Capítulo 5
Roseanne se había acostumbrado al grupo de gente que siempre parecía estar detrás de ella donde quiera que estuviera. Era como ser Gobernadora pero elevado a la décima potencia. Afortunadamente, hacía tiempo que había aprendido a escuchar a varias personas a la vez. Ahora, si alguien pudiera conseguirme un plato de ternera con maíz y centeno sin tener que volver de Ohio después, sería una mujer feliz.
—Tienes una reunión con la Secretaria de Energía a las tres y media —le dijo Chou Tzuyu, su nueva secretaria, mientras le daba otra carpeta.
Tzuyu era joven y un poco más baja que Roseanne. Era delgada, tenía el pelo castaño y rizado y unas encías que dejaba ver demasiado cuando sonreía. Ella estaba salvando la vida de Roseanne llevándola al sitio donde tenía que estar con bastante puntualidad.
Roseanne había aprendido a no llevar reloj al principio de su carrera política. La gente se sentía incomoda ante el gesto de mirar continuamente el reloj, lo que se solía hacer bastante a menudo cuando se llevaba uno.
—¿Qué hora es? —Roseanne miró la puerta del Despacho Oval, la cual parecía hacerse más grande a cada paso. Esperaba poder llegar dentro antes de que alguien declarara una guerra.
—La una y cuarto, Sra. Presidenta.
—Recuérdame lo de la cita a las tres y cuarto.
—Sí, señora. Tiene una cita ahora también. Con Jennie Kim.
La Presidenta se paró repentinamente girando sobre sus talones para ver a la joven muchacha que casi choca contra ella.
—¿Es hoy?
—Sí, señora. Fue fijada para la una en punto.
Roseanne hizo una mueca, y de pronto se interesó mucho por su aspecto.
—Maldita sea —se observó rápidamente estirando la chaqueta y abrochándose unos bonitos botones de ébano— ¿Cómo estoy? ¿Estoy bien?
La mente de la joven mujer se sorprendió ante el repentino cambio de tema.
—Umm... Por supuesto —afirmó— Quiero decir... Sí, señora. Está bien.
—De acuerdo —le devolvió las carpetas a Tzuyu y después se metió las manos en los bolsillos, reprendiéndose a sí misma por su nerviosismo— ¿Cuánto tiempo tengo aún para la reunión?
—Media hora, señora.
Roseanne se mordió el labio. Eso no iba a ser suficiente.
—Retrásalo todo un poco y dame una hora para esto. Voy a necesitarla.
—Sí, señora —Tzuyu abrió su cuaderno de notas. Este era sólo su segundo día, y ya se había dado cuenta que la Presidenta iba a necesitar en su agenda tiempo muerto para poder aplicarlo a lo que más falta hiciera— Eso significa que no volverá a la residencia hasta un poco después de las siete y media.
—Si tengo suerte —añadió mientras se paraba frente a la puerta de su despacho y esperaba a que un hombre vestido inmaculadamente la dejara entrar.
Ella se preguntó si alguna vez se acostumbraría a la gente cuyo único trabajo parecía ser abrirle las puertas. Muy bien, no hay nada por lo que estar nerviosa. Respetas su trabajo. Está bien... Te encanta su trabajo. ¿Y qué? Ya has conocido a gente triunfadora antes. Roseanne soltó un suspiro. Era experta en esconder cómo se sentía.
—Estaré lista para irnos en una hora —se volvió y cogió a Tzuyu del brazo— Hazme un favor y tráeme un sándwich de ternera ¿vale? La comida que nos han servido allá no era ni siquiera comestible...
—Ahora mismo ¿Y qué hay sobre...? —Tzuyu señaló hacia la puerta.
—Oh, sí ¿Dónde están mis modales? Espera un momento —Roseanne cuadró sus hombros y entró al Despacho Oval, dejando de lado la inmediata emoción que sintió al entrar en la habitación. Eso sucedió cuando la mujer vio por primera vez a Jennie Kim. Wow. Guapa es poco. Roseanne mentalmente corrigió su valoración de Jennie, basada en las fotos. Preciosa.
Roseanne carraspeó y la escritora se giró, clavando unos hermosos ojos marrones en la cara de Roseanne. Los labios de esta enseguida dibujaron una sonrisa, y saludó a Jennie calurosamente.
—Hola. He estado deseando conocerte durante mucho tiempo. Estaré enseguida contigo, te lo prometo. Sólo me estoy asegurando de tener el suficiente sustento para no desmayarme —paró de hablar y tomó aire.
De acuerdo. Yo, normalmente, no hablo tan rápido.
—¿Te apetece un sándwich?
