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XVIII









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—¿Estás segura de seguir aquí? —Era la quinta vez que Maria De Aragon le relataba aquella pregunta a su hermana menor.

—Estos bebés me han dado una fuerza increíble —musito Catalina bajando su mirada a su gran vientre, que según los conocimiento de la curandera, había dos herederos—. Me han dañado de igual manera, aquí podré defenderme... Aquí tengo a Enrique. —Un sabor amargo se posicionó en su boca al decir aquellas palabras. Como odiaba tener que necesitar a su esposo. Necesitaba protección de su esposo. Catalina planeaba deshacerse de la Familia Bolena.

—El que planeó envenenarte, lo hará de nuevo —sntenció Maria segura de aquello.

—Lo sé —concordó Catalina con su hermana mayor—, Pero no tendrá oportunidad. Nadie tocará a estos niños.

—Pueden ser...niñas —murmuró Maria observando alrededor de la habitación de Catalina. La Reina de Inglaterra soltó un largo suspiro, claro que lo sabía. Pero soñar que aquellos bebés eran niños había aumentado su autoestima, y la de su esposo.

—Eso lo sabremos cuando nazcan, de nada servirá sacar conjeturas —recalcó Catalina levantándose de su asiento con algo de dificultad por el peso de su vientre.

—Veo que el veneno te dio más fuerza —concluyó la Reina de Portugal observando el semblante de su hermana. Catalina no estaba débil, algo le había dado la fuerza que había perdido. Quizás había sido Alfonso, o sus bebés o incluso aquel veneno.

—Soy Catalina De Aragón, no me quedaré quieta mientras mis enemigos dan el primer golpe. Pelearé y ganaré —anunció Catalina alejándose de su hermana para dirigirse a su puerta—. Nadie me quitará la corona. Nací para ser Reina de Inglaterra.

—Estoy segura de eso —susurro la Reina de Portugal complaciente por esas palabras. Aunque su hermana no estaba en la habitación, no podía dejar de admirar por donde había salido. Catalina recobró su fuerza. Una fuerza imparable, que eliminará a cualquier enemigo que ose amenazar a su familia.

Catalina De Aragón caminaba con seguridad, sin damas ni guardias a su alrededor. Un puñal en su pierna le daba más seguridad que hombres ingleses a su alrededor. La Reina se dirigía a la habitación de su esposo con la intención de averiguar sobre la investigación de su envenenamiento. No dejaría aquello en el olvido. Pero al entrar a la habitación de su esposo una imagen que había visto pocas veces se volvía a repetir. Enrique besaba apasionadamente a Jane Seymour, su dama de compañía.

—¡Catalina! —bramo Enrique el nombre de su esposa al escuchar un sonido que le hizo separarse del cuerpo de la joven Seymour. Catalina no se inmuto, su postura era rígida.

—Majestad. —Jane susurró suavemente mientras realizaba una bella reverencia ante su reina.

—Necesito conversar contigo —solicito Catalina frunciendo su ceño. No debía fingir galantería, o modales ante su esposo. Su esposoinfiel. Con un rápido movimiento en la cabeza, Enrique despecho a Jane. —¿Cromwell ha descubierto algo? —preguntó Catalina moviendo uno de los asientos de su esposo para acomodarse.

—Nada aun —comunicó Enrique confundido por el comportamiento de su esposa. Esperaba otra reacción.

—No debe volver a suceder —añadió Catalina sin suavizar su ceño.

—No volverá a suceder —le prometió Enrique acercándose lentamente a su esposa para tocar su vientre. Catalina no se inmuto. —¿Lo que acabas de ver...

—No he visto nada nuevo —admitió Catalina agarrando la mano de Enrique para alejarla de su vientre—. Eres el Rey, puedes hacer lo que te plazca. No debes darme explicaciones.

—¿Ya no me amas?  —Y el ceño de Catalina desapareció. Su rostro mostró confusión por esa absurda pregunta.

—Enrique, deja esta absurda actuación —expresó Catalina cansada de su esposo—. Ya no hay amor en nuestro matrimonio, solo existe la responsabilidad de la corona. Eres el Rey, y yo soy su reina. No hay nada más entre nosotros. —El Rey de Inglaterra se alejó dolido por esas duras palabras, pero apuntó con su dedo al vientre abultado de su esposa.

—Hay algo más entre nosotros. —Enrique siguió apuntando el vientre de su esposa. Catalina no pudo evitar reír ante esas palabras, pero era una risa sarcástica llena de resentimiento a su esposo.

—Si vuestras palabras fueran sinceras, jamás hubieras dejado marginada a Maria de la sucesión. —enrique jamás pensó que Catalina sacara aquel tema en la palestra.

—Es una niña —se excuso Enrique con esas palabras. Como si el sexo de la niña fuera la causa suficiente para su ante la corona.

