
───🐓‧₊ 『𝓒𝑎𝑝𝑖́𝑡𝑢𝑙𝑜 𝐼𝐼𝐼: 𝓛𝑜𝑠 ℎ𝑢𝑒𝑣𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑜𝑟𝑜』
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♞ 𝒜 𝑛𝑜𝑡 𝑠𝑜 ♞
𝑓𝑎𝑖𝑟𝑦 𝑡𝑎𝑙𝑒 𝑝𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡𝑠...
📜—𝕿𝖍 𝖌𝖔𝖑𝖉𝖊𝖓 𝖊𝖌𝖌𝖘𝖊
❛ 𝐿𝑎 𝑓𝑎́𝑏𝑢𝑙𝑎 𝑡𝑟𝑎𝑡𝑎 𝑑𝑒 𝑢𝑛 𝑔𝑟𝑎𝑛𝑗𝑒𝑟𝑜 𝑦 𝑠𝑢 𝑒𝑠𝑝𝑜𝑠𝑎, 𝑎𝑚𝑏𝑜𝑠 𝑠𝑜𝑛 𝑡𝑒𝑠𝑡𝑖𝑔𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑢𝑛 𝑝𝑜𝑟𝑡𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑞𝑢𝑒, 𝑒𝑛 𝑠𝑢𝑠 𝑚𝑖𝑠𝑒𝑟𝑎𝑏𝑙𝑒𝑠 𝑦 𝑒𝑠𝑡𝑢́𝑝𝑖𝑑𝑎𝑠 𝑣𝑖𝑑𝑎𝑠 ℎ𝑎𝑏𝑖́𝑎𝑛 𝑣𝑖𝑠𝑡𝑜 𝑗𝑎𝑚𝑎́𝑠, 𝑐𝑢𝑦𝑜 𝑚𝑖𝑙𝑎𝑔𝑟𝑜 𝑒𝑟𝑎 𝑢𝑛𝑎 𝑔𝑎𝑙𝑙𝑖𝑛𝑎, 𝑙𝑎 𝑚𝑖𝑠𝑚𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑜𝑛𝑖́𝑎 ℎ𝑢𝑒𝑣𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑜𝑟𝑜 𝑝𝑒𝑟𝑜 𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑎𝑠𝑎 𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑎 𝑎𝑣𝑎𝑟𝑖𝑐𝑖𝑎 𝑦 𝑙𝑎 𝑐𝑜𝑑𝑖𝑐𝑖𝑎 ℎ𝑖𝑐𝑖𝑒𝑟𝑜𝑛 𝑑𝑒 𝑒𝑙𝑙𝑜𝑠 𝑢𝑛𝑜𝑠 𝑚𝑜𝑛𝑠𝑡𝑟𝑢𝑜𝑠 𝑟𝑒𝑝𝑢𝑙𝑠𝑖𝑣𝑜𝑠 𝑦 𝑚𝑎𝑙𝑜𝑙𝑖𝑒𝑛𝑡𝑒𝑠 𝑦 𝑎𝑙 𝑛𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑎𝑟 𝑐𝑜𝑛𝑡𝑒𝑛𝑡𝑜𝑠 𝑏𝑎𝑗𝑜 𝑙𝑎 𝑖𝑑𝑒𝑎 𝑑𝑒 𝑒𝑠𝑝𝑒𝑟𝑎𝑟 𝑎 𝑙𝑎 𝑝𝑢𝑒𝑠𝑡𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑔𝑎𝑙𝑙𝑖𝑛𝑎, 𝑑𝑒𝑐𝑖𝑑𝑒𝑛 𝑚𝑎𝑡𝑎𝑟𝑙𝑎 𝑝𝑒𝑛𝑠𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑡𝑖𝑒𝑛𝑒 𝑜𝑟𝑜 𝑒𝑛 𝑠𝑢 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑟𝑖𝑜𝑟. ❜
↳ ੈ 𝑇𝘩𝑒 𝑡𝑎𝑙𝑒 𝑜𝑓 𝑡𝘩𝑒 𝑏𝑒𝑔𝑖𝑛𝑛𝑖𝑛𝑔🍺‧₊˚ ┊͙
—𝕴𝕴𝕴—
─── ¿𝐂𝐎́𝐌𝐎 𝐒𝐀𝐁𝐄𝐒 𝐌𝐈 𝐍𝐎𝐌𝐁𝐑𝐄? —La intuición de Guinevere le decía que el bardo ocultaba algo desde un principio y ya era hora de descubrirlo. Arke y él se veían muy unidos, demasiado como para no ocultar el mutuo interés que tenían en aquella travesía—. Hablad y como no me deis respuestas no hace falta decir cuál será mi respuesta. —Su puño se cerró en torno a la empuñadura del arma blanca, notó la calidez de su compañera más letal.
