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11

Eran apenas las ocho de la mañana y ya hacia un bochorno sofocante. Las ondas de calor empezaban a relumbrar sobre la negra superficie de la autopista por la que caminaban Mia y Tom.

Mia aún no había digerido el pesado desayuno que había tomado, y maldijo el capricho que le había llevado esa mañana a ponerse unos tacones tan altos.

Tenía que dejar de ceder a esos impulsos infantiles para fastidiar a Tom, porque invariablemente redundaban en perjuicio de ella. Avanzando a trompicones, intentando mantener el paso de sus largas zancadas, apartando la licra húmeda y pegajosa de su pecho sudoroso, Mia soñaba con ropas sueltas que le permitieran el aire circular por su piel. Frescas camisas de algodón y pantalones cortos y anchos. Vestidos largos que se limitaran a cubrir su cuerpo, en lugar de pegarse a cada centímetro. Si alguna vez volvía al mundo real, pensaba ponerse la ropa más amplia que tuviera para no volver a quitársela jamás.

De todas formas, ¿ para que intentaba mantener la velocidad de Hiddleston ? Mia aminoró el paso de inmediato. No era a ella a quien le convenía llegar a tiempo a la estación de autobuses.

Tom dio tres zancadas más por la cuneta antes de darse cuenta de que Mia ya no caminaba a su lado.

Entonces se volvió impaciente.

- ¿ Y ahora que pasa, morena ?

- ¿ Además de que tengo calor, me duelen los pies y que estoy harta de andar trotando detrás de ti como un caniche ? Nada en absoluto, Hiddleston.

Con un paso de gigante, Tom se acercó a ella y se quedó mirando a sus piernas largas y desnudas.

- Oye, a mi no me eches la culpa de que te duelan los pies. Si te hubieras puesto las Keds en lugar de esos estúpidos tacones, tal como te sugerí.... - Pero Tom no iba por buen camino, porque aquello le trajo a la mente una visión de inquietante claridad de la morena esa mañana, dando pasitos con aquellos tacones, con su camisa de paño blanco abrochada hasta el cuello encima del vestidito rosa que llevaba ahora. La camisa le había cubierto por entero el ceñido vestido, lo cual debería haber supuesto un alivio. Pero en vez de ello, daba la sensación de que bajo la camisa estaba desnuda, entre eso y el recuerdo de aquellas piernas blancas y tersas en torno a su cintura, Tom estuvo a punto de empezar a aullar.

- ¿ Qué me lo sugeriste ? Y una mierda. ¡ Me lo ordenaste !

Vale, Tom lo admitía.... Aunque solo para sus adentros. Aquello probablemente había sido un error, por que ella al instante alzó esa naricita suya y volvió a fustigarle con el látigo de su silencio.

Y los sugerentes tacones habían seguido firmenente pegados a sus pies.

- Además - saltó ella, alzando el brazopara enjugarse el sudor de la frente - si no fueras tan tacaño, a lo mejor podríamos coger un taxi para ir a la estación, en lugar de tenernos que pasar la vida pateándonos la carretera.

- ¡ Si tu no comieras como un camionero, a lo mejor me lo podría permitir !

Ella avanzó un paso furiosa en su dirección.

- ¡ Ni se te ocurra empezar otra vez con lo de llamarme gorda !

- ¡ Maldita sea, morena ! - en su desesperación, se acercó a ella en una zancada, y se quedó tan encima, que Mia tuvo que echarse atrás doblándose por la cintura para verle la cara - ¡ Yo no he dicho que estés gorda ! ¡ No lo he dicho ni una sola vez ! Comenté que algunos, al verte, dirían que estás bien alimentada. Pues bien, hazme caso, guapa : lo estás. Y siendo yo el que ha pagado tus comidas, puedo asegurarlo. - Retrocedió un paso y cogió mejor las bolas, mientras ella se enderezaba - y ahora ya puedes mover el culo - Dio media vuelta y echó a andar de nuevo por el arcén.

Mia avanzaba tras él, a un ritmo más pausado.

Un coche pasó a toda velocidad, levantando una nube de polvo. Mia se detuvo tosiendo para esperar a que el aire se despejara, dando manotazos para dispersar la tierra que revoloteaba en torno a su cabeza.

Tom se volvió hacia ella y lanzó una frase tan obscena que Mia retrocedió un paso. Hiddleston se acercó con furiosas zancadas, pasándose las bolsas a una mano sola, y sin detenerse un instante se agachó, le hundió el hombro en la cintura y volvió a levantarse con ella cargándola como si fuese un bombero que le estuviera salvando la vida. Agarrándola con la manaza en el muslo, dio media vuelta y echó a andar de nuevo.

