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La Reina de Inglaterra daba vueltas en su suave colchón, sintiendo la frescura de las sabanas por su cuerpo y en silencio provocado por el alejamiento de sus damas. Era una noche perfecta para descansar, pero la ausencia de Alfonso en su habitación la inquietaba. Para Catalina la única forma de quedar embarazada era con la ayuda de su viejo amigo. Si Alfonso se negaba a ayudarla, su reinado se había acabado.
Lo necesitaba para asegurar su poder, el de su hija y de sus nietos. El poder de la reina de Inglaterra se mantendrá sólo si es capaz de dar un hijo. Y Catalina lo iba a lograr aunque la vida le cueste.
—Catalina... —Al estar sumida en sus pensamientos Catalina no oyó el sonido de la puerta. Alfonso Balmaceda entraba a su habitación con el torso desnudo y con su ceño fruncido. La Reina de Inglaterra se quedó muda ante esa imagen. No había visto el cuerpo desnudo de un hombre por dos años. Desde que Enrique evito dormir con ella. —¿Estás segura?
La Reina de Inglaterra recostada en el colchón boca abajo, tratando de sacar su mirada del torso desnudo de Alfonso, quiso responder, pero nada salía de su boca. Su pulsaciones se habían acelerado, su entrepierna se había mojado y su pensamiento lógico estaba desapareciendo.
Catalina asintió con su cabeza y fue la única respuesta que Alfonso Balmaceda necesitaba.
La Reina de Inglaterra sintió como el cuerpo cálido de Alfonso se sentaba a su lado esperándola, pero Catalina había olvidado como acostarse con un hombre. Por un momento se sintió como la niña de Granada, la que trataba de seducir al mercenario de su padre.
—Ven —susurro Alfonso con voz grave extendiendo su mano. Catalina aun inmovil en el mismo lugar observó la dura mano de Alfonso pidiendo que lo aceptara en ese pequeño gesto. La Reina de Inglaterra se incorporó arrodillándose en el suave colchón para realizar el único movimiento que pedía a gritos su cuerpo. Saco el delicado camisón que cubría su cuerpo. Catalina sintió como el aire y la excitación recorría sus pezones colocándolos duros y erectos.
—Ven —musito Catalina al observar como Alfonso se queda quieto en el lugar sin dejar de mirar su cuerpo desnudo. Balmaceda se balanceo con delicadeza al cuerpo de Catalina para probar lo único que había deseado desde que partió de Granada. Los dulces labios de la Infanta de España.
Los recuerdos de ambos volvieron a surgir al momento que sintieron los labios del otro. El tiempo retrocedió, y volvieron a estar en el jardín del palacio de Alhambra. Recorriendo sus bocas con sus lenguas y sus manos viajando por los bellos cuerpos del otro. Catalina De Aragon recordaba esos besos a la perfección, los había resguardado en su corazón escondiéndolo de su Amado Dios.
La Reina de Inglaterra perdió la noción del tiempo. Jamás supo si estuvo segundos, minutos o horas besándose con el mercenario de su padre, pero solo sabía que no quería que acabara.
La mano de Alfonso bajando por su cuerpo fue el distractor para separarse de los calientes besos que le proporcionaba. Catalina observó los ojos oscuros de su viejo amigo al momento que la mano de él llegaba a su entrepierna. Un grueso dedo de Alfonso entró en ella, con suavidad casi con ternura, la Reina de Inglaterra gimió al sentirlo. Y sentir como su cuerpo exigía la intimidad del hombre delante de ella. Su vagina estaba húmeda y caliente.
La Reina de Inglaterra recordó por un segundo la noche que se acostó con Enrique. Recordó como ella lideró la situación y manejó aquel encuentro a su disposición. Catalina no estaba enamorada del hijo menor del Rey, solo le interesaba dar el heredero que todos le exigian, pero con Alfonso fue distinto. Su viejo amigo la poseyó con suavidad, con gentileza y amor.
—Más, más, más —ordenó la Reina de Inglaterra abriendo sus piernas para facilitar el paso de la virilidad de Alfonso dentro de ella. La suavidad, la delicadeza había desaparecido. Las fuertes estocadas movían el resplandor de la cama, acallando el sonido de los flujos vaginales de la Reina.
