XIV
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La Reina De Inglaterra dejó a toda la corte en silencio al momento que entró al salón principal para el baile. A pesar de la máscara, la reina era reconocida por cada integrante de la corte inglesa. Su largo y frondoso cabello rojo era llamativo en cada rincón del pequeño País inglés.
Catalina De Aragon estuvo a segundos de salir corriendo en aquel lugar al percatarse que el largo silencio se había prolongado más de lo normal, pero la mano de su hermana alrededor de su brazo le entregó el valor que había perdido años atrás. La Reina se encaminó al lugar donde estaba su esposo, el cual conversaban amistosamente con el padre de Ana Bolena, pero al escuchar que el bullicio y la música había cesado, busco a los responsables de aquel acto. Su mirada se congeló al ver la imagen de su esposa.
Parecía una Diosa, como aquellos entes romanos que había escuchado hablar tantas veces.
—Majestad. —Catalina realizó una reverencia al llegar a la presencia de su esposo, el cual no respondió su saludo. La siguió admirando todo el camino de su esposa a la mesa principal. Enrique no pudo evitar sentir una corriente en su entrepierna al observar la espalda desnuda de su esposa. Aún seguía tan blanca como las nubes.
—Majestad. —Enrique movió sus ojos para enfocarse en el siguiente saludo que le estaban dando. María De Aragón estaba al frente de ella con un vestido rojo, y un escote que relucía los senos maduros de la mujer. Ambas hermanas lucían realmente bellas. Una belleza superior, de cualquier jovencita de la corte.
—Es un hermoso baile —comentó Maria hablando del buen gusto del Rey de Inglaterra. Enrioque sonrió ante esas palabras, pero no respondió. Sus pasos con voluntad propia se encaminaron a su esposa, para tomar asiento a su lado. Sin meditarlo, sus dedos se posaron en la mejilla de la mujer para realizar una leve caricia. Catalina no giró su rostro, ni sonrió ante ese tacto.
—Luces hermosas —añadió Enrique con voz ronca. Como si fuera la primera vez que veía a Catalina De Aragón.
—Gracias —agradeció Catalina buscando con su mirada al embajador de España—. Es un hermoso baile.
—Todo por el heredero de Inglaterra —comentó Enrique bajando sus manos al vientre de su esposa. Iba a creer la historia de su esposa hasta que la prueba demostrara lo contrario—. Cuando nazca se hará una fiesta aún más grande.
—No es necesario —añadió Catalina girando su rostro para enfocarlo en su esposo. Lo observó con su ceño fruncido—. Será suficiente una misa. Se celebrará junto a Dios.
—Se hará lo que diga —musito Enrique acercándose al rostro de su esposa para besar la mejilla de ella. Catalina estuvo a segundos de vomitar por aquel movimiento. Lo aborrecía. Lo odiaba por humillarla. No quedaba amor en su corazón para él—. ¿Por qué me miras así?
—Aun tienes el descaro de preguntar —bramo Catalina sin importarle si era escuchada—. Me insultas, me humillas delante de otras personas, ¿y crees que actúe como siempre? Te equivocas Enrique, he llegado a mi límite.
—¿Y cuál es ese límite? ¿Qué harás para evitarlo? —preguntó el Rey de Inglaterra con dulzura. Como si aquella conversación no fuera una discusión entre ellos. Aquellas preguntas dejó muda a la reina de Inglaterra, Catalina no tiene el poder para enfrentar a su esposo.
—¡Lady Ana Bolena! —bramo sirviente presentando a Ana Bolena en el salón principal. Catalina observó como la sonrisa de su esposo se esfumaba al escuchar el nombre, y giraba su rostro para enfocarlo en el cuerpo de su amante.
—Me he dado el permiso de invitar a mi Dama —añadió Catalina acercando su boca al oído de su esposo—. Por lo oi ha estado sumida en la tristeza. y estoy segura que su compañia la confortara.
