13
Mia se apartó de la mesa.
—Tengo que ir al servicio.
Tom tendió la mano al instante para inmovilizar su muñeca contra la mesa antes de que ella pudiera ponerse en pie.
—Te esperas a subir al autobús.
Mia le miró la mano, grande, bronceada y fuerte, que agarraba la suya, más pálida y débil. Luego le miró a los ojos.
—No, no puedo esperar. Tengo que ir ahora.
—Pues lo siento, morena. Tendrás que esperar.
Mia se levantó de un brinco, dando un palmetazo en la mesa con la otra mano mientras se inclinaba hacia Tom.
—Me he tomado dos vasos de té con hielo y uno de agua. Tengo que ir al baño. Porque como no vaya ahora, voy a hacer un charco aquí mismo. —Se acercó todavía más, hasta tener su cara a pocos centímetros de la de Tom—. Y como pase eso, Hiddleston, como me haga pis en público, ya puedes estar seguro de que todo el mundo se va a enterar de que ha sido porque no me dejas ir al baño.
Las últimas palabras fueron un grito en su cara. Tom advirtió que desde todos los rincones del bar la gente volvía la cabeza en su dirección. Le soltó la muñeca. Le costó un esfuerzo recobrarse después de haber sufrido una derrota tan tremenda, pero de todas formas, apartó la mano.
—Dame el bolso.
Mia se lo arrojó con tanta saña que casi lo tiró de la silla. Pero Tom se recuperó a tiempo para ver cómo se daba media vuelta y se alejaba como un basilisco. Se podía seguir su trayectoria por el camino de bocas abiertas que contemplaban aquellos furiosos movimientos apenas contenidos por un ceñido vestido rosa.
Si Mia todavía tuviera el bolso de su hermana, lo habría tirado por los aires en cuanto entró en el servicio, y luego se habría ensañado a patadas con él. Apenas se reconocía en aquel estado, pero, joder, ¡Tom la ponía furiosa! ¿Quién demonios se creía que era, atreviéndose a decirle cuándo podía utilizar el servicio? Suerte tenía de que no le hubiera arrancado la piel de la cara a tiras. Durante un instante vio su reflejo en el espejo, se detuvo bruscamente y se quedó mirando su imagen con la boca abierta. Hasta tendió la mano en un intento involuntario de tocar el cristal, pero inmediatamente la dejó caer, con los pelos de punta, al ver que la imagen del espejo imitaba su movimiento.
Por Dios.
Su rostro, normalmente muy pálido, estaba sonrojado y húmedo. El pelo estaba recogido en lo alto de la cabeza, tal y como se lo había peinado esa mañana, pero ahora se inclinaba pesadamente hacia un lado, y algunos mechones se escapaban en desordenados tentáculos hasta su nuca, su ceja derecha y su cuello. Tenía el cuerpo perlado de sudor, y parecía que en cualquier momento iba a reventar aquel vestido rosa. Era una imagen voluptuosa, salvaje y sexual. Parecía... por Dios, parecía...
Parecía su hermana. Era Kaylee la que la miraba desde el espejo.
Pero de pronto sus razones para haber ido al servido cobraron protagonismo. Se apresuró a meterse en un cubículo, se subió bruscamente la falda y se bajó las bragas. Arrancó un papel protector de la caja de la pared, lo dejó sobre la taza y se sentó.
Dios, Dios. ¿Cuándo había tenido lugar esa transformación? ¿Y cómo había sucedido sin que ella se diera cuenta? Aunque seguía prefiriendo su propia ropa, ¿cuándo había dejado de avergonzarse de la de Kaylee? ¿Y cómo habían desaparecido los buenos modales sin una lamentación, para rendirse a una competitividad que ella ni siquiera sabía que formara parte de su carácter? Todo lo referente a Tom Hiddleston debería ser un insulto a la buena educación por la que tanto había luchado.
Pero en lugar de eso, todo en él parecía tonificarla, tentarla, empujarla a lograr hazañas de las que jamás se hubiera imaginado capaz. Estaba deseando darle una bofetada, alejarse de él.
Besarle como una loca, arrancarle los pantalones y subirse a su regazo. Con un gemido se inclinó hacia delante para apoyar la frente sobre las rodillas.
