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ℬooks

⚠ᴡᴀʀɴɪɴɢ: ʀᴀᴛᴇᴅ ᴛ/ᴍ⚠

Un silencio anormal reinaba en la mansión Kudo. Por alguna razón misteriosa, los dos inquilinos de la casa se encontraban en la misma habitación, en la misma cama, al mismo tiempo... Y ni se miraban. Cada uno tenía las narices metidas en un libro.

Y eso no era normal, por supuesto. El mayor de los dos —y casualmente el más infantil— en situaciones normales estaría correteando alrededor de su novio para que le echase cuenta y viera el nuevo truco que había preparado —en ocasiones ni siquiera había truco, era sólo una excusa para que Shinichi dejara de ignorarlo—, y el otro iría sólo para que Kaito cerrase un ratito la boca y lo dejara concentrarse en su lectura.

Y claro que había aprendido que los trucos de ese mago en el noventa y nueve por ciento de los casos envolvían purpurina, pintura, serpentina, humo de olores extraños, una que otra carta volando por el techo y la desaparición misteriosa de algún objeto. Por esa misma razón esta vez se había negado en rotundo a levantarse del bendito sofá que era su pequeño reino de paz y tranquilidad cuando leía.

—Shinichi. Shinichi. Shinichi. Shinichi. Shinichi. Shinichi. Shinichi. Shinichi. ¡Shin-Shin! ¡Shin-chan!

—Es increíble que puedas repetir mi nombre tantas veces seguidas a tal velocidad sin que se te trabe la lengua. —Pasó otra página del libro, sin darle mucha importancia a la cara de pervertido que puso su novio en esos momentos—. ¿Qué quieres?

—Ven a ver mi nuevo truco.

—Kaito, no hay suficiente magia en el mundo para que tú crees un truco nuevo cada día y sea algo completamente diferente al del anterior. Y además llevas como que media hora revolcándote en el suelo. ¿De verdad crees que me voy a tragar que después de limpiar todo el suelo de la biblioteca con tu camiseta y decidir que estabas aburrido te has acordado casualmente de tu nuevo truco?

—¡Sip!

Mentiroso descarado. Toda su cara gritaba que estaba mintiendo. Shinichi tenía en el interior de su cabeza un libro con todas las sonrisas de Kaito clasificadas, y esa sonrisa con hoyuelos sólo se la daba cuando quería hacerse el inocente para conseguir algo.

Así que, como hombre fuerte que era el detective, resistió.

—No.

Y valió la pena, porque la cara de Kaito era un poema.

El mago pestañeó un par de veces. Quizás no había oído bien.

—¿Qué?

—Que no. Estoy leyendo, Kaito. Iré a verlo cuando termine.

La boca del mago en ese momento tenía el tamaño perfecto para recibir la entrada de un avión. ¿Que qué? ¿Acababa de rechazarlo? ¡Acababa de rechazarlo! ¡Ese detective presuntuoso estaba cambiando el cuerpo escultural y digno de pecado —y sí, Shinichi es el presuntuoso— que Kaito guardaba sólo para él por un estúpido puñado de páginas! ¡Un personaje ficticio le estaba robando la atención de su novio! ¡¿Acaso Sherlock Holmes le ponía más que él?!

Kaito se levantó del suelo, repentinamente serio y tenso. Esto era humillante. Su precioso ego estaba siendo pisoteado por alguien que ni siquiera existía. ¡Él tenía mucho más que el estúpido de Holmes!

—Kaito, estás haciendo un puchero. —Shinichi dio otra vuelta a la página, sin siquiera mirarlo.

—¡Por supuesto que lo estoy haciendo! —Señaló con toda la indignación que pudo entre el detective y el libro—. ¡Me estás cambiando por un best-seller del año la pera!

Kudo suspiró.

—No te estoy cambiando por nada —dijo con voz cansada y miró al mago por el rabillo del ojo. Bueno, al menos ya había apartado los ojos de las letritas de los...—. ¿No te he dicho que iré cuando termine de leer?

