𝓒𝓲𝓰𝓪𝓻𝓻𝓲𝓵𝓵𝓸𝓼
Subaru no estaba muy seguro porqué había decidido acudir al encuentro con la chica que había conocido el día anterior. Decir que era por la cajetilla de cigarros sería la mayor del mundo, pero afirmar que lo había hecho específicamente para encontrarse con la muchacha no era del todo acertado.
No tenía una verdadera razón o motivo para ir, sin embargo, ahí estaba de nuevo al día siguiente, bajo la luz del alumbrado público que se había encendido cuando el sol empezó a ocultarse. No habían acordado una hora para su encuentro, así que el albino tuvo que esperar por más de dos horas antes de apreciar la delgada figura de la chica apresurarse a donde estaba él caminando con sus abrumadoras ropas de invierno.
—¡Sí viniste, Subaru-san! —comentó con alegría Yūki al tomar asiento en el mismo columpio del día anterior, dejando uno vacío entre ambos—. No olvidé mi promesa, traje los mismo que vi que traías ayer. Mi consulta se alargó más de lo que creía, espero no haberte hecho esperar mucho.
—A penas llegué —mintió con descaro, dirigiendo sus rubíes hacia ella.
Yūki se meció un poco mientras Subaru abría el paquete, además de sacar su encendedor del bolsillo de su ropa.
—Me sorprende que los consiguieras, no los venden en cualquier tienda —comentó al tomar un cigarrillo y encenderlo, acercándole el tabaco para que ella también pudiera comenzar a fumar con él. Al igual que el día anterior, ninguno mencionó palabra hasta que encendieron el segundo cigarrillo, además que otra vez fue el albino quien empezó la conversación.
—¿Qué hace una niña como tú fuera de tu casa tan tarde? Es casi media noche.
—¡Eh! ¿Pues cuánto años crees que tengo? Desde ayer me dices así.
—No lo sé, ¿Unos doce?
—¡Claro que no! ¡Tengo diecinueve! Y tampoco es que mida tan poco como para que me confundas con alguien tan pequeña.
—¿Medir metro y medio no es suficiente razón?
La muchacha terminó dándose por vencida con un suave bufido, paseando el cigarrillo entre sus dedos, pensando en alguna forma de seguir platicando con él, ya que le gustaba hacerlo.
—Oye, sigues sin contestas mi pregunta.
—¿Uh? ¿Cuál?
—De por qué no estás en casa. Ayer era inclusive más tarde porque nos fuimos de aquí después de medianoche. ¿No te da miedo que te pase algo por estar tan tarde por estas calles solitarias?
—La verdad es que no, este sitio siempre ha sido un lugar muy tranquilo —comentó al soltar una leve risita—. Sé que no corro peligro alguno aquí afuera. En realidad, lo que más miedo me da es que mamá entre a mi habitación y se dé cuenta que en vez de estudiar para mis clases de mañana estoy fumando con un chico del que apenas sé su nombre.
—¿Y acaso no me temes a mí, aunque sea un poco? Soy un total desconocido y bien podría ser un psicópata, violador... —Y en voz muy baja añadió a la lista: —. O inclusive un monstruo...
—Oh vamos, qué dramático eres, Subaru. Es obvio que no eres de lejos nada de eso. No te hagas esas ideas.
—¿Y cómo es que estás tan segura de que no lo soy?
—Porque un psicópata, un violador y mucho menos un monstruo no vendría jamás a un lugar como éste para llorar en silencio en plena madrugada casi a diario; pero un chico muy tiste y herido sí lo haría.
Y fue en ese momento que sin querer las mejillas de Subaru ardieron por la vergüenza.
Alguien lo había descubierto.
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