- ¡ Maldita sea, Tom ! ¡ Hace demasiado calor para esto ! - Mia le dio un puñetazo en la espalday notó que el sudor empezaba a pegar allí donde se tocaban - ¡ Suéltame ! - Otro coche pasó tocando la bocina con entusiasmo. En el aire cargado de calor flotaron los gritos burlones de lo que parecían adolescentes - ¡ Que me sueltes, Tom ! ¡ Seguro que con esta falda se me están viendo hasta las intenciones !

- ¿ Y tengo que creerme que eso le importa a una exhibicionista como tú ?

- ¡ Tom !

- ¿ Te vas a poner las Keds como una buena chica y vas a dejar de dar la tabarra ?

El estómago de Mia daba tumbos sobre el duro hombro con cada zancada,y el desayuno que había tomado no hacía mucho amenzaba con hacer una súbita aparición. Las palabras de Hiddleston bastaron para hacerle apretar los dientes, pero se tragó su rabia y contestó :

- Sí. Y ahora suéltame.

Tom se inclinó para dejarla en el suelo. Luego soltó la maleta y se agachó delante de ella. Al cabo de un momento le tendió las deportivas.

- Entrega esos tacones.

Mia se los dio y se ató las zapatillas de deporte. Cuando alzó la vista, se encontró a Tom con las sandalias rosas de tacón en una mano, contemplando pensativo un matorral más allá de la carretera.

- Ni lo pienses, capullo - advirtió ella - a menos que estés dispuesto a gastar tu precioso dinero para comprarme otros.

Tom gruñó, pero metió los tacones en la maleta. Luego la agarró a ella de la muñeca y echó a andar de nuevo.

- Vamos. No pienso perder ese autobus.

Mia estaba acalorada y de mal humor cuando llegaron a la estación donde habia aire acondicionado. Se agarró a los faldones de la camisa de Tom, que llevaba por fuera de los tejanos para ocultar la pistola, y los alzó para enjugarse el sudor del cuello. El dio un respingo, con el estómago al descubierto hasta la primera costilla. Con el movimiento quedó a centímetros de ella, y antes de que pudiera imaginar lo que iba hacer, Mia se había metido la mano con los faldones de la camisa por el escote de su minivestido rosa. Cuando volvió a sacarla, la camisa estaba húmeda y arrugada. Mia lo apartó con fastidio de su cuerpo agarrándola con la punta del índice y el pulgar y la soltó como si fuera un pañuelo usado.

- Estoy harta de mirar el paisaje todo el día - comentó malhumorada. Y con esas palabras se bajó las faldas del vestido y dio un discreto meneo para ajustárselo bien - quiero leer algo.

Tom que miraba desconcertado las faldas de su camisa arrugada, alzó la vista.

- No creo que aquí tenga revistas de culebrones, morena.

- Que gracioso. Vamos - le agarró la huesuda muñeca y le arrastró hasta el quiosco de libros y revistas.

Tom contempló las afertas y cogió una novela rosa con la cubierta más morbosa que había visto nunca.

- Toma, Seguro que esto es lo tuyo.

Mia abrió el libro para leer la solapa. Luego leyó también la sinopsis de la primera página.

- ¡ Uau ! Esto tiene buena pinta. Me lo llevo.

Tom miró el precio.

- ¿ Siete con cincuenta por un libro de bolsillo ? - exclamó devolviendo el libro a su sitio. - Elige otra cosa. - Sacó una revista, Confesiones Verídicas, y se la tendió. - Toma. ¿ Que te parece esto ?

- Dios mío - suspiró ella - mira que eres agarrado. Y tus gustos literarios dejan mucho que desear. - Sin hacer caso de la revista que Hiddleston le ofrecía, cogió el último número del Time - me llevo esta - y lo miró con disgusto - debería parecerte bien, Hiddleston, puesto que cuando yo termine podrás leerla tú. O a lo mejor prefieres que me lleve la Playboy.

- Sí, claro. Yo puedo leer los artículos y tú miras las fotos.

- Muy gracioso. Bueno, como sea, esto tranquilizará tu corazoncito miserable, puesto que solo tendrás que pagar una revista.

Tom la miró ceñudo y volvió a coger la novela rosa, las bolsas y las revistas que Mia había elegido. Se acercó al mostrador a pagar y a continuación le puso el libro en las manos.

- Toma. Lee y calla.

