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ℒucky

La primera vez que lo escuchó, tenía poco más de siete años.

No lo entendía. ¿Por qué todos gritaban tanto? Sólo era un cadáver; un cuerpo sin vida. No es como si fuese a levantar la cabeza y darles un susto. Ya no se movería más, al fin y al cabo. Las personas vivas daban mucho más miedo.

Él se acercó al cuerpo. Lo examinó y cuidó cada mínimo detalle hasta que la policía llegó y lo apartó de la escena porque, obviamente, era un niño.

Tuvo que ir al baño, porque rodeando al cadáver se había manchado con la sangre. Nada importante. Lo único que le resultaba un poco desagradable era el olor.

—¡Shinichi-kun!

El niño paró el paso y se dio la vuelta. Haruka Nagisa, una niña de su clase, se dirigía hacia él. Estaban de excursión y en teoría se iban a quedar a pasar la noche en ese hotel. Aunque quizás con todo el lío del asesinato la profesora decidiera volverse.

—¿Qué pasa, Haruka?

La niña de pelo castaño se paró ante él. Sus grandes ojos verdes lo miraron mientras brillaban.

—¡Ha sido genial! ¿No has tenido miedo? ¡Ran-chan y yo estábamos realmente asustadas!

—¿Sí? —Shinichi se miró las manos. No veía nada genial, mucho menos escalofriante. Sólo sangre. Sangre con la que estaba acostumbrado a tratar.

Volvió a mirar a Nagisa y se encogió de hombros.

—No es la primera vez que veo un cadáver. Suelo verlos casi siempre que salgo con papá, con mamá, con Ran... Es algo habitual. Y si me disculpas, tengo que lavarme las manos o la sangre no saldrá.

Entró al baño sin molestarse mucho por las voces de más niñas acercándose. Hasta que oyó una en especial.

—¡Nagisa-chan! ¿Qué hablabas con Shinichi?

Era la voz de Ran. No sonaba enfadada, sino más bien curiosa.

—Ran-chan, ¿es cierto que Shinichi-kun ha visto muchos cadáveres?

Shinichi casi pudo imaginarse a Ran pestañeando confundida antes de contestar.

—¿Eh? Sí, bueno, su papá resuelve muchos casos difíciles y él suele estar cerca. Dice que de mayor quiere ser Charles Home o algo así.

Sherlock Holmes, tonta. Shinichi frunció los labios indignado y cruzó los brazos sobre el pecho.

Un corro de «Ah...» siguió a esa explicación antes de que se hiciera el silencio entre ellas. Shinichi pensó por un momento que se habían ido e iba a seguir con su plan de lavarse las manos tranquilamente, cuando Nagisa volvió a hablar.

—Pero ¿no os fastidia? Pasó lo mismo en la excursión que hicimos en invierno.

—¡Verdad! —Otra chica a la que no reconoció secundó—. Shinichi-kun estaba en los baños y de la nada salió todo agitado diciendo que llamaran a la policía porque había un cadáver.

El niño frunció aún más los labios. Bueno, ¿que se suponía que tenía que hacer entonces? ¿Resolverlo él solo? Con mucho gusto, pero no reportar el cadáver era delito.

—Ran-chan, ¿a ti te ha pasado?

—¿Eh? ¿El qué?

—Estar con él y tropezarte siempre con cadáveres.

Shinichi contuvo la respiración. ¿Eso pasaba? ¿Siempre? No. Recordaba esa vez cuando..., aquella en la que..., hace poco, cuando... Bueno, ahora mismo no estaba seguro, pero apostaba la cabeza a que su madre le había mandado a comprar el pan y nadie había muerto. Recientemente.

—Es un fastidio. —Esta vez era un chico, y Shinichi se dio cuenta de que se había perdido la respuesta dd Ran por andar pensando en otras cosas—. Nunca podemos disfrutar de una excursión en paz. ¿Es tan difícil que no se encuentre un muerto allá donde va?

—¡Souta-kun, no digas eso! —saltó Ran a defenderlo —porque lo estaba defendiendo..., ¿no?—. No es como si Shinichi los buscara. Las cosas simplemente pasan.

—Y pasan a su alrededor. Parece como un imán para cadáveres.

—¡Souta-kun!

—¿Quizás sólo trae mala suerte? —Otra voz inocente y tímida intervino. Quizás era Sakura, porque la voz no le sonaba y esa niña rara vez hablaba.

—¡Shinichi no trae mala suerte! Es sólo que a veces está en el lugar cuando sucede, ¡pero eso podría pasarnos a cualquiera!

—¿Siempre?

—¡No pasa siempre!