—¿Qué haces? —preguntó Enrique al momento que su esposa se levantaba del asiento.
—Si quieres a alguien para humillar, ahí la tenéis. Hacedlo a ella —musito Catalina alejándose para encontrarse con el vestido rojo de su hermana. La música no cesaba, y los integrantes del baile bailaban y bramaban con alegría—. Quiero bailar.
—¿Cómo se atrevió a venir? —bramo Maria De Aragon en español al momento que su hermana menor llegaba a ella, pero al ver la sonrisa de la reina de Inglaterra comprendió una cosa. Ella había invitado a la amante de su esposo—. ¿Por qué lo habéis realizado?
—No quiero la atención de Enrique en mi —contestó la Reina de Inglaterra en su idioma natal.
—¿Por qué? Es lo que siempre has querido —musito Maria confundida por su hermana.
—Ya no más —reveló la Reina de Inglaterra alejándose de su hermana para dirigirse al amigo de Enrique. Uno de los pocos amigos que le agradaban a Catalina, y no era porque su belleza era superior a la de su esposo. Era porque aquel hombre era cauto. Y fiel a Enrique. Catalina podría jurar que aquel hombre sería capaz de dañar al Rey de Inglaterra—. Charles.
—Mi Reina. —Charles Brandon se detuvo al escuchar la voz de su reina a su cercanía. Detuvo su conversación con sus amigos para girar su cuerpo y realizar una reverencia ante ella. Brandon no podía negar que la Reina se veía absolutamente exquisita.
—¿Le gustaría bailar conmigo? —pregunto una sonriente Catalina.
—Será un honor —contestó Charles maravillado por la petición de su reina.
Catalina bailaba con gracia junto al amigo de su esposo. Charles era un excelente bailarín, pero su objetivo era otro. La Reina de Inglaterra quería observar el salón para fijarse si aquel mercenario que había estado en su cama, estaba en aquel lugar. Danzo, y giro su cuerpo al ritmo de la musica, hasta que sus ojos se conectaron con unos ojos negros que reconocia a la perfeccion. Alfonso Balmaceda la observaba entre la multitud, se percataba como el cuerpo de la Reina danzaba con elegancia. La deseaba, la quería debajo de su cuerpo nuevamente.
—Es una gran bailarina Majestad. —La halagó el amigo de su esposo con amabilidad. Catalina simplemente sonrió. Se escuchaban los aplausos de los presentes al terminar su baile. La bella Reina de Inglaterra, realizó una reverencia ante ellos. Ante el público que la aplaudía.
La Reina de Inglaterra fijó su mirada en el trono, aquel asiento estaba vacío. Su esposo debía estar con su amante, una sonrisa triunfal se posaba en su rostro al percatarse que su plan de escabullirse con Alfonso daría frutos, pero esa sonrisa tan solo duró unos segundos. Su esposo, el Rey de Inglaterra se acercaba a ella con paso firme.
—No creerás que dejaría sola a mi esposa con tantos embajadores viudos rondando —susurro el Rey en el oído de su reina.
—¿Por qué no? Es lo que has hecho por diez años —contestó Catalina sonriendo con amabilidad a su Rey. Su esposo tomó las manos de su mujer para empezar a bailar con ella. Nadie intervino, todos observaban aquella imagen de los reyes de Inglaterra bailando.
—Ahora es distinto —explicó el esposo de Catalina moviendo su cuerpo con elegancia, sin quitar la mirada de los ojos azules de su reina. La cual tenía su ceño fruncido.
—¿De qué hablas? —preguntó Catalina confundida por las palabras de su esposo, pero sin perder la prestancia en sus movimientos.
