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05

Advertencias: fic de época con muchas atribuciones. Chanmin como pareja principal, pero al ser un fic harem, también existirán otras interacciones. Drama y fluff.

Tenía razón el día anterior: amaneció con un feo moretón en la mejilla, con la zona hinchada. Para su propia fortuna, su ojo no resultó afectado, pero sintió el bajón al verse al espejo. ¿Cómo iría a ver a Chan así, luciendo esa herida? No tenía forma alguna de disimularla.

Tal vez eso quiso el sacerdote al golpearlo. Hacerlo ver horrible para su cita con el príncipe.

Ni siquiera podía mandar a un criado a decirle a su Señor que no iría, porque sería un enorme desaire. Chan podría enfurecerse y devolverlo al concubinato como tal. Sin embargo, si iba, también lo consideraría como una ofensa al presentarse con ese aspecto. Por los dioses, qué desastre era.

―Seungmin, ¿qué te pasó?

Volvió su vista cuando escuchó a Chaewon hablar, y le sonrió con aspecto triste. Karina también le observaba, con una clara expresión de miedo.

―Me he golpeado con mi torpeza ―explicó Seungmin―. Ayer, cuando regresaba...

―¿Fue el Príncipe? ―preguntó Karina, sin poder evitarlo. Irene, que estaba cepillando su cabello, dejó de hacerlo y se volteó a verlos. Dahyun venía saliendo del baño―. ¿Nuestro Señor te golpeó por lo que dijiste?

Sintió un escalofrío recorrerlo ante la pregunta. A pesar de todos sus encontrones con Chan, jamás dio indicio alguno de que le fuera a golpear. La sola idea le parecía ridícula y fuera de lugar.

Hubo un breve pensamiento que cruzó su cabeza: decir que fue el príncipe para así meterles pánico.

No, eso era inadecuado. Además, sería mancillar el nombre de Chan.

―No, Karina ―le dijo, amable y tranquilo―. El Príncipe no ha sido. Fue un accidente que tuve ―sonrió con relajo―. ¿Crees que si hubiera sido él, me habría invitado a pasear en caballo?

―¿De verdad? ―preguntó Irene, y notó un poco la envidia en sus palabras―. ¡Y eso que me lo prometió a mí!

―Karina ―habló Dahyun, llamando la atención por su tono helado―, ¿por qué has preguntado si el Príncipe golpeó a Seungmin? Esa es una pregunta impropia en tu posición. Además ―añadió, impasible―, si lo hubiera hecho, ¿qué te incumbe a ti? Nuestro Señor puede hacer lo que le plazca con nosotras.

A sus palabras le siguió un pesado silencio en la habitación. Seungmin volvió su vista hacia el espejo, mirando su reflejo y la hinchazón del golpe. La sonrisa de Chaewon desapareció e Irene bajó la vista. Karina se veía avergonzada y a punto de llorar. Todos allí sabían que Dahyun era la más privilegiada de las concubinas y cortesanas, y se lo merecía, de alguna forma. Desde que era pequeña que se le preparó toda su vida para eso, para ser la Emperatriz. Por eso mismo, si alguien necesitaba un consejo, recurría a ella. Además de que era la mayor.

-Lo siento, unnie -Se disculpó Karina.

Dahyun hizo un gesto con su mano, arreglándose el Hanbok.

-Vamos a desayunar, se nos está haciendo tarde -Dijo ella, caminando hacia la puerta.

Seungmin decidió ir un poco más tarde, primero debía arreglarse.

Se envolvió en el precioso regalo que le dio Chan cuando le fue a ver, colgandose el brazalete en su mano derecha. Además, decidió atreverse con unos bonitos aretes largos qué consiguió, junto con aplicarse kohl en los ojos con un sombreado suave. Lo remató todo al pintarse los labios con un fuerte color rojo qué resaltaba sus facciones, y decidió que estaba presentable para el príncipe. Lo único que lo arruinaba era ese moretón y la hinchazón, pero ante ello, poco podía hacer. Pensó en cubrirlo, sin embargo, su rostro podría verse raro con esa herida allí.

