23
Bobby acababa de alcanzar un trocito de cielo cuando sonó el teléfono. Tenía a Kaylee con la falda subida en torno a la cintura, boca abajo en la cama, y él estaba muy ocupado aceptando la invitación de los labios fruncidos de su tatuaje rojo.
Alzó la cabeza ante la inesperada interrupción.
-Supongo que no me dejarás ignorar eso.
Kaylee estaba tentada. ¡Y hasta qué punto! La boca de Bobby se acoplaba con tanta precisión al tatuaje de su trasero... Era suave, caliente, y hacía tanto tiempo...
Pero...
Se puso a gatas en la cama y descolgó el teléfono de la mesilla.
-Diga -respondió, mientras la boca de Bobby proseguía con su actividad. Pero esta vez sus dedos quisieron participar en el juego, unos centímetros al sudeste, y Kaylee tuvo que reprimir un gemido.
-Kaylee, soy Scott -oyó al otro lado de la línea-. Tu hermana acaba de utilizar tu visa para pagar una habitación en el motel Mountain Crest Inn, en Fort Collins, Colorado.
Kaylee agarró la muñeca de Bobby para detener el merodeo de sus dedos.
-¿Estaba sola?
-No lo sé, pero fue ella la que pagó la habitación, no el cazarrecompensas. Y a juzgar por el precio, el sitio es mucho mejor que los habituales agujeros donde han estado durmiendo hasta ahora.
-Madre mía. Muchas gracias, Scott. -Kaylee colgó y se dio la vuelta-. La ha encontrado. -Y sonrió al hombre de mirada ardiente agachado al pie de la cama-. ¡Bobby! ¡La ha encontrado! Y es posible que esté sola.
Fue a levantarse de la cama, pero Bobby la agarró por el tobillo y de un tirón la tumbó. Subió por el colchón hasta inclinarse sobre ella, acariciándole el vientre con la mano.
-No tan deprisa, princesa. Son muy buenas noticias, pero porque tardemos otros diez minutos tampoco pasará nada. -Y sus dedos se deslizaron hacia el cálido nido entre sus piernas.
-Venga, Bobby, esto es muy serio. -Kaylee le apartó la mano y se levantó.
-¡Mierda! -Bobby se dejó caer de espaldas en la cama-. Tu hermana me está empezando a caer fatal.
Kaylee se quedó quieta. Dejó el top que iba a doblar y se volvió hacia él. Bobby la miraba furioso, envuelto en oleadas de frustración.
-Anda, no seas así. Por favor. Esto no es culpa de Mia.
Bobby no parecía muy convencido, y Kaylee pensó de pronto que ella también sentía una gran frustración. Con lo cual, por Dios bendito, tendría que tomar otra decisión de adulto. Eso de ser responsable era un asunto de lo más estresante. ¿Cómo podía Mia apechugar con eso todos los días?
Pero tenía que tomar una decisión. A ver. Podría montar un cirio a Bobby por no acatar sus planes de mejor talante... o podría solucionar la fuente de discordia de los dos.
Notó una lenta sonrisa elevando las comisuras de su boca. No había color.
-¿Sabes qué? Tienes razón. -Y echándose a reír, se arrojó sobre la cama y acabó encima de él-. En fin... ¿qué puedo decir, chico? Si tienes razón, tienes razón. -Se agitó hasta apoyar los senos sobre su pecho y le sonrió-. Por diez minutos más o menos, no pasará nada.
Desde que se había sentado, Tom tamborileaba con los dedos sobre la mesa un ritmo nervioso. Tenía el teléfono sujeto entre la oreja y el hombro y había marcado un número de Florida. De pronto interrumpió el martilleo, se metió el meñique en la oreja y al sacarlo se quedó mirando la punta del dedo, perfectamente limpia. Era evidente que había oído bien.
-¿Que has empezado qué? -preguntó no obstante con incredulidad.
-Clases de informática, tío -contestó la voz de Gary-. Ya te dije hace un par de semanas que me había apuntado a un curso. Joder, a ver si prestas atención cuando te hablo.