No entendía nada. Debería sentirse horrorizada ante aquellos cambios que se habían producido en ella en tan poco tiempo. Pero el caso es que le gustaban. ¿Dónde demonios estaba su sensatez? Se golpeó con el puño una y otra vez contra el lado de la rodilla.
Luego se incorporó. «Ay, por Dios. Esto es patético. ¿No puedes encontrar otro sitio para sufrir una crisis de identidad? ¿Tiene que ser sentada en el retrete con las bragas en los tobillos?» Desde luego así no llegaría a ninguna parte, y si no volvía pronto al bar, Tom vendría a llamar a la puerta. Y lo cierto es que no se sentía con fuerzas de enfrentarse a él en ese momento.
Bueno, ¿y qué?, pensó, intentando encontrar cierta lógica en su descubrimiento. Se estaba divirtiendo un poco. Le habían robado un viaje, de manera que no tenía nada de malo sacar de aquella situación todo el placer posible. Y si continuamente le venía a la cabeza la idea de que aquello era muchísimo más divertido que patearse Europa ella sola, ¿qué importaba a la larga? La guerra de ingenio con Hiddleston era estimulante. Y no era peligrosa. Nadie iba a resultar herido por ello.
Se puso en pie, enderezó la espalda y la ropa, tiró de la cadena y salió del cubículo para encontrarse de golpe con el cañón de una pistola clavado en su pecho.
Lanzó un chillido incoherente y retrocedió a trompicones hasta que el hombre metió el brazo en el cubículo y la sacó de un tirón. Mia trastabilleó, pero el mostrador del lavabo bloqueaba su huida, y sus afiladas esquinas se le clavaban en las caderas. Echó los brazos hacia atrás y se apoyó con las dos manos.
—¿Qué...?
Era el mismo hombre que antes había interrumpido al desconocido que intentaba hacerle señas. Y era un alivio haber vaciado la vejiga, porque si no el cañón negro de aquella pistola habría producido un charco a sus pies.
—¿Qué... qué quieres? —Y abrió los brazos para indicar que no llevaba bolso—. No llevo dinero. —Luego se le ocurrió una idea terrible. «¡Dios mío! ¡Por favor, por favor, que sea un ladrón y no un violador!
—No te hagas la tonta, Kaylee.
El corazón se le estrelló contra las costillas. ¿Aquel tipo creía que ella era Kaylee? De manera que no era un acto de violencia al azar. Estaba dirigido específicamente a su hermana. «Cielo santo, Kaylee. ¿Es que no bastaba con el cazarrecompensas? ¿Me tenías que enredar también con un matón armado?»
Mia advirtió cierta inocencia en los ojos de aquel hombre. Notó su incongruente calzado, el sombrero de vaquero urbano y los más de mil dólares que llevaba en cadenas de oro.
—¿Jimmy Cadenas? —aventuró.
—Siento todo esto, Kaylee. No quiero hacerlo, pero el jefe insiste en que no puedes mantener el pico cerrado y yo tengo que volver a casa, de verdad. Todos estos espacios abiertos me están volviendo loco.
Ella se deslizó junto al mostrador en dirección a la puerta.
—Puedo mantener el pico cerrado.
—¡Eso le dije yo, Kaylee! Pero Sanchez dice que no.
—Pues te vas y le dices que se equivoca.
—¿Estás loca? ¡No puedo hacer eso!
—Y entonces, ¿qué vas a hacer, Cadenas? ¿Me vas a pegar un tiro?
—¡No quiero! —exclamó él en un tono que mostraba que estaba a la defensiva, lo cual la asustó mucho más que una clara amenaza, puesto que supo que aunque aquel tipo no quería matarla, lo haría de todas formas—. ¡Ay, venga, Kaylee! No llores. —Jimmy tendió una mano de perfecta manicura para enjugarle las lágrimas que se le habían saltado de puro terror—. Que tampoco es que te vaya a pegar un tiro aquí mismo ni nada de eso.
Qué tranquilizador. Mia exhaló despacio y le miró a los ojos.
—El cazarrecompensas no se va a quedar de brazos cruzados mientras nosotrossalimos por la puerta sin más, Cadenas.