—¡Eso en ti pueden ser años! ¡Siglos! ¡Una nueva generación! ¡Habré perdido mi atractivo natural para entonces, y eso ya es difícil!

—Estás haciendo una montaña de un grano de arena.

—¡Y tú estás destruyendo nuestra relación!

—No veo cómo sentarme un rato a leer puede suponer la destrucción de nuestra relación.

—¡Tu culo tiene la forma del sillón!

—Y el tuyo la mía. ¿Quién de los dos necesita un descanso ahora?

Kaito presionó los labios juntos, con las mejillas sonrojadas y cruzando los brazos sobre el pecho. Estaba enfadado. No era justo que Shinichi le echase eso en cara cuando lo disfrutaba tanto o más que él. Además, algo tenía que usar para atraer su atención cuando su instinto de cabra salía a relucir y se tragaba más de mil páginas al día, y su cuerpo era lo que tenía más a mano. Y funcionaba la mar de bien. ¿Por qué cambiarlo entonces?

El detective con antojo de papel suspiró y se frotó el puente de la nariz con una mano. No iban a llegar a ningún lado con esa discusión, y estaba a punto de alcanzar el clímax de la novela. Visto lo visto, era hora del chantaje.

—Kaito, no vamos a llegar a ningún lado con esto.

Me gustaría que a la cama, pensó el ladrón, pero como eso no iba a llevarle a nada, siguió callado y asintió.

—¿Y si hacemos un trato?

Uh. Eso sonaba bien. Kaito era bueno con los tratos; no importaba qué dijese su parte, siempre conseguía más. Por eso le gustaban tanto.

—¿Por qué no coges un libro tú también y lees conmigo? —prosiguió al ver la sonrisa del mago que no podía significar otra cosa que aceptación—. Estoy a nada de llegar a la resolución del caso. Sólo quiero saber si mi deducción es correcta, y entonces lo dejo.

—Interesante. —No. No lo era. Pero nos íbamos acercando a lo que verdaderamente importaba en la conversación—. ¿Y qué se supone que saco yo con todo esto?

—¿La satisfacción de ampliar tus conocimientos, quizás? —Kaito levantó una ceja. Oh, vamos, Shinichi podía hacerlo mejor.

El detective suspiró. Vale, a lo mejor esa respuesta iba con un poco de sarcasmo, pero no estaría mal que ese cabeza hueca leyese un poquito por amor al arte.

—Si no te gusta, leeré sólo cuando no estés aquí o, en su defecto, ocupado. Pero si te gusta, dejarás de quejarte cada vez que me veas con un libro en las manos y me dejarás tranquilo.

Seamos sinceros: Kaito se quedó en la primera parte del trato, porque sonaba la mar de atractivo para él. Shinichi sin un libro. Shinichi para él solito. Shinichi sin ignorarlo ocho horas. Shinichi recordando que vive en el mundo real y eso. Shinichi con sangre en el cuerpo. Shinichi algo más vivo que los cadáveres con los que solía andar. Oh, sí. Eso sonaba bien. Lo suficiente como para que no se enterara de lo que pasaría si le gustaba leer, porque el mago estaba seguro de que eso no pasaría. No es que le disgustara, pero no era ni de lejos una cabra como ese loco del misterio.

—Vale. Acepto el trato.

Y así fue cómo acabaron los dos en la cama del cuarto que compartían —porque el sofá no era lo bastante grande para todas las vueltas que, por alguna razón, Kaito daba leyendo—, Shinichi sentado en la parte del cabecero con la almohada en la parte baja de su espalda y apoyado contra la pared, y el otro tendido boca abajo, jugueteando con las piernas arriba y abajo y con los codos apoyados en el colchón. Habían pasado como que media hora intentando decidir qué libro escoger para el mago —Shinichi había retirado de la biblioteca hacía tiempo todos los de Maurice LeBlanc, por si acaso a su encantador e internacionalmente buscado novio le daba por leerlos y coger alguna idea para sus robos—, porque era obvio que Kudo iba a intentar por todos los medios engancharlo a la lectura o, si su plan no funcionaba, al menos entretenerlo lo suficiente para que luego no le pudiese decir que no le había gustado —si estaba quietecito y calladito, es que tanto no le desagradaba— y lo dejase leer en paz el resto de su vida. Al final, después de mucho discutir sobre lo inapropiado que era el contenido y diez mil insinuaciones sobre algo como que Kaito era adicto al sexo, Shinichi acabó dándose por vencido y lo dejó coger «Body Language». Ni siquiera era un libro en sí, era una novela ligera, y su madre se la había regalado cuando se enteró de su relación para que, según ella, se "documentara".

