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Orión.
Cuando me besó inmediatamente e irremediablemente mi mente viajó al pasado y me llevó de vuelta al beso que le dí cuando aún éramos unos niños. Esa vez yo había sido el que comenzó todo, había sido yo quién le había besado delicadamente en los labios... Pero ahora, ahora él, Aquiles, me había besado primero; con miedo, con nerviosismo y con torpeza, como si el simple hecho de besarnos nos rompiera en mil pedazos.
Pero lo que él no sabía es que su beso me había abierto los ojos y me había liberado de alguna manera. Porque deseaba besarlo con la libertad que otro ser humano le concede a otro, no quería besarlo con prejuicios y con ataduras. Por eso le tomé de ls nuca y lo acerqué más a mí, porque sabía perfectamente que, si no lo hacía, Aquiles se iba a arrepentir.
Esa noche ninguno de los dos le apetecía regresar a casa, por lo que nos quedamos hasta la madrugada en las tablas de madera que pronto serían nuestra casa del árbol; mirándonos uno al otro, tomándonos de las manos y, sobre todo, hablando, platicamos sobre cosas mundanas y también interesantes, hablamos de cine, de música, de libros, de arte, de qué habíamos hecho todo ese tiempo, quiénes éramos.
— Realmente no sé quién soy, ¿sabes? Tengo tantos rostros, cada uno para una ocasión en específico. No sé si me entiendes— respondió a la pregunté que le había hecho unos segundos atrás: ¿quién eres, Aquiles?
— Como la luna, cambias de fases con el paso del tiempo, o en tu caso, con cada ocasión.
Algo muy dentro de mí le entendía, yo mismo lo hacía, cambiaba de rostro con cada cierto tipo de personas, me comportaba de manera distinta cuando estaba con mis padres, con mis amigos, con desconocidos, incluso con Aquiles. Y eso nos hacía perdernos entre tantas caras, no sabíamos quién éramos realmente.
— Temo que algún día haya cambiado tanto de rostros que, al final, no reconozca quien soy.
Volteó a verme y lo único que pude visualizar fueron sus ojos estrellados, porque brillaban como dos luciérnagas iluminando el cielo nocturno.
— Aquiles, si algún día no sabes quién eres, siempre puedes venir a mí, y nos encontraremos juntos— él, con la timidez que le caracterizaba, acunó mi rostro en sus manos y me mantuvo así durante unos instantes, susurrando a mi oído un sincero «gracias».
Le ayudaría a encontrar al Aquiles verdadero, lo buscaríamos en su pasado, en su presente y en su futuro, tocaríamos las puertas de cada persona que hubiera cruzado en su vida para mirar si de casualidad no se había olvidó ahí y viajaríamos a los lugares más reconditos de su mente.
— ¿Y tú quién eres, Orión?— me devolvió la pregunta.
Lo pensé bien esa pregunta: ¿quién era?
¿Acaso era el Orión que bailaba con libertad en la soledad de su habitación, el que pintaba en secreto en su pequeño mundo, el que lloraba algunas noches porque le daba miedo la inmensidad del mundo, el que escribía todo para no olvidar? ¿O acaso era el Orión parlanchín que reía sin parar por los chistes que hacían sus amigos, el que caminaba con seguridad, y el que siempre traía consigo su cigarrera gris, el que daba consejos, pero que rara vez los seguía? ¿O tal vez era el Orión tranquilo y educado que hablaba solo cuando lo creía necesario, el que había aprendido a tocar el piano solo porque su padre lo tocaba para él, el que evitaba que sus padres lo conocieran a profundidad así que se guardaba sus pequeños placeres para el solo? ¿O podría ser el Orión que hablaba verdaderamente solo si Aquiles estaba a su lado, el que quería amar con la libertad que se merecía, el que había olvidado todo lo relacionado con su niñez porque había creído que era muy doloroso para recordar?
Supe la respuesta: era un conjunto de los pequeños fragmentos de todos ellos.
— Soy el Orión que está hecho de todos los "Oriones" subyacentes que han vivido y aún viven.
— ¿Pero quién eres cuándo estás conmigo?
— Soy el Orión que puede hablar de cualquier tema contigo porque sé que tú escucharás atentamente, soy el Orión que empieza a recordar nuestro pasado y, que está vez no quiere olvidar nada, soy el Orión que se muere por tomarte y abrazarte para siempre.
Él tan solo sonrío, alzando lentamente la comisura de sus labios con timidez.
Después de eso nos dedicamos a observar la noche a través de las hojas de los árboles, mirando las estrellas; preguntándonos constantemente si ellas estaban admirándonos tal y como nosotros lo hacíamos con ellas.