-Informática -repitió Tom tontamente.
Sus dedos reanudaron el martilleo contra la madera laminada de la mesa. ¿Qué era aquello? Gary siempre había despotricado contra cualquier trabajo de oficina.
-Sí, ¿quién lo hubiera dicho, eh? Pues resulta que se me da de miedo. Y además, es una manera fabulosa de conocer a tías, Tom. Más de la mitad de la clase son churris jovencitas. Hay una rubita guapísima que se sienta a mi lado. Y no veas lo que le cuesta entender todo esto. Le he echado una mano un par de veces y ahora se cree que soy un genio. -La rasposa voz de Gary atravesó la línea telefónica-. Hemos quedado el viernes por la noche. Pero, oye, ¿y tú qué tal? ¿Todavía tienes a la bailarina esposada a la cama?
Los dedos de Tom volvieron a detenerse. Aquella era la parte de la conversación que más temía. Se levantó y estiró el cordón del teléfono hasta la ventana.
-Pues... Verás, Gary. Tengo una noticia buena y una mala. La buena, en fin, buena para mí, es que ahora está en mi cama voluntariamente.
-¿De verdad? ¡Bien hecho, tío!
-Sí, pero... esto... la mala noticia es que al final resulta que no es la bailarina. Es su hermana gemela.
Por un momento se produjo un silencio absoluto, hasta que Gary preguntó con voz estrangulada:
-¿Que te equivocaste de hermana?
-Sí.
-¿Que el gran super Hiddleston se equivocó de hermana?
Con el mentón tenso, ciego a lo que se veía al otro lado del cristal, Tom apoyó el antebrazo contra el marco de la ventana. Alzó el puño y lo descargó una, dos, tres veces.
La risa de Gary resonó en el auricular.
-¡Joder! -resolló-. Es alucinante. Bueno, y si esta no se dedica a menear sus cosas medio desnuda, ¿cómo se gana la vida?
-Es profesora de sordos -masculló Tom.
-¿Cómo? Habla un poco más alto, Tom, que no te he oído bien.
-¡Profesora de sordos!
Gary se partía de risa.
-Me alegro de que te divierta tanto -le interrumpió Tom-. Porque esto significa que no voy a conseguir ningún dinero con ella. Así que, como no encuentre otra cosa pronto, ya nos podemos despedir del refugio.
La risa cesó.
-Ah, joder, tío, ¿estabas preocupado por eso? -Y antes de que Tom pudiera contestar, Gary resopló- Claro, ya me imagino. Tom, escúchame -dijo, en un tono súbitamente serio-. Probablemente sea mejor así.
-Joder, Gary, no tienes por qué consolarme. Ya sé que la he cagado del todo.
-Qué consolarte ni qué hostias. ¿Cómo coño voy a conocer a tías en los bosques de Carolina del Norte? Los refugios de pesca suelen estar atiborrados de tíos. De todas las veces que fuimos allí, ¿cuándo vimos a alguna chica? Una vez, ¿no? Y estaba como un tren, eso sí, pero mascaba tabaco, Tom.
-A ti te encantaba ir allí.
-Claro, era un sitio genial para escapar... cuando conocía a mujeres en la base o en la ciudad. Pero ahora no es lugar para mí. A la mierda el refugio, tío. Ve a meterte a policía por ahí.
Tom todavía estaba clavado en el sitio, rumiando perplejo la conversación cuando Mia entró en la habitación un cuarto de hora después. Le sonrió y blandió dos aromáticas bolsas en su dirección.
-Pepitos de ternera calientes -comentó-. Buenos y grasientos. - Mia advirtió que todavía tenía el auricular en las manos, y alzó una ceja-. ¿Has localizado a tu amigo?
-Sí.
Mia observó el gesto malhumorado de su boca y sus ojos sombríos, una gran diferencia con la perezosa satisfacción del hombre que había dejado en la habitación hacía tan solo un momento.
-Oh, oh. Se ha puesto furioso, ¿no?
