Capítulo 2
Domingo, 8 de noviembre
El coche aminoró la marcha. De hecho, la mayoría de coches lo hicieron. Para un observador casual, podrían haber sido confundidos por una procesión familiar que llevaba los restos de alguien querido. Y, si no hubiera sido por la identidad de una de las personas del tercer coche, podría haber sido verdad. Antes de que el coche se detuviera completamente, unos hombres con traje oscuro lo rodearon; los hombres estaban protegiendo la vida de la Presidenta electa. Con un rápido, pero efectivo chequeo, la zona parecía completamente segura, y dos largas piernas aparecieron por detrás de uno de los coches. Roseanne bajó del coche.
La Presidenta se inclinó, habló a uno de los otros ocupantes y cogió un ramo de rosas antes de dirigirse despacio hacia una de las lápidas que estaban a unos metros de allí. Los hombres asignados a protegerla dudaban, pero fueron extremadamente respetuosos de su privacidad, manteniéndose tan alejados como la seguridad les permitía. Roseanne se ajustó la bufanda y se levantó las solapas del abrigo. Se llevó las rosas a la nariz, pero mucho de su dulce aroma fue borrado por el frío viento de otoño.
Se sentó enfrente de la lápida. La húmeda hierba mojó los bajos de su ropa. Roseanne puso las flores en un jarrón de barro que estaba pegado al mármol y quitó unas cuantas hojas que se habían depositado alrededor de la tumba.
—Hola preciosa. Tenía que venir hoy porque la situación se va a poner difícil para mí muy pronto. —soltó una ligera sonrisa a la vez que intentaba estudiar una hoja naranja que tenía en sus manos— ¿A quién estoy intentado engañar? La situación ya se ha puesto difícil para mí.
La ojos de chocolate soltó la hoja y miró como el viento se la llevaba. Se inclinó hacia delante de modo que sus dedos pudieran trazar las líneas que formaban las letras grabadas en la lápida.
—Te echo de menos. A veces, por la noche, todavía me despierto y te busco... —sonrió y dejó caer su mano— He estado pensando mucho sobre ti últimamente. Yo no estaría donde estoy si no hubiera sido por ti. Ojalá pudiéramos estar juntas ahora.
Su sonrisa se tornó melancólica.
—Habrías sido una increíble Primera Dama —Roseanne se desplomó sobre su trasero, descansando con las piernas cruzadas delante de ella— Me pregunto cómo lo hubiera llevado la gente. Al menos pienso que te habrían llamado Primera Dama —sonrió, sacudiendo la cabeza— No importa, tú fuiste, y siempre serás, mi primera dama, y eso es lo que importa.
—No creo que vuelva, Hyeri, Traeré a los niños, por supuesto. Cuando ellos quieran —añadió— Pero creo... Que yo... Necesito intentar centrarme en el futuro por un tiempo... —permaneció en silencio durante un largo momento, escuchando el leve susurro del viento y el sonido de los coches en la distancia— Sí —sonrió y afirmó— Sabía que lo entenderías.
Roseanne se volvió hacia la comitiva e hizo una señal. Uno de los agentes abrió la puerta del coche en el que venía, y tres niños pequeños bajaron. Somi, una linda niña de siete años, esperó pacientemente a que sus hermanos pequeños bajaran del coche para cogerles de la mano.
La alta mujer sonrió afectuosamente mientras los niños se acercaban a ella. Se volvió hacia la tumba.
—Estarías orgullosa de ellos. Son muy especiales. Soobin tiene una foto tuya en su mesilla de noche. Te besa cada noche antes de acostarse —su voz tembló un poco mientras hablaba— He hecho lo posible para que te conozcan. Ellos conocen a sus dos mamás —sonrió— Somi, Dios la bendiga, ha aprendido a entornarme los ojos como tu solías hacerme.
Los niños se unieron a ella y Soobin, el más pequeño con cuatro años, se sentó en las piernas de Roseanne abrazándose a su cuello. Mientras, los dos mayores pusieron dos pequeños ramos de flores en el césped, justo delante de la tumba.
—Hola mami —Somi saludó dulcemente, sentándose al estilo indio— Me he sacado un 6 en Matemáticas. Mamá dice que estoy mejorando mucho en las mates...
En un impulso, Félix, de 5 años, le dio al frío mármol un beso, después acompañó a su hermano sentándose en las piernas de su madre. Con 5 años, el niño rubio era con diferencia el más tranquilo de los tres. Somi y Soobin se tomaban las visitas mensuales como algo normal. Pero Félix, parecía pasarlo muy mal, como Roseanne, pero nunca se quejaba. Ella se preguntaba si debía de dejar detraerlo.