—¡Es nuestra hija! —Bramo Catalina con hostilidad hacia su esposo—. Es nuestra hija, es nuestro linaje. Sea mujer o no llevan nuestra sangre, ¿que es lo que no entiendes?

—Eres tú la que no entiendes —Musito Enrique con voz cansina. Su linaje no podría acabar con Maria—. ¿Qué ha sucedido contigo? No eres así. —Y claro que la Catalina normal no era así. Sus cualidades estaban lejanas al sarcasmo.

—Intentaron matar a nuestro hijo. Intentaron matarme a mí, por ti —indicó la Reina de Inglaterra con seguridad en cada palabra que salía de su boca—. Basta de fingir entre nosotros. —Catalina Tudor se levantó de su asiento con algo de dificultad, pero sin aceptar la ayuda de su esposo—. Les ha dado poder a personas incorrectas, por el simple acto de revolcarte con esas niñas. —Los ojos de Enrique se abrieron ante la sorpresa—. Las convierte en sus favoritas, pero ese favoritismo no solo recae en ellas. Y lo sabes.

—Basta Catalina —dijo Enrique incómodo por la dirección que tomaba la conversación.

—No me molesta en qué lugar colores su virilidad, pero el poder solo debe caer en mi. Su Reina, su mujer, la madre de sus hijos y la infanta de España —manifestó Catalina dando un paso hacia el—.  Porque lo recuerdas, ¿cierto? Mi linaje es más fuerte que el tuyo.

—¿De qué hablas? —Escupio Enrique aquella pregunta.

—Tengo una nacionalidad entera que me respalda, al igual que Portugal. Si intentas deshacerte de mí Enrique... —Catalina estaba furiosa, su vista se nublaba por la furia que recorría su cuerpo. Aquella idea había cruzado su mente hace dos noches desde el ataque, y no podía borrarla de su cabeza.

—¿Crees que sería capaz de algo así? —bramó Enrique indignado por el pensamiento de su esposa. La supuesta mujer que lo conocía, mejor que nadie.

—Te querias divorciar de mi. Aun lo puedes hacer, aunque nazcan estos niños —admitió Catalina recordando aquel suceso—. Te encaprichas con cada niña que abre las piernas para ti.

—¡Basta! ¿Desde cuándo eres tan... tan vulgar? —musito Enrique observando de arriba para abajo a su esposa. La cual no la reconocía. La Reina silencio su respuesta, estuvo a punto de decir desde "que se acostó con Alfonso Balmaceda", pero aquello solo le costaría la vida,

—Encuentra al culpable. Y aleja a esa Seymour de mis damas —bramo Catalina—. No necesito más mujeres vulgares en mi habitación, suficiente es mi presencia. —Y la Reina de Inglaterra partió sin despedirse de su esposo.

Catalina no pudo observar el rostro de fascinación de su esposo. Su comportamiento removió algo que había muerto hace años en el Rey de Inglaterra.





Catalina De Aragón se presentó ante el consejo de guerra que llevaba realizando hace unos minutos en la habitación de su esposo. Entró sin avisar, y sin saludar a los nobles. La Reina se posicionó al lado de su esposo con la seguridad que la había caracterizado en su juventud. Enrique la miraba embobado desde su asiento. Nadie pudo evitar percatarse de su mirada, especialmente el Cardenal.

—Actúen como si no existiera —musito Catalina al ver las miradas de sus nobles. Enrique no pudo evitar reír por ese comentario. Era imposible no ver a la Reina de Inglaterra y a sus herederos.

—Estamos ganando la guerra. Francia está cayendo ante la fuerza española, inglesa y portuguesa —comentó Thomas Cromwell leyendo una carta que estaba en sus manos–.  El Rey de Portugal y el emperador de España están en perfectas condiciones. —Un suspiro de alivio salió de la boca de la Reina al escuchar el bienestar de su sobrino y hermano de ley. Pero en aquella carta no menciona a Alfonso Balmaceda. Catalina rezaba cada noche por la prosperidad de su amante—. Si Dios es grande, estaremos en Inglaterra para navidad para celebrar nuestra victoria. —Siguió leyendo el secretario de Enrique. Catalina divago ante la palabra Navidad, si las cuentas de Nusayba eran certeras, en dos meses más estaría dando luz a sus hijos. En navidad tendría a sus herederos en sus brazos.

—Es una excelente noticia —añadió Enrique complaciente acariciando suavemente el vientre de su esposa—. Esta navidad será especial —susurro Enrique al frente del vientre de su esposa. Catalina pudo sentir el aliento de su esposo entrometerse entre el algodón de su vestido. —¿Thomas tiene algo para nosotros? —Catalina observó como Cromwell miraba de reojo al cardenal, pero duró ese gesto tan sólo un segundo.