—Ya lo sé, pero tengo un plan. La puerta de la cocina está al otro lado del pasillo. Saldremos por ahí. —Y esbozó una sonrisota bobalicona—. Inteligente, ¿eh?
—Sí —convino ella, con las cuerdas vocales tensas—. Muy inteligente. —Parecía que el corazón se le iba a salir del pecho.
Jimmy tendió la mano con la que no sostenía la pistola y le dio un golpecito de aprobación en el brazo. —Siempre me has caído bien, Kaylee.
—Eh... tú a mí también.
—Siento mucho todo esto. Pero tengo que hacer lo que dice el jefe. Es un tío muy listo.
—Bueno, eso es verdad. Pero tú eres más listo, Jimmy.
Al Cadenas se le iluminó el semblante.
—¿Eso crees?
—Pues claro. Pregúntale a... —Ay, Dios, ¿cómo se llamaba el novio de Kaylee?—. A... ¡Bobby! Eso, pregúntale a Bobby. A él se lo he comentado muchas veces.
Jimmy pareció sentirse culpable unos instantes, pero antes de que ella pudiera imaginar por qué, su expresión se había suavizado.
—No —negó con la cabeza—. Eres muy amable al decirlo, pero la verdad es que no soy tan listo. Hector es el más listo.
Mia avanzó un poco más contra el mostrador.
—Pues yo creo que te subestimas muchísimo.
—Bueno, tengo muy buen gusto para vestir, eso es verdad.
Mia se quedó con la boca abierta, una expresión que el Cadenas debió de advertir, porque se apresuró a añadir:
—Ah, no, no me refiero a estos pingos que llevo ahora. Es solo mi disfraz de vaquero. No, yo digo normalmente, vaya.
—Eh... Sí. ¡Sí, claro! Eso no se puede negar. —«Dijo Alicia mientras caía por la madriguera.»
En ese momento se abrió la puerta y entraron varias mujeres charlando a voces. El Cadenas bajó la pistola a su costado para ocultarla de la vista, y Mia, aprovechándose de la súbita confusión, se abrió paso entre el grupo de mujeres y salió al pasillo.
—¡Eh! —oyó que una decía enfadada. Seguramente acababa de ver al Cadenas—. ¿Qué te crees que estás haciendo aquí? ¿Estabas molestando a esa chica? Creo que llamaré a la policía.
Mia echó un vistazo a la puerta batiente de la cocina, y a pesar de la tentación, pasó de largo. Sintió que sus facultades empezaban a mermar. Resultaba humillante que el Cadenas hubiera planeado una ruta de escape medio inteligente cuando ella ni siquiera había advertido la maldita puerta. Pero era evidente que este no era el momento de quedarse sola. Por una vez, haría todo lo posible por seguir en compañía de Tom. Por lo menos él poseía un arma, que era más protección de la que ella tenía. Por fin irrumpió bruscamente en la cafetería.
Se detuvo casi patinando junto a la mesa. Hiddleston se había puesto en pie al ver su dramática entrada. Mia le agarró por el bíceps, y recurriendo a toda su fuerza de voluntad evitó arrojarse en sus brazos.
—Hiddleston, Dios mío, no vas a creerte...
Tom notó un intenso calor en el brazo que ella le agarraba, y le miró ceñudo la mano. Estaba harto de ese deseo constante que le hervía a flor de piel. El más ligero contacto lo hacía salir a la superficie, y la rabia que le producía esa certeza le hizo saltar.
—¿Por qué demonios has tardado tanto? Era el servicio de señoras, así que por una vez no podías recurrir a ningún macho impresionable. A menos... Espera, no me lo digas. Un tío entró a la fuerza, te puso una pistola en la cabeza y te dijo: «Enséñame las plumas y el tanga, nena». — Tom miró furioso sus enormes ojos verdes, que se habían tornado negros ante el impacto de su ataque. Tom sabía que tenía que callarse, pero no pudo evitar proseguir—: A lo que, por supuesto, tú contestaste —y aquí puso voz de falsete—: «Eh, cariño, que no necesitas una pistola para que yo me desnude».
