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𝑝𝑟𝑜́𝑙𝑜𝑔𝑜. 𝑠𝑒𝑣𝑒𝑛

𝑝𝑙𝑒𝑎𝑠𝑒, 𝑝𝑖𝑐𝑡𝑢𝑟𝑒 𝑚𝑒 𝑖𝑛 𝑡ℎ𝑒 𝑡𝑟𝑒𝑒𝑠...

Sobre el arroyo situado en las afueras de Reading, Pensilvania, exactamente a doce metros del número 20 de Epiphany Street, colgaba un viejo columpio desde la rama de un sauce. Nadie sabía cuándo ni por qué lo colgaron justo en ese sauce, pero a ellas no les importaba la historia que tuviera el columpio, porque ellas ya tenían muchas otras historias que contar sobre él.

No era más que una tabla de madera con dos cuerdas raídas, pero para ellas era un puente hacia la libertad, una catapulta que les permitía cruzar al bosque que había más allá de su calle y perderse entre la oscuridad de las copas de los árboles.

Betty prefería subirse a las ramas del sauce y colgarse boca abajo, dejando caer sus trenzas rubias, fingiendo que era una rama más y su pelo eran las hojas del árbol. Inez, por su parte, se había marcado la meta personal de conseguir superar los tres metros de altura impulsándose con el columpio para poder saltar desde ahí, aunque sabía que si algún día lo conseguía le daría demasiado miedo dar el salto.

Pasaban los veranos así. Se columpiaban hasta que cruzaban al otro lado del arroyo y en el bosque llevaban su imaginación al límite, inventándose juegos que conseguían evadirlas completamente de la realidad. La mayoría de las veces se convertían en piratas. Se imaginaban que la mesa de picnic que había a mitad del prado era, en realidad, un imponente barco, y la hierba era agua salada sobre la que a veces se avistaban tiburones y otros barcos a la deriva. Los pájaros se convertían en espías, las piedras en navíos a destruir con los cañones y los ocasionales animales salvajes pasaban a ser la tierra prometida.

Su vida imaginaria en el bosque no tenía nada que ver con la que había al otro lado del arroyo, e Inez intentaba por todos los medios hacer que cada minuto entre la naturaleza fuera especial, porque sabía que Betty nunca quería volver a casa. Todo era perfecto en el bosque, Betty no necesitaba regresar porque ellas ya tenían el mundo ideal entre los árboles, un mundo ideal donde nadie podía hacerles daño.

Ya con solo siete años, Inez era capaz de comprender lo que le pasaba a su amiga una vez cruzaba la puerta principal. Eran vecinas, así que a veces escuchaba los gritos de sus padres y el llanto de su amiga. Cuando era más pequeña, Inez solía pensar que había fantasmas en aquella casa, y que eran ellos los que gritaban. Pero ahora, por fin, había comprendido lo que ocurría. Betty, en algunas ocasiones, había comentado lo que pasaba con total normalidad, hasta que se dio cuenta de que en casa de Inez esas cosas no pasaban y que su padre era, en realidad, un monstruo. Un monstruo que bebía, arrasaba con todo lo que se ponía por delante y pagaba las desgracias sobre su madre.

A veces también era sobre Betty, cuando no le daba tiempo a esconderse en el armario del cuarto de invitados. A veces llegaba al arroyo con marcas alrededor de los brazos y una herida en el labio e Inez intentaba convencerla de que fuera a su casa para que su madre se la curara y le ofreciera un té, pero Betty solo quería capturar a otro barco o buscar a Peter Pan para vengarse por el accidente con el cocodrilo. No quería hablar de ello, porque desde que había entendido que ese comportamiento no era normal, hablar de ello era hacerlo real. Y no quería hacerlo real.

Pero Inez sí quería hablar de ello. Inez quería ayudarla, a ella y a su madre, la señora William, que a veces caminaba cojeando por la calle, llevando el dolor sobre sus hombros pero fingiendo que no estaba ahí cuando alguien le preguntaba. Inez siempre escuchaba a sus padres susurrar lo apenados que se sentían por ella, la impotencia que sentían cuando a veces acudía la policía a casa, alertada por los gritos, y ella aseguraba que había sido un malentendido, que el golpe que tenía en la cara había sido un accidente y su marido era una buena persona y un buen padre.

Por eso era tan importante sacar a su amiga de la casa. Por eso jugar a ser piratas era tan crucial, por eso saltar el arroyo era más una necesidad que un simple entretenimiento. Por eso, casi todas las noches de verano había acampada en el jardín trasero de los Torres, porque a veces Betty se abría más por la noche y contaba secretos que le daba miedo contar de día, cuando se cansaba de cantar a pleno pulmón canciones antiguas de la época de su abuela.

Una de esas noches, trazaron un plan. Para Betty era un plan infalible. Para Inez era un plan con fisuras, pero daba igual, ya lo arreglarían por el camino.

—¡Con un jersey es suficiente! Si coges más de uno pesará demasiado la mochila.

—Vale, solo uno —prometió Betty—. Pero Selena y Abigail se vienen conmigo.

Inez puso la vista en blanco.

—¡Has dicho que me dejabas llevar a las muñecas! —se quejó Betty, de brazos cruzados.

—Sí, vale, las muñecas. Pero entonces yo llevo mis Legos.

—Es vital que lleves tus Legos.

Y se irían a la India, porque para viajar a la India no hacía falta más que unas muñecas y un jersey, evidentemente. Se irían y vivirían en mitad del bosque.

—¿Hay bosques en la India?

—¡Claro que los hay! —aseguró Inez—. Lo leí en un libro de papá. Hay bosques enormes, perfectos para construir una cabaña y vivir solas.

—Y cerca del mar. Para dejar nuestro barco.

—Perfecto.

—Eso haremos.

—Sí.

—¿Lo prometes? ¿Y no se lo contaremos a nadie?

—Lo prometo.

—¿De corazón?

Inez hizo una cruz por encima de su corazón y Betty la imitó, porque no había una promesa más duradera que aquella que se hacía de corazón.

Solo que el tiempo pasó y no hizo falta huir a la India. El señor William se marchó un día, sin decir nada. Betty se despertó una mañana y ya no había señal de que su padre había estado en esa casa más que los golpes en las paredes y las cicatrices invisibles en su familia. El fantasma que aterrorizaba aquel hogar se lo llevó el agua del arroyo, y Betty dejó de esconderse en los armarios y buscar refugio en fantasías.

Cuando fuera más mayor, recordaría todo aquello como una especie de cuento de terror. Inez procuró que Betty tuviera otra historia que contar, como aquellas historias antiguas que se contaban entre susurros, sin necesidad de ser plasmadas por el papel. La de su amistad, terminó siendo la historia favorita de Betty. 

𝑗𝑢𝑠𝑡 𝑙𝑖𝑘𝑒 𝑎 𝑓𝑜𝑙𝑘 𝑠𝑜𝑛𝑔 𝑜𝑢𝑟 𝑙𝑜𝑣𝑒 𝑤𝑖𝑙𝑙 𝑏𝑒 𝑝𝑎𝑠𝑠𝑒𝑑 𝑜𝑛...

Como ya hemos dicho llevamos bastante con esta historia en la cabeza, pero queremos que esté perfecta. Aún así, a pesar de que todavía no tenemos fecha de publicación oficial, queríamos celebrar este primer año de la cuenta con algo especial como es este prólogo <3

Esperamos que os haya gustado y os animéis a leernos cuando empecemos a subir oficialmente!!!

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