serán esas que tú dices, desconozco el dato por cierto —se atrevió a decir—, espero que el crío no se meta en ningún jaleo, ¿sabes para qué son?
—La información es confidencial. —Fue lo único que dijo Guinevere aunque en realidad no lo sabía, el gato se molestó y continuó:
—Bueno, he de admitir que el chiquillo es inseguro así que controla esa lengua del bultuntún que tienes, humana so pazguata. Más te vale tratarlo debidamente sino quieres que use mis habilidades de espadachines en contra tuya. Avisadita quedas, monada.
Guinevere sonrió maliciosamente.
—Yo no recibo órdenes y menos las de un gato parlanchín como tú. Además me gustaría saber cuán de verdad son los rumores que dicen sobre ti y sobre tus habilidades en el arte del combate. Seguro que son meras supersticiones. —Observó a Leoric que ya se estaba incorporando aunque a duras penas—. Que hayas atacado a un bardo que no sabe defenderse solo no entra en esos planes, así que permíteme adelantarme para la típica excusa que todos sabemos que pondrás pues cualquier persona o..., lo que sea, es capaz de derrotar a un inútil como él así que no es una victoria justificable, cualquiera podría con este arlequín, hasta un duende.
—¡Ja! Eres osada pero también una mamerta de pocas luces, todos los que han luchado contra mí han perecido pero siempre con orgullo al salir vivitos después de un enfrentamiento hacia mí porque en el fondo no quiero llegar a ser un monstruo y siempre ofrezco segundas oportunidades —se defendió el gato, enseñando sus afilados colmillos, Leoric resoplaba y Guinevere no identificaba si por el esfuerzo para incorporarse o porque había sido derrotado por un gato que ni siquiera le llegaba a las rodillas y para colmo, estaban hablando mal de él y delante suya.
Arke alzó una ceja, listo para hablar pero Guinevere se le adelantó.
—¡Qué papel más lamentable de héroe estás haciendo...! ¿Me vas a hacer cosquillitas con esos colmillitos? No me hagas reír, por favor —Empezó a decir la muchacha, observando como el gato resoplaba con fuerza, lo había enfurecido pero no se asustó, todo lo contrario, le parecía muy interesante. A ojos vistas se le veía la gran cólera que poseía, se dispuso a saltar encima de ella pero justo cuando estaba en el aire alguien esbelto lo atrapó con un brazo, volviéndolo al suelo y Guinevere se dio cuenta de que no era ni Arke ni Leoric. Era otra persona que jamás había visto.
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