—Kai-chan se merece que lo trates con amor y respeto, Shin-chan —le había dicho seriamente Yukiko. Demasiado seriamente para alguien que prácticamente le estaba diciendo a su hijo que usara suficiente lubricante.

Shinichi no había tocado el librito, por supuesto. Su cara se volvía de mil colores cada vez que buscaba un libro en la biblioteca y veía el título ahí, escondido entre ejemplares malos de «Juego de Tronos» y «Cincuenta Sombras de Grey» —y eso era todo cosa de su madre, lo juraba—, y había rezado lo suficiente por que Kaito no lo encontrara nunca. Claramente, sus plegarias no fueron escuchadas, porque todos sabemos que el de la suerte en esa relación era el mago.

De todas formas, como recordó a media discusión que el fin de su plan era que Kaito encontrara algo que hacer con su vida mientras él se sumergía tranquilamente en otro asesinato triple con más de cincuenta sospechosos y ninguna pista, se tragó sus palabras con las mejillas sonrojadas y murmuró un "Como sea" antes de zanjar el asunto y que ambos se pusieran a leer.

Bueno, Shinichi no podía quejarse. El experimento fue un éxito. Kaito estaba quietecito y calladito —bueno, no exactamente quietecito porque tenía una extraña manía de moverse cada vez que respiraba cuando estaba leyendo, pero el detective lo conocía bastante para saber que no era de aburrimiento, porque no despegaba los ojos del libro. Genial. Un problema solucionado. Ahora sólo quedaba el pequeño detalle de que esta vez era Shinichi el que no podía concentrarse.

A ver, seamos sinceros. Su novio —su novio, la persona con la que compartía casa, cuarto, cama, champú y hasta desodorante y barritas de cereales de la tienda de la esquina— estaba delante de él, con cara inexpresiva mientras leía una novela ligera de género homosexual, Boys Love, yaoi, el Kamasutra de su vida. Y aunque Shinichi no lo había leído, sabía perfectamente lo que había en esas páginas. Y cada vez que Kaito se movía, su cerebro sufría un cortocircuito y sus ojos recorrían la cara del mago en busca de alguna señal de que hubiese llegado a esa parte.

Y claro que tendría que haber llegado ya, por supuesto. Sus mejillas estaban llamativamente rojas y sus piernas paraban de moverse cada cierto rato cuando el mago parecía contener la respiración y tragar de forma visible. Y llamadle loco, pero el detective no creía que fuese por el suspense de la trama.

Decir que se sentía decepcionado era poco. Shinichi medio esperaba que Kaito tirase el libro por la ventana y se le lanzara encima a la primera escena sexualmente explícita —y por medio, me refiero a que ya estaba preparando su respuesta sí-pero-soy-demasiado-orgulloso-para-admitirlo-así-que-oblígame-un-poquito para la situación. Ya os podéis imaginar cómo se le bajaron los humos cuando todo lo que hizo Kaito fue abrir más los ojos, morderse el labio inferior y ajustarte los pantalones —y no, Kudo NO quería saber la razón de eso, su cerebro sobresaturado de testosterona no resistiría— antes de seguir leyendo. No insinuaciones sexuales hacia su persona. No miradas insinuantes de parte de su criminal favorito y personal. No nada. Nada.

Y por primera vez entendió lo que sentía Kaito al ser ignorado cuando él estaba leyendo. No es que le disgustara que estuviese tranquilo y lo dejase terminar el libro en paz, pero... ¡Pero que lo dejara concentrarse!

