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XVII






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Cinco meses después.


El vientre abultado de la Reina de Inglaterra le entregaba un poder único en la corte. Era la fecha dieciocho de febrero cuando la Reina regresó para el cumpleaños de su única hija por el momento. Su hermana y la curandera la acompañaban en su travesía. Esa era la palabra que ocupaba Catalina De Aragón al referirse a volver nuevamente a la corte. La Reina se había acostumbrado al silencio y la tranquilidad que le entregaba al castillo de Westminster.

El cardenal Wolsey la observaba, Catalina podía sentir su mirada desde su trono. Lo odiaba con toda su fuerza, pero en aquel tiempo en el castillo había olvidado el odio y el desprecio que sentía por aquel cardenal.

—¿Se ha sentido bien? —le preguntó Enrique Tudor a su esposa al momento que agarraba la mano de su Reina para besar sus nudillos.

—Perfectamente —contestó Catalina girando su rostro para enfocar su mirada en su Rey.

—Es un gran vientre —musito Enrique llevando su mano para acariciar el abultado vientre de su esposa. La Reina simplemente sonrió con ese gesto.

—Nusayba intuye que son dos. —Al decir aquellas palabras el rostro del Rey se iluminó. Y con una efusividad que solo sentía al estar con Ana Bolena, se acercó al rostro de Catalina para besarla profundamente. Al Rey no le importó las miradas de su corte, ni el susurro que nació luego de aquel beso. Solo le importaba su Reina, y los bebés que tenía en su vientre.

—Esa es una excelente noticia —expresó Enrique con una gran sonrisa en su rostro al separarse de su esposa—. Has hecho que este día sea aún más especial.

—Pronto nacerán —comentó Catalina en plural para referirse a su vientre—. Preferiría estar en Westminster para ese momento. —La sonrisa de Enrique se borró—. Yo no estaría para el nacimiento —indicó Enrique desilusionado por el pedido de su esposa.

—He tenido un buen embarazo en ese lugar, lejos de la corte y de sus problemas. —"Y de usted" Quiso añadir Catalina. Lejos de Enrique había tenido el mejor embarazo de todos–. Quisiera que se mantuviera de la misma forma.

—Entiendo...—En realidad Erique entendía las palabras de su esposa. Debía mandarla lejos de la corte desde el primer embarazo, quizás hubiera tenido hijos e hijas por monton—. Lo importante es su salud y la de nuestros hijos —comentó Enrique acariciando con cariño el vientre de su esposa.

—¡Majestades! Maria Tudor, Princesa de Inglaterra —anunció el sirviente de la corte al momento que la primogénita de los Reyes de Inglaterra entraba al salón principal. Catalina observó como su bella y pequeña hija entraba con sus damas y su tutora con elegancia que solo desprendía una hija de España.

—Feliz Cumpleaños Mary. —añadió Enrique al momento que su hija realizaba una reverencia para ellos.

Catalina observó cómo su esposo se levantaba de su trono para tomar en brazos a su princesa para darle un beso sonoro en su mejilla. La hermana menor de María De Aragón esperaba que su corazón latiera con rapidez ante ese gesto de su esposo. Quería que su cuerpo reaccionara como lo hacía en el pasado en cada atención que le daba Enrique, pero nada sucedió. Nada latió por Enrique.





La Reina de Inglaterra reposaba en su recamara junto a su esposo y su pequeña hija. El cumpleaños había resultado agotador para Catalina. El gran peso que debía llevar le causaba dolor en su espalda.

—Ha sido una maravillosa fiesta —comentó Catalina observando el rostro angelical de Maria.

—Ha sido perfecto —contestó ella mostrando sus pequeños dientes para su madre.

—Te mereces eso y más —recalcó Enrique tomando la mano de su hija para besarla en ella—. Ve a descansar Maria, mañana tienes clases de Latin. —Las damas de la Reina Catalina se acercaron a la pequeña princesa para llevarla a su recamara.

—Buenas noches majestades —añadió Maria realizando una reverencia hacia sus padres. Ambos reyes sonrieron enternecidos por aquel gesto.

—Crece tan rápido —susurro Catalina comiendo un pedazo del pastel que le habían llevado sus damas a su recamara.

—Me he encargado de su educación. No debes preocuparte de nada —puntualizó Enrique con una pequeña sonrisa en su rostro. Él sabía que aquel gesto le gustaría a su esposa. La educación era importante para la crianza de Maria.

—Me alegro que le estés dando la atención que se merece una Princesa de Inglaterra —expresó Catalina metiéndose una cuchara de pastel en su boca—. Será una gran princesa y una gran emperadora para España.

—Siempre le he dado la atención que se merece —recalcó Enrique frunciendo su ceño, Catalina se detuvo al comer para mirar a su esposo con la ceja alzada—. ¿Qué quieres decir con eso?

—Jamás le ha dado la atención que se merece, ni a mi, que soy su Reina —expresó Catalina con seguridad en sus palabras—. Los Bolena aún recorren mi Corte. Y las de mis hijos. —El rostro del Rey se endureció ante los dichos de su esposa—. Has alejado a Ana, pero no es suficiente. No quiero que nada le cause daño a mi familia.

