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Capítulo 7

Febrero de 2021

Martes, 23 de febrero

Jennie dejó de escribir y se apartó del escritorio. Inclinó la cabeza en gesto pensativo mientras leía lo último que había escrito. No era su diario personal, aunque sus observaciones personales impregnaban el escrito. Ya las quitaría después... O no. Eso dependería del tipo que fueran y de lo que aportaran o no a la historia. De todas formas, lo que estaba escribiendo era notas sueltas de su "sujeto de estudio". Aunque para ser sólo notas ya llenaban tres carpetas bastante pesadas.

La escritora tenía que admitir que su primer mes como biógrafa de Roseanne había sido como una imagen borrosa. Un torbellino de actividad y movimiento, reuniones y compromisos, tratos y sacrificios.

Le había costado 29 días acostumbrarse a levantarse a las cinco de la mañana para empezar el día con Roseanne. Jennie se quejó bastante cuando descubrió que los lunes, miércoles y viernes, la Presidenta y un grupo de agentes del Servicio secreto se iban a hacer footing. Sonrió para sí misma y empezó a recordar algunos momentos. No era del todo verdad, ellos no hacían footing. Corrían a toda velocidad tres millas como si les ardieran los pies. Su presencia presionó al grupo a reducir un poco la marcha, y Jennie ya conocía a Roseanne lo suficiente como para saber que eso era cosa suya.

La Presidenta abordaba sus deberes con la misma concentrada intensidad con la que hacía todo. Roseanne trabajaba duro. No le importaba mantener alguna conversación interesante mientras hacía su trabajo, lo cual ayudó bastante a Jennie, ya que gracias a eso podía ser atendida frecuentemente por la Presidenta. Roseanne, no estaba por la labor de frenar un poco el ritmo y eso hizo que Jennie se empeñara en no decaer. Después de la primera semana de trabajo Jennie dejó de desear que Roseanne estuviera muerta, para desear que fuera ella misma quien lo estuviera. Pero entonces su cuerpo empezó a aceptar esta nueva demanda.

Los martes, jueves y sábados, Roseanne hacía ejercicio en el gimnasio privado de la Casa Blanca durante una hora y media, lo cual Jennie encontraba mucho más soportable que correr. En este aspecto incluso había enseñado a la Presidenta un ejercicio o dos. El domingo era el "día de la familia", y Roseanne " la no perezosa" (Jennie subrayó estas palabras, dibujando en su cara una diabólica sonrisa) no hacía ejercicio, oficialmente. Sin embargo hay que decir que la mujer hacía más deporte ese día que cualquier otro, porque siempre daba el día libre a Jihyo y le tocaba encargarse a ella sola de Somi, Félix y Soobin.

Roseanne incluso dormía hasta las siete y medio u ocho los domingos, a no ser que algo importante requiriera su atención. Lo cual había pasado durante los cuatro sábados sucesivos. Pero en defensa de Roseanne hay que decir, que se ocupaba de esos asuntos antes de que los niños se levantaran o después de acostarlos.

La escritora había descubierto rápidamente que Roseanne estaba siempre trabajando, incluso cuando no lo estaba. Y cuando Jennie podía volver a su habitación y caer agotada sobre la cama, Roseanne seguía ocupada con una serie de reuniones o llamadas que nunca acababan. Muchas noches Jennie oía desde su cama los pasos de Roseanne retirándose a su habitación bastante después de las doce de la noche. Privadamente se preguntaba si alguien podría llevar ese ritmo de vida.

Pero a pesar de lo que ella había decidido llamar "el rollo" había también un montón de momentos placenteros que tenía en su mente y la hacían sonreír con sólo recordarlos. Había conocido a la Roseanne no presidenta, alejada de la Casa Blanca.

Jennie tuvo una grata sorpresa cuando viajó con Roseanne en la comitiva presidencial. La sorpresa no se la produjo la comitiva en sí. Bueno, de acuerdo, admitió para sí misma, es una gran experiencia sentir como el mundo entero gira alrededor de ti. Pero lo que fue incluso mejor, fue la oportunidad de tener unos minutos a solas con Roseanne. Y, aunque no estaba segura, parecía que Roseanne se sentía igual que ella. La mujer rubia sonreía abiertamente mientras se dirigían hacia el coche que las esperaba.

Era en momentos como estos, solas en el asiento trasero de la limusina de Roseanne, cuando ellas disfrutaban de las mejores conversaciones. En el pasado, Jennie siempre preparaba preguntas que anotaba en un cuaderno para hacerles a sus biografiados. Ahora, con Roseanne, esto no le importaba. La presidenta siempre estaba deseosa de hablar. Era sincera y divertida. Jennie no estaba segura de cómo había pasado pero un día se escuchó a sí misma riéndose y contándole a Roseanne sobre sus días de instituto. Había olvidado por completo su afán de investigación a la sombra de las risas y la camaradería.

Se estaban convirtiendo en amigas, Jennie podía sentirlo. Y, mientras profesionalmente estaba segura de que era una mala idea, personalmente, no podía encontrar ni un mínimo de voluntad para luchar contra eso. Le gustaba Roseanne Park y cuanto más la conocía, más la quería conocer.

El tiempo que no ocupaba siguiendo a Roseanne como un perrito faldero, lo ocupaba en investigar sobre el árbol genealógico de esta. Para ello consultó a varios genealogistas famosos e incluso a geógrafo cultural. Aunque el linaje de Roseanne no iba a ser el foco central de la biografía, muchos lectores solían apreciar que empezaras por el principio. No obstante, Jennie no iba a ceñirse a una escritura cronológica, se centraría en el presente y aportaría datos e información de todo tipo que finalmente retratarían perfectamente a la Presidenta de América, una mujer única.

Jennie había descubierto un rastro interesante que requería un poco de interés. Todas las evidencias parecían apuntar al hecho de que el re-tatarabuelo de Roseanne era un Nativo Americano, Chipewa para ser precisa, y la escritora sospechaba que Roseanne podía haber heredado su estructura ósea, de esa parte de la familia. Parecía ser que esta información nunca había salido a la luz porque, a principios de 1800, la familia Park había ascendido socialmente, y durante el siglo XIX, tener un amante indio era algo que nadie con privilegios habría admitido nunca.

Jennie pasó la página de su cuaderno. Dejó caer el boli cuando observó sus nuevas fotos. Una en particular captó especialmente su atención y la sacó de la funda.

Era de Roseanne y los niños, tirados por el suelo de la sala de estar de la residencia. Roseanne sostenía un libro que le tapaba la cara, y los niños estaban sobre ella. Cada uno tenía su cabeza apoyada en una parte distinta de su cuerpo. Les estaba contando un cuento de hadas. Ella había sido invitada a pasar la tarde con la familia y recordaba como ella había disfrutado de la historia casi tanto como los niños. Roseanne parecía más joven, su cara más relajada y más feliz. Su cabello castaño descansaba alborotado sobre la alfombra, y sus ojos chocolate se fijaban alegremente sobre las sombras creadas por el fuego de la chimenea. La escritora suspiró sonoramente mientras estudiaba la foto con atención deteniéndose especialmente en la cara de Roseanne. Tiene unos ojos y unos labios tan interesantes, tan expresivos...

Era una foto bonita. Un retrato de felicidad doméstica que a Jennie le era tan ajeno como confortable. Gran parte de su niñez había sido mediocre. Aunque no se había sentido querida, tampoco se había sentido despreciada. Lo que podía definir su niñez era más bien la indiferencia.

Sus padres estaban tan atrapados en sus roles de "proveedor" y "ama de casa" que nunca se habían apeado de esa rutina interminable. Ellos habían aceptado su lugar en el mundo con tanta estoicidad que no se habían parado a pensar en su felicidad o en la de aquellos que los rodeaban.

Los sueños de Jennie de viajar y estudiar nunca habían sido alentados, pero tampoco frenados. Aprendió muy pronto que esperaban que ella se buscase la vida sola, desprovista del apoyo y el cariño familiar. A pesar de todo eso ella los quería, y sentía recíproco ese sentimiento, aunque no fuera mediante palabras.

Había momentos esporádicos de dureza y severidad en su juventud, pero ella no solía pensar en eso. Había crecido y lo había superado, reduciendo el contacto con sus padres a una llamada de teléfono mensual y unas cortas visitas cada vacación. Jennie miró la foto otra vez y una agridulce sonrisa se dibujó en su cara durante leves instantes, después desapareció completamente. No. Su niñez no había sido ni parecida a esa.

Comparó la foto de su mano con otras en las que Roseanne estaba en su papel de Jefa Ejecutiva, exudando poder, intelecto y determinación por todos los poros de su piel. Jennie sonrió asombrada. Cada foto representaba perfectamente aspectos distintos de la personalidad de Roseanne. Nunca estaba metida en un papel o fuera de él, todos esos aspectos eran ella, no fingía.

Al principio, cuatros años estudiando la vida de Roseanne parecía más una sentencia de castigo que una oportunidad.

Ahora Jennie se preguntaba si cuatro años serían suficiente.

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