iv. the profecy
Debía ser cerca de la media noche cuando Draco Malfoy caminaba de vuelta a su sala común. Venía devuelta de la sala de menesteres para comenzar a prepara su misión, el que resultara exitosa no era una opción, era una obligación.
Antes de entrar por el pasadizo que dirigía a las mazmorras, pudo divisar a una borrosa figura correr hacia los adentros del Bosque Prohibido. Aunque estaba bastante lejos de él, decidió seguirla, pues estaba seguro que no cualquier chica de Slytherin usaría una pijama de estampado de dinosaurios. Y Draco estaba seguro que Hayley no era cualquier chica se Slytherin.
Alcanzarla fue algo casi imposible, no tenía ni idea de que Hayley podía correr tan rápido. Los interiores del Bosque Prohibido no eran su lugar favorito y eso lo había asegurado desde su primer curso en el colegio. Caminó con cuidado sobre los cientos de hojas secas regadas en el suelo que al pisarlas emitían un bajo crujido que evitaba que pasara por desapercibido.
No tardó mucho en encontrarla, tanteaba desde un principio su destino: el mismo lugar donde en su tercer curso lo había llevado a conocer a un gran perro negro, que en realidad era Sirius Black, su padrino.
La escena que se encontró no había sido la mejor. Hayley estaba de rodillas, de espaldas a él; el único ruido que se escuchaba era la suave ventisca que arrullaba a los árboles y los sollozos desgarradores de Hayley.
―Nena...―susurró Draco, acercándose con cuidado al tembloroso cuerpo de la azabache, quien dio un respingo, volviéndose de inmediato hacia él.
―Hey.―saludó Hayley con voz ronca. Y aunque quiso parar sus lágrimas, estas solo se hicieron más fuertes.
―¿Qué está mal?―se arrodilló a su lado y acarició su espalda con delicadeza.
―Lo extraño.―se quejó Hayley en un sollozo.―Como no tienes una idea. Lo necesito, lo quiero de vuelta.
―Amor...
―Amo a Killian.―soltó Hayley, sin molestarse en limpiar sus lagrimas.―Lo amo de la manera en la que amo a James Potter, como a un padre.―sorbió su nariz.―Pero Sirius era... Sirius era más que un padre.―sollozó.―Era mi padrino, mi amigo y también podía ser mi hermano. Literalmente podía ser mi mascota si lo quisiera.
Hayley rió brevemente y miró a Draco unos segundos antes de volver la vista al suelo.
―Te extraño tanto, Sirius Black.―las lágrimas volvieron una vez más.
Entonces Draco bajó la mirada y se percató de un pequeño pozo frente a ella. Parecía que acababa de ser cavado, y luego de echar una rápida mirada a las manos de Hayley lo confirmó, pues estas estaban llenas de tierra.
―¿Qué planeas hacer?―preguntó el rubio.
―Oh, volví a escribirme con Charlie.―Hayley apartó sus lagrimas con su muñeca.―Dijo que una buena manera de superar la m-muerte de Sirius sería dándole un entierro, pero de manera simbólica.―explicó brevemente.―Papá Nott me ayudó a tallar esto.
Hayley mostró algo parecido a una insignia, pero estaba hecha de madera y tenía grabado SIRIUS BLACK en letras desaliñadas, posiblemente fue tallada sin magia.
―¿Lo vas a enterrar?―Hayley asintió.
Colocó sin prisa el trozo de madera sobre el pequeño pozo que ella misma había hecho y tomó una carta que Draco no había visto anteriormente, junto con una galleta.
―¿Una galleta?―preguntó de nuevo, una pequeña sonrisa se le deslizó por los labios.
―Nunca están de más.―Hayley sonrió tristemente antes de colocar la carta y la galleta junto a la insignia.
Finalmente, con sus manos lo cubrió con tierra.
Draco sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo tendió a Hayley para que limpiara sus manos; se despojó su su túnica para pasársela por los hombros a la azabache y se puso de pie.
―Vamos, tienes que descansar.―murmuró antes de tomarla en brazos y comenzar a andar de vuelta al castillo. Hayley rodeó sus torso con sus piernas y recargó su mejilla en su hombro.
―Te quiero mucho, Draquin.―susurró cuando apenas salían de los terrenos del Bosque Prohibido.―Espero no perderte a ti también.
―No digas eso, nena.―suspiró Draco, apretando su agarre en sus muslos para que no cayera.