—Los Bolena no harían tal cosa —manifestó Enrique preparándose para levantarse de su asiento y salir de esta incómoda conversación, pero su esposa lo detuvo. Catalina colocó su mano en su brazo para detenerlo.

—No hay necesidad de que huyas —aclaró Catalina levantando sus ojos para conectarlo con el Rey de Inglaterra—. Quiero los Bolena fuera de esta corte. ¿Lo puedes hacer por mi? ¿Por su hija? ¿Por sus futuros herederos? —Enrique se quedo inmovil unos segundos observando el fuego que desprendía en la mirada de su esposa.

—Lo haré —prometió Enrique sin despegar la mirada de su esposa la que empezaba a ver de una manera distinta, casi como en su juventud. El Rey de Inglaterra se acercó lentamente al rostro de su esposa, iba directamente a los labios de Catalina, pero la Reina ante de ese contacto se metió otra cucharada de pastel en su boca, seguida por otra y otras más—. Catalina, come lento. —Su esposa se rio atragantandose con la comida.

—Lo siento, tengo hambre todo el día —aclaró la Reina de su comportamiento distrayendo las intención de su esposo. No quería besarlo, ni sentirlo cerca—. Especialmente de pasteles.

—Llevas a dos herederos, por supuesto que tienes un gran apetito —recalcó Enrique llevando su mano al vientre de su esposa. Adoraba sentir a sus hijos, especialmente las patadas que realizaban. Catalina sonrió ante su cometido, Enrique se distrajo con facilidad.

—A veces en Westminster me levanto en la madrugada en busca de pasteles —susurró la Reina a su esposa—. Nusayba me ha pillado tres veces, pero no puedo evitar sentir hambre. Aunque debo controlar mi alimento, Nusayaba dice que puedo engordar demasiado ....¿Qué sucede? —le preguntó Catalina al observar el extraño rostro que colocó su esposo para ella.

—Te ves hermosa —musito Enrique encantando por el comportamiento de su esposa. Catalina sonrió incómoda por ese elogio. Aún no se acostumbraba de la nueva calidez que desprendía su esposo hacia ella. Una calidez que había perdido años atrás.

—Lo dudo —indicó Catalina con un tono de diversión en su voz mirando su gran vientre, pero antes de soltar otra palabra el rostro de la Reina de desfiguro.

—¿Qué sucede? —preguntó Enrique alarmado al ver el rostro de su esposa. Catalina no pudo responder y cayó desmayada encima de su pastel. Los gritos del Rey de Inglaterra no se hicieron esperar. Los guardias y las damas llegaron con rapidez al escuchar su grito.

—¡Traigan a la curandera! —grito Enrique. Nadie preguntó, todos sabían a qué se refieren. La única curandera que rondaba en aquel castillo.





El Rey de Inglaterra caminaba de un lado a otro a las afueras de la habitación de su esposa. No podía comprender lo que había sucedido en ese momento. Su esposa estaba bien, lucía un embarazo sano y sus ojos mostraban la fuerza que volvía a recuperar la Reina de Inglaterra. ¿Qué había salido mal?

Enrique Tudor rezaba por el bienestar de sus bebes, faltaba tan poco para tenerlos en sus brazos, compartirlo con su corte mostrando que el linaje Tudor seguirá con fuerza por largos años. Que no lograba entender porque Dios le quitaria ese placer. El Rey de Inglaterra detuvo su cuerpo al sentir los pasos del cardenal Wolsey.

—Mi Rey. —Wolsey se acercó con una sonrisa al ver a su Enrique, pero al ver el rostro preocupado de su Rey, la sonrisa se apagó. No le gustaba ver a su Majestad de esa forma.

—Faltaba tan poco —indicó Enrique soltando un suspiro de frustración por los acontecimientos—. ¿Por qué Dios me castiga de esta forma?

—No es a Usted a quien lo castiga —aclaró Wolsey acercándose a Enrique—. Usted es perfecto. Dios jamás lo castigaría. —El Rey de Inglaterra observó el rostro del cardenal detenidamente, sin dejar de pensar en sus palabras.

—Catalina es una buena mujer —admitió el Rey confundido—. ¿Porque la castigaría? Es una hija devota a Cristo.

—Ambos lo sabemos —añadió Wolsey refiriéndose al tema del fallecido hermano de Enrique. En ese momento el Rey se olvidaba de aquello. Catalina había jurado en el pasado de su virginidad, jamás dudo de esas promesa, pero el Cardenal provocaba su duda al igual que Ana Bolena con su juventud.

—No es el momento Wolsey —aseguró Enrique frunciendo su ceño—. Lo importante ahora es Catalina, nada más.

—Por supuesto Majestad —preciso Wolsey levantando una mano para acariciar el hombro derecho de Enrique. Lo hizo suavemente tratando que el Rey no se incomoda con aquel gesto. Aquel gesto que aceleraba su corazón de forma descontrolada.

