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───🍺‧₊ 『𝓒𝑎𝑝𝑖́𝑡𝑢𝑙𝑜 𝐼: 𝓝𝑢𝑒𝑣𝑜𝑠 𝑐𝑎𝑛𝑡𝑎𝑟𝑒𝑠 𝑝𝑎𝑟𝑎 𝑒𝑙 𝑏𝑎𝑟𝑑𝑜』

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♞ 𝒜 𝑛𝑜𝑡 𝑠𝑜 ♞
𝑓𝑎𝑖𝑟𝑦 𝑡𝑎𝑙𝑒 𝑝𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡𝑠...
📜—𝕹𝖊𝖜 𝖘𝖔𝖓𝖌𝖘 𝖋𝖔𝖗 𝖙𝖍𝖊 𝖇𝖆𝖗𝖉

¿Os habéis extraviado, bardo?

↳ ੈ 𝑇𝘩𝑒 𝑡𝑎𝑙𝑒 𝑜𝑓 𝑡𝘩𝑒 𝑏𝑒𝑔𝑖𝑛𝑛𝑖𝑛𝑔🍺‧₊˚ ┊͙

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𝐆𝐔𝐈𝐍𝐄𝐕𝐄𝐑𝐄 𝐒𝐄 𝐄𝐍𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐀𝐁𝐀 𝐄𝐍 𝐋𝐀 𝐏𝐎𝐒𝐀𝐃𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐏𝐀𝐑𝐈𝐀𝐒, aquella que aguardaba en su cálido interior innumerables e insólitos secretos, la misma que refugiaba a los no humanos; dicho comúnmente como los brujos, hechiceras, vampiros, hombres lobos y otras criaturas de la noche. Allí se refugiaban, en aquellas cuatro paredes sosegados por la luz cándida del fuego y el crepitar de la hoguera. Sin embargo, Guinevere no iba allí por eso y mucho menos para estar en compañía, le gustaba estar sola pero aquella noche sabía que el brujo estaría allí dándole toda la información que necesitaba para acabar con Rumpelstiltskin después de tanto tiempo, después de todo lo que le hizo y arruinarle la vida por completo simplemente por ser una humana. La creía débil, estúpida pero a medida que avanzaba los años, Guinevere se dedicó a explorar el mundo, a buscarse así misma, observaba desde las sombras el arte del combate gracias a caballeros errantes de todo poniente y las ponía a prueba durante la noche. Para ella no había fin, tampoco un principio pero sabía que no moriría sin haber matado con sus propias manos a ese mal nacido. Y por descontado, sabía que el brujo le daba la información y siempre le pedía algo a cambio. No era dinero pero deseaba conseguir los tesoros que conseguía en sus travesías y a ella no le importaba porque lo único que quería era la cabeza decapitada de Rumpelstiltskin entre sus frías manos.

Guinevere siempre se las arreglaba para tener acceso a aquella humilde posada a pesar de ser una humana aunque parte de ello se debía a que le había caído bien al posadero, un anciano mayor que siempre le entregaba una jarra de agua fresca —Guinevere odiaba el vino—, cuyas habilidades sociales se debían a la amabilidad y la compresión que sentía por todos aquellos desamparados, dándole cobijo a todos aquellos rechazados y repudiados por toda la sociedad. Su única misión allí era negociar con un  brujo que le entregaba toda la información y luego, se marchaba mientras que ella se limitaba a recapacitar un instante en todas las adivinanzas y misiones que le dejaba a medio camino, luego se marchaba sin dejar rastro al igual que él pero aquella noche en la taberna había un gran bullicio. Algunas hechiceras cortesanas bailaban enseñando sus senos con algunos vampiros que las saboreaban, había también brujos que vitoreaban y cantaban antiguos juglares y chocaban las jarras de vino caliente, bañando el suelo de su característico rojo intenso. Los hombres lobos aullaban aunque aún no era luna llena pero sí un gran éxtasis, controlando sus impulsos más saciados a duras penas, Guinevere puso los ojos en blanco, dispuesta a irse antes de que se formara un gran ajetreo pero un joven con el cabello castaño la observó con una mirada divertida y curiosa. No tardó en darse cuenta de que se trataba de un bardo por sus ropajes característicos y el ukelele.

—¿Os habéis extraviado, bardo? —le preguntó con frialdad Guinevere, frunciendo el ceño.

—Me parece que la única extraviada aquí eres tú —aventuró a decir él con una voz cantarina, sus ojos se posaron en el vaso de madera que sostenía Guinevere—. ¿Agua en un recipiente esencialmente para el vino? ¡El vino es mucho mejor!

—Lo que beba yo no es de vuestra incumbencia, bardo. Dedica vuestros diálogos a canturrear y no para chismorrear —atajó ella, dispuesta a irse pero el bardo se llevó la mano a la cabeza imitando una pose de falsa molestia.

—¡Oh! Veo que tienes una lengua afilada...ejem...En eso, somos iguales —vaciló un instante; sin quitarle la mirada—: pero verás... he visto que has hablado con ese brujo. ¿Acaso buscáis lo mismo que yo?