—De nuestro Heredero. De nuestro hijo —expresó su esposo deteniendo su paso para besarla con efusividad. El pueblo aplaudió con felicidad por ese gesto entre los reyes. Catalina quiso separar los labios de su esposo al sentir su tacto, pero debía actuar que el amor hacia su rey, seguía intacto—. Esta es la prueba de la veracidad del crecimiento de nuestro heredero —bramo Enrique. Catalina observó como un sirviente salía entre el público con los recipientes que había orinado en ella—. Está en la prueba de que la Reina tendrá un varón —manifestó el Rey tomando un frasco entre sus manos. La Reina no pudo observar con detalle, solo se fijó de un pequeño brote en la frasco de la semilla de cebada.
—Catalina... —La Reina de Inglaterra escuchó el susurro de su hermana a su lado. Catalina no pudo fijar su mirada en su hermana mayor, porque sus ojos estaban enfocados en el pequeño brote del frasco. Su esposo lo mostraba con orgullo entre los espectadores—. ¡Catalina! —María zamarreo a su hermana.
—¿Qué? —preguntó Catalina saliendo de la ensoñación.
—Nusayba iba a entrar a la habitación a cambiar los frascos. La van a atrapar —murmuró Maria De Aragon en español. Catalina debía reaccionar, debía cubrir a la curandera que le había dado el milagro. Ella estaba embarazada. De nuevo. Su séptima vez. —!Catalina! - Maria zamarreo nuevamente a su hermana, pero ella nuevamente perdió la mirada en el frasco que sostenía su esposo en sus manos.
Maria De Aragon salió tratando de no levantar sospechas entre los espectadores. Debía ir en busca de su amiga, para darle el aviso que el Rey tenía el frasco en su poder. Tenía que llegar para encontrarla. La Reina Portugal corrió por los pasillos del castillo al percatarse de la soledad en ellos. Con paso rápido se encaminó a la habitación de Enrique.
—¡Suéltame! —Escucho el grito de su curandera. La Reina de Portugal corrió al punto que sus pies se tropezaron con su vestido provocándole una caída, pero nada le importaba—. ¡MARIA! —bramo la curandera al ver a su reina en el suelo.
—Sueltala, !Ahora! —bramo la Reina de Portugal levantándose del suelo para acercarse al cuerpo de la curandera, la cual era prisionera por dos guardias del Rey. Los guardias dudaron por unos segundos.
—Estaba en la habitación del Rey sin permiso —explicó uno de ellos a la Reina de Portugal.
—Lo sé, fue por mi orden —manifestó Maria con hostilidad separando las manos de los guardias del cuerpo de su curandera—. Ahora suéltala, le explicaré al Rey con mis propias palabras.
—Debemos notificarlo —puntualizó uno de ellos con nerviosismo ante la hostilidad de la hermana de la Reina.
—Hazlo —expresó Maria De Aragon girando su cuerpo aferrándose a las manos de Nusayba. Ambas no se soltaron, hasta llegar a su habitación que compartían.
—No pude hacerlo, no estaban los frascos y me atraparon abriendo el mueble —explico la curandera con rapidez al momento que la puerta se cerraba detrás de ella.
—Bota los frascos —ordenó Maria buscando entre los pliegues del vestido la curandera para encontrar lo que buscaba—. La cebada se frotó, la tiene el Rey en sus manos.
—¿Qué? —bramo la curandera confundida por las palabras de su reina—. ¿Broto?
—Así es —afirmó Maria sacando el pequeño brote de la tierra del frasco, aplastando la plata en sus manos. Y botando el frasco al suelo para quebrarlo—. Al parecer la Reina de Inglaterra está embarazada.
—Vendrán a buscarme —musito Nusayba empezando a florecer un nerviosismo en su cuerpo.
—No, Catalina ha ganado nuevamente el favor de Enrique. Dirás que solo llevabas un regalo para el futuro padre —anunció Maria barriendo la tierra con sus pies.
—¿Qué regalo? —preguntó Nusayba a su reina.
—No lo sé —respondió con sinceridad la Reina de Portugal, sin poder evitar una sonrisa por la adrenalina. Una sonrisa que le siguió otra, y otra, contagiando a la curandera.