Jennie, prácticamente, dio un salto. No había oído entrar a la Presidenta Park. Sólo le llevó dos segundos romper el protocolo de la Casa Blanca.
—¡Hola! —dios, la televisión no le hace justicia.
Roseanne vestía unos modernos pantalones anchos de lana de color verde oscuro. Debajo de la chaqueta, que le hacía juego con el pantalón, llevaba un elegante jersey de cuello vuelto de color gris metálico que resaltaba la musculosa complexión de Roseanne y su brillante cabello rubio.
Tenía el cuerpo de una corredora, largo y delgado, con unas piernas interminables. Los ojos de Jennie se abrieron más cuando se dio cuenta de que no había escuchado nada después del "hola". Su mente no paraba ni un minuto. ¡Mierda! ¡Sé que sus labios se estaban moviendo!
Roseanne se extrañó ante la repentina confusión que observó en la colorada cara de la joven mujer.
—¿Un sándwich? —apuntó indecisa.
De acuerdo. Eso era.
—No, gracias, Sra. Presidenta. Ya he comido —los pocos bocados que las mariposas del tamaño de murciélago que había en mi estómago me han permitido.
—¿Le importaría si me doy el gusto? La NRA ha fallado en su intento de envenenarme en la comida, y estoy...
—Por supuesto, Señora Presidenta —Jennie sonrió y se colocó un mechón castaño detrás de la oreja. Se quitó las gafas y empezó a morderlas ausentemente cuando Roseanne se dio la vuelta.
Igual que Félix, pensó la Presidenta. El chico siempre estaba jugueteando con sus gafas. Roseanne sonrió otra vez. Le gustaría saber que alguien más las llevaba. Las gafas eran inusuales en estos tiempos y sabía que Félix odiaba levarlas, a pesar del hecho de que estas corregirían su astigmatismo. Esta era la razón por la que tendría que llevarlas al menos unos años más.
—Gracias —dijo Roseanne, suspirando aliviada. ¡Sí! No está enfada porque haya llegado tarde— Le juro que volveré enseguida —con eso Roseanne salió del despacho y cerró la puerta tras ella— Un sándwich y una hora —le dijo a Tzuyu, la cual estaba explicando algo del Protocolo de la Casa Blanca a Miyeon, la secretaria de Roseanne. La Presidenta saludó a Miyeon y recibió una simpática sonrisa como contestación.
—Un sándwich y 56 minutos —le sonrió Tzuyu mientras tapaba su cara con su reloj de pulsera.
Roseanne arqueó una ceja, contenta, y un poco sorprendida de que la mujer estuviera más tranquila que ella. Todo el mundo había empezado esta nueva administración de un modo demasiado formal, y aunque era lo esperado y lo apropiado, no estaba haciendo que se sintiera cómoda.
—De acuerdo. Gracias —Roseanne volvió a entrar en el despacho. Inclinó los hombros sobre la puerta para cerrarla, sus ojos se cerraron y exhaló profundamente. El suspiro se convirtió en un alegre gruñido cuando la pesada puerta se cerró, aislándola del resto del mundo durante 55 minutos.
Jennie, que estaba apoyada en el respaldo de uno de los sillones de cuero que había en el centro de la habitación, parecía divertida. Sus manos descansaban en el respaldo del sillón y parecía como si estuviera intentando aguantarse la risa.
Roseanne permaneció de pie, intentando recobrar al menos un poco de su actitud presidencial. Pero una mirada a unos comprensivos e indulgentes ojos hicieron que se rindiera en el instante, sonriendo mientras se apoyaba en la puerta.
—Te propongo una cosa. Vamos a hacer un trato. Tú me dejas ser yo misma cuando estemos solas y podremos superar los próximos cuatro años sin volvernos locas —sonrió ante los interesados ojos de Jennie— Además, si voy a ser la Presidenta de los Estados Unidos todo el tiempo, el libro va a ser un asco, y las dos lo sabemos.
—Trato hecho —Jennie estaba sonriendo, pero su sonrisa se desvaneció enseguida— ¿Es lo mismo, "tú" siendo "tú" que "off—the—record"? —oh, Dios. Aquí viene. La biógrafa enseguida se reprendió por no haber hecho caso a sus primeros instintos y rechazar esta oferta.
Roseanne se alejó de la puerta. Se dirigió al sofá de cuero que había al lado de Jennie y se dejó caer en él.
—Nop —respondió despreocupadamente, haciéndole un gesto a Jennie para que tomara asiento— Lo bueno, lo malo, lo desagradable de mi vida es un libro abierto para ti, Srta. Kim —inesperadamente la voz de la presidenta se volvió seria y dirigió una mirada a la escritora; una mirada que le hizo inclinarse mientras escuchaba— Mis hijos, sin embargo...
