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VIII








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Catalina De Aragon recordaba a la perfección la primera vez que quedó embarazada, luego de su coronación con Enrique. Recordaba cada emoción, palabras y sentimientos provenientes de su esposo. Y aun después de quince años aún recordaba las patadas que le proporcionó el bebe Enrique IX en su vientre, pero jamás pensó que el heredero de Inglaterra moriría a los meses de su llegada.

Todas las noches antes de dormir la reina de Inglaterra cerraba los ojos y revivia ese momento cuando Enrique supo de su embarazo, los ojos le brillaban por el amor y la admiración que sentía por ella, pero ahora sus ojos eran de sorpresa y no había rastro de amor en ellos. La reina de Inglaterra entró a su recamara con urgencia, tratando de escapar de los gritos de Enrique. Catalina observó como sus damas se levantaron con rapidez para realizar una reverencia ante ella. Catalina fijó su mirada en cada una de ellas, especialmente a Ana Bolena, aquella belleza que eclipsaba a cualquier mujer.

—Majestad —saludaron cada una de ellas con voz joven e infantil.

—Preparen mis cosas para el Palacio de Westminster —ordenó Catalina alzando su voz—.Y llamen a mi hermana.

—Sí Majestad —respondió Ana Bolena con una gran sonrisa en su rostro ante la noticia de la ida de la Reina de Inglaterra. Catalina iba a revelar su noticia de embarazo ante la amante de su esposo, pero su dignidad la retuvo. No gastaría saliva ante una mujer inferior.

—¡Catalina! —La Reina de Inglaterra escuchó el grito de su esposo acercándose a su habitación—. ¡Vayanse! —gritó con euforia el Rey de Inglaterra a las damas de su esposa.

—Calla Enrique —musito Catalina con tranquilidad recostandose en la cama—. Me perturba con sus gritos.

—¿Estás en cinta? ¿Estás segura? —preguntó Enrique incrédulo ante el embarazo de su esposa.

—He estado en cinta seis veces. Estoy segura —puntualizó Catalina cerrando sus ojos para no alterar al pequeño hijo que creía que estaba en su vientre—. Estuviste conmigo hace un mes atrás, al menos que quieras dictar que su hermano es el padre de este niño.

—Pensé...que no podías, por la edad —musito Enrique sentándose en la esquina de la cama de su esposa—. ¿Es un niño? —Catalina no pudo evitar poner los ojos en blanco ante esa pregunta, pero por un segundo comprendió a su esposo. Ella no le había dado el heredero que deseaba.

—Si —respondió Catalina con seguridad. Aunque ella no lo sabía, y ni siquiera estaba segura de su embarazo, pero debía mentir si quería seguir en este matrimonio.

—Estoy...feliz. —musito Enrique al momento que trató de acercar su mano al vientre de la reina, pero Catalina se alejó ante esa cercanía.

—¿Aún quieres anular el matrimonio? —preguntó la Reina de Inglaterra tratando de controlar la urgencia de su voz ante esa pregunta. Enrique no la observó, su mirada se posaba en el vientre de su esposa.

—No —respondió el Rey de Inglaterra sin dejar de mirar el vientre de Catalina.

—Sé que la única manera de deshacerte de mí es pensar que mi virginidad la perdí con Arthur, pero no es así —confesó Catalina acercando sus rodillas a su torso, buscando la mirada de su esposo—. Mi virginidad la perdí contigo. Soy tuya en cuerpo y en alma, aunque al parecer no es suficiente.

—Lo único que quiero de ti es un heredero. Es lo único que evitará su desgracia —confesó Enrique levantando la mirada del vientre a los ojos azules de Catalina.

—Celebra esta noche un banquete en honor del heredero que viene en camino —solicito Catalina sin despegar su mirada del rostro del Rey—. Partiré de la corte y tendré a mi hijo en ese lugar en soledad. Junto a mi hermana y su curandera —añadió Catalina con voz severa—. Podrás tener a todas mis damas, pero saca a Ana Bolena de mi corte, ¿entiendes?

—No necesito a Ana Bolena, solo al niño en el vientre —puntualizó Enrique levantándose de la cama de su esposa—. Si me das al heredero que siempre me has prometido, mi amor será solo tuyo.

—No prometas algo que no eres capaz de dar Enrique.

La habitación de la Reina de Inglaterra contaba en su interior con tres personas. Catalina estaba recostada en su cama mientras Lady Nusayba revisaba su vientre y los senos de la reina, y María De Aragón analizaba las graves palabras dichas por parte de su hermana menor.

—Es muy pronto para saber —respondió la curandera frunciendo su ceño sin dejar de palpar el vientre de Catalina—. ¿Cuántos días de atraso tiene majestad?