Catalina De Aragón no podía salir de impresión. Sentía besos en sus manos, abrazos y palabras de felicitaciones, pero despertó en el momento que su esposo la llevó a su habitación.
—No quiero hablar. —bramo Enrique a sus guardias para cerrar la puerta de la habitación con su reina adentro—. Siéntate Catalina —ordenó con dulzura Enrique a Catalina, para llevarla a su cama. La Reina obedeció—. Debes descansar.
—Quiero irme a Westminster —musito Catalina llevando sus manos a su vientre—. Quiero estar tranquila. No quiero Wolsey, ni Bolenas, ni a ti a mi alrededor.
—Catalina...—susurro Enrique dejando el frasco de la cebada en su mueble para luego arrodillarse al frente de su esposa—, Debes perdonarme. Debía estar seguro.
—Lo sé, para seguir con la anulación. —Asintio Catalina con su cabeza, sin sacar las manos de su vientre levantó su mirada para conectarla a la de su esposo—. Me has humillado por años Enrique, y lo he soportado en silencio.
—¿Qué harás ahora? —preguntó su esposo colocando sus manos en las rodillas de su esposa.
—Estar lejos de ti. Estaré en Palacio, daré a luz en ese lugar con la curandera de mi hermana —manifestó Catalina sacando las manos de su esposo de sus rodillas—. Viviré en aquel lugar, nos juntaremos para las ocasiones formales, y podrás tener a las amantes que quieras.
—Ya no quiero Amantes, si le hace daño al bebe —musito Enrique bajando la mirada al vientre de su esposa.
—Estaré en el palacio, el bebe no lo sabrá —contestó la Reina de Inglaterra—. Estarás libre de mi.
—No quiero estar libre de ti, ni del niño que llevas en su vientre —puntualizó Enrique llevando sus manos al vientre de Catalina, pero antes de rozar el vestido Catalina sujetó sus muñecas para detener su movimiento.
—Quiero estar tranquila, y esa tranquila solo me la puedas dar si te alejas de mí —admitió Catalina De Aragón levantándose de la cama de su esposo—. Si quieres que este niño nazca, aléjate de mí. Aleje sus humillaciones, su traición y su desamor.
—¿Es muy tarde para recuperar nuestro amor? —preguntó Enrique aún arrodillado ante su reina. A la futura madre de su príncipe.
—¿Qué crees, Enrique? —contestó Catalina con otra pregunta sin volver a mirar a su esposo—. Mañana vuelvo al palacio junto a mi hermana, y a su curandera. Solo ella se encargará de mi embarazo.
—Se hará lo que digas —murmuró Enrique antes que su Reina desapareciera por su puerta.
—¡Mi Rey! —Wolsey aparecía por la puerta con voz de urgencia—. La curandera de la Reina de Portugal entró a su habitación sin permiso, aquel acto es traición...
—Basta Wolsey —bramo Enrique aún arrodillado—. No tocarás a la curandera, ni a la Reina de Portugal.
—Pero mi Rey...—expresó el Cardenal tratando de cambiar de opinión a Enrique.
—¡Basta! No hablaras mas de la Reina de Portugal, ni de su curandera y ni de mi esposa! —bramo Enrique levantándose del suelo—. Me has alejado de mi esposa, de mi Reina y de la madre de mis hijos.¡No más Wolsey! Vete, no te quiero ver. He perdido todo, e incluso el amor de mi Catalina.
El Cardenal se retiró, conocía a su Enrique. Conocía a su Rey. El embarazado de la Reina la beneficiaba, llevando la gracia de Enrique Tudor, pero aquella atención no iba a durar. Lucharía para que el embarazo de la Reina de Inglaterra no llegara a término, e incluso si debía alisarse con Ana Bolena.
Enrique Tudor era de él, solo de él.
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!He vuelto! Gracias por todo el apoyo ♥️♥️♥️♥️
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