—No te enfades, Ran-chan, pero hemos ido a tres excursiones este año y en las tres hemos encontrado cadáveres o alguno de nosotros, entre los que se encontraba Shinichi-kun, hemos acabado de rehenes en un robo.

—¡Eso sólo pasó!

—Alrededor de Kudo.

Y Shinichi ya no siguió prestando mucha atención, porque le parecía más interesante el sacarse la sangre de encima que escuchar estupideces sobre la suerte. La suerte no existía. Las cosas pasaban porque alguien incentibaba a ello, y punto.

En el autobús de vuelta —porque sí, tuvieron que volverse por el asesinato—, Ran y Shinichi se sentaron juntos. La chica iba medio adormilada por no haber podido dormir bien en toda la noche —estaba demasiado asustada de que el fantasma del hombre asesinado viniera a poseerla como para pegar ojo—, y él simplemente la dejó apoyarse en su hombro mientras miraba sonrojado por la ventana.

Entonces, viendo su carita con los ojos entrecerrados, los labios levemente separado y las mejillas ruborizadas, recordó que no le había agradecido por defenderle el día anterior. Así que lo hizo. A su modo.

—Oye, Ran. —Recibió un «Hmm» como respuesta—. ¿Tú querías esquiar?

—Sí... ¿Por qué?

—Por nada. Duérmete.

Y la niña ya no volvió a decir nada más. Sólo se durmió. Sin saber que, sin querer, había dejado ver a su mejor amigo lo triste y decepcionada que estar por no poder pasar unas vacaciones tranquilas.

A la semana siguiente, la profesora anunció otra excursión. Cuando llegó a su casa, Shinichi puso el papel de la atorización encima de la mesa de la cocina, donde Yukiko se encontraba en ese momento hablando. El niño no dijo nada, y ella no hubiera notado su presencia si no hubiese visto a una sombra salir por la puerta.

Se disculpó con quien fuera que estuviera hablando —probablemente Yuusaku—, miró el papel que había dejado su hijo y rápidamente lo llamó.

—¡Shin-chan! —Entró en la librería —ya sabía de antemano que estaría ahí— y buscó con la mirada hasta que lo encontró sentado en un rincón, con un libro más grande que él entre las manos.

Shinichi no levantó la mirada ni cuando su madre le hizo sombra y se inclinó hacia él, enseñándole el papel y claramente exigiéndole una explicación.

—¿Qué?

—¿Cómo que qué? Normalmente me comerías la oreja hasta que lo firmara. ¿Es que no piensas ir o qué?

—No.

Oh. Eso era nuevo.

Yukiko se incorporó y miró con ojos alarmados a su hijo porque, bueno, él nunca se saltaba ni una oportunidad de ir a conocer sitios nuevos.

—¿No?

—No.

—¿Por qué?

Shinichi no respondió de inmediato. Tenía que inventarse una excusa. Porque él, obviamente, sí que quería ir.

—No me interesa. —Se giró hasta quedar de frente a la estantería y volvió a meter las narices entre las páginas—. Déjame. Estoy leyendo.

Yukiko pestañeó confundida, pero no volvió a tocar el tema. ¿Quizás a su hijo no le interesaba una visita a... —volvió a mirar el papel— la pista de hielo más grande de Hokkaido?

A principios del siguiente mes, la clase de Shinichi fue a la excursión. La misma tarde que volvieron, Ran quedó con su mejor amigo porque le había echado de menos, y él no puso objeción.

—¿Te lo has pasado bien? —preguntó cuando estaban ambos en la biblioteca, entretenidos —o al menos Ran— con el set de maquillaje de Yukiko.

La niña asintió con efusividad y levantó los brazos.

—¡Ha sido increíble! ¡Deberías haber ido! Patinamos todo el día, y luego hicimos una pelea con bolas de nieve, y luego Sonoko casi se atraganta con las papas fritas, y luego...

Y Shinichi no siguió escuchando. Y se alegró de no haber ido. Porque él no creía en la suerte, y quizás era sólo casualidad que las desgracias ocurrieran cuando él pisaba el lugar, pero en ese momento no le importó. Valía la pena haberse quedado en casa con tal de ver esa sonrisa en la cara de Ran.

Shinichi no volvió a ir a ninguna excursión que no fuese obligatoria.


La segunda vez que lo escuchó, tenía once años.

Fue en su cumpleaños. Ran, Sonoko y él habían ido con su madre al centro comercial para que eligiese un regalo y pasar el día en la sección de libros de «El Corte Inglés».

El día en general estaba yendo bien. Hasta que un hombre fue apuñalado en las escaleras mecánicas.