— Orión, ¿te puedo contar un secreto?— preguntó mientras se incorporaba para poderse sentar. Asentí con la cabeza— Me ha llegado ya la respuesta de la universidad, solo que no le pude contar a mi madre, porque ella me empezaría a bombardear con preguntas hostiles que no quiero responder— miré sus manos y, como era su costumbre cuando se ponía nervioso, comenzó tronarse los dedos.
Quise tomarle las manos y cubrirlas con las mías, para que no sintiera más esa ansiedad y ese nerviosismo con los que siempre cargaba.
— Estoy en lista de espera— soltó después de unos segundos de estarlo pensando.
Miré a través de sus ojos estrellados y pude ver todo el pánico y el miedo que le generaba la idea de un futuro ambiguo, la idea de vivir y la idea de fracasar. Le tenía tanto miedo a todo, pero yo no podía hacer gran cosa, porque esa no era mi vida, no podía decirle cómo vivirla, ni que decisiones tomar: desgraciadamente Aquiles tenía que aprender a existir por sus propios medios.
Así que tan solo pude acariciarle el rostro con mis manos, musitándole una y otra vez que iba a estar bien; aunque ni siquiera yo sabía si lo que le decía iba a suceder o no.
De nuevo se hizo silencio, pero no era incómodo ni pesado, era más bien un silencio de dos amantes que se han dicho tanto que no queda más que decir por esa noche. Habíamos abierto las puertas de nuestras vidas, tan solo quedaba que Aquiles viera la mía y yo la suya.
Esa noche miramos con curiosidad indescriptible la vida del otro, prestando atención en cada detalle y en cada anécdota.
Cada uno contaba algo de su niñez, de su pubertad y de su adolescencia.
— Cuando tú te fuiste ni siquiera podía salir a la calle, me quedé todo lo que restaba del verano en mi habitación. Mierda, nadie me explicaba nada, mi madre nunca me dijo el por qué te fuiste, estaba tan perdido— negó con la cabeza.
— Todo fue tan rápido. Recuerdo que esa mañana ambos fuimos al bosque con los demás niños y, cuando regresamos todos los muebles y todas mis cosas estaban en un camión de mudanza. En un abrir y cerrar de ojos nuestras vidas habían cambiado.
— Fue la primera vez que sentí que estaba perdido, desde esa ocasión nunca he sabido qué lugar ocupo en el mundo. Es como si tú hubieras sido mi brújula.
Aquiles siempre me había seguido, desde que éramos unos niños de tres años siempre era yo quien le tomaba de la mano y le dirigía a dónde teníamos que ir, siempre yo tenía la iniciativa y él tan solo caminaba donde yo pisaba.
Recordé la vez que me murmuró al oído: «quiero ser tú cuando crezca». Teníamos cinco años.
Yo había sido su faro, y él era un barco perdido en medio de una tormenta.
•••
Cuando eran más de las dos de la mañana decidimos que era el momento de regresar a casa. Bajamos del árbol y agarrados de las manos emprendimos el camino de retorno.
El bosque estaba oscuro y solitario, tan solo se podía escuchar los sonidos de las cigarras entre los árboles y de los otros insectos. Había neblina y no podíamos ver casi nada, pisábamos con el temor de tropezar con algo. Aquiles en cada momento me sujetaba con fuerza de las manos porque se sentía amedrentado.
Pero al final logramos encontrar el camino y las calles de asfalto nos indicaron a dónde ir.
Habíamos llegado a casa, pero ningún quería separarse del otro.
Estábamos en medio de la calle intentando despedirnos, diciéndonos cosas absurdas, evitando el adiós. Ambos temíamos que, al día siguiente, todo lo que había pasado ese día se esfumara con la llegada del amanecer.
Y como ninguno de los dos sabía qué hacer, nos decidimos abrazar. Tomé a Aquiles de los hombros y él abrió los brazos, cediendo al abrazo. Nos mantuvimos de esa manera más de dos minutos. Sentí su corazón latir con locura, al igual que el mío.
— Orión, si te arrepientes de lo sucedido tan solo olvídalo, lo entenderé. No quiero forzarte a nada— se separó de mí e inmediatamente esquivó mi mirada.
— Me he arrepentido de tantas cosas en mi vida, pero sin duda alguna lo nuestro no es una de ellas.
Aquiles no quería dar un paso en falso, no quería sentir el rechazo ni el arrepentimiento de alguien.
Y sin decir más me volví a acercar a él y pose mis labios en la comisura de los suyos.
Los dos dimos media vuelta y empezamos a caminar a nuestras casas. Nos vimos desde la otra esquina de calle y sonreímos. Pero no estaba cien por ciento seguro de que él tuviera la suficiente valentía de seguir siendo el que fue esa noche, así que me giré a verle una vez más y me encontré a Aquiles viéndome todavía.
— ¿Mañana seguirás siendo el Aquiles que fuiste hoy?
Él tan solo asintió y la vida se iluminó.
Ig: @aimemoi_doucement
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