—Calla. —Alfonso colocó su mano para tapar la boca de su antigua amada. Sus exigencias y los gemidos serán escuchados por los pocos sirvientes que residían en el castillo, si la Reina no recordaba que no estaban en Granada.
Catalina De Aragon siempre intuyo que si un hombre le tapaba su boca sería la ofensa más grave para su persona, pero en aquel momento con Alfonso entre sus piernas, sintiendo como el pene de él entraba en ella con dureza y como los músculos de sus hombros se tensaron por los movimientos, le excito.
Porque ya no importaba tener un heredero en ese momento, solo interesaba su propio orgasmo.
—¿Maria te ha contado todo? —preguntó Catalina recostada en el torso de Alfonso después de que este terminara dentro de ella.
—Solo mencionó que necesitabas un favor de alcoba —respondió Balmaceda tranquilizando su respiración.
—¿Y aceptaste sin más información? —preguntó Catalina sorprendida ante la respuesta de Alfonso. Ls Reina levanto su rostro para observar los ojos negros de aquel hombre, el cual solo sonrio con sus ojos cerrado—. Podrías morir... por esto.
—Lo valdría —puntualizó Alfonso abriendo sus ojos para conectarlo con la mirada azul de la Reina de Inglaterra—. He vivido mucho, sería una buena forma de morir.
—Quizás no sea la única vez. —Catalina quiso decirle la verdad,que ella quería quedar embarazada, pero en ese momento sintiendo la calidez y los músculos del cuerpo de Alfonso, su objetivo era otro—. Pero debes jurar su lealtad a mi. Nada de esto debe salir a la luz.
—Creo que he jurado, pero podría volver hacerlo —musito Alfonso posando sus manos en la espalda baja de Catalina, la cual se estremeció de inmediato al sentir el tacto—. Creo que estás de acuerdo conmigo.
—Lo estoy —susurro la Reina de Inglaterra sonriendo ante la perversidad de aquel hombre. Quería la poseyera de nuevo, quería que lo hiciera todas las noches, mañanas y tardes de su vida.
Alfonso giró su cuerpo para colocarse nuevamente encima de la infanta de España, pero antes de besarla. El hombre quería resolver su duda. La duda del sabor de la Reina de Inglaterra. Balmaceda bajó con lentitud besando el suave y perfecto cuello de Catalina, para seguir con los senos de ella. Eran senos caídos por los múltiples fallos de embarazo de ella, pero no carecían de suavidad. Alfonso succiono los pezones de su reina con suavidad, lamiendo como un niño en pecho.
—Oh Alfonso —gimio Catalina el nombre de su amante, sintiendo el efecto de los besos del mercenario en su entrepierna. Balmaceda sonrió ante el gemido de la Reina inspirando para seguir bajando por el bello cuerpo de Catalina De Aragón.
El sabor de Catalina era glorioso, era dulce con una pizca de acidez que realizaba un equilibrio en el sabor. Aquel sabor que quedaría todo el día en la boca de Alfonso Balmaceda. La Reina de Inglaterra quiso gritar al momento de sentir el orgasmo llegar a su cuerpo, pero la debilidad de sus piernas la distrajo. Sus piernas temblaban por el placer que le había producido la lengua del mercenario.
—Abre las piernas —exigio Alfonso con dureza olvidando que aquella mujer era la reina de Inglaterra. En ese momento era su mujer, su amante y su esposa. Catalina obedeció observando como el erecto pene de Balmaceda se posicionada para entrar en ella. Aun con sus piernas temblorosas y aun sintiendo como el órgasmo recorría su cuerpo, Alfonso la poseyó nuevamente con rapidez. Golpeando su clítoris con cada estocada que le realizaba.
Ambos llegaron juntos al paraíso, con un sonido ronco y con la leche de Balmaceda recorriendo las piernas de Catalina.
—¡Catalina!. —Maria entró con rapidez a su habitación sin importarle que ambos estuvieran desnudo y que Alfonso aun estaba dentro de ella.
—¡MARIA! —bramó la Reina de Inglaterra tratando de tapar sus cuerpos con las sábanas. Alfonso salió de ella colocándose a su lado sin importarle la presencia de la hermana de la Reina de Inglaterra—. !Como os ocurre entrar de esa manera!