—Porque es brujo y como bien sabes, los brujos son adivinos excepcionales —se defendió Leoric dedicándole una sonrisa, demasiado inocente para su gusto.
—Y una mierda —le reprochó Guinevere, la sonrisa de Leoric desapareció por completo.
—¿Ahora prefieres la charla tranquila tomándonos unos pastelitos con té en el hermoso prado mientras cuidas de esa lengua mal hablada? Hace buen tiempo y... —empezó a hablar Arke con las manos tapando sus partes íntimas. Guinevere deseaba que se convirtiera en zorro pero estaba tan metido en la conversación que esa idea no estaba precisamente en sus planes o bien, lo hacía para incomodar más a la chica.
—No —cortó ella y aferró más fuerte la empuñadura, posando su mirada en ambos a cada rato. Leoric estaba dando vueltas, pensativo.
—¡Oh, Dios! ¿Se lo explicas tú o yo? —Leoric se dirigió al joven pelirrojo, frotándose los ojos con nerviosismo.
—Todo tuyo. Cuéntale tu melodramática historia —Arke volvió a hacer una reverencia pero esta vez, cargada de humor y con una sonrisa de boca en boca.
—Antes que nada, ¿te importaría volver a tu forma de zorro? Estoy muy incómoda, lo que es lógico puesto que no tienes ni la menor intención de ponerte prendas para taparte lo que sea que tienes ahí —replicó Guinevere sin la menor intención de entrar en detalles.
Arke le dedicó una sonrisa burlona para añadir con gesto mordaz:
—Pensé que eras una chica curiosa, pensé no, lo sé con firmeza —le guiñó un ojo y prosiguió irguiéndose como si se le acabara de ocurrir—: además, necesitan pasar horas de una transformación a otra así que toca esperar.
—Ya, claro... —Guinevere no creía ni una sola palabra de lo que decía—. Pues entonces, ten la decencia de ponerte algo encima además para tu información, soy curiosa pero no para esas cosas —añadió con desafío.
—¡Oh...! —Arke miró por todos lados, de arriba para abajo, de un lado para otro para luego fijarse de nuevo en Guinevere—. ¿Ves alguna prenda por aquí que pueda servirme? —Al ver el gesto adusto de la joven, sonrío para sí mismo—. Claro que no, a no ser que quieras prestarme tus prendas de vestir y cambiarme el relevo.
—No te cabe mi ropa y aunque te cupiera, tampoco te la prestaría.
—¡Uh! Nada que yo no pueda solucionar pero tranquila, no tengo prisa aunque no dejaré que veas mis partes más primitivas con mayor detenimiento, querida, al menos no de momento. —Esta vez, su guiño duró más de la cuenta pero Guinevere hizo como que no había oído ese comentario tan corrupto para sus oídos.
—Después de esta charla sumamente interesante podemos pasar a la parte en la que narro ¿cómo diantres me he metido en todo este berenjenal? —intervino Leoric moviendo las manos desesperadamente para que captaran su atención.
—Adelante pues, será un placer. —Arke lo miró con sumo interés aunque ya se sabía la historia por completo.
Guinevere lo miró con atención y Leoric cogió su laúd y empezó a entonar.