Yukiko llamó a Yuusaku y él resolvió el caso en un visto y no visto. Lástima que el culpable no lo miró tan alucinado como el resto del público.

El hombre, al verse acorralado, recurrió a la primera opción que cualquier criminal rodeado de gente cogería: un rehén. Y le tocó a Ran.

La niña gritaba, y Sonoko gritaba, y Shinichi le reclamaba que la dejase en el suelo, y el culpable casi les corta la lengua a los tres por ruidosos. Un hombre del público fue bondadoso de salir y golpear al criminal por la espalda antes de que los pobres niños murieran.

Llegó la policía y lo arrestó. Todo salió bien al final. Excepto por el pobre hombre que había sido asesinado, el resto estaban bien.

Claro que eso no calmó a Ran. La niña se llevó más de una hora llorando. En medio del sofocón, soltó algo que nunca le hubiera dicho a Shinichi estando en sus cinco sentidos.

—¡¿Por qué hasta en tu cumpleaños?! ¡Sólo quería celebrarlo contigo, pero alguien más ha muerto! ¡¿Por qué tenemos tan mala suerte?!

Su pregunta quedó sin respuesta. Meses más tarde, en su cumpleaños, la obtuvo: Shinichi le puso una excusa barata y no fue. Y nada malo pasó. Y Ran se divirtió de lo lindo en la fiesta sorpresa que Sonoko le preparó en su mansión.

Él no creía en la suerte ni en las coincidencias, pero sí en las estadísticas. Y las estadísticas hablaban por sí solas.

Shinichi no volvió a celebrar su cumpleaños y, eventualmente, se olvidó de ellos.

La tercera vez lo escuchó de la policía cuando comentaron en broma que su asistencia en asesinatos era perfecta.

La cuarta de la madre de Ayumi, cuando la escuchó comentar con el resto de padres que su hija siempre le contaba historias escalofriantes que le habían pasado junto a un tal "Conan-kun".

La quinta volvió a ser de Ran, comentando por teléfono con Sonoko que esa vez lo dejaría en casa porque no quería que se involucrara en más "accidentes".

La sexta y séptima de Haibara y Vermouth. Ambas lo llamaron Silver Bullet porque decían que era lo único capaz de acabar —destruir— con la Organización.

La octava de Hattori, cuando le dijo que había que tener mala suerte para volver a su cuerpo normal justamente frente a Ran cuando todavía no le había contado la verdad.

Y hubo una novena, y décima, y undécima.

Hasta que Shinichi perdió la cuenta.

La última de ellas no se la dijo nadie. Shinichi lo pensó solito.

Decidió que, si los asesinatos lo buscaban, él buscaría otra cosa. Así que fue a un robo de Kid. Y se sentía bien. No había ido a uno desde que era Conan, y no había salido de casa desde que volvió a ser Shinichi (Ran estuvo tan enfadada que le recordó como más de diez veces que todo había pasado porque no paraba quieto y tentaba a la suerte —otra vez con la suerte. Así que Shinichi no salió. Prefería esperar a que Ran volviera. Porque así no se metería en más líos).

Los vitores del público lo envolvían, las luces en busca del ladrón le cegaban los ojos y los gritos del inspector Nakamori resonaban en cada una de las paredes del museo. Todos alrededor del artista, del protagonista en esa escena. Todo alrededor del hombre conocido como Kaitou KID. Y Shinichi no pudo evitar tenerle un poco de envidia. Porque debía ser genial que te aclamaran por crear algo en vez de destruirlo.

El ladrón tenía fama de suertudo, y eso Shinichi lo sabía de primera mano, porque nadie era tan habilidoso como para tirarse de un avión en marcha con capa incluida y no quedarse atrapado en una turbina si la suerte no estaba de su lado —él habría muerto fijo. Además, ningún cadáver aparecía cuando iba a los robos de KID... O al menos no frecuentemente. Así que eran todo ventajas.

Hasta que llegó al tejado (KID siempre escapa por el tejado, y él lo sabía. No hay detalle del patrón de ese ladrón que no se sepa) y los francotiradores empezaron a disparar.

Hizo lo primero que se le vino a la cabeza: corrió hacia el cuerpo del ladrón y lo tiró al suelo, joya incluida, justo cuando una bala les pasó rozando los pelos de la nuca.

Si hubiesen tenido más tiempo, quizás hubiesen reparado en la postura tan vergonzosa en la que se encontraban. Pero les estaban disparando y tan pronto como tocaron el suelo tuvieron que ir gateando hasta detrás de una de las protuberancias de las ventanas superiores del museo.