Al final, le quedó poco tiempo para el desayuno, comiendo con rapidez lo primero que agarró, antes de ir a la primera lección del día, que era canto. Para su propia fortuna, el Sumo Sacerdote no impartía esa clase, así que, si tenía suerte, no lo vería en el resto del día.

Cuando quedaba poco para el mediodía, alguien les interrumpió en el instante en que la lección estaba acabando. Seungmin lo reconoció enseguida: era Hyunjin.

-Mis disculpas, señora Choi -Dijo él, inclinándose ante la profesora-, pero tengo órdenes de llevar al Cortesano Kim con el Príncipe.

La mujer asintió con la cabeza, despidiéndolos de la lección, y Seungmin escuchó los murmullos de ánimo de sus amigas. Karina apenas sonrió, todavía apenada por lo ocurrido en la mañana, mientras que Dahyun le observó con una expresión que no supo reconocer bien.

Seungmin no tuvo tiempo para darle vueltas, porque se vio obligado a seguir al guardia personal de Chan.

-Está muy guapo, Cortesano -Habló Hyunjin, dirigiéndole una mirada amable.

-Gracias -le dijo, bajando la vista -. Usted también es muy guapo.

Se sobresaltó al escuchar sus carcajadas, atónito por la extraña forma en la que reía. Era una risa muy particular que nunca escuchó antes.

-Claro que lo soy -dijo, sin modestia-, es más, yo debería ser el Príncipe, ¿no cree, Cortesano?

Seungmin se quedó en blanco, ¿acaso le estaba coqueteando? ¿Esas palabras no podrían considerarse traición? Por los dioses, el chico empezó a entrar en pánico. ¿Y si era una prueba? ¿Si lo estaban probando, para ver qué tan fiel era a Seungmin?

-Yo... Uh... -tartamudeó. Hyunjin volvió a reírse.

-¿Lo avergoncé, Seungmin? -contestó, mucho más íntimo-. ¿Teme que lo acuse con Chan?

¿Por qué estaba hablando de esa forma, con tanta confianza? Se suponía... Seungmin apenas podía entender las ideas de su cabeza, como si estuviera haciendo cortocircuito.

Para su propia fortuna, el soldado no pareció insistir, aunque traía una sonrisa de humor en su rostro, luciendo mucho más animado que antes.

Pronto, llegaron a las afueras del palacio principal, en el que el Emperador atendía los asuntos del imperio, y donde ya les estaban esperando. El Príncipe estaba hablando con otras dos personas, y al escucharlos llegar, se giró con una expresión satisfecha. Expresión que se congeló al ver a Seungmin.

El muchacho se apresuró en inclinarse.

-Mi señor... -tartamudeó, un poco avergonzado.

-Levanta el rostro, ahora -Ordenó Chan, y Seungmin tembló al escuchar la furia en su voz.

No tardó en hacerlo, sabiendo que el príncipe estaba observando la herida en su mejilla. Su rostro se cubrió de más ira (de ser posible), cuando le miró, y no sabía si estaba enojado con él por haberlo ido con ese aspecto.

-Lo siento -se apresuró en decir-, no fue mi intención... Si usted quiere, puedo retirarme.

-¿Quién te hizo eso? -preguntó Chan, dando un paso y agarrándolo de la barbilla-. ¿Quién demonios te puso la mano encima, Seungmin?

-¡Oh! -soltó una risa torpe-. No, mi Señor, esto... Fue un accidente -suspiró con dramatismo-, me caí el día anterior en el baño, pero afortunadamente no pasó a mayores -suavizó su tono-. Pero si es desagradable verlo, mi Príncipe, puedo retirarme.

Seungmin pensó mucho si decirle la verdad o no, pero al final concluyó que no sería lo más sensato. Si bien era propiedad del Príncipe, el Sumo Sacerdote no sólo tenía ese cargo, sino que también era medio hermano del Emperador. Era de sangre real. ¿Y si decía que Seungmin fue el culpable? ¿A quién le creerían?