-Pues no, señora. -Tom se acercó a la mesita. Quitó una esquina del envoltorio de uno de los bocadillos y le dio un gran bocado. Masticó con furia y tragó de forma audible. Luego le clavó sus rabiosos ojos dorados-. Dice que casi es un alivio que no nos llegue el dinero para comprar el refugio, porque de todas formas no es lo que de verdad desea.
Mia bajó su bocadillo y tragó el bocado mucho más pequeño que había comido.
-Pero... eso es bueno, ¿no?
Tom la miró como si acabara de soltar la mayor estupidez del mundo.
-Es mentira, eso es lo que es.
-¿Cómo?
-Digo que es una bola. Ahora tengo que creerme que no quiere el refugio porque allí no podrá conocer a chicas.
Aquello llamó la atención de Mia.
-¡Ah! Pero ¿es que todavía puede...? -Hizo un vago movimiento con una mano, mirando por instinto la entrepierna de Tom.
Luego se apresuró a apartar la vista, avergonzada por su curiosidad sobre la vida sexual ajena.
-Pues sí, todavía puede. -Su explícito movimiento de mano imitó burlón el que ella había hecho-. El tío vive para follar. Como siempre. -Advirtió entonces el ligero rubor que teñía las mejillas de Mia y se sintió avergonzado por su crudeza-. Lo siento -masculló. Aun así, la premisa básica seguía siendo cierta-. Pero es un hecho, maldita sea - afirmó, alzando el mentón-. Es lo único que no ha cambiado desde que nos conocimos. Siempre fue un mujeriego, y ahora sigue persiguiendo a chicas con la misma diligencia de antes.
-Pues... no lo entiendo. ¿Por qué te cuesta tanto creer que prefiere quedarse allí donde hay más mujeres disponibles?
-Venga ya, morena. ¿Informática? -Tom mordió de nuevo el bocadillo y masticó con furia.
Mia arrugó la frente.
-Me he perdido.
-¡Dice que ha descubierto que tiene aptitudes para la puta informática!
-¿Y eso qué tiene de malo?
-Pues que Gary vivía para el desafío que suponía su trabajo de policía, al igual que yo. Y siempre dijo que antes que trabajar en una oficina, preferiría morirse.
-¡Por Dios bendito, Tom! -Mia se lo quedó mirando incrédula. ¿Cómo un tipo tan juicioso podía llegar a ser tan obtuso?-. Su vida ha cambiado y jamás volverá a ser la de antes. Pero él intenta seguir adelante de todas formas. Sigue yendo tras las chicas... para lo cual hace falta valor, estando en una silla de ruedas. Y está haciendo algo para reemplazar lo que ha perdido. ¿Qué parte es la que tú no entiendes?
-La parte en la que me dice que me olvide del refugio y me meta a policía. -Tom tiró dentro de la bolsa el resto del bocadillo-. ¿Es que no lo comprendes? Lo está haciendo por mí.
-Ya. Bueno, vamos a imaginar por un instante que es así. ¿Qué vas a hacer entonces? ¿Tirarle su generosidad a la cara? ¿Salvarle a pesar de sí mismo? -Mia dejó también su bocadillo-. Dios mío, ¿tú no tendrás problemas de ego, verdad?
-No sé de qué me hablas.
Viendo que era cierto que Tom no comprendía, intentó poner rienda a su creciente impaciencia.
-Asumes demasiada responsabilidad por los problemas de los demás.
Tom la interrumpió de inmediato.
-No estamos hablando de «los demás» -replicó enfadado-. Estamos hablando de Gary, a quien yo destrocé la vida.
-¡Aaargh! -Mia se tiró del pelo hasta estirarse los párpados-. Maldita sea, Tom. ¡Eres el tío más terco que he conocido en mi vida!
Tom pareció ofendido.
-¿Porque no evado mis responsabilidades?
-Pero ¿quién te ha pedido que te hagas cargo de ellas, para empezar? ¿Gary? Lo dudo. -Mia le aporreó el pecho con el dedo-. Gary ya es mayorcito.¿Quién demonios eres tú para decidir que no sabe lo que quiere?