───Érase una vez...
un genio con gran agudez
que cometió la horrible estupidez
de ayudar a un burdo lleno de testarudez.
Empezó a rasgar con sus dedos las finas cuerdas de su sagrado instrumento, siempre al compás melodioso de la música y para dar más dramatismo al asunto posó un pie por encima de una roca y prosiguió con una meticulosa elegancia —muy típica de él— pero Arke soltó un bufido tras aquellas palabras que bien sabía de quién se trataba.
—Pero, ¿qué estás haciendo? —preguntó Guinevere, incapaz de creerse que estuviera cantando en una melodía la cual derivaba de un asunto que le podría costar la vida.
—Hacer el bardo, ¿es qué no lo ves? —le respondió Arke con ingenio en su voz.
—Quieres ponerte bien y hablar como una persona normal —dijo la muchacha ignorando al brujo y observando a Leoric. Este aceptó a regañadientes y prosiguió:
—Lo que no es normal es vuestra ignorancia hacia mi arte, en realidad me apiado de vosotros en el fondo de mi corazón. —Luego carraspeó varias veces y por fin empezó a contar su desdichada historia—: Como bien sabéis, cometí una gran estupidez de ayudar a un burdo lleno de testarudez que solo pensaba en comer. Un día el tabernero de esa horrible taberna del norte se dio cuenta de que ese zorro astuto —Miró de reojo a Arke pero este se limitó a simular un bostezo—: había robado gran cantidad de carne que, para ser exactos y teniendo en cuenta que visitó la taberna durante semanas, más de un kilo se llevó a su glotón estómago.
»Por lo tanto, el castigo fue mayor a más cantidad. Sin embargo y como dije, cometí la gilipollez de ayudarlo, aunque tampoco tenía la intención de decirle que un zorro de un bosque había visitado una urbe ajetreada y llena de gente sin ser visto para comer chuletas asadas. Me tomarían como un vesánico sin moral...
—Por loco ya te toman, querido amigo —le interrumpió Arke pero Leoric hizo como que no lo oía.
—El muy zorro se paseaba por la tranquilas calles de la ciudad con su forma humana y luego en la taberna empezaba a merodear a escondidas y a robar. Al menos esa era su idea hasta que el tabernero empezó a sospechar que algo estaba pasando en las despensas. Al principio pensó que eran las ratas...
—Sí, ya lo sabemos. No repitas que el zorro se hincó todo —interfirió Guinevere—, prosigue, ¿cuál fue tu castigo? ¿Lavar platos solo? ¿O también te torturaron? ¿Te dieron latigazos? O quizás... ¿Usaron algún otro método de tortura más eficiente?
Leoric la miró escandalizado pero volvió a su mundo de recuerdos y desdichas.
—El caso es que más tarde, sospechó de mí porque cuando empecé a trabajar, la cantidad de comida empezó a disminuir y eso se debe a que Arke aprovechó mi estancia allí para visitarme y así tener la excusa de pasarse por un cliente habitual y comer gratis pero pobre de mí, el jefe prefería conservar a un cliente fiel que a un humilde trabajador, me obligó a limpiar los platos sin descansar y por las noches, tuve que quedarme limpiando los suelos hasta que las uñas se me desgastaron lo suficiente para no seguir tocando el laúd, ese horrible hombre lo hizo a propósito porque odiaba mi música...
—El sentimiento es mutuo. Continúa y ve al grano. —Guinevere lo fulminaba con la mirada pero Leoric estaba todavía en su mundo, víctima de un hechizo dramático —muy propio de él—, contando la historia como una novela.
—Pues después de encomendarme trabajos y tareas absolutamente absurdas como contar todos los granos de sal de los sacos de la despensa, recuperar un alfiler de plata que su eminencia; el tabernero desquiciado perdía «accidentalmente» por ahí simplemente para tener la excusa de tener más trabajo para cuando acabara mi jornada desquiciada habitual así que, durante la noche no solo me limitaba a limpiar la mierda que dejaban, también estuve bastante ocupado buscando ese puto objeto de las narices; tan afilado, pequeño y delgado para ver a simple vista, lo peor de todo era cuando me obligaba a limpiar las sábanas sucias hasta transformarlas en paños de oro. En fin, no las tomaba en cuenta pero sí le gustaba verme sufrir y apenas me daba de comer. Me decía «ya has comido demasiado a mis espaldas, ahora lo único que harás a mis espaldas será pudrirte hasta que los huesos asomen por tu carne desnutrida y putrefacta».