Los ojos de Guinevere se abrieron de par en par durante un segundo pero supo disimularlo con una sonrisa llena de desdén y falsa sorpresa.

—¿Acaso creéis que estoy aquí para hacer tratos con un brujo? —Escupió la última palabra con desprecio. Odiaba a las criaturas con poderes pero a veces necesitaba colaborar con los enemigos para salirse con la suya.

—Bueno...técnicamente estás y sé perfectamente que para qué, sé que eres una cazadora de cuentos —prosiguió el bardo con una sonrisa—.Nada me gustaría más que acompañarte porque necesito nuevos versos para mis próximos cantares y... —hizo una pausa, dirigiendo sus manos en derredor con una divertida vuelta- lo único que voy a encontrar aquí serán unos versos desgarradamente seductores y alocados. Claro que para eso no necesito observar, mi imaginación en muy, pero que muy vasta...

—Basta —le cortó Guinevere—: No tengo tiempo para vuestras...tus —rectificó, optó por un lenguaje más vulgar, aquel tipo no merecía sus respetos—: estupideces y mucho menos para aguantarte en mis travesías y, para tu información, no soy cazadora de cuentos ni nada de eso, ese brujo me da todos los datos que necesito, viajo y lucho para poder tener todos los artefactos necesarios y derrotar al ser que me arruino la vida para ponerle fin a todo lo que formó.

—¡Una vida infeliz con un final feliz! —exclamó el bardo—: Eso me dará muchas ideas aunque ahora tenga intrigas prefiero descubrirlas poco a poco. A veces las letras requieren...

—¿Qué parte de que no vas a ir conmigo no has entendido? —saltó Guinevere. Suspiró para sus adentros mientras dirigía sus pasos hacia la entrada, dispuesta a marcharse definitivamente de aquel lugar.

—¡Ey,Ey,Ey! ¡Espera! —El bardo correteó detrás de ella sujetando a duras penas el ukelele y debido a ese gesto indescuidado, la parte baja del instrumento chocó contra la maciza cabeza de un brujo que reposaba medio borracho en una de las mesas de madera y flirteando con una mujer, el instrumento hizo un sonido gracioso al chocar contra aquella roca. El hombre era tres veces más grandes que el bardo cuando se levantó y este lo saludó con una sonrisa nerviosa mientras intentaba alejarse de él—: L-lo siento, tienes una cabeza muy dura ¿eh? —prosiguió, palpando el ukelele con sus dedos a medida que se alejaba lentamente.

—Idiota... —susurró Guinevere pero lo último que quería era que un ser de los que tanto odiaba matara a uno de los suyos, aunque sea un idiota de los grandes. En un breve momento le tentó la idea de dejarlo a su mala suerte pero sintió que era su obligación ayudarlo.

—¡Eh, tú! —Intentó con todas sus fuerzas que su voz sonará fuerte y llena de ira y no la tomaran como una mozuela desamparada pero dentro de ella había un terror absoluto que intentaba domar. Aquel hombre le cuadriplicaba la altura y el peso, vislumbró que apenas le llegaba al pecho y su cara estaba roja, pensó para relajarse qué se debía por su embriaguez y no por su ira—: Este idiota fanfarrón a veces no controla sus impulsos infantiles, créeme cuando te digo, que lo desearía estrangular con mis propias manos con tal de que sus cuerdas vocales no funcionen —El bardo la miró aterrorizado—: y se callara esa boca alelada que tiene pero no conseguirás nada matándolo aquí, delante de los presentes pues muy a mi pesar, es el único que sabe entonar canciones y sin su voz, dudo que puedan seguir disfrutando de un ambiente musical. —El bardo volvió a sonreír y se lo agradeció con la mirada pero ella no quería que la tratasen como una endeble, ya lo había sido y se aprovecharon, así que llegó un momento en el que supo que si realmente quería sobrevivir a un mundo tan cruel, debía de ser mala porque los villanos siempre ganaban y si era la buena, se lo arrebatarían todo tal y como hicieron, así que prosiguió con una media sonrisa—: Más, sin embargo, si quieres, no te impediré que la rajes esa lengua afilada que posee, ya habrán otros muchos candidatos para encargar su puesto.

El bardo la miró de nuevo horrorizado y poco a poco, su mirada poco a poco se alzó y se posó en las de aquel hombre pero este sonrió y le abrazó con fuerza. Aplastó al bardo contra su cuerpo, intentando zafarse a duras penas.

—Quí...tame tus s-sucias manoooos de en...cima —dijo él pero el brujo lo apretó con más fuerza. La mueca graciosa de dolor que hizo el bardo hizo reír a Guinevere.

—¿Quéééé ha-sss diiiiiiiichooooooo? —El hombre estaba muy embriagado, apenas daba créditos a sus palabras pero mientras este apretaba con una mano al bardo, besándole sin querer su pecho peludo con la otra cogió una gran jarra y se la dio al bardo.

—N-no quiiiiii-i...ero —dijo a duras penas el cantarín. El grandullón se lo quitó de encima mientras le daba un vaso, este lo aceptó pero al recuperarse no tenía ni la más mínima intención de probarlo, se quedó con la mirada perdida en el interior de la jarra. El brujo cogió otro recipiente y lo chocó contra el de él pero no bebió, esperando a que el lo hiciera.

