𝒢rapes
Las campanadas suenan unos minutos después de que se obligue a sí mismo a dejar un canal. Se ha pasado media hora haciendo zapping, y al final ha acabado donde empezó.
Se come las uvas con desgana. Es aburrido sin nadie a su lado al que volver loco empezando en los cuartos sólo para hacerle dudar. Sólo para empezar el año a pares y dispares; a la par dispar de los demás.
Abre una copa de champán y llena dos copas —la fe ciega en que volverá, quizás. No se bebe ninguna. Se queda en el sofá, con medio cuerpo encima de la mesa y mirando a un punto fijo —el reloj que hay encima de la tele. Y los minutos pasan, y suspira. Se muere de sueño. No le gusta esperar, pero él le ha dicho que no va a tardar. Las cinco veces que lo llamó.
Así que no importa cuánto, Kaito lo va esperar. Lo esperará con la luz pequeña encendida, una copa extendida y una sonrisa en los labios. Un «Bienvenido a casa, cariño», un beso que le levante el ánimo y alguna caricia que le haga sentir mejor. Le abrazará como nunca y le escuchará como siempre. Le dirá que no importa aunque importe, y se tragará el dolor para cuando sea él el que hiera. Le dará de todo, y atesorará la nada.
Pero Shinichi tarda. Demasiado. Los párpados de Kaito pesan y no puede contener el sueño. Las croquetas encima de la mesa se han enfriado y el champán ha perdido la espuma. Un programa malo de éxitos musicales de todo el año está a punto de acabarse. La caja de uvas está casi vacía porque Kaito ha ido comiendo para no dormirse.
Y, al final, falla. Cae rendido aunque piensa "¡No! ¡Tengo que esperar a Shinichi!". Pero también piensa "Bueno, una cabezadita antes de que llegue no le hará daño a nadie". Porque es verdad. No sabe cuándo va a llegar. Pronto, quizás. Pronto es relativo. Y antes de que sean las cuatro de la mañana, se da cuenta de que es de esos pronto que duran horas.
No sabe cuánto duerme. Lo primero que lo despierta es una mano en el hombro que quizás no tiene intención de ello. Pero su consciencia vuelve, porque está acostumbrado a levantarse cada vez que nota algo a su lado moverse (¿cómo no va a estarlo? ¿Y si Shinichi desaparece? ¿Y si se va y lo deja solo?)
Su detective favorito lo mira. Con arrepentimiento, con ternura y con tristeza. Porque sabe que el cuello debe dolerle de haberse quedado dormido medio encima de la mesa. Porque sabe que debe haber pasado al menos cinco horas en la cocina preparando la cena de Nochevieja. Porque sabe que ya no hay quien se tome ese champán y que el plástico de las uvas traía muchas y no queda ninguna. Porque él no quería dejar a Kaito solo; sabe que no se merece eso.
Pero el mago sólo levanta su cara adormilada, frotándose los ojos con el dorso de la mano. Tiene un cachete rojo por haberlo tenido apoyado contra su brazo en forma de almohada, y se da cuenta que no puede ponerse del todo derecho porque le duele el cuello —pero no se queja; nunca se queja. Y Shinichi sólo siente el cuchillo con la palabra «CULPABILIDAD» grabada clavándose un poquito más profundo en su pecho cuando Kaito le sonríe. Con ternura, con amor y con añoranza. Como diciéndole «Hey, no te preocupes. Sabes que no me molesta esperarte». Pero sabe que es mentira, porque esa sonrisa también transmite alivio. Como diciéndole «Sabía que no me dejarías solo», cuando casi todas sus pesadillas son sobre eso.
—Bienvenido a casa, cariño —lo recibe como ya sabía que lo haría. Sin copa de champán, porque ya no está en condiciones. Sin abrazo tampoco, porque por el momento le duele moverse. Pero sí que le sonríe y le da su apoyo y una cálida bienvenida. Eso sí que puede hacerlo.
Shinichi le acaricia la mejilla —la otra, la que no le duele por dormir sobre ella— y deja que Kaito se incline en su tacto. Es como un pequeño cachorro. Siempre tan cariñoso y necesitado de afecto. Dos cosas en las que Shinichi no es precisamente un experto.
—He hecho la cena —continúa, todavía con la voz un poco ronca por el sueño—, pero creo que se ha enfriado un poco. —Está helada y él lo sabe. Pero eso no lo va a decir—. Y el champán tampoco está muy rico. —No lo ha probado, pero sabe que sin la espuma es un asco. Y no le va a dar eso a Shinichi—. Ah, pero si quieres te puedo preparar algo de cenar. Vienes cansado, ¿verdad?