Ninguna de sus neuronas estaba atenta a las letras. No era posible. No podía simplemente sonreír con suficiencia ante el hecho de que sabía que Frank había asesinado a Elizabeth con un picahielos envenenado con virutas de bayas de Beyadona desde la mitad del libro cuando Kaito pasaba una página y sus mejillas se ponían más rojas, y su respiración se cortaba para luego acelerarse, y sus glúteos...

¡No! ¡No te fijes en eso!

Shinichi se pasó una mano por la frente —estaba sudando, ¿cuándo había empezado a sudar?— para luego suspirar. Estúpido ladrón con complejo de fábrica de feromonas. Era simplemente estúpida la forma en la que su delgado cuerpo —porque Kaito era un saco de huesos, es momento de admitirlo, por mucho que se ejercitara para ser Kaitou Kid y, uh, otras actividades menos aptas para todos los públicos— se sacudía cada vez que un escalofrío le bajaba por la espina dorsal y le tensaba las piernas. Debía ser ilegal ser tan estúpidamente sensual y ni siquiera ser consciente de ello.

—Shinichi.

Otra vez. Otra vez había hecho eso de..., esa cosa de..., lo de apretar... ¡Arg!

—¿Hmm? —Ni siquiera le estaba echando cuenta. Los ojos se le habían quedado clavados en sus muslos, de los cuales se había expuesto —según el cerebro de Shinichi— más allá de lo decentemente permitido cuando Kaito se movió un poco para poder hablar con él.

El mago llevaba pantalones cortos que, para rematar, le estaban grandes, porque eso de usar cosas de su talla no iba con él. La camiseta jugaba más o menos con las mismas cartas, pero Shinichi no quería pensar —ni mirar— en la parte baja de su estómago descubierta, porque eso significaría pasar por otras zonas con, uh, arrugas extrañas que no le convenía analizar si quería conservar lo poco que le quedaba de salud mental —nadie que se lavase las manos y se sonrojara al mirar la espuma podía estar bien de la cabeza, ¿verdad?

—¿Dónde están los aductores?

Shinichi tuvo que dejar de respirar, porque hubiese sido muy patético atragantarse con su propio oxígeno. Sus ojos parpadearon por diez segundos exactos antes de que se le secara la boca y mirase boqueando como un pez a Kaito. Y estaba seguro de que ahí se había ido un poquito más de su cordura.

No se podía lucir tan inocente después de formular esa pregunta. Era científicamente imposible. Mucho menos cuando lo decías referente a un libro con al menos más de una escena lo suficiente sexualmente explícita para usarla de manual.

Y ahí estaba Kaito, con sus mejillas sonrojadas y las pupilas dilatadas, pero hablando totalmente en serio. Shinichi tuvo que parpadear por otros diez segundos, porque no le entraba en la cabeza que ese hombre que había sido capaz de inventar cincuenta formas distintas para explicar la reproducción a los hijos de sus amigos no supiera dónde estaban los aductores —vamos, ¡los había tocado mil veces, casi todas con mordisco incluido!

—¿No... sabes dónde están? —Tenía que asegurarse. Eso o iba a morir por una sobrecarga en el cerebro.

Casi esperaba que Kaito se echase a reír y le sacara la lengua. Porque, vamos, eso tenía toda la pinta de ser una broma. Pero todo lo que hizo fue fruncir los labios —¿hola, policía? Sí, acto ilegal. ¡Un hombre estúpidamente sensual está haciendo un puchero con una cara estúpidamente inocente!— y volver a moverse —como no dejase quietas las piernas de una vez, Shinichi no respondía de sus actos— para centrar su atención en el libro de nuevo.

—Da igual, olvídalo.

Eh, no. No lo iba a olvidar. Y, ojo, no es porque no quisiera. Es porque su cerebro se había quedado atascado alrededor de la idea de "Kaito" e "inocente" en la misma frase. Y era algo estúpido porque, aunque no supiese dónde estaban, Kaito había pasado por ellos al menos siete veces en esa semana, y estaban a miércoles.