—Hijo de puta. —La historia del Cadenas se le atascó en la garganta. ¿Qué sentido tenía contársela ahora? Hiddleston no se la creería. La consideraba una mentirosa Patológica. Ah, y una zorra también, no debía olvidarlo. Pero primero, y sobre todo, una mentirosa. Le tiró del brazo con las dos manos. Lo único que quería era salir de allí antes de que Jimmy Cadenas y su pistolón se le echaran encima—. Vámonos, Hiddleston.
Tom no se movió. Se dio cuenta de pronto de lo pálida que estaba y tuvo un tardío ramalazo de mala conciencia por su arrebato. Qué demonios, lo que la morena hiciera con su vida no era asunto suyo al fin y al cabo.
Luego desechó el sentimiento de culpa. Tampoco había llegado la sangre al río. De pronto recordó que había estado a punto de contarle algo antes de que él le echara los perros encima. En su tono había notado miedo y nervios.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Nada que pueda interesarte. Que estoy lista para volver al autobús, nada más. Vámonos.
Tom entornó sus ojos de negras pestañas.
—¿Qué demonios tramas ahora ?
—Salimos en tres minutos —anunció el conductor.
Mia volvió a tirarle del brazo con una mano, mientras con la otra le daba un golpe en el hombro.
—¿Perdona? ¿Que qué estoy tramando? Caramba, mira que eres suspicaz. Tienes que relajarte un poco, Hiddleston, que te veo muy estresado. Incluso podrías encontrar la manera de desahogar el estrés sin atacarme a mí —añadió con lo que consideró una notable ecuanimidad. Tal como le latía el corazón, temía que en cualquier momento se le parara de un infarto. Volvió un instante la vista atrás, pero el Cadenas todavía no había aparecido. Luego se volvió hacia Tom y le tiró de nuevo del brazo.
—Venga, vámonos, ¿eh? Dame mi bolso.
Tom se lo entregó, pero era evidente que seguía sospechando de ella. Bueno, que le dieran morcilla. A Mia le importaba un pimiento lo que él pensara, mientras se pusiera en marcha de una vez.
Y por fin lo hizo, pero Mia sintió que los impulsos de caballero de Tom se ponían en marcha cuando pasaron junto a una anciana que estaba ante la caja registradora y que parecía tener algún problema. Mia le agarró con firmeza del brazo y tiró de él.
—Ni se te ocurra, guapo. Hoy, no. Hoy tendrá que hacer otro de ángel guardián de ancianitas en apuros, para variar.
Tom se miró el brazo, que ella estrechaba contra su pecho. El calor era suficiente para abrirle un agujero en el bíceps.
—Pero ¿qué te pasa? —Ella le miró con enormes ojos inocentes—. Sé que tramas algo, morena —insistió Tom—, pero no puedo imaginar lo que es.
«¡Díselo!, —gritaba la conciencia de Mia—. Tiene una pistola. Puede protegerte. ¡Cuéntaselo!»
Pero no dijo nada. Todavía estaba aturdida recordando que alguien había intentado sacarla del bar para matarla, y que había escapado por los pelos. De momento solo deseaba alejarse todo lo posible de Jimmy Cadenas. Si azuzaba a Tom contra él, solo Dios sabía lo que podía pasar.
Eso suponiendo que Hiddleston la creyera, claro, lo cual era difícil.
Y si de alguna forma lo conseguía, el Cadenas podía matar a Hiddleston. Entonces, ¿qué sería de ella? De momento, el ciego impulso de poner kilómetros entre el asesino y ella era lo más imperioso.
Cuando salieron al exterior fue como entrar directamente en un horno. Mia casi se había aclimatado al calor sofocante del restaurante, pero aquello era otra cosa. El aire era caliente y viscoso, y era difícil lograr que entrara suficiente oxígeno en sus pulmones para satisfacer sus necesidades. Por suerte había soltado el brazo de Tom cuando consiguió que este se olvidara de la ancianita, porque la temperatura era abrasadora y el calor de otro cuerpo bajo aquel sol inclemente habría resultado intolerable. De todas formas, el vestido, húmedo, se le había pegado a cada poro de su piel. Ahora sorteaba con cuidado las junturas de alquitrán que se habían reblandecido en el asfalto. La adrenalina producida por su enfrentamiento con el Cadenas se disipó de pronto y necesitó un enorme esfuerzo para atravesar la corta extensión del aparcamiento.