—Enrique está abajo —manifestó Maria buscando entre el tumulto de ropa de Catalina y Alfonso el camisón de la reina—. ¡Vamos levántate! Nusayba lo entretendrá lo suficiente. —Catalina se levantó con rapidez sin importarle nada, su esposo, el rey estaba abajo. Aquel hombre que tenía el poder de cortar su cabeza—. Alfonso, al momento que salgamos ve a tu habitación—.El mercenario solo asintió con su cabeza sin dejar de sonreír. La Reina de Inglaterra no podía creer la falta de supervivencia de aquel hombre. —Límpiate.
Catalina se sonrojó ante ese pedido de su hermana. Ella sabía a qué se refería a alimpirase. La Reina de Inglaterra sentía el semen de Alfonso recorriendo sus piernas. Catalina se limpio, se arregló el cabello para bajar al lado de su hermana con rapidez. La llegada de Enrique en medio de la noche era un mal augurio.
—¡Catalina! —Enrique sintió alivio al momento de verla bajar por las escaleras. Estaba perfecta. Se veía hermosa con su hijo en el vientre—. ¿Estás bien? —le preguntó Enrique al momento que su esposa llegaba a su lado con su ceño fruncido.
—Si —respondió Catalina confundida por el comportamiento de su esposo, pero el movimiento que la descolocó fue el abrazo efusivo de Enrique en ella. El Rey de Inglaterra beso su cabello con anhelo, sintiendo la fragilidad del cuerpo de Catalina en sus brazos. La Reina temió en esos segundos que su esposo fuera capaz de oler la fragancia de Alfonso—. ¿Qué sucede con mi Rey? —preguntó la Reina separando su cuerpo para observar los preocupados ojos azules de Enrique.
—Nada. Solo...me alegra que estes bien —respondió Enrique observando el vientre de Catalina, el cual aun seguía plano.
—La Reina seguirá bien, si todos nos preocupamos por ella —bramó María de Aragón en la escalera observando el comportamiento de Enrique.
Maria se percató que el Rey la observo, ella solo negó con su cabeza. Ella no le había dicho del comportamiento indecoroso por parte del esposo de su hermana. Se guardaría ese secreto, por el bienestar de su hermana menor.
—Vivo por nuestro hijo, y por la niña que me has dado —musito Enrique arrodillándose en el suelo para apoyar su oído en el vientre de su esposa. Catalina había esperado que los ojos y los pensamientos de su esposo se posaran en ella que imagino que de alegría ante esas palabras, pero nada llegó a su corazón.
Aun podía sentir en su cuerpo los labios calientes de Alfonso en su entrepierna. No cabía Enrique en su mente.
A pesar de todos los acontecimientos la querida Reina de Inglaterra durmió con tranquilidad, su cuerpo se sentía ligero, como si todo el estrés, las angustias y las humillaciones hubieran desaparecido. Lo único que despertó a la bella Catalina fue su estómago rugiendo pidiendo un poco de comida.
El sol aún no aparecía en la bella ciudad de Londres al momento que la Reina de Inglaterra bajaba por las escaleras para buscar algo para comer. Con sigilosidad entró a la cocina esperando encontrar la habitación en solitario, pero el cuerpo que rondaba en aquel lugar lo reconoció a la perfección.
—Excelencia —musito Catalina entrando al lugar tratando de ocultar la sonrisa que se asomaba por su rostro. Alfonso levantó su mirada al momento de escuchar la suave voz de la Reina de Inglaterra.
—Mi Reina. —El mercenario se levantó para realizar una reverencia ante Catalina. La Reina quiso responderle el gesto, pero no pudo actuar. Las ganas de besarlo nació al instante de verlo.
—Es muy temprano para que estéis despierto —expresó Catalina entrando a la cocina en silencio tratando de buscar con su mirada algo para comer. Algo que no fuera al hombre que estaba al frente de ella.
—Me he despertado con un apetito feroz —musito Alfonso sonriendo al momento que posaba en cubo de queso en su boca.
—Hemos despertado de la misma forma —expresó Catalina agarrando un pedazo de pan que estaba en la mesa sin dejar de mirar los ojos negros de Balmaceda.
—Me intriga saber que ha estado haciendo mi bella Reina para generar su apetito—. Catalina se encogió de hombros tratando de aparentar ingenuidad e inocencia. Alfonso apagó su sonrisa apretando la mesa con sus manos para tranquilizar el fuego que se había posado en su virilidad.