Tras pasar una página de nuevo, el mago rodó a la derecha —normal, ya se le debían haber cansado los brazos de sostener su propio peso por más de una hora—, quedando de espaldas a la pared y dándole a Shinichi una..., eh..., vista demasiado comprometida.

El detective tuvo que concentrarse en algo que no fuese el estómago expuesto de su novio o, en su defecto, partes inferiores a esa. Porque no necesitaba de su fantástico cerebro para saber que las mejillas al rojo vivo de Kaito eran algo más que apariencia externa. Las manos le temblaban mientras sostenía el libro y se pasaba la lengua repetidas veces por el labio inferior, señal más que evidente de que tenía la boca seca. Bueno. Shinichi podía arreglar eso.

El mago estaba inmerso en su lectura, tanto como podría estarlo con un serio problema entre las piernas. Su madre siempre le había dicho que tenía una imaginación muy vívida; nunca la había odiado tanto en su vida. Porque cada escena que leía, cada vez que Yuuichi pasaba su —palabras del libro— tosca mano por la espalda desnuda de Kanae o mordisqueaba sus muslos hasta la zona de los aductores —pero en serio, ¿dónde estaba eso?—, en su mente se reproducía lo que bien podría ser una película porno con él y Shinichi de protagonistas. Y ni siquiera sabía dónde estaban la mayoría de las partes del cuerpo por las que Yuuichi pasaba su —repito, palabras del libro— áspera lengua o dejaba marcas que, por alguna razón, Kaito sentía que no se podían ver a la luz del Sol.

Con tal panorama de pensamientos, es casi razonable que no sintiera cuándo Shinichi había llegado hasta su boca —porque estaba sobre ella, y tuvo que haberse movido en la cama seguro para conseguirlo.

Los labios del detective se movían demandantes sobre los suyos, duros y con fuerza. Sus manos le aprisionaban las muñecas contra el colchón y su cuerpo le obligó a rodar en la cama hasta que estuvo boca arriba. La lengua de Shinichi le trazaba —mentira; empujaba contra— los labios, exigiendo que le dejase entrar de una buena vez. Y como al parecer Kaito no reaccionaba lo bastante rápido, el detective decidió aligerar el asunto. O esa al menos era la explicación que daba el mago para que de repente su —de la nada— necesitado novio metiera porque sí una pierna entre las suyas e hiciese presión hacia arriba.

En su estado sensible —completamente comprensible; había leído al menos diez escenas distintas bastante sexualmente explícitas, y él no tenía ni idea de que el cuerpo masculino podía ser tan elástico—, sus labios se abrieron para a) soltar un jadeo —mentira, eso era un gemido, pero se sentía patético gimiendo cuando todo lo que había hecho Shinichi era hacer un poco de fricción entre sus piernas, y ni siquiera era piel contra piel—, y b) intentar coger un poco de aire, porque sentía que se estaba ahogando de repente y que necesitaba respirar, y moverse, y hacer cualquier cosa que llevase aire a sus pulmones.

De sus dos metas, sólo consiguió la primera. Antes de que pudiese siguiera terminar de jadear —gemir—, Shinichi ya tenía la lengua dentro de su boca, sintiéndose extrañamente húmeda y envolviéndole la suya, y Kaito entonces entendió eso de "lo besaba como si estuviese bebiendo de él".

Las lágrimas no tardaron en llegar a sus ojos —porque Shinichi seguía con esa maldita pierna entre las suyas, y aunque no aumentaba, la presión seguía estando ahí, y él seguía estando sensible— y la saliva se hizo demasiada en su boca. Sus caderas se levantaron solas contra la pierna contraria. Fue vagamente consciente de los dos sonidos seguramente más vergonzosos de lo que su nublado cerebro le quiso hacer creer que salieron de su garganta: el jadeo —repito, eran puros gemidos, por mucho que quisiese negarlo— ante la fricción y el quejido —llanto, eso fue completamente llanto— al sentir una de las manos de Shinichi sujetarle de la cintura y devolverlo al colchón.