Ella parpadeó. Algo en su expresióm le dio un pellizco en el corazón. ¿ Habia herido sus sentimientos con sus comentarios ? Pero, no... Aquello era ridículo. Sencillamente se mostraba tan contradictorio como siempre. Miró a hurtadillas sus cejas ceñudas, sus ojos dorados que evitaban mirarla, el gesto hosco de su boca. Luego bajó la vista a su mano, que apretaba las revistas enrolladas con tanta fuerza que la blancura de sus nudills destacaba contra su piel bronceada.

- Gracias por el libro - se oyó decir con suavidad, y tuvo que hacer incluso un esfuerzo por no acariciarle la mano.¡ Maldición ! Se había convertido en un claro caso de Síndrome de Estocolmo. ¿ Como explicar sino el súbito deseo de aplacar a su captor ?

Pero no podía permitírselo. Mia miró a su alrededor, decidida a volver al buen camino. Lo que se imponía en ese momento complicarle de nuevo la situación, y lo que era más importante, encontrar una idea para lograr su último objetivo : seguir retrasando la preciosa agenda de Tom y hacer un agujero en su adorada cartera.

Al principio las posibilidades parecian mínimas. Todo el mundo iba a lo suyo, Aquello le parecía fatal, lo que decía mucho de su deterioro moral de los últimos días. Pero de pronto vio a un joven sentado en un baco al otro lado de la sala, que le miraba los pechos con ojos vidriosos. Mia se animó al instante, pensando que con él la cosa podría funcionar. Para probar su teoría, echó un poco los hombros hacia atrás, respiró hondo y vio que el joven se quedaba con la boca abierta.

Mia suspiró. Tenía que explotar de nuevo su exhuberante cuerpo. Tal vez su madre tenia razon. Si una mujer exponía demasiado sus curvas, los parecían perder toda capacidad de raciocinio.

Y seguramente su deseo de explotar aquella característica era pecaminoso.

Pero, ¿ que podía hacer al respecto ? Se veía obligada a ello. Y si un pobre baboso era incapaz de ver más allá de un par de tetas y unas piernas largas, bueno...

Por ella, perfecto.

Tom estaba decidido a impedir como fuese que ese día la morena lograse que los echarán del autobús. Y con ese fin, mantuvo sobre ella una secreta vigilancia. Durante un largo rato, tan solo la vio leer. En el momento en que el autobús salió de la estación, enterró la nariz en el libro y no volvió a alzarla para respirar hasta al cabo de dos largas horas. Estaba a punto de concluír que posiblemente serían los ocho pavos mejor empleados en toda su vida, cuando ella hizo el primer movimiento.

El deseo que Tom sentía hacia Mia estaba en su apogeo, al igual que su frustación, y cuando ella le pasó los dedos por la pierna, su reacción instintiva fue aparte la mano. Eso, o agarrársela para que aquellos dedos blancos presionaran sobre la parte que él realmente deseaba que tocara, y desde luego eso no contribuiría a dar una imagen muy profesional. De manera que le cogió la mano con brusquedad y se la devolvió a su lado del reposabrazos.

Desconocía lo que se proponía la morena, pero sí supo que había caído en la trampa cuando vio que ella daba un respingo como si él hubiera aplicado a su gesto más presión de la que en realidad había sido.

<< Ah, joder. ¿ Para quíen estará interpretando ahora ? >> Tom echó un vistazo alrededor.

Su vista se frenó en seco al llegar al joven sentado al otro lado del pasillo. El chico le miraba furioso. ¡ Mierda ! Desde luego la morena sabía elegir bien sus víctimas. El muchacho sería lo bastante joven y estúpido para provocar un enfrentamiento sin pensárselo dos veces, y estaría sin duda rebosante de testosterona. Un gallito dispuesto a disparar indiscriminadamente sin mucha discusión preliminar. Tom desvió la mirada, buscando la desesperada manera de neutralizar la situación antes de que llegara la sangre al río y volvieran a echarlos del autobús.

Se volvió a tiempo de ver como Mia dirigía al muchacho una sonrisa trémula de valentía. Genial. Con dos sencillos movimientos había convencido al muchacho de que estaban maltratándola. Una cosa sí debía reconocer : la mujer tenía talento.

Esta vez tuvo cuidado de mantener las manos quietas a pesar de que la morena hizo otro intento de provocarle. Pero cuando le tocó ya por tercer vez, Tom había tenido tiempo de meditar en problema, y le cubrió la mano con la suya para frotarla por el muslo arriba y abajo. Volvió la cabeza y le dedicó una sonrisa somnolienta y carnal. Mia entornó los ojos y él frunció los labios para soplarle un beso. Hiddleston no se atrevió a mirar al otro lado del pasillo, pero esperaba que el chico estuviera por lo menos confuso.

