
𝗻𝗶𝗻𝗲.
Hoy Cher le tenía una sorpresa a Percy. Se sentía nerviosa sobre si le gustaría o no, le había llevado algo de tiempo pero sentía que me había quedado bien y tenía algo de fe de que le gustaría.
Se encontraba apoyada en una de las paredes del edificio de Percy, fumando su vape. Vio salir a la anciana dueña de la habitación en la que casi entró por equivocación una vez, que parecía no tenerle el mejor aprecio del mundo.
Entonces, le dio su sonrisa más hipócrita, que la anciana devolvió con una mala mirada.
Guardo rápido su vape y se tragó el humo cuando vio salir a Percy, dándole una sonrisita.
—Mi rompe narices favorito—canturreo mientras sacaba chicles de su bolso—. ¿Quieres?
—Mi Barbie favorita—dijo Percy con una sonrisa a la vez que recibía uno de los chicles—. Creí que nos encontraríamos en la escuela.
—Bueno, en realidad iba a faltar—vio la mirada que Percy le dio—, pero como es el último día, decidí aceptar el sufrimiento y que vayamos los tres a clases.
Empezaron a caminar. Cher, a diferencia de Percy, no se dio cuenta de la silueta humana que había desaparecido en la pared rojiza del edificio de enfrente.
—¿Qué harás a la tarde?
—Bueno... tengo que preparar mi equipaje para el campamento.
—Cierto, entonces sólo pasaremos tiempo en la escuela—dijo luego de chasquear la lengua.
—Lo dices como si pasar tiempo conmigo en la escuela fuera malo.
—No es malo estar contigo. Malo es que tenga que ser solo en la escuela.
Percy negó con la cabeza levemente, con una sonrisita colándose en sus labios. A pesar de su gran cariño a Cher, aún se sentía mínimamente dolido porque ella nunca le ofreció graffitearle la pared de su habitación. No como a Jason—¿o era Jake? realmente no le importaba—.
•••
El día empezó de un modo normal, o por lo menos tan normal como puede serlo en la Escuela Preparatoria Meriwether.
Ya sabes, esa escuela «progresista» del centro de Manhattan, lo que significa que se sentaban en grandes pufs, no en pupitres, que no les ponen notas y que los profesores llevan tejanos y camisetas de rock, lo cual a Cher le parecía genial.
Cher era demasiado rebelde, despreocupada y siempre estaba en algún lió, lo que siempre la ponía en la lista negra de los profesores, incluso antes de ser expulsada. Lo único que Meriwether tenía de malo era que los profesores siempre se concentraban en el lado más brillante y positivo de las cosas. Mientras que los alumnos... bueno, no siempre resultaban tan brillantes.
Pongamos por caso la primera clase de aquel día, la de Inglés. Todo el colegio había leído ese libro titulado El señor de las moscas, en el que un grupo de chicos quedan atrapados en una isla y acaban chalados. Así pues, como examen final, los profesores los enviaron al patio de recreo y los tuvieron allí una hora sin la supervisión de ningún adulto para ver qué pasaba. Y lo que pasó fue que se armó un concurso de collejas entre los alumnos de séptimo y octavo curso, además de dos peleas a pedradas y un partido de baloncesto con placajes de rugby. El matón del colegio, Matt Sloan, dirigió la mayor parte de las actividades bélicas.
Sloan no era grandullón ni muy fuerte, pero actuaba como si lo fuera. Tenía ojos de perro rabioso y un pelo oscuro y desgreñado; siempre llevaba ropa cara, aunque muy descuidada, como si quisiera demostrar a todo el mundo que el dinero de su familia le traía sin cuidado. Tenía mellado uno de sus incisivos desde el día que condujo sin permiso el Porsche de su padre para dar una vuelta y chocó con una señal de «ATENCIÓN: NIÑOS — REDUZCA LA VELOCIDAD». A Cher no le agradaba para nada, era un matón que se creía más que los demás, y aún peor molestaba a Percy y a Tyson, ¡Incluso llegó a intentar coquetear con ella!
Que asco.
El caso es que Sloan estaba repartiendo golpes a diestro y siniestro cuando cometió el error de intentar darle una a Tyson. Tyson era el único chaval sin techo de la Escuela Preparatoria Meriwether. Medía uno noventa y tenía la complexión del Abominable Hombre de las Nieves, pero lloraba continuamente y casi todo le daba miedo, incluso su propio reflejo. Tenía la cara como deformada y con un aspecto brutal. Cher no sabría decir de qué color eran sus ojos, porque una vez intentó verlo a los ojos y creyó ver uno solo, así que nunca más se animó a mirarlo más arriba de sus dientes torcidos. Aunque su voz era grave, hablaba de un modo más bien raro, como un niño mucho más pequeño, supuso que porque nunca había ido al colegio antes de entrar en el Meriwether. Llevaba unos tejanos andrajosos, unas mugrientas zapatillas del número 50 y una camisa a cuadros escoceses con varios agujeros. Olía como huelen los callejones de Nueva York, porque vivía en uno de ellos, junto a la calle Setenta y dos, en la caja de cartón de un frigorífico.
