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V


















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La reina de Inglaterra caminaba con sus damas al comedor principal. Enrique le había citado aquella noche para que asistiera a la cena, algo extremadamente extraño. Enrique regularmente alejaba a Catalina de su lado. Aquella invitación provocó el nerviosismo de la reina de Inglaterra coordinará su vestimenta con cautela.

—Hermana —clamó Maria en español al ver caminar a su hermana por el pasillo del castillo. Catalina al observarla, extendió una sonrisa por su rostro. Maria caminaba junto con su curandera preocupada por la cita que el rey le había realizado—. ¿Sabes lo que sucede? —preguntó Maria al momento que llegó a su lado para tomar su brazo y seguir caminando juntas.

—¿Enrique te invito? —preguntó Catalina con su ceño fruncido. Su sonrisa había desaparecido.

—Si. Ayer —comentó la reina de Portugal con rostro de precaución. Maria temía que el rey hubiera averiguado de sus comportamientos paganos—. ¿Qué crees que sea?

—Como si Enrique discutiera cada decisión conmigo —musito Catalina furiosa por la pregunta de su hermana.

—Lo supuse por tu sonrisa —comentó Maria extrañada por el comportamiento de la reina de Inglaterra. Catalia no respondió y prefirió no mirar a su hermana quien le había quitado la alegría en un segundo. Enrique no tenía una sorpresa para ella, era para las hermanas españolas. Las fieles infantas de España.

—La reina de Portugal —bramo el sirviente para dar la bienvenida a la hermana de Catalina. La reina de Inglaterra observó como su hermana mayor entraba al salón junto a su curandera a su lado. Catalina observó a sus damas detenidamente, cada una más joven y bella que la otra, pero no las envidiaba. Catalina solo quería una amiga. Una confidente en quien confiar, tal como lo tenía su hermana mayor.

—¡La Reina de Inglaterra! —Catalina escuchó su llamado al momento que miraba a Ana Bolena quien trataba de ignorarla. Catalina de Aragón quiso sonreír ante su llamado, pero la sonrisa no llegó.

La Reina de Inglaterra entró con su ceño fruncido sin saludar a los presentes hasta llegar ante su esposo. El cual hizo una reverencia al verla. Catalina imitó su acción.

—¿Está bien? —murmuró Enrique en el oído de su esposa. La cercanía fue tan estrecha que una corriente eléctrica recorrió el cuerpo de la reina de Inglaterra.

—Perfectamente —contestó Catalina sin sonreír ni mirar a su marido.

—La noche es perfecta como las reinas que acaban de entrar —manifestó el rey con una bella sonrisa mirando de reojo a su esposa quien permanecía de pie a su lado—. Las he citado para anunciarles una excelente noticia. —Catalina no pudo evitar mirar a su hermana quien estaba detrás de ella sentada con su ceño fruncido—. España es un país que está en nuestros corazones.  Es el país que albergó a mi reina durante tantos años y una de las alianza más poderosa de Europa. Por eso, he decidido mantener esta alianza y fortalecerla con otro matrimonio. —Catalina frunció aún más el ceño al escuchar las palabras de su esposo—. Mi adorada y bella hija Maria está comprometida con el Emperador Carlos. Sobrino de la Reina.

Los aplausos no se hicieron esperar en el comedor principal. La alegría fue sincera. Carlos el emperador era el nuevo señor poderoso de Europa. A pesar de su juventud el joven sobrino de Catalina estaba gobernando una gran cantidad de tierra. La Reina de Inglaterra sonrió con dicha ante esas palabras. Maria estaba libre del pacto de matrimonio con los franceses.

—Excelente noticia mi rey. —Catalina quiso tomar las manos del rey para besarlas con gratitud, pero una voz en su mente la detuvo—. Mi felicidad es plena —le comentó la reina de Inglaterra a su esposo con una pequeña sonrisa en su rostro. Enrique iba abrir su boca para decir algunas palabras, pero Tomas Bolena se acercó para felicitar al Rey. Catalina se alejó con rapidez para sentarse al lado de su hermana.

—Espero que Carlos no sea como Juana —añadió Maria sin pudor. Catalina la iba a regañar, pero una risa salió de su boca al recordar a Juana la loca.

—Pobre de Maria —comentó la reina de Inglaterra sin detener su risa, la cual contagió a su hermana mayor. Ambas se rieron juntas sin percatarse que aquel sonido provocó las miradas de los presentes—.Pero...

