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04. Techo

Chase se sentó junto a Charlotte en silencio. Ninguno de los dos dijo una palabra, pero no era un silencio incómodo. Era tranquilo, casi reconfortante. Dos amigos observando la ciudad extenderse ante sus ojos, sin necesidad de romper la quietud del momento.

Sintió cómo Charlotte se movía ligeramente a su lado, hasta acurrucarse contra él. Apoyó la cabeza en su hombro y le abrazó el brazo con una suavidad tan delicada que parecía tener miedo de romperlo. Chase la miró, enternecido, y apoyó su propia cabeza sobre la de ella.

No quería sacar el tema de su madre. Charlotte siempre había hablado con franqueza sobre no conocerla, al igual que nunca había tenido reparos en contar que su padre era un ludópata ausente, incapaz de cuidar de ella o de su hermana. Pero ahora, tras lo que acababa de descubrir, todo estaba cambiando.

Ella ya no sería la misma. Ya no podría mirar al Sr. Davenport con los mismos ojos. Él había conocido a su madre y jamás se lo había dicho. Nunca la buscó. Nunca se preocupó por ella más allá del interés que tenía por sus habilidades biónicas.

Charlotte nunca había pedido información. Pero sabía que si el Sr. Davenport quería, tenía los medios para averiguarlo todo. Y si no, podría haber contratado a alguien. ¿Cómo pudo haberle ocultado algo tan importante? Como tutor legal, como figura paterna, debería haber sido su mayor apoyo. Su roca. Y sin embargo...

Chase sentía una mezcla de rabia y tristeza que le quemaba por dentro. La chica merecía mucho más. Era una persona extraordinaria, llena de talento y una fortaleza que nunca dejaba de asombrarlo. Sí, todos ellos tenían habilidades sobrehumanas, pero lo de ella iba más allá. Era su capacidad de enfrentarse a la vida, de levantarse una y otra vez... pero eso no significaba que debiera enfrentarlo sola.

Él estaría allí para ella. Pase lo que pase. Y sabía que ella lo sabía. Que podía venir a él en cualquier momento, incluso si solo quería sentarse en silencio, como ahora. Chase no sabía cómo, pero encontraría la forma de ayudarla a superar ese torbellino emocional. Lo enfrentarían juntos. Porque ella no estaba sola. No mientras él estuviera cerca.

Si algo tenía claro, era que los amigos eran la familia que uno elige. Y él la había elegido a ella como su mejor amiga.

"Charlie... ¿cómo empiezo a explicar cuánto te quiero y aprecio?", pensó. Ella era su confidente, su compañera de aventuras. Con ella a su lado, sentía que podía con todo. Su energía, su forma de ver el mundo, lo había cautivado desde que eran pequeños, desde que apenas tenían cinco años.

Charlotte era esa persona con quien podía contar para cualquier cosa. Tenía esa habilidad casi mágica para entenderle sin necesidad de hablar, como si pudiera leer sus emociones. A veces Chase se preguntaba si era un nuevo poder oculto... uno que solo ella tenía: el poder de entenderle por completo.

Con Charlotte, siempre estaba dispuesto a embarcarse en los planes más absurdos, a hacer lo que nunca se habría atrevido solo. Ella era esa voz que lo animaba a ser valiente, a salir de su zona de confort. Siempre lo había sido.

Incluso cuando discutían, siempre encontraban el camino de vuelta el uno al otro. La amistad nunca se rompía. Chase no podía imaginar su vida sin ella. Charlotte era su ancla en un mundo caótico, no solo por ser adolescentes, sino porque eran adolescentes con habilidades extraordinarias y una vida muy lejos de lo normal.

Y la adoraba. Su forma de ser, su capacidad para escuchar y comprender, su ternura con Adam, Bree, con él, y ahora también con Leo. Su sonrisa, su risa, su cabello, sus ojos... todo en ella le encantaba.

"Oh no... Dios mío... no. ¿En serio me está pasando esto?", pensó, sintiendo cómo se le aceleraba el corazón. Después de tantos años, después de tantas aventuras, risas y secretos compartidos, se dio cuenta: estaba completamente enamorado de Charlotte. Era como si de repente se hubiera encendido una luz dentro de él. Y ya no podía ignorarla.

Siempre había sabido que su vínculo con ella iba más allá de la amistad. Ella lo completaba. Eran como el yin y el yang. Pero ahora, cada vez que la miraba, su corazón latía desbocado. Cada roce accidental lo dejaba sin aliento. Y su mente se llenaba de pensamientos confusos que no podía controlar.

¿Por qué ahora, justo ahora, cuando todo era tan incierto, se daba cuenta de esto?

Se preguntaba si Charlotte sentía lo mismo. A veces creía ver miradas que decían más de lo que aparentaban, gestos sutiles que podían ser señales. Pero luego, su voz interior lo detenía: "Estás imaginando cosas. No arruines lo que tenéis."

Y ese era el mayor miedo de Chase: perder lo que ya tenía con ella. ¿Y si al confesar sus sentimientos todo cambiaba? ¿Y si la perdía?

Intentaba convencerse de que era solo una confusión hormonal, algo pasajero. Pero no podía seguir mintiéndose. Cada vez que escuchaba su voz, cada vez que ella se le acercaba, la emoción era tan intensa que dolía guardársela.

Era difícil. Demasiado. No quería hacerle daño, ni hacer que ella se sintiera incómoda. Pero tampoco podía seguir escondiendo algo tan grande.

Tal vez el amor era así. Aparecía cuando menos lo esperabas y lo trastocaba todo. Y allí estaba él, intentando entenderlo. Intentando aceptarlo.

Porque, al final del día, lo único que Chase deseaba era verla feliz. Aunque eso significara mantener su amor en secreto, guardado en lo más profundo de su corazón.

Charlotte seguía apoyada en su hombro, respirando con más calma. El viento jugaba con su cabello y Chase deseó poder detener el tiempo en ese instante. Se permitió cerrar los ojos un segundo, grabando en su mente la calidez de su cercanía, su olor, la sensación de que, a pesar de todo, ella estaba allí con él.

-Gracias por estar aquí -susurró Charlotte sin apartar la mirada del horizonte.

Chase la miró, con el corazón latiéndole en la garganta. Sabía que ella no se refería solo a ese momento. Lo sabía.

-Siempre -respondió, y lo dijo con todo lo que sentía.

Ella sonrió, una de esas sonrisas pequeñas, sinceras, que le llegaban al alma. Y en ese segundo, Chase supo que aunque no pudiera decirle lo que sentía, aunque tuviera que tragarse cada palabra de amor, valía la pena. Valía cada duda, cada miedo, cada suspiro escondido. Porque tenerla en su vida, aunque solo fuera como amiga, era lo más importante que tenía.

Y eso... eso bastaba. Por ahora.

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