Por desgracia, la mayoría no soportaba a Tyson. En cuanto descubrían que era un blandengue, un blandengue enorme, pese a su fuerza descomunal y su mirada espeluznante, se divertían metiéndose con él. Cher y Percy eran prácticamente sus únicos amigos, lo cual significaba que él era su único amigo.
El caso es que Matt Sloan se deslizó por detrás de él y trató de darle un golpe. A Tyson le entró pánico y lo apartó con un empujón más fuerte de la cuenta. Sloan salió volando y acabó enredado en el columpio que había cinco metros más allá.
—¡Maldito monstruo! —gritó—. ¿Por qué no vuelves a tu caja de cartón?
—¡Oye, idiota! ¡No le digas así!
Tyson empezó a sollozar. Se sentó al pie de las barras para trepar (con tanta fuerza que dobló una) y ocultó la cara entre las manos.
—¡Retira eso, Sloan! —le espetó Percy.
Él los miró con desdén.
—¿Por qué me das la lata, Jackson? Quizá tendrías amigos si no te pasaras la vida defendiendo a ese monstruo.—se acercó mas a Percy para susurrarle algo que Cher no llegó a escuchar— Incluso serías respetado, se anda diciendo que te encontraron en un salón con la hermosura de Hart volviéndote un hombre.
Percy apretó los puños, molesto por la forma en la cual llamó a su amiga. Esperaba no tener la cara tan roja como la sentía.
—No es un monstruo. Además, eso no es ciert...
Trató de dar con la réplica adecuada, pero Sloan no lo escuchaba. Él y sus horribles amigotes estaban muy ocupados riéndose a carcajadas.
—¿Qué fue lo que te dijo?—Percy decidió no mirar a Cher, o se pondría más rojo de lo que estaba.
—¡Espera a la clase de Deportes y verás, Jackson! —gritó Sloan—. Considérate hombre muerto.
Cuando terminó la hora, el profesor de Inglés, el señor De Milo, salió a inspeccionar los resultados de la carnicería. Sentenció que habían entendido El señor de las moscas a la perfección. Estaban todos aprobados. Y nunca, dijo, nunca debíamos convertirnos en personas violentas. Matt Sloan asintió con seriedad y luego les lanzó una sonrisa burlona con su diente mellado.
Para que dejara de sollozar, Percy tuvo que prometerle a Tyson que a la hora del almuerzo le compraría un sandwich extra de mantequilla de cacahuete.
—¿Soy... un monstruo? —les preguntó.
—No —lo tranquilizó Percy, apretando los dientes—. El único monstruo que hay aquí es Matt Sloan.
—Es cierto, grandote. Tu nunca podrías ser un monstruo.
Tyson se sorbió los mocos.
—Son unos buenos amigos. Los echaré de menos el año que viene... si es que puedo...
Le tembló la voz. Cher sentía que el corazón se le partía de la pena, no creía que pudiera volver el año siguiente.
—No te preocupes, grandullón —acertó a decir Percy—. Todo irá bien.
Cher abrazo el brazo de Percy, intentando hacerlo sentir mejor al ver su cambio de animo por la manera agradecida con la que Tyson lo miró.
•••
El siguiente examen era de Ciencias. La señora Tesla les dijo que tenían que ir combinando productos químicos hasta que consiguieran que explotase algo. Cher era compañera de laboratorio de una chica de lentes. Ni siquiera había pasada un minuto cuando escucharon una explosión tóxica. Eran Percy y Tyson.
En cuanto la señora Tesla hubo evacuado el laboratorio y avisado a la brigada de residuos peligrosos, los elogió a Tyson y Percy por sus dotes innatas para la química.
A Cher le alegraba que aquella mañana estuviese resultando tan ajetreada, porque eso le impedía pensar en sus propios problemas. Los últimos días se había estado sintiendo mal, cansada y le costaba respirar, incluso tenía un justificante para no hacer ejercicio en la clase de deportes.
En Sociales, mientras dibujaban mapas de latitud—longitud, vio a Percy abrir su cuaderno y mirar la foto que guardaba allí. No era la primera vez que lo veía haciendo eso, mentiría si dijera que no le causaba algo. La foto era de una chica que parecía de la edad de Percy, una chica guapísima de cabello blanco y brillantes ojos azules.
A ver, Cher no se consideraba una chica muy insegura, pero esa tipa sí que era guapa.
Estaba a punto de cerrar el cuaderno, cuando Matt Sloan alargó el brazo y arrancó la foto de las anillas.