La respiración de Hayley se volvió pausada y Draco dedujo que se había quedado dormida, así que sin dudarlo la llevó a su habitación para que durmiera ahí.
La miró con dolor al recostarse a su lado para dormir. A sus ojos, se veía preciosa cuando estaba tranquila. Le irradiaba paz. Y paz era lo que necesitaba él en esos momentos.
Que difícil sería dejarla ir.
―¿Qué es esta mierda de El Elegido?―preguntó Hayley mientras desayunaba y leía el periódico al mismo tiempo. A través del papel, echó un rápido vistazo a Harry.
―Una basura de Potter. Profecía bla, bla, bla puedo derrotar a quien tú sabes bla, bla, bla.―dijo Theodore, rodando los ojos. A su lado, Zabini y Daphne Greengrass soltaron una risita.
―Ñe.―Hayley se encogió de hombros dejando el periódico a un lado.―Tenemos Pociones, ¿vamos?
Draco, Blaise y Theo asintieron y se pusieron de pie y emprendieron camino a la mazmorra que tenían por aula de Pociones.
―No creo que Harry haya pasado el TIMO de Pociones, así que no creo tener que preocuparme por verlo aquí, ¿cierto?―decía Hayley.
―Nena, ya deja de darle vueltas a Potter.―suspiró Theo.
―Sí, lo siento.―Hayley agitó la cabeza y pasó por la puerta que Draco abría para ella.
―Son menos de los que pensé.―murmuró Zabini. Los tres asintieron de acuerdo.
Eran los únicos alumnos de Slytherin, además de cuatro de Ravenclaw, solo uno de Hufflepuff y Hermione Granger de Gryffindor.
El cuarteto tomó asiento en una de las mesas esperando la llegada del profesor, conversando apenas entre ellos.
―Mierda, Draco. ¿Te rociaste toda la botella de loción o algo así?―se quejó Hayley mientras tosía exageradamente.―¿Y quien es el idiota que trajo manzanas verdes a la clase?
Blaise olfateó con curiosidad la túnica de Draco, a lo que el platinado le proporcionó un golpe en la nuca.
―Yo lo huelo normal.―se encogió de hombros el moreno, pasando su mano por su nuca con una mueca.―Maldito hurón.
Draco rodó los ojos.
―¿Cómo sabes que son manzanas verdes?―inquirió Theo.
―Son menos dulces.―explicaron Draco y Hayley al mismo tiempo. Compartieron una pequeña sonrisa y luego apartaron la mirada.
―¡AJÁ!―exclamó Blaise con burla. Theo rodó los ojos.
―Como sea, no sé de qué hablas.―se dirigió Draco a Hayley.―La mazmorra está impregnada de olor a chocolate. Es fastidioso.―arrugó la nariz.
Theo y Blaise se miraron confundidos. Ninguno de los dos podía percibir el aroma de las manzanas verdes ni del chocolate.
―¡Ja! ¡Les dije que Ha...!
Y en ese momento se abrió la puerta de la mazmorra dejando ver a Harry Potter junto a Ron Weasley.
―Ya, no vuelvo a hablar en mi vida.―bufó Hayley, dejando caer su cabeza en la mesa.
Apenas Blaise estaba por burlarse cuando se abrió la puerta de la mazmorra y la barriga de Slughorn salió por ella precediéndolo. El enorme bigote de morsa de Slughorn se curvó hacia arriba debido a la radiante sonrisa del profesor, quien saludó con especial entusiasmo a Harry, Blaise, Theo y Hayley. Draco bufó.
―Muy bien, muy bien.―dijo Slughorn.―Saquen las balanzas y el material de pociones, y no olviden los ejemplares de Elaboración de pociones avanzadas...
Hayley bostezó y se inclinó para rebuscar en su mochila tal ejemplar y lo lanzó contra la mesa con flojera.
―He preparado algunas pociones para que les echen un vistazo.―prosiguió el profesor.―Es de esas cosas que deberán poder hacer cuando hayan terminado el ÉXTASIS. Seguro que han oído hablar de ellas, aunque nunca las hayan preparado. ¿Alguien puede decirme cuál es ésta?
El profesor Slughorn señalaba distintos calderos y Hermione Granger respondía cada uno de ellos como la cerebrito que era. Por su lado, Hayley apoyaba su cabeza en su mano mientras disfrutaba las pequeñas caricias que Draco dejaba en ella; sentía que en cualquier momento podría quedarse dormida.