—!¿Qué hacen?! —siseo la curandera entrando en la cocina para empezar a preparar el desayuno de la Reina, pero al ver la imagen se descompuso. El rey sólo estaba a metros de ellos—. No pueden estar solos. —Los regañó la curandera agarrando del brazo a la Reina para sacarla de aquella habitación—. Se estáis arriesgando mucho majestad.
—Me entenderías si hubierais estado con él —musitó la Reina en español al momento que subía la escalera regañada como una niña por su madre.
—Iré a vestirla en un momento MI Reina —expresó la curandera negando con su cabeza por el comportamiento erróneo de Catalina, pero sin evitar sonreír al verla feliz. El amor, la pasión alegraba el alma.
La Reina de Inglaterra espero con tranquilidad en su habitación la llegada de la curandera, no podía dejar de pensar de la noche anterior. De los besos de Alfonso, de sus caricias, de su lengua recorriendo su cavidad y de cómo su virilidad la satisfacía a niveles que jamas penso que existirían.
—Mi Reina,¿se encuentra bien? —preguntó Enrique al verla sumida en sus pensamientos en la mesa principal desayunando juntos, con Maria y Alfonso a sus lados.
—¿Qué? —preguntó Catalina al no escuchar la pregunta de su esposo, pero al sentir la fuerte patada que le proporcionó su hermana debajo de la mesa.
—¿Estás bien?¿Tienes algún molestar mi señora? —preguntó Enrique buscando con sus ojos algún mal que tuviera su esposa.
—Estoy perfectamente —respondió la bella Reina de Inglaterra con una gigantesca sonrisa en su rostro. Catalina no podía dejar de sonreír—. Me gustaría pasear por el jardín.
—Embajador, sería tan amable de acompañar a mi adorada esposa mientras termino desayunar. —Catalina se hubiera negado a la compañía de otro hombre, pero en ese momento le apetecía estar al lado de su mercenario. Catalina y el embajador de España salieron juntos del castillo con tranquilidad, pero con el corazón desbocado ante su cercanía.
—No le has dicho nada a Catalina, ¿por qué? —preguntó Enrique al ver como su esposa salía del castillo. No quería que ella escuchara la vergonzosa imagen que él entregó en la corte.
—Con Catalina siempre fuimos unidas. Todos nuestros hermanos se fueron para casarse a otros países, y solo nos quedamos las dos en Granada —relato la Reina de Portugal bebiendo un poco del delicioso té que preparó la curandera—. La cuide y la protegí de bastantes cosas, y lo seguiré realizando aunque sea la Reina de Inglaterra...Sigue siendo mi hermana pequeña —manifestó Maria levantando su mirada para posarla en los ojos del Rey. —No quisiera ver su corazón roto...nuevamente.
—Sé que me he equivocado —susurro Enrique esquivando la mirada azul de la hermana de su esposa—. Sé que la he humillado, pero mi necesidad de un heredero es más grande que el amor que siento por ella.
—Catalina es una gran mujer. Una hija de reyes, un linaje poderoso... nadie le podría entregar eso. —Le recordó Maria con frialdad en su voz—. Nuestras alianzas son con ellas. Mi ejército, y el ejército de España batallaran con Catalina como Reina de Inglaterra. Nadie más.
—No puedes amenazarme —bramó el Rey de Inglaterra conectando sus ojos con los de la Reina Portugal—. Soy el Rey.
—Y yo soy la Reina de Portugal. Estamos en igualdad de condiciones mi querido cuñado — puntualizó Maria sin bajar su mirada del enfado de Enrique—. Saca Ana Bolena de la corte, solo así tendrás las alianzas y el heredero que tanto deseas. Entrégale seguridad a mi hermana. —El Rey de Inglaterra no respondió. Se levantó del asiento dejando en soledad a Maria De Aragon.
Enrique había olvidado el fuego del apellido Aragón y Castilla. Debía reencontrarse con su esposa por la seguridad del niño que crecía en el vientre de ella. Era lo único que importaba. Las palabras de Ana Bolena perdieron fuerzas al ver a Catalina en la noche bajando por aquella escalera. Su hijo estaba bien.
Solo debía apagar el fuego que sentía por la doncella de su esposa, y encenderlo a la mujer que le iba a entregar el heredero que tanto deseaba. Un heredero con sangre de reyes.
Un Rey que cambiaría la historia de Europa.
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