—Las infantas de España. —La voz en español de un hombre detuvo sus risas. Catalina giró su rostro para ver a quien estaba a su lado para encontrar a un bello y alto hombre.

—Mi señor —Lo saludo Catalina con un movimiento de cabeza—.Hace años que no escuchaba la palabra infanta.

—Me hizo sentir joven —comentó Maria con una risa estruendosa. Catalina solo sonrio el hombre de penetrantes ojos azules, cabello negro y barba.

—¿No me reconoce? ¿Ninguna? —preguntó el hombre con una sonrisa. Las hermanas frunciendo sus ceños al mismo instante, mirando de arriba para abajo al hombre—. Alfonso Balmaceda. —Y la boca de las hermanas se abrieron con sorpresa.

—Estás viejo —comentó Maria con una risa para levantarse de asiento y saludarlo con un gran abrazo—. Mi viejo amigo.

—Pero María de Aragón sigue igual de tenaz —puntualizo Alfondo sonriente ante Maria. La reina de Portugal sonrió ante esas palabras.

—¿Cuántos años han pasado desde que te fuiste de España? —pregunto Maria a Alfonso.

—Veinticinco años y tres meses —contestó la Reina de Inglaterra sin dejar de mirar al hombre que estaba al frente de ella.

—Y Catalina de Aragón sigue igual de bella —comentó Alfonso extendiendo su mano a Catalina.  La reina de Inglaterra sin dudar aceptó la mano de su viejo amigo levantándose de la silla—. No existe una reina con la semejanza de su belleza. —Alfonso beso la mano de la reina de Inglaterra con lentitud.

—No debes conocer a muchas —añadió Catalina en voz baja provocando la risa de Alfonso.

Maria observó detenidamente el comportamiento de ambos. Analizando el sonrojo de su hermana menor y el interés de Alfonso en no soltar la mano de la Reina de Inglaterra. Maria viajó a su pasado, en los años que vivió en Granada junto a su familia. Hasta que una imagen llegó a su mente. Catalina había probado por primera vez los labios de un hombre. Un hombre mayor a ella. Un hombre español. confidente de su padre y mercenario.

Ese hombre era Alfonso Balmaceda, el primer amor de Catalina De Aragón.

—No sabes la alegría que siento al verte aquí mi querido y viejo amigo —comentó Maria llamando la atención de Alfonso quien no dejaba de mirar a Catalina.

La Reina de Portugal se preocupó durante la cena que Alfonso no se alejara de ella para planear la idea que volvería loco a Enrique de Inglaterra.








Catalina De Aragón no pudo sacar de su mente a su viejo amigo. Un nerviosismo había nacido en ella al momento que vio a Alfonso Balmaceda. Y no podía dejar de pensar en su juventud en Granada. En aquellos labios que había probado en el jardín de su castillo.

La reina de Inglaterra recordaba a Alfonso con el hombre varonil que le provocaba sueños indecentes, indecorosos para una niña de su edad. Pero aquel beso y los siguientes que vinieron la habían transportado al mismo cielo. Catalina aún recordaba el nerviosismo de ser descubierta por sus padres, pero nada detenía los encuentros amorosos que ambos tenían en el castillo. Hasta que la partida de Alfonso derrumbó el amor que iba creciendo en la Reina de Inglaterra.

—Mi reina, ¿se encuentra usted bien? —Catalina se había quedado sumida en sus pensamientos. La reina de Inglaterra enfocó su mirada en su dama que estaba al frente de ella con rostro de precaución.

—Si —susurro mirando alrededor. Estaba en su habitación de costura con todas sus damas alrededor—. ¿Qué sucede?

—Alguien desea verla. —Catalina cerró sus ojos al momento de escuchar la voz de Ana Bolena. 

—Hágalo pasar. —Accedió Catalina girando su rostro para enfocarlo en la ventana que estaba al frente de ella.

—Mi Reina. —Catalina giró su rostro con rapidez al escuchar la voz de Alfonso—.  Infanta de España —susurro Alfonso en español, provocando la sonrisa de Catalina.

—Por favor, siéntate —pidió la reina con una bella y melodiosa voz. Las damas con rapidez colocaron una silla al frente de la reina para que Alfonso se sentara en ella—. Me alegra que estés aquí —comentó la reina en Español. Ella sabía que ninguna de sus damas hablaba español. Al principio pensó que era un lamento que nadie hablara en su idioma natal, pero en estos momentos agradeció la ignorancia de sus damas.