—¿Y la parte en la que desobedeces y quiso rajarte la cabeza de cuajo? —inquirió Guinevere con una ilusión pertubadora.
—Bueno, pues me di cuenta que ese tabernero tenía una mujer, la misma que se había fijado en mí desde que había llegado, en cierto sentido se podría decir que mis encantos viriles la sedujo suficiente como para persuadirla de que yo no era precisamente el ladrón que su marido como un loco me acusaba. Un día, me visitó por la noche durante mi jornada nocturnal —mucho después de que los borrachos ambulante y las mujeres del turno de noche se fueran del local—, me dirigió a uno de sus aposentos de arriba y...
—No hace falta entrar en detalles así que más ta vale omitir esta parte. —Volvió a interrumpir Guinevere entornando los ojos.
—Sí, sí —coincidió Arke, estirándose perezosamente, ya había vuelto a su forma de zorro para alivio de Guinevere, este la miró con una sonrisa inquilina como si leyera sus pensamientos, y se volvió hacia Leoric para proseguir—: pero ahora me da intriga imaginar la cara que puso ese...tabernero al descubrirte yaciendo con su esposa.
—¡Eh, bueno! Técnicamente ya habíamos acabado pero si me vio desnu... —se defendió Leoric.
—¿Queréis dejarlo? Cuenta que pasó y dejad el asqueroso romance ese o como queráis llamarlo, ¿qué pasó después? ¿Te torturó esta vez? ¿Te apuñaló por la espalda y te dejó una cicatriz fea y horrible? ¿Te cortó los dedos de los pies uno a uno y lentamente hasta que tus gritos de dolor se apaciguaron? —Guinevere estaba emocionada, Arke sonrió de nuevo, Guinevere sabía que se estaba relamiendo mentalmente pero Leoric estaba horriblemente estupefacto.
—Me gritó, su grito fue como el de un gallo enfadado en busca de una nueva persona para picotear sus pies. Así que salí tapándome a duras penas con unas mantas pero unos guardias me intercedieron el paso en la entrada y el tabernero aprovechó la ocasión para exigirme una tarea, una de las más crueles y difíciles pero esa vez no se conformaba con que limpiara a pesar de no conseguir el oro que necesitaba, esta vez quería oro de verdad; puro e irreconocible. Me pidió 10 docenas de huevos de oro y me dio 4 meses —el mismo tiempo en el que estuve limpiando— y si no se lo llevaba en ese lapso de tiempo, me dijo que mi cabeza sería el adorno más célebre y especial en su pocilga llena de boñigas.
»Aprovechó la ocasión de una estupidez que cometí —pero obviamente de la que no me arrepiento porque de tan solo recordar su cara de espanto al saber que su querida esposa me quería más a mí que a él lo haría una y mil veces más— para dar una oportunidad de crecimiento a su negocio con una dichosa profecía que ni siquiera sé que es real y por lo tanto, Arke porque en el fondo de su corazón, yo sé que se sentía y se siente culpable, decidió ayudarme y así fue cómo descubrió con su astuta habilidad de observar y escuchar con sus orejas y ojos afilados que tú te dedicabas a investigar sobre el paradero de objetos fantásticos y los diferentes misterios que rodean a este reino así que me exigí a mí mismo poder hablar contigo...
—¿Y ayudarte a salvar tus propios huevos a cambio de conseguir unos huevos de oro de una gallina legendaria que no sabemos si existe realmente? —observó Guinevere ladeando la cabeza.