―Es amortentia, señor.―escuchó la voz de la castaña a lo lejos.―Es el filtro de amor más potente que existe. Y se supone que para cada uno tiene un olor diferente, según lo que nos atraiga.
Hayley rascó su barbilla con curiosidad. ¿Qué era lo que a ella más le atraía?
Por su lado, Draco se quedó paralizado en su lugar, entendiendo por completo lo que Hayley no.
―¡Ajá! Sí. Esa. Bueno, ésa, damas y caballeros, es una poción muy curiosa llamada Felix Felicis.
―¡Es suerte líquida!―respondió una vez más Hermione.―Hace afortunado al que la bebe.
Eso pareció llamar la atención de Draco, pues se enderezó en su lugar para escuchar más.
Hayley lo observó con curiosidad, había algo raro ahí.
―Y eso.―continuó el profesor.―es lo que os ofreceré como premio al finalizar la clase de hoy.―Una botellita de Felix Felicis —añadió Slughorn, y se sacó del bolsillo una minúscula botella de cristal con tapón de corcho que enseñó a sus alumnos.―Suficiente para disfrutar de doce horas de buena suerte. Desde el amanecer hasta el el anochecer, tendrán éxito en cualquier cosa que se propongan. Ahora bien, debo advertirles que el Felix Felicis es una sustancia prohibida en las competiciones organizadas, como por ejemplo eventos deportivos, exámenes o elecciones. De modo que el ganador sólo podrá utilizarla un día normal. ¡Pero verá cómo éste se convierte en un día extraordinario!
El profesor Slughorn indicó unas páginas del libro con las indicaciones para realizar la poción con la que podrían ganar aquella botellita de suerte líquida.
Al contrario de Draco, quien de inmediato se había puesto de pie en busca de los ingredientes, Hayley se había quedado en su lugar un poco más tiempo del previsto. Era claro su nulo interés por aquello.
Veía a sus amigos complicarse en cortar una bolita, parecida a una semilla pero más bien era un grano de sopóforo, que se les salía de las manos en cada segundo.
―Oh, vamos. Están perdiendo el tiempo.―se quejó Hayley, dando un puñetazo en la mesa justo sobre el grano y ella misma se sorprendió al ver la cantidad de jugo que salía de él.
―Que agresiva.―soltó Blaise sin poder evitarlo.
―Funcionó al menos.―Hayley le sacó la lengua y agregó el jugo a su poción.
―Señor, usted debió haber conocido a mi abuelo, Abraxas Malfoy.―comentó Draco cuando Slughorn pasaba por su mesa.
Hayley se mordió el labio con fuerza para no soltar una carcajada cuando Draco fue ignorado casi por completo por el profesor Slughorn. Él rubio siempre quería hacer lo mismo con cada persona.
Hayley corría apresurada hacia la clase de Runas Antiguas que había olvidado por completo que tomaba, y además de eso, se había olvidado en que aula se impartía y no traía su horario con ella.
Paró de golpe al escuchar una voz hacerse más grave por cada paso que daba, hasta que al final su curiosidad ganó y caminó hasta donde provenía la voz.
Llegó hasta un aula llena de cojines esparcidos por el suelo, un estante lleno de tazas y olor a té bastante fuerte. Cuando Hayley estuvo a punto de regresar por donde venía, una mujer de alborotado cabello y redondas y gruesas gafas apareció en su campo de visión.
Proveniente de un error del Señor Tenebroso
Su verdadero final se acerca
Pues ha elegido al equivocado.
Con las agallas de los que han muerto en sus manos
El Señor Tenebroso será derrotado por el heno.
Como su opositor
Posee algo que él no conoce
Aunque es más de una cosa la que pueden tener en común.
Hayley miraba estupefacta a la mujer, quien seguía repitiendo aquello como si estuviera en un trance, aún sin notar que ella estuviera ahí.
Fue cuando la azabache se decidió por correr, tratando de grabar aquellas palabras en su mente. Se dirigió con la única persona que sabría que podía ayudarla en un caso así.
Dijo la contraseña de inmediato y subió con prisa escaleras arriba. Tocó la puerta del despacho con desesperación y la abrió sin esperar respuesta.
Dumbledore la miró a través de sus gafas de media luna.
―Necesito protección.―jadeó.
solo quiero demostrar que draco y hayley son más que besos. los amo. viva el #drayley
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