—¡Eh! —protestó Percy. Cher decidió mantenerse en silencio y solo mirar.
Sloan le echó un vistazo a la foto y abrió los ojos como platos.
—Ni hablar, Jackson. ¿Quién es? ¿No será tu novia?
—Dámela. —Cher vio con amargura como Percy se ponía rojo.
Sloan pasó la foto a sus espantosos compinches, que empezaron a soltar risitas y romperla en pedacitos para convertirlos en proyectiles. Debían de ser alumnos nuevos que estaban de visita, porque todos llevaban aquellas estúpidas placas de identificación («Hola, me llamo...») que daban en la oficina de inscripción. Y debían de tener también un extraño sentido del humor, porque habían escrito en ellas nombres extrañísimos como «Chupatuétanos», «Devoracráneos» y «Quebrantahuesos». Ningún ser humano tiene nombres así.
—Estos colegas se trasladan aquí el año que viene —dijo Sloan con aire fanfarrón, como si saberlo hubiese de aterrorizarlos—. Apostaría a que ellos sí pueden pagarse la matrícula, a diferencia del tarado de tu amigo.
—No es ningún tarado.
—Eres un auténtico pringado, Jackson. Por suerte para ti, en la próxima clase voy a acabar con todos tus sufrimientos.
Sus enormes compinches masticaron la tonta foto de Percy.
Sonó el timbre.
Mientras salían de la clase, una voz femenina llamó en un susurro:
—¡Percy!
Miró alrededor y escudriñó la zona de las taquillas, pero no había nadie que le prestara atención. Por lo visto, la única chica que se dejaba pillar pronunciando su nombre era Cher, las demás chicas del Meriwether no se habrían dejado pillar ni muertas pronunciando su nombre.
•••
Cher en serio odiaba el uniforme de gimnasia del Meriwether. Se sentía como una tonta hippie con problemas para combinar la ropa.
Se cambió en los vestuarios lo más deprisa que pudo, sin ganas de que sus compañeras la vieran en brasier.
Se junto con Percy, quien estaba parado en la puerta de la sala de pesas, supuso que era para Tyson.
—Oye, Percy.
—¿Si, Barb?
—¿Hoy me podrías acompañar a un lugar después del colegio?—antes de que Percy respondiera, se adelantó— Será rápido, así vuelvas y haces tu equipaje para el campamento.
—Esta bien—dijo incapaz de negarse— ¿A donde?
— Oh, ya verás.
Cuando entraron en el gimnasio, el entrenador Nunley estaba sentado ante su escritorio leyendo la revista Sports Illustrated. Nunley debía de tener un millón de años. Era un tipo con gafas bifocales, sin dientes y con un grasiento mechón de pelo gris. Cher solía decir que se parecía a las gárgolas del edificio de su padre, solo que él se movía mucho menos.
Matt Sloan se acercó y le dijo:
—Entrenador, ¿puedo ser yo el capitán?
—¿Cómo? —Nunley levantó la vista y musitó—: Hum, está bien.
Cher se sentó en las gradas luego de darle un apretón en el hombro a Percy. Lo miró con lastima al ver el mediocre equipo de nerds que le tocó. En serio era hombre muerto.
Sloan volcó una cesta llena de pelotas en medio del gimnasio.
—Miedo —susurró Tyson—. Huelen raro.
—¿Quién huele raro?
—Ellos. —Tyson señaló a los nuevos amigos de Sloan—. Huelen raro.
Los visitantes hacían crujir los nudillos y los miraban como si hubiera llegado la hora de la masacre. El sitio de donde hubieran salido esos tipos seguramente alimentaran a sus alumnos con carne cruda y los apalearan con bates de béisbol.
Entonces Sloan tocó el silbato del entrenador y empezó el partido. Su equipo se abalanzó hacia la línea central. En el de Percy, en cambio, Raj Mandali gritó algo en urdu —seguramente: «¡Necesito mi orinal!»— y echó a correr hacia la salida. Corey Bailer se alejó a rastras y trató de esconderse como pudo. Los demás hacían lo posible para no encogerse de miedo y convertirse en blancos seguros.
Cher miró con preocupación cuando Percy recibió un pelotazo en el estómago y quedó sentado en medio del gimnasio. Los oponentes estallaron en carcajadas.
—¡Agáchate, Percy! —gritó Tyson.
Rodó por el suelo justo cuando otra bola pasaba rozándole la oreja a la velocidad del sonido.
¡Buuuuuum!
La pelota rebotó en la colchoneta de la pared y Corey Bailer soltó un aullido.
—¡Eh! —gritó Percy a los del equipo contrario—. ¡Por poco matan a alguien!
Uno de los visitantes, el llamado Quebrantahuesos, le dirigió una sonrisa malvada. Lo había visto antes, pero ahora parecía todavía más descomunal, incluso más que Tyson. Los bíceps le abultaban bajo la camiseta.