Sin embargo, Roseanne sabía que era importante hacer que esos maravillosos niños comprendieran que tenían dos madres que los querían mucho. Incluso cuando una de ellas había sido apartada cruelmente de su lado por un conductor borracho unas semanas después de que Soobin naciera. A Roseanne le dolía en el alma que ninguno de ellos pudiera recordar mucho sobre Hyeri. Solo Somi parecía tener algunos leves recuerdos. Pero Roseanne no estaba segura de si esos recuerdos eran reales o eran producto de sus fotos familiares.
La familia pasó unos cuantos minutos más juntos, después la Presidenta electa mandó a los niños de vuelta al coche. Se levantó inclinándose sobre la lápida para depositar un beso en ella, tal y como había hecho su hijo.
—Te quiero Hyeri. Siempre estarás en mis oraciones —respiró profundamente y se volvió al coche. No lloró mientras se dirigía hacia el vehículo y supo que eso era una buena señal.
[ 🗽 ]
Roseanne se sentó en su silla acolchada en una de las puntas de la mesa, la acompañaban los niños y su niñera. Jihyo era un regalo de Dios. Hyeri la había contratado justo después de que naciera Somi. Y había estado ahí para echar una mano cuando Hyeri tuvo a Félix y a Soobin. La carrera de Roseanne la mantenía tan ocupada que nunca tenía tanto tiempo para pasar con los niños como a ella le hubiera gustado. Jihyo había ayudado aún mucho más después de la muerte de Hyeri, y Roseanne no estaba segura de qué les habría pasado a los niños o a ella sin Jihyo.
Jihyo era exactamente lo que tú buscarías en una niñera. Dedicada y cariñosa. Su sonrisa generosa y su corazón eran apreciados por todos los que la conocían. Era una mujer de cuerpo delgado con una gran personalidad, anchas caderas y pechos de matrona. Tenía una espesa cabellera de color negro y estaba más inclinada a dar abrazos que a regañar. Jihyo era más una abuela para los niños que una empleada. Eso le gustaba a Roseanne. Ella era una más de la familia, y sus enfados eran casi tan legendarios como sus galletas de chocolate.
—Ni pienses que te vas a levantar de la mesa hasta que te haya comido todo lo que hay en el plato.
Roseanne miró a los niños preguntándose quién era el problema. Después miró su propio plato y supo quién estaba metida un lío.
—Estoy comiendo, Jihyo —protestó si ningún resultado.
—Estás demasiado delgada —dijo Jihyo mientras tocaba un osudo hombro— Y no estás comiendo. Estás esparciendo la comida para que parezca que comes —Jihyo levantó una ceja, mirando a Roseanne, para luego dirigir una mirada a los niños— No querrás dar una mala impresión a tus hijos ¿Verdad?
—¿Sabes? —Roseanne pinchó un trozo de espárrago— Odio cuando haces eso.
—Lo sé —asintió la niñera mientras rellenaba de leche el vaso de Soobin— Por eso lo hago.
—Siéntate Jihyo —se quejó— Los niños están bien. Come tú —Roseanne sacudió su cabeza y se dejó caer sobre la silla. Sabía que su protesta sería ignorada esta noche, como todas las demás.
Somi se río y dirigió sus grandes ojos miel hacia su madre...
—Mamá.
—¿Sí, cariño? —Roseanne decidió hacer un esfuerzo y comerse su cena, aunque estaba tan cansada que lo único que le apetecía era irse a la cama.
—¿Tiene que venir ella mañana conmigo al Zoo?
—¿Huh? —Roseanne intentó estrujarse la cabeza para saber quién era "ella"— Ah, quieres decir la Agente Kang.
Somi frunció el ceño y Roseanne se sorprendió al verse reflejada tan claramente en ese gesto de su hija.
—Tomaré eso por un sí. Me temo que sí cariño.
La niña, muy enfadada, estrujó con el tenedor el río de lava en que se habían convertido sus Mashed Potatoes.
—Ninguno de los otros niños llevan.
—Lo sé, cariño. Pero... Mira te diré una cosa, le diremos que se ponga unos vaqueros y una sudadera ¿Vale?
Somi lo pensó por un momento. Eso no estaría mal.
—De acuerdo.
Félix y Soobin pararon de comer para escuchar atentamente esa conversación.
Ellos también tenían guardaespaldas.
—De todas formas, debes acostúmbrate a la Agente Kang e intentar hacerte amiga suya. Probablemente va a estar contigo los próximos cuatro años.
—¿Y qué pasa con Joy?
—Mira, Moppet. Joy era de la Policía Estatal. Ella te cuidaba antes de que yo fuera elegida presidente. Ahora va a ser un agente del Servicio Secreto, y esa agente es Kang —golpeó la mano de la niña y notó que Félix y Soobin no parecían mucho más entusiasmados a ese respecto que Somi. Su mirada se suavizó y sonrió— Les llegará a gustar tanto como Joy. Estoy segura de eso.