-¿Desagradable? -barboteó Chan, sin soltarle la barbilla y moviéndole el rostro-. ¿Qué opinas tú, Hyunjin?

El soldado fingió una mirada de interés.

-Es horrible, si fuera yo, no me habría atrevido a salir así -dijo, antes de estallar en esas carcajadas particulares.

Pudo escuchar el re soplido de Chan, sin lucir ofendido o fastidiado. Se veía... un poco entretenido, por decir algo.

-No es desagradable -habló Chan-, nada de ti es desagradable, Cortesano.

Seungmin sintió su corazón acelerarse ante las palabras que estaba escuchando, y el rubor cubrió sus mejillas, tan entusiasmado por la forma en que Chan actuaba a su alrededor. Sabía que era un poco iluso pensar que no trataba a las otras chicas igual, pero no podía evitar la emoción.

-Ahora, ¿vamos, Seungmin? -le dijo soltándolo, pero llevando una mano a su espalda-. Hoy estás deslumbrante, a pesar de todo, aunque me sentiría más aliviado si prometes tener más cuidado a la próxima vez. Un rostro como el tuyo debe ser apreciado.

-Mi Señor... -murmuró Seungmin, conmocionado por sus palabras-, esas cosas que dice me están avergonzando.

Chan sonrió, haciendo un gesto, y Hyunjin se adelantó para agarrar las riendas de un precioso corcel negro, desde los cascos hasta su crin. Debía ser el caballo del Príncipe, pues parecía el mejor cuidado de los tres corceles que estaban allí. Los otros dos eran de color café, con crines más claras.

-Solo digo la verdad -Chan lo detuvo, volviendo a agarrarle la barbilla, y sus dedos acariciaron su labio inferior-. A pesar de ser insolente, Seungmin, eres hermoso.

-¿Insolente, yo? -fingió desconocimiento, pero sonrió con coquetería-. No sé de qué habla, mi Príncipe. Debe estar equivocado.

Chan soltó un bufido, aunque no parecía ofendido o molesto con sus palabras. Seungmin, con todas las interacciones que estaban teniendo, se podía dar cuenta de que Chab era bastante relajado en cuanto a los modales.

-¿Dónde iré yo, mi Señor? -preguntó, volviendo su vista a los caballos.

-Conmigo, por supuesto -contestó Chan, yendo al corcel y subiéndose con una ligera facilidad. El caballo apenas se movió-. Eres mi Cortesano, tu lugar es a mi lado. Hyunjin -añadió-, ayúdalo, por favor.

Seungmin titubeó un momento, pero no tardó en seguir las instrucciones del guardia de Chan, y pronto estuvo en el lomo del caballo, siendo rodeado con los brazos de Chan y sintiendo el pecho del Príncipe contra su espalda. Se sentía demasiado íntimo y personal, y no podía estar más feliz en ese momento.

-¿Has andado a caballo alguna vez, Seungmin? -preguntó Chan, tirando de las riendas, y el corcel giró antes de empezar a caminar hacia los portones de la puerta principal que protegía el palacio. Se percató que Hyunjin iba a junto a ellos, además de otro soldado que también debía ser su guardia personal, y un sirviente que llevaba las cosas, montado en un burro.

-Nunca -admitió-, antes vivía en un pueblo pobre. Mi madre se dedicaba a lavar ropa y mi padre perdió una mano en un accidente, por lo que quedó discapacitado. No nos alcanzaba el dinero para un caballo -o, a veces, para un almuerzo.

-¿Ellos están bien ahora? -consultó Chan, y Seungmin se relajó al sentir verdadera preocupación en su voz.

-¡Oh, sí! -suspiró-. Cuando descubrieron que era doncel, nos trasladaron a la capital y recibimos financiamiento por parte de las arcas fiscales -su rostro volvió a colorearse en rojo-. Luego, se presentaron para traerme al harem, y las cosas mejoraron un poco más. Ellos reciben...

-Una asignación porque estés aquí -completó Chan, y Seungmin asintió-. ¿Los extrañas?