—Siete días —respondió Catalina atenta a cada movimiento que realizaba la curandera en su cuerpo.

—No puedo creer que le asegurará que estabas embarazada. —Catalina cerró sus ojos ante el regaño de su hermana mayor.

—¿Qué querías que dijera? ¡Quiere la anulación del matrimonio! —bramo la reina de Inglaterra abriendo sus ojos para enfocar en el cabello negro de Maria de Aragon—. Esta es la única forma de impedirlo.

—El papa jamás le concederá la anulación del matrimonio —puntualizó la Reina de Portugal acercándose a la cama de su hermana—. Y si no estás embarazada, será peor su actitud.

—Entonces me embarazaré de quien sea —exclamó Catalina sin analizar las palabras dichas. Al momento de escucharse llevó sus manos para tapar su boca—. Dios, perdóname —musito Catalina.

—Jamás pensé escuchar esas palabras de ti —expresó Maria alejándose de la cama de su hermana sorprendida por sus dichos—. Pero de algo estamos seguros.

—¿De que? —preguntó Catalina en voz baja.

—De que tiene a alguien para que le haga el favor —respondió Lady Nusayba sacando las manos del vientre de la reina para fijar su mirada en el rostro bello de la reina de Inglaterra—. Tiene otra alternativa.

—Sería traición —indico la Reina de Inglaterra negando con su cabeza ante esa idea.

—Esperemos no necesitar los servicios de Balmaceda —recalcó la Reina de Portugal tomando el pomo de la puerta con sus manos—. Me despedire de Carlos y le contare lo sucedido. Debe recalcar a Enrique que la alianza con España es contigo. Con su familia.

—Enviale mi amor —pidió Catalina mirando a su hermana, la cual asintió ante su pedido.

—Debe estar tranquila —confesó Nusayba al momento que su reina salía de la habitación—. Si está embarazada estoy segura que todo saldrá bien.

—Gracias Nusayba. —Catalina agradeció las palabras de la curandera. Ella le entregaba la confianza que ningún doctor de la corte le había dado.

—Majestad. —Unos golpes interrumpieron la paz que empezaba sentir la Reina del norte en compañía de la curandera. El rostro de Ana Bolena apareció al momento que las puertas se abrieron. La amante del Rey realizó una reverencia ante Catalina—. El Rey solicita la presencia de Lady Nusayba en su salón.

—Ve —le animó la Reina al ver el ceño fruncido de la curandera—. No le hagas esperar. —La curandera se levantó con lentitud para desaparecer de la habitación de la Reina de Inglaterra.

—Busca a las demás damas para que arreglen mis vestimentas —ordenó Catalina a Ana Bolena sin apéndice de la amabilidad en su voz. La amante de su esposo le entregó una reverencia acompañada con una sonrisa de altanería.

Catalina prefirió callar ante ese acto irrespetuoso por parte de su dama, si ella estaba embarazada debía mantener la calma. Su bebe era lo primordial.


Lady Nusayba se encaminó con incomodidad ante el pedido del Rey. Ella prefería mantenerse en la oscuridad, que ningún noble fuera capaz de verla, pero en la corte inglesa había sido todo lo contrario. Los nobles la buscaban, la esperaban en los pasillos del castillo para conversar con ella y especialmente el noble Charles Brandon la intimidaba ante sus actos de coquetería.

—El Rey solicita mi presencia —comunicó la curandera al sirviente que estaba afuera de la puerta del salón del Rey. El sirviente de la corte abrió la puerta al momento que la presentaba.

—Mi rey, Lady Nusayba. —La curandera entró al salón donde el Rey se encontraba sentado al lado del cardenal Wolsey. Nusayba realizó una reverencia ante ellos sin emitir alguna sonrisa a su dirección. La curandera no era sonriente, ni carismática, ella prefería la sinceridad de las palabras, los gestos verdaderos y preferentemente permanecer en la oscuridad.

—La Reina de Inglaterra ha solicitado su presencia ante la gestación de mi heredero. —La curandera asintió ante esas palabras, pero percibiendo la falta de felicidad del Rey ante la noticia de un bebe—. Creo que harás un perfecto trabajo.

—El que esté lejos de usted será suficiente para un buen crecimiento del niño —manifestó la curandera ante el Rey de Inglaterra. El amor que empezaba a sentir por Catalina, le obligaba a demostrar su descontento a Enrique.

—¡Niña! —bramó el cardenal levantándose del asiento ofuscado por las palabras de la curandera.— ¡Cómo se atreve a ofender al Rey!

