El dios que huyó.
Hace mucho tiempo atrás, antes de nuestro nacimiento, es más. El mundo estaba en una eterna oscuridad. Las tinieblas abrumaban cada rincón de la tierra, no había ni una pizca alguna de luz en ella.
El mito comienza, con la creación de los astros quienes darían luz a la quinta vez que crearon el mundo basto. Se reunieron entonces, en el lugar donde los hombres se convierten en dioses; Teotihuacán.
Hablaron entre ellos, preguntándose:
«¿Quién creará la luz?, ¿Quién alumbrará el mundo?»
Entonces, dos dioses fueron elegidos para ello; Nanahuatzin y Tecuciztécatl. El dios buboso y sarnoso, el dios precioso y vanidoso.
En Teotexcalli, los dioses hicieron arder una inmensa hoguera, que ardería durante cuatro noches enteras. Mientras que Nanahuatzin ofrendaba su sangre, Tecuciztécatl ofrendaba sus riquezas.
Fueron preparados; al pequeño le dieron una cabeza de Maxtli de papel, mientras que al pretencioso plumas preciosas de Aztacómitl. Los dioses se reunieron en torno a la hoguera,
a punto de presenciar el nacimiento de esta era.
Gritaron: «¡Venga Tecuciztécatl! ¡Entra al fuego!»
El dios rico se acercó a la hoguera, pero un miedo atroz se hizo presente en su cuerpo, vacilando y alejándose sin poder hacerlo.
Fueron cuatro intentos, pero los cuatro intentos fueron en vano, puesto que, en todos ellos, el miedo iba ganando. El límite de intentos se había cumplido, entonces los dioses gritaron: «¡Venga Nanahuatzin! ¡Entra al fuego!»
Sin dudarlo, el dios humilde se lanzó a la hoguera. Al ser humillado, Tecuciztécatl, se lanzó después de él. Y ambos ardieron en las llamas de esta.
Los dioses esperaban ver surgir a Nanahuatzin. Todo el cielo fue iluminado entonces, Quetzalcoátl miró al oriente y dijo: «Por aquí ha de salir el sol».
Y así fue. Nadie podía mirar a Nanahuatzin, por su inmenso esplendor. Pero entonces, después de él, surgió Tecucixtécatl, brillando de la misma forma con descaro igual que él.
Los dioses se preguntaron: «¿Acaso está bien que vayan ambos a la par?», «¡No!».
Un dios con prisas, tomó un conejo y lo lanzó a Tecucixtécatl, dejando de brillar como el sol,
transformándose en la luna.
Después de un rato; los dioses se percataron que ambos astros estaban completamente inmóviles. Por lo que dijeron: «¿Cómo podremos vivir con un sol sin movimiento?»
Se reunieron entonces, entorno a Quetzalcoátl.
«Sacrifiquémonos y hagamos que resucité con movimiento por nuestra muerte». Dijo este y mandó a llamar al dios del viento; para que fuera el verdugo de ellos. Sin embargo, hubo un dios que se rehusó a hacerlo.
El gemelo de Quetzalcoátl, la estrella vespertina, se dijo entonces: «Oh, dioses, ¡que no muera yo!»
Lloraba tanto este dios, que dicen que los ojos se le hincharon. Al llegar Ehécatl -dios del viento- a matarlo, Xólotl escapó.
Huyó a las milpas donde se escondió entre los maizales. Utilizó su poder de transformación el dios perro, para convertirse en el pie de maíz que tiene dos tallos; y así fue llamado el tallo; Xólotl.
Cuando el viento lo descubrió. Echó a correr de nuevo.
Se escondió entre los magueyes; convirtiéndose en lo que se conoce como mexólotl, que era un maguey doble. Sin embargo, Ehécatl le encontró de nuevo.
Sin muchos escondites cercanos, puesto que ya se había cansado después de transformarse en guajolote y en xoloitzcuincle, pero en todas estas transformaciones fue encontrado y perseguido.
El dios prófugo, huyó a las aguas de los lagos de Tenochtitlán. En donde tomó la apariencia de un anfibio de cuatro patas, conocido como axolotl. Saboreo su victoria, tratando de esconderse en lo más fondo.
Sin embargo, Ehécatl, nadó hasta las profundidades de los canales de Tenochtitlán, ciudad de los dioses. Para entonces sacarlo, llevándolo al exterior y finalmente sacrificarlo para que el sol pudiera moverse.
Fue así que cumpliría con su tarea. Guía al sol por el inframundo para llegar al Mictlán cada noche, transformándose en Quetzacoátl para hacer nacer de nuevo el sol en cada amanecer.
Otra versión del mito cuenta, que Ehécatl, cansado de perseguirlo, una vez lo encontró, castigó al dios convirtiéndolo en un ajolote por el resto de la eternidad.
Fue así que fue libre Xólotl.
Sin embargo, dicha libertad no era honrosa.
Por ello, Xólotl jamás salió por la vergüenza que sentía.
Y es que, hasta ahora, sigue sin perdonar su cobardía y el hecho de no atreverse a sacrificarse junto a los otros dioses.
(722 palabras aprox.)
El mito pertenece a varias culturas, así que no se sabe con claridad.
Puede ser mexica, azteca o nahua, ya que fueron las civilizaciones que se nombraron en todas las páginas que investigue.
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