—¡Esa es la intención, Perseus Jackson!
Cher miró con confusión. No tenía idea de que el nombre de Percy fuera Perseus.
Miró con terror como todos los que rodeaban a Matt Sloan estaban aumentando de tamaño. Ya no eran adolescentes, se habían convertido en gigantes de dos metros y medio con ojos de locura, dientes afilados y unos brazos peludos tatuados con serpientes, chicas bailando el hula hop y corazones de enamorado.
Matt Sloan soltó la pelota.
—¡Uau! ¡ustedes no son de Detroit! ¿Quién...?
Cher se levantó aterrorizada queriendo seguir a los demás alumnos hacia la salida, pero el gigante Chupatuétanos lanzó una pelota con mortífera precisión. Pasó rozando a Raj Mandali, que ya estaba a punto de salir, y dio de lleno en la puerta, cerrándola como por arte de magia. Raj y los otros empezaron a aporrearla desesperados, pero la puerta no se movía.
Cher quedó paralizada en un lugar del gimnasio.
—¡Déjenlos marchar! —gritó Percy a los gigantes.
Cher no entendía como podía hablarle de esa forma a esos... Esos monstruos.
—¿Cómo? ¿Y dejar escapar unos bocados tan sabrosos? ¡No, hijo del dios del mar! Nosotros los lestrigones no sólo estamos aquí para darte muerte. ¡Queremos nuestro almuerzo!
¿Hijo del dios del mar?
Hizo un gesto con la mano y apareció otro montón de pelotas en el centro del gimnasio. Pero aquéllas no eran de goma. Eran de bronce, del tamaño de una bala de cañón, y tenían agujeros que escupían fuego. Debían de estar al rojo vivo, pero los gigantes las agarraban con las manos como si nada.
—¡Entrenador!
Nunley levantó la vista adormilado, pero si llegó a ver algo fuera de lo normal en aquel partido de balón prisionero, no lo demostró. Ése es el problema de los mortales.
—Hummm... sí —murmuró entre dientes el entrenador—. Jueguen limpio.
Y volvió a concentrarse en su revista.
—¡Entrenador, son unos monstruos caníbales!
Percy miró con asombro a Cher. Alucinado con que ella pudiera ver a unos auténticos monstruos devoradores—de—hombres sedientos de sangre.
El gigante Devoracráneos lanzó una pelota. Percy se echó a un lado para esquivar aquel ardiente cometa, que le pasó junto al hombro a toda velocidad. Cher se quedó estática viendo la ardiente pelota volar hacia ella.
—¡Cheryl! —chilló Percy.
Tyson la hizo a un lado un segundo antes de que la bola estallara en las colchonetas y las convirtiera en un montón de jirones humeantes.
—¡Rápido! —dijo Percy a sus compañeros, cuando se aseguró que Cher estaba bien—. ¡Por la otra salida!
Echaron a correr hacia los vestuarios, pero Quebrantahuesos hizo otro gesto con la mano y también aquella puerta se cerró de golpe.
—Nadie saldrá de aquí hasta que tú quedes eliminado —rugió—. Y no estarás eliminado hasta que te hayamos devorado.
Le arrojó su bola de fuego. Cher y sus compañeros se dispersaron segundos antes de que el proyectil abriera un cráter en el suelo.
Cher miraba todo con el corazón latiéndole a mil por hora. Sentía como sus manos sudaban de sobre manera y la falta de aire en sus pulmones.
Y ahora, otra bola de fuego iba hacia Percy a la velocidad del rayo. Tyson lo apartó de un empujón, pero la explosión lo alcanzó y lo lanzó por los aires. Cher corrió hacia donde Percy estaba tirado en el suelo, aturdido por el humo y con la camiseta llena de agujeros chisporroteantes. Miraba con terror como al otro lado de la línea central, dos gigantes hambrientos los miraban desde lo alto.
—¡Carne! —bramaron—. ¡Filete de héroe para almorzar!
—Percy, ¿qué está pasando?—preguntó en un hilo de voz, mientras lo atraía más hacia ella.
Los dos se dispusieron a rematarlos.
—¡Percy y Cher necesitan ayuda! —gritó Tyson, y se interpuso entre ellos de un salto, justo cuando les lanzaban sus bolas.
—¡Tyson! —chillaron, pero ya era tarde.
Las bolas se estrellaron contra... No, él las atrapó al vuelo. El torpe de Tyson, el que volcaba el material de laboratorio y destrozaba las estructuras del parque infantil todos los días, se las había arreglado para atrapar aquellas dos bolas de metal al rojo vivo que volaban hacia él a un trillón de kilómetros por hora. Y no sólo eso, sino que se las lanzó de vuelta a sus atónitos propietarios.