—Debo velar por la salud de la Reina y del futuro Rey —expresó la curandera sin moverse y sin dejar de observar el rostro de Enrique—. Solo digo la verdad. El amor es importante ante un embarazo.

—Amo a mi hijo —proclamó el Rey con su ceño fruncido. El cardenal volvió a su asiento con incomodidad ante la presencia de la extranjera. 

—Pero no a la madre —indicó Nusayba con tristeza—. Los bebés son capaces de sentir todo. Incluso la falta de amor que le proclama a la Reina y el derroche de amor a Ana Bolena.

— Eres atrevida —musito el Rey con una extraña sonrisa en su rostro. Como si aquel acto fuera satisfactorio.

—Deberían azotarla por su atrevimiento —reprendio el cardenal observando al Rey de Inglaterra, pero Enrique solo miraba los ojos negros de la curandera.

—Cuide perfectamente a Maria De Aragon en todos los nacimientos de los príncipes, la Reina De Inglaterra está en perfecta manos —puntualizó la curandera tratando de finalizar la conversación para alejarse de la extraña sonrisa del Rey—. Catalina estará bien lejos de la corte.

—Bien. Ya sabré a quien culpar —musitó el Rey indicando con la mano su retirada. La curandera realizó una reverencia antes de salir. Para prácticamente escapar de aquel salón y la presencia del arrogante Rey de Inglaterra.

Lady Nusayba caminaba con rapidez por los pasillos del castillo, quería llegar con rapidez a su habitación, arreglar sus pertenencias y partir al castillo de Windsor, donde el silencio y la paz iban a resaltar en aquel lugar. Lejos de la corte y de sus vanidosos integrantes.

La curandera detuvo su paso al momento que Charles Brandon se interpuso en su camino. Con su gran estatura, su frondoso cuerpo y una penetrante mirada. Lady Nusayba realizó una reverencia al verlo, quiso seguir su camino, pero la mano de Charles la detuvo.

—Escuché que se iría al palacio de Windsor —murmuró Brandon cerca del oído de la curandera.

—Si —admitió Nusayna dando un paso hacia atrás para alejarse del dulce olor de la boca del amigo del Rey—. La Reina de Inglaterra desea descansar unos meses de la corte...y de su gente.

—¿Está enferma? —preguntó Brandon con una genuina precaución ante la salud de Catalina de Aragón. La curandera negó con su cabeza.

—Solo desea descansar —puntualizó Nusayba observando el bello rostro de Brandon—. María De Aragón quiere acompañar a su hermana, al igual que yo.

—Es bueno —admitió el amigo del Rey apoyando su espalda en la pared del pasillo—.La Reina siempre estuvo sola, pero con la llegada de su hermana su rostro se ha iluminado.

—No hay nada mejor que el amor y la familia —aclaró la curandera entregando una pequeña sonrisa al hombre. Charles Brandon sonrió como respuesta.

—Sonreíste —puntualizó Charles maravillado ante el acto de la curandera. Nusayba apagó su sonrisa con rapidez para empezar alejarse de ese hombre—. Sonreíste para mi.

—No. —Negó con rapidez las palabras de Charles—. Sonreí ante la idea del amor. Lo que provoca a una persona.

—El amor es magnífico, puede hacer sonreír a una persona que frunce su ceño todo el día. —La curandera no pudo evitar reír por la audacia de Brandon al mencionarla. Su ceño era por la incomodidad que le provocaba la gente inglesa. Tan extrañas, frías y soberbias—. Y escuché su risa, debe ser mi día de suerte.

—Debería apostar para comprobarlo —expresó Nusayba dando pasos aún más rápido para llegar a su habitación.

—Lo haré —señaló Charles deteniendo su paso al observar la Reina de Portugal a la afuera de la habitación de la curandera. El amigo del Rey realizó una reverencia ante María De Aragón con una bella sonrisa para alejarse con dicha por acercarse un poco más a la curandera.

—Sabes elegir —musito Maria devolviendo la sonrisa de Charles y observando el trasero del hombre ante su ida.

—No es mi gusto —reveló Nusayba entrando a su habitación con rapidez.

—El mio si —admitió Maria entrando para cerrar la puerta de su habitación con delicadez—. Aunque los prefiero pelirrojos. —Maria observó como su curandera ocultaba su rostro ordenando su bolso con sus pertenencias.

—¿Nos iremos hoy? —preguntó la curandera evitando mirar a su reina.

—Si. —Asintió la Reina de Portugal sentándose en la cama—. Un pequeño grupo de sirvientes partirán con nosotros para atender a la Reina y sus necesidades.

—¿Qué sucederá si no está embarazada? —preguntó Nusayba deteniendo sus movimientos para fijarse en los ojos azules de María De Aragón. La Reina de Portugal se quedó sumida en sus pensamientos ante esa pregunta, e incluso la curandera pensó que no le respondería.