-Mucho -afirmó el chico, antes de corregirse-, pero no me malentienda, mi Señor, estoy muy feliz de ser parte de su harem. Es un honor servirle.

-¿Eso crees? -pudo escuchar como su tono se volvía un poco más ronco-. ¿Quieres servirme de cualquier forma?

-Mi Príncipe...

-Dime Chan -murmuró el mayor-, tienes mi permiso para tratarme por mi nombre, Cortesano Kim.

Seungmin soltó una risita baja al escuchar esas palabras, sabiendo lo importante que era que el príncipe le estuviera diciendo eso. Básicamente, nadie podía llamarlo sin su título, sólo su padre, el Emperador, y pasar eso por alto podría ser considerado como una horrible falta de respeto.

Sin embargo, si le estaba diciendo eso...

-¿No es muy atrevido... Chan? -aventuró, girando su cabeza hacia el mayor para mirarlo.

-¿Atrevido? Claro que sí -concedió el principe-, pero me gusta que seas atrevido. ¿Sabes qué me imagino? Tener en mi regazo y...

-¡Mi Señor! -exclamó, escandalizado.

-... Y llenarte el rostro de besos -terminó de decir, enarcando una ceja-. ¿Qué estabas pensando, Seungmin?

Volvió a reírse, sin poder evitarlo, y se relajó contra el mayor, tan feliz por esa situación. Todo lo ocurrido el día anterior, con el Sumo Sacerdote, desapareció por completo, y concluyó que ese horrible hombre no arruinaría lo que fuera a pasar esa tarde. Él no tenía poder alguno para rebajarlo, y aunque lo intentará, Seungmin no se dejaría amedrentar. De ninguna forma permitiría que ese horrible hombre ganara.

El palacio imperial se encontraba cerca de la ciudad principal, Seora-beol, sobre un monte de frondosos y grandes árboles, que además servían como protección extra. Para llegar allí se debía subir por una pequeña y empinada cuesta cubierta de adoquines. Ellos bajaron por los caballos por el camino principal, pero se desviaron a medio camino, hacia el interior de los bosques.

-Iremos a almorzar a un lago -le comentó Chan, y Seungmin soltó un grito cuando arreó al caballo, haciendo que comenzara a trotar-. Vamos, sujétate, precioso.

¿Y de dónde mierda iba a sujetarse? ¿De la crin del pobre corcel? ¡Chan quería matarlo!

Sin embargo, sintió los brazos del príncipe estrecharse a su alrededor, manteniéndolo sujeto en el caballo por los siguiente minutos. Aunque, en sí, no fue una experiencia agradable por todos los golpes. En definitiva, prefería el carruaje, pero no iba a quejarse por el paseo que estaba recibiendo.

A los pocos minutos, los árboles comenzaron a disminuir y entraron a un enorme valle, donde un hermoso lago cristalino brillaba a unos metros de ellos. Seungmin no puedo evitar el grito de asombro al contemplar el precioso paisaje, pues como era verano, todo estaba de un precioso color verde. Las montañas, al fondo, se alzaba majestuosa e imponentes, y el lago se veía perfecto para darse un baño. Cerca del lago estaba alzado un pabellón, ya preparado para ellos, con una sirvienta terminando de ordenar todo.

-Mi Señor... -dijo, conmovido-, es muy precioso.

-Claro que sí -le hizo un gesto al sirviente, que se bajó y adelantó, llevando al burro de carga-, serás mi primer Cortesano en visitar este lugar.

-No - protestó-, quiero ser el único.

-¿Oh? -Chan se rió, haciendo que el caballo volviera a andar-. ¿Así que eres un celoso, Seungmin?

-Claro que sí -declaró-. Quiero sus ojos puestos en mí, mi Emperador.

Chan se veía complacido ante sus palabras, tan satisfecho por la forma en que Seungmin parecía hallar las palabras correctas para él.