—¡¡Nooooo!! —chillaron, pero las esferas de bronce les explotaban en el pecho.
Los gigantes se desintegraron en dos columnas de fuego gemelas: un signo inequívoco de que eran monstruos de verdad.
—¡Mis hermanitos! —gimió Quebrantahuesos el Caníbal. Flexionó los músculos y sus tatuajes se contorsionaron—. ¡Pagarás cara su destrucción!
—¡Tyson! ¡Cuidado!
Otro cometa se precipitaba ya hacia ellos, Cher cerró los ojos sintiendo el miedo en sus venas y Tyson apenas tuvo tiempo de desviarlo de un golpe. Salió disparado como un cohete, pasó por encima de la cabeza del entrenador y aterrizó en las gradas provocando una tremenda explosión.
¡¡BUUUUUUM!!
Los chavales corrían en todas direcciones gritando y tratando de esquivar los cráteres, que aún humeaban y echaban chispas; otros aporreaban la puerta y pedían socorro. El propio Sloan estaba petrificado en mitad de la pista, mirando incrédulo aquellas bolas mortíferas que volaban a su alrededor.
El entrenador Nunley seguía sin enterarse de nada. Dio unos golpecitos a sus audífonos, como si las explosiones le hubieran provocado alguna interferencia, pero continuó absorto en la revista.
Todo el colegio debía de haber oído aquel estruendo. El director o tal vez la policía vendría en nuestra ayuda.
—¡La victoria será nuestra! —rugió Quebrantahuesos el Caníbal—. ¡Nos vamos a dar un festín con tus huesos!
Cher estaba deseando decirles que si eso era para algún programa de bromas pesadas ya podían parar, pero antes de que pudiese hacerlo les dispararon otra bola. Los otros tres gigantes siguieron su ejemplo. Percy la hizo a un lado y corrió en dirección a los vestuarios.
—¡Salgan de ahí! ¡Apártense de la puerta!
Cher estaba arrinconada mirando con pavor como Tyson volvía cenizas a los gigantes, dejando solo dos en pie. No podía entender nada, su cabeza dolía y la adrenalina no la dejaba darse cuenta la manera en la que sus pulmones ardían.
Una esfera ardiente derribó la puerta del vestuario. La bola llameante desencadenó un estallido monumental.
¡¡BRAAAAAAAM!!
La pared se vino abajo y las puertas de las taquillas —así como los calcetines, los suspensorios y otros adminículos personales igual de chungos— llovieron sobre el gimnasio.
Sentía las lagrimas bajando sin permiso por su rostro al ver como el gigante le lanzaba su última bola flamante a Tyson.
—¡No! —chillaron Cher y Percy a la vez.
La bola le dio de lleno en el pecho. Impulsado por el impacto, Tyson cruzó la pista entera y fue a estrellarse contra la pared trasera, que se agrietó e incluso se desmoronó en parte, abriendo un agujero por el que se veía la calle Church. Cher no podía entender cómo aún seguía vivo, pero él sólo parecía aturdido. La bola de bronce humeaba a sus pies. Tyson trató de recogerla, pero cayó atontado sobre un montón de ladrillos carbonizados.
—¡Bueno! —dijo Quebrantahuesos relamiéndose—. Soy el único en pie. Voy a tener carne de sobra.
Hasta para llevar una bolsita a mis Ricuras...
Recogió otra bola y apuntó a Tyson.
—¡Espera! ¡Es a mí a quien buscas!
Cher sintió que se le nublaba la vista ante lo dicho por Percy.
El gigante sonrió con crueldad.
—¿Quieres morir tú primero, joven héroe?
Cher no era creyente de nada, pero en ese momento le rezo a Dios como nunca antes en su vida.
El gigante se echó a reír.
—Se acerca mi almuerzo. —Levantó el brazo para lanzarle el proyectil, y Cher cerró los ojos, negada a ver. De repente, el cuerpo del gigante se puso todo rígido y su expresión pasó del regodeo al asombro. En el punto exacto donde debía de tener el ombligo se le desgarró la camiseta y apareció algo parecido a un cuerno. No, un cuerno no: era la punta reluciente de una hoja de metal.
La bola se le cayó de la mano. El monstruo bajó la mirada y observó el cuchillo que le había traspasado desde la espalda.
—Uf—murmuró, y estalló en una llameante nube verde. Un gran disgusto, supongo, para sus Ricuras...
De pie, entre el humo que se iba disipando, Cher vio a Olympe, la amiga de Percy. Tenía la cara mugrienta y arañada; llevaba al hombro una mochila andrajosa y una gorra de béisbol metida en un bolsillo. En la mano sostenía un cuchillo de bronce. Aún brillaba en sus ojos azules una mirada enloquecida, como si hubiera peleado contra miles de fantasmas y ella hubiera perdido.