—No he podido dejar de pensar en ti —confesó Alfonso sin titubear. Catalina se quedó muda ante esa confesión—. Y en el tiempo que ha transcurrido.

—Estamos viejos —musito Catalina tratando de mantener su calma.

—Pero los años no han pasado sobre ti. Sigues igual de bella —admitió Alfonso sin perder la sonrisa en su rostro—. Pero en cambio en mi. Cada año me deteriora.

—En realidad, no ha cambiado mucho —añadió Catalina observando detenidamente el rostro de Alfonso. Sin arrugas, pero con una piel dañada—. ¿Aún eres mercenario?

—Es quien soy —añadió Alfonso recibiendo la copa de vino que unas de las damas de la reina le había ofrecido—. Te preguntarás porque he llegado aquí. —Catalina asintió con su cabeza, pero en realidad a ella no le importaba el porqué había llegado a su tierra, estaba feliz de verlo. Una felicidad que no sentía hace años—. Trabajo para el Emperador.

—¿Mi sobrino? —preguntó Catalina extrañada. Alfonso asistió con su cabeza—. Volviste a España...

—Si. Hace unos años atrás —explicó Alfonso con tranquilidad sin dejar de mirar a la reina de Inglaterra—. El hijo de Juana me recibió con amabilidad. Y me integré como parte de su ejército.

—Me hubiera extrañado que no lo hiciera. Eres un gran guerrero —opinó Catalina incómoda por la mirada de Alfonso. Sus damas eran capaces de inventar situaciones para llevar rumores al rey—. Y fuiste leal a mi padre.

—Y ahora a su nieto —puntualizó Alfonso—. Soy leal a la familia Aragón y Castilla. —La intensidad de la mirada de Alfonso no era normal, pensaba Catalina. O acaso no estaba acostumbrada a que un hombre se interesara en ella.

—El rey, el rey —gritaron las damas de Catalina eufóricas al escuchar la caballería del Rey a las afueras del castillo. Enrique regresaba de cazar.

—Isabel no toleraría si se comportara de esa manera —musito Alfonso divertido por el comportamiento infantil de las damas. Catalina dio una pequeña risa ante esas palabras.

—Lo sé —respondió Catalina recordando el comportamiento hosco de su madre. Isabel De Castilla no era una mujer seductora, ni amable, ni risueña. Ella era una gobernante, una emperatriz con obligaciones con su gente. Su madre no tenía tiempo para comportamiento infantiles.

—Pensé en usted en mis viajes —declaró Alfonso con tranquilidad, pero Catalina no compartió aquel sentimiento. El nerviosismo se hizo notar en sus ojos—. Tranquila...

—Catalina. —La voz de su esposo llamó su atención. Enrique la observaba desde la puerta con su ceño fruncido. Catalina ni siquiera se había percatado de la llegada de su esposo.

—Majestad. —Alfonso se levantó con elegancia ante la llegada del Rey realizando una reverencia ante Enrique. Catalina se levantó imitando su acción.

—¿Conoce a mi esposa? —Comentó el Rey mirando a Alfonso.

—Fui guerrero de Fernando De Aragón. Trabajé muchos años con la familia —confesó Alfonso con una sonrisa ladina—. Ahora he vuelto a trabajar con su nieto.

—Debe ser extraño encontrarse después de tanto tiempo —añadió Enrique con suavidad.

—Emocionante —comentó Alfonso gritando su rostro para mirar a la Reina—.  Catalina sigue igual de bella. Y con una melena que los mismos leones envidian. —La reina no pudo evitar reír por ese comentario. Ese comentario que Alfonso repetía miles de veces al momento que la veía—. Lo recordaste —añadió en Español mirando a la reina.

—Para mi es un honor que estés aquí para fortalecer la unión entre España e Inglaterra —ratificó la reina con amabilidad—. Fuiste leal a mi padre, estoy segura que le serás a mi esposo.

—No tengas duda de eso. Mi lealtad es también con los reyes de Inglaterra —agregó Alfonso girando su rostro al Rey de Inglaterra.

—Bien —comentó con alegría Enrique. Una alegría que no llegó a sus ojos—. Ahora deseo un momento a solas con mi esposa.

—Por supuesto. —Alfonso giró su cuerpo para tomar la mano de la Reina—. Siempre será un placer verla. —Beso suavemente el dorso de la mano de Catalina para luego retirarse.

—¿Fue leal a tu padre? —preguntó Enrique sentándose en el lugar que estaba Alfonso.

