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Leto Atreides estaba llegando a un punto de ruptura, en su estatus como poderoso senador de una tierra lejana se había encontrado con múltiples situaciones inusuales, pero ninguna suponía una piedra en el zapato como Marco Acacio, un renombrado y temido general de la ciudad de Roma en la que actualmente estaba asentado como diplomático. Todo comenzó con un animado debate en la cámara legislativa sobre la salud actual de las tropas, la propuesta del duque respecto a los suministros no sentó bien al guerrero, el cual hizo cualquier cosa por ridiculizarlo.

El enfrentamiento fue ascendiendo hasta que se trasladó a otros lugares de la ciudad, entre otros mientras estaba sentado en la sala común de una antigua posada romana. Al otro lado de la habitación, Acacio le sostuvo la mirada con feroz intensidad. Aquello casi se tornó en agresión física, no es que le temiera a su contrincante, ya que en su juventud se sometió a un estricto entrenamiento debido a la naturaleza inestable de su lugar de nacimiento.

Sus encuentros accidentales se habían vuelto extrañamente frecuentes y, cada vez, su rivalidad estallaba con renovado vigor, lo cual hizo que hasta los plebeyos hablaran de ello entre cuchicheos. Pero desde luego el episodio más extraño se llevó a cabo cuando en un intento por desahogarse Leto decidió hacer una visita al burdel local.

Cuando se disponía a saciar sus más bajos instintos con la mujer más hermosa que encontró, esta le ofreció ir a la sala común que al parecer ese día estaba más que animada. El olor del sitio estaba embargado de sudor y depravación, los cuerpos más jóvenes que el suyo se amontonaban sin pudor, eso fue hasta que lo vio.

Acacio también estaba ahí, ya completamente desnudo y cerca del éxtasis, su cuello se extendía hacia atrás mostrando suculentamente una vena descuidada, una chica rubia estaba de rodillas frente a él mientras se perdía en el placer al chocar con ella en sus embestidas una y otra vez como si quisiera llegar a lo más profundo de su ser.

El duque tragó sintiendo su garganta seca, su mente debió haberse ido a otra parte pero su cuerpo parecía más que interesado, intentó desterrar de la mente la imagen de su enemigo y tumbó a la mujer boca arriba en la alfombra, procediendo a explorar su cuerpo con la boca. No se entretuvo mucho en su labor cuando se vio necesitado de rápida liberación y empujó las piernas de su acompañante sobre sus hombros accediendo a su entrada. Lo peor que pudo hacer fue desviar la atención al frente.

El general ahora le sostenía la mirada sin reparo alguno, tenía una sonrisa arrogante en su rostro y le daba un fuerte tirón a su miembro dolorido. El juego del gato y el ratón era frecuente entre ellos, esta vez, sin embargo, parecían decididos a superarse mutuamente de una manera diferente.

Sus suaves rizos se movían con estrépito sobre la frente y pasados unos segundos los cincelados músculos de su estómago se contrajeron, decorando la espalda de la prostituta con su liberación.

Esta visión llevó al duque al límite, casi sin tener tiempo de separarse de la joven antes de acabar en el suelo, no recordaba haber terminado tan rápido desde hacía mucho tiempo. Su compañera emitió un jadeo de disgusto, pero en ese momento ni siquiera importaba.

Acacio hizo un pequeño asentimiento mientras ambos apuraban las últimas replicas de lo sucedido, accedió a la parte de atrás para coger un trozo de tela que se asemejaba a una túnica y salió del lugar dejando a su oponente con sensación de mareo.

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Lamentaba admitir que aquello se repitió más veces de lo que estaba dispuesto a contar, el comportamiento era siempre el mismo, hasta el punto de que ya conocían los horarios y hábitos del otro.

En una de esas ocasiones, mientras los pocos curiosos que buscaban un descanso de las actividades llevadas a cabo los observaban, los susurros comenzaron a propagarse, una mujer ampliamente experimentada se acercó al duque con cautela. "Caballero, ¿hay algo en esta habitación que también le gustaría catar? Es decir, a nadie le amarga un dulce, por salir de rutina"

La mofa vino acompañada de una suave caricia en su espalda y una mirada poco discreta al moreno de barba irregular, añadiendo un tirón al cabello de una hermosa pelirroja que se encontraba de rodilla dándole placer con su boca. Atreides gimió ruidosamente.