Kaito aprovechó que una de sus manos estaba libre para coger a su novio de un hombro y empujarlo hacia atrás —sólo un poco, porque tampoco es que tuviese fuerza para más. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando el detective emitió lo que claramente podía ser descrito como un gruñido de protesta y le mordisqueó el labio inferior antes de separarse de la forma más reacia posible de sus labios.

—S-Shin-chan... —El mago se relamió los labios, porque ya era bastante vergonzoso escucharse a sí mismo con la voz temblando de deseo, como para también hablar con saliva sobre ellos que indiscutiblemente provenía de la lengua del detective—. El libro...

Le importaba un carajo el libro, la verdad. Pero él era un hombre de palabra, y hasta donde sabía, el trato seguía en pie. ¿No?

—Ya lo he terminado. —Era una mentira como un castillo, pero eso Kaito no tenía por qué saberlo. De todas formas, él estaba seguro de que el asesino era Frank y que era otro crimen pasional, y sus deducciones nunca se equivocaban.

Kaito asintió, aunque también podría haber sido el escalofrío que sin duda lo sacudió cuando Shinichi movió la mano de su cintura hacia su estómago descubierto de tanto rodar en la cama y la deslizó hacia abajo, en dirección al hueco que dejaban sus pantalones dos tallas más grande colgándole del hueso de la cadera.

—Ahora, ¿por qué no me enseñas lo que decía ese libro que te tenía tan interesado?

Y Kaito no pudo volver a asentir, porque esa boca demandante volvía a estar sobre la suya, y la pierna presionando contra la parte más sensible de su cuerpo, y el pulgar trazándole el borde de la ropa interior, y entonces entendió por qué Kanae decía que con Yuuichi era todo o nada. Porque él con Shinichi tampoco podía dejar nada a medias.

[OMAKE]

—Kaito... —La voz cansada de Shinichi vino de detrás de él, pero el mago no lo miró.

Vagamente fue consciente de que unos brazos le rodearon la cintura y empujaron su cuerpo contra un pecho desnudo. También estaba seguro de que lo que sentía en su nuca era una frente, y que el repentino aire caliente golpeándole entre los omóplatos provenía de una respiración.

—Apaga la luz, por favor. Quiero dormir.

—Sólo un capítulo más, lo juro. Sasakawa tiene que estar a punto de confesar su amor a Shina.

Shinichi gimió, y no del modo en el que le gustaría. Kaito había dicho eso ya cinco veces, más las otras siete en las que se suponía que era el tal Shina el que se confesaría a Sasakawa. Eran como que las tres de la mañana y el mago no soltaba la dichosa novelita.

Y es que Shinichi había cometido el error de enseñarle a Kaito el mundo de las novelas ligeras. El mago se había convertido en un obseso, sobre todo si incluían contenido homosexual. Su novio había mutado a fundashi, y ahora tenía que lidiar con ello. Lo único bueno de que leyese esas cosas era que nutrían su imaginación de una forma de lo más, uh, placentera, por así decirlo. Eso y que su relación con Yukiko se había estrechado seriamente, pero la mente de Shinichi quería quedarse completamente ajena al hecho de que su madre y su novio chillaban como ratas en la biblioteca hablando sobre hombres teniendo sexo en baños públicos —esa fue la única conversación que escuchó, y se juró a sí mismo que nunca más se acercaría a ellos dos cuando estuviesen en ese plan.

Pero, en serio, ¡que eran las tres de la mañana! ¡Sasakawa se confesaría igualmente a las once! ¡Quería dormir!

Me siento avergonzada

Siento vergüenza de mí misma, en serio

Es lo más sexual que he escrito (yaoimente hablando)

Yo quería escribir algo bonito por año nuevo, y salió esto

Voy a cenar con mis padres habiendo escrito esto

Ala xdxdxd

Encima mi redacción está del orto hoy, no sé qué me pasa :'v

Y para rematar es lo más largo que he escrito

Y no me dejan de salir anuncios de Spotify

Pero eso último no pintaba nada aquí xd

En fin, ¡feliz año y lavaros la mente cuando leáis esto! :'3 ♥


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