-Yo no he dicho eso -rugió Tom.
Dio una zancada y acercó la cara a la de Mia, como si pudiera intimidarla con su tamaño y su proximidad para que retirara sus acusaciones.
Pero Mia se mantuvo firme y alzó la nariz debajo de la de él.
-¿Que no? ¡Eso es justamente lo que estás haciendo! Siempre estás dispuesto a asumir los problemas de todo el mundo. Pues bien, a lo mejor deberías confiar en las capacidades de tus amigos. A lo mejor a nosotros nos gustaría ser responsables de nuestros propios actos. ¿No se te ha ocurrido pensarlo, eh?
Tom agarró el dedo que le daba golpes en el esternón y miró perplejo sus furiosos ojos verdes.
-¿Qué quieres decir con eso de «nosotros»? ¿Cuándo he intentado yo arrogarme tu preciosa responsabilidad?
-¡Madre mía, Tom! ¿Qué es lo que me has dicho esta mañana? Sí, que si el Cadenas me hubiera disparado, no habrías podido soportar esa carga.
-Mierda, y es verdad.
Mia lanzó un resoplido similar al ruido del vapor que escapa de una cafetera hirviendo.
-¿Y desde cuándo mis actos son una carga que tú tienes que soportar? Fue mi decisión comenzar la maniobra de despliegue. Tú no tienes control sobre lo que yo haga, Hiddleston.
-Yo te conté lo de la puñetera maniobra. Y llevo días arrastrándote por todo el país. Tú ni siquiera estarías aquí, corriendo el riesgo de que el Cadenas te haga daño, si yo no te hubiera sacado de tu casa.
-Fue mi hermana la que me dejó colgada, sabiendo perfectamente que tú me confundirías con ella. ¿Así que por qué no es culpa suya? No, no, espera, que la cosa puede ir todavía más lejos. Fue mi madre la que me trajo al mundo. Y puesto que yo no soy responsable de mis actos, supongo que todo lo que me ha pasado desde el día en que nací debe de ser culpa suya.
-Joder, me está dando dolor de cabeza. -Y además tenía una erección, se dio cuenta.
Puede que Mia fuera de lo más exasperante, pero no podía negar que era una mujer excitante. Dejó de frotarse la frente y deslizó las manos por las nalgas cálidas y redondas de Mia, hundiendo los dedos para estrecharla contra él. Echándose un poco hacia atrás bajó la vista hacia su rostro congestionado, y luego más abajo. Llevaba de nuevo la atrevida ropa de su hermana. Tom le ofreció su expresión más razonable mientras rotaba ligeramente la pelvis contra ella.
-La vida es demasiado corta, morena. ¿Qué tal si dejamos de pelearnos por tonterías y...?
-¡No me lo puedo creer! -Mia se había convertido en un auténtico remolino de codos, rodillas y manos que empujaban, y de pronto Tom se vio fuera de la habitación del motel, de narices contra una puerta cerrada.
-¿ Morena? -Aporreó la puerta con los puños-. ¡Mia! Déjame pasar. -Su orden recibió el silencio como respuesta. Tom golpeó con más fuerza-. ¡Abre esa puñetera puerta!
Esta vez recibió como réplica una sugerencia anatómicamente imposible. Tom se apartó de la puerta con una maldición. Era evidente que no podría hablar con ella mientras estuviera en ese estado.
Encontró abajo una cafetería y se sentó para rumiar sobre el carácter irracional y emotivo de las mujeres. Joder. ¿Por qué no podían ser como los hombres? Analíticas, racionales. Pero no. Cualquiera que las oyera pensaría que tomarse en serio las responsabilidades era algo malo.
«Maldita sea, hijo, tienes que poner más atención cuando te hablo.»
Tom hundió los hombros, incómodo, y con un movimiento brusco de cabeza dio las gracias a la camarera que se había detenido junto a su mesa para servirle más café.
Él prestaba atención.
¿No?