—¡El vino es mucho mejor! —exclamó Guinevere, aludiendo la frase que él mismo había dicho al principio.

—Para que el vino sepa a vino ha de ser tomado con varios amigos —le enfrentó él con una sagaz sonrisa, ofreciéndole un recipiente cargado de vino de la misma mesa. Guinevere lo fulminó con la mirada y él le dedicó un guiño de ojos pero no avanzó, tenía los brazos cruzados aunque presenció que todos la estaban observando, determinando sus decisiones y sabía que si rechazaba aquella ofrenda sería un insulto para ello. El bardo se la jugó bien pero se la quitó con brusquedad de sus manos y le hizo un choque fuerte con su recipiente y el de él, haciendo que algo del vino cayera sobre sus ropajes inferiores, mojando sus partes sagradas.

—Primero, no soy tu amiga, segundo, deberías de controlar aparte de tu boca claró está, tu espada del amor que tienes ahí abajo y no provocar aguas menores. —Guinevere después de poner a aquel bardo en su posición hizo ademán de beberse en un santiamén el vino que había quedado en su recipiente pero no se lo tragó del todo e intentó con todas sus fuerzas no dar arcadas debido al sabor agrio de aquel vino. Salió de la posada y echó todo lo que había dejado en su boca al terreno oculto por unos espesos árboles cuando por fin estaba a solas o eso deseaba. El bardo volvió con ella. Seguramente a desquiciarla.

—¡Uf! —resopló él al llegar hacia ella, inclinando su cuerpo y posando sus manos sobre sus rodillas intentando recobrar la compostura tras la pequeña carrera que se echó y una vez erguido continuó—: Hemos empezado con mal pie, pero míranos, ambos conservamos la cabeza todavía.

—¡Tú! ¡Maldito holgazán ingrato so miserable! —Una vez se recuperó la compostura se enfrentó hacia él, ignorando por completo la cara sonriente del bardo mientras lo señalaba con el dedo llena de indignación—. No me vuelvas a desafiar de esa manera. ¿Has oído? Sino, ten por seguro que te destriparé com...

—En primer lugar —hizo una breve pausa para un sonoro carraspeo—: ¡Tú! ¡No deberías de haberle dicho eso! ¿Qué pasaría si hubiera aceptado tu diabólica idea? ¡Ahora mismo no tendría lengua!

—Mucho mejor puesto que te callarías. —Estaba claro que era mejor no perder saliva con él.

—Deberíamos de rectificar quien hace daño con sus palabras...

No obtuvo respuesta, Guinevere solo le dedicó una fulminación llena de odio con la mirada y lo apartó hacia un lado par abrirse paso.

El bardo no se rindió.

—¡Pero! Podríamos empezar de nuevo, ¿qué te parece? —inquirió él, acercándose a ella, de nuevo—: Mi nombre es Leoric, un placer —hizo una versada reverencia y Guinevere lo miró de reojo como quien mira una actuación de un niño pequeño intentando orinar en una plaza repleta de gente para hacerse el gracioso.

No dijo nada, de nuevo el silencio reinó en ella y luego, Guinevere se dirigió hacia su caballo, un precioso percherón negro con manchas blancas.

—Vamos, Acherón —le dijo esta mientras le acariciaba las suaves y blanquecinas crines—. Es hora de partir.

—¡Espera, espera! ¡Dios me libre! Te pareces mucho a un amigo pero... hace tiempo que no lo veo, ¿sabes? —Ya estaba al lado de Guinevere intentando moverse como sus piernas le permitían en aquellos pantalones mojados—: Era muy gruñón como tú. Me pregunto muchas veces el porqué de su abandono hacia mi fabuloso ser.

Guinevere esta vez se volvió hacia él con mera curiosidad y le preguntó con ironía sarcástica:

—¿Tú sabes que me preguntó yo ahora mismo?

Él negó con la cabeza, lleno de curiosidad.

—El porqué te dejó vivo, hubiera sido él y ya hubieras estado enterrado bajo suelo pero vivo y lo segundo, es obvio su abandono, nadie quiere estar contigo. —Atrapó las bridas de Acheron y se subió a él-. Hasta más ver, holgazán, intenta no meterme en más líos, no me gustaría que me mezclen contigo por tus embrollos al habernos visto juntos.

—¡Sí, sí! —dijo él sin darle importancia—, ¡pero déjame ir contigo! No soporto la vida monótona que quiero, necesito descubrir nuevas aventuras, explorar incógnitos territorios, saciar mi sed de acción, aprender nuevas proezas para contar en mis futuros cantares, alber...

—Adiós. —Eso fue lo único que le dijo ella mientras movía las bridas y emprendía la marcha, dándole la espalda a aquel bardo, deseosa de cortar aquella conversación que para ella, era muy innecesaria, además, se notaba que el muchacho no tenía ni la mas remota idea de todos los peligros que albergaban esa clase de aventuras y explorar nuevos territorios, desde luego no quería tener a nadie al quién cuidar, prefería estar sola.

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