—N-no, sí, no, bueno sí pero no. No salvarías mis huevos pero sí mi cabeza. Además, tú me ayudas y yo te ofrezco mi grata compañía a modo de gratitud —explicó el bardo, orgulloso como si la estuviera halagando.
—¿Eso es un agradecimiento o una tortura? —terminó de deducir Guinevere con un suspiro.
—¡Ja! Apuesto por lo último, estamos de acuerdo, querida —Él le regaló una larga sonrisa, con la lengua colgándole entre los dientes—. Además es culpa de él por no haber controlado sus impulsos primitivos.
—¡No! —exclamó Leoric—. Te recuerdo que si hubieras controlado tus impulsos naturales de nahual por comer carne no me hubieras metido en todo ese ajetreo.
—Callaos ambos, los dos habéis sido unos estúpidos imprudentes. Pero debo de seros sinceras, olvidaos de estar conmigo y conservar las esperanzas, la fábula trata de un granjero y su esposa, ambos son testigos de un portento que en sus miserables y estúpidas vidas jamás habían contemplado y cuyo milagro se trataba de una gallina —la misma que ponía huevos de oro— pero lo que pasa es que la avaricia y la codicia hicieron de ellos unos monstruos repulsivos y malolientes por lo que al no estar contentos bajo la idea de esperar a la puesta de la gallina, deciden matarla porque los muy ilusos pensaron que tenía oro en su interior. Cuando descubren que no es así, caen en la cuenta de que mejor les habría valido conservar lo que tenían —explicó Guinevere, que ya había envainado la espada, aquellos dos de momento eran más tontos de lo que imaginaba, lo suficiente como para saber que no corría peligro pero eso no quitaba que bajara la alerta—. Eso quiere decir, que estás bien jodido, bardo. Mis condolencias, nos hubiéramos conocido más y creo que me hubieras caído menos mal de lo que me caes ahora. —Dispuesta a irse, cogió las bridas de Acherón pero el zorro se acercó a ella mientras el bardo le daba mil suplicas para ayudarlo.
—Esa es la versión de un cuento cuya moraleja hace enseñar a los niños la importancia de tener paciencia, de valorar lo que tienen y a no perderlo por culpa de la avaricia y la codicia pero, en este reino, bien sabes que puede ocurrir de todo, puede que haya una oportunidad de encontrarlos y si ha de ser así, me encargaré yo mismo y emprenderé la marcha si hace falta para ayudarlo. —El zorro esta vez, hablaba en serio, Guinevere sintió que en los ojos castaños de la criatura había un destello de preocupación por su amigo, la muchacha alzó la mirada hacia el bardo que estaba desesperado, dando vueltas y lamentándose de sus errores, en el fondo le recordaba a ella, también lamentaba los errores de su pasado y por un breve momento, sintió compasión por él pero desapareció en un parpadeo.
—Debo de visitar a alguien para que me de los objetos que necesitaré para las travesías que me encomendó el brujo. Una vez realizadas, mataré a ese tabernero y la cuenta quedará saldada, reúnanse conmigo dentro de diez días en la posada de siempre, por la noche y me daréis la localización. —Guinevere se subió a su montura pero Leoric dijo algo que la chica no se había esperando y la tomó por sorpresa.
—Ojalá fuera tan fácil pero es difícil de derrotarlo. —La voz de Leoric sonó firme, impropio de él, estaba arrepentido; arrepentido de verdad.
—Guinevere. —El zorro la observaba desde abajo, también adoptó un gesto serio en sus facciones zorrunas. Guinevere lo miró fijamente, no dudó de que ese tabernero no era un simple tabernero—. Se trata del mismo hombre que estás buscando, él mismo que quieres matar con tus propias manos: Rumpelstiltskin.
La muchacha tragó saliva y miró a ambos. No podía creerse que ese hombre se pasara por un humano y tenía nueva esposa, en parte se alegró de que le haya puesto los cuernos a ese desdichado pero no sabía absolutamente nada de su paradero actual, se había limitado a querer conseguir los objetos mágicos de las misiones encomendadas, para cuando los albergara todos, derrotarlo y justo cuando esté más cerca de obtener ese enfrentamiento final, intentar por todos los medios localizarlo, así que sabía que si ayudaba a esos dos a conseguir los huevos de oro, ellos la ayudarían con la información reciente y no solo de su paradero, sino de su nueva forma de vida, aportándole más ventajas.