-¿Con esa sabandija? Antes Roma perdería todas sus riquezas.

Una risa resonó en el pecho de Leto mientras al otro lado del pequeño espacio era fulminado con una mirada de odio. La postura del contrario se tensó sobre el cojín que le servía de respaldo en un momento de descanso.

La meretriz miró insegura a los demás invitados, que habían quedado cautivados por el tenso intercambio. Nadie se atrevió a desafiar a las dos formidables figuras, uno un estimado líder militar y el otro un respetado estadista. Podían sentir la tensión y el orgullo subyacentes que alimentaban esta inusual confrontación.

El tiempo pareció ralentizarse mientras los dos hombres continuaban su silenciosa batalla de voluntades. El aire crepitaba con el desafío tácito que flotaba entre ellos, e incluso aquellos que miraban podían sentir el peso de su inquebrantable determinación.

A pesar de la incomodidad que impregnaba la habitación, nadie se atrevió a interrumpir el fascinante enfrentamiento. Era como si el destino de los imperios dependiera de este choque silencioso y todos los presentes no estuvieran dispuestos a arriesgarse a las consecuencias de interferir.

Finalmente, a medida que avanzaba la noche, Leto y Marcus finalmente cedieron y rompieron su inquebrantable contacto visual. Sin decir una palabra, ambos se levantaron de sus aposentos y salieron de la sala común por separado, dejando atrás una sensación palpable de tensión no resuelta.

Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, los invitados dejaron escapar un suspiro colectivo y la mujer se rio nerviosamente. "Supongo que podemos agregar esto a la lista de encuentros extraños", comentó, tratando de disipar la persistente inquietud que llenaba la habitación. Los clientes intercambiaron miradas y sonrisas de complicidad, reconociendo que habían sido testigos de una rivalidad de otro tipo, una que trascendía las palabras y las espadas.

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El duque se encontraba en una habitación separada que servía de aseo para mayor salubridad del burdel, un baño de verdad tenía que esperar hasta llegar a su Domus. El agua de la tina servía de bálsamo para sus articulaciones doloridas y el pequeño pañuelo hacía las veces de purificador para limpiar sus pecados.

De repente unos pasos interrumpieron la tranquilidad y antes de darse cuenta su espalda se encontraba pegada a la pared trasera después de que Marcus arremetiera contra él, cogiéndolo del cuello. El hombre prácticamente gruñó.

-¿Con que te parecen graciosos todos tus pequeños juegos? Mi esposa sabe donde estoy, ¿lo sabe la tuya? Estando tan lejos...

Atreides se defendió tirando con fuerza del cabello de su contrincante. Lo que le ganó un puñetazo en el pómulo. Después de un forcejeo que duró unos minutos se encontraron en la posición inicial, pero el duque estaba en un pequeño escalón lo que lo dejó a la misma altura que el general.

Fue en ese momento que tomó conciencia de su verdadera situación... ¿Por qué ambos continuaban desnudos, y porque su hombría palpitaba de nuevo?

Ambos sabían que estaban caminando por un hilo muy fino y este simplemente se rompió cuando las caderas del guerrero se movieron por instinto hacia delante y la virilidad presente caliente y pesada rozó la suya propia generando que el control se disipara.

-Haz eso de nuevo...(su cerebro y su lengua parecieron alcanzar entidades separadas).

Por primera vez el otro hombre atendió sus peticiones cuando embistió de forma devastadora, los gemidos ya se escapaban sin cesar, pero el senador siempre procuraba devolver el golpe.

Los siguientes momentos fueron una disputa por el control hasta que el cansancio los superó, Acacio acalló sus murmullos de placer con un beso que no era tal, ya que se sintió como un choque de dientes.

La fricción fue demasiado y se derramó ahí mismo con un suspiro, pintando ambos cuerpos y el suelo, a Marcus le bastó un agresivo mordisco en su cuello y una arremetida contra su muslo para seguirle.

Cuando todo hubo terminado, creyó ver un destello de suavidad en los ojos del contrario hasta que el desprecio regresó, con su mano recogió parte de la esencia de ambos y lamió su dedo hasta quedar limpio.

Lo último que sintió fue un empujón y ver como su odioso amante abandonaba la sala, sucio y desaliñado. Le avergonzaba admitir la razón por la que las discusiones en temas de conflictos armados en el senado proliferaron más desde ese día, aunque nunca se aprobaron tantas propuestas a su nombre. 

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