Matt Sloan, que había permanecido mudo de asombro todo el tiempo, pareció recobrar por fin el juicio. Miró parpadeando a Olympe, como si la recordase vagamente por la fotografía de mi cuaderno.
—Ésta es la chica... La chica...
Olympe lo tumbó de un puñetazo en la nariz.
—Deja a mi amigo en paz, Idiota.
El gimnasio estaba en llamas mientras los chavales seguían gritando y corriendo en todas direcciones. Oyeron el aullido de las sirenas y una voz confusa por megafonía. Por las ventanillas de las puertas de emergencia divisó al director, el señor Bonsái, que luchaba furiosamente con la cerradura rodeado por un montón de profesores agolpados a su espalda.
—Olympe... —balbuceó—. ¿Cuánto tiempo llevas...?
—Prácticamente toda la mañana —respondió mientras envainaba su cuchillo de bronce—. He intentado encontrar una ocasión para hablar contigo, pero nunca estabas solo.
—La sombra que he visto esta mañana... —La cara le ardía—. Ay, dioses. ¿Estabas mirando por la ventana de mi habitación?
Olympe lo miro divertida.
—Sigues babeando cuando duermes —le dijo, Percy estaba seguro que debía tener la cara como un tomate—. Escucha...
Cher frunció los labios inconscientemente al ver lo que parecía ser una broma interna—una que ponía muy rojo a Percy— entre ellos dos.
—¡Allí! —gritó una mujer.
Las puertas se abrieron con un estallido y todos los adultos entraron de golpe. Cher se acercó a Percy, mientras tosía por el humo, llamando la atención de los dos.
—Te espero fuera —dijo Olympe—. Y a él también. —Señaló a Tyson, que seguía sentado con aire aturdido junto a la pared, y le lanzó una mirada de repugnancia que no acabo de entender—. Será mejor que lo traigas.
—¡Qué dices!
—¡No hay tiempo! —dijo—. ¡Date prisa!
Se puso una gorra de béisbol de los Yankees, y para horror de Cher, se desvaneció en el acto. Con lo cual se quedaron solos en medio del gimnasio en llamas, justamente cuando el director aparecía, escoltado por la mitad del profesorado y un par de policías.
—¿Percy Jackson? —dijo el señor Bonsái—. ¿Qué...? ¿Cómo...?
Junto a la pared agujereada, Tyson soltó un quejido y se incorporó entre un montón de ladrillos carbonizados.
—La cabeza duele.
Matt Sloan se acercó también. Lo miró con una expresión de terror.
—¡Ha sido Percy, señor Bonsái! Ha incendiado el edificio entero. Incluso casi le pega a Cher. El entrenador Nunley se lo contará. Él lo ha visto todo.
—¿Eh? Hummm... sí.
Cher ni siquiera podía pronunciar palabra, se sentía entumecida, como si acabara de despertarse de una de sus horribles pesadillas y siguiera teniendo miedo de que fuera realidad.
—Vamos —dijo Percy, tomó a Cher de la mano. Y salto a la calle por el agujero de la pared.
Cher se dejó llevar. Es como si estuviera en automático, la adrenalina seguía en ella, al igual que el terror de volver a ver a esas horribles cosas.
Llegaron a un callejón donde se encontraban dos chicas. La de cabello blanco y una chica rubia.
La de cabello blanco habló primero mirando con ferocidad la cara aturdida de Cher.
—¿Por qué la trajiste? Es una mortal.
—Ella vio todo, además puede hablar, ¿sabes?
—Pues no parece muy capaz de hablar. Además, que sea una mortal que ve a través de la niebla no significa que puedas traerla.
—¿Dónde lo encontraste? —preguntó la rubia, señalando a Tyson, cortando la discusión que empezaba a armarse.
En otras circunstancias Percy se habría alegrado mucho de verlas.
—Es amigo mío.
—¿Es un sin techo?
—¿Qué tiene eso que ver? Puede oírte, ¿sabes? ¿Por qué no se lo preguntas a él?
Ella pareció sorprendida.
—¿Sabe hablar?
—Hablo —reconoció Tyson—. Tú eres preciosa.
—¡Puaj! ¡Asqueroso! —exclamó apartándose de él.
—Tyson —dijo con incredulidad—. No tienes las manos quemadas.
—Claro que no —dijo Olympe entre dientes—. Me sorprende que los lestrigones hayan tenido las agallas de atacarte estando con él.
—Tu pelo es como la nieve.
Tyson parecía fascinado por el pelo de las chicas. Intentó tocarlo, pero Annabeth le apartó la mano con brusquedad y Olympe se hizo para atrás.
—Olympe —dijo—, ¿de qué estás hablando? ¿Lestri... qué?