Hyunjin lo ayudó a bajarse y Chan no tardo en seguirlo, agarrándole el brazo para llevarlo hacia el bonito pabellón. Poseía dos sillas y una mesa redonda central, en donde ya estaban los exquisitos alimentos para el almuerzo. La sirvienta les sirvió vino sin decir nada, a pesar de que Seungmin no tenía muchas ganas de beberlo. No era muy bueno para aguantar ese tipo de bebidas.

-Ahora te traje aquí, ¿seguirás insistiendo en rechazar mis invitaciones a mis aposentos, Seungmin? -preguntó Chan, enarcando una ceja.

Seungmin sonrió con astucia.

-No sé, eso depende -contestó, sus dedos acariciando el brazo de Chan.

-¿Y de qué dependerá?

-De como usted se porte conmigo, mi Señor -coqueteó Seungmin.

Chan se rió ante tal desvergüenza, pareciendo encantado por la forma en que el chico actuaba ante él. No se parecía a ninguna de las otras concubinas, que sonreían y complacían sin pestañear. Seungmin era juguetón, coqueto y descarado, y el mayor quería probarlo de todas las formas posibles.

-¿Me quieres opacar, Seungmin? -Preguntó, bajando la voz a un gruñido ronco.

-Mi Emperador -susurró Seungmin, parpadeando con falsa inocencia-, me pone muy celoso verlo con otras concubinas. Me rompe el corazón.

-Qué caprichoso eres -Chan sonrió con pereza-, siendo tan egoísta con tus compañeras, ¿no es eso injusto?

Seungmin agarró una uva, llevándola a su boca y chupó su dedo. Pudo notar la mirada del mayor oscurecerse ante su acción.

-¿No merezco tu total atención, Chan? -consultó, usando su nombre de pila en un suave murmullo, como su su voz fuera seda.

-Como sigas así -espetó el príncipe-, te tomaré en este mismo lugar, frente a todos.

-¿Sería capaz de avergonzarme de esa forma?

-De eso, y de más.

Seungmin soltó una risa, agarrando unas uvas más antes de dirigirlas a los labios de Chan. Su dedo índice quedó atrapado en la boca del mayor, que chupó como hizo antes Seungmin. El rostro del muchacho se coloreó de rojo, sintiéndose ahora un poco torpe y nervioso. Si Chan decidía tomarlo allí, sería humillante para él, pero no podría hacer mucho para evitarlo. Era sólo un concubina.

-Veo que retrocediste -comentó Chan-, tu valentía parece ser efímera, mi Cortesano, y eso es bueno. No quieres verme enfadado -el príncipe alzó su barbilla-. ¿Qué puedes ofrecerme?

Bien, ahora quería hablar de negocios. Seungmin estaba atrapado, porque no tenía nada qué ofrecerle al futuro Emperador. Él sólo era un chico que tuvo un poco de suerte, nada más, y no podía ofrecer nada más que fidelidad. No poseía riquezas, ni tierras, ni una ascendencia digna de mención. Seungmin sólo era Seungmin.

-¿Ya le ha preguntado eso al resto? -replicó Seungmin.

Chan enarcó una ceja ante el tono vacilante del menor. No sabía si fue buena idea replicarle de esa forma.

-¿Debo saberlo? -Chan ladeó la cabeza-. Dos de mis cortesanas son princesas. No de lugares importantes, pero princesas, al fin y al cabo. Otra de ellas es hija de uno de los grandes generales del Imperio, con conexiones políticas importantes. Y la última me asegura que el poder de nuestros ancestros se mantengan en la familia. ¿Quieres que siga?

-Me está humillando -contestó Seungmin, con la frente en alto.

-El resto de concubinas son hijas de políticos de renombre, con apellidos señoriales y de gran influencia -continuó Chan, impasible-. Ahora dime, Seungmin, ¿por qué tú estás en un lugar de privilegio, a pesar de que no tienes nada que ofrecerme?