Pero el detective no lo deja ni levantarse cuando ya lo tiene entre sus brazos. Sabe que debe disculparse. Que le mintió las cinco veces que le llamó y le dijo que ya estaba terminando y que iba para casa. Que ni siquiera debió entrar en un caso en esa fecha, para empezar. Que cambió el empezar el año junto a Kaito por empezarlo junto a un cadáver (así de idiota puede llegar a ser. No entiende cómo Kaito soporta eso y sigue junto a él, pero no le va a cuestionar. ¿Y si se da cuenta de que tiene razón y se va?). Sabe que Kaito está más cansado que él —de lo contrario no se habría quedado dormido, porque siempre lo espera—, que ha pasado el día cocinando y que las natillas que escondió en el frigorífico para que Shinichi no las viera son caseras. Sabe que ha estado yendo al súper de la esquina cada dos horas y media a comprar, y sabe que ha sido porque ha estado probando recetas del libro que compró a principios de las fiestas para ese día. Claro que lo sabe. Porque el día uno de enero no es sólo Año Nuevo. También es su aniversario.
—S-Shin-chan... —El mago se remueve un poco entre sus brazos para poder mirarlo a la cara. Porque Shinichi ha metido la cabeza en el hueco entre su hombro y su cuello y no lo suelta—. Así no puedo hacerte de...
—Gracias. —No es un «Lo siento». No es la disculpa que sabe que se merece. No es la promesa de que no va a volver a pasar —porque sucederá, muchas veces más, y eso es algo que ambos saben. Pero es un «Gracias».
Gracias por mantenerte en mi vida y no dejarme. Gracias por estar conmigo y no dejarme. Gracias por soportarme y no dejarme. Gracias por quererme y no dejarme. Gracias por cuidarme y no dejarme. Gracias. Por no dejarme.
Shinichi sí se separa esta vez. Lleva las manos a las mejillas del mago, que quizás ahora sí están un poquito sonrojadas por la muestra de afecto. Le sonríe —porque sabe que a Kaito le encanta verlo sonreír— y le da un beso en la frente. Algo efímero y fugaz. Su primer beso del año.
—Feliz año, Kai —murmura contra la piel de su frente, antes de bajar y dejarle otro aún más fugaz en los labios. Su segundo beso del año—. Y feliz aniversario, mi amor.
Y es cuando Kaito sonríe que Shinichi se da cuenta de que no lo ha podido hacer todo mal. Que si esos ojos siguen mirándolo y brillan y esa boca se curva y lo encandila, es que en algo ha tenido que acertar. Porque si aún puede hacerlo sonreír así, entonces vale la pena seguir intentándolo.
Él no es el mejor novio. Pasa fuera la mayoría del tiempo y Kaito suele tirar la comida porque se ha puesto mala esperando a que Shinichi vuelva a casa. Muchas noches el detective tiene que llevarlo a la cama porque se ha quedado dormido sentado en las escaleras de la entrada esperándolo. Más de una vez Kaito se despierta solo y con una nota en la almohada del tipo «Me han llamado para un caso. No me esperes despierto» (qué idiota. Él sabe que siempre lo espera). Son contados los días que pasan juntos y escasas las oportunidades de estar solos. Y Shinichi todavía piensa que es un milagro que siga a su lado.
Pero se esfuerza. Se esfuerza cada día por sacarle a ese hombre que tiene enfrente la más tierna de las sonrisas y la más dulce de las miradas. Corre para llegar más temprano a casa y rasca el reloj para sacar tiempo de donde no lo hay sólo para pasarlo junto a él, sin hacer nada y compartiéndolo todo. Porque Kaito sabe que se esfuerza, y eso sólo le hace amarlo un poquito más.
Cada día se enamora un poco —mucho— más de la persona que puso un anillo en su dedo y juró pasar el resto de su vida amándolo.
ME ENCANTA VER EL MUNDO ARDER
MUAJAJAJAJAJAJAA~
Okno xd
Nótese que en menos de la mitad mi imaginación ya se había ido alv :v
Pero no me importa, porque sé que algunas partes me han quedao tope cutes y eso uwur
Disfruten de un poquito de angst y fluff mis bebés~
Además sin cosas pervertidas, que ya me estaba pasando xd
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