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iv. galleon head


―Merlín, está completa y jodidamente loco.―dijo Hayley al salir de su primera clase de Defensa Contra las Artes Oscuras con el profesor Ojoloco Moody.

―Ni que lo digas, nena.―suspiró Theo. Draco frunció el ceño y le dio un golpe en la nuca al castaño.―¡Oye! Que hurón tan gruñón eres.

Hayley miró con enfado a Theo.

―No lo molestes con eso.―se cruzó de brazos y lo miró seria; Draco sonrió orgulloso.

En cambio, Theo le sostuvo la mirada a Hayley hasta que esta soltó una carcajada. A Draco se le deshizo el rostro.

―Lo siento, Draquin, pero sí fue gracioso.―se disculpó aún riendo. Se acercó a rodearlo con sus brazos aunque el rubio trataba de apartarla, hasta que Hayley dejó un pequeño beso en su mandíbula fue cuando dejó de pelear y sonrió brevemente.

―Bien, odio cuando tienen sus momentos frente a mí. Apúrense, quiero comer.―Hayley rió tomando la mano de Draco y lo jaló hasta el Gran Comedor, siguiendo a Theodore.

En la noche, la respuesta de Sirius había llegado con una indignada Hedwig. Hayley supuso que había ido a entregar primero a Harry porque el ave ya no traía otro encargo.

―Eso te pasa por tener favoritismo.―gruñó Hayley mientras le ponía comida en su plato para después abrir con emoción el pergamino.

Hayley:

Salgo ahora mismo hacia el norte. Harry me ha escrito diciendo que le ha dolido la cicatriz. En cuanto a ti, no seas tan dura con Harry, puede que sea muy tonto pero no deja de ser tu hermano.

Estaremos pronto en contacto. Te mando un fuerte abrazo. No beses tanto a Malfoy, aun no tenemos la charla.

Sirius.

Hayley había perdido todo lo que podía ser felicidad, simplemente la palabra salgo le ponía los pelos de punta. Sirius no podía salir. No cuando aún lo estaban buscando y cada vez inventaban algo nuevo en el profeta. Hayley no se podía arriesgar a perder a Sirius. No podía perder a un padre otra vez, no podía darse aquel lujo porque no tenía nadie más. Y si lo tuviera, ella seguiría escogiendo a Sirius.

Lo más importante: no podía perder a Sirius porque al tonto Harry Potter le dolía la cicatriz.

Guardó la carta como había hecho con las demás que había recibido de él, sin más se dispuso a escribir una respuesta aunque no sabía muy bien qué escribirle.

Sirius:

Estoy segura que al insensato de mi hermano solo le dolía la cicatriz por imaginación suya. Ya sabes lo que dicen, el dolor es mental. Es medio tonto y suele exagerar, no te tomes enserio todo lo que dice.

Por otro lado, las últimas semanas del verano que pasé con los Weasley me he permitido conocer a Charlie, es uno de los hermanos mayores de Ronald. Me ha dado buenos consejos y creo que los estoy considerando. También esta semana desarmé a un profesor que convirtió a Draco en hurón con un hechizo que escuché de la señora Weasley y que obligué a Charlie a enseñarme, la historia es otra. Es un tal Ojoloco Moody, en nuestra primera clase nos enseñó las maldiciones imperdonables y las probó en arañas. Está loco y me he ganado un castigo por su culpa. Ridículo.

Como detalle, me he alejado de Ron, Hermione y Harry porque creo que es lo mejor para mí y sé que si estuvieras aquí pensarías lo mismo (o tal vez no, pero me gusta pensar que sí). En fin, siento que ellos no me necesitan y como Hermione dijo ''no sirvo de mucho''. Bueno hay personas que de verdad me aprecian como tú, al parecer ahora Charlie y Draco. También estoy haciendo nuevos amigos como Blaise Zabini, Theodore Nott y Cho Chang. Me siento bien con eso y creo que es lo que necesitaba.

Me he extendido mucho, lo siento.

Espero puedas contestar pronto, aunque si no es así no me molestaré. Por favor cuídate mucho Sirius. Y tranquilo, no planeó besar a Malfoy... aún. Un fuerte abrazo para ti también.

Pequeña Cornamenta.