Una hora más tarde, el joven se levantó y se dirigió al fondo del autobús. Un instante despues, Mia le dio un codazo.

- Perdona - murmuró - pero tengo que ir al servicio.

Tom se levantó sin decir una sola palabra y retrocedió para dejarle paso. Mia se contoneó por el pasillo como si tuviera las caderas ensambladas por rodamientos bien engrasados. Se detuvo detrás del joven, que esperaba su turno para entrar al servicio, y Tom vió que el chico se volvía en respuesta a algo que ella había dicho. Respiró hondo, y echó a andar por el pasillo en dirección a ellos.

Se acercó a Mia por la espalda, le echó los brazos en torno a la cintura y le dio un beso en el cuello.

- Eh, cariño - dijo con voz grave contra su piel cálida y perfumada, estrechándola más entre sus brazos - siento el mal genio de antes - apretó todavía más su cuerpo rígido, murmuró - ¿ me perdonas ? Por favor, cariño. Estaba muy tenso, pero me he dado cuenta de que tanta caricia era para decirme que por fin la penicilina ha echo efecto y que ese problemilla que tenías ha desaparecido.

Mia miraba directamente el rostro del joven, de manera que no puedo evitar ver la cara de horror que ponía al comprender lo que pasaba. Mia notó que las mejillas le ardían e intentó hundir el codo en el costado de Tom, pero él la tenía tan apretada que no consiguió hacerle ningún daño. Así que optó por clavarle las uñas en el antebrazo.

- ¡ Cerdo !

- ¡ Ay, cariño ! - murmuró Tom, toddavía en su cuello - no ten efades conmigo - le frotó la mejilla afeitada por el lado del cuello, y a Mia le dio un brinco el estómago - ya sé que no debría hablar de tu infección en público, pero es que ha durado tanto... Y por fin entendí lo que estabas intentando decirme, me dio tanta alegría ....

De pronto se quedó callado. Mia volvió la cabeza a tiempode ver como Tom clavaba en el joven una mirada de hombre a hombre.

- No quería ser insensible, pero seguro que este chico seguro que entiende que haya sido tan impulsivo, ¿ verdad, hijo ?

- ¿ Eh ?- La mirada del muchacho parecía atascada en las voluptuosas curvas de Mia, pero cuando empezó a comprender que le hablaban a él, se puso colorado como un tomate - Eh... si, si claro.

El servicio quedó libre justo en ese momento, y el chico exhaló un larog suspiro de alivio.

- Eh... perdonen - desapareció en el interior y cerró la puerta con tanta fuerza que rebotó en el marco y tuvo que volver a agarrarla para cerrarla de nuevo, esta vez con más cuidado.

- Parada para almorzar en Arabesque, Wyoming. Dentro de cuarenta y cinco minutos. - Anunció en conductor.

Tom aflojó en brazo un poco.

- ¿ Quieres sacarme ya las garras del brazo, morena ?

- Mira, mas te vale no preguntrme que quiero en este momento, Hiddleston - pero de todas formas, dejó de clavarle las uñas.

Él esbozó una sonrisa malévola y la soltó, y por más enfadada que estuviera, ella tuvo que hacer un esfuerzo para no devolverle la sonrisa. Se sintió humillada desde la cabeza hasta las uñas recién pintadas de los pies con solo pensar que una persona de este mundo creyera que Mia MacPherson había contraído una enfermedad de transmisión sexual. Pero a pesar de todo no podía sentir una pizca de admiración por la idea de Tom. Ella lo habría utilizado sin pensárselo dos veces si la situación fuese al revés y se le hubiese ocurrido la idea. Había algo en aquel duelo de ingenio que le resultaba peligrosamente estimulante.

Pero así no iba por buen camino, de modo que asumió su gesto más estricto de profesora.

- Diviértete mientras puedas, guapo - aconsejó con frialdad, mientras le empujaba para volver a su asiento - por que seré yo la que se ría de última.

- Ah, eso crees, ¿eh? - Tom echó a andar detrás de ella sin disimular su diversión.

- No es que lo crea, Hiddleston, es que lo sé - su venganza era que sabía que cuando el autobus llegara a su destino y se terminaran por fin las escaramuzas, sus huellas dactilares no coincidirían con las de su hermana. Y el gran cazarrecompensas Tom Hiddleston iba a quedarse con un palmo de narices.

Tendría que meterse a monje, como había prometido el primer día. Mia se encogió de hombros. El caso es que iba a disfrutar viéndole morder el polvo.

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