—Vale —murmuró la niña.
—Mamá ¿Puedo ir al zoo también? —preguntó directamente Félix— Yo quiero ir al zoo.
—Estoy segura de eso, colega, pero esto es una excursión de la clase de Moppet —ella le cogió de las manos— Pero te diré una cosa. Intentaré programar una excursión para ti y para Soobin, ¿vale?
—¡Sí! —gritaron simultáneamente Soobin y Félix. Los hermanos chocaron los cinco. Desafortunadamente, Soobin era demasiado bajo y acabó chocando en la cara de Félix. Este inmediatamente se lo devolvió y a continuación comenzó una mini-guerra de golpes con los niños gritando y riendo.
—Venga. Hora de irse a la cama —Jihyo se levantó de su sitió al final de la mesa y empezó a conducir a los niños hacia las escaleras
Roseanne se levantó también pero se volvió a sentar cuando la mujer mayor la miró desaprobatoriamente.
—Soy la Presidenta electa ¿Sabes? —protestó la alta mujer con un falso enfado.
—Ohh, sí, sí, sí. Estoy muy impresionada, Señora Presidenta electa —Jihyo apuntó al plato—Ahora comete tu cena.
—¿Voy a hacer alguna vez algo que te impresione? —le preguntó a la mujer que se retiraba.
—Ya lo has hecho. Sus nombres son Somi, Félix y Soobin. Ahora come.
Quedaban aún cerca de tres horas para que Roseanne terminara el día y esta se dirigía a su habitación. Un ayudante la paró por el camino.
—Gobernadora.
Ella dejó caer su cabeza
—¿Sí?
—El Servicio Secreto le acaba de traer un archivo. Dijeron que usted lo quería mediatamente.
Es solo un archivo, ¡Dios! Podré irme a la cama esta noche.
—Gracias —lo cogió y observó el índice rápidamente— Kim, Jennie Ruby Jane. Jennie no Jennifer, ehh. Me había figurado que "J. Kim" tenía que ser una mujer. La imagen que ella tenía en mi cabeza...
—¿Gobernadora?
—Oh, nada. Lo siento. Buenas noches.
—Buenas noches, señora.
Roseanne se dirigió hacia la habitación de Somi primero. Era la típica habitación de niña. Llena de animales de peluche, casas de muñeca y todos los accesorios. Sólo la pequeña cama de dosel le servía a Roseanne para recordarle lo preciosa que era su hija mayor.
—Hola Moppet —susurró en la oscuridad— ¿Estás dormida ya?
—No, señora —la niña se giró, sus ojos oscuros brillaban ante la tenue luz proveniente del pasillo.
La mujer alta se sentó en la cama, manteniendo el archivo entre sus brazos. Observó a su hija, ordenando los alborotados mechones que caían sobre su cara.
—Sé que no entiendes todo lo que está pasando, y te da un poco de miedo.
Somi asintió.
—Pero necesito que confíes en mí, ¿vale? Todo esto es algo bueno.
—Mi profesora dice que tú vas a ser la mujer más poderosa del mundo. ¿Es verdad?
Unos ojos chocolate y asombrados parpadearon.
—Bueno...
—¿Incluso más poderosa que Wonder Woman? —saltó la niña en la cama.
Roseanne miró los asombrados ojos miel de su hija.
—No. Ni hablar. Wonder Woman patearía mi trasero. Además, ella tiene ese avión invisible tan grande —le recordó Roseanne, a la vez que le daba un amistoso y suave toque en la barriga.
Somi asintió.
—Y el lazo de oro.
—Es verdad —suavemente recostó de nuevo a su hija hasta que sus hombros se hundieron en la blanda almohada. Después se inclinó y frotaron la nariz— Pero confías en mí... ¿Verdad, Moppet?
—Siempre y para siempre, mamá —unos pequeños brazos se cerraron fuertemente alrededor de su cuello.
Sostuvieron el abrazo durante un largo rato.
—¿Le deseaste buenas noches a mami?
—Sí señora. Justo después de mis oraciones.
—Buena chica.
—La hechas mucho de menos ¿Verdad?
Roseanne frunció el ceño. Hoy en el cementerio lo había pasado muy mal, y su astuta hija, obviamente, se había dado cuenta. Había estado intentando despedirse de Hyeri durante tres años. Ella no era buena para las despedidas, especialmente cuando se trataba de gente a la que quería.
—Por supuesto.
El gesto de Somi se tornó pensativo.
—Quizás algún día nos encuentres una nueva mami.
Un nudo se formó en la garganta de Roseanne. Le llevó varios segundos poder contestar a su hija.