—Mi Rey. —La voz de Charles Brandon llegó a interrumpir aquella escena. Wolsey retiró su mano con rapidez al observar como Enrique llegaba al frente de su amigo para abrazarlo. El cardenal ardio en celos al ver esa imagen—. Ella estará bien, es la mujer más fuerte de este reino.

—Lo es —musito Enrique soltándose del abrazo de Charles al momento que observaba como el Padre de Ana Bolena llegaba junto a Thomas Cromwell. El Rey no podía evitar recordar a Ana al momento que veía a su padre. La extrañaba, pero el sentimiento que sentía por sus herederos era más fuerte que el amor que sentía por la Bolena.

—Majestad —susurraron ambos nobles al llegar al frente de su Rey, pero antes que Enrique agradeciera por su compañía la puerta de la habitación de Catalina se abría. El Rey giró sus talones para caminar con rapidez a la dirección de Nusayba.

—¿Qué sucede? ¿Ha tenido un aborto? —preguntó Enrique con rapidez al momento que la curandera salía de la habitación.

—No —contestó Nusayba frunciendo su ceño respondiendo con la misma rapidez que Enrique—. Alguien la envenenó —anunció Nusayba sin quitar su ceño fruncido—. Pero el veneno no fue fuerte, le he dado un antídoto.

—¡No! Imposible —bramo Enrique confundido ante esa confesión. No podía comprender quien fuera capaz de dañar a la Reina de Inglaterra.

—Lo último que comió estaba envenenado —aclaró la curandera al Rey sin poder danzar su mirada al cardenal y al padre de Ana Bolena. Los sospechosos según la Reina de Inglaterra.

—¿Ella está bien? ¿Los bebés? —preguntó Enrique con preocupación ante el estado de su esposa.

—Ella está bien, y su embarazo también. Solo ha sido un susto —destacó la curandera volviendo a observar al esposo de la hermana de María De Aragón—. Tienes una esposa fuerte. - Preciso la curandera, Enrique soltó un suspiro de alivio al escucharla. —Puedes pasar a verla.

—Thomas, averigua quien realizó aquel pastel y quien lo envió —ordenó el Rey de Inglaterra girando su rostro para mirar al secretario del Cardenal.

—De inmediato Majestad —clamó Cromwell con rapidez.

—Esto es un acto de traición, atentar en contra de su !Reina! Quiero muerto a quien se atrevió a hacerle daño a Catalina —bramo Enrique con enojo en su voz haciendo sobresaltar al cardenal del susto. Cuando el Rey emitía aquella voz, nada bueno salía.

—Por supuesto Majestad. Investigare de inmediato —notifico Cromwell encaminado por el pasillo en busca de la verdad.

—Majestad, Catalina pide su presencia —insistió la curandera llamando la atención del Rey. Enrique aligero su ceño para caminar a la habitación de su esposa, pero al dar un paso en ella escucho la risa de su Reina. Una sonrisa se posó en su rostro por aquel sonido.

Las hermanas Aragón estaban juntas, agarradas de las manos riendo por una escena divertida de su pasado. Catalina había tenido un susto al sentir la extraña sensación en su cuerpo por el veneno, pero al beber el antídoto que le dio la curandera todo desapareció. Se alegraba de la presencia de su hermana y de la curandera. No confiaba en nadie más.

—Catalina... —La Reina silencio su risa al escuchar la voz de su esposo—. Estás bien —señaló Enrique sin dejar de sonreír al ver las mejillas sonrojadas de su esposa.

—Lo estoy —aseguró Catalina respondiendo la sonrisa de su esposo—. Pero estaré mejor cuando descubran quién fue el culpable.

—Nadie volverá hacerte daño, lo prometo. —El Rey se acercó al costado de la cama de su esposa al momento que María De Aragón se alejaba para entregarles privacidad—. Morirá quien se haya atrevido. —Catalina sintió como el agarre de su hermana era reemplazado por su esposo.

—Me quedaré aquí, contigo —musitó Catalina el acuerdo que había llegado con su hermana mayor—. Somos fuertes si estamos juntos. Volveré a la corte después de este envenenamiento. Mostraré la fuerza de estos herederos —señaló Catalina bajando su mirada a su abultado vientre.

—Estos niños gobernaran el mundo —admito Enrique. Sus herederos ya habían mostrado la fuerza de los Tudor. Sin ni siquiera nacer ya estaba orgullosos de sus pequeños herederos.

Catalina en su última oportunidad le iba a dar la felicidad que él merecía.

—Así es —aseguró Catalina sonriendo a su Rey.

Catalina volvería a la corte, con la fuerza y humildad que la caracterizó en su juventud para proteger a su familia. Y ahora con el favor de Enrique nuevamente sacaría a Wolsey, a los Bolenas y a quién se interpusiera en su camino para Gobernar en su cargo natural.

Reina de Inglaterra, Reina de Europa.







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!Gracias a todos ! Estoy tan feliz que esta historia haya llegado a las 2.000 visualizaciones ❤️ gracias y mil gracias 😊 espero que les guste el capítulo. ❤️🧡

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