La guardó en un sobre y la puso sobre el escritorio para enviarla al día siguiente por la tarde, mientras tanto se dedicó a apuntar el pedido de galletas más largo que había escrito en su vida, pues no podía arriesgarse a estar otro día sin galletas. No pudo evitar pedir nuevamente galletas de chocolate con forma de hueso pero quería enviarle algo más a Sirius, algo que no fueran problemas.

Sin más ató el pedido a la pata de Hedwig y está salió por la ventana.

Hayley suspiró, ¿habrá hecho buena lección en pedir galletas de naranja o eran mejores las de limón?

No importaba, había pedido de las dos.

―¿Cómo lo dices con tanta seguridad?―había preguntado Cho.

―Simplemente me cansé, supongo.―suspiró Hayley.

Se encontraban en la habitación de Cho Chang, en la Torre de Ravenclaw. Hayley se había quedado asombrada al ver que a diferencia de decir una contraseña, había una gárgola y tenías que contestar un acertijo.

Claramente, lo contestó Cho.

Habían pasado unos cuantos días y la amistad y confianza entre ellas cada día crecía más. Su relación con Cho no era para nada como la era con Hermione. Cho se desahogaba, lloraba, se quejaba y demás; pero al terminar le preguntaba a Hayley cómo estaba ella, si se sentía bien o mal y qué opinaba sobre ciertas cosas. Hayley no sabía que podía encontrar una amiga así y no podía negar que hasta le sorprendía un poco.

―Pero es tu hermano.―se dejó caer de espaldas en la cama.

―Sí, lo es. Pero que compartimos sangre no significa que compartimos pensamientos. Y está bien si no son los mismos, pero me gustaría que él respetara los míos tal y como yo hago con los suyos.

―¿Y qué hay de Ronald y Hermione?

―Bueno ellos...―suspiró pesadamente.―Eran mis amigos, ¿sabes? Ron nos ofreció su hogar sin dudarlo más de una vez y empezaba ver a Hermione como una hermana. Que tonta, ellos solo ven por Harry. Yo soy la varita de regaliz que viene de regalo en tu rana de chocolate. Y no, no me gustan las varitas de regaliz así que no intentes animarme con eso.

Cho hizo una mueca.

―Pero si de algo estoy segura es que yo no los perdí a ellos, ellos me perdieron a mí. Oh, eso sonó mucho como Draco.

―Uh, Malfoy.―Cho se incorporó y miró a Hayley con una sonrisa que ella no supo describir muy bien.―¿Qué hay con él?

―Nada.―mintió.

―¡Potter!―gritó el profesor Moody.―¡Deja de comer galletas y pasa al frente!

Hayley gruñó y farfulló algo intendible. Se puso de pie bajo la severa mirada de Nott y Moody pero un divertido Blaise Zabini. Draco solo suspiró pesadamente.

―¡Imperio!

Hayley sintió una sensación maravillosa. Era como dejar toda preocupación atrás, se sentía en paz, completamente relajada, apenas consientes de que todos la miraban.

Y luego oyó la voz de Moody desde algún lugar de su cerebro: Salta a la mesa... salta la mesa.

Pero luego había otra voz que decía: ¿Qué? ¿Por qué?

Salta a la mesa...

No quiero, y no lo haré. Adiós.

―Bien, Potter.―masculló Moody.

Fue cuando Hayley salió del pequeño trance al que había entrado, tranquilizó sus facciones que ni siquiera se había dado cuenta que había fruncido y soltó sus manos, donde las palmas habían comenzado a doler. Las miró y vio que tenían sangre y las marcas de sus uñas.

―Genial.―se autofelicitó y volvió a su lugar a un lado de Draco con una sonrisa.

De nuevo en clase de Cuidado de Criaturas Mágicas, Hagrid les había propuesto ir una vez a la semana a revisar el crecimiento de sus escregutos de cola explosiva y como parte del proyecto tenían que escribir notas sobre ellos.

Malfoy se había negado y lo había expresado de la manera mas amable que conocía para tratar a Hagrid, pero este no había reaccionado muy bien.

―Harás lo que te digo.―gruñó.―, o seguiré el ejemplo del profesor Moody... Me han dicho que eres un hurón magnifico, Malfoy.