—Quizás, Moppet —concluyó dudosa— Pero tu mami era muy especial. Yo la quería mucho.
—Y yo... creo.
Arropó a su hija muy cariñosamente.
—Por supuesto que la querías, y mami lo sabía. Te lo aseguro.
Somi bostezó
—¿Crees que ella está sola, como tú?
Las inocentes palabras de la niña se clavaron en el corazón de Roseanne y sintió como empezaban a salirle las lágrimas.
—No, cariño. Ella es feliz en el cielo, con el abuelo y la abuela. Ella nunca está sola...
—Vale — sus ojos somnolientos se iban cerrando.
Roseanne besó a su hija en la frente.
—Te quiero, Som —dijo suavemente, viendo como la respiración de la niña se volvía más profunda— Dulces sueños —de camino a la puerta de la habitación encendió la lamparilla de noche, que inundó la habitación de un leve resplandor azul.
A continuación, Roseanne entró silenciosamente en la habitación que los chicos compartían y donde ellos yacían dormidos en unas camas que imitaban la forma de unos coches de carreras. Se arrodilló entro las dos camas y sintió como las lágrimas le salían sin control. Estos niños, con el pelo rubio y los ojos marrones, eran la viva imagen de la mujer que les dio la vida. Y ahora ninguno de ellos conocerían a la madre que tanto los quiso.
—Maldita sea, Hyeri —murmuró Roseanne golpeando enfadada sus pies— ¿Cómo pudiste dejarnos? —cubrió su cara con unas temblorosas manos, avergonzada de su pérdida de control. Se secó las lágrimas— Lo siento, no quería decir eso —la cansada mujer controló las lágrimas, apartando la última de ellas con el puño de la camiseta— Te quiero, no quería decir eso.
Se levantó y besó a los niños en la mejilla.
—Que tengan muchas aventuras esta noche en vuestros sueños. Los quiero...
Cerró la puerta suavemente y se dirigió a su habitación. Dejó el archivo en su escritorio, al lado de la chimenea. Allí la maternal niñera le había dejado un sándwich y un vaso de leche para que se lo tomara antes de acostarse.
Sonrió y dio un sorbo al vaso de leche. Después mordió la tostada y añadió
—Gracias Jihyo, no superaría estos días y noches sin tu ayuda —se inclinó para abrir y ojear el archivo mientras degustaba su tentempié.
—Bueno, bueno, Jennie Kim. ¡Qué guapa eres! —había varias fotos de la joven mujer. Roseanne sostenía una tomada sin que la protagonista se diera cuenta. Jennie estaba en el parque paseando con su perro. La castaña llevaba una gorra de béisbol y el pelo recogido en una coleta. Vestía unos pantalones de chándal color gris y una sudadera naranja y blanca de la Universidad de Tennesse. Se estaba riendo. Tenía el brazo totalmente extendido de modo que parecía que la pequeña fiera la estaba paseando a ella.
Roseanne comprobó la fecha en el reverso de la foto y confirmó que fue sacada hacía un par de semanas. Pasó a la siguiente foto. En esta, Jennie llevaba un traje de lino, con una falda que acababa un par de centímetros por encima de la rodilla. La ropa más sofisticada la hacía parecer más mayor. La chaqueta del traje estaba sobre los hombros de la chica y debajo de ella aparecían unos brazos morenos. Llevaba también una blusa rosa de seda. Bajaba las escaleras de un edificio de oficinas y hablaba con una mujer que iba a su lado. En los labios de Roseanne se dibujó una sonrisa. Se pasó un buen rato disfrutando de las imágenes de esa hermosa mujer de devastadores ojos marrones y hermosa sonrisa, capaz de derretir un iceberg.
La Presidenta electa cogió la última fotografía que, obviamente, era la del carnet de conducir de Jennie. Torció el gesto a la vez que apretaba un botón de su escritorio. El silencio de la habitación quedó truncado por un suave murmullo. Roseanne deslizó la foto por el corta-papeles que había situado en una de las esquinas de su escritorio. Sonrió satisfecha cuando comprobó que la foto quedó reducida a confetti.
Dejando el resto de las fotos cogió el reporte y empezó con los datos de su biografía. Las palabras empezaron a bailar por su cabeza. Cerró los ojos, sabiendo que aún le quedaban unas cuantas horas de trabajo por delante. Te dijeron que pasó la inspección de seguridad, Roseanne. El resto puede esperar hasta mañana.
—Bueno, Jennie Kim, no necesito que ningún archivo me diga que necesito tu ayuda. Eso ya lo sabía yo.
Roseanne se terminó la leche, se comió el sándwich y se concentró en el reporte de las negociaciones con China. Finalmente, a eso de la medianoche se fue a dormir.
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