—Lo fue —respondió Catalina mirando por la ventana—. Fue un buen consejero y un leal guerrero.

—¿Crees que trabaje aquí para mí? —La Reina giró su rostro para observar a su esposo. Le era sorprendente que Enrique quisiera saber su opinión.

—No te gustaría —confesó Catalina con rapidez—. Alfonso no haría las cosas para mantenerlo feliz. Es sincero, egocéntrico e irónico. Tus amigos no tienen ninguna de esas cualidades, quizás un poco de egocentrismo...

—Lo conoces bien —añadió el Rey interrumpiendo a su esposa.

—Crecí alrededor de los guerreros de mis padres —confesó Catalina con nerviosismo—. Nuestra hija está informada de la noticia —añadió la reina intentando cambiar la conversación.

—¿Estaba feliz? —preguntó Enrique con una sonrisa al mencionar a su hija. Catalina asintió con su cabeza a modo de respuesta—. ¿Estás feliz?

—Claro —respondió con rapidez Catalina—. Maria tendrá la protección de España e Inglaterra. Al igual que su madre. Nadie se atreverá a provocarle daño.

—Es hija de Reyes —pronunció Enrique confundido por las palabras de su esposa—. Nadie le haría daño.

—Siempre hay traidores en una corte. Lo sabes bien —recalco con tranquilidad Catalina observando el rostro de su esposo. Enrique era apuesto, aun mas que Alfonso.

—¿Tu lealtad está conmigo? —le preguntó Enrique tomando su mano con suavidad. La Reina le respondió lo que el rey quería escuchar.

—Mi lealtad y mi corazón le pertenecen —le respondió con cordialidad. Catalina sabía que Enrique adoraba las buenas palabras y las atenciones. Enrique aceptaba a cualquier hombre en su corte, con tal que fuera capaz de adorarlo.

—Catalina... —musito Enrique el nombre de su esposa acariciando con suavidad la mejilla de ella. La Reina se mantuvo quieta esperando que su esposo se alejara, pero Enrique se acercó para besarla. Un beso corto, sin emoción en el acto—. Dime que me perteneces.

—Le pertenezco al Rey de Inglaterra. El hombre más poderoso de Europa —respondió Catalina sin moverse. Y esa respuesta complacio a Enrique que la levantó para desabrocharle su vestido con rapidez.

La Reina de Inglaterra estaba aterrada. Casi no recordaba lo que era sentir a su esposo dentro de ella. Tenía miedo, casi igual que cuando se acostó por primera vez con Enrique, pero el miedo no la controló. Accedió a que Enrique arrancará su vestido para apoyarla contra de la pared. Catalina emitió un pequeño grito de dolor cuando sintió la virilidad de su esposo entrando en ella. Un dolor que duró en los minutos de su corta unión.

Enrique terminó con un gemido ronco disfrutando su orgasmo.




—¿Por qué no estás feliz? —le preguntó Maria al momento que Catalina le mencionó lo que había pasado en la tarde con Enrique—. Es lo que habíamos buscado.

—Me tomo como una cualquiera —comentó en español Catalina en voz baja, tratando de no ser escuchada por sus damas que estaban alrededor de su habitación.

—No puedes tener todo Catalina, Al menos no por parte de Enrique —añadió Maria con lamento.

—Quiero a mi esposo. El que vivía para hacerme feliz —puntualizó Catalina levantándose de su asiento para caminar alrededor—. Él me amaba, María. Me adoraba —bramo Catalina en Español sin importarle sus damas—. Quiero ser amada.

—Eres amada por el pueblo —mencionó Maria divertida por el comportamiento de su hermana. Catalina se estaba comportando como una española.

—Quiero fuego. Quiero amor y pasión. —Seguía bramando en español la reina de Inglaterra—. Y al ver a Alfon...- Catalina se detuvo de forma de inmediata. No debía mencionar ese nombre al frente de esas mujeres.

—Siéntate —le ordenó su hermana con cautela—. Al parecer se encendió algo en ti.

—Algo que estuvo apagado por tantos años —confesó Catalina sentándose nuevamente sintiendo como un fuego recorría su cuerpo—. Quiero verlo.

—Lo verás. Me encargaré de eso —le prometió Maria a su hermana.

Catalina tendría un poco de amor que se le habían negado todos estos años, de eso se encargaría Maria De Aragón. Le daría la propia medicina a ese Rey inglés.












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