Los Gryffindor habían explotado a carcajadas. Draco se había sonrojado pero Hayley solo se había mantenido sin habla y miró a Hagrid con muchas expresiones en su rostro, todo menos enojo. Decepción, tal vez.

―Eso fue grosero.―había murmurado en voz baja, pero igual había sido escuchada.

Tomó la mano de Draco sin entrelazarlas al terminar la clase y lo arrastró hasta llegar al vestíbulo, donde ya se formaba algo de barullo. Había un cartel que todos intentaban leer.

TORNEO DE LOS TRES MAGOS

Los representantes de Beauxbatons y Durmstrang llegarán a las seis en punto del viernes 30 de octubre. Las clases se interrumpirán media hora antes.

Los estudiantes deberán llevar sus libros y mochilas a los dormitorios y reunirse a la salida del castillo para recibir a nuestros huéspedes antes del banquete de bienvenida.

―Genial.―había murmurado Hayley sin interés. Luego recordó a Cho.

La buscó con la mirada y la vio a unos cuantos metros con una mueca en el rostro. Bien, habría que tener una charla con Cedric Diggory. Cho miró en dirección a Hayley y dejó su expresión afligida para sonreír coqueta, subió y bajó su cejas con picardía y con el mentón señaló su mano con la de Draco, aun juntas. Hayley entendió y se apuró a soltarle la mano y miró con interés su zapato, esperando que la gente los dejara pasar al Gran Comedor.

Se llevó una sorpresa cuando Draco tomó de vuelta su mano y esta vez las entrelazó. Cuando alzó la mirada para verlo, este tenía el ceño fruncido.

―No vuelvas a hacer eso, ¿bien?―dijo con el ceño fruncido.

Había algo en su voz que la hizo ponerse nerviosa, algo extraño para Hayley Potter, así que solo atinó a asentir lentamente, sin apartar la mirada de aquellos orbes grises.

―¡Cabeza de galeón! quiero decir... ¡Cedric, ven aquí!

El Hufflepuff paró su caminata y giró en su lugar para encontrarse con Hayley, le dedicó una brillante sonrisa y acercó a ella.

―¿Qué hay?

―Eh... no mucho, pero ¿te suena algo como que el niño de oro quiere participar en el torneo de quién muere primero?―cruzó sus brazos sobre su pecho y recargó su peso en una sola pierna.

―Oh, eso...

―Sí, eso. Mira, no soy nadie pare decirte qué hacer, pero veo a Cho mal y ella es mi amiga, mi mejor amiga.―se corrigió y sonrió al hacerlo.―Y no quiero que esté mal. Y admito que en el fondo me preocupas un poco, cabeza de galeón, pero no me hagas repetirlo.

―Hayley, solo pienso presentarme ante el juez.―rió el Hufflepuff.―No es seguro que me escojan, aunque me gustaría, sí.―suspiró.―Gracias por estar para Cho.

―Lo hago por ella, no por ti. Ahora vamos, están a punto de llegar los otros colegios.

Cedric rió cuando Hayley lo tomó por el brazo y lo jaló hasta la entrada del castillo, donde ya comenzaban a formarse las casas. Sin despedirse, Hayley corrió hasta escabullirse entre Draco y Crabbe, chocando los puños con este último.

―¿Dónde estabas?―preguntó Draco.

―Amenazando a la cabeza de galeón.

―¿Quién?―Hayley bufó.

―A Diggory, Dranquin, a Diggory.―Draco simplemente asintió y volvió su vista al frente. Hayley aprovechó para alisar un poco su túnica.

―¡Ajá! ¡Si no me equivoco, se acercan los representantes de Beauxbatons!

Una cosa larga, mucho más larga que una escoba (y, de hecho, que cien escobas), se acercaba al castillo por el cielo azul oscuro, haciéndose cada vez más grande. Cuando la gigantesca forma negra pasó por encima de las copas de los árboles del bosque prohibido casi rozándolas, y la luz que provenía del castillo la iluminó, vieron que se trataba de un carruaje colosal, de color azul pálido y del tamaño de una casa grande, que volaba hacia ellos tirado por una docena de caballos alados de color tostado pero con la crin y la cola blancas, cada uno del tamaño de un elefante.