—Lestrigones. —respondió la chica rubia— Esos monstruos del gimnasio. Son una raza de gigantes caníbales que vive en el extremo norte más remoto. Ulises se tropezó una vez con ellos, pero yo nunca los había visto bajar tan al sur como para llegar a Nueva York...
¿Qué?
—Lestri... lo que sea, no consigo decirlo. ¿No tienen algún nombre más normal?
Annabeth reflexionó un momento.
—Canadienses —decidió por fin—. Y ahora, vamos. Hemos de salir de aquí.
—La policía debe de estar buscándome.
—Ése es el menor de nuestros problemas —dijo Olympe—. ¿Has tenido sueños últimamente?
—Sueños... ¿sobre Grover?
Annabeth palideció y Olympe lo miro alarmada.
—¿Grover? No. ¿Qué pasa con Grover?
Les contó su pesadilla.
—¿Por qué me lo preguntan? ¿Sobre qué han soñado ustedes?
La expresión de los ojos de Annabeth era sombría y turbulenta, como si tuviera la mente a cien mil kilómetros por hora.
—El campamento —dijo por fin—. Hay graves problemas en el campamento.
—¡Mi madre me ha dicho lo mismo! ¿Pero qué clase de problemas?
—No lo sé con exactitud, pero algo no va bien. Tenemos que llegar allí cuanto antes. Desde que salí de Virginia me han perseguido monstruos intentando detenerme. ¿Tú has sufrido muchos ataques?
Meneo la cabeza.
—Ninguno en todo el año... hasta hoy.
—¿Ninguno? ¿Pero cómo...? —Se volvió hacia Tyson—. Ah.
—¿Qué significa «ah»?
Tyson levantó la mano, como si aún estuviera en clase.
—Los canadienses del gimnasio llamaban a Percy de un modo raro... ¿Hijo del dios del mar?
Los tres se miraron.
—Grandullón, ¿has oído hablar de esas viejas historias sobre los dioses griegos? Afrodita, Zeus, Poseidón, Atenea...
—Sí.
—Bueno, pues esos dioses siguen vivos. Es como si se desplazaran siguiendo el curso de la civilización occidental y vivieran en los países más poderosos, de modo que ahora se encuentran en Estados Unidos. Y a veces tienen hijos con los mortales, hijos que nosotros llamamos «mestizos».
¿¡Qué!?
—Vale —dijo Tyson, como esperando que llegara a lo importante.
—Bueno, pues Olympe, Annabeth y yo somos mestizos —dijo Percy, mirando con preocupación a Cher, quien empezaba a respirar agitadamente y estaba demasiado pálida—. Somos como... héroes en fase de entrenamiento. Y siempre que los monstruos encuentran nuestro rastro, nos atacan. Por eso aparecieron esos gigantes en el gimnasio. Monstruos.
¿¡QUÉ!?
—Vale.
—Entonces... ¿me crees?
Tyson asintió.
—Pero ¿tú eres... el hijo del dios del mar?
—Sí. Mi padre es Poseidón.
Cher recuperó el control de su cuerpo, y su característico—pero que nunca usó con Percy— mal genio.
—Detente ahí.—Cher los miró a todos como si acabaran de decirle que Jake Peralta jamás amó a Amy Santiago— ¿Dioses? ¿Mestizos? ¿¡Monstruos!? ¡Eso es una estupidez!
—Barb...
—¡No me digas así! —se apartó de su agarre— ¿Esto es una broma de mierda? ¡Los dioses no existen! ¡Dios no existe! ¡Los monstruos no existen!
—¿Y que crees que viste ahí?—habló Olympe de manera cansada— Esos fueron monstruos que querían comerse a Percy y de paso matarte.
—Eso... Eso no es... —a Cher empezó a faltarle el aire—. Nada de eso es real.
—¿Ah si? ¿Y como puedes justificar lo que viste?
—Eran terroristas y... Fueron alucinaciones creadas por los gases tóxicos inhalados en ciencias.
—¡Cher!—Percy la tomó de los hombros, deteniendo el parloteo de ella. Se le rompió el corazón ver sus ojos llorosos—. Todo es real. ¿Sabes por qué soy disléxico? Porque mi cerebro está hecho para leer griego. ¿Mi thda? Son mis reflejos, me mantienen vivo en las peleas. ¿El campamento que te conté? Es para mestizos, para hijos de dioses y mortales.
Cher recordó las veces en las que Percy actuó raro, como paranoico, siempre alerta. La vez en la que se besaron por primera vez, escuchó levemente como el agua empezaba a correr por los grifos. El único ojo de Tyson, las mujeres serpientes, caballos con alas, criaturas raras volando por los cielos. Cosas que solo ella veía y siempre pensó que eran alucinaciones por no dormir, las veces que no pudo dormir del miedo cuando era niña.
