14
Abrió suavemente los ojos al despertar, y un leve estiramiento recorrió su cuerpo con tranquilidad. Había despertado hace apenas unos segundos.
Se sentía mejor que ayer, incluso más renovado. Dormir entre cobijas calientes, abrazado por el cuerpo de alguien, había sido un alivio, un pequeño consuelo después de todo lo que sucedió. Había logrado desconectarse, al menos un poco, de lo que sucedió en el hospital.
Casi.
Porque la pesadilla seguía acechando en su mente, dándole vueltas, sin descanso.
No fue capaz de explicarle a Cellbit el porqué de su llanto ni las preguntas extrañas que había hecho el día anterior. Tal vez no lo haría. A veces, no se sentía con fuerzas para enfrentarse a sí mismo, mucho menos a las explicaciones.
Escuchó el llamado de su esposo desde la planta baja, rompiendo el silencio en el que se encontraba sumido.
—¡Guapito! ¡Ven! ¡Hice el desayuno!
Roier talló sus ojos cansados con las palmas de sus manos y suspiró levemente. El aroma del desayuno le hizo rugir el estómago, recordándole que debía comer.
—¡Voy!—gritó hacia abajo, levantándose de la cama con pereza, sin muchas ganas de moverse, pero lo hacía. La necesidad de normalidad lo empujaba a seguir adelante.
Dio pasos lentos hasta la entrada del baño, cerrando la puerta tras él. Allí, hizo sus necesidades, se lavó la cara y permaneció unos segundos frente al espejo, observando su reflejo.
Los ojos enrojecidos por el llanto, las ojeras profundas, el rostro demacrado.
¿Era tan horrible por fuera como se sentía por dentro?
Ya ni siquiera sabía quién era. En el pasado, habría preferido matarse a sí mismo antes que hacerle daño a alguien cercano. Pero esa noche, la idea de matar a una persona que de alguna forma había intentado ayudarlo... le pareció tan clara, tan inevitable. Se le hacía tan fácil pensar en la muerte, en lo que él podría hacer por supervivencia.
Antes de que pudiera seguir profundizando en sus propios pensamientos, una figura apareció frente a él en el reflejo del espejo. El rostro de Spreen lo observaba desde allí.
El terror se apoderó de él, y, sin pensarlo, salió corriendo del baño y bajó a la cocina, con el corazón acelerado y las manos temblorosas.
Al llegar, Cellbit lo saludó con una sonrisa.
—Hey, Cellbit. —le dijo mientras se sentaba.
—Buenos días, guapito.—Cellbit respondió con una sonrisa amable, sin sospechar nada extraño.
Frente a ellos, el desayuno estaba listo: huevos revueltos, hotcakes y jugo de naranja. Se sirvieron en silencio, un silencio extrañamente cómodo, como si nada fuera más importante que la simple acción de comer.
Roier, sin embargo, no podía concentrarse en la comida. Algo seguía rondando en su cabeza.
—Oye.—Roier interrumpió el silencio, dejando el tenedor a un lado.— ¿Recuerdas lo que me dijiste ayer sobre asesinar a quien yo te diga?
Cellbit lo miró de inmediato, captando la seriedad en su voz.
—Sí, ¿por qué?
Roier hizo una pausa. No estaba seguro de cómo continuar, de qué tan lejos debía llegar con sus palabras.
—Tuve un sueño. Alguien cercano a mí descubría un secreto.
Un pequeño silencio se formó, pero Cellbit no presionó. En lugar de eso, siguió comiendo mientras prestaba atención a lo que Roier quería decir.
—Si eso sucediera... ¿matarías a esa persona cercana a mí? ¿O te detendrías si te lo pido?
El peso de la pregunta llenó el aire, y Roier pudo ver cómo Cellbit lo observaba con más intensidad, sin decir palabra alguna. El silencio se alargó entre ellos.
Finalmente, Cellbit suspiró, su mirada fija en su plato, pero su voz tembló ligeramente cuando respondió.
—No lo sé. —dijo en voz baja.— Tal vez sí lo haría.
Roier se quedó en silencio. Aquella respuesta lo golpeó de manera inesperada, y el miedo comenzó a brotar en su pecho. Pero no podía hablar más. No en ese momento.
Cellbit no lo miraba, pero sus ojos regresaron a su comida, como si la conversación hubiera terminado. Sin embargo, Roier notaba la duda, el espacio vacío entre ellos.
—No hay nada que me ocultes, ¿verdad? —Cellbit preguntó, como si quisiera asegurarse de algo más.
Nada que ocultar, pensó Roier. Nada más que ese secreto en su mente, nada más que el peso de la decisión que ya había tomado.
—No. Fue un sueño... solo un sueño.
El brasileño no insistió. Pero las palabras se quedaron flotando entre ellos, como un recuerdo lejano, una sombra que tal vez nunca se disiparía.
Después de aquel desayuno pudo tomarse la oportunidad de escabullirse de la casa.
Le mencionó a su esposo qué daría un pequeño paseo para tomar aire, más aliviado de que Cellbit confiara en él.
¿Seguiría confiando en él sí supiera que aún ronda en su mente la opción de escapar tras asesinar a Luzu? Se lo comenzaba a cuestionar seriamente. Sin embargo, no quería darle más vueltas al asunto, necesitaba recoger las nuevas medicinas qué Luzu le había recetado y tenía que ir por ellas hoy mismo.
¡Era sencillo! No demoraría más de veinte minutos en ir y regresar.
Menos de un parpadeo, se hallaba ahí. Como ya tenía una cita previa con su doctor, no se molestó en avisarle a las recepcionistas su llegada, colandose como si nada dentro del hospital.