—Si, Majestad. —Cromwell asintió con su cabeza—. Pero será mejor que sea entre nosotros.

Los nobles no esperaron más y empezaron a salir cada uno de la habitación. Catalina se percató de la ausencia de los Bolena, pero estaba la presencia de los Seymour. Enrique había despachado a una familia por otra.

Una vagina por otra.

—Retirare Wolsey —bramó la Reina de Catalina con hostilidad al cardenal. El cual no se había movido ni un apéndice de sus músculos.

—Mi Rey, lo mejor...- Empezó balbucear el Cardenal.

—No lo volveré a repetir Wolsey —exclamó Catalina rodeando la mesa con lentitud—. Ahórrate la vergüenza de ser sacado por una mujer embarazada. 

Y los tres hombres que estaban en la habitación tuvieron diferentes reacciones. Wolsey se indignó por el comportamiento de Catalina, Cromwell se asombró por la osadía de la Infanta de España. Pero Enrique, Enrique era otra historia. Estaba fascinado con el cambio de su esposa.

El Cardenal buscó desesperadamente la ayuda de su Rey, pero Enrique tenía su mirada fija en su esposa. Y en ese momento supo que había perdido. Catalina De Aragón era imbatible. En vez de caer en el hoyo, aquella mujer salía con más fuerza conquistando nuevamente la atención del Rey de Inglaterra. Una atención que era más allá de lo sexual.

La mente, la inteligencia de Catalina la diferencia de las otras damas inglesas.

—Fui yo —musito el Cardenal sin esperar la confesión que poseía Cromwell sobre él—. Yo la envenené.

Los reyes de Inglaterra se miraron simultáneamente ante esa confesión. Catalina habría puesto las manos al fuego por la culpabilidad de los Bolenas.

—Eres un hombre de Dios —añadió Catalina confundida por esa revelación. Giró su cabeza para observar a Thomas. Debía sentir rabia hacia él, pero una extraña tristeza se apoderó de ella.

—Soy un cardenal, pero también soy un hombre —murmuró el Cardenal sabiendo que aquello serían sus últimas palabras—. Un hombre fiel a su Rey. —Y Catalina en ese momento comprendió todo. La mirada del Cardenal era de amor. Un amor no correspondido, disfrazado de devoción y fidelidad al Rey—. El Rey quería separarse de Usted, y yo se lo iba a dar.

—Encarcelen al Cardenal —ordenó el Rey de Inglaterra decepcionado  por el hombre que había depositado su total confianza por años. Prefiriendo escuchar su consejo ante cualquier hombre o mujer. Cromwell abrió la puerta de la habitación comunicando al guardia la orden del Rey de Inglaterra.

Wolsey salió con la cabeza agachada. La culpa y el remordimiento lo acompañaría en ese largo viaje al calabozo.

—Catalina... —susurró Enrique con suavidad el nombre de su esposa. Lo cual provocó un susto en su esposa. Catalina no esperaba tenerlo tan cerca.

—Averigua si existe otro hombre fiel que desea cumplir sus deseos —añadió Catalina furiosa. La culpa recae en Enrique.

—Ya no es mi deseo —murmuró el Rey de Inglaterra acercándose a los labios de su esposa, pero ella dio un paso atrás. Estaba asqueada e incómoda.

—Enrique, solo le tengo amor al Rey de Inglaterra, sucede lo contrario con mi esposo —confesó la Reina de Catalina frunciendo su ceño. Aquel gesto se estaba volviendo una nueva costumbre—. No me interesa volver a tener su amor, solo necesito su protección. Nada más. Tienes la libertad que siempre has deseado. —Un largo suspiro salió de la boca de Catalina capaz de reconocer que aquello que salía de su boca era verdad—. No volveré a buscar su atención. Seré la Reina ante el consejo, pero no en su cama.

—Catalina...—La Reina negó con rapidez con su cabeza interrumpiendo a su esposo.

—Lo siento, por obligarte a amarme. —La infanta de España se arrepiente de su estupido comportamiento en el pasado. Buscando con desesperación la atención de Enrique. Sintiendo dicha un segundo de tacto con el. Ella no podía creer lo bajo que había caído por atraer a un hombre.

—¿Dónde está el amor que me profesabas? —preguntó Enrique confundido por lo que sentía. Le dolía aquellas palabras de su esposa. Jamás imaginó que la palabra "libre" llegará con tanto dolor.

—Muerto, desde la primera vez que me engañaste.







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Lo siento por mi ausencia, pero he estado actualizando mis otras historias. Debo confesar que esta historia le queda poco capítulos.

¿Le gusto el cambio de Catalina? Siempre odie que no buscara ayuda en su sobrino, a pesar de que el se la entregaba sin titubear.

Espero que les guste, el otro capitulo esta listo. Esperare unos días para subirlo.

Besos y abrazos a todos. <3

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