La traición se insinuó en su corazón como una ráfaga helada de viento, desgarrando la confianza como pétalos marchitos. El secreto descubierto resonó en su interior como un eco doloroso, tejiendo grietas invisibles en el vínculo que creía inquebrantable.
—Todo es real, Barbie.
—No me llames así.
Percy se hizo para atrás de la impresión al oír la manera seca en la que ella le habló. Una manera en la que nunca se dirigió a él. La negación se desvaneció para dar paso a la desilusión, al dolor, mientras el peso del engaño se posaba sobre sus hombros con una pesadez abrumadora.
—¿Qué?
—Hace un momento, casi nos matan, casi me matan—miró a Percy con las lagrimas bajando por su rostro—. ¿Por tu culpa? Todo este tiempo, sabías que yo podría estar en peligro, y claro que lo estuve, sí me juntaba contigo, ¿y lo mismo lo permitiste?
—Yo...
—Ni siquiera fuiste capaz de decirme la verdad.—empezó a respirar agitadamente— Confié en ti y te dio igual. Te di mi confianza, ¿para que? ¿para que casi me maten?
—Bar... Cher, por favor. No podía decírtelo, no tenía idea de que podías ver a través de la niebla.
—Pero si podías alejarte de mi—lo miró con el corazón partido—. Decidiste que era más fácil ponerme en peligro—tomó un respiro hondo— que alejarte.
Lo miró con los ojos rojos del llanto que ni siquiera le importó ocultar. Cada mirada directa a los ojos y cada palabra dolorosa resonaban con una amarga melodía de traición, erosionando la base misma de su amistad.
—¿Acaso solo fui un juego para ti?—le preguntó con un hilo de voz— ¿Te divertía estar con alguien inferior a ti?
—Cher, jamás fuiste un juego para mi. Yo realmente consideré decírtelo pero tenía miedo de que reaccionaras así. Que me temieras—Percy estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para aguantarse las lagrimas.
—Me engañaste. Me mentías en mi propia cara y traicionaste mi confianza. Me hiciste sentir como una estúpida—lo miró totalmente herida—. Y yo odio los engaños y las mentiras—se hizo para atrás cuando él intentó acercarse.
—Cher...
—Solo... Déjame en paz—le dijo llorando con la voz tan rota como sus sentimientos—, no me busques. Solo... Olvídate que existo y yo haré lo mismo con ustedes.
Se oyó el aullido de una sirena y un coche de policía pasó a toda velocidad por delante del callejón.
—No hay tiempo para esto ahora. Hablaremos en el taxi.
Cher escuchó por última vez, saliendo del callejón. Empezó a caminar a paso apresurado, aumentando su llanto a cada paso que daba. El dolor de la revelación se convirtió en una sombra persistente, desdibujando la imagen que tenía de su amigo y dejando un rastro de incertidumbre en su corazón.
Ya no tenía idea de quién era Percy Jackson, la hizo sentir en una burbuja color morado todo este tiempo, mintiéndole en la cara, burlándose de ella y la manera ciega en la que confiaba en él.
Aumentó la velocidad. Ya no caminaba, ahora corría con enojo hacia ese lugar. Llego mirando con el rencor y el dolor filtrándose en su alma, en cada parte de su ser.
Era un mural graffiteado. Rezaba «Rompe narices x Barbie» de manera glamorosa en tonos azules y morados. Cher lo miró con los ojos llenos de lagrimas, antes de tomar una cubeta de pintura roja —que había dejado allí para que ambos pusieran sus manos como firma— y la lanzó en la pared. Empezó a repartirla con sus manos tapando todo lo posible el graffiti.
Dejó todo allí y empezó a correr en dirección de la casa de su madre. Mientras más corría sentía sus pulmones ardiendo, rogando porque se detuviera.
No lo hizo.
Siguió, cada vez le costaba más respirar. Sentía como si alguien agarrara sus pulmones y los tapara impidiendo el paso de aire.
Cayó de rodillas al suelo. Sintió como el asfalto lastimaba de manera cruel sus rodillas y las palmas de sus manos.
—¡Niña! ¿¡Estas bien!?
Una mujer se acercó a ella al verla en ese estado tan deplorable. Cher palmeó sus bolsillos hasta que encontró su celular y antes de que pudiera llamar a su mamá...
Todo se oscureció.
Lo último que supo fue que su frente chocó contra el piso y logró escuchar de manera lejana como la mujer pedía ayuda.
Ya no existían Rompe narices y Barbie.
Ya no existían Percy Jackson y Cher Hart.
Ya no existía Percy Jackson.
the author's notes
*desaparece*
bueno...
ÚLTIMO CAP DEL PRIMER ACTO 👏🏻👏🏻👏🏻
APARECIÓ OLYMPE quien es mi prota de mi otro fanfic con percy, LOVER
al final no fue tan largo fueron casi 5800 palabras
besos en el siempre sucio
xoxo
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