—Está bien —dijo ella haciendo que Acherón diera una vuelta elegante para ponerse al frente del zorro y el bardo—. Pero puesto que os habéis metido en mi vida y en mis propios planes sin mi consentimiento, me obedeceréis y deberéis de acatar a raja tabla mis órdenes. Regla número uno: no me incordies más de la cuenta, regla número dos: no me preguntéis nada sobre mí, regla número tres y la más importante: nadie matará a Rumpelstiltskin, nadie, excepto yo, ¿ha quedado claro?
Ninguno rechistó pero por la mirada que le lanzaba Arke estaba segurísima que no las iba a cumplir.
—Está bien —afirmó el bardo—. ¿Eso significa entonces.... que Rumpelstiltskin no me matará después de todo?
El plan de Guinevere era ayudar a Leoric, conseguir esos huevos de oro, los cuales tardarían días en obtenerlos y cuando llegue el momento de la verdad, dejar que Rumpelstiltskin matara al bardo, cortándole la cabeza y luego Guinevere aprovecharía ese momento de despiste para asesinarlo a sangre fría. Una vez muerto, cogería la decena de huevos de oro y se lo quedaría todos, eso le daría fortuna y de la fortuna una vida nueva. «Una vida infeliz con un final feliz» justo como había dicho Leoric al principio. De Arke ya se encargará ella personalmente.
—Naturalmente que no, te ayudaré —le mintió Guinevere pero sonó tan convincente que el bardo se lo creyó y empezó a dar saltos de alegría. Arke se removió por la hierba pero sabía perfectamente que la chica estaba mintiendo aunque no le dio importancia al asunto. En el fondo, el brujo pelirrojo sabía que Guinevere tenía buen corazón al igual que su amigo, aunque sea en el fondo de un abismo oscuro dentro de otro abismo oscuro.
—Pero no te emociones, bardo. Como me estorbes me aseguraré de que no llegues completo hasta él —añadió significativamente.
La sonrisa de Leoric desapareció y la de Guinevere se acentuó, dándoles la espalda. Sintió como Arke se reía a carcajadas en silencio.
—En fin, ahora debo de emprender mi viaje y empezaré por supuesto, con los objetos que necesito, así que lo siento, pero tus huevos van a tener que esperar —Acherón empezó con paso lento y Guinevere continuó—: Necesitaréis una montura para alcanzarme porque no pienso que Acherón cargue con vuestros traseros pesados y malolientes.
Pero Arke había sido inteligente y usó sus poderes para que dos caballos salvajes que deambulaban por allí se ofrecieran para llevarlos. Para sorpresa de Guinevere, Arke ya estaba a su lado y tenía unas prendas sencillas de granjero para pasar desapercibido, montaba sobre un hermoso corcel negro y Leoric apenas se mantenía firme con un precioso caballo blanco, estaba claro que jamás había montado en uno.
—Ya sabía yo que si podías transformarte como un zorro, también podías hacer aparecer la vestimenta —se quejó Guinevere, su voz apenas era audible con el trote de Acherón y los sonidos del bosque que le daba la bienvenida a la aventura más deseada y que tanto tiempo había esperado la joven: la búsqueda de los objetos mágicos que pondrán fin la vida del hombre que le arruinó la infancia por completo cuando tan solo era una niña.
—¡Oh, venga ya! ¿Y quitarte esa carita sonrojada que tenías? —continuó Arke mientras su melena danzaba como el crepitar de la llama con el contacto de la brisa, su rostro se iluminó cuando él y el caballo que lo llevaba entraron al gran follaje, un lugar que tanto al animal como al brujo le fascinaba por completo. Y a Guinevere también y con gesto jovial continuó—: ¡Jamás!
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