Sí, qué demonios. El hecho de que no quisiera destrozar la vida de su amigo por querer meterse en la policía y evadir lo que sabía que era su deber, no significaba que no prestase atención. Era como si pretendiesen que se quedara de brazos cruzados esperando un accidente de tren, en vez de impedirlo quitando de las vías los escombros que lo harían descarrilar. Ver los puñeteros escombros era prestar atención.
«A lo mejor deberías confiar en las capacidades de tus amigos. A lo mejor a nosotros nos gustaría ser responsables de nuestros propios actos.»
Tom descargó un puñetazo contra la mesa, provocando un ruido de cubiertos. Varias cabezas se volvieron para ver a qué se debía el jaleo. Una oleada de calor le subió hasta el cuello. Hundió los hombros y se quedó mirando la impenetrable negrura de su café.
Maldita Mia. ¿Por qué no podía olvidarse del tema? Él solo intentaba hacer lo correcto. Se estaba esforzando por pagar una deuda que jamás podría pagarse. Estaba...
Mierda. Era un imbécil arrogante. El gran super Hiddleston, que pensaba que su opinión era la única válida, de nuevo al rescate.
Aunque nadie necesitara ni quisiera ser rescatado.
Ay, joder, menuda gilipollez. «Ya no estás en el ejército, tío. Ya no eres el suboficial al mando cuyo lema es "Yo Soy el Responsable". Acostúmbrate.»
Dios, ¿y de verdad había intentado acallar los argumentos de Mia sugiriendo la posibilidad de practicar el sexo?
Era hombre muerto.
Se quedó allí sentado, dándole vueltas al tema mientras se tomaba otro café, buscando la manera de salir del agujero que él sólito se había cavado.
Flores. A lo mejor si le compraba un buen ramo de flores, Mia le dejaría entrar en la habitación en algún momento. A todas las mujeres les gustaban las flores, ¿no? Tal vez debería llamar otra vez a Gary. A su amigo siempre se le habían dado mucho mejor las mujeres que a él.
Preguntó en recepción, pero no había ninguna florista por allí cerca. No era de extrañar. Habría resultado demasiado sencillo. Pues nada. Aunque las posibilidades de que el Cadenas apareciera eran prácticamente nulas, solo a un idiota se le ocurriría largarse y dejar sin protección a una mujer amenazada. Tendría que volver a la habitación con las manos vacías.
Pero luego la chica de recepción le habló de un supermercado en esa misma calle que vendía flores frescas. Le aseguró que podría ir y venir en cinco minutos.
Tom estuvo a punto de inclinarse sobre el mostrador para darle un beso allí mismo. No podía por menos que sentirse agradecido a quien seguramente le acababa de salvar el pellejo.
Mia oyó la llamada en la puerta y frunció el ceño.
Había visto que Tom se había dejado la llave sobre la mesa cuando ella lo echó con cajas destempladas. ¿De verdad quería dejarle entrar?
No, no quería. Seguía enfadada. Pero por otra parte, ¿qué otra opción le quedaba? Estaban juntos en aquello, y además le resultaría difícil meterle en aquella cabezota lo estúpido que estaba siendo si le dejaba toda la tarde en el pasillo. De manera que con un hondo suspiro procedió a abrir la puerta.
Y dio un brinco de sorpresa al encontrarse con su hermana.
-Sorpresa -saludó Kaylee, con su característica voz ronca.
-Esto ya lo he vivido -replicó Mia. Y mirando al tipo alto de pelo negro que estaba detrás de su hermana, añadió-: Solo que la última vez tú no estabas. El adoradísimo Bobby LaBon, supongo.
Kaylee entró en la habitación y se arrojó en brazos de su hermana, y Mia la abrazó convulsivamente, presa de una fiera alegría al ver que Kaylee había ido en su busca.
-Lo siento, Mia -le murmuró Kaylee al oído, estrechándola con fuerza contra su voluptuoso pecho-. Siento muchísimo haberte metido en esto.