—Hará lo posible para separarse de Catalina. Negando a su hija, y entregando el título de bastarda —admitió Maria enfocando sus ojos al rostro de su amiga—. Y se enamorara de Ana Bolena o de cualquier mujerzuela que le prometa un hijo.

—Debemos rezar que Catalina este embarazada —proclamó Nusayba temiendo ante la desdicha de la hermana de su amiga.

—Quizás si Ala y mi Dios todopoderoso trabajan juntos, Catalina logre cumplir su deseo.




Catalina De Aragón miraba desde su ventana el jardín del palacio. El Atardecer de Londres le entregaba una bella imagen desde su recamara, casi tuvo tentada de quedarse en aquel lugar, pero su deseo de alejarse de su esposo y sus humillaciones eran mas fuerte.

—Está todo listo mi Reina. —La Reina de Inglaterra cerró los ojos con disgusto ante la voz de la amante de su esposo, pero prefirió seguir en silencio—. El Rey la espera afuera de la habitación —reveló su dama con una voz de enojo, entregando una extraña felicidad a la Reina. Catalina se encaminó con lentitud a las afueras de su habitación sin mirar a Ana Bolena.

—Catalina —musito Enrique el nombre de su esposo con cariño. El nuevo estado de su esposa le provocaba ternura.

—Mi Rey. —Catalina realizó una reverencia al ver a su esposo, para luego caminar a su lado con lentitud.

—Te visitaré —le prometió Enrique entrelazando su mano con los dedos de la Reina. Catalina estuvo apunto de sacar su mano ante la extrañeza del tacto, pero las miradas de sus damas y de los sirvientes la retuvieron.

—Te estaré esperando —admitió Catalina sonriendo ante su esposo por la idea de quizás de reencontrar su amor—. Me gustaría que me visitaras con nuestra hija.

—Lo haré —le prometió nuevamente Enrique besando el dorso de la mano de su esposa. Catalina solo pudo agrandar aún más su sonrisa por el comportamiento de su esposo ante la presencia de Ana Bolena. Los Reyes caminaron con lentitud por los pasillos del castillo hasta llegar a las afueras de las puertas donde el carruaje esperaba a la Reina—. Su hermana y Lady Nusayba la acompañarán en el carruaje.

—Gracias Majestad —agradeció la Reina observando la postura de su hermana al lado del carruaje esperándola—. Espero verlo pronto.

—Así será. —Enrique se acercó a los labios de su esposa, para besarlos con suavidad. Fue un beso corto, pero provocó los aplausos de los nobles, sirvientes y de algunas damas de la Reina ante el gesto de amor del Rey. Catalina sonrió al momento que se separaron, quiso decir algunas palabras, pero nada salió de su boca. Había esperado tanto el cambio de su esposo, que ahora en el momento su cuerpo y su mente se quedaban en blanco.

—Vamos Catalina. —Su hermana mayor la llamó abriendo la puerta del carruaje. Catalina siguió la orden de su hermana alejándose de su esposo, pero antes de entrar las palabras fluyeron.

—Creo que muchos se preguntan de mi partida —exclamó Catalina observando el tumulto de gente que se acercaba a su lugar—. Pero debo revelar que mi salida de la corte es por el bien de Inglaterra. El bien del pequeño heredero que está creciendo en mi vientre. —El sonido de sorpresa por la gente era sonoro—. Les prometí un heredero, y es lo que les voy a dar. Aunque la vida me cueste. —La gente aplaudió nuevamente por las palabras de la Reina. Nada más importaba que el vientre de Catalina. Que el viente de la Reina no estuviera seco y añejo.

—Vamos Catalina —musito nuevamente Maria ofuscada por las palabras de su hermana. Alababa de algo que no estaba segura.

—Tengo unas gotas de sangre en mi ropa interior —susurro Catalina a  su hermana y la curandera al momento que el carruaje empezó a andar.

—Y fue capaz de decir tales palabras —siseo Maria De Aragon tratando de contener su rabia ante su hermana.

—No debes permitir que Balmaceda salga de este país —ordenó la reina de Inglaterra ignorando las palabras de su hermana—. No debes partir con Carlos, debes crear una excusa para que él...

—Balmaceda ha quedado como embajador de España en la corte inglesa —reveló Maria de Aragon interrumpiendo a la Reina de Inglaterra—. Organizare el encuentro.

—Bien —manifestó Catalina girando su rostro para observar el paisaje de Londres.

Catalina De Aragón entregaría su alma al infierno para tener los herederos que prometió a su pueblo.






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