Las tres filas delanteras de alumnos se echaron para atrás cuando el carruaje descendió precipitadamente y aterrizó a tremenda velocidad. Entonces golpearon el suelo los cascos de los caballos, que eran bastante grandes. Un segundo más tarde el carruaje se posó en tierra, rebotando sobre las enormes ruedas, mientras los caballos sacudían su enorme cabeza y movían unos grandes ojos rojos.

Antes de que la puerta del carruaje se abriera, Hayley vio que llevaba un escudo: dos varitas mágicas doradas cruzadas, con tres estrellas que surgían de cada una.

Un muchacho vestido con túnica de color azul pálido saltó del carruaje al suelo, hizo una inclinación, buscó con las manos durante un momento algo en el suelo del carruaje y desplegó una escalerilla dorada. Respetuosamente, retrocedió un paso. Entonces vieron un zapato negro brillante, con tacón alto, que salía del interior del carruaje. Era un zapato del mismo tamaño que un trineo infantil. Al zapato le siguió, casi inmediatamente, la mujer más grande que hayan visto nunca. Las dimensiones del carruaje y de los caballos quedaron inmediatamente explicadas. Algunos ahogaron un grito.

Dumbledore comenzó a aplaudir. Los estudiantes, imitando a su director, aplaudieron también, muchos de ellos de puntillas para ver mejor a la mujer. Sonriendo graciosamente, ella avanzó hacia Dumbledore y extendió una mano reluciente. Aunque Dumbledore era alto, apenas tuvo que inclinarse para besársela.

―Mi querida Madame Maxime.―dijo Dumbledore.―Bienvenida a Hogwarts.

Dumbledog.―repuso Madame Maxime con voz profunda.―Espego que esté bien.

Oh, genial. Era francesa. Hayley tuvo que ahogarse una carcajada.

―Mis alumnos.―dijo Madame Maxime, señalando tras ella con gesto lánguido.

Notaron que unos doce alumnos, chicos y chicas, todos los cuales parecían hallarse cerca de los veinte años, habían salido del carruaje y se encontraban detrás de ella. Estaban tiritando, lo que no era nada extraño dado que las túnicas que llevaban parecían de seda fina, y ninguno de ellos tenía capa. Algunos se habían puesto bufandas o chales por la cabeza.

Para un rato más tarde entonces, ya tiritaban de frío esperando la llegada de la representación de Durmstrang. La mayoría miraba al cielo esperando ver algo. Durante unos minutos, el silencio sólo fue roto por los bufidos y el piafar de los enormes caballos de Madame Maxime. Pero entonces...

―¡El lago!―gritó un chico de Gryffindor.

Lenta, majestuosamente, el barco fue surgiendo del agua, brillando a la luz de la luna. Producía una extraña impresión de cadáver, como si fuera un barco hundido y resucitado, y las pálidas luces que relucían en las portillas daban la impresión de ojos fantasmales. Finalmente, con un sonoro chapoteo, el barco emergió en su totalidad, balanceándose en las aguas turbulentas, y comenzó a surcar el lago hacia tierra. Un momento después oyeron la caída de un ancla arrojada al bajío y el sordo ruido de una tabla tendida hasta la orilla.

A la luz de las portillas del barco, vieron las siluetas de la gente que desembarcaba. Vieron que su corpulencia se debía en realidad a que todos llevaban puestas unas capas de algún tipo de piel muy tupida. El que iba delante llevaba una piel de distinto tipo: lisa y plateada como su cabello.

El hombre, al parecer llamado Karkarov, saludó a Dumbledore con emoción y luego levantó la vista al castillo.

―El viejo Hogwarts.―musitó.―Es estupendo estar aquí, es estupendo... Viktor, ve para allá, al calor... ¿No te importa, Dumbledore? Es que Viktor tiene un leve resfriado...

Hayley estaba segura de haber escuchado ese nombre en algún lado, pero no sabía muy bien dónde. De reojo, vio a Draco emocionarse a su lado.

―Tú..., oh, Merlín. No.―Hayley se dio una palmada en la cara.

Viktor Krum, buscador de Bulgaria. Lo había visto en los mundiales

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