-Sí, hablando de eso... -Mia se apartó con súbita rabia y la miró a los ojos-. ¿Sabes que Jimmy Cadenas o como se llame ha estado haciendo todo lo posible por matarme? ¡Mírame! -Y abrió los brazos para que su hermana pudiera ver los arañazos y picaduras que cubrían su piel.
-¡Sí! ¡Estás estupenda!
-¿Estupenda? Me he caído con un coche por un precipicio, me han arrastrado por los bosques, donde tuve que pasar la noche, tuve un encuentro con una araña, ¿y tú me dices que estoy estupenda? ¡Mírame, Kaylee! ¡Estoy hecha un desastre!
-¡Dios mío! ¿Una araña? ¡Ay, Mia, lo siento muchísimo!
-Pues sí, deberías sentirlo. Me dio un susto de muerte. Si Tom...
-Pero esos pequeños arañazos apenas se notan. Y estás guapísima con ropa decente para variar. Y hablando de eso, ¿dónde está mi maleta? Estos últimos días el sol ha sido terrible para mi piel, y tú tienes todos mis cosméticos buenos.
-A ver cómo te lo digo, Kaylee... Tus preciosos cosméticos están en el maletero del coche que Jimmy Cadenas tiró por el precipicio.
Kaylee se puso pálida, al parecer comprendiendo por primera vez la realidad de Mia. Bobby, que había estado contemplando la conversación como el que ve un partido de tenis, agarró a Kaylee por el codo y la apartó de la puerta antes de cerrarla.
-A veces pierde un poco el norte -le comentó a Mia-. Pero se ha estado partiendo los cuernos intentando encontrarte.
-¿Te tiró por un precipicio? -gimió Kaylee-. ¿Y qué más?
-Me apuntó con una pistola un par de veces. Intentó atropellarme. -Se pasó una mano por el pelo-. Bueno, por lo menos creo que era él. Ven, pasa, que hablaremos -la invitó-. Me alegro mucho de verte, Kaylee. Significa mucho que hayas venido en mi busca.
Una vez en la habitación, Bobby se dejó caer en una silla, pero Kaylee se quedó de pie, mirando a Mia desolada.
Sus primeras palabras, sin embargo, fueron de admiración. -¡Cómo te las apañaste para retrasar al cazarrecompensas, Mia! ¡Eres un genio! No sabía que eras capaz de romper tantas reglas.
-Supongo que me parezco a ti más de lo que habíamos imaginado, ¿eh?
Kaylee sonrió.
-Supongo que sí. Y no te lo vas a creer, pero resulta que yo también tengo algunos de esos rasgos tuyos tan poco emocionantes. Bueno, cuéntame, ¿cómo te libraste de él?
-¿De quién?
-Del cazarrecompensas, claro. -Kaylee la miró de pronto horrorizada-. ¡Ay, Dios mío, Mia! Te has librado de él, ¿verdad? Por favor, dime que no anda todavía por aquí.
Tom debería haber pensado que «cinco minutos» era un cálculo muy optimista. Para cuando salió del ascensor con un ramo de tulipanes en la mano habían pasado más de veinte. Llamó a la puerta y no se sorprendió al ver que Mia no abría.
Tenía la sensación de que iba a obligarle a hacer méritos para ganarse su aprobación.
Bueno, pues allí parado no iba a conseguir nada, de manera que abrió la puerta con la llave que le había dado la chica de recepción cuando le confesó que se había olvidado la suya.
-¿ Morena ? -llamó suavemente-. Vengo con una ofrenda de paz, cariño.
Recorrió el corto vestíbulo. Las cortinas estaban abiertas en el ventanal, y se encontró mirando casi directamente al sol. Tuvo que alzar el ramo de tulipanes envuelto en celofán para protegerse los ojos.
Ya estaba en el centro de la habitación cuando su vista se acostumbró al resplandor y advirtió al hombre moreno sentado en la butaca. Y junto a Mia estaba su doble.
La gemela de Mia sostenía en la mano una pistola. Tenía tanta experiencia como su hermana en el uso de armas de fuego, pero de todas formas apuntaba si no con firmeza, sí con determinación, directamente a su pecho.
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