Caminó apenas unos pasos hasta llegar frente a la oficina de Luzu, misma que se encontraba cerrada frente a él. Suponía que su doctor no se enojaría por haber llegado sin avisar a las recepcionistas y tocar la puerta, así que empuñó una mano acercándola a la puerta para tocar.
Sin embargo, se detuvo.
Pudo jurar haber escuchado la voz de Wilbur detrás de aquella puerta.
Detuvo cualquiera de sus movimientos anteriores por tocar la puerta o llamar la atención, acercándose discretamente para escuchar lo que más pudiera de aquella conversación sucediendo dentro.
—Creo que ambos son culpables.—escuchó la voz de su doctor.
—¿Ambos?.—preguntó el detective.
—Si, tanto Roier como Cellbit.
Apretó sus puños con fuerza, cerrando ligeramente sus ojos para poder procesar lo qué estaba escuchando.
—En realidad doctor, he descartado al señor Roier de la investigación.—mencionó Wilbur.
Aquello hizo qué volviera a abrir sus ojos con completa sorpresa.
¿Qué?
—¿Qué?
Exactamente, ¿qué?
—Si, suena loco, yo sé.—respondió el detective.— Pero no he encontrado nada para inculpar al señor Roier.
No podía creer lo que estaba escuchando.
Bueno o malo, ni siquiera lo sabía.
Tal vez él podría estar limpio del caso sin saber el porqué exactamente, sin embargo, su esposo no estaba ni de cerca de ser alejado de la investigación y lo sabía.
—¿Qué hay del señor Cellbit?
—Mire, en realidad no puedo compartir muchos detalles con usted.
—¡Lo sé! Pero, realmente me preocupa mucho esta situación.
—No creo qué hay algo que yo pueda hacer por usted, doctor.
—... ¿Y si le ayudo con su investigación?
No sólo sentía la traición corriendo por sus venas.
También la enorme preocupación de lo que estuviera a punto de pasar, siquiera de lo que fuera a escuchar llegado a ese punto.
—No lo sé... ¿Qué sugiere exactamente?
—Un estudio psicológico para Cellbit.
¡Mierda!
—Podría ser de ayuda, aunque, necesitaría reunir más pruebas si usted jura que Cellbit es el culpable.
»Ring, ring, ring« un molesto y estruendoso ruido sonaba directamente de su teléfono.
Con el miedo carcomiendo su sistema intentó sacar su celular lo más rápido posible para apagarlo, sin embargo, falló rotundamente.
—¿Roier? ¿Qué haces aquí?—la voz de Luzu lo llamaba tras abrir la puerta frente a él.
—¡Ah! ¡Doctor!—Roier sonrió con la mejor cautela posible, cubriendo sus manos temblorosas detrás de su espalda una vez apagó su teléfono.— ¡Lo lamento! Apenas acabo de llegar.
—¿No le avisaste a las recepcionistas? Debiste de hacerlo.—mencionó Luzu ligeramente confundido.
—¡No, perdón! Fue mi error.—el mexicano continuó con su sonrisa, volteando a ver directamente al detective dentro de la oficina.— Señor Wilbur, lamento interrumpirlo.
Observó al más alto dentro de la oficina negar sin mencionar nada, más que un:
—No se preocupe, ya terminamos aquí.
Y con ello, la extraña reunión acabó.
El detective salió de aquella oficina, dejando a ambos castaños en solitario. Por supuesto, no demoraron demasiado en aquella consulta debido a que Luzu le explicaba a Roier cómo funcionarían los nuevos medicamentos.
No obstante, Roier no se podía concentrar.
A decir verdad; desconocía si era por las explicaciones de los medicamentos, la conversación de hace unos momentos o el sonido de llamadas de su celular.
—Roier, ¿te importaría?—preguntó el doctor mientras señalaba el celular del menor.
—Perdón...—murmuró el mexicano mientras sacaba el celular de su bolsillo.
Tan nervioso se encontraba qué ni se molestó en observar el nombre del contacto, así que contestó. Pensaba acabar con la llamada lo más rápido posible, terminar la consulta e ir a casa a cuestionarse sobre que haría con la nueva traición.
No se sentía capaz de mirar a los ojos a Luzu.
Tal vez no quería volver a mirarlo.
—¿Bueno?—pegó el teléfono a su oído.
De inmediato tuvo una respuesta.
—¡Hey, Roier!
Una voz.
Una maldita voz tan conocida.
Tan familiar.
—¿Quackity?
Escuchó algunas risas del otro lado de la línea.
—¡Él mismo!—habló el chico del otro lado de la línea con emoción.— Perdóname si te molesté, pero, necesitaba hablar contigo para ponernos de acuerdo.
—¿De acuerdo?—con confusión el castaño le preguntó.
—¡Si! Sobre recogerme en el aeropuerto.
Oh.
Lo había olvidado por completo y no podía estar más jodido. Excepto que si, en realidad si podía, porque tenía el maldito tiempo en contra.
Quackity llegaba al pueblo en dos semanas.
Nota antigua:
Bueno, ya fue mucho relleno. Ya tocaba algo medio cardíaco, ¿no?
¡Pero no se esponjen! Aún falta para que aparezca Quackity, al menos, un poquito. Les prometo que si pueden respirar, por ahora-
Un poquito más de "relleno" por aquí y por allá, ustedes tranqui, yo nerviosa.
Queda tantito guapoduo con capítulos de amor y rosas... Más o menos.
En fin, ¡nos vemos en la siguiente!
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