En el autobús, en cambio, reinaba un frescor maravilloso. Mia se dejó caer aliviada en el asiento. Era una locura sentirse a salvo solo porque una capa de acero y cristal ahumado la separaba de la amenaza del Cadenas, pero aun así experimentaba una cierta sensación de alivio. Lo cual le recordó que tenía que pensar. Debía recobrarse y pensar, porque a menos que pudiera convencer a Tom de que corría peligro, estaba sola.
Mia miraba por la ventana, vigilando con ojo atento la puerta del bar. Los otros pasajeros subieron al autobús, seguidos del conductor, que cerró la puerta con un rumor neumático y puso en marcha el vehículo. El Cadenas no había aparecido.
Tom le tocó el brazo.
—¿Qué demonios estás buscando, eh?
Mia apartó el brazo bruscamente, dando un respingo como rechazo a su contacto. La honda amargura que la invadió la cogió por sorpresa. Volviéndose hacia él mientras el autobús por fin se alejaba del bar, dijo en un tono que manifestaba incredulidad:
—Has dejado muy claro que piensas que solo soy una zorra mentirosa. ¿Por qué demonios iba yo a contarte nada, aunque tuviera un problema?
Pero Tom pensaba que la morena no se había quedado corta en insultos durante el viaje, de manera que se negó a sentirse avergonzado por su comportamiento.
Se limitó a mirarla con insolencia.
—Porque soy lo único que tienes.
Un ruido que podía haber pasado por una carcajada surgió de los labios de Mia. Apoyó la cabeza contra el respaldo y la meneó de un lado a otro mirando al techo.
—Pues entonces que Dios nos ayude.
Jimmy Cadenas había huido de la turbamulta que pretendía lincharlo en el servicio abriéndose paso a codazos entre las furiosas damas y escapando por la cocina. Su primer impulso, cuando oyó que el autobús se ponía en marcha, fue meterse en el coche para seguirlo. Pero Kaylee le había dicho que era inteligente, y él había advertido que las personas inteligentes solían detenerse a pensar en lo que hacían, en lugar de pasar de inmediato a la acción.
De manera que lo intentó. Se detuvo y se puso a pensar. Y se le ocurrió que si decidía seguir el autobús, tarde o temprano alguien se daría cuenta.
Pero ¿entonces cómo demonios sabría dónde encontrar a Kaylee, si no podía seguir el autobús? Bueno, siempre podría llamar al jefe para pedirle su opinión, pero en aquel momento la idea se le antojaba muy mala.
Se quedó pensando un rato más. Luego rodeó la cafetería y volvió a entrar por la puerta principal. Estaba todo tranquilo, después del ajetreo del autobús. Jimmy decidió preguntar a una de las adolescentes que limpiaban las mesas.
—Eh. —Se acercó a una joven que llevaba una larga coleta castaña y que iba recogiendo los platos sucios de la mesa para ponerlos en el carrito. La chica se limpió las manos en el sucio delantal blanco que llevaba sobre los vaqueros y le miró—. Esto... Mira, tenía que encontrarme aquí con mi hermana, pero no la he visto. ¿Podrías decirme cuál es la siguiente parada del autobús?
—No conozco todas las paradas —contestó ella, inclinándose para limpiar la mesa—, pero cenarán en el Diamondback, en Laramie.
—Gracias. Toma. —Y le dio veinte dólares—. Cómprate algo bonito.
—¡Vaya! —La chica se quedó mirando el billete. Luego apartó por primera vez la vista de su trabajo para sonreírle—. Gracias, señor.
Jimmy se sintió de maravilla. Kaylee tenía razón: era inteligente. Y siendo un tipo inteligente, pensó que ese sería un buen momento para marcharse del pueblo. Más le valía no andar por allí cuando descubrieran a Bobby en la cámara de refrigeración. Salió del bar y se encaminó hacia el coche de alquiler. Ya había pagado el motel. Puso el vehículo en marcha y se quedó allí un momento, esperando a que el aire acondicionado empezara a mitigar el calor.
Cuando la temperatura alcanzó un grado tolerable, metió la primera y salió del aparcamiento. Condujo con cuidado hasta la salida principal a la autopista.
Entonces pisó a fondo, rumbo a Laramie.
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