Ambos jadeaban. Shinichi estaba apoyado contra la pared e intentaba recuperar el aliento. La adrenalina era demasiada, y para alguien que no había salido en tanto tiempo de su casa, agotadora. Seguían disparando contra ellos, y cada bala sonaba más cerca que la anterior.

Esperaba encontrarse a KID más nervioso incluso que él —o al menos igual porque, hostia, que se lo estaban intentando cargar. Pero cuando lo miró, todo lo que encontró fue al ladrón sujetándose el lado izquierdo del pecho (y eso le asustó de cojones. Por un momento hasta pensó que le habían dado. Pero no, sólo era KID con la mano sobre el corazón sin motivo aparente. Aunque él también quería arrancárselo de la caja torácica para que dejade de latir tan rápido de una vez) y sonriendo. Sonreía. Era y no era una sonrisa de KID. Porque tenía ese «Sabía que no iba a morir», pero también expresaba eso otro. Ese escondido «Sabía que no me dejarías morir».

Y eso era estúpido. Porque Shinichi ya había experimentado que él y la muerte iban de la mano. Y normalmente lo asumiría, resolvería el asesinato y punto, porque era lo menos que podía hacer. Pero no estamos hablando de cualquier desconocido aquí.

Se trataba de KID. Kaitou KID, el ladrón fantasma. El famoso ladrón a la luz de la Luna, el hombre que clamaba tener más suerte en el mundo. Era el ladrón. Su ladrón. El único que nunca le menospreció cuando era Conan y le mostró sus respetos en todos y cada uno de sus encuentros. El único que podía ser igual a él en razonamiento y coeficiente intelectual. El único. El único que podía entenderlo.

Así que por supuesto que Shinichi estaba cabreado.

—¿Qué coño estabas haciendo? ¡Podrían haberte matado, idiota!

—Pero no lo han hecho.

La simpleza con la que KID dijo eso lo hizo mirarlo como si un gaviota se le hubiese cagado en la cabeza. Porque era su vida de lo que estaban hablando.

Antes de que pudiera preguntar nada, el ladrón lo miró. Y aunque la Luna le hacía sombra y no podía ver su rostro del todo bien (Shinichi se sentía fatal por eso, como si estuviese usando el hecho de que intentaban agujerearlos y dejarlos como un par de regaderas para descubrir el aspecto de su enemigo. Porque era su enemigo, ¿no?), alcanzó a distinguir un par de ojos mirándolo fijamente.

Y cómo no distinguirlo. Eran los ojos más extraños que jamás había visto. Brillaban con intensidad y pequeños puntos de luz bailaban en el iris de color índigo. Trasmitían jovialidad y aventura, seguridad y convicción. Y afecto. Y añoranza. Y esa mirada cuando llegas a casa después de un largo día de trabajo y el amor de tu vida te espera con una taza de chocolate caliente de Saimaza, y sin necesidad de palabras te dice «Bienvenido a casa. Y casa es todo donde estés conmigo».

—Sabía que vendrías. —Y KID parece hacerse su propio hogar en sus venas cuando lo arropa con una de sus sonrisas (las dulces, no las de superioridad y petulancia) y de pronto es la cosa más real que Shinichi conoce—. Confiaba en ti. Al fin y al cabo, eres mi amuleto de la suerte, Shin-chan.

Y poco le importó a Shinichi que odiara ese sobrenombre o que los francotiradores siguiesen disparando contra ellos (ya se cansarían).

Contuvo la respiración y miró al ladrón. El ladrón. Su ladrón. Y disfrutó poquito a poco del sabor que tenía en su boca la primera vez.

La primera vez que alguien le dijo que daba buena suerte.

La suerte es relativa. Hay personas que la tienen siempre con ella, y luego está Shinichi, que ni siquiera sabe qué cara tiene.

Pero mira hacia su regazo y sonríe. Una mata de pelos despeinados se desparrama sobre sus piernas y el rostro más tierno y dulce que alguna vez ha visto descansa sin preocupaciones ni pesadillas que se lo impidan. Le acaricia la mejilla con cuidado para no despertarlo y sigue por la línea de la frente y el nacimiento del pelo.

Él no conoce la cara de la suerte. Pero conoce la de Kaito. Y si es capaz de verla todos los días (besarla, tocarla, acariciarla. Disfrutarla. A él. Todo de él), entonces es que no es tan desafortunado.

Voy a llorar.
Yo sola.
Porque
Joder
QUÉ TIERNO T_T

Me ha llevado días acabar esto, pero ha valido la pena :'3
Me gusta
Y no tiene sentido
Es genial xd

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