-¿Nada qué ofrecerle? -Seungmin permaneció sentado-. ¿La bendición de los dioses no es suficiente, mi Señor? -le miró, desafiante-. ¿O cree que un pobre chico como yo habría llegado a este lugar si no hubiera sido por eso? ¿Por qué de todas las personas, un marchito de una familia que vivió en el barrio obtuvo esto? -sonrió, a pesar del pánico, del miedo que sentía-. Yo le gusto, mi Emperador. Yo le gusto tanto que le enfada.

Observó la expresión de Chan alterarse ante sus palabras, y temió haber ido demasiado lejos con su provocación. Sin embargo, el príncipe fue quien comenzó, le provocó al tratar de hacerlo sentir menos con la verdad.

-Esa es una declaración arriesgada -habló Hyunjin, y los dos se sobresaltaron cuando el soldado habló-. ¿Más vino, Chan? ¿Cortesano Kim?

Las palabras de Hyunjin hicieron que Chan se relajará de forma inevitable, y Seungmin le agradeció en silencio al soldado por haber intervenido de esa forma. Hyunjin le guiñó el ojo mientras llenaba la copa del príncipe, sabiendo que le salvó el culi.

-Eres demasiado descarado, Seungmin -declaró Chan, menos tenso-. Otro príncipe ya te habría castigado por tu insolencia.

-Puede castigarme -contestó el menor- paseándome desnudo, como hizo hace varias noches. ¿Cree que atraeré las miradas con eso?

-Podría hacerlo -reflexionó el príncipe-, pero me enfada más que la gente mire lo que me pertenece -Seungmin sonrió con un poco de burla-. Tal vez debería ignorarte, o devolverte al concubinato.

El chico trató de no mostrar el disgusto qué sentía ante esas palabras, sabiendo que no debía cruzar esa delgada línea entre la provocación y la verdadera insolencia. Si enfadaba a Chan lo suficiente, bien podría degradarlo o, peor, sacarlo por completo fe sus opciones.

-¿Me rompería el corazón de esa forma, mi Príncipe? -preguntó Seungmin.

-¿Romperte el corazón? -Chan sonrió, aunque su expresión carecía de humor en ese instante-. ¿Sabes cuán peligroso es un corazón roto en este lugar, Seungmin?

-Jamás me atrevería... -se calló abruotamente-. Conozco mi lugar, mi Príncipe.

Sabía que era lo que le estaba diciendo Chan indirectamente con sus palabras, y podía comprenderlo de alguna forma, aunque no estuviera de acuerdo. Seungmin era un concubino, por lo tanto, no podía ser celoso o posesivo (a menos que se convirtiera en Emperatriz). Los celos y la posesión no eran bien vistos, y menos cuando muchas concubinas anteriores hicieron locuras por una mirada del Emperador.

-Seungmin -llamó Chan, y el chico lo miró-Eres hermoso, ¿está bien? Muy hermoso -los dedos del mayor lo agarraron de la barbilla-. Y no quiero romperte el corazón, por eso te lo estoy advirtiendo ahora.

-Prométame algo -le dijo, y sabía que no debía seguir con sus palabras, pero tenía que asegurarse de ello-. Si no me escoge, por favor, deje que otra persona me ame. Deje que yo ame a alguien más. Es lo único que pido, Chan.

Pudo notar la forma en que Chan se crispaba ante su petición, como sus ojos se cubrían de molestia e ira. Por un momento, temió haber ido demasiado lejos.

-Eso lo decidiré yo -replicó Chan-, porque tú me perteneces, Seungmin.

Lo tenía claro desde hace mucho, como si estuviera grabado en su piel.

Durante el resto de la comida, decidieron dejar ese tema de lado y hablar de otras cosas menos problemáticas. Chan indagó un poco más acerca de la familia de Seungmin, y Seungmin preguntó sobre los otros príncipes y princesas. Además de él, tenía dos hermanas y un hermano, todos menores que él y sin suponer una amenaza.

-Padre tiene otros hijos con concubinas -contó Chan-, pero no nos preocupamos de ellos. Mi padre se ha encargado bien de que no aspire al trono.

-Pero sigue siendo peligroso -señaló Seungmin, ya comiendo el postre-. Imagínese, si alguno quisiera quitarlo del camino...

-No me preocupo -Chan se veía calmado-. A ellos los vigilan hombres de confianza. Y a esos hombres, los vigilan otros hombres de confianza -alzó su barbilla-. Así como también vigilan a mis concubinas, ¿no es así, Hyunjin?

-Claro -el guardia sirvió más vino-. Yo soy el encargado de vigilarlo a usted, Cortesano Kim.

Quiso sentirse ofendido, pero Seungmin sabía que en el palacio era mejor prevenir que lamentar. La vida del Emperador y el Príncipe Heredero siempre iría primero, así que se tomarían todas las medidas necesarias para ello. Además, las concubinas siempre eran más propensas a cometer traición.

Se quedaron en ese lugar hasta que comenzó a atardecer, cuando Chan estimó conveniente volver para la cena.

-Comerás conmigo, por supuesto -le dijo el príncipe, cuando ya iban en el caballo-. Me has puesto de buen humor, a pesar de tu insolencia, así que también pasarás la noche conmigo.

-Es un honor, mi Señor -respondió Seungmin.

-Te trataré como la joya que eres, Minnie.

Esas palabras eran las que tanto quería escuchar. A pesar de que Chan todavía no fuera suyo, Seungmin haría lo que fuera para lograr su objetivo. El futuro Emperador sería de él, de nadie más.

Aunque las cosas no salieron como lo hubiera esperado, porque una vez llegaron al palacio, apenas se bajaron del caballo, apareció uno de los guardias del Emperador.

-Changbin -saludó Chan, desinteresado.

-Príncipe -el guardia se inclinó-. El Emperador ha preguntado todo el día por usted. Quiere verlo para la cena.

Chan hizo un gesto, agarrando a Seungmin por la cintura. El chico jadeó.

-Dile a mi padre que estoy ocupado -replicó.

-Dijo que puede llevar a su Cortesano, si gusta.

Seungmin mordió su labio inferior al sentir el agarre de Chan, mucho más fuerte. El príncipe parecía estarlo pensando, a pesar de que Seungmin estaba entrando en pánico. Si iba, sería la primera vez que estaría frente al Emperador casi a solas. ¿Y si lo arruinaba? No, Seungmin no estaba listo para enfrentarse al padre de Chan, al mismísimo Emperador. Una cosa era el Príncipe. Otra muy distinta era el Emperador.

-Bueno -Chan no se veía muy contento, pero no le quedaba más que ceder. Si su padre dijo eso, debía tener muchas ganas de verle-, llévanos con él, Changbin.

-Mi Príncipe... -trató de hablar Seungmin, algo desesperado por hacerlo cambiar de opinión.

-No te librarás de mí -le interrumpió Chan-. Pasarás la noche conmigo.

A Seungmin no le molestaba esperar para estar con Chan, porque él igual quería estar con él. En lugar de acompañarlo, podía ir a cenar al cuarto de las Cortesanas y después acudir a los aposentos del Príncipe. Eso sonaba como un mejor panorama.

-Podría...

-No.

Desistió, dejándose llevar por su amante a través de los elegantes y refinados pasillos. Changbin iba delante, con Hyunjin cerrando la marcha, y Seungmin comenzó a tratar de arreglar sus ropas, arrugadas por el viaje.

-¿Mi maquillaje no se ha corrió? -le susurró a Chan, cuando se adentraron en el pabellón imperial, donde sólo el Emperador cenaba. Sólo se podía entrar allí con el permiso de la máxima autoridad, incluso los Príncipes debían ser pacientes para ser autorizados en ese lugar.

-Te ves precioso, Minnie -le contestó Chan, serio-. No te preocupes.

Pero se preocupaba. Tenía mucho miedo de quedar en vergüenza, o peor, avergonzar a Chan. Si el Emperador no lo consideraba digno, podía presionar a su heredero para botarlo.

Las grandes puertas doradas del comedor personal del Emperador se abrieron y Seungmin iba a colapsar en ese instante. Que los dioses lo ayudarán.

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