—No tiene que preocuparse sobre eso, Sra. Presidenta —la interrumpió Jennie urgentemente— Yo nunca invadiría su espacio. Dentro de lo que concierne a su biografía, ellos son sólo una pieza relevante en la medida en que ellos la afecten a usted.
Roseanne la miró curiosamente y soltó una tímida carcajada.
—Bueno, ellos me afectan en todo.
Jennie estaba a punto de discrepar, pero se detuvo. Cállate Jennie. Tú no tienes niños. Bueno, al menos niños de los que no beben agua del váter. Nada de suposiciones ¿Recuerdas?
La primera biografía de la escritora había sido la de Kate Campos, la estrella de los Juegos Olímpicos de 2016, la cual había nacido en Harlem y era adicta a la cocaína. Fue relanzada como la Wilma Rudolph del siglo XXI y terminó ganando siete medallas de oro, a pesar de las discapacidades físicas con las que había nacido. Kate era soltera y no tenía hijos.
La segunda biografía de Jennie había sido la de Jacob Brown, el mega—idiota que había arruinado el imperio Microsoft con su nuevo sistema operativo. Podía manejarlo todo, desde un ordenador personal hasta la más amplia red global. No sólo era soltero y sin hijos, sino que además Jennie estaba completamente segura de que nunca había practicado sexo. Al menos con otro ser humano. Pero al fin y al cabo eso no lo incluyó en la biografía porque se dio cuenta que cualquier persona podía saber eso con sólo mirarlo o escucharlo.
Y, finalmente, su más reciente biografía fue la del Cardenal Kim. Aunque ella estaba segura de que su secretario personal, Kim Seokjin, tenía una muy cercana relación personal con el cardenal... Ella no podía afirmar que éste tuviera ningún hijo. Por eso, ¿cómo podría ella saber la manera en que afectaban sus hijos a la Presidenta?
—Permítame explicarme mejor... —intentó de nuevo Jennie. Su tono era un poco más serio que el de Roseanne, pero inconscientemente su gesto se había suavizado— Puede confiar en mí a la hora de decidir qué es privado en la vida de sus hijos... Y qué podría hacerles daños. Se lo prometo.
Roseanne asintió.
—Si no estuviera segura de eso, no estarías aquí Srta. Kim. No me arriesgo con el bienestar de mis pequeños.
Jennie sonrió agradablemente, ligeramente sorprendida por la elección de palabras de la Presidenta. "Mis pequeños"... Tan personal. Maternal, Por algún motivo, no pensó que ella sería así.
—Pero me encantaría que pudiera estar relajada y ser usted misma conmigo, a pesar de mi trabajo —se dirigió a la mujer que estaba cómodamente sentada enfrente de ella, de una manera que bordeaba la sensualidad— Sé lo difícil que eso será para usted —añadió amablemente.
Roseanne se río, alegre de que su nerviosismo no se estuviera notando.
—Bien, porque así —estiró la mano sobre su abdomen y, como si fuera el momento apropiado, bostezó ferozmente— Soy yo... Cansada, hambrienta —apuntó a varios relojes colgados en la pared, mientras intentaba encontrar la correcta zona horaria— Y un poco impuntual.
Es habladora. ¡Gracias, Dios!
—Realmente quería causarte una buena primera impresión. Pero al llegar tarde se estropeó esa idea...
¿Quería impresionarme a mí? Movió la cabeza ligeramente hacia un lado a la vez que pensaba sobre la líder del mundo libre con una creciente curiosidad.
—Algunos pensarían eso, pero yo no sería una de ellos. Me diste una maravillosa primera impresión, Presidenta Roseanne Park. Pero seguro que ya lo sabías.
—Entonces supongo que lo único que puedo hacer es decir lo siento, y esperar que puedas perdonarme —la imagen de unos dientes blancos devolvió la vida a la cara de Roseanne.
La mente de la escritora no paraba, intentaba tejer un tapiz de palabras que describieran a Roseanne. Y no había ninguna que Jennie pudiera usar para referirse y retratar a la Presidenta Park. Carisma.
—Creo que bajo estas circunstancias puedo perdonarla, Sra. Presidenta...
—Gracias —la mujer alta se revolvió un poco en el pequeño sofá y se inclinó hacia delante. Sus manos descansaban sobre sus muslos con los dedos entrelazados. Lo que quería hacer era preguntarle a la escritora por algo de su trabajo, especialmente por unas cuantas obras que había escrito bajo el pseudónimo de Jennie Addams.
Pero no era la hora de comportarse como una fan loca. Había todavía un problema que solucionar y que Roseanne había dejado para su encuentro cara a cara. Algo que ella esperaba que diera a su biografía un toque de intimidad y candor que echó en falta en muchas otras. Tan sólo tienes que preguntarle Roseanne. Lo peor que puede decir es que no. Bueno, eso no es del todo verdad. Se podría reír, acusarte de estar loca y querer empequeñecer su trabajo y después decirte que no.
—¿Has llegado a la ciudad esta mañana? —terminó preguntando casualmente.
Jennie negó con la cabeza.
—Anoche. El Partido de Emancipación me ha puesto una habitación en el Hotel Ro-Suite.
—¿Y es bonita tu habitación? ¿Quiero decir que si te gusta estar allí?
Una tímida sonrisa intentó dibujarse en los labios de Jennie, pero sintió un atisbo de preocupación en su estómago. ¿A dónde quiere llegar con esto?
—Bueno, es de estilo renacentista italiano. No es un motel, pero creo que me acostumbraré —bromeó.
—Bien... Bien —Roseanne, no pilló el chiste. Estaba demasiado preocupada por lo que estaba a punto de proponer— Yo, um... Bueno, de hecho, tenía algo más cercano en mente. Quiero decir, que, si vas a seguirme en todo momento, deberías estar más cerca —eso estuvo brillante.
Unos sorprendidos ojos se abrieron como platos.
—El Ro-Suite está a menos de tres manzanas de aquí. Un poco más cerca y estaría viviendo en su bolsillo de atrás.
—Hmmm... Es verdad... —cállate Roseanne. Dios, no la asustes ahora—Bueno, quizás no en mi bolsillo de atrás, pero ¿Qué le parece en la residencia conmigo y mi familia?
La boca de Jennie se abrió involuntariamente.
—¿Dentro de la Casa Blanca?
Roseanne sonrió.
—He descubierto que dentro de la Casa Blanca se está mucho más cómodo que fuera. Los bancos del parque de ahí afuera apestan —cuando Jennie no contestó, Roseanne siguió presionando— Mira, si de verdad quieres conocerme y entender lo que hago, vas a tener que acompañarme todo el tiempo. Y no puedes hacer eso muy bien desde el Hotel Ro-Suite. Yo no tengo un horario muy regular. Y, simplemente, no hay suficiente tiempo durante el día para muchas entrevistas personales... —y, aunque eso era verdad, Roseanne sabía que si Jennie se lo pedía, ella haría tiempo para ella cuando quisiera.
—Yo, mmmm. Sra. Presidenta, no sé qué decir —admitió con sinceridad. Seguramente eso haría las cosas más interesantes, pero Jennie sabía que necesitaba privacidad. No estaba segura de que pudiera aguantar vivir en algo más parecido a una pecera de lo que estaba acostumbrada.
—Vivir aquí es el único modo de conocer realmente lo que hago —dijo razonablemente— No es necesario que sea así durante los cuatro años. Sólo hasta que sientas que tienes suficientes conocimientos sobre mi vida en el día a día. Vamos Jennie, di que sí —la escritora había empezado a mecerse suavemente, y Roseanne sabía que lo estaba considerando. Continuó para rematar la faena— Quiero una precisa y sincera crónica de primera mano del trabajo de la primera mujer Presidenta de los Estados Unidos. No me tomo mi deber a la ligera, Srta. Kim. La forma más sencilla para mí de darle completo acceso es tenerla al lado. No quiero correr riesgos.
—¿De verdad desea eso? —preguntó curiosamente. Darle el control editorial del libro era un riesgo enorme, y ella lo sabía.
Unos ojos chocolate se detuvieron en los de Jennie con una casi dolorosa honestidad.
—Sí, lo deseo realmente.
Jennie encontró difícil desconfiar de las palabras de la Presidenta. Maldita sea. Seguro que eso le viene por su profesión. Pero una pequeña parte de la escritora encontraba esta oportunidad demasiado buena para ser verdad.
—¿Y nadie va a susurrarme al oído lo que escribir?
La Presidenta sonrió. No te metas en eso, Roseanne. Mantén tu boca cerrada.
—Te prometo que no te censuraré nada de lo que escribas. Y una vez el libro esté acabado, siempre y cuando nada concierna a la seguridad nacional, no te pediré que hagas ningún cambio. Puede que haya alguien que te haga peticiones... Pero puedes hacer con ellas lo que quieras.
—¿Me garantizas eso?
—Al cien por cien —a Roseanne no se le había pasado que Jennie no había aceptado todavía la oferta de mudarse a la residencia. Pero estaba pensando sobre ello. Y algo dentro de la Presidenta le decía que a esta mujer no le gustaba ser presionada.
Tocaron ligeramente a la puerta y Roseanne apartó la mirada de su invitada.
—Adelante.
Una mesa de servicio para dos fue introducida y rápidamente preparada.
—¿Algo más, Sra. Presidenta? —le preguntó un joven y rubio camarero.
—No. Ya está todo —Roseanne miró a Tzuyu, la cual estaba sonriendo. Era obvio que la asistenta había ordenado comida para dos. La Presidenta le devolvió la sonrisa y le guiñó el ojo. Ella asintió y el pequeño comité abandonó la habitación dejándolas solas de nuevo.
—¿Estás segura de que no quieres acompañarme? Por lo que veo que mi petición de un sándwich fue completamente ignorada —se rió— Hay suficiente. Todo el mundo ha estado intentando hincharme estos días.
Roseanne dio un gran bocado y suspiró de placer.
Jennie suspiró hastiada.
—Bueno, si insiste.
Roseanne cogió otro sándwich y le dio otro bocado. El olor a ternera con maíz le llegó hasta la nariz.
—Tzuyu se ha ganado un aumento de sueldo. Estoy en el cielo.
La escritora mordió el sándwich, e inmediatamente imitó la reacción de Roseanne.
—Oh, dios —murmuró, lamiéndose las presillas de los labios— Esto está muy bueno.
Su mente le informó que vivir en la Casa Blanca le daría acceso a la Presidenta, pero crearía un caos en su intento de mantener una distancia profesional con el sujeto. Le dijo a su mente que se callara. Levantó de nuevo el sándwich.
—¿Tendré más de estos si digo que sí?
Roseanne paro de masticar de golpe y levantó la vista de su plato.
—Tantos como quieras —le prometió.
Jennie cogió su servilleta y la extendió sobre sus rodillas.
—Entonces prepáreme una habitación Sra. Presidenta. Me parece que va a tener invitada para rato.
—¡Excelente! —la sincera alegría de Roseanne estaba escrita en su cara— Y mi nombre es Roseanne, no Sra. Presidenta...
Sin poder disimularlo, la castaña mujer, sintió como el rubor le subía por las mejillas.
—Entonces, por favor, llámame Jennie.
Roseanne extendió su mano y cuando se encontró con la de Jennie, la apretó firmemente, absorbiendo su calor con gran placer.
—Es un placer conocerte, Jennie.
—El placer es mío, Roseanne —contestó Jennie, volviendo a fijarse en su sándwich como si nunca antes lo hubiera visto— Supongo... Que debes querer hacerme tantas preguntas como yo a ti.
Roseanne sonrió con satisfacción y cogió un pepinillo.
—Sí. ¿Cómo puede alguien acumular once multas de aparcamiento en dos días?
Esta vez el rubor de Jennie era muy pronunciado.
—¿Cómo... sabías eso? —murmuró avergonzada.
Roseanne mordió el pepinillo, disfrutando su salado sabor.
—¿De verdad tengo que contestar a eso?
Jennie se rascó la mandíbula.
—No, supongo que no. Bueno, digamos que empezó por un mal día.
—¿Qué terminó dos días después?
Jennie soltó una carcajada.
—Algo parecido —levantó la botella de agua que estaba en un pequeño cubo con hielo y vertió un poco en un vaso de cristal.
—Yo tuve un día de eso una vez. Duró casi una semana —Roseanne intentó alcanzar la cafetera, que estaba mucho más cerca de Jennie que de ella. La escritora rápidamente interceptó las manos de Roseanne.
—Déjame hacer eso a mí —cogió la cafetera y preparó dos tazas, decidiendo que quizás a ella también le hacía falta— ¿Cómo lo tomas?
—Solo. Y espero que esté muy fuerte. Gracias —dijo Roseanne mientras tomaba la taza de la mano de Jennie— ¿Y tú cómo lo tomas? Quiero saberlo por si alguna vez te tengo que traer una taza.
—Con crema y dos terrones de azúcar —Jennie vertió un poco de crema en el café y empezó a buscar una cucharilla, la cual apareció mágicamente delante de su cara— Gracias —sonrió y cogió la cuchara de la mano de Roseanne— Pero por alguna razón no puedo imaginarme a la Presidenta de los Estados Unidos preparándome el café.
—Mmm... —Roseanne asintió— Tienes razón. La Presidenta